Capítulo 9

Al igual que en la anterior ocasión, el ascenso desde los túneles a la pura luz pastel del nuevo día produjo el efecto de atenuar la presión en la mente de Snook, permitiéndole establecer distancia entre él y los avernianos.

Se llenó los pulmones con el aire soleado y sintió que se reponía de la curiosa pérdida de tono muscular, con características postcoitales, que había seguido a su encuentro con la criatura. El mundo, su mundo, lucía alentadoramente seguro e inmutable. Y era casi posible desechar la idea de que en unas horas otro mundo empezaría a emerger a la luz.

Era un error pensar que Averno y sus habitantes irrumpirían a la luz, se dijo, pues para ellos el sol amarillo de la Tierra no existiría. Averno seguiría cubierto por el mismo techo bajo de nubes, tan espeso que el día apenas aclaraba las tinieblas del cielo. Era un mundo líquido y brumoso, un mundo ciego, con habitáculos de piedra roja y techos empinados aferrados como moluscos a la cadena de islas ecuatoriales…

Aquel paisaje estilo Turner se reflejó con tal nitidez en la conciencia de Snook que supo al instante que procedía de Felleth. Era una evocación, un residuo de la extraña comunión mental que había enlazado fugazmente dos universos, dos realidades. Reflexionó acerca de cuántos conocimientos de Averno le habían sido implantados durante aquel momento de suprema intimidad, y cuánta información habría proporcionado él, a su vez.

— ¿Está bien, Gil? — dijo Ambrose, observando a Snook con una preocupación de propietario.

— Perfectamente — el deseo de impedir que le utilizaran como un animal de laboratorio incitó a Snook a callar su nuevo hallazgo.

— Se le veía algo… humm… meditabundo.

— Pensaba en el universo averniano. Usted ha demostrado que existe un sol antineutrínico dentro del nuestro… ¿Eso significa que ocurre lo mismo con las otras estrellas de la galaxia?

— No hay evidencias suficientes para sustentar siquiera una conjetura moderada. Existe algo denominado 'Principio de la Mediocridad' que afirma que las condiciones locales de nuestro sistema solar deben ser consideradas universales, y que si hay un sol antineutrínico en el mismo espacio que el sol, las otras estrellas de la galaxia deben poseerlos también. Pero es sólo un principio, y no tengo idea de cuál podría ser la densidad media de la materia en el universo averniano. Por lo que sabemos, podría haber apenas un puñado de soles antineutrínicos dispersos en la galaxia.

— Apenas suficientes para confeccionar una guirnalda.

— ¿Una guirnalda? — dijo Ambrose, perplejo.

— ¿Los avernianos van a morir, verdad?

Ambrose adoptó un tono admonitorio.

— No se comprometa personalmente, Gil… Es buscarse problemas.

La ironía de oír el credo de toda su vida enunciado por un extraño, y en circunstancias que habían demostrado cabalmente la validez de esa doctrina, fue demasiado para Snook. Rió secamente, simulando no advertir la mirada preocupada de Ambrose, y avanzó hacia el portón. Como había supuesto, había dos jeeps aparcados a la sombra del cobertizo, pero la guardia había sido relevada y el grupo pasó sin molestias. Casi se habían perdido de vista después de doblar una esquina del edificio cuando una botella vacía estalló en el suelo a espaldas del grupo, y los fragmentos transparentes rodaron por el polvo como insectos vidriosos. Desde uno de los jeeps un soldado soltó un burlón aullido de hiena.

— No se preocupen… He tomado nota de todos estos incidentes — dijo Ambrose—. Algunos de estos gorilas van a lamentar lo que han hecho.

Pasaron por la entrada después que Murphy entablara la obligada conversación con los guardias de seguridad, y doblaron a la izquierda por la ligera pendiente que conducía al bungalow de Snook. Las casas y barracones de madera de la pequeña comunidad minera guardaban un engañoso silencio, pero había demasiados hombres en las esquinas de las callejas. Algunos saludaban a Snook y a Murphy mientras el grupo avanzaba, pero esa misma alegría era un indicio de la tensión que se estaba acumulando en el aire.

— Me asombra que todavía haya tanta gente aquí — dijo Snook, acercándose a Murphy.

— No les queda más remedio — repuso Murphy—. Los Leopardos están patrullando todas las carreteras de salida.

Al llegar al bungalow Snook les precedió llave en mano, pero la puerta se abrió antes que él llegara, y Prudence salió con aquel aire distante, estilizado e inhumanamente perfecto. Vestía una blusa estrecha ceñida por un simple nudo, y pasó al lado de Snook — una ráfaga de senos bamboleantes, cabello rubio y perfume caro—, para salir al encuentro de Ambrose. Snook, el rostro impasible, observó celosamente cómo se besaban, pero decidió ahorrarse los comentarios.

— Un saludo conmovedor — se oyó decir, arrojando al viento la estrategia recién planeada—. Hemos debido estar ausentes algo así como dos horas — el único efecto visible de esas palabras fue que Prudence pareció acurrucarse más apretadamente contra la figura alta de Ambrose.

— Me he sentido sola — le susurró a Ambrose—, y tengo hambre. Desayunemos en el hotel.

Ambrose pareció incomodarse.

— Planeaba quedarme aquí, Prue. Hay mucho que hacer.

— ¿No puedes hacerlo en el hotel?

— No, a menos que también venga Gil. Ahora es la estrella del espectáculo.

— ¿De veras? — Prudence miró a Snook con incredulidad—. Bien, quizá…

— Gracias. Por nada del mundo iría a Kisumu con esta pinta — dijo Snook tocándose el pelo negro cortado al rape.

Murphy, Quig y Culver intercambiaron miradas.

— Podemos comer más tarde — se apresuró a decir Ambrose, arrastrando a Prudence hacia la casa—. En realidad, tenemos que celebrarlo pues… hace un rato hemos hecho historia. Espera a que oigas esto… — lleno de entusiasmo, sin dejar de hablar, condujo a Prudence hacia dentro.

Snook entró en la cocina, encendió la cafetera y se enjuagó la cara con agua fría del fregadero. El carácter doméstico del lugar obligó al mundo desesperado y gris de Averno a retroceder un poco más en sus pensamientos. Llevó una taza de café negro a la sala, donde los demás discutían el éxito del experimento. Culver y Quig estaban tendidos de través en los sillones, relajándose en posiciones extravagantes, y hablaban de los métodos para analizar los pocos sonidos de origen averniano que habían logrado grabar. Murphy estaba de pie ante una ventana, mascando cavilosamente y mirando hacia la mina.

— Hay café y ginebra — anunció Snook—. Sírvanse a gusto.

— Yo no tomaré nada — dijo Ambrose—. Hay tanto que hacer que no sé por dónde empezar. Pero tratemos de pasar la cinta de Gil — se quitó el magnetofón de pulsera, ajustó los controles e insertó el artefacto diminuto en la unidad amplificadora—. Ahora, Gil, escuche atentamente y vea si esto despierta nuevos recuerdos. Estamos encarando una nueva forma de comunicación y todavía no sabemos cómo aprovecharla mejor. Sigo pensando que la modulación de impulsos es lo más apto para un contacto con los avernianos, pero con la ayuda de usted podemos llegar a aprender la lengua de ellos en días, en lugar de semanas o meses — dio marcha al aparato y la voz grabada de Snook inundó el cuarto.

— Paz profunda de la corriente ondulatoria.

Prudence, que estaba sentada en el brazo del sillón de Ambrose, se echó a reír.

— Perdonen, pero es que esto es ridículo — dijo—. Es… Es demasiado.

Ambrose apagó el magnetofón y la miró con reprobatoria perplejidad.

— Por favor, Prue… Esto es importante.

Ella meneó la cabeza y se acarició los ojos.

— Lo sé, y lo siento, de veras. Pero todo lo que ustedes han demostrado es que, al parecer, los avernianos son celtas. Y suena tan ridículo…

— ¿A qué te refieres?

— «Paz profunda de la corriente ondulatoria» es el primer versículo de una bendición celta tradicional.

— ¿Estás segura?

— Absolutamente. Mi compañera de cuarto de la universidad la tenía pegada a la puerta del armario. «Paz profunda de la corriente ondulatoria a ti; paz profunda del aire rumoroso a ti; paz profunda de…» Antes la sabía toda de memoria — Prudence miró a Snook con una sonrisa confiada y desafiante.

— Yo nunca la había oído anteriormente — dijo él.

— No acabo de entenderlo — Ambrose miró a Snook con los ojos entornados—. Aunque supongo que es posible que usted haya oído esas palabras hace mucho tiempo, y que las tuviera alojadas en el subconsciente…

— ¿Y con eso, qué? Ya le he dicho que Felleth y yo no entablamos una conversación. De él recibí ideas… Fue así como me llegó la primera.

— Es extraño que las palabras coincidan, pero tiene que haber una explicación.

— Te daré una — dijo Prudence—. El señor Snook se encontró sin trabajo, y como es hombre de recursos se inventó otro.

Ambrose sacudió la cabeza.

— Eso no es justo, Prue…

— Tal vez no, pero tú eres científico, Boyce. ¿Qué pruebas reales tienes de que esta maravillosa experiencia fue genuina?

— El testimonio de Gil tiene bastante coherencia interna como para satisfacerme.

— Me importa un cuerno que me crean o no — interrumpió Snook—, pero repito que no he sostenido una conversación ordinaria con Felleth. Parte de lo que decía me llegó como palabras; de lo contrario, no le conocería el nombre. Pero buena parte me llegó como ideas, sensaciones, imágenes. Averno es casi todo agua. Hay agua por todas partes, y un viento constante. Parece que a los avernianos les complace la idea de olas que recorren continuamente todo el planeta; para ellos quizá signifique alegría, o paz, o algo por el estilo.

Ambrose escribió algo en el cuadernillo.

— Esto no lo ha mencionado antes. Al menos, no con tanto detalle.

— Así es como brotan las cosas. Podría hablar un mes entero y sin embargo recordar nuevos detalles al cabo de ese tiempo. Hace un rato acabo de recordar cómo son sus casas. No la casa que hemos visto en parte, sino una impresión general de todos sus habitáculos.

— Siga, Gil.

— Están hechas de piedra parda, tienen techos largos e inclinados…

— Por lo que parece, esas casas son notablemente vulgares — dijo Prudence, volviendo a sonreír; la curva ligera de la dentadura le dio un aspecto más desdeñoso y aristocrático que nunca.

— Por qué no se va… — Snook se interrumpió cuando le inundó la mente una vivida imagen de una cadena de islas bajas, cada cual prácticamente cubierta por un complejo de edificios múltiples que se elevaba hasta un pináculo único en el centro. Las imágenes de las moradas isleñas se reflejaban en mares plácidos y grises, creando una serie de formas diamantinas que se prolongaban horizontalmente. Una en particular se distinguía por un curioso arco doble, demasiado amplio para ser completamente funcional, que tal vez unía dos cimas naturales. Por un momento la visión fue tan vivida que Snook pudo ver los rectángulos más oscuros de las ventanas, las puertas cuyos marcos eran lamidos por un océano sereno, las pequeñas embarcaciones que cabeceaban suavemente ante los muelles…

— Esto no nos lleva a ninguna parte — dijo Ambrose con una nota de impaciencia en la voz.

— Es exactamente lo que pienso — Prudence se incorporó y clavó en Murphy una mirada imperiosa—. Supongo que en la aldea habrá un lugar donde comer…

Murphy titubeó.

— El único lugar abierto a esta hora es Cullinan House, pero no creo que deba ir usted allí.

— Eso lo puedo decidir por mi cuenta.

Murphy se encogió de hombros y miró hacia otro lado.

— George tiene razón — terció Snook—. No le conviene ir sola a ese lugar.

— Gracias por preocuparse de mí, pero yo también sé cuidarme sola — Prudence giró sobre los talones y salió de la sala. Un momento después oyeron un portazo.

Snook se volvió a Ambrose.

— Boyce, creo que debería impedírselo.

— ¿Qué tengo que ver yo? — preguntó Ambrose, irritado—. No le pedí que se uniera al grupo.

— No, pero usted… — Snook dedujo que aludir al hecho de que la pareja había compartido la misma cama revelaría demasiado sus propios sentimientos—. Usted no la echó.

— Gil, por si no lo ha notado, Prudence Devonald es una muchacha muy terca y emancipada, y por mi parte le creo absolutamente cuando dice que sabe cuidar de sí misma en cualquier situación. ¡Por Dios! — la exasperación le agudizó la voz—. Estamos frente a una de las tareas científicas más importantes del siglo y nos ponemos a discutir por la protección de unas faldas que ni siquiera deberían estar aquí. ¿Les parece que al menos podríamos escuchar esta cinta un par de veces? ¿Eh?

— Aquí tengo una foto bastante buena de la estructura de los techos avernianos — dijo Quig, conciliador.

Ambrose tomó la fotografía y la examinó con decidido interés.

— Gracias… Esta será extremadamente útil. Ahora, pasemos la cinta de nuevo y tomemos nota de las preguntas que se nos ocurran — puso en marcha el diminuto artefacto y se sentó ladeando la cabeza en una exagerada muestra de concentración.

Snook se paseó por el cuarto bebiendo café y tratando de prestar atención al extraño tono de su propia voz surgiendo del magnetofón. Finalmente, diez minutos más tarde, dejó la taza.

— Tengo hambre — dijo—. Voy a comer.

Ambrose parpadeó sorprendido.

— Podemos comer más tarde, Gil.

— Tengo hambre ahora.

Murphy se alejó de la ventana.

— Yo no tengo mucho que hacer aquí… Creo que te acompaño.

Bon appetit — dijo Ambrose sarcásticamente, volviendo a concentrarse en las notas.

Snook sacudió la cabeza y salió de la sala. Él y Murphy caminaron lentamente colina abajo, gozando ostensiblemente de la moderada tibieza del aire y los colores llameantes de las enredaderas. Ninguno de los dos hablaba mucho. Doblaron hacia la calle principal, con su serie decreciente de anuncios de productos y agencias. El silencio y la ausencia de gente creaba una atmósfera de domingo por la mañana. Se dirigieron a la esquina de la calle lateral donde estaba Cullinan House. Como Snook había supuesto, había un jeep aparcado frente al edificio. Intercambió una mirada con Murphy, y ambos, tratando de no perder ese aire despreocupado, apretaron el paso. Llegaron a la sombra polvorienta de la entrada y encontraron a un joven asiático con delantal blanco de barman, bebiendo un pichel de cerveza y fumando un habano.

— ¿Dónde está la muchacha? — dijo Snook.

— Adentro — el joven habló nerviosamente, señalando una puerta a la izquierda—. Pero mejor será que no entren.

Snook abrió la puerta de un empujón y hubo un instante de percepción agudizada en que sus ojos registraron cada detalle de la escena. El salón cuadrangular tenía un mostrador a lo largo de la pared del fondo, y el resto del lugar estaba ocupado por mesas pequeñas y circulares y sillas de caña. Dos soldados estaban apoyados contra el mostrador empuñando vasos de cerveza, las metralletas Uzi al lado, en los taburetes. Una de las mesas había sido servida para el desayuno y Prudence estaba de pie frente a ella, los brazos sujetos a la espalda por un tercer soldado, un cabo. El teniente Curt Freeborn estaba de pie junto a la muchacha, y por un momento se paralizó, a punto de deshacer el nudo central que sujetaba la blusa, cuando Snook entró en el salón seguido de cerca por Murphy.

— ¡Prudence! — exclamó Snook, en un tono de reproche amistoso—. No nos has esperado.

Siguió avanzando hacia la mesa, advirtiendo que los soldados del mostrador agarraban las armas, pero confiando en que una actitud apacible los disuadiría de llevar a cabo acciones apresuradas. Freeborn echó una ojeada a la puerta y las ventanas, y la cara se le distendió en una sonrisa cuando comprendió que Snook y Murphy estaban solos. Se volvió de nuevo hacia Prudence y, con deliberada lentitud, terminó de deshacer el nudo de seda. La blusa se deslizó a un lado revelando los senos, envueltos en encaje color chocolate. La cara de Prudence estaba pálida y tensa.

— Tu amigo y yo ya nos conocemos — le dijo Freeborn a Prudence—. Le gustan las ocurrencias graciosas — la voz era abstracta, como la de un dentista que parlotea para calmar a un paciente. Apoyó las manos en los hombros de Prudence y comenzó a tironear la blusa hacia abajo con los ojos fijos, tranquilos y profesionales.

Snook escudriñó la mesa y vio que nada de lo que había encima se parecía siquiera remotamente a un arma, pues hasta los cuchillos y tenedores eran de plástico. Se acercó un poco más, deseando que Prudence se hubiera ahorrado la humillación que ahora estaba sufriendo.

— Teniente — dijo con sequedad—, no le permitiré que haga esto.

— Las ocurrencias son cada vez más graciosas — comentó Freeborn tomando un tirante del sostén entre el índice y el pulgar y deslizándolo sobre la curva del hombro de Prudence. El cabo que aferraba a la muchacha sonrió de ansiedad. Murphy avanzó un paso.

— Su tío no verá nada de gracioso en esto.

Freeborn le echó una fulminante mirada de reojo.

— De ti me encargaré más tarde, basura.

Durante el momento de distracción Snook saltó hacia adelante lo más alto que pudo, enganchó el cuello de Freeborn con el brazo izquierdo, y cuando dio contra el suelo tenía al teniente asegurado en una llave apretada. Los soldados del mostrador dieron un paso apuntando con las metralletas. Snook alargó la mano derecha, agarró un tenedor de la mesa y apoyó los dientes romos en el costado del ojo sorprendido y desorbitado de Freeborn. Lo hundió en la cuenca ocular lo suficiente como para causar dolor sin infligir un daño grave. Freeborn forcejeó hacia arriba, tratando de levantarle del suelo.

— No se resista, teniente — advirtió Snook—, o le arrancaré el ojo como una porción de helado.

Freeborn soltó un confuso grito de dolor y de furia cuando Snook subrayó la frase empujando el tenedor con más fuerza. El cabo empujó a Prudence a un lado y los soldados avanzaron apartando las mesas a puntapiés.

Uno de los soldados levantó la metralleta, los ojos blancos y saltones, y apuntó cuidadosamente a la cabeza de Snook mientras éste, atento, torcía un poco el tenedor hasta sentir la tibieza de la sangre entre los dedos.

— ¡Atrás, idiotas! — rugió Freeborn, histérico de pánico—. ¡Haced lo que os dice!

Los dos soldados depositaron las pesadas armas en el suelo y retrocedieron seguidos por el cabo. Las manos de Freeborn revolotearon implorantes contra la parte de atrás de las piernas de Snook como grandes y ansiosas mariposas.

— Al suelo, detrás del mostrador — dijo Snook a los soldados mientras Murphy recogía una de las metralletas.

— Gil, hay un depósito de licores detrás del mostrador.

— Mejor aún. También necesitaremos las llaves del jeep — Snook se volvió hacia Prudence, que se estaba sujetando la blusa con manos temblorosas—. Si quiere esperarnos afuera, saldremos en un minuto.

Ella asintió sin una palabra y corrió hacia la puerta. Snook guió al teniente hasta el depósito sin apartar el brazo de su cuello, y apoyándole con fuerza el tenedor.

Murphy acababa de meter a los tres soldados en el sofocante cuartucho. Empuñaba la metralleta con una facilidad inconsciente que sugería cierta experiencia anterior con armas similares. Freeborn fue obligado a encorvarse como un simio cuando Snook le condujo detrás del mostrador y le empujó de espaldas hacia el interior del depósito.

— Será mejor que nos llevemos esto, Gil — Murphy entreabrió la funda del arma de Freeborn y le quitó la pistola automática. El teniente maldecía jadeante en una especie de salmodia rítmica cuando Snook le dio un empellón definitivo y cerró la pesada puerta. Murphy hizo girar la llave, la arrojó a un rincón apartado, se alejó del mostrador y recogió las dos metralletas restantes.

— ¿Nos servirán de algo? — dijo Snook, vacilante.

— Las necesitamos.

Snook saltó por encima del mostrador y se acercó a Murphy.

— ¿No cambiaremos la situación si robamos armamento del ejército? Es decir, hasta ahora todo lo que hemos hecho fue defender a Prudence de una violación en grupo.

— Da lo mismo que si hubiéramos defendido a la Virgen María — Murphy sonrió fugazmente por encima del hombro mientras le precedía hasta el jeep bajo la mirada vigilante del barman—. Creí que conocías este país, Gil. Lo único que nos salvará el pellejo, al menos por el momento, es que el joven Freeborn no se atreverá a presentarse a su tío para informarle de que él y tres Leopardos fueron dominados y desarmados en un lugar público por un blanco desarmado. La pérdida de las armas hace más completa la humillación, pues es lo más vergonzoso que puede ocurrirle a un Leopardo.

Murphy arrojó las armas en el asiento trasero del jeep y se encaramó en el vehículo. Snook se sentó al volante y puso el motor en marcha; Prudence iba a su lado.

— Otro detalle es que el coronel es un racista negro. Se sabe que hasta ha criticado al presidente por haber disfrutado ocasionalmente de una muchacha blanca… Así que el joven Curt andará con cautela durante un tiempo.

Snook hizo virar el jeep hacia la calle principal.

— ¿Quieres decir que no tomará represalias?

— ¡Despierta, hombre! Lo que quiero decir es que las represalias no serán oficiales — Murphy miró a su alrededor con el semblante de un general que estudia su táctica—. Tendríamos que dejar el jeep por aquí, para que los militares no tengan motivos para acercarse a tu casa. Dejaré las armas bajo el asiento trasero.

— De acuerdo — Snook frenó el vehículo y bajaron, ignorando las miradas curiosas de los escasos peatones.

Prudence, que no había hablado durante todo el episodio, seguía pálida, aunque parecía haber recobrado la serenidad. Snook trató de pensar algo que decirle, pero no pudo hallar palabras suficientemente neutras. Cuando cruzaban la calle principal un coche deportivo les adelantó a gran velocidad, e instintivamente Snook aferró a Prudence del brazo. Suponía que ella le apartaría con brusquedad, pero asombrosamente la muchacha se reclinó contra él apoyando casi todo su peso. Así cruzaron la calle y él la condujo hasta la entrada de un cobertizo desierto, donde ella se recostó contra la pared y rompió a llorar. Los sollozos apenaron a Snook.

— Vamos — dijo lleno de incomodidad—. Creí que usted era dura de carácter.

— Ha sido horrible — apoyó la cabeza contra la madera pintada y la sacudió convulsivamente, mostrando el brillo inequívoco de las lágrimas en las mejillas—. Ese teniente… Era sólo un muchacho…, pero me dejó sin nada…

Snook miró a Murphy desconcertado.

— Creo que todos necesitamos un trago.

— Me estaban disecando — gimoteó ella—. Me clavaron con un alfiler para disecarme.

— Tengo café y ginebra — dijo llanamente Snook—. En el caso de usted recomendaría la ginebra. ¿Qué dices tú, George?

— La ginebra es muy buena — respondió Murphy con el mismo tono—. Gil es un experto en la materia; es casi su único alimento…

Prudence abrió los ojos y miró a ambos hombres como si les viera por primera vez.

