Capítulo 8

Molly observaba a Tyler Benson por encima del borde de su vaso de Coca-cola light. Lacey se había ido hacia la puerta unos segundos antes, dejándolo solo. Con la bebida en la mano, él se paseaba por la habitación atestada de invitados. Al igual que Hunter, Ty era, obviamente, un hombre reservado, y Molly no podía reprochárselo hallándose en medio de toda aquella gente.

Ir allí no había sido fácil para Lacey, ni para él. Seguramente el pasado los rodeaba hasta el punto de asfixiarlos, pensó Molly. Pero habían ido. Y ella se lo agradecía.

Tal vez fuera tonta, pero confiaba en que pudieran llegar a coexistir todos pacíficamente, del mismo modo que rezaba por que su madre fuera a casarse finalmente por amor y no por dinero. Se preguntaba cuál de aquellos deseos tenía oportunidad de convertirse en realidad, en caso de que alguno la tuviera.

Se acercó al mejor amigo de Hunter.

– Ty… -dijo para llamar su atención.

Él se volvió.

– Hola otra vez -la saludó calurosamente.

Molly disfrutaba estudiando a la gente y Ty, con su cabello oscuro y su expresión reconcentrada emanaba una actitud de rebeldía inconfundible. Estaba en guardia y ella entendía el porqué.

– ¿Te diviertes? -preguntó con sorna.

– Voy tirando -Molly distinguió un asomo de buen humor en su voz.

– Pues yo me alegro de que hayas venido.

– Gracias -él dejó su copa vacía en la bandeja de un camarero que pasaba y luego se metió las manos en los bolsillos-. Tengo entendido que el otro día os llevasteis un pequeño susto en el centro comercial.

Ella asintió con la cabeza.

– Todavía estoy temblando -veía aún aquel coche precipitarse hacia ellas. Menos mal que Lacey tenía buenos reflejos, había pensado una y otra vez desde entonces.

– Es normal. ¿Te importa que te pregunte una cosa? -Ty señaló un rincón vacío de la habitación donde podían hablar en privado.

– Claro que no -ella se dirigió a la zona que él sugería-. ¿De qué se trata? -Ty había despertado su curiosidad.

Él se inclinó hacia ella.

– ¿Cómo se lo tomó Dumont cuando le dijiste que Lilly estaba viva?

Ella intentó no envararse. Procuró no ponerse a la defensiva. Lo intentó y fracasó, aunque Ty tenía derecho a ver respondida aquella pregunta y muchas otras. Pero lo cierto era que ella no tenía las respuestas que buscaba. Le había preguntado lo mínimo a Marc: lo que soportaría oír y nada más. No se consideraba una cobarde, pero, enfrentada a la posibilidad de perder los progresos que había hecho para acercarse a su madre y tener una familia, había descubierto que era decididamente una cobarde y más aún.

– ¿Por qué quieres saberlo? -le preguntó, recelosa.

– Porque sí.

– Porque sí no es una respuesta y tú lo sabes.

Él asintió brevemente con la cabeza.

– Porque la última vez que pasó algo que dio al traste con sus planes, Dumont reaccionó. Y como consecuencia de ello cambiaron las vidas de algunas personas. Puede que esté haciendo el papel del tío arrepentido y amable al invitar a Lilly, pero yo no me lo trago. Y pienso asegurarme de que ella no vuelva a sufrir porque él tenga planes de venganza -Ty se pasó una mano por el pelo y se apoyó contra la pared sin apartar la mirada de la de Molly.

Ella sintió admiración por el modo en que defendía a Lilly y se preguntó si alguien la querría a ella alguna vez lo suficiente como para cuidarla de esa manera. Nunca antes, desde luego, había sentido que así fuera, ni siquiera de niña, lo cual explicaba probablemente por qué ahora luchaba por conservar el cariño de su madre.

– Déjame que te diga una cosa -respondió, concentrándose en las palabras de Ty-. Puede que Hunter y tú penséis que me he dejado convencer por los encantos de Marc, pero no es cierto. Yo sopeso los hechos y decido por mí misma -esta vez, sin embargo, no había hecho preguntas. Pero eso no tenía por qué saberlo Ty.

Él sonrió.

