Capitulo 24

– Te estás vendiendo, eso es lo que vas a hacer -dijo Skeet a Dallie, que fruncía el ceño en la parte posterior del taxi que avanzaba lentamente por la Quinta Avenida-. Puedes tratar de pintarlo de otra manera, hablando de grandes oportunidades y nuevos horizontes, pero lo que vas a ser es un vendido.

– Lo que soy es realista -contestó Dallie con irritación-. Si no fueras un maldito ignorante, verías que esto es más o menos la posibilidad de mi vida.

Montarse en un coche con alguien que no fuera él conduciendo siempre había puesto a Dallie de mal humor, pero metido en un monstruoso atasco en Manhattan y con el taxista que sólo hablaba Farsi, Dallie había pasado el punto de ser apto para una conversación humana.

Skeet y él habían pasado las dos últimas horas en la Taberna sobre el Green, siendo agasajados por el representante de Network, que quería que Dallie firmara un contrato exclusivo de cinco años para comentar en directo torneos de golf.

Había hecho algunos comentarios para ellos el año anterior mientras se reponía de una fractura de muñeca, y la respuesta de la audiencia había sido tan favorable que Network había ido inmediatamente tras él. Dallie tenía la misma actitud cómica, irreverente en el aire como Lee Trevino y Dave Marr, actualmente los más divertidos de los jugadores-comentaristas.

Pero como uno de los vicepresidentes de Network había comentado a su tercera esposa, Dallie era mucho más guapo que cualquiera de ellos.

Dallie había hecho una concesión al sastre por la importancia de la ocasión y llevaba un traje azul marino, con una corbata respetable marrón de seda muy bien anudada en el cuello de su camisa de etiqueta azul pálida. Skeet, sin embargo, se había conformado con una chaqueta de pana de J. C. Penney(venta por catálogo) con una corbata de cuerda que había ganado en 1973 en una feria, pescando un pececito rojo por diez centavos.

– Estás vendiendo el talento que Dios te ha dado -insistió Skeet tercamente.

Dallie le miró con el ceño fruncido.

– Y tú eres un máldito hipócrita, eso es lo que eres. Tanto como puedo recordar, has estado empujando agentes de talento de Hollywood bajo mi garganta e intentando convencerme para posar con mujeres ideales, llevando nada más que un taparrabos, pero ahora que tengo una oferta de cierta dignidad, te pones todo indignado.

– Esas otras ofertas no interferían con tu golf. Maldita sea, Dallie, no te habrías perdido un solo torneo si hubieras participado como invitado en 'El Barco del Amor' antes de empezar la temporada, pero hablamos de algo enteramente diferente aquí. Hablamos acerca de sentarte en la cabina de comentaristas para hacer comentarios de borrico sobre las camisas rosadas de Greg Norman mientras Norman está en el campo haciendo historia en el golf. ¡Hablamos acerca del fin de tu carrera profesional! No he oído nada de que subieras a la cabina sólo cuando no pases el corte, como hace Niklaus, y los otros grandes jugadores. Ellos hablan acerca de tenerte la jornada completa. En el puesto de comentaristas, Dallie… no dentro del campo de golf.

Era uno de los discursos más largos que Dallie había oído jamás decir a Skeet, y el volumen completo de palabras lo tuvo momentáneamente groggy. Pero entonces Skeet murmuró algo entre dientes, poniendo a Dallie casi al límite de su resistencia.

Logró sujetar su genio sólo porque sabía que estas últimas temporadas su golf casi había roto el corazón de Skeet Cooper.

Esto había comenzado unos años atrás cuando iba conduciéndo tras salir de un bar en Wichita y casi había matado a un niño adolescente que montaba una bici de diez velocidades. Había dejado de tomar productos farmacéuticos ilegales a finales de los setenta, pero había seguido su amistad con la cerveza hasta aquella noche.

El muchacho acabó con nada más grave que una costilla rota, y la policia había sido más benevolente con Dallie que lo que se merecía, pero le había impresionado tanto que había dejado la bebida directamente después. No había sido fácil, lo que decía justamente cuanto había llegado a significar la bebida para él.

Quizá nunca pasaría el corte en el Masters o no se llevaría el trofeo del U.S. Classic, pero se sentiría maldito si mataba a un niño porque había bebido demasiado.

Para su sorpresa, dejando la bebida había mejorado inmediatamente su juego, y un mes después había quedado tercero en el Bob Hope, directamente ante las cámaras de televisión. Skeet era tan feliz que casi lloró.

