Capítulo 8

— Gil, no entiendo por qué se niega a aceptarlo — dijo impaciente Boyce Ambrose, y arrojó en la mesa el fajo de fotografías—. Cuando veníamos hacia aquí, apenas horas después que nos conocimos, le sugerí que era telépata. Hoy en día se trata de un fenómeno científico establecido y respetable. ¿Por qué se niega a admitirlo?

— ¿Por qué insiste en que lo admita? — dijo Snook con voz somnolienta, acariciando el vaso.

— Yo digo que el hecho de que usted comprendiera el diagrama averniano, cuando yo pensé que era astronómico, demuestra que posee una facultad telepática.

— Aún no me ha dicho por qué le interesa tanto que yo me considere telépata — insistió Snook.

— Porque…

— Adelante, Boyce.

— Yo lo haría — dijo Ambrose con un asomo de amargura en la voz—. Yo lo haría si hubiera sido elegido.

Snook agitó el vaso de ginebra, creando un vórtice en miniatura.

— Lo que pasa es que usted tiene espíritu científico, Boyce. Usted es de los que remontarían una cometa en medio de una tormenta eléctrica sin pensar en el peligro, pero yo no dejaré que un monstruo azul meta su cabeza dentro de la mía.

— Los avernianos son gente — Prudence clavó en Snook una mirada de desprecio.

Snook se encogió de hombros.

— De acuerdo… No dejaré que gente azul meta la cabeza dentro de la mía.

— A mí la idea no me molesta.

— Esa observación pide a gritos una réplica obscena, pero estoy demasiado cansado — Snook se repantigó en el sillón y cerró los ojos, pero tuvo tiempo de ver cómo Prudence apretaba los labios con furia. «Esa te la debía», pensó satisfecho de haberse anotado un tanto pero asombrado de su propia puerilidad.

— Demasiado borracho, querrá decir.

Sin abrir los ojos, Snook alzó el vaso hacia Prudence y bebió otro trago. Descubrió que todavía podía ver la cara azul y traslúcida avanzando hacia él, y se le hizo un nudo en el estómago.

— Creo que sería buena idea que todos descansáramos un poco — dijo ansiosamente Ambrose—. Hemos estado en pie toda la noche y la fatiga es inevitable.

— Tengo que regresar a la planta — dijo Culver; se volvió hacia Des Quig, que todavía estaba examinando las fotos que había tomado—. ¿Tú qué dices, Des? ¿Te llevo de regreso?

— No volveré — repuso Quig, acariciándose el bigote color arena con aire ausente—. Esto es demasiado apasionante.

— ¿Y el trabajo? — preguntó Ambrose—. Agradezco tu colaboración, pero…

— Pueden guardarse mi trabajo. ¿Sabe para qué me tienen? Para diseñar radios. Para eso me tienen — había estado bebiendo ginebra pura y con el agotamiento y el hambre la voz le empezaba a vacilar—. Eso sería bastante malo de por sí, pero yo les diseño una buena radio y ellos se la entregan a la oficina de comercialización. ¿Sabe qué pasa entonces? En comercialización empiezan a sacarle partes… Y lo hacen hasta que la radio deja de funcionar… Entonces vuelven a ponerle la última pieza que le han quitado y esa es la radio que producen. Me saca de quicio. No, no volveré allí. Maldito sea si…

Reconociendo una exclamación sincera, Snook abrió los ojos y vio que Quig se apoyaba la cabeza en los brazos y se dormía instantáneamente.

— Entonces me iré — dijo Culver—. Nos veremos esta noche — se marchó de la sala y George Murphy se fue tras él saludando fatigosamente con la mano vendada.

— ¿Y usted qué quiere hacer? — preguntó Snook volviéndose hacia Ambrose, después de despedir en la puerta a los dos hombres.

Ambrose titubeó.

— He dormido cuatro horas el los últimos tres días. Odio ser inoportuno, pero la idea de conducir de regreso hasta Kisumu…

— Aquí será bienvenido — dijo Snook—. Tengo dos dormitorios, cada cual con una cama. Des parece muy cómodo en la mesa, así que si yo duermo en el sofá de aquí, usted y Prudence pueden utilizar un dormitorio cada uno.

— Jamás se me ocurriría privarle de su propia cama. Dormiré con Boyce… Estoy segura de que saldré relativamente ilesa.

Ambrose sonrió y se frotó los ojos.

— Lo trágico es que en mi estado físico lo más probable es que salgas absolutamente ilesa — rodeó los hombros de Prudence con el brazo y entraron en el dormitorio que estaba justo frente a la sala, cruzando el pasillo.