– Me alegra saberlo.

– ¿Por qué sonríes tan de repente?

– Porque eres muy luchadora.

– ¿Y?

– Tú podrías hasta plantar cara a un hombre como Hunter -dijo Ty, y su humor sombrío se aligeró por un instante.

Aquel comentario perspicaz sorprendió a Molly.

– No estamos hablando de Hunter y de mí.

Ty asintió con la cabeza.

– Ojalá habláramos de vosotros. Sería una conversación mucho más divertida.

Ella tuvo que echarse a reír. Luego, dado que él había mencionado a Hunter, decidió decirle la verdad.

– Mira, fui a ver a Marc y le dije que Lacey estaba viva, como Hunter esperaba que hiciera.

– ¿Y? -insistió Ty.

Ella respiró hondo.

– Se quedó de piedra. Al principio se enfadó, pero luego logró controlarse -dijo mientras lo recordaba-. Por fin me pidió que me fuera para poder estar solo. Y eso hice. Es lo único que sé -Molly se pasó la mano por el vestido negro, alisándose unas arrugas inexistentes. Luego se puso a juguetear con los flecos de su cinturón de un vivo color violeta.

Aquella conversación había sido una de las más penosas que había tenido nunca, sobre todo por todas las preguntas que no había hecho. No podía mirar de frente a Ty sabiendo lo que Hunter aseguraba que Marc Dumont les había hecho a sus amigos y a él. Y odiaba sentirse egoísta porque tenía todo el derecho a tener la familia unida que deseaba. ¿Verdad?

Marc se había convertido en una parte importante de su vida. Era en cierto modo una figura paterna, alguien que parecía querer tenerla cerca. Tras verse rechazada toda su vida por los mayores que habían pasado por su vida, aquello le importaba. Incluso aunque tuviera que luchar por reconciliar al monstruo que aquellas personas aseguraban que era Marc con el hombre al que ella conocía.

Miró a Ty.

– Tienes que entender que yo he conocido a Marc en una etapa muy distinta de su vida. Me ha dicho que va todas las semanas a una reunión de Alcohólicos Anónimos y yo le creo. Y sí, sé que hacerse con el dinero de Lacey entraba en sus planes cuando le pidió a mi madre que se casara con él, pero parece haber aceptado cómo son las cosas ahora que Lacey está viva.

– Está bien -dijo Ty al fin.

– ¿Eso es todo? ¿Así de fácil?

Él se apartó de la pared y se irguió.

– Sé que crees lo que me estás diciendo, y con eso me basta por ahora. Pero vigila tus espaldas -dijo a modo de advertencia.

– No te preocupes. Sé cuidar de mí misma.

Él miró su reloj.

– Lilly se fue hace un buen rato.

Molly miró hacia la puerta.

– ¿Por qué no vas a buscarla? -sugirió.

Porque a ella, ciertamente, le hacía falta una bebida más fuerte.


Ty se sentía mal por haber interrogado a Molly, pero necesitaba presionarla para calibrar su postura ante Dumont y ante la situación en la que todos se encontraban. También había querido sondearla por el bien de Hunter. Su amigo sentía algo muy fuerte por aquella mujer, y Ty estaba velando por él. La madre de Molly iba a meterse en un nido de serpientes al casarse con Marc Dumont, y Ty se preguntaba cómo encajaba Molly en la familia.

Lo cual lo indujo a hacerse otra pregunta. ¿Dónde demonios se habría metido Lilly en aquella monstruosidad de casa? No podía imaginar qué sentía ella en ese momento, del mismo modo que no imaginaba cómo sería crecer en un sitio así. La casa era una mansión y los jardines parecían infinitos. Se preguntaba si Lilly podría separar los últimos años que había pasado allí de los años de su infancia y recordar que aquella casa también abrigaba buenos recuerdos. En cualquier caso, estaba seguro de que la ausencia de sus padres le hacía la visita aún más difícil.

Tras mirar en los cuartos de baño de la planta baja, subió las largas escaleras del vestíbulo y comenzó a buscar en las habitaciones vacías de la planta de arriba. Había algunas que parecían llevar años cerradas. Ty miraba en una, la encontraba vacía y seguía adelante. Al final del pasillo, había unas puertas dobles que parecían conducir al dormitorio principal. Se dirigió hacia allí.

Aunque abajo había mucha gente, el suave murmullo de las voces fue remitiendo a medida que se alejaba. Al aproximarse a la habitación, se dio cuenta de que había otro dormitorio a su lado del que salía un leve resplandor.

«Bingo», pensó. Abrió la puerta lentamente y entró.


Lacey estaba sentada en su antigua cama, con un animal de peluche que se había obligado a dejar atrás en brazos. Había pasado el tiempo desde que se había ido de la fiesta deambulando por las habitaciones del piso de arriba. Había pocos cambios, salvo en el dormitorio principal, que Marc había transformado en una habitación de soltero, con colores oscuros y muebles de madera antiguos. Lacey se acordó de la madera clara de sus padres, de los muebles pintados de azul suave y al instante se echó a llorar, no con lágrimas silenciosas, sino con grandes sollozos incontrolables, causados en parte por hallarse en su casa, rodeada de extraños.

Hacía años que no se derrumbaba ni se sumergía en el recuerdo hasta el punto de llorar. No podía permitirse aquella debilidad cuando necesitaba ser fuerte para seguir adelante. Siempre adelante. Para vivir, fuera lo que fuera lo que le saliera al paso.

La transformación completa de la habitación de sus padres la había afectado profundamente, sin embargo, y, al cerrar los ojos, se había sentido embargada por el recuerdo de todo lo que había perdido.

– ¿Lilly? -preguntó Ty suavemente-. Te estaba buscando.

Ella abrió los ojos y se encontró con su mirada sombría.

– Me he entretenido -musitó mientras hundía los dedos en el pelo ajado de su vieja mascota de peluche.

Ty se acercó y se sentó a su lado.

– ¿Ésta era tu habitación? -preguntó. Ella asintió con la cabeza-. No ha cambiado -dijo Ty al tiempo que miraba a su alrededor.

– Sí, lo sé. O mi tío no ha tenido dinero o… No sé por qué.

– ¿Y esas mariquitas de la pared?

– Mariquitas rojas, blancas y azules -dijo ella con orgullo-. Elegí el papel con mi madre -Lacey se mordió el labio inferior-. Ella decía que, con colores alegres, siempre estaría contenta.

Ty miró un poco más a su alrededor.

– Parece un lugar bonito para crecer. ¿Tenía razón tu madre?

– Sí, hasta que ella y mi padre murieron -sin previo aviso, Lacey se levantó de la cama-. Salgamos de aquí, ¿quieres?

– Tú mandas -Ty se levantó y la siguió.

– No mientas. Tú no dejas que nadie más mande -repuso ella.

– A no ser que seas tú -masculló él.

O, al menos, eso le pareció oír a Lacey cuando apagó la luz y cerró la puerta de su dormitorio por última vez.


Lacey estaba junto a Ty cuando éste dio al aparcacoches el resguardo de su coche. En lugar de pensar en la noche que había pasado, pensaba en Ty. El aparcacoches, ataviado con una chaqueta verde, apareció conduciendo el coche americano de Ty. No era un deportivo, ni una camioneta, sino sólo un coche. Ty le dio una propina y se montó. Lacey lo siguió y se acomodó en el asiento del acompañante.

Mientras recorrían la larga avenida de entrada, ella se fijó en el brío y el aire de autoridad que Ty ponía en todo lo que hacía. Por enésima vez, admiró su hermosa estructura facial y la sensualidad de su boca, que, cuando sonreía, tenía en el lado derecho un pequeño hoyuelo. Pero con eso no bastaba, se dijo Lacey.

Ty era complejo en el mismo grado en que eran complejas las cosas que lo rodeaban. Era un hombre profundo que se guardaba sus sentimientos y que, sin embargo, se entregaba con el solo hecho de estar ahí. Parecía presentir cuándo lo necesitaba ella y aparecer en el momento justo, y sabía cuándo darle espacio. Diez años separados y la conocía mejor que Lacey a sí misma.

Ella echó la cabeza hacia atrás y sintió que su tensión se disipaba a medida que se iba alejando de la casa.

– Esta noche me he dado cuenta de una cosa -dijo con suavidad.

– ¿De qué?

Lacey respiró hondo y volvió la cabeza hacia él.

– No es una casa la que hace un hogar, sino la gente que vive en ella. Esa mansión estaba llena de desconocidos y el cuarto de estar no era el mismo sitio en el que mis padres y yo pasábamos las Navidades junto a la chimenea. Sin ellos allí, es sólo el cascarón vacío de algo que ya no existe -le tembló la voz, pero experimentó al mismo tiempo una sensación de paz que la calmó.

Él la miró un segundo y le dedicó una sonrisa comprensiva. Siempre que la miraba así, como si ella fuera la única persona sobre la faz de la tierra que le importara, el pulso de Lacey se disparaba y un estremecimiento de turbación recorría su cuerpo.

– Eso es una gran revelación -dijo Ty con voz algo ronca.

Ella asintió con la cabeza.

– Me ha permitido dejar la casa atrás, porque sé que mis padres siempre estarán conmigo. Aquí dentro -se puso una mano sobre el corazón, que palpitaba rápidamente.

– Me alegro mucho de que estés bien. Sé que ha sido una noche dura.

Lacey se rió.

– Eso es poco decir.

– Bueno, ¿y ahora qué? ¿Quieres volver a mi casa? -preguntó él.

Ella negó con la cabeza. Prefería evitar quedarse a solas con él en el estrecho espacio de su apartamento. La tensión sexual empezaba a hacerse tan densa que no podía soportarla.

– Prefiero que pasemos un rato dando una vuelta, si no te importa.

– Será un placer.

Lacey pulsó el botón de la ventanilla para dejar entrar el aire fresco. Ty hizo lo mismo y pronto se hallaron circulando velozmente. La brisa soplaba a su alrededor y la radio sonaba muy alta. Lacey dejó que el aire frío azotara sus mejillas con su propio pelo y disfrutó de la subida de adrenalina que fluía por su organismo. Pasaron media hora en silencio y, cuando se les acabaron las carreteras secundarias y las salidas de autovía, Ty puso rumbo a casa.

– Parece que en el pueblo las cosas siguen casi igual -dijo Lacey mientras bajaban por la calle Mayor y doblaban la esquina que llevaba al apartamento de Ty, a espaldas del bar.

Él asintió.

– Ya sabes lo que se dice: cuanto más cambian las cosas, más siguen igual -aparcó en su sitio de siempre, detrás del edificio, y, tras salir del coche, ella lo siguió por las escaleras, hasta su apartamento.

Ty metió la llave en la cerradura y la dejó pasar. Resultaba extraño que Digger no saliera a saludarlos con sus patéticos gemidos y sus súplicas, pero Lacey no había querido dejarla sola durante horas en un lugar que todavía era nuevo para ella. Y, como los suelos de tarima y las alfombras eran parte del encanto de su apartamento alquilado, Ty había aceptado de buen grado que le pidiera a Hunter que cuidara de la perra esa noche.

Ty se dirigió a su cuarto, en lo que a Lacey le pareció un evidente intento de escapar a cualquier momento embarazoso que pudiera darse entre ellos. No podía reprochárselo. No estaban en pie de igualdad, ni había entre ellos ningún acuerdo. Lo único que sabía Lacey era que le gustaba estar allí, con él.

Con Ty, se sentía como en casa. Siempre había sido así.

– Ty…

Él se volvió en la puerta. Se agarró al marco mientras la miraba.

– ¿Estás bien?

Lacey se encogió de hombros.

– Más o menos.

No sólo había pasado la tarde reviviendo sus recuerdos felices con sus padres y los dolorosos que le había proporcionado su tío, sino que también había reflexionado sobre los errores que había cometido por el camino mientras vivía por su cuenta.

– Esta noche he pensado en muchas cosas. Mi tío Marc no es el único que cometió errores.

Ty se puso rígido.

– ¿No pensarás que tienes la culpa de lo que pasó con él? Porque si es así…

– No, no. Mis errores vinieron después -ella respiró hondo para tranquilizarse. De todos los errores de juicio que había cometido, el mayor había sido dar la espalda a las personas a las que quería.

A aquéllos que la habían acogido en su casa y en su corazón. A aquéllos que se habían arriesgado sólo por quererla y por ayudarla.

