Capítulo 8

A las ocho ya estaban todos allí. Mi casa estaba atestada. Jane, Gerald y Sally ocupaban los mejores asientos, mientras que los demás estaban en unas sillas del comedor pequeño o sentados en el suelo, como los tortolitos de Melanie y Bankston. Decidí no llamar a Robin, ya que solo había estado en Real Murders una vez; y qué vez. LeMaster Cane estaba sentado alejado de los demás, no hablaba con nadie y su expresión era deliberadamente neutra. Gifford se había traído a Reynaldo y los dos estaban hechos un ovillo con la espalda apoyada en la pared irradiando un aire hosco. Gerald aún parecía afectado, su rostro redondeado algo tenso. Benjamin Greer intentaba entablar amistad con Perry Allison, que sonreía abiertamente. Sally procuraba no mirar a su hijo al tiempo que mantenía una conversación esporádica con Arthur, que mostraba un aspecto agotado. La cabeza pálida de John estaba inclinada hacia Jane, quien hablaba en voz baja.

Incluso en aquellas circunstancias, me sentí tentada de levantarme y decir: «Supongo que os preguntaréis por qué os he pedido que vinierais», pero me faltó el valor. Además, ellos ya lo sabían.

Di por hecho que John tomaría la batuta, ya que era nuestro presidente. Pero se limitó a mirarme con expectación, y me di cuenta de que me correspondía a mí arrancar la reunión.

– Amigos -dije en voz alta, y los retazos de conversaciones se extinguieron como si los hubiese cercenado un cuchillo. Hice una pausa, tratando de ordenar las ideas y Gifford pidió:

– Levántate para que todos podamos verte.

Vi que varias cabezas asentían y le hice caso.

– En primer lugar -proseguí-, quiero expresar a Gerald nuestro pésame y aflicción por la pérdida de Mamie. -Gerald miró a su alrededor con languidez, acusando recibo de los murmullos de simpatía con un gesto de la cabeza-. Asimismo -continué-, creo que tenemos que hablar de lo que nos está pasando. -Ahí conseguí la plena atención de todos-. Supongo que todos estáis al corriente de los bombones manipulados que nos han mandado a mi madre y a mí. No me atrevo a decir que estuvieran envenenados, porque no me consta, por lo que no sé si la intención era la de matarnos. Pero intuyo que podemos suponerlo. -Paseé la mirada para comprobar si alguien no estaba de acuerdo. Nadie-. Por supuesto, todos sabéis también que el bolso de Mamie se encontró en el coche de Melanie.

Melanie agachó la cabeza, avergonzada, ocultando su rostro tras su lisa melena negra. Bankston la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí.

– Como si ella fuese capaz de tal cosa -dijo, encendido.

– Eso lo sabemos todos -afirmé.

– Por supuesto -se unió Jane, indignada.

– Sé -proseguí con sumo cuidado- que Sally y Arthur se encuentran en una posición muy delicada esta noche. Puede que Sally quiera informar al periódico de nuestra reunión y Arthur tendrá que contarle a la policía que estuvo aquí y lo que pasó. Lo veo. Pero espero que Sally esté de acuerdo en que lo que tratemos esta noche no sea público.

Todos miraron a Sally, que echó para atrás su broncínea cabeza y nos respondió con una sonrisa.

– La policía no quiere que diga que el asesinato fue una imitación -dijo, exasperada-. Pero todos en Real Murders se lo han contado a alguien de todos modos. Estoy perdiendo el mejor reportaje de mi vida. Y ahora queréis que no mencione esta noche. Es como pedirle a Arthur que deje de ser poli un par de horas.

– ¿Quiere decir eso que te harás eco de esta reunión? -preguntó Gifford inesperadamente-. Porque si esto sale a la luz, me largo ahora mismo.

Se quedó mirando a Sally, atusándose la cabellera.

– Oh, está bien -dijo Sally. Entrecerró los ojos mientras recorría la habitación con la mirada-. ¡Pero os advierto que es la última vez que no usaré lo que se diga sobre los asesinatos!