Aquella noche Dallie lo había oído por casualidad hablando con Holly Grace por teléfono.

– Sabía que podría hacerlo -decía Skeet-. Sólo mira. Es así, Holly Grace. Él va a ser uno de los grandes. Todo le saldrá bordado a nuestro muchacho ahora.

Pero no le salió, no exactamente. Y eso era lo que le rompía el corazón a Skeet. Un par de veces cada temporada Dallie quedaba segundo o tercero en uno de los Torneos mayores, pero se había hecho bastante obvio para los dos que, con treinta y siete, sus mejores años ya se habían ido y nunca ganaría un campeonato grande.

– Tú tienes habilidad -dijo Skeet, mirando fijamente por la ventana del taxi-. Tienes habilidad y tienes talento, pero algo dentro de tí te impide ser un verdadero campeón. Sólo que te juro que no sé lo que es.

Dallie lo sabía, pero no lo dijo.

– Ahora escuchame, Skeet Cooper. Todos entienden que ver el golf por televisión es casi tan interesante como mirar a alguien dormir. Estos de Network están dispuestos a pagarme un dinero espectacular por animar un poco sus retrasmisiones, y yo no veo ninguna necesidad de tirarles su generosidad a la cara.

– Estos de Network llevan colonia cara -se quejó Skeet, como si eso lo dijera todo. -¿Y desde cuándo te has vuelto tan preocupado por el dinero?

– Desde que miré el calendario y vi que tenía treinta y siete años, desde entonces -Dallie se inclinó hacía adelante y bruscamente golpeó sobre el cristal de separación con el conductor-. ¡Eh!, usted! Páreme en la siguiente esquina.

– ¿Dónde piensas que vas?

– A ver a Holly Grace, ahí voy. Y voy solo.

– No te servirá de nada. Ella dirá lo misma que yo, que te estás vendiendo.

Dallie abrió la puerta de todos modos y saltó delante de Cartier. El taxi arrancó, y él dio un paso directamente en un montón de mierda de perro.

Esto le estaba muy bien empleado, pensó, por comer un almuerzo que costaba más que el presupuesto anual de la mayor parte de las naciones del Tercer Mundo.

Sin prestar atención a las miradas de varias transeuntes, comenzó a raspar la suela de sus exclusivos zapatos en el bordillo. Fue entonces cuando El Oso pasó detrás de él, justo allí en pleno centro de la ciudad. Ya puedes firmar mientras todavía te quieran, dijo El Oso. ¿Cuánto más vas a alargar esta broma?

No estoy de broma. Dallie comenzó a andar por la Quinta Avenida, dirigiéndose hacia el apartamento de Holly Grace.

El Oso se quedó con él, sacudiendo su gran cabeza rubia con repugnancia. ¿Pensaste que dejar la bebida te garantizaba hacer unos eagles por hoyo, no muchacho? Pensaste que sería así de simple. ¿Por qué no le dices al viejo Skeet qué es realmente lo que te contiene? ¿Por qué no le dices simplemente que no tienes las suficientes agallas para ser campeón?

Dallie aceleró el paso, haciendo todo lo posible para perder a El Oso entre la muchedumbre. Pero El Oso era tenaz. Le llevaba siguiendo demasiado tiempo, y no iba a abandonar ahora.

Holly Grace vivía en la Torre de Museo, los apartamentos de lujo construidos encima del Museo de Arte Moderno, que hacía que pusiera en sus tarjetas de visita que dormía encima de las obras de los mejores pintores del mundo.

El portero reconoció a Dallie y le permitió entrar al apartamento a esperarla. Dallie no había visto a Holly Grace durante varios meses, aunque hablaban por teléfono con frecuencia y no les sucedía nada que no hubieran discutido con el otro.

El apartamento no era del estilo de Dallie, con demasiados muebles blancos, con las sillas de forma libre que no encajaban con su cuerpo larguirucho, y alguna obra de arte abstracto que le recordaba una charca verde.

Se quitó el abrigo y la corbata, y puso la cinta Born in the USA en un radiocassette que había encima de una mesita que parecía diseñada para sostener el equipo de un dentista. Rebobinó hacía adelante hasta "Darlington County," que, en su opinión, era una de las diez mejores canciones americanas alguna vez escritas. Mientras el Boss cantaba acerca de sus aventuras con Wayne, Dallie deambulaba por la espaciosa sala de estar, finalmente parándose delante del piano de Holly Grace.

