Snook había pedido que la iluminación se redujera al mínimo, y en consecuencia la oscuridad en el extremo del conducto sur del Nivel Ocho era casi total. Se sentía como si estuviera de pie en un pozo de tinta negra que no sólo lo despojaba de la luz sino que le sorbía todo el calor del cuerpo. Llevaba una linterna sujeta al cinturón, pero el único alivio que se consintió en ese acoso nocturno fue encender ocasionalmente la esfera del reloj de pulsera. El relumbrón fugaz de los números rojos y angulares que anunciaba que en el mundo de arriba llegaba el alba, también creaba una ilusión de calor. Sintió que le tocaban el brazo.
— ¿Qué hacemos si no ocurre nada? — la voz de Murphy era casi inaudible, a pesar de que estaba a sólo dos pasos.
Snook sonrió en la oscuridad.
— No hace falta susurrar, George.
— Maldito seas, Snook — y luego de una pausa Murphy repitió la pregunta en un tono levemente más alto.
— Volveremos mañana, por supuesto.
— Entonces traeré una botella de agua caliente y un termo de sopa.
— Lo siento — dijo Snook—. Ninguna fuente de calor… Una de las cámaras tiene película infrarroja y no quisiera arriesgar los resultados; la fotografía no es mi especialidad.
— ¿Pero crees que un filtro de magniluct funcionará en una cámara?
— No veo por qué no. ¿Y tú?
— Yo no veo un cuerno — susurró opacamente Murphy— aun con los Amplite puestos.
— Consérvalos… El momento anterior al alba parece el más propicio para una aparición, siempre que haya alguna.
Snook llevaba las gafas para la oscuridad, y al igual que Murphy, no veía casi nada. Las lentes de magniluct funcionaban como amplificadores de focos ínfimos de luz, volviendo visible cuanto rodeaba al usuario. Pero allí donde la iluminación era prácticamente nula, los resultados eran inciertos. Se recostó contra la pared del extremo del conducto, moviendo constantemente los ojos, decidido a no dejar pasar la más ligera anomalía, y ocasionalmente se sacaba las gafas un segundo para comparar ambas formas de visión. Tal vez habían transcurrido diez minutos cuando Snook creyó notar una leve diferencia, le parecía que la negrura era menos intensa mientras miraba con las gafas. No había formas visibles, ni siquiera una variación localizada en la ínfima luminosidad, y sin embargo tenía casi la certeza de que el campo de visión era infinitesimalmente más brillante, como si un gas ligeramente luminoso estuviera escurriéndose dentro del túnel.
— George, ¿notas algo?
— No — la respuesta del otro fue inmediata.
Snook maldijo la falta de equipo apropiado. No tenía manera de probar que la aparente intensificación del brillo no se debía a que sus ojos se habituaban tras una prolongada permanencia en la oscuridad. De pronto, una mota de luz, tenue como una estrella pequeña, surgió a la izquierda y vagabundeó ociosamente frente a él. Snook apretó el botón que, mediante un sistema que él había diseñado durante el día, hacía disparar a las cuatro cámaras. Los chasquidos y el arrullo mecánico de las cámaras eran alarmantemente ruidosos en la cerrada negrura. Snook miró la hora y la memorizó.
— ¿Has visto eso? — dijo—. Algo parecido a una pequeña luciérnaga…
Hubo un momento de silencio, luego Murphy dijo:
— Gil… ¡Mira el suelo!
Una mancha de luz opaca apareció sobre el suelo y gradualmente adquirió forma esférica. Cuando el círculo alcanzó el tamaño de la mano de un hombre, Snook advirtió que en realidad estaba mirando una cúpula luminosa transparente que en la parte superior era velluda como un coco. Luchó para controlar la respiración, y con un esfuerzo de voluntad puso en acción nuevamente las cámaras. Segundos después la cúpula había ascendido y crecido hasta volverse un objeto toscamente esférico que parecía una cabeza en la que se entreveían rasgos humanos. Debajo, el cuerpo relucía dentro de la roca.