Eso nos dejó a todos mudos por un instante.

– ¿Para qué nos has convocado, querida? -preguntó Jane.

Buena pregunta. Me tiré a la piscina.

– El asesino probablemente sea uno de nosotros, ¿no? -dije con nerviosismo.

Nadie movió un músculo. Nadie volvió la mirada a quien tuviera al lado.

Una presencia allí redobló su poder envuelta en el silencio. Esa presencia era el miedo, por supuesto. Todos estábamos asustados, o empezábamos a estarlo.

– Quizá sea enemigo de alguno de nosotros -dijo Arthur finalmente.

– Vale, ¿quién tiene enemigos? -inquirí-. Sé que suena ingenuo, pero, por el amor de Dios, tenemos que pensar o seguiremos estando con el agua al cuello hasta que muera otra persona.

– Creo que exageras -terció Melanie. Lo cierto es que sus labios lucían una sonrisa un poco especial.

– ¿Cómo, Melanie? -preguntó Perry de repente-. ¿Cómo podría Roe estar exagerando esto? Todos sabemos lo que ha pasado. Está claro que no hace falta ser un genio para saber que el asesinato de Mamie pretendía emular el de Julia Wallace. Uno de nosotros está como una cabra. Y, de tanto leer al respecto, todos sabemos que un asesino psicótico puede ser inofensivo como una golosina por fuera y un lunático por dentro. ¿Qué me decís de Ted Bundy?

– Solo quería decir…-intentó añadir Melanie, insegura-. Solo digo que es posible, no lo sé, que alguien que no conozcamos esté haciendo esto, alguien con quien no tengamos relación alguna. Quizá la presencia de un grupo como el nuestro haya desencadenado esto en alguna mente retorcida.

– Y a lo mejor los cerdos vuelan -murmuró Reynaldo, y Gifford se rio.

No era una risa normal, y la presencia empezó a rebotar la estancia como una fuerza ciega, dispuesta a medrar en el primero que se prestase. La gente estaba cada vez más nerviosa. Había cometido un error, y no estábamos consiguiendo nada.

– Si alguno de vosotros tiene un enemigo, alguien que sepa de vuestra participación en Real Murders, alguien que quizá haya leído vuestras anotaciones del club o vuestros libros, que se haya interesado en lo que estudiamos, ahora es el momento de pensar en esa persona -dije-. Si no podemos dar con alguien con ese perfil, esta es la última reunión del club.

Aquello volvió a sumirlos a todos en un manto de silencio de pura asimilación.

– Por supuesto -resopló Jane Engle-. Este es nuestro fin.

– Puede que lo sea literalmente, de más de uno, si no se nos ocurre algo -dijo Sally a bocajarro-. Quienquiera que esté detrás, no se va a detener. ¿Alguno ve que esto vaya a parar? Ni de lejos. Alguien se lo está pasando en grande, y apuesto lo que sea a que se encuentra en esta sala.

– Tengo cosas mejores que hacer que permanecer en un sitio donde llueven las acusaciones -restalló Benjamin-. Ahora estoy metido en política, y de todos modos habría abandonado el club. Que a nadie se le ocurra intentar matarme, porque le estaré esperando.

Se dirigió hacia la puerta en medio de un mar de susurros incómodos y, antes de que la cerrase tras de sí, Gifford comentó claramente:

– Nadie se molestaría en matar a Benjamin. Menudo capullo.

Creo que todos sentíamos algunas variaciones en el tema.

– Lo siento -les dije a todos-. Pensé que podría lograr algo. Pensé que si estábamos todos juntos, podríamos recordar algo que ayudaría a resolver este horrible crimen.

Todo el mundo empezó a removerse, dispuestos a lidiar con cualquier cosa que pudiese surgir.

John Queensland exhibió un inesperado sentido del drama.

– Queda aplazada la última reunión de Real Murders -anunció formalmente.

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