— Creí que les matarían a los dos. Pudieron hacerlo…

— ¡Tonterías! — la cara parda de Murphy era toda incredulidad—. Lo que ninguno de ellos sabía es que los tenedores de plástico son sólo parte del armamento de Gil.

— ¿De veras?

Murphy bajó la voz.

— Bueno, también lleva un tenedor de acero inoxidable en una funda especial…

Snook asintió.

— Antes era una quijada de asno, pero ya no aguantaba el mal olor.

Prudence empezó a reír, Murphy la imitó, Snook soltó una carcajada nerviosa, y segundos después los tres se tambaleaban en la entrada del cobertizo como tres borrachos, lagrimeando mientras una risotada catártica les liberaba de la tensión. Mientras caminaban colina arriba hacia el bungalow, todavía ebrios de alivio y de la desconcertante alegría que provoca el descubrimiento de nuevos amigos, no se cansaban de hacer bromas que sólo tenían que aludir a ciertas palabras clave como 'tenedor' o 'quijada' para que les resultaran frenéticamente graciosas. Hubo fugaces momentos durante la caminata en que Snook se inquietó por la falta de naturalidad de aquel comportamiento, pero estaba dispuesto a conservar la hilaridad el mayor tiempo que pudiera.

— Tengo que decirles algo antes de que entremos — dijo Prudence cuando llegaron a la escalinata del bungalow—. Si no les doy las gracias ahora me resultará cada vez más difícil. Me cuesta mucho…

— Olvídelo — dijo Snook—. Bebamos un trago.

Prudence meneó la cabeza.

— Por favor. Hace años que no me reía tanto… Y sé por qué me han hecho reír. Pero no habría resultado nada gracioso si Boyce no les hubiera enviado a buscarme.

Murphy abrió la boca para hablar, pero Snook le silenció con un imperceptible movimiento de cabeza.

— Será mejor que entremos — dijo—, Boyce se alegrará de verla.

Prudence finalmente obedeció, algo desconcertada por el pequeño vacío que acababa de producirse.


Al mediodía, un grupo reducido — Snook, Ambrose, Prudence y Quig— fue a comer al hotel Commodore de Kisumu. Ambrose necesitaba hacer también algunas llamadas telefónicas desde allí, pues se había descubierto que la línea de la casa de Snook había dejado de funcionar. Prudence iba sentada al lado de él en el asiento delantero, y ocasionalmente le apoyaba la cabeza en el hombro. Matas y árboles de colores brillantes, muchos de ellos constelados de flores, desfilaban ante las ventanillas del coche como un continuo espectáculo de luces. Snook, que iba en el asiento trasero con Quig, dejó que el despliegue multicolor le sumiera hipnóticamente en un estado de despreocupación somnolienta que no le exigiría pensar demasiado en su situación. Barandi se había transformado en un lugar peligroso para él y sin embargo, en vez de cortar los lazos y escabullirse, se estaba comprometiendo cada vez más.

— No me gusta el cariz que han tomado las cosas — dijo Ambrose, reflejando los pensamientos de Snook—. Aún sin lo que acaban de contarme, la hostilidad se palpa en el aire. Si no hubiéramos tenido tanta suerte en otros aspectos, me sentiría tentado de levantar campamento y marcharme a otro de los países donde se ha avistado a los avernianos.

— ¿Realmente vale la pena insistir aquí? — dijo Snook, irguiéndose en el asiento e interesándose en la conversación—. ¿Por qué no marcharse?

— Ante todo es una cuestión de geometría. Averno es ahora como una rueda girando dentro de otra, y el punto de contacto se desplaza constantemente alrededor de su ecuador. Eso significa que los avernianos vistos en Brasil no son los mismos que hemos visto aquí… Y hemos tenido la increíble suerte de que usted estableciera contacto con Felleth. Eso es lo que me atrae de Barandi. Me ha dado ventaja sobre todos los demás investigadores.

Quig despertó de sus propias ensoñaciones.

— ¿Qué más desea averiguar por medio de Gil, Boyce?

— ¡Ah! — Ambrose se arqueó sobre el volante y sacudió la cabeza, lleno de consternación—. Por el momento, mira, todo lo que estoy haciendo es desaprender.

— ¿Desaprender?

— Bien, no he comentado esto anteriormente porque teníamos muchos otros problemas prácticos e inmediatos que resolver, pero las descripciones de Averno que me ha suministrado Gil, e incluso las fotos que hemos tomado de la estructura de los techos avernianos, atentan contra muchas de nuestras ideas acerca de la naturaleza de la materia. De acuerdo con nuestra física, el universo averniano tendría que poseer una textura muy tenue comparado con el que conocemos. Si me hubieran pedido que lo describiera hace una semana, habría dicho que sólo podía existir porque los antineutrinos tienen masas diferentes que dependen de su energía, y que todos los objetos de ese universo consistirían en partículas pesadas rodeadas por nubes de partículas más ligeras — Ambrose empezó a hablar más rápido, entusiasmado con el tema—. Eso indica que los compuestos de ese mundo no estarían formados por fuerzas electrónicas como la electrovalencia y la covalencia; la debilidad de las interacciones implicaría que todos los cuerpos de ese universo, incluidos los mismos avernianos, serían mucho más… hmm… estadísticos que nosotros.

— ¡Vaya! — exclamó Quig, entusiasmado—. ¿Eso significa que un averniano podría caminar a través de otro averniano? ¿O de una pared?

Ambrose asintió.

— Eso es lo que me figuraba, pero hemos averiguado que era un error. Gil habló de edificios de piedra e islas y océanos… El resto de nosotros ha visto en los techos vigas como las de la Tierra… Así que parece que el mundo averniano es tan real, duro y sólido para ellos como el nuestro para nosotros. Tenemos muchísimo que aprender, y Felleth parece nuestra mejor fuente de información. Felleth en combinación con Gil, quiero decir. Por eso me resisto a dejar este lugar.

Snook, que había estado escuchando la conversación con creciente desconcierto, tuvo la repentina sensación de que las relaciones entre el mundo de teorías nucleares de Ambrose y su propio mundo de turbinas y cajas de cambio eran tan tenues como las que existían entre la Tierra y Averno. A menudo le había sorprendido la cantidad de cosas que la gente necesita saber para desempeñar eficazmente sus profesiones, pero la especialidad de Ambrose, en la que se alude a las personas como a nubes de átomos móviles, le resultaba fría e indiferente. En su mente se agitaron recuerdos, evocaciones borrosas de algo vislumbrado durante su contacto con Felleth.

Tocó el hombro de Boyce.

— ¿Recuerda que le he contado que Felleth me dijo: «Partícula, antipartícula. Nuestra relación definida casi con exactitud»?

— ¿Sí…?

— Ahora ha surgido algo más. No lo entiendo bien, pero tengo una especie de imagen «Partícula, antipartícula.» Es como si representara el borde de un cubo, sólo que no un cubo ordinario… Parece expandirse en muchas direcciones más. O quizá, cada borde del cubo es a su vez un cubo. ¿Tiene algún sentido lo que estoy diciendo?

— Da la impresión de que usted tratara de expresar el concepto de espacio multidimensional, Gil.

— ¿Cuál es la idea?

— Creo — dijo melancólicamente Ambrose— que Felleth sabe que la relación entre nuestro universo y el de él es sólo una en todo un espectro de relaciones similares. Puede que exista un universo encima de otro… Y no tenemos las nociones matemáticas adecuadas para poder siquiera concebirlos. Demonios, tengo que quedarme en Barandi tanto como pueda.

Los pensamientos de Snook volvieron al aspecto humano de la situación.

— De acuerdo, pero si por la mañana vamos a regresar a la mina, creo que usted debería llamar al despacho de la Asociación de Prensa, comunicarse con Gene Helig y obligarle a acompañarnos. Para nosotros es lo más parecido a un salvoconducto.

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