Desde la última vez que había estado allí, ella había agregado un grupo de fotografías en marcos de plata a la colección de pisapapeles de cristal que siempre estaban encima del piano. Vió varias fotos de Holly Grace y su madre, un par de fotos de él, algunas fotos de los dos juntos, y una fotografía de Danny que habían tomado en Sears en 1969.

Los dedos de Dallie apretaron el borde del marco cuando lo recogió. La cara redonda de Danny miraba hacia atrás, con los ojos muy abiertos y sonriendo, una burbuja diminuta de baba sobre el interior de su labio inferior. Si Danny viviera, tendría dieciocho años ahora. Dallie no podía imaginárselo.

No podía imaginarse a Danny con dieciocho años, tan alto como él mismo, rubio y ágil, tan guapo como su madre. En su mente, Danny siempre sería un niño que corría hacia su padre de veinte años con un pañal cargado alrededor de sus rodillas y sus bracitos rechonchos extendidos con confianza perfecta.

Dallie dejó en su sitio la fotografía y apartó la mirada. Después de todos estos años, el dolor estaba todavía allí… no tan devastador, tal vez, pero todavía seguía allí.

Se distrajo estudiando una fotografía de Francesca que llevaba unos pantalones cortos rojo brillantes y se reía raviosamente a la cámara.

Estaba subida encima de una roca grande, apartando el pelo de su cara con una mano y sujetando a un bebé gordinflón entre sus piernas con la otra. Sonrió. Parecía feliz en la foto. Ese tiempo con Francesca fue un tiempo bueno en su vida, parecido a vivir dentro de un chiste privado. Todavía, le provocaba reír.

¿Quien habría pensado alguna vez que la señorita Pantalones de Lujo resultaría tener tal éxito? Lo había conseguido sola, también… él conocía eso por Holly Grace. Había criado a un bebé sin nadie para ayudarla e hizo una carrera para ella.

Desde luego, él había visto algo especial en ella diez años antes… una batalladora, la manera que tenía de ir por la vida derecha a por lo que quería, sin pensar en las consecuencias. Por una fracción de segundo destelló en su mente que Francesca había llegado a la meta mientras él seguía parado en el arcén.

La idea no lo complació, y volvió a rebobinar la cinta de Springsteen para distraerse. Entró en la cocina y abrió el refrigerador, evitando las Miller Lite de Holly Grace sacó un Dr.Pepper. Él siempre había apreciado el hecho que Francesca fuera honesta con Holly Grace sobre el bebé de ella.

Había sido natural para él preguntarse si el bebé no pudiera ser suyo, y Francesca seguramente podría haber pasado el niño del viejo Nicky por suyo sin demasiados problemas. Pero no lo había hecho, y la admiraba por ello.

Quitándo la tapa de la botella de Dr. Pepper, anduvo atrás al piano y miró alrededor buscando otra foto del hijo de Francesca, pero sólo encontró esa. Le molestaba el hecho que siempre que el niño era mencionado en un artículo sobre Francesca, siempre era identificado como el producto de un temprano matrimonio infeliz y que Francesca había rechazado dar el apellido del padre al niño.

Por lo que Dallie sabía, él, Holly Grace, y Skeet eran las únicas personas que sabían que ese matrimonio nunca había existido, pero todos ellos tenían bastante respeto por lo que Francesca había conseguido para mantener sus bocas cerradas.

La amistad inesperada que se había desarrollado entre Holly Grace y Francesca le parecía a Dallie una de las relaciones más interesantes de la vida, y él había mencionado a Holly Grace más de una vez que le gustaría pasar un tiempo con ellas para verlas juntas.

– No puedo imaginarlo -le dijo una vez-. Todo lo que puedo ver es a tí hablando del último partido de los Cowboys mientras Francie habla sobre sus zapatos Gucci y se admira en el espejo.

– Ella no es así, Dallie. Habla de muchas más cosas que de sus zapatos.

– Esto me parece irónico -contestó él -que alguien como ella esté criando a un niño. Te apuesto algo que el muchacho crecerá raro.

A Holly Grace no le había gustado aquella observación, así que había dejado de bromear, pero podía ver que estaba preocupada por lo mismo. Por eso se imaginaba que el niño sería algo afeminado.

Dallie había rebobinado Born in USA por tercera vez cuando oyó una llave en la puerta de la calle. Holly Grace le llamó:

– ¡Eh!, Dallie. El portero me ha dicho que te ha dejado entrar. Pensaba que no llegabas hasta mañana.