Había dos ojos cerca del extremo superior, y entre ellos, aunque un poco más abajo, un tercer orificio que bien podría haber sido una nariz, aunque sin sus fosas. No se le veía orejas, y muy cerca de la parte inferior había una boca en forma de ranura, tremendamente ancha y móvil. Bajo la mirada de Snook, la boca se curvó y retorció, arqueándose en diversos gestos y visajes que en la cara de un hombre habrían indicado una diversidad de sentimientos, del tedio a la ira a la ironía a la impaciencia, más otros para los que no había equivalentes humanos.
El ruido de la áspera respiración de Murphy recordó a Snook que aún le quedaba algo por hacer. Tomó otro rollo de película y, casi inconscientemente, siguió operando las cámaras con unos pocos segundos de intervalo, mientras la aparición se elevaba incesantemente hasta exhibirse casi por completo.
La cabeza de la criatura iba seguida por hombros estrechos y brazos extrañamente articulados que brotaban de una complicada combinación de túnicas, pliegues y correas que parecían más intrincados por ser traslúcidos, dejando entrever la parte trasera de la figura, además de la delantera. Órganos borrosos se deslizaban y palpitaban internamente. La criatura siguió elevándose a través del suelo a la misma velocidad, en completo silencio, hasta quedar totalmente a la vista. Tenía la altura de un hombre pequeño, y dos piernas desproporcionadamente magras que se vislumbraban brumosamente entre los pliegues de las túnicas. Los pies eran chatos y triangulares, y los huesos se desplegaban radialmente entre los cordeles de lo que parecían sandalias.
Cuando la criatura emergió del todo en el túnel, se volvió a medias y, en un gesto llamativamente humano, se llevó una mano a los ojos como para protegerlos de una luz brillante. No daba indicios de percibir la presencia de los dos hombres. La capacidad de razonamiento de Snook estaba bloqueada por un terror agobiante, y sin embargo descubrió que aún conservaba la capacidad de asombro. Condicionado por las leyes físicas de su propia existencia, había supuesto que la figura reluciente interrumpiría su ascenso cuando llegara al mismo nivel que ellos. Pero, sorprendentemente, continuó elevándose impasible hasta que la cabeza traspasó el techo del túnel, y después de la cabeza, también el cuerpo azulado y transparente se sumergió en la roca sólida…
Una superficie radiante que se extendía horizontalmente desde el plano de los pies, como un suelo insustancial, también ascendía, creando la ilusión de que el túnel se estaba llenando de un líquido resplandeciente. Cuando el nivel del 'suelo' le pasó sobre los ojos, Snook fue encandilado de pronto por una luminiscencia brumosa y se quitó las gafas repentinamente.
El túnel volvió al estado anterior de completa oscuridad, y por un momento Snook se sorprendió temblando de alivio ante la sola concesión de no ver nada en absoluto. Permaneció absolutamente rígido un instante, respirando con pesadez, y luego encendió la linterna.
— ¿Cómo estás, George? — dijo en tono precavido.
— No demasiado bien — repuso Murphy—. Tengo náuseas y…
Snook aferró el brazo de Murphy y le alejó de la pared del fondo del túnel.
— Yo también, pero mejor aguantemos un poco.
— ¿Por qué?
— No sé hasta dónde subirá nuestro visitante, pero creo que tendríamos que evacuar a los hombres del nivel superior inmediato. Si ven lo que acabamos de ver nosotros, la mina quedará cerrada para siempre.
— Yo… ¿Qué crees que era? — Murphy parecía ansioso de que Snook le suministrara una explicación científica que volviera inocua la aparición.
— Era un fantasma, George. Según la mayor parte de las definiciones clásicas, era un fantasma.
— No era humano.
— Los fantasmas no lo son.
— Quiero decir que no era el fantasma de un ser humano, ¿o…?
— Ahora no hay tiempo de preocuparse por eso — Snook se puso otra vez las Amplite y descubrió que en su visión todavía perduraba esa luminiscencia brumosa que velaba parcialmente los detalles de cuanto podía ver en el túnel, aun con la linterna encendida. Se las quitó y miró la hora en el reloj—. Veamos… Este conducto tiene unos dos metros de alto y nuestra aparición lo ha atravesado en unos seis minutos.