Juntó las manos frente a ella.

– ¿Crees que tu madre querrá verme o está enfadada porque le hicimos creer…? -se interrumpió. Le resultaba difícil concluir aquella idea, pero, dado que la culpa era suya, se forzó a concluir-. ¿Está enfadada porque la dejé creer que estaba muerta? -se le llenó la garganta con una mezcla de dolor y mala conciencia.

La expresión preocupada de Ty se convirtió en una sonrisa.

– Da la casualidad de que sé con toda certeza que le encantaría verte. Y, antes de que me preguntes por qué no te he llevado antes a verla, te diré que estaba esperando que tú me lo pidieras.

Ella entornó los ojos.

– ¿Por qué?

– Porque sabía que lo harías cuando estuvieras preparada -contestó él con sencillez, demostrando de nuevo lo bien que la entendía.

– Supongo que necesitaba aplacar los fantasmas de mi pasado y que esta noche lo he hecho -dijo Lacey, y aquel convencimiento le dio una fuerza que no se había dado cuenta de que le faltaba.

La idea la llenó de orgullo de sí misma. Orgullo por la persona en la que se estaba convirtiendo, porque estaba claro que seguía siendo una obra inacabada, pensó con ironía.

Ty asintió con la cabeza.

– Para ser franco, no estaba seguro de que quisieras ver a mi madre.

Lacey sacudió la cabeza. Sus palabras no tenían sentido alguno para ella.

– ¿Por qué no iba a querer ver a Flo?

Ty seguía en la puerta de su habitación, a unos pasos de Lacey pero lo bastante lejos de la tentación como para tener aquella conversación sin alargar los brazos hacia ella. Tocarla, ya fuera por deseo, instinto o incluso compasión, los llevaría a mucho más. En aquel momento, él lo sabía tan bien como sabía su nombre. Si permitía que Lacey lo tocara emocional y físicamente, no sabría cómo afrontar la vida cuando se marchara. Él, que rara vez dejaba que los sentimientos se interpusieran en su camino, se volvía loco intentando afrontar el hecho de que sus emociones hacia aquella mujer fueran tan intensas.

De algún modo logró concentrarse de nuevo en la conversación acerca de su madre.

– No sabía en qué categoría de recuerdos encajaba mi madre para ti -dijo con franqueza. Aunque Lilly tenía un gran corazón, Ty se preguntaba si, en cierto modo, no habría sumado a su madre a los recuerdos desagradables que prefería arrumbar para no revisarlos nunca-. A fin de cuentas, desde tu perspectiva, estabas en un hogar de acogida.

Escogió sus palabras con cuidado. Se negaba a participar en la mentira de su madre… si podía evitarlo. Seguía pensando que Lilly no debía conocer la fea verdad. A veces, las mentiras por omisión eran las más compasivas. Pero, si alguna vez salía a la luz la verdad, no quería que Lilly pudiera decir que él había perpetuado la mentira tras su regreso.

– Tu madre es uno de mis mejores recuerdos -la sonrisa suave de Lilly le golpeó las entrañas-. Igual que tú.

Con aquello bastó. Ty se había pasado la tarde manteniéndose alejado de ella de todos los modos posibles. Desde el instante en que ella había salido de su habitación de invitados ataviada con un vestido negro, elegante pero sencillo, y unos zapatos de tacón de aguja que realzaban sus largas piernas, había comprendido que le convenía elevar la altura de sus muros. No había servido de nada. Al encontrarla en su antigua habitación, abrazada a un peluche, había tenido que refrenarse para no tomarla en brazos y sacarla de aquella casa, lejos de aquella gente.

Había optado, en cambio, por dejar que ella encontrara su fortaleza interior. Lacey había dejado atrás sus demonios y le había convencido con ello de que él tenía razón. Ahora, sin embargo, Lacey no era sólo independiente: estaba segura de sí misma y de lo que quería..

Y, obviamente, lo quería a él.

Ty tragó saliva y procuró con todas sus fuerzas concentrarse en la conversación y no en cómo el pelo revuelto le caía sensualmente alrededor de la cara, o en cómo la brisa había enrojecido sus mejillas.

Se aclaró la garganta.