– Ha habido un cambio de planes. Maldita sea, Holly Grace, este lugar me recuerda a un consultorio.

Holly Grace tenía una mirada peculiar sobre su cara cuando pasó desde el pasillo, su pelo rubio sobre el cuello de su abrigo.

– Eso es exactamente lo que Francesca siempre dice. Francamente, Dallie, es como algo fantasmal. A veces los dos me dais horror.

– ¿Y eso, por qué?

Ella dejó su bolso sobre un canapé blanco de cuero.

– No vas a creer esto, pero teneis ciertas semejanzas extrañas. ¿Piensas, que tú y yo, nos parecemos a dos guisantes en una vaina, no? Somos parecidos, conversamos de lo mismo. Tenemos gustos similares en deportes, sexo y coches?.

– Dime dónde quieres llegar, porque está empezando a darme hambre.

– Ha esto quiero llegar. A Francesca y a tí no os gustan las mismas cosas. A ella le gusta la ropa, las ciudades, la gente con glamour. Su estómago se remueve si ve a alguien sudar, y su política definitivamente se hace más liberal según pasa el tiempo… tal vez porque es una inmigrante -Holly Grace apoyó una cadera al dorso del canapé y lo miró pensativamente-. Tú, por otra parte, no te preocupas mucho por el glamour, y tienes tendencias políticas mucho más conservadoras. Mirando la superficie, dos personas no podían ser más diferentes.

– Adivino que quieres llegar a algún lugar -la cinta de Springsteen había alcanzado " Darlington County " otra vez, y Dallie dio un toque del ritmo con el dedo del pie de su zapato mientras esperó que Holly Grace dijera lo que tenía en mente.

– Excepto que os pareceís en las cosas más peculiares. Lo primero que dijo cuando vio este apartamento fue que le recordaba al consultorio del médico. Y, Dallie, esa muchacha más o menos recoge todo lo que se cruza en su camino. Primero fueron gatos. Más tarde perros, lo cual es interesante pues la asustan de muerte. Finalmente, comenzó a recoger a muchachas adolescentes, de catorce, quince años, que se habían escapado de casa y se vendían en la calle.

– No bromees -dijo Dallie, finalmente había captado su interés-. Que hace con ellos una vez ella…

Pero entonces se paró cuando Holly Grace se quitó el abrigo y vió el chupetón en el cuello.

– ¡Eh!, ¿qué es eso? Esto se parece a un estúpido chupetón.

– No quiero hablar sobre ello -se encorvó para cubrir la señal y se encaminó a la cocina.

Él la siguió.

– Maldita sea, no he visto una de estas cosas en años. Recuerdo cuando puse algunos de ellos en ese mismo cuello -se apoyó en la entrada-. ¿Tienes ganas de hablar de ello?

– Sólo comenzarías a gritar.

Dallie dio un resoplido de descontento.

– Gerry Jaffe. Te estás viendo con tu viejo amante comunista de nuevo.

– Él no es un comunista -Holly Grace sacó una Miller Lite del frigorífico-. Sólo porque no estés de acuerdo con la política de alguien no significa que puedas ir por ahí llamándolo comunista. Además, no eres ni la mitad de conservador como quieres hacer creer a la gente.

– Mi tendencia política no tiene nada que ver con esto. Simplemente no quiero que te hagan daño otra vez, cariño.

Holly Grace desvió la conversación curvando la boca en una sonrisa almibarada.

– ¿Hablamos de viejos amantes, cómo Bambi? ¿Ha aprendido ya a leer las revistas sin mover los labios?

– ¡Ah!, venga, Holly Grace…

Ella lo miró con repugnancia.

– Juro por Dios que nunca me habría divorciado de tí si hubiera sabido que empezarías a salir con mujeres con nombres terminados en i.

– ¿Has terminado ya? -le molestaba que bromeara acerca de Bambi, aun cuando tenía que admitir que la muchacha había sido un punto bajo en su carrera amorosa. De todos modos Holly Grace no tenía que mofarse de eso-. Para tu información, Bambi se casa dentro de unas semanas y se marcha a Oklahoma, así que actualmente busco una sustituta.

– ¿Estás entrevistando aspirantes?

– Sólo tengo los ojos abiertos.

Oyeron una llave en la puerta y luego la voz de un niño, chillona y sin aliento, sonó desde el vestíbulo.

– ¡Eh!, Holly Grace, lo hice! ¡Subí cada escalón!

