Capítulo VIII



Angela Sutcliffe

—¿Veamos, es usted un amigo, o un poli curioso? Necesito saberlo.

Los ojos de la señorita Sutcliffe brillaron burlones mientras hablaba. Estaba sentada con las piernas cruzadas y el señor Satterthwaite admiraba la perfección de los pies muy bien calzados y los tobillos delicados. La señorita Sutcliffe era una mujer encantadora que nunca se tomaba nada en serio.

—¿Es esa una duda justa? —replicó Satterthwaite.

—¡Claro que sí! ¿Ha venido usted a ver una cara bonita, como dicen los franceses tan encantadoramente, o para sonsacarme lo que sepa de esos crímenes?

—¿Puede dudar de que la primera alternativa sea la acertada? —preguntó Satterthwaite, inclinándose galante.

—Puedo y debo —contestó la actriz con energía—. Usted es una de esas personas que parecen pacíficas, pero, en realidad, les gusta la sangre.

—¡No, no!

—¡Sí, sí! Lo único que no tengo claro es si es un insulto o una cortesía ser considerada una posible asesina. Creo que es más bien un cumplido.

Inclinó la cabeza hacia un lado y sonrió con aquella sonrisa hechicera que nunca fallaba.

Satterthwaite se dijo: ¡Qué criatura más adorable!

—Admito, mi querida señora, que la muerte de sir Bartholomew Strange me ha interesado mucho. Como sin duda debe recordar usted, hace un tiempo me vi involucrado en otro caso muy semejante.

Se detuvo, quizá con la esperanza de que ella estuviese al corriente de sus actividades, pero la actriz solo preguntó:

—Dígame una cosa. ¿Hay algo de verdad en lo que dijo aquella chica?

—¿Qué chica y qué dijo?

—La joven Lytton Gore. Esa que está tan chiflada por Charles. (Vaya sinvergüenza ese Charles, seguro que lo consigue.) Según ella, aquel simpático viejecito de Cornualles también fue asesinado.

—¿Usted qué cree?

—Bien, sucedió exactamente del mismo modo. Parece una muchacha muy inteligente. Ahora, dígame: ¿va en serio Charles con ella?

—Estoy seguro de que su punto de vista en este asunto tendrá mucho más valor que el mío.

—Es usted la discreción personificada —exclamó la señorita Sutcliffe—. Yo, en cambio, soy muy indiscreta —Le echó una mirada de reojo—. Conozco muy bien a Charles. Es decir, conozco a los hombres. Charles presenta todos los síntomas de estar sentando la cabeza. Se le ve muy virtuoso. Parece dispuesto a formar una familia en un tiempo récord. ¡Qué aburridos se vuelven los hombres cuando deciden ser formales! Pierden todo su atractivo.

—Muchas veces me he preguntado por qué no se habrá casado sir Charles.

—Nunca ha demostrado el menor deseo de casarse. No es un hombre adecuado para el matrimonio. Pero, en cambio, es encantador —suspiró. Un leve temblor agitó sus párpados mientras miraba al señor Satterthwaite—. Hubo un tiempo en que él y yo... ¿Para qué negar lo que todo el mundo sabe? Aquello, mientras duró, fue muy hermoso. A pesar de todo, somos muy buenos amigos. Supongo que es por eso por lo que la muchacha me mira tan fríamente. Sospecha que todavía siento cierta tendresse por Charles. ¿La siento? Quizá sí. Pero, de todos modos, todavía no he escrito mis memorias narrando todas mis intimidades, como han hecho muchas de mis amigas. Si lo hiciera, a la muchacha no le gustaría. Se asustaría. Las jóvenes modernas se asustan con facilidad. En cambio, su madre no se asustaría. No se puede asustar a una mujer de la época victoriana. Dicen muy poco, pero siempre piensan lo peor.

—Creo que tiene usted razón al sospechar que Egg desconfía de usted.

La señorita Sutcliffe frunció el entrecejo.

—No estoy muy segura de no sentir celos por ella. Las mujeres somos como las gatas: siempre con las uñas dispuestas. Miau, miau —Se echó a reír—. ¿Por qué no viene Charles y me explica todo este asunto? Sería demasiado bonito. ¡A lo mejor ese hombre me cree culpable! ¿Me cree usted culpable, señor Satterthwaite?

Se levantó y, extendiendo una mano, recitó:

—«Todos los perfumes de Arabia no purificarían estas manos...». —Se interrumpió—. No, no soy lady Macbeth, lo mío es la comedia.

—No hay ningún motivo para creerla a usted culpable.

—Es verdad. Bartholomew me caía bien. Éramos amigos. No tenía ninguna razón para desear su muerte. Precisamente porque éramos amigos, me gustaría tomar parte activa en la persecución del asesino. Dígame si puedo ayudarles en algo.

—Supongo que no habrá usted oído o visto nada que resulte de utilidad.

—No, nada que no haya contado ya a la policía. Los invitados acabábamos de llegar. El asesinato ocurrió la primera noche.

—¿Y el mayordomo?

—Apenas me fijé en él.

—¿Observó algún comportamiento peculiar por parte de los huéspedes?

—No. Claro que aquel joven... ¿cómo se llama... ? Ah, sí, Manders, apareció de improviso.

—¿Sir Bartholomew dio la sensación de estar sorprendido?

—Sí, creo que sí. Antes de sentarnos a cenar, me dijo que el tipo había inventado un nuevo método de meterse en casa ajena. «En lugar de forzar la puerta, lo que ha hecho ha sido forzar mis vallas.»

—Sir Bartholomew estaba entonces de muy buen humor, ¿verdad?

—Sí.

—¿Qué hay de ese pasadizo secreto que usted mencionó a la policía?

—Creo que se accedía por la biblioteca. Bartholomew prometió enseñármelo, pero claro, el pobre murió.

—¿Cómo fue que se lo mencionó?

—Estábamos hablando de una reciente adquisición suya, un antiguo secreter de nogal. Le pregunté si había algún cajón secreto. Es una pasión para mí. Él me contestó: «No, que yo sepa no tiene ningún cajón secreto, pero en la casa sí hay un pasadizo secreto».

—¿No nombró a una paciente suya, una tal señora de Rushbridger?

—No.

—¿Conoce un pueblo llamado Gilling, en Kent?

—¿Gilling? No, no lo conozco. ¿Por qué?

—Por si conocía de antes al señor Babbington.

—¿Quién es el señor Babbington?

—El anciano que murió, o fue asesinado, en Crow's Nest.

—¡Ah, el párroco! Ya no me acordaba de su nombre. No, hasta aquella noche nunca lo había visto. ¿Quién le dijo que le conocía?

—Alguien que está bien enterado —respondió Satterthwaite con audacia.

La señorita Sutcliffe parecía divertida.

—¡Pobre hombre! ¿Creen acaso que tenía algún lío con él? Los arcedianos son a veces unos picarones, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no lo han de ser también los párrocos? Pero yo debo dejar completamente limpio el recuerdo de ese pobre viejo asegurando que jamás lo había visto antes.

Satterthwaite tuvo que contentarse con aquella declaración.

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