— ¿Han sido sólo seis minutos?
— Ni uno más. ¿Hay un conducto directamente encima de éste?
— Sólo la totalidad del sistema Siete-C, eso es todo.
— ¿A qué distancia?
— Varía de acuerdo con la forma de los depósitos de arcilla… Podría ser de sólo cinco o seis metros en algunas partes — la voz de Murphy era mecánica, remota—. ¿Te has fijado en los pies? Eran como de ave, como los de un pato.
Snook apuntó la luz de la linterna directamente a los ojos de Murphy para acicatearle y que se decidiera a afrontar el problema.
— George, si la criatura sigue subiendo a la misma velocidad llegará al próximo nivel quizás en menos de diez minutos. Tienes que sacar a los hombres de allí antes de que eso ocurra.
Murphy tapó la luz con la mano y sus dedos quedaron rojizos y traslúcidos.
— No tengo autoridad para evacuar a los hombres.
— De acuerdo… Entonces quédate sentado y observa cómo se evacúan solos. Yo tengo que cuidar estas cámaras.
— Cundirá el pánico — Murphy reaccionó de pronto—. Mejor llamo al administrador por teléfono. O incluso al coronel — encendió su propia linterna y se puso a caminar apresuradamente entre las tuberías que serpeaban a lo largo del suelo.
— George — llamó Snook—, lo primero es hacer que los hombres se quiten los Amplite y se valgan de la luz ordinaria. De ese modo no verán nada insólito.
— Lo intentaré.
Murphy desapareció en un recodo del túnel y Snook se dedicó a desmantelar el improvisado equipo fotográfico. A falta de auténticos trípodes había emplazado las cuatro cámaras sobre una pequeña mesa plegable. Trabajaba lo más rápido que podía, con la esperanza de alcanzar a trasladar todo a un nivel más alto para interceptar nuevamente al fantasma, pero en el túnel hacía frío y sus dedos se negaban a funcionar adecuadamente. Pasaron algunos minutos hasta terminar de embalar las cámaras y las servoconexiones en una caja de cartón, recoger la mesa y partir hacia el hueco principal. Acababa de llegar al ascensor continuo cuando los primeros alaridos de pánico reverberaron arriba.
La iluminación eléctrica era más intensa en la galería del Nivel Ocho que rodeaba el hueco del ascensor, pero Snook se veía impedido por la carga y casi perdió pie cuando entró en una de las jaulas ascendentes. Se apoyó contra la pared de tela metálica y se preparó para apearse en el Nivel Siete-C. La algarabía se intensificó durante los pocos segundos que necesitó para subir a la otra galería, y cuando quiso salir del ascensor, tres hombres que querían entrar le bloquearon el paso. Obstaculizaron la salida por un momento, cada cual empujando al otro hacia atrás. Y cuando Snook logró abrirse paso a empujones, la jaula ya había subido más de un metro por encima del suelo de roca y entonces Snook aterrizó torpe y violentamente, soltando la mesa.
Otros mineros, la mayoría con gafas, habían emergido del túnel sur y forcejeaban para llegar a la jaula siguiente. Snook oyó el crujido de la mesa que se astillaba bajo la estampida.
Acometió la marea de hombres asustados al tiempo que protegía la caja del equipo fotográfico, hasta que llegó a un claro frente a la entrada de un conducto vacío. Respirando pesadamente, se tanteó el bolsillo para tomar las gafas de magniluct y ponérselas. La imagen de cuanto le rodeaba se iluminó de inmediato y Snook vio que él y los otros hombres de la galería estaban aparentemente hundidos hasta la cintura en un estanque de luminosidad. Pensó que era una especie de suelo donde se apoyaba el visitante espectral, y verlo le confirmaba lo que él ya sabía por la conducta de los mineros: que la criatura había penetrado hasta el Nivel Siete.