Prudence reapareció en la abertura para cerrar la puerta y, en la luz que se iba estrechando, sus ojos se detuvieron un instante en los de Snook, que intentó sonreír, pero los labios se le endurecieron.

Snook fue al otro dormitorio. El primer sol de la mañana ardía en el este, así que cerró la persiana para crear una penumbra de color apergaminado. Se tumbó en la cama sin desvestirse, pero el agotamiento que había sido tan abrumador unos minutos antes parecía haberse disipado, y transcurrió un buen rato antes de que el sueño le permitiera escapar de la soledad.


Al caer la tarde el sonido de una voz alta y poco familiar que se filtraba desde la sala de estar despertó a Snook. Se levantó, se alisó el pelo con los dedos y salió para ver quién era el visitante. Encontró a Gene Helig, el representante de la Asociación de Prensa, de pie en el centro de la habitación hablando con Ambrose, Prudence y Quig. Helig, un inglés delgado y entrecano de párpados caídos, echó una ojeada crítica a Snook.

— Tienes un pésimo aspecto, Gil — dijo con vehemencia—. Nunca te he visto tan mal.

— Gracias — Snook buscó una réplica al comentario de Helig, pero las palpitaciones en la cabeza le hacían difícil pensar—. Tomaré un poco de café.

Des Quig se puso de pie.

— Ya lo he preparado, Gil. Siéntese aquí y le traigo una taza.

Snook accedió agradecido.

— Cuatro tazas, por favor. Siempre tomo cuatro — se desplomó en la silla que Quig acababa de dejar vacía y recorrió la habitación con los ojos. Ambrose le observaba preocupado; Prudence ni parecía haber reparado en él. Aunque vestía las mismas ropas del día anterior, estaba tan radiante e inmaculada como siempre. Snook se preguntó si en algún momento de las horas que habían compartido en la cama habría logrado Ambrose alterar aquella deliberada serenidad.

— Esta vez has armado un auténtico revuelo — aulló Helig—. ¿Sabes que un par de hombres de Freeborn me han estado siguiendo desde que solté esa historia tuya?

— Por favor, Gene — Snook se apretó las sienes—. Para oírte me bastará con que hables en un tono normal.

Helig adoptó un cuchicheo penetrante.

— Eso me convenció de que había algo importante detrás. Yo no estaba demasiado seguro, ¿sabes? Temo que se haya notado un poco en mi manera de redactar el artículo…

— Gracias de todos modos.

— No hay de qué — Helig habló de nuevo con su voz estentórea habitual—. Ahora todo es diferente, desde luego, pues tus fantasmas también han aparecido en Brasil y Sumatra.

— ¿Qué? — Snook miró de reojo a Ambrose buscando una confirmación.

Ambrose asintió.

— Les dije que esto ocurriría. Quizás ha sucedido un poco antes de lo que yo esperaba, pero no podemos considerar el ecuador terrestre como un círculo perfecto. Todo el planeta está ligeramente deformado por las mareas, y por supuesto, la Tierra se tambalea en su órbita mientras oscila alrededor del baricentro de la Tierra y la Luna. No sé con qué precisión Averno imita ese movimiento, pero podría haber toda clase de efectos de libración que… — Ambrose guardó silencio cuando Prudence se le acercó y le apoyó la mano en la boca. Esa exhibición de intimidad obligó a Snook a desviar la mirada, aguijoneado por los celos—. Lo siento — concluyó Ambrose—, siempre me dejo arrastrar por el entusiasmo.

— Ahora hay muchísima gente interesada — dijo Helig—. Esta mañana he oído mencionar dos veces el nombre del doctor Ambrose por las principales cadenas de noticias vía satélite.

Prudence rió complacida y dio un empellón amistoso a Ambrose.

— ¡Al fin la fama!

Snook, aún intensamente atento a Prudence y a su esfera de influencia, vio el destello fugaz de una expresión confusa en la cara de Ambrose; tal vez una mezcla de exaltación y de triunfo. Desapareció en seguida para ser reemplazada por el gesto habitual de atención y buen humor. Pero Snook tuvo la certeza de haber entrevisto un detalle importante del carácter de Ambrose. El científico playboy, al parecer, codiciaba la gloria. O el respeto. El respeto de los colegas.

— ¿Eso significa que vendrá aquí mucha más gente? — preguntó Quig, entrando con el café de Snook.

— Lo dudo — Helig hablaba con la aburrida preocupación de un colono que ha observado demasiados años las bufonadas de los nativos—. El despacho del presidente ha cancelado todos los nuevos visados por un lapso indefinido a raíz de este pequeño enfrentamiento con Kenya. Además, los científicos norteamericanos tienen ahora otros lugares donde ir. Es mucho más fácil viajar de Estados Unidos a Brasil que venir aquí, ¿verdad? Además, hay menos probabilidades de que te claven una panga por la espalda, ¿eh? — Helig soltó una risotada estruendosa que reverberó en la taza de la que estaba bebiendo Snook, quien cerró los ojos, se concentró en el sabor aromático de la cordura y deseó que Helig se marchara.