– Bien por tí -dijo distraídamente. Y luego suspiró-. Maldita sea, Francie me matará. Este es Teddy, su niño. Desde que supo que venías a Nueva York, me ha hecho prometer que no dejaría que los dos se conocieran.

Dallie se ofendió.

– No soy exactamente un maltratador infantil. ¿Qué piensa que voy a hacerle? ¿Secuéstrarlo?

– Se averguenza, es todo.

La respuesta de Holly Grace no decía a Dallie exactamente nada, pero antes de que pudiera hacerle preguntas, el muchacho irrumpió en la cocina, el pelo castaño levantado con un remolino, un pequeño agujero en la costura del hombro de su camiseta de Rambo.

– ¿Adivinas que he encontrado en la escalera? Un cerrojo realmente guay. ¿Podemos ir al Museo del Mar otra vez algún día? Está realmente ordenado y… -se calló cuando descubrió a Dallie casi a su lado, con una mano sobre la encimera, la otra levemente equilibrado sobre su cadera-. Caramba…

Su boca se abría y se cerraba como un pececito rojo.

– Teddy, éste es el auténtico Dallas Beaudine -dijo Holly Grace-. Parece ser que finalmente tienes la posibilidad de conocerlo.

Dallie sonrió al niño y ofreció su mano.

– ¡Eh!, Teddy. Me han hablado mucho de tí.

– Caramba -repitió Teddy, sus ojos abriéndose con admiración-. Ah, caramba…

Y entonces se apresuró a devolverle el apretón de manos a Dallie, pero antes de ponerla allí, se paró, preguntándose cual mano debería dar.

Dallie lo rescató agachándose y agarrando la mano derecha para una sacudida.

– Holly Grace me dice que vosotros dos sois colegas.

– Te hemos visto jugar por la tele más de un millón de veces -dijo Teddy con entusiasmo-. Holly Grace me ha estado enseñando las reglas del golf y los palos.

– Bien, eso es verdaderamente fantástico.

El muchacho seguramente no era guapo, pensó Dallie, divertido por la expresión admirada de Teddy… como si acababa de aterrizar ante la presencia de Dios. Ya que su madre era realmente hermosa, el viejo Nicky debía ser tres cuartos de feo.

Tan emocionado como para estarse quieto, Teddy cambió su peso de un pie a otro, sus ojos no se separaban de la cara de Dallie. Sus gafas se deslizaron hacia abajo por su nariz y las empujó hacía arriba, pero estaba demasiado distraído por la presencia de Dallie para prestar atención a lo que hacía, y golpeó las patillas con el pulgar. Las gafas se inclinaron hacia una oreja y se cayeron.

– ¡Eh! -dijo Dallie, inclinándose para recogerlas.

Teddy se inclinó, también. Sus cabezas se unieron cerca, la pequeña color caoba y la más grande rubia. Dallie cogió las gafas primero y se las entregó a Teddy.

Sus caras estaban separadas por menos de un centímetro. Dallie sintió el aliento de Teddy sobre su mejilla.

Sobre el estéreo en la sala de estar, el Boss cantaba acerca de estar ardiendo y un cuchillo que cortaba un valle de seis pulgadas por su alma. Y en aquel pequeño espacio de tiempo mientras el Boss cantaba sobre cuchillos y valles, todo estaba todavía bien en el mundo de Dallie Beaudine.

Y luego, en el siguiente espacio de tiempo, con el aliento de Teddy como un susurro sobre su mejilla, el fuego extendió la mano y lo agarró.

– Cristo.

Teddy miró a Dallie con ojos perplejos y luego subió sus gafas hacía su cara.

La mano de Dallie agarraba a Teddy por la muñeca, haciendo al niño estremecerse.

Holly Grace comprendió que algo andaba mal y se puso rígida al ver a Dallie mirar tan glacialmente a la cara de Teddy.

– ¿Dallie?

Pero él no la oía.

El tiempo había dejado de avanzar.

Había vuelto atrás en los años hasta que era un niño otra vez, un niño que miraba fijamente a la cara enfadada de Jaycee Beaudine.

Excepto que la cara no era grande y abrumadora, con mejillas sin afeitar y dientes apretados.

La cara era pequeña. Tan pequeña como la de un niño.


* * *

El Príncipe Stefan Marko Brancuzi había comprado su yate, Estrella del Egeo, a un jeque saudita del petroleo. Cuando Francesca dio un paso a bordo y saludó al capitán del Estrella, tenía la dificil sensación que el tiempo no había pasado y tenía nueve años otra vez, y subía a bordo del yate de Onassis, el Christina, preparada para realizar el numerito del caviar a personas vacias que tenian demasiado tiempo libre y nada que valía la pena hacer con el.