— ¡Quitaos las gafas! — gritó a los hombres que se apiñaban en torno al ascensor. Pero la voz se perdió en la turbia confusión de gritos y gruñidos. Snook decidió no intentar abrirse paso hasta el conducto sur por temor a que le aplastaran las cámaras. Se quedó de espaldas contra la pared, esperando que el ascensor trasladara a los mineros a la superficie. Entonces reparó en otra faceta del fenómeno espectral; el plano de luminosidad azulada, el suelo fantasma, volvía a hundirse en el suelo de roca. Mientras él observaba, los dos niveles se fundieron y al mismo tiempo el éxodo de hombres del conducto sur se interrumpió de golpe.
Snook se precipitó dentro del túnel y descubrió que viraba abruptamente hacia el oeste. Dobló el primer recodo, corrió a lo largo de una prolongada sección recta sembrada de una maraña de tubos de evacuación y proyectores abandonados, y llegó a un segundo recodo. Cuando dobló se detuvo bruscamente.
Allí se podía ver por lo menos diez de las figuras luminosas.
Todas se hundían en el suelo a considerable velocidad, pero además se movían lateralmente. Caminaban con pasitos curiosamente parecidos a los del pavo, algunas de dos en dos, saliendo de una pared del túnel y desvaneciéndose dentro de la otra. Las complejas transparencias de las túnicas ondeaban alrededor de las piernas delgadas; los ojos, muy cerca del extremo superior de las cabezas velludas, giraban lentamente; y las ranuras que tenían por boca, increíblemente anchas y móviles, se fruncían y torcían y arqueaban en silenciosas parodias de lenguaje.
Snook, paralizado de temor, se dio cuenta de que nunca había visto nada tan esencialmente extraño, y sin embargo evocó las ilustraciones de manual en las que antiguos senadores romanos se paseaban y conversaban ociosamente acerca de los problemas del Imperio. Observó durante el tiempo que las figuras tardaron en hundirse en el suelo del túnel, hasta que sólo las cabezas relucientes quedaron visibles; avanzaban con determinación a través de las marañas de tubos. Al fin, no quedó nada para ver, salvo las evidencias normales de actividad humana.
Cuando desapareció la última mota de luz, fue como si le hubieran liberado de una pinza que le atenazaba el pecho. Respiró profundamente y se volvió, ansioso de regresar al mundo de la superficie y sus perspectivas familiares. Camino del ascensor se le ocurrió que no había intentado fotografiar esta última escena y que probablemente tendría la oportunidad de hacerlo si regresaba al Nivel Ocho. Sacudió la cabeza enfáticamente y avanzó a paso firme hacia el ascensor, aferrado a la caja con las cámaras. La galería circular estaba desierta cuando llegó, y no tuvo dificultad en meterse en una jaula vacía. En el Nivel Cuatro dos mineros jóvenes — uno asistía a las clases de inglés de Snook— saltaron dentro del ascensor. Se miraban uno al otro y sonreían nerviosos.
— ¿Qué ha pasado, señor Snook? — dijo el muchacho que era su alumno—. Alguien dice que arriba tenemos una reunión especial. Otros se vuelven pesi.
— Nada importante — le dijo Snook sin ningún énfasis—. Alguna gente ha visto cosas, eso es todo.
Salir del ascensor a un mundo matinal y brillante de sol, color y tibieza infundió a Snook una gran tranquilidad. Al parecer la vida continuaba como siempre, despreocupada de los terrores que acechaban bajo la superficie. Snook tardó unos segundos en comprender que una situación tensa y anómala se estaba produciendo en el área de la boca de la mina. Había unos doscientos hombres agolpados frente al edificio de registros, en cuya escalinata Alain Cartier los arengaba en una furibunda mezcla de inglés y swahili, adornada aquí y allá con epítetos de su francés nativo. Algunos mineros escuchaban a Cartier, otros discutían en grupo con varios supervisores que avanzaban entre ellos. La administración comunicaba a los mineros que tenían obligación de volver sin tardanza al trabajo, pero los hombres, como ya lo habían presumido Snook y Murphy, se negaban a bajar.
— ¡Gil! — exclamó la voz de Murphy a espaldas de Snook—. ¿Dónde has estado?
— Echando otro vistazo a nuestros visitantes transparentes — Snook escrutó la cara del superintendente—. ¿Por qué?
— El coronel quiere verte. En seguida. Vamos, Gil.
Murphy casi bailoteaba de impaciencia y Snook empezó a sentir un oscuro furor hacia los hombres que con el poder que detentaban podían afectar así a seres humanos mejores que ellos.
— No dejes que Freeborn te atropelle, George — dijo con deliberada estolidez.
— No entiendes — repuso Murphy con una voz baja y urgente—. El coronel ya ha mandado buscar tropas a Kisumu. Lo he oído por radio.
— ¿Y crees que abrirían fuego contra su propia gente?
Murphy le miró a los ojos.
— El regimiento de Leopardos está acantonado en Kisumu. Despedazarían a sus propias madres si lo ordena el coronel.
— Entiendo. ¿Y qué se supone que debo hacer?
— Tienes que convencer al coronel Freeborn de que puedes aplacar los ánimos y persuadir a la gente de volver al trabajo.
Snook sonrió con incredulidad.
— George, tú has visto a esa criatura tan bien como yo. Era real. No hay manera de convencer a esos hombres de que no existía.
— No quiero que maten a nadie, Gil. Tiene que haber una manera — Murphy se apretó el dorso de la mano contra la boca en un gesto infantil. Snook sintió un arrebato de simpatía que le sorprendió por su intensidad. «Está ocurriendo — pensó—. Es así como te comprometes con algo.»
— Tengo una idea que le puedo presentar al coronel — dijo en voz alta—. Supongo que nos escuchará.
— Vamos a verle — dijo Murphy con sus ojos centelleantes de gratitud—. Está esperando en su oficina.
— De acuerdo — Snook avanzó varios pasos con el superintendente, luego se detuvo y se apretó el bajo vientre—. La vejiga — susurró—. ¿Dónde está el baño?
— Eso puede esperar.
— ¿Quieres apostar? Escucha, George. No soy muy buen orador si me encuentro de pie en un charco de orina.
Murphy señaló un edificio bajo con flores rojas frente a la ventana.
— Esa es la sala de descanso de los supervisores. Entra allí. La primera puerta a la izquierda. Dame…, te guardo las cámaras.
— No hace falta — Snook caminó rápidamente hacia la puerta del edificio, entró en el cuarto de baño y se alegró de encontrarlo vacío. Aparentemente, esa caótica reunión mantenía ocupados a los supervisores. Se encerró en un cubículo, apoyó la caja en la tapa del inodoro, sacó la cámara provista con filtro de magniluct y extrajo el rollo de película. Un rápido vistazo le reveló que su técnica improvisada había dado resultado: había imágenes asombrosamente nítidas de la primera aparición que había visto. Se deslizó el rollo en el bolsillo. Trabajando tan rápido como pudo, Snook puso otra película en la cámara, apretó la palma de la mano contra el objetivo para bloquear la luz y apretó dos veces el disparador, produciendo igual número de exposiciones de las otras cámaras. Guardó la cámara en la caja, descargó el agua del inodoro y salió para reunirse con Murphy.
— Has tardado bastante — rezongó Murphy, que había recobrado la compostura.
— No sirve de nada apresurar estas cosas — Snook le alargó la caja con las cámaras y el equipo para desentenderse de ella—. Bien, ¿dónde está el Führer Freeborn?
Murphy le condujo a otra casa prefabricada rodeada en parte por matas de adelfa. Entraron en una sala de recepción donde Murphy habló quedamente con un sargento sentado ante el escritorio, y después les condujeron a un cuarto más amplio al que la presencia de diversos mapas en las paredes confería un aspecto vagamente militar. El coronel Freeborn era exactamente como Snook lo recordaba: alto, delgado, duro como la teca lustrada en la que parecía estar tallado, comunicaba de algún modo una impresión de meticulosa pulcritud y tosquedad al mismo tiempo. La depresión cóncava relucía en el flanco del cráneo afeitado. Desvió los ojos pardos e intensos de los papeles que estaba estudiando, y los clavó en Snook.
— Muy bien — graznó—, ¿qué ha descubierto?
— Buenos días, igualmente — dijo Snook—. ¿Y usted cómo está?
Freeborn soltó un suspiro de fatiga.
— Oh…, sí. Le recuerdo a usted; el ingeniero aeronáutico con principios.
— No me importan los principios… Simplemente, no me gusta que me presionen.
— Recordará usted que fue su amigo Charlton quien le trajo a Barandi. Yo simplemente le ofrecí un trabajo.
— Y me negó el permiso para salir.
— Cosas peores han sucedido a hombres que entraron ilegalmente en este país.
— Sin duda — Snook observó el bastón con el pomo esférico de oro apoyado en el escritorio.
Freeborn se puso de pie, se acercó a la ventana y se quedó mirando la congregación de mineros.
— Me han informado que usted ha realizado una valiosa tarea educativa con el personal de esta mina — dijo con voz asombrosamente amable—. Es muy importante, en esta etapa, que la educación de los mineros prosiga. Habría que inculcarles, ante todo, que los fantasmas no existen. Las creencias primitivas pueden ser perjudiciales… No sé si soy claro.
— Absolutamente claro — Snook estaba a punto de advertir que prefería que el coronel no intentara ser sutil, cuando interceptó una mirada implorante de Murphy—. Pero yo no puedo hacer nada al respecto.
— ¿Qué quiere decir?
— Acabo de bajar a los niveles inferiores. Los fantasmas sí existen… Los he visto.
Freeborn giró sobre los talones y le encañonó con un índice acusatorio.
— No lo intente, Snook. No intente pasarse de listo.
— De ninguna manera. Puede verlos con sus propios ojos.
— ¡Perfecto! Me gustaría muchísimo — Freeborn recogió el bastón—. Lléveme a ver los fantasmas.
Snook se aclaró la garganta.
— El inconveniente es que sólo aparecen poco antes del alba. Ignoro la razón, pero se elevan a los niveles inferiores de la mina al amanecer. Luego vuelven a perderse de vista, aunque cada día llegan más alto.
— ¿Así que no puede mostrarme estos fantasmas? — el coronel curvó los labios en una sonrisa.
— Ahora no, pero quizás aparezcan de nuevo mañana por la mañana… Esa parece ser la costumbre. Y tendrá que ponerse unas gafas Amplite.
Comprendiendo lo increíble que sonaba esta historia, Snook pasó a referir cuanto había visto y hecho en la mina, con una descripción completa de los fantasmas y el equipo experimental. Cuando terminó de hablar, pidió a Murphy que corroborara sus declaraciones. Freeborn examinó a Snook apreciativamente.
— No creo una palabra — dijo—, pero me encantan todos los detalles circunstanciales. ¿Dice usted que estos viajeros del Hades sólo son visibles con gafas de magniluct?
— Sí… Y allí tiene usted la solución de su problema. Dé órdenes de que cada hombre entregue los Amplite, y los fantasmas no volverán a ser vistos.
— ¿Pero cómo verán para trabajar?
Snook se encogió de hombros.
— Tendría que instalar un equipo de iluminación, como antes de que se inventara el magniluct. Sería caro…, pero mucho más barato que cerrar la mina, sin duda.
Freeborn alzó el bastón en un ademán distraído, y el pomo de oro se deslizó naturalmente dentro de la cavidad del cráneo.
— Quiero decirle algo, Snook. No hay la más remota posibilidad de que se cierre la mina, pero la historia que usted acaba de elaborar no deja de fascinarme. Ahora, en cuanto a esas cámaras… Supongo que no se le habrá ocurrido usar película de revelación instantánea…
— Es la que he usado, en verdad.
— Ábralas y déjeme ver qué ha fotografiado.
— Cómo no — Snook empezó a abrir las cámaras y sacar los rollos—. No creo que la polarizada o la infrarroja hayan servido de mucho, pero la que tiene el filtro de magniluct tendría que mostrar algo, si tenemos suerte — Snook desenrolló el carrete en cuestión, lo presentó a la luz, y cloqueó decepcionado—. Aquí no parece haber nada.
Freeborn golpeteó el hombro de Murphy con la punta del bastón.
— Usted es un buen hombre, Murphy — dijo llanamente—, y por eso no voy a hacerle castigar por hacerme perder tiempo. Ahora llévese de aquí a este lunático y sus cámaras, y no me lo traiga nunca más, ¿entendido?
Murphy parecía intimidado, pero no cedió.
— Yo también vi algo en la mina.
Freeborn esgrimió el bastón. El pesado pomo de oro recorrió un breve trayecto, pero cuando chocó con el dorso de la mano de Murphy produjo un chasquido como el de una rama al partirse. Murphy inhaló ásperamente y se mordió el labio inferior. No se miró la mano.
— Largo de aquí — dijo Freeborn—. Y de ahora en adelante, quien contribuya a la histeria colectiva que ha estallado en la mina será considerado un traidor a Barandi. Ya sabéis lo que eso significa.
Murphy asintió, se volvió rápidamente y caminó hacia la puerta. Snook llegó antes, hizo girar el picaporte y salieron juntos. Los mineros seguían reunidos y el alboroto era mayor que antes. Murphy alzó la mano derecha y Snook advirtió que ya empezaba a hincharse.
— Tendrías que hacerte mirar… Creo que tienes el hueso roto.
— Ya sé que tengo el hueso roto, pero puede esperar — Murphy aferró del hombro a Snook con la mano sana—. ¿Qué significa esto? Creí que intentarías convencerle…
— Lo intenté. Iluminación normal en la mina… Sin gafas de magniluct, no hay fantasmas.
— ¿Eso es todo? — Murphy no ocultó su decepción—. Creí que ibas a tratar de demostrarle que los fantasmas eran reales, ¡tú y tu maldita caja de trucos!
Snook meditó un instante. Cuanta más gente estuviera al tanto de su plan, mayores serían los riesgos. Pero había forjado un extraño vínculo con Murphy, y no quería ponerle en peligro. Y decidió ser franco.
— Mira, George — le dijo apretando los dedos contra el bolsillo lateral de la chaqueta y perfilando así el carrete de película—. Cuando hace un rato fui al cuarto de baño lo que hice fue sacar esta película de una de las cámaras y sustituirla por una nueva. Esta es la que nos muestra el fantasma…
— ¿Qué? — Murphy apretó con más fuerza el hombro de Snook—. ¡Eso es lo que necesitábamos! ¿Por qué no se la mostraste al coronel?
— Calma — Snook se libró de la mano de Murphy—. Si armas tanto escándalo lo echarás todo a perder. Confía en mí, ¿quieres?
— ¿Para hacer qué…? — Murphy tenía el rostro pardo rígido de furia.
— Para cambiar la situación. Es tu única esperanza. Freeborn ahora manda porque éste es su pequeño universo privado, donde si se le antoja puede ordenar una matanza sin que nadie se lo impida. Si hubiera llegado a tener la evidencia de que los fantasmas realmente existen, la habría enterrado. Y a nosotros también, probablemente.
«Ya has visto cómo se interesaba por las cámaras. No creía en nuestra historia, pero quiso echar una ojeada al rollo… por si acaso. A la gente como Freeborn le interesa mantener las cosas tal como están, sin que a nadie del mundo exterior le importe un rábano lo que ocurre en Barandi.
— ¿Y qué puedes hacer al respecto? — preguntó Murphy.
— Si puedo mostrar esta película al agente de la Asociación de Prensa en Kisumu, te prometo que mañana mismo el mundo entero estará mirando por encima del hombro de Freeborn. Tendrá que retirar a sus Leopardos… Y tendremos la oportunidad de descubrir qué son realmente nuestros fantasmas.