— ¿Pero cómo les va a ustedes, de todos modos? — continuó Helig, plantado sólidamente en el centro de la habitación—. Si estos fantasmas son de veras habitantes de otro mundo, ¿creen que encontraremos la manera de hablarles?

— Esperábamos avanzar un poco en esa dirección — dijo cautelosamente Ambrose—, pero naturalmente es un problema difícil.

Snook miró por encima del borde de la taza y su mirada se cruzó con la de Ambrose y Prudence.

Helig echó una ojeada a su magnetófono de pulsera.

— Vamos, doctor… La confesión alivia el alma.

— Es demasiado pronto — dijo Snook, tomando una decisión que no podía explicarse a sí mismo—. Vuelve mañana o pasado, y quizá podamos ofrecerte un artículo de primera…


Cuando Helig se hubo marchado, Ambrose siguió a Snook a la cocina, donde se estaba preparando más café.

— ¿Ha querido decir lo que yo imagino? — dijo Ambrose en voz baja.

— Creo que sí — Snook se dedicó a enjuagar las tazas del fregadero.

— Se lo agradezco — Ambrose tomó un trapo y se puso a secar tazas con cierta torpeza—. Mire, no quisiera que me malinterprete, pero a los científicos se les paga como a cualquier otro profesional. Ahora bien, sé que usted tenía sus razones para meterse en esto, pero me gustaría redondear un acuerdo con usted…

— Hay algo que podría hacer por mí — interrumpió Snook.

— Usted dirá.

— En alguna parte de Malaq hay un pasaporte canadiense que me pertenece…, y me gustaría tenerlo de nuevo en mis manos.

— Creo que eso puedo solucionarlo.

— Tendría que pagar bastante de lo que llaman comisión. Ya ve que…

— No se preocupe. De un modo u otro le sacaremos de Barandi — Ambrose, que había secado dos tazas, dejó el trapo a un lado considerando suficiente su contribución en esa tarea—. En realidad, el experimento de mañana por la mañana será muy diferente del anterior.

— ¿Porqué?

— He estado examinando los planos y el corte transversal de la mina…, y el lugar donde mañana cae el punto muerto superior no ha sido excavado. Tendremos que interceptar al averniano exactamente en el mismo lugar de la última vez. En esa zona ascenderá muy rápidamente pero, si usted está dispuesto, habrá otra oportunidad cuando emprenda el descenso.

Snook se puso a secar las tazas restantes.

— Estamos suponiendo que estará allí, esperándonos…

— Hasta ahora es la suposición menos audaz que hemos arriesgado. Ese personaje era rápido… Ningún ser humano habría podido reaccionar tan pronto de manera tan positiva. Mi conjetura es que estamos tratando con una raza superior a la nuestra en muchos sentidos.

— Eso no me sorprendería, pero ¿de veras piensa usted que recibiré algún tipo de mensaje telepático cuando nuestros cerebros ocupen el mismo espacio?

Ambrose alzó los hombros.

— No hay manera de predecir lo que sucederá, Gil. El resultado más probable, de acuerdo con nuestra ciencia, me refiero a la ciencia ortodoxa, es que no ocurra nada en absoluto. Después de todo, el cerebro de usted ha ocupado el mismo espacio de la roca averniana y usted no ha sufrido ninguna jaqueca.

— El ejemplo no es muy adecuado — Snook apoyó delicadamente dos dedos contra una vena palpitante de la sien, como tomándose el pulso.

— ¿Por qué bebe tanto?

— Me ayuda a dormir.

— Le iría mejor una mujer — dijo Ambrose—. El resultado es el mismo, pero los efectos colaterales son todos buenos.

Snook ahuyentó una imagen dolorosa, la imagen de la cabeza de Prudence apoyada sobre su brazo izquierdo, con la cara vuelta hacia él.

— Hablábamos del experimento telepático… ¿Cree que no ocurrirá nada?

— No he dicho eso. El problema es que sabemos muy poco del asunto. Es decir, la telepatía entre seres humanos no fue demostrada sino hasta hace unos años, cuando finalmente se decidieron a eliminar aquellos estúpidos ejercicios con naipes. Mucha gente diría que la estructura cerebral, procesos del pensamiento y estructura de lenguaje de una raza extraterrestre serían inevitablemente tan incompatibles con los nuestros que toda comunicación, telepática o no, sería imposible.

— Pero los avernianos no son extraterrestres, sino todo lo contrario — Snook se esforzó por asir conceptos poco familiares—. Si han existido millones de años a unos cientos de kilómetros bajo nuestros pies, y si la telepatía realmente existe, el lazo ya podría estar establecido. Podría haber alguna resonancia… Usted sabe, resonancia simpática. Los avernianos podrían ser responsables de…

— ¿Los elementos comunes de las religiones? ¿Las mitologías plutónicas? ¿La idea universal de que el infierno está bajo tierra? — Ambrose meneó la cabeza—. Usted va mucho más allá del alcance de nuestra investigación, Gil. Yo no se lo aconsejaría… No olvide que aunque los avernianos existen dentro de la Tierra, en muchos sentidos están más lejos de nosotros que Sirio. La estrella más remota que usted pueda ver en el cielo es al menos parte de nuestro mismo universo.

— Pero aun así, ¿cree que vale la pena intentar el experimento?

Ambrose asintió.

— Hay un elemento a favor que no puedo ignorar.

— ¿Cuál? — Snook interrumpió su tarea para escuchar la respuesta de Ambrose con toda su atención.

— El mismo averniano parecía creer que tendría éxito.


Cuando el grupo salió hacia la mina en la negrura previa al amanecer, Snook notó que Prudence se había quedado en el bungalow, y le intrigó que ni ella ni Ambrose hubieran aludido a esa decisión. Por la tarde habían ido a Kisumu para comer y cambiarse de ropas en el hotel, y habían vuelto radiantes como recién casados. Desde entonces había sobrado tiempo para discutir todos los detalles, y sin embargo la exclusión de Prudence no había sido mencionada, al menos en presencia de Snook. Quizás era una decisión sensata destinada a evitar problemas con la soldadesca, pero Snook sospechaba que ella no tenía deseos de participar en un acontecimiento en el que él sería el protagonista, sobre todo teniendo en cuenta que en la ocasión anterior le había criticado abiertamente por echar a correr. Snook sabía que esta actitud también era pueril, pero sentía una perversa satisfacción ante lo que ocurría porque demostraba que ella le tenía en cuenta, que había una reacción personal permanente, aunque fuera negativa.

Los cuatro hombres: Snook, Ambrose, Quig y Culver, se encontraron en el portón con George Murphy, que ya estaba hablando con los guardias. Murphy salió al encuentro del grupo.

— Ya no quiero más días como el de ayer — les dijo—. Estoy deshecho.

— Pues yo te veo muy bien — Snook nunca había visto a Murphy más seguro de sí mismo y decidido; la presencia de aquel hombre corpulento le daba ánimos—. ¿Qué te ha pasado?

— He estado discutiendo. Cartier insiste en decir a los obreros que los fantasmas no existen porque ya no pueden verlos, y que de todos modos no eran fantasmas. Los mineros insisten en que ellos reconocen un fantasma cuando lo ven, y aunque no puedan verlo sienten la presencia. Creo que el coronel Freeborn está presionando a Cartier.

Snook caminó junto a Murphy mientras cruzaban la entrada, y le habló en voz baja.

— Creo que está presionando a todo el mundo. ¿Sabes? Este asunto no está marchando como suponíamos…

— Ya lo sé, Gil. Pero gracias por hacer lo que estás haciendo.

— ¿No habrá un modo de persuadir a los mineros de que los avernianos no pueden causarles ningún daño?

Murphy guardó silencio un instante.

— Tú estás convencido, pero…

— Pero eché a correr. Tú ganas, George.

Cuando cruzaban las sombras más allá del cobertizo, Snook vio dos jeeps llenos de soldados en el mismo lugar del día anterior. Se puso las gafas y se encontró rodeado de una luminosidad azul en la que pudo identificar al impulsivo y joven teniente que ya conocía. Los ojos del teniente permanecían ocultos detrás de los Amplite, que eran utilizados normalmente para servicios militares nocturnos, pero la cara esculpida y ebúrnea parecía reconcentrada y atenta. Tenía un aire que provocaba una conocida agitación en el fondo de la mente de Snook.

— Ese teniente…, ¿tiene algún parentesco con el coronel? — preguntó.

Murphy se caló las gafas de magniluct.

— Es su sobrino, Curt Freeborn. No te enfrentes a él. Si es posible, ni siquiera le hables.

— Oh, Dios — suspiró Snook—. Otro más… No.

En el mismo momento, los motores de los jeeps ronronearon y los haces de los faros centellearon entre el grupo de caminantes, alargándoles las sombras. Los dos vehículos avanzaron y se pusieron a trazar lentos círculos alrededor del grupo, a veces acercándose tanto que uno o dos de ellos tenían que cederle el paso. Con la excepción del joven teniente, los soldados de los jeeps gesticulaban burlonamente durante las maniobras. Ninguno de ellos emitía sonido alguno.

— Son vehículos abiertos — dijo Murphy—. Tú y yo podríamos derribar fácilmente a los choferes.

— Tú y yo podríamos ser fácilmente ametrallados. No vale la pena, George — Snook siguió caminando decididamente hacia la boca de la mina, y por fin los jeeps regresaron a sus posiciones anteriores. El grupo llegó al cobertizo de los ascensores y, bajo la luz de sodio, Ambrose dejó el generador de radiación en el suelo con un golpe sordo.

— Lo primero que haré esta mañana — dijo indignado— es informar de estos contratiempos a las autoridades. Se me está agotando la paciencia con estos bastardos.

— Vamos abajo — dijo Snook, intercambiando una mirada con Murphy—, al infierno que no conocemos.

— Y ya le he dicho que ese no es el modo adecuado de encararlo — Ambrose recogió la caja negra y les precedió hasta el ascensor.

El túnel cavernoso del Nivel Tres no intimidó a Snook tanto como había pensado, ante todo porque se sentía parte de un grupo que actuaba con un objetivo común, concertadamente. Ambrose se paseaba atareado, examinaba marcas fluorescentes que había trazado en el suelo de roca, instalaba la máquina y tecleaba una computadora de bolsillo. Culver se ocupó del modulador de impulsos y Quig de las cámaras y los filtros de magniluct, mientras Murphy trotaba de un lado al otro apartando pequeños escombros del presunto escenario de la acción. Snook empezaba a sentirse inútil e impotente.

— Faltan unos diez minutos — le dijo Ambrose, apartando los ojos de la computadora—. Recuerde esto, Gil. No le estoy presionando de ningún modo. En realidad, éste es sólo un experimento auxiliar… En lo que confío es en el modulador de impulsos, así que lleve las cosas hasta donde usted crea que realmente puede resistirlas. ¿De acuerdo?

— De acuerdo.

— Bien. Manténgase alerta por si aparece alguna techumbre. Por lo que usted nos dijo, ayer la pasó por alto, y nos servirá como un buen aviso previo — Ambrose elevó la voz, nuevamente se le veía feliz—. Si tienen tiempo, hagan bocetos en los cuadernillos que les he dado. El diseño de un techo también nos dirá algo acerca de los avernianos, como por ejemplo si en ese mundo llueve o no, así que estén atentos a los detalles.

Recostado contra la pared del túnel mientras observaba los preparativos finales, Snook extrajo los cigarrillos sólo para recibir un cabeceo de advertencia de Ambrose. Guardó el paquete con resignación y lamentó no estar en alguna otra parte del mundo, haciendo otra cosa. Por ejemplo, tendido en un cuarto apacible, en una penumbra apergaminada, con la cabeza de Prudence Devonald reclinada en el brazo izquierdo, según reza el Cantar de Salomón — capítulo dos, versículo ocho—, para que la mano derecha quede libre para tocar…

Una línea azul y luminosa empezó a surgir del suelo rocoso del túnel. En pocos segundos se había transformado en una prominencia triangular, y Snook, aterrado hasta la médula, se ubicó en la posición asignada. El suelo era extrañamente transparente.

Estaba tan atento a la materialización que apenas reparó en la compañía de George Murphy. La mano seca y amplia de Murphy buscó la suya y le deslizó un objeto diminuto y blancuzco que parecía hecho de marfil pulido.

— Toma esto — susurró Murphy—. Podría ayudarte.

Snook estaba petrificado, aturdido.

— ¿Qué es? ¿Un amuleto?

— No soy un maldito salvaje — la voz de Murphy sonaba amigablemente ofendida—. ¡Es chicle!

Se retiró a un lado mientras una techumbre que refulgía pálidamente emergía de la roca sólida. La disposición de las vigas y tirantes era asombrosamente similar a las de la Tierra. Snook se metió el chicle en la boca y se sintió agradecido por la familiar tibieza mentolada mientras se hundía en una habitación borrosa y cuadrangular donde le esperaban tres avernianos, con las ranuras de las bocas curvadas y sinuosas. Dos de los seres traslúcidos empuñaban máquinas oblongas, y de pronto hubo ruidos; ruidos tristes, gemebundos, extraños, en la máquina que esgrimía Culver. También sonó una voz humana, pero Snook no pudo identificar al que habló ni comprender las palabras, porque el tercer averniano se le acercaba con los brazos tendidos.

«No puedo soportarlo — pensó Snook, presa del pánico—. Es demasiado.»