Tembló, pero esto muy bien podía haber sido una reacción a la noche húmeda de diciembre. La marta cibelina definitivamente habría sido más apropiada para el tiempo que el chal fucsia.

Un auxiliar la condujo a través del afterdeck hacia las luces acogedoras del salón. Cuando entró en el opulento espacio, Su Alteza Real, el Príncipe Stefan Marko Brancuzi, avanzó y la besó ligeramente sobre la mejilla.

Stefan tenía la mirada de pura sangre compartida por tantos rasgos de la realeza europea, una nariz aguda, una boca cincelada. Su cara habría estado prohibida si no fuera por su bendita sonrisa.

A pesar de su imagen como un príncipe playboy, Stefan tenía una manera de ser pasada de moda que Francesca encontraba atrayente. Era también un trabajador duro que había pasado los últimos veinte años convirtiendo su pequeño y atrasado país en uno moderno que rivalizaba con Mónaco en sus placeres opulentos.

Ahora necesitaba a su propia Grace Kelly para poner la guinda de sus logros, y no hacía ningún secreto del hecho que había seleccionado a Francesca para el papel.

Sus ropas eran elegantes y costosas… una chaqueta de sport sin forma de gris, pantalones de pinzas oscuros, una camisa de seda, abierta en la cuello. El tomó su mano y la condujo hacia la barra de caoba donde dos copas de Baccarat en forma de tulipán los esperaban.

– Discúlpame por no haber ido yo mismo a recogerte. Mi horario ha sido hoy bestial.

– El mío, también -dijo ella, arrebujándose en su chal-. No puedes imaginarte las ganas que tengo de marcharme con Teddy a México. Dos semanas sin hacer nada más que acariciar la arena con los pies.

Tomó la copa de champán y se sentó en uno de los taburetes de la barra. Sin querer, dejó a su mano vagar sobre el cuero suave, y otra vez su mente fue a la deriva atrás en el tiempo al Christina y a otro juego de taburetes de barra.

– ¿Por que no traes a Teddy aquí? ¿No te gustaría hacer un crucero por las islas griegas durante unas semanas?

La oferta la tentaba, pero Stefan la presionaba demasiado rápido. Además, algo dentro de ella rechazaba la idea de ver a Teddy caminar por las cubiertas del Estrella del Egeo.

– Lo siento, pero me temo que ya tengo los planes hechos. Tal vez en otro momento.

Stefan frunció el ceño, pero no la presionó. Él gesticuló hacia unos tazones de cristal tallado con diminutos huevos morenos dorados.

– ¿Caviar? Si no te gusta el osetra, pediré beluga.

– ¡No! -la exclamación fue tan aguda que Stefan le miró fijamente por la sorpresa. Ella le lanzó una sonrisa inestable-. Lo siento. No me gusta el caviar.

– Querida, pareces alterada esta noche. ¿Pasa algo malo?

– Sólo estoy un poco cansada.

Sonrió e hizo una broma. Poco después en medio de una alegre conversación entraron al comedor. Cenaron corazones de alcachofa con salsa picante de aceitunas negras y alcaparras, seguido de pollo marinado con cilantro y enebro.

Cuando la Charlotta de frambuesa llegó regada con crema inglesa de jengibre, estaba demasiado llena para comer más que unos bocados. Cuando estaba sentada a la luz de las velas y el afecto de Stefan, pensó cuanto disfrutaba.

¿Por qué simplemente no se decidía y se casaba con él? ¿Qué mujer en su sano juicio podría resistirse a la idea de ser una princesa? Para conservar su valorada independencia, trabajaba demasiado duro y pasaba mucho tiempo lejos de su hijo.

Le gustaba su carrera, pero comenzaba a comprender que quería más de la vida que liderar el ranking Nielsens. ¿De todos modos este matrimonio era lo que realmente quería?

– ¿Me escuchas, querida? Esta no es la respuesta más alentadora que alguna vez he recibido a una propuesta de matrimonio.

– Ah, querido, lo siento. Me temo que estaba soñando despierta -sonrió excusándose-. Necesito un poco más de tiempo, Stefan. Siendo sincera, no estoy segura que tengamos caracteres compatibles.

Él la miró, perplejo.

– Qué curioso lo que dices. ¿Que significa exactamente?

Ella no podía explicarle cuánto la asustaba que después de unos pocos años en su compañía, volviera a la vida que había seguido antes de ir a Estados Unidos… mirándose sin parar en los espejos y teniendo rabietas si su esmalte de uñas se astillaba. Inclinándose hacía adelante, lo besó, tomando un pellizco en el labio con sus dientes pequeños y agudos, y lo distrajeron de su pregunta.

El vino había calentado su sangre, y su solicitud astilló lejos las barreras que había construido alrededor de si misma. Su cuerpo era joven y sano. ¿Por qué ella permitía que se secara como una hoja vieja? Ella acarició sus labios con los suyos otra vez.

– ¿En vez de una oferta, que tal una proposición?

Una combinación de diversión y deseo apareció en sus ojos.

– Supongo que dependería de la clase de proposición.

Ella le dedicó una sonrisa burlona descarada.

– Llévame a tu dormitorio, y te lo mostraré.

Cogiendo su mano, él besó las puntas de sus dedos, un gesto tan cortés y elegante que bien podía haber estado conduciéndola al salón de baile. Cuando caminaban por el pasillo, se encontró envuelta en una neblina de vino y risas tan agradable que, cuando entraron en su opulento camarote, ella podría haber creído que estaba realmente enamorada si no se conociera mejor.

De todos modos esto había sido así desde hacía mucho, mucho desde que no fingía en brazos de un hombre.

Él la besó, con cuidado al principio y luego más apasionadamente, murmurando palabras extranjeras en su oído que la excitó. Sus manos se movieron para desabrocharle la ropa.

– Si sólo supieras cuanto tiempo he deseado verte desnuda -murmuró él. Bajando el corpiño de su vestido, acarició con la nariz el inicio de sus senos que se asomaban por el encaje de su sostén-. Como melocotones calientes -murmuró-. Llenos, ricos y perfumados. Voy a chupar cada gota de su dulce jugo.

Francesca encontró su discurso un poco cursi, pero su cuerpo no discriminaba como su mente y podía sentir su piel calentarse exquisitamente. Ella ahuecó la mano alrededor de su nuca y arqueó el cuello. Los húmedos labios de él bajaron, buscando el pezón por encima del encaje del sujetador.

– Aquí -dijo él, cogiéndolo con los dientes… -Ah, sí..

Sí, verdaderamente. Francesca jadeó cuando sentió la succión de la boca y la raspadura deliciosa de sus dientes.

– Mi querida, Francesca… -él chupó con más entusiasmo, y comenzó a sentir como se doblaban sus rodillas.

Y luego el teléfono sonó.

– ¡Esos imbéciles! -él maldijo en una lengua que ella no entendió-. Saben que no debo ser molestado aquí.

Pero el encanto se había roto, y se puso rígida. De repente se sintió avergonzada de estar a punto de tener sexo con un hombre que sólo le gustaba un poquito.

¿Que estaba equivocado en ella que no podía enamorarse de él? ¿Por qué todavía tenía que hacer una cosa tan grande del sexo?

El teléfono siguió sonando. Él lo cogió y ladró al receptor, escuchando un momento, luego se lo entregó, obviamente irritado.

– Es para tí. Una emergencia.

Ella soltó un juramento puramente anglosajón, determinada a tener la cabellera de Nathan Hurd por esto. Por ningún asunto del programa, su productor tenía derecho a interrumpirla esta noche.

– Nathan, voy a… -Stefan golpeó con una pesada licorera de brandy de cristal sobre una bandeja, y se tuvo que tapar el otro oido-. ¿Qué? No puedo enterarme.

– Soy Holly Grace, Francie.

Francesca inmediatamente se sintió alarmada.

– ¿Holly Grace, estás bien?

– Realmente no. Si no estás sentada, más vale que lo hagas.

Francesca se sentó en el borde de la cama, la aprehensión creciendo dentro de ella ante el sonido extraña de la voz de Holly Grace.

– ¿Qué pasa? -exigió-. ¿Estás enferma? ¿Algo pasó con Gerry?

El enfado de Stefan se calmó cuando oyó el tono preocupado de su voz, y fue a su lado.

– No, Francie, nada de eso -Holly Grace hizo una pausa-. Es Teddy.

– ¿Teddy? -un escalofrío de miedo subió por su cuerpo, y su corazón comenzó a correr.

Las palabras de Holly Grace salieron con prisa.

– Él desapareció. Esta noche, no mucho después de llevarlo a tu casa.

Un terror crudo se extendió por el cuerpo de Francesca con tal intensidad que todos sus sentidos parecieron sufrir un cortocircuito. Una serie inmediata de feas imágenes pasaron por su mente de los programas que había hecho, y se sintió rozando sobre el borde de la consciencia.

– Francie -continuó Holly Grace-. Creo que Dallie se lo ha llevado.

Su primer sentimiento fue una oleada entumecida de alivio. Las visiones oscuras de una oscura tumba y un cuerpo pequeño mutilado retrocedieron; pero entonces otras visiones comenzaron a aparecer y apenas pudo respirar.

– Ah, Dios, Francie, lo siento -las palabras de Holly Grace cayeron una sobre otra-. No sé exactamente que pasó. Ellos se encontraron por casualidad en mi apartamento hoy, y luego Dallie se presentó en tu casa aproximadamente una hora después de que yo dejara a Teddy y le dijo a Consuelo que iba a recoger a Teddy para pasar la noche conmigo. Ella sabía quién era, desde luego, así que no pensó nada raro. Le pidió que le preparara una maleta y desde entonces nadie sabe nada de ellos. Le he llamado a todas partes. Dallie a dejado su hotel, y Skeet no sabe nada. Los dos, como se suponía, iban a Florida esta semana para un torneo.

Francesca se sintió enferma.

¿Por qué Dallie se llevaría a Teddy? Sólo podía pensar en una razón, pero era imposible. Nadie sabía la verdad; ella nunca había hablado. De todos modos no podía pensar en otra razón.

Una rabia amarga se instaló dentro de ella. ¿Cómo podía hacer él algo tan barbáro?

– ¿Francie, estás todavía ahí?

– Sí -susurró.

– Tengo que preguntarte algo -hubo otra larga pausa, y Francesca se reforzó porque sabía lo que iba a venir-. Francie, tengo que preguntarte por qué Dallie haría algo así. Algo raro pasó cuando él vio a Teddy. ¿Qué pasa?

– Yo…no sé.

– Francie…

– ¡No sé, Holly Grace! No sé -su voz se ablandó-.Tú lo conoces mejor que nadie. ¿Hay alguna posibilidad que Dallie haga daño a Teddy?

– Desde luego que no -y luego vaciló-. No físicamente de todos modos. No puedo decir que podría hacerle psicológicamente, ya que tú no me dirás de que va todo esto.

– Voy a colgar ahora e intentar conseguir un avión a Nueva York esta noche -Francesca intentó parecer enérgica y eficiente, pero su voz temblaba-. ¿Me llamarás en cuanto sepas algo de dónde se encuentra Dallie? Pero ten mucho cuidado dónde hablas. Y dónde vas, que no se entere ningún periodista. Por favor, Holly Grace, no quiero a Teddy convertido en un monstruo de atracción secundaria. Estaré allí tan pronto como pueda.

– Francie, tienes que decirme que pasa.

– Holly Grace, te quiero… realmente.

Y luego colgó.

Cuando Francesca volaba a través de Atlántico esa noche, miraba fijamente con expresión ausente a la oscuridad impenetrable fuera de la ventana. El miedo y la culpa la devoraban.

Esto era todo culpa suya. Si estuviera en casa, hubiera impedido que pasara. ¿Qué tipo de madre era que siempre dejaba a su niño al cuidado de otra gente? Todos los diablos de culpa de una madre se enterraron en su carne.

¿Y si algo terrible pasaba? Ella intentó convencerse que cualquier cosa que Dallie hubiera descubierto, él nunca haría daño a Teddy al menos el Dallie que ella conocía de hace diez años no lo haría. Pero entonces recordó los programas que ella había hecho sobre antiguos esposos que secuestraban a sus propios niños y desaparecían con ellos durante años.

¿Seguramente alguien con una carrera tan pública como Dallie no podía hacer eso… o sí podría? Otra vez, intentó desenredar el rompecabezas de como Dallie había descubierto que Teddy era su hijo, que era la única explicación que podía encontrar para el rapto, pero la respuesta se le escapaba.

¿Dónde estaba Teddy ahora mismo? ¿Estaría asustado? ¿Qué le había dicho Dallie? Ella había oído bastantes historias de Holly Grace para saber que cuando Dallie estaba enfadado, era imprevisible, incluso peligroso.

Pero no importaba cuanto podía haber cambiado en estos años, no podía creer que él hiciera daño a un niño.

Que podía hacerle a ella, sin embargo, era otro asunto.

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