– Bueno, ahora que todo el mundo sabe que estás viva, puedes pasarte por casa de mi madre cuando quieras antes de volver a Nueva York.

Y ésa era la cuestión, pensó Ty. Ella se iría a casa, volvería a una vida de la que disfrutaba. ¿Acaso no se lo había dicho desde el instante de su reencuentro? Por mucho que dijera que él le importaba, en su nueva vida no había sitio para él.

– Claro que iré a ver a Flo-Lilly asintió, decidida-. No he tenido ocasión de darte las gracias por acompañarme esta noche. Lo supieras o no, el tenerte allí me ha hecho la noche soportable.

– De nada. Me alegro de que haya sido así.

Sin previo aviso, ella se acercó, le rodeó el cuello con los brazos y lo apretó con fuerza.

– Eres el mejor -susurró, y su aliento rozó, suave y cálido, el oído de Ty.

Él estaba cada vez más excitado. Los pechos de Lacey se apretaban contra su torso y su mejilla rozaba ligera y seductoramente la suya. Aquel abrazo se convirtió inmediatamente en otra cosa.

Lacey levantó la cabeza con un interrogante en sus ojos oscuros. Al moverse, su cuerpo largo y esbelto se amoldó al de él. Sus pezones se endurecieron y, como si no hubiera ropa entre ellos, se apretaron contra la piel de Ty.

Un gemido bajo y lleno de deseo escapó de la garganta de él.

Ella abrió aún más los ojos y exhaló un suspiro trémulo.

– Ty… -se pasó nerviosamente la lengua por los labios, humedeciéndoselos.

El cuerpo de Ty imaginaba toda clase de posibilidades y su mente, siempre analítica, no ayudaba. Se aceleraba, sopesando los pros y los contras de mandar al infierno la cautela y entregarse a lo que ambos deseaban.

Se percató del instante preciso en que cedía y comprendió sus propios motivos. Sabía ya que nunca se sacaría a Lilly del corazón, así que ¿por qué no disfrutar de lo que ella le ofrecía?

En caso de que se lo estuviera ofreciendo. Él ya no era un crío incapaz de afrontar la pérdida o el abandono, ni era el joven demasiado necio como para ir detrás de la chica a la que amaba. Era un adulto capaz de tener una aventura y seguir adelante luego.

Sí, claro. Pero el hecho de saber que no sería así no significaba que pensara refrenarse y lamentarlo el resto de su penosa existencia.

Miró los ojos de Lacey, llenos de pasión. Pasión por él.

– Lilly, necesito que estés segura, porque, si empezamos algo ahora mismo, no voy a poder parar -sus palabras eran tanto una advertencia para ella como para sí mismo.

Aquello sería definitivo.

No habría marcha atrás.

– Ah.

Ella esperó y no dijo nada más. Entre tanto, el corazón de Ty latía con un ritmo rápido y nervioso.

Se recordó que, si Lacey se apartaba de él en ese instante, él no estaría peor que la noche anterior y que la precedente. Aparte de necesitar otra ducha de agua helada y de dormir todavía menos horas, seguramente estaría mucho mejor. Porque así no sabría lo que era hacer el amor con Lilly. Perderse en su carne suave y húmeda como había soñado noche tras noche.

– Seguramente es un error -dijo ella al fin con voz suave.

– Sí, desde luego -respondió él. Y no porque su cuerpo tenso estuviera de acuerdo.

Lacey respiró hondo y Ty siguió aguardando.

– Por otra parte, hace mucho tiempo que tengo curiosidad -sus dedos se deslizaron hacia arriba, entre el cabello de Ty.

Tenía las manos cálidas y Ty sintió un cosquilleo nervioso mientras ella le acariciaba con la punta de los dedos.

Dejó escapar un gruñido bajo.

– Yo también. Me he preguntado muchas veces cómo sería abrazarte así -la enlazó con las manos, sintiendo el contorno de su cintura, y se preguntó qué se sentiría al tenerla desnuda y retorciéndose contra su sexo endurecido.

Ella guardó silencio y, pese al paso de los años, Ty comprendió en qué estaba pensando. Sabía que luchaba por tomar una decisión. Él se quedó callado; quería que la elección fuera suya. No deseaba que tuviera remordimientos, ni que se arrepintiera a la mañana siguiente de algo que él hubiera inducido gracias a su propio estado de deseo reprimido por aquella mujer y sólo por ella.

Porque, a pesar de que se hallaba inmóvil, estaba a punto de estallar. Imaginaba que, si Lacey le daba luz verde, no pasarían del sofá de su cuarto, a unos pocos pasos de distancia. Más tarde se preocuparía de sus remordimientos, y sabía que tendría unos cuantos.

– ¿Lilly? -le estaba preguntando cuál era su decisión; le suplicaba, en realidad, con una voz rasposa que apenas reconoció.

– Ty… -dijo ella con suavidad. Seductoramente. Sinceramente.

El sexo de Ty respondió incrementando su presión mientras él aguardaba.

Ella no le decepcionó. Sin apartar los ojos de él, se puso de puntillas y lo besó en los labios. Estaba excitada; su boca era insistente, sus labios le decían que estaba tan ansiosa como él. Ty deslizó la lengua dentro de su boca y saboreó su dulce ardor durante lo que pareció una eternidad. Sus lenguas se entrelazaban, se batían en duelo, se abrazaban en una puja desesperada por alcanzar un éxtasis como Ty no había sentido nunca antes.

Lacey le sacó la camisa de la cinturilla del pantalón y apoyó las palmas de las manos sobre su espalda. A él le encantó sentir sus manitas acariciando y masajeando su piel. Le encantaba su tacto. Le mordió el cuello para demostrarle cuánto.

– Mmm. Hazlo otra vez -murmuró ella con un ronroneo bajo.

Ty obedeció, la rozó con los dientes hasta que ella gimió de placer. Su sexo palpitaba y él empezó a sudar.

Comenzó a desabrochar los pequeños botones del vestido de Lacey, uno por uno, trabajosamente.

– Hay una cremallera en la espalda que tal vez te lo ponga más fácil -dijo ella con un brillo de buen humor en los ojos.

Ty estaba tan excitado que no podía reírse. Ella se dio la vuelta y se levantó el pelo para dejar al descubierto la pequeña cremallera y su cuello esbelto.

Él bajó la cremallera por su espalda, pero en lugar de quitarle el vestido de los hombros se inclinó hacia delante y posó los labios sobre su piel desnuda y mordió parsimoniosamente su carne tersa.

Ella se estremeció y dejó escapar un gemido cargado de erotismo. Ty quería volver a oír aquel sonido, pero estando dentro de ella. Empezaba a descubrir cuánto disfrutaba de los juegos preliminares con Lilly.

– Te gusta esto.

– Mmm.

Su respuesta le gustó y besó de nuevo su cuello, deslizando esta vez la lengua por la piel que ya había saboreado. Mordió y lamió alternativamente, hasta que ella empezó a retorcerse de placer y retrocedió de modo que sus nalgas quedaron en contacto directo con la tensa entrepierna de Ty.

Él cerró los ojos y saboreó el deseo que iba creciendo dentro de él. Echó las caderas hacia delante y estuvo a punto de alcanzar el orgasmo.

Deslizó las manos alrededor de Lacey hasta que tocó sus pechos desde atrás y descubrió que sus pezones, duros y tensos, reclamaban sus atenciones y caricias. Ignoraba cómo era Lacey desnuda, aunque se la había imaginado muchas veces y había soñado con ello más veces aún. Necesitaba descubrirlo.

La hizo volverse antes de quitarle el vestido de los hombros y lo vio caer al suelo, alrededor de sus tobillos. La realidad demostró ser mejor aún que sus sueños. Los pechos de Lacey eran más grandes de lo que creía, su sujetador negro los empujaba hacia arriba de modo que parecían a punto de desbordar las copas rematadas de encaje. Ella se sonrojó; su rubor se extendió por su cuello y su pecho y Ty no pudo apartar la mirada.

Lacey se aclaró la garganta y él levantó la mirada.

– Podrías decir algo -dijo ella con dulce y conmovedor azoramiento.

– Puede que me haya quedado sin habla, pero no estoy tan atónito como para no poder hacer esto -Ty la levantó en brazos y la llevó a su dormitorio. Como siempre había soñado hacer.

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