El gusto a menta se le intensificó en la boca y le recordó que no estaba solo en esta ordalía. Avanzó obedientemente hacia el averniano, mientras poco a poco los niveles de los suelos iban coincidiendo.

La cara insustancial se le acercó, los estanques de bruma de los ojos se dilataron. Snook inclinó la cabeza hacia adelante, entregándose. Hubo una fusión.

Snook gruñó sorprendido al sentir que su identidad estaba… perdida.


Paz profunda de la corriente ondulatoria. Soy Felleth. Mi función en la sociedad es la de Reactivo, lo cual significa que debo aconsejar a los demás, indicarles qué hacer o qué habría que hacer. No; vuestro concepto del oráculo es incorrecto, mi función es inversa. Un oráculo daría un preanuncio de los hechos y dejaría al oyente librado a sus propias — y tal vez desatinadas— reacciones. Así como el concepto de predicción carece de validez cuando uno va más allá de la causalidad de la semilla que crece hasta alcanzar la madurez, o la piedra que cae hasta tocar el suelo, sólo es necesario apreciar la significación de lo que ya ha sucedido y aconsejar infaliblemente sobre cómo actuar.

Oráculo. La flecha de la lógica apuntando a la asociación de conceptos. Las estrellas predicen. Cierto como los astros del cielo. Astro. Disastra.

¡Desastre!

¡Espera, espera, espera! Siento dolor.

Los astros en su trayectoria. ¿Planetas? ¿Plural? ¿Cíclico? ¿Qué es un año?

¡No! Vuestra concepción del tiempo es incorrecta. El tiempo es una hebra recta que une tensamente la Infinidad del Pasado con la Infinidad del Futuro. Los intervalos de luz y oscuridad — la noche y el día— parece que alternan, pero cada cual es continuo. Continuo pero sinuoso…

¡Espera! El dolor aumenta.

El sol, el que nos da el día. Planetas, eclipses, rotación sobre el eje. Sin techo de nubes. Cielos diáfanos, muchos soles. La flecha de la lógica apuntando a la asociación de conceptos. Partículas, antipartículas. Correcto, nuestra relación definida casi con exactitud, pero hay algo más. Planeta de antipartículas visto más allá del techo de nubes. En el año 1993…

Confusión de conceptos. No es posible medir el tiempo salvo como menos — ahora o más— ahora. Y sin embargo…

Hace mil días el peso de nuestros océanos disminuyó. Las aguas se elevaron al cielo hasta tocar el techo de nubes. Luego barrieron al Pueblo. Y las casas del Pueblo…

Dices que debí haberlo sabido. Que debí haber podido predecirlo.

Dices…

¡NO!


La tibieza mentolada volvió a adquirir realidad en la lengua de Snook. Se encontró de rodillas en la roca dura, en medio de caras ansiosas, el cuerpo sostenido por varias manos. Se le habían caído las gafas y alguien había encendido una lámpara portátil que destacaba ásperamente los contornos mellados de las paredes del túnel y al mismo tiempo les conferían un aspecto melodramático e irreal.

— ¿Estás bien, Gil? — la voz de Murphy era distante, un indicio de que estaba realmente preocupado.

Snook asintió y se puso de pie.

— ¿Cuánto tiempo he estado desmayado?

— No se ha desmayado — dijo Ambrose, severamente profesoril—. Cayó de rodillas. Fue entonces cuando George encendió la luz, contraviniendo mis órdenes, dicho sea de paso, y puso fin al experimento en forma prematura, casi cegándonos — se volvió hacia Murphy—. Usted sabe, George, que las instrucciones de las gafas de magniluct prohíben expresamente encender una luz brillante delante de alguien que las está usando.

Murphy no cedió.

— Pensé que Gil estaba herido.

— ¿Cómo podía estar herido? — la voz de Ambrose recobró el tono profesional—. En fin, no tiene sentido discutir lo que ya no tiene remedio. Esperemos que los pocos segundos que hemos podido registrar valgan la pena…

— Un momento — terció Snook agitadamente, tratando de reorientarse en lo que debía haber sido un universo familiar—. ¿Qué ha pasado con Felleth? ¿Vieron como ha reaccionado?

— ¿Quién es Felleth?

— El averniano. Felleth. ¿Ustedes…?

— ¿De qué está hablando? — Ambrose clavó los dedos en los hombros de Snook— ¿Qué está diciendo?

— Estoy tratando de descubrir cuánto tiempo ha estado la cabeza del averniano… y a saben, dentro… de la mía.

— Prácticamente ni ha estado — dijo Culver frotándose los ojos con los nudillos—. Me ha parecido ver que él retrocedía de un salto, luego George me ha quemado las retinas con esa…

¡Silencio! — dijo Ambrose, casi frenético—. ¿Ha dado resultado, Gil? ¿Ha obtenido una impresión del nombre del averniano?

— ¿Una impresión? — sonrió fatigosamente Snook—. Más que eso. He sido parte de su vida durante un tiempo. Por eso quería saber cuánto ha durado el contacto… Minutos… Tal vez, horas…

— ¿Qué recuerda usted?

— No es el lugar apropiado, Boyce. Algo ha fallado. Es curioso, pero antes que bajáramos esta vez presentí…

— Gil: voy a interrogarle ahora mismo, ya grabar mientras todavía lo tiene presente en la memoria. ¿Podrá hacerlo? ¿Nota algún efecto nocivo?

— Estoy un poco aturdido, pero eso es todo.

— Bien — Ambrose acercó el magnetofón de pulsera a la boca de Snook—. Ya nos ha dicho que el nombre de la criatura es Felleth… ¿Ha captado el nombre que le dan al planeta?

— No. Parece que no le han puesto ninguno. Es el único mundo que conocen, así que tal vez no necesita un nombre. De todas maneras, el contacto no ha sido así. No entablamos una conversación — Snook empezó a dudar de su capacidad para ofrecer una descripción adecuada a la experiencia, y al mismo tiempo empezó a vislumbrar la enormidad del acontecimiento. Un habitante de otro universo, un fantasma, le tocó la mente. Sus vidas se habían mezclado…

— De acuerdo. Procure volver al principio. ¿Qué es lo primero que recuerda?

— Paz profunda de la corriente ondulatoria — dijo Snook cerrando los ojos.

— ¿Eso era un saludo?

— Creo que sí… Pero para él parecía más importante. El mundo de ellos parece estar compuesto de agua, en su mayor parte. El viento podría arrastrar una ola… Oh, no sé.

— Bien, olvide el saludo… ¿Qué ha ocurrido después?

— Felleth se denomina a sí mismo Reactivo. Es algo así como un líder, pero él no piensa en sí mismo como un gobernante. Luego ha habido una especie de discusión acerca de los oráculos y las predicciones, y era él quien llevaba la voz cantante. Ha dicho que la predicción era imposible.

— ¿Una discusión? Creí que me había dicho que no han conversado…

— No lo hemos hecho, pero él debió tener acceso a mis ideas…

— Esto es importante, Gil — dijo con entusiasmo Ambrose—. ¿Cree que él ha obtenido tanta información de usted como usted de él?

— No sabría decirlo. Ha debido ser un proceso doble, ¿pero cómo podría decirle quién le ha sacado mayor provecho?

— ¿Ha tenido la sensación de que lo forzaban a hablar?

— No. De hecho, él parecía sufrir. Ha dicho algo acerca del dolor.

— De acuerdo. Adelante, Gil.

— Le ha asombrado saber de las estrellas. Parece que no tienen ninguna noción de astronomía. Hay una permanente pantalla de nubes… Felleth la asocia con un techo. No conocía la relación entre los planetas y los soles.

— ¿Está seguro? Sin duda podrían haber llegado a ciertas nociones astronómicas…

— ¿Cómo? — preguntó defensivamente Snook.

— No sería fácil, lo sé. Pero hay pistas en abundancia. Los ciclos del día y la noche, las estaciones…

— Ellos no lo ven de ese modo. Felleth no sabía que su mundo tiene rotación. Piensa en la noche y el día como marcas negras y blancas en una hebra recta. No tienen estaciones. No tienen años. Para ellos el tiempo… y todo lo demás… es lineal. No tienen fechas ni calendarios como nosotros los conocemos. Cuentan el tiempo hacia adelante y hacia atrás, a partir del presente.

— El sistema podría ser engorroso — declaró Ambrose—. Se necesitan puntos de referencia estables…

— ¿Cómo demonios lo sabe? — Snook, todavía impresionado, no pudo dominar su fastidio ante la presunción del otro—. ¿Cómo puede saber de qué manera piensan otros seres humanos?

— Lo siento, Gil. Pero no nos vayamos por las ramas… ¿Qué más recuerda? — dijo Ambrose, imperturbable.

— Bien, creo que lo único que no le ha sorprendido es la explicación acerca de los dos universos que yo aprendí de usted. Ha dicho: «Partículas, antipartículas. Correcto, nuestra relación definida casi con exactitud.»

— Eso es interesante… Física nuclear, pero sin astronomía. ¿Ha hecho, además, alguna pequeña evaluación? ¿Ha dicho casi perfecta?

— Sí. Además, ha habido algo acerca del tiempo. Y el Planeta de Thornton se les cruzó en… — la voz de Snook vaciló.

— ¿Qué ocurre?

— Acabo de recordar… Aquí es donde me ha parecido que perdía el dominio de sí… Ha dicho que había ocurrido algo hace mil días. Recuerdo la cifra por la manera en que la ha dicho. Tengo la sensación de que no quería decir exactamente mil días… Era como cuando decimos que algo ocurrió hace un año cuando queremos decir hace once o doce o trece meses.

— ¿Qué ha ocurrido, Gil? ¿Ha mencionado las mareas?

— ¡Usted lo sabía! — en medio de su confusión, Snook de nuevo comprendía que tenía que revisar una vez más sus opiniones sobre Ambrose.

— Cuénteme qué le ha dicho — Ambrose era amable y persuasivo, pero firme.

— «Hace mil días el peso de nuestros océanos disminuyó. Las aguas se elevaron al cielo hasta tocar el techo de nubes. Luego barrieron al Pueblo. Y las casas del Pueblo…»

— Esto confirma lo que yo pensaba — dijo serenamente Ambrose—. Seré famoso. De ahora en adelante seré famoso.

— ¿Quién está hablando de usted? — Snook, desconcertado y furibundo, se sintió acuciado por raros temores—. ¿Qué ha pasado en Averno?

— Es muy sencillo. El Planeta de Thornton es del mismo material que Averno, y por lo tanto pudo arrastrarlo fuera de la órbita. Los efectos en las mareas han sido catastróficos, naturalmente; Averno es un mundo acuático…

Snook se apretó las sienes con las manos, recordando.

— Casi todos perecieron ahogados.

— Por supuesto.

— ¡Pero es gente real! A usted parece no importarle…

— No es que no me importe, Gil — dijo Ambrose con voz neutra—. Se trata simplemente de que no podemos hacer nada al respecto. No tenemos manera de ayudarles.

Algo en el modo de hablar de Ambrose intensificó el torbellino de la mente de Snook. Se adelantó y aferró la chaqueta de Ambrose.

— Hay algo más, ¿verdad?

— Está usted muy tenso, Gil — Ambrose no se movió ni intentó librarse de Snook—. Tal vez este no sea el momento apropiado para discutirlo.

— Quiero discutirlo. Ahora.

— De acuerdo… De todos modos, no hemos concluido con el interrogatorio. ¿Qué ha pasado después de que el averniano supiera lo del Planeta de Thornton?

— No lo… Hubo algo acerca de las predicciones, creo. Lo último que recuerdo es que Felleth aullaba «No». Aullar es la palabra adecuada. No había sonido, pero parecía desgarrado por el dolor…

— Esto es fascinante — dijo Ambrose—. La adaptabilidad y flexibilidad del cerebro de su amigo Felleth es… bien, no hay otra palabra apropiada: suprahumana. Y además, la eficiencia de su comunicación telepática. Hemos abierto nuevos campos de estudio.

— ¿Por qué ha aullado Felleth?

Ambrose se desembarazó suavemente de las manos de Snook.

— Estoy tratando de explicárselo, Gil. Son sólo conjeturas, pero todo depende de cuánto él haya podido extraer de la mente de usted. A usted no le interesa la astronomía, ¿verdad?

— No.

— ¿Pero recuerda algo de lo que oyó o leyó acerca de la captura del Planeta de Thornton por nuestro sol? ¿Y acerca de la órbita en que se instaló?

— No — Snook trató de calmarse—. Hubo algo acerca de una órbita de precesión… Y acerca del retorno del planeta. En noventa y ocho años más, ¿verdad?

— Continúe. Es importante todo lo que descubramos; si usted de veras sabe qué ocurrirá, en un nivel consciente…

Snook reflexionó un momento, hizo las conexiones neurales necesarias, y le invadió una gran tristeza.

— La próxima vez que pase el Planeta de Thornton, calculan que atravesará la Tierra — dijo con voz apagada.

— Correcto, Gil. Usted lo sabía.

— Pero Averno estaría separado de la Tierra para ese momento.

— Poca distancia. Y eso, siempre que continúe separándose a la velocidad actual. En todo caso, no habrá diferencia; el margen será tan pequeño que la catástrofe será devastadora como una colisión frontal — Ambrose escudriñó al grupo callado y vigilante—. La Tierra no será afectada, desde luego.

— ¿Cree que Felleth ha captado todo eso? — Snook no podía escapar de la fuga mortal que le retumbaba dentro de la cabeza—. ¿Cree usted que ese es el motivo por el que ha gritado?

— Yo diría que eso es lo que ha sucedido — dijo Ambrose, sin apartar los ojos de la cara de Snook—. Usted le ha dicho al averniano que el mundo de él, con todos sus habitantes, será destruido en menos de un siglo.

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