Capítulo 6

Tras ver a su sobrina por primera vez en diez años, Marc Dumont se fue a trabajar sin hacer caso de la llamada de Paul Dunne exigiéndole una reunión. No creía que tuvieran nada que discutir. Aquel tipo era un sinvergüenza. Siempre lo había sido. Seguramente no había mucha diferencia entre ellos, pero a Marc le gustaba consolarse pensando que él, al menos, estaba haciendo esfuerzos por cambiar. Paul, en cambio, no tenía moral ni intención de reformarse.

Marc pensó en su sobrina. Se había convertido en una mujer preciosa. Ese día, al verla, no había visto ya el vivo retrato de su hermano, sino la fortaleza y la belleza de Lilly. Pero, cuando se convirtió en su tutor, ver a Lilly le recordaba todos sus fracasos, que en aquel tiempo eran muchos. El más rutilante de todos era el haber perdido a la madre de Lilly por culpa de su hermano Eric.

Marc se había creído enamorado de Rhona, pero ella sólo tenía ojos para Eric, que, de todos modos, siempre había sido el chico de oro. A su hermano, todo le salía bien. Había conseguido a Rhona, fundado un floreciente negocio de coches de colección y se había casado siendo rico.

Marc no sabía nada del dinero de Rhona cuando se había enamorado de ella, pero qué gran aliciente era aquél. Naturalmente, el dinero había pasado a ser de Eric. Su hermano Robert se había limitado a seguir adelante con su vida inofensiva y feliz, mientras que Marc parecía saltar de un trabajo a otro, de una relación a otra.

Y, al mirar a Lilly, no veía a la mujer a la que había amado y perdido, sino únicamente a su hermano. A su rival. A la persona que tenía una última ocasión de derrotar.

Antaño, Marc solía culpar de sus actos a la bebida, pero ahora asumía la verdad. Había permitido que los celos dominaran su vida y había tomado ambas decisiones: beber y destruir a su sobrina para robarle su dinero, pensó sintiendo una oleada de bilis en la garganta. Pero al menos él intentaba enmendarse. Paul no tenía tal deseo.

Fuera lo que fuera lo que aquel tipo quisiera ahora de él (y sabía perfectamente que tendría que ver con el dinero de Lilly), Marc no quería tomar parte alguna en sus planes. El administrador llevaba años desviando dinero del fondo fiduciario de Lilly, como Marc había descubierto durante sus primeros meses de sobriedad. Un tiempo en que decidió tomar las riendas de su vida y ver cómo estaban las cosas.

Consciente de que podía culpar de todo ello a un Marc alcoholizado, Paul había asegurado que tenía intención de devolverle el dinero antes de que lo heredara. Una mentira descarada, a Marc no le cabía duda de ello. Cuando había amenazado con acudir a las autoridades, Paul había replicado con una advertencia: si Marc lo denunciaba, él expondría públicamente sus mentiras y el modo en que había maltratado a su sobrina. Aquello los había dejado en tablas, dado que Marc no podía permitirse un escándalo público ahora que tenía un trabajo respetable y la perspectiva de un porvenir.

Ambos tenían muchas cosas que perder, así que Marc había guardado silencio. Después de todo, en cuanto heredara el dinero, perdería de vista para siempre a aquel bastardo. Ahora, sin embargo, no habría herencia, ni posible futuro si su prometida lo dejaba plantado en cuanto se enterara de que no tenía dinero.

En cuanto a Paul Dunne, era problema de Lilly. Una vez se hiciera cargo de su herencia, sólo era cuestión de tiempo que se diera cuenta de lo que llevaba años sucediendo. Luego tendría que enfrentarse con Paul Dunne, su fideicomisario. Aquella idea proporcionaba a Marc cierto consuelo.

Él no era un santo, sólo un hombre imperfecto que se estaba recuperando de su alcoholismo. Pero no podía por menos de admitir que todo habría sido mucho más sencillo si Lilly hubiera seguido muerta.

Dios, necesitaba una copa.


La fiesta de compromiso del tío de Lacey iba a celebrarse en la casa donde ésta había pasado su infancia. Durante todos esos años, su tío había vivido en casa de sus padres, sentándose junto a la chimenea del despacho y comiendo en la amada cocina de su madre, y aquéllos eran sólo dos de los muchos sacrilegios que Lacey sabía que había cometido. Todas aquellas cosas le habían resultado mucho más fáciles de olvidar cuando estaba a tres horas de allí y a toda una vida de distancia que ahora, cuando tenía que vestirse para su regreso.

Como salía con un hombre de negocios, tenía algunos trajes elegantes, pero no los había llevado consigo. Planeó hacer una rápida visita a un centro comercial del pueblo de al lado para comprar algo que ponerse. Hunter sugirió que fuera con Molly, la futura hijastra de su tío.

Aunque Lacey recelaba de ella por su relación con Dumont, confiaba en el juicio de su amigo. Hunter creía importante el que se conocieran y creía que se llevarían bien en cualquier circunstancia, incluso en la situación en la que se encontraban.

Lacey sabía que Hunter tenía además otros motivos. Quería que Molly la conociera y se diera cuenta de que no mentía respecto a cómo había sido su tío… y respecto a cómo seguía siendo, seguramente. Además, al igual que Ty, no quería que se quedara sola. Lo cual era ridículo, teniendo en cuenta que llevaba años estándolo.

Aun así, dado que significaba tanto para ellos y ella echaba de menos tener una amiga cercana, Lacey aceptó encontrarse con Molly en el centro comercial. Era duro de admitir, pero no tenía muchas amigas íntimas. Trabajaba, pero no en una oficina, donde habría podido conocer a gente de su edad. Sus empleadas eran en su mayoría jovencitas que no hablaban mucho inglés, y Lacey sabía que no convenía trabar amistad con personas que trabajaban para ella. Hacerse amiga de sus clientes habría sido igual de contraproducente, y, dejando aparte a Alex, Lacey pasaba mucho tiempo sola. Una parte de ella esperaba con ilusión aquella excursión para hacer compras.

Y no sólo por ella misma, sino porque había notado que, cuando hablaba de Molly, los labios de Hunter se curvaban en una sonrisa y en sus ojos aparecía una chispa que no había visto nunca antes. Hunter sentía debilidad por aquella mujer y Lacey quería saber por qué. Y quería asegurarse de que Molly no iba a romperle el corazón. Hunter había sido tan bueno con ella en el pasado y la protegía tanto que era imposible que ella no sintiera del mismo modo. Quería lo mejor para él y, pese a sus lazos con Marc Dumont, confiaba en que Molly lo fuera.

Se encontró con Molly frente al Starbucks del centro comercial. La reconoció enseguida gracias a Hunter, que le había descrito a una morena muy guapa, con debilidad por la ropa y los zapatos de colores vivos. La camiseta roja de aquella mujer podía ser un indicio, pero aun así podría haber sido cualquiera. Sus botas camperas rojas, sin embargo, la delataban.

– ¿Molly? -preguntó Lacey al acercarse a ella.

La otra se volvió.

– ¿Lacey?

Ella asintió con la cabeza.

– Encantada de conocerte. Hunter me ha hablado mucho de ti.

Molly tragó saliva.

– Por desgracia, yo no puedo decir lo mismo. La mayