3. El verdadero nombre del Sol

¿Qué era lo que producía las mareas a lo largo de esta costa, la gran pleamar y bajamar diurnas de cuatro metros y medio a quince metros de agua? Ninguno de los Mayores de la Ciudad de Tevar podía responder a esa pregunta. Cualquier niño de Landin lo habría sabido contestar: era la luna la que producía las mareas, la atracción de la Luna…

Y la Luna y la Tierra se circunvalaban entre sí, una rotación majestuosa que tardaba cuatrocientos días en completarse, una fase lunar. Aquella especie de doble planeta giraba alrededor del sol, en una grande y solemne danza rotatoria en medio de la nada. Sesenta fases lunares duraba aquella danza, veinticuatro mil días, la vida de una persona, un año. Y el nombre del centro y sol, el nombre del sol de Eltanin, era Gamma Draconis.

Antes de penetrar por debajo de las ramas grises del bosque. Jakob Agat alzó la mirada hacia el sol que se hundía entre una colina por encima de la cordillera occidental, y en su pensamiento lo llamó por su verdadero nombre, cuyo significado era que no se trataba simplemente del Sol, sino de un sol: una estrella entre las estrellas.

La voz de una niña que jugaba sonó tras él en las laderas de la colina de Tevar, recordándole las caras de befa que le habían mirado de reojo, los murmullos burlones que ocultaban el temor, los gritos a su espalda:

—¡Ha venido un lejosnato! ¡Venid a mirarlo!

Agat, solo bajo los árboles, caminó más deprisa, tratando de alejarse de la humillación. Había sido humillado entre las tiendas de Tevar, y al sentirse aislado también había sufrido. Como había vivido durante toda su vida en una pequeña comunidad de los de su propia especie, de quienes conocía todos los nombres, caras y corazones, era difícil para él encararse con los forasteros. En especial con los forasteros hostiles de especies diferentes, y sobre todo si eran numerosos y estaban en su propio terreno. Sintió ahora el temor y la humillación con tal fuerza, que por un momento dejó de andar.

«¡Maldita sea si vuelvo a ir allí! —penso—. ¡Que ese viejo loco haga lo que quiera y siga sentado ahumándose en su tienda apestosa hasta que los gaales lleguen! ¡Ignorante, fanático, pendenciero, cara pálida, bárbaros de ojos amarillos, hilfos de cabeza de alcornoque! ¡Que se vayan todos a la porra!»

—¿Alterra?

La chica le había seguido, y se había detenido en el sendero a unos metros de él, su mano sobre el tronco estriado de un árbol basuk. Sus ojos amarillos le brillaban por la excitación y la burla en la blancura de su cara. Agat siguió sin moverse.

— ¿Alterra? — volvio a decir ella con su voz clara y dulce, mirando hacia un lado.

—¿Qué quieres?

Ella retrocedió un poco.

—Soy Rolery —contestó—. La chica de la arena…

—Ya sé quién eres. Y ¿sabes quién soy yo? Soy un falsohombre, un lejosnato. Si los de tu tribu te ven conmigo me castrarán o te violarán en una ceremonia. No sé cuáles son vuestras reglas. Y ahora, ¡vete a casa!

—Mi gente no me hará eso. Y además hay parentesco entre tú y yo —repuso ella, con testarudez aunque con incertidumbre.

Él se volvió para irse.

—La hermana de su madre murió en una de nuestras tiendas…

—Para vergüenza nuestra —replicó él, y prosiguió su camino. Rolery no lo siguió.

Él se detuvo y miró hacia atrás cuando tomó el ramal izquierdo en dirección a la loma. Nada se movía en aquel bosque moribundo, exceptuando algún piesraíz retrasado que se movía entre las hojas secas, arrastrándose con su atroz obstinación vegetal en dirección sur, dejando la tenue huella de su rastro tras él.

El orgullo racial le impedía sentir vergüenza por tratar así a una chica, y la verdad es que sintió alivio y tuvo confianza de nuevo. Tendría que acostumbrarse a los insultos de los hilfos, y no hacer caso de su fanatismo. Ellos no podían evitarlo; era su propia clase de obstinación, su modo de ser. El viejo jefe, a pesar de sus pocas luces, se había mostrado cortés y paciente. Él. Jakob Agat debía de ser igualmente paciente, e igualmente obstinado. Porque la suerte de su pueblo, la vida de los seres humanos en este mundo, dependía de lo que estas tribus de hilfos hicieran o no hicieran en los siguientes treinta días. Antes de que la luna creciente apareciera, la historia de una raza durante seiscientas fases lunares, diez años, veinte generaciones, la larga lucha, el largo esfuerzo tenaz podría llegar a su fin. A menos que él tuviera éxito y fuese paciente.

Árboles enormes, secos y sin hojas, con sus ramas podridas, se elevaban tanto en grupos como aislados por estas colinas, con sus raíces marchitas en la tierra. Pronto se desplomarían bajo los vendavales de viento del norte, para caer bajo la escarcha y la nieve durante miles de días y noches, para pudrirse en los largos deshielos de Primavera, enriqueciendo con su vasta muerte la tierra donde, a gran profundidad, durmientes, sus semillas estaban ahora enterradas. Paciencia, paciencia…

Con el viento soplando descendió por las brillantes calles de piedra de Landin hasta la Plaza, y pasando junto a los colegiales que hacían sus ejercicios en la arena, penetró en el edificio con pórticos y torre que conservaba su antiguo nombre: la Sala de la Liga.

Como los otros edificios que rodeaban la Plaza, había sido construido hacía cinco años cuando Landin era la capital de una pequeña nación floreciente y fuerte, la época del poderío. Todo el primer piso era una espaciosa sala de reuniones. Alrededor de sus grises muros había grandes y delicados dibujos revestidos de oro. En la pared oriental un sol estilizado rodeado por nueve planetas daba frente al dibujo de la pared occidental de siete planetas con elipses muy largas rodeando a su sol. El tercer planeta de cada sistema era doble y engastado con cristal. Sobre la puerta del extremo opuesto, esferas con manecillas frágiles y ornadas señalaban que éste era el día 391 de la cuadragésimo quinta fase lunar del Décimo Año Local de la Colonia en Gamma Draconis III. También señalaban que era el segundo día del año 1405 de la Liga de Todos los Mundos, y que era el doce de agosto en el lejano planeta-patria.

La mayoría de las personas dudaba que siguiera habiendo una Liga de Todos los Mundos, y había pocos paradojicalistas a los que les gustara preguntarse si es que de verdad había habido alguna vez un planeta-patria. Pero los relojes, tanto en esta Gran Asamblea, como en la Sala del Archivo que estaba en el sótano, que habían sido mantenidos en funcionamiento durante seiscientos Años Liga, parecían indicar por su origen y constancia que había habido una Liga y que aún había un planeta-patria, la cuna de la raza humana, Y ellos seguían señalando pacientemente las horas de un planeta perdido en el abismo de la oscuridad y los años. Paciencia, paciencia…

Los otros alterranos lo estaban esperando arriba en la biblioteca o vendrían pronto, reuniéndose en torno al fuego encendido en el suelo y aumentado con maderas acarreadas por el oleaje. Seiko y Alla Pasfal abrieron las espitas de gas y las encendieron manteniendo la llama baja. Aunque Sagat no había dicho nada en absoluto, su amigo Huru Pilotson, que se había acercado al fuego y estaba de pie junto a él, le dijo:

—No te dejes desanimar por ellos, Jakob. Son un hatajo de nómadas estúpidos y tozudos, nunca aprenderán.

—-¿He transmitido algo?

—No, claro que no.

Huru soltó una risita. Era un individuo vivaz, pequeño y tímido, muy devoto de Jakob Agat. Que él era homosexual y Agat no, era un hecho bien conocido de ambos, para todos los que les rodeaban, para todos los habitantes de Landin. Porque en Landin todo el mundo sabía todo, y aunque fuera fatigoso y difícil, la comprensión era la única solución posible a este problema de sobrecomunicación.

—Tú esperabas conseguir mucho cuando saliste de aquí, eso es todo —siguió Huru—. Tu decepción lo demuestra. Pero no dejes que te quiten los ánimos, Jakob. No son más que hilfos.

Al ver que los otros estaban escuchando, Agat dijo en voz alta:

— Expliqué al anciano lo que yo había planeado; y él me contesto que se lo explicaría a su Consejo. Lo que no sé es hasta qué punto comprendió y cuánto creyó.

— Si te escuchó ya es algo mas de lo que yo había esperado —dijo Alla Pasfal, que era angulosa y frágil, y tenía una piel azul negruzca, y un pelo blanco que remataba su rostro demacrado—. Yo he conocido a Wold desde que tengo uso de razón, Y no esperaba de él que acogiera bien al que le hablara de guerras y cambios.

—Pero debería de estar bien dispuesto. Una vez; se casó con una humana — manifestó Dermat.

—Sí, mi prima Arilia, la tía de Jacob, la exótica en el zoo femenino de Wold. Recuerdo cuando la cortejaba —dijo Alla Pasfal con tan amargo sarcasmo que Dermat perdió los ánimos.

—¿No tomó ninguna decisión de ayudarnos? ¡No le explicaste tu plan de ir hasta la frontera para hacer frente a los Gales! —balbuceó Jonkendy Li, de modo apresurado y con cara desilusionada.

Era muy joven, y había sonado con una buena guerra con marchas y trompetas, como las que habían tenido todos los mayores. Quedarse aquí significaba morirse de hambre o quemado vivo.

—Démosles tiempo. Ya decidirán —respondió Agat gravemente al muchacho.

—¿Cómo te recibió Wold? —le pregunto Seiko Esmit.

Ella era la ultima de una gran familia. Sólo los hijos del primer dirigente de la Colonia habían llevado aquel apellido de Esmit. Y con ella el apellido moriría. Era de la misma edad de Agat, una mujer hermosa y delicada, nerviosa, rencorosa, reprimida. Cuando los alterranos se reunían, ella tenia siempre la mirada fija en Agat. No importaba quién hablara, ella miraba a Agat.

—Me recibió como un igual.

Alla Pasfal asintió con gesto de aprobación y dijo:

—El siempre tuvo mas sentido común que el resto de los varones de su raza.

Pero Seiko prosiguió:

—¿Y qué nos dices de los otros? ¿Pudiste cruzar tranquilo por su campamento?

Seiko podía siempre escarbar en su humillación por muy enterrada y olvidada que él la tuviera. Su prima décima, su hermana-compañera de juegos-amante-amiga, percibía inmediatamente cualquier debilidad, cualquier dolor que sintiera él, y su simpatía y compasión se cerraban sobre él como una trampa. Estaban demasiado próximos. Demasiado cerca. Huru, la anciana Alla, Seiko y todos ellos. El aislamiento que lo había enervado hoy le había dado también un atisbo de distancia, de soledad, había quizá despertado en él un anhelo. Seiko se lo quedó mirando, observándolo con sus ojos límpidos, suaves y oscuros, sensibles a los estados de ánimo y las palabras de él. La chica hilfa, Rolery, nunca le había mirado a la cara, nunca había hecho frente a su mirada. Siempre apartaba los ojos, sus ojos dorados y extraños.

—No me detuvieron —respondió a Seiko brevemente—. Bueno, mañana puede que ellos decidan algo sobre nuestra sugerencia. O al día siguiente. ¿Cómo ha ido esta tarde el aprovisionamiento del Rimero?

La conversación derivó hacia temas generales, aunque tendía siempre a centrarse en torno y a referirse a Jakob Agat. Él era más joven que varios de ellos, y aunque diez alterranos eran elegidos como iguales para ocupar durante diez años sus cargos en el consejo, él era de modo claro y reconocido su dirigente, su centro. No es que hubiera ninguna razón especial visible para ello, excepto el vigor con que se movía y hablaba, su aire de autoridad, cuyos efectos sobre él eran una cierta tensión y gravedad, resultados de la pesada carga de responsabilidad que había llevado durante tanto tiempo, y que cada día era más excesiva.

—Cometí un desliz —dijo a Pilotson, mientras que Seiko y las otras mujeres del consejo preparaban y servían una infusión de hojas de basuk, llamada ti, en las tacitas ceremoniales.

—Puse tanto interés en convencer a aquel viejo de que los gaales son realmente un peligro, que creo que transmití por un momento. No de modo verbal; pero él pareció como si hubiera visto un fantasma.

—Tienes un sentido de la proyección muy poderoso, y te controlas mal cuando estas bajo tensión. Probablemente él vio un fantasma.

—Hemos estado sin contacto con los hilfos tanto tiempo, hemos vivido tanto para nosotros mismos, estamos tan aislados que no puedo fiarme de mi control. Primero dirigí la palabra a aquella chica allá en la playa, luego me proyecte hacia Wold, dirán que somos brujos si esto sigue, como lo dijeron en los primeros años… Y hemos de lograr que confíen en nosotros. ¡En tan breve tiempo! ¡Si hubiéramos previsto lo peligrosos que son ahora los gaales!

—Bueno —comentó Pilotson en su estilo prudente—, como ya no hay mas asentamientos humanos a lo largo de la costa, demos gracias a tu previsión al enviar exploradores al norte, que nos han informado de antemano. A tu salud, Seiko —añadió, aceptando la humeante tacita que ella le entregó.

Agat tomó la última tacita de la bandeja, y se bebió su contenido de un trago, El ti recién hecho producía una ligera sensación estimulante. Él sintió un vivido calorcillo astringente en la garganta y se dio cuenta de la intensa mirada de Seiko, de la gran sala desnuda iluminada, del crepúsculo fuera de las ventanas. La taza que tenía en sus manos, de porcelana azul, era muy antigua, un trabajo del Quinto Año. Los libros impresos a mano guardados en cajas situadas bajo las ventanas eran también de gran antigüedad. Todos sus lujos, todo lo que los hacia civilizados, todo lo que les mantenía alterranos era antiguo. En vida de Agat, y mucho antes, no había habido energía ni ocio para esas afirmaciones sutiles y complejas de la habilidad y el espíritu del hombre. Ahora se limitaban a conservar y a perdurar.

Año tras año, al menos durante diez generaciones, su número había ido disminuyendo; muy gradualmente, pero cada vez nacían menos niños. Ellos quedaron cercenados y al mismo tiempo en desventaja. Los viejos sueños de dominación fueron olvidados definitivamente. Volvieron (si los Inviernos y las hostiles tribus hilfas no se aprovecharon de su debilidad primero) al viejo centro, la primera colonia, Landin. No enseñaron a sus hijos nada nuevo, sino los viejos conocimientos y las antiguas maneras. Vivieron cada vez más humildemente, y llegaron a valorar lo sencillo sobre lo complicado, la calma sobre la emulación, el valor sobre el éxito. Se retiraban.

Agat, mirando fijamente a la tacita que tenía en su mano, vio en su clara transparencia la perfecta habilidad de su hechura y la fragilidad de su sustancia, una especie de epítome del espíritu de su pueblo. Fuera de las altas ventanas el aire tenía el mismo azul translúcido. Pero era frío: un crepúsculo azul, inmenso y frió. Agat evocó de nuevo el viejo terror de su infancia, el terror que, conforme él se volvió adulto, razonó así: este mundo en el que él había nacido, en el cual su padre y antepasados habían nacido durante veintitrés generaciones, no era su patria ni su hogar. Su especie era aquí extraña. Y en su interior ellos se daban cuenta de eso. Ellos eran los lejosnatos. Y poco a poco, con mayestática lentitud, con la obstinación vegetal del proceso de evolución, este mundo los estaba matando, rechazaba el injerto.

Ellos eran quizá demasiado sumisos a este proceso, tenían demasiadas ganas de extinguirse. Pero no tenían ni el conocimiento ni la habilidad para combatir la esterilidad y los abortos prematuros que reducían sus generaciones. Porque no toda la sabiduría estaba escrita en los Libros de la Liga, y día a día, y año a año, siempre se perdían algunos conocimientos, suplantados por ese poco de información mucho más útil inmediatamente y que concernía a la resistencia aquí y ahora. Y al final, habían llegado a no comprender mucho de lo que los libros les decían. ¿Qué quedaba en verdadera de su herencia? Si alguna vez la nave de que hablaban las viejas esperanzas y relatos descendía envuelta en fuego de las estrellas, los hombres que bajaran de ella ¿sabrían que ellos eran también hombres?

Pero ninguna nave había venido, ni vendría. Ellos morirían; su presencia aquí, su largo exilio y lucha en este mundo acabaría, roto como un pedazo de arcilla.

Soltó la tacita con mucho cuidado sobre la bandeja, y se secó el sudor de su frente. Seiko le estaba mirando. El se apartó de ella bruscamente y empezó a escuchar a Jonkendy, Dermat y Pilotson. Entre aquel débil alud de presentimientos él había recordado brevemente, ajena al asunto y, sin embargo, pareciendo ser a la vez una explicación y un signo, a la ligera, ágil y asustada figura de aquella chica, Rolery, que le tendía su mano desde las piedras oscuras asediadas por el mar.

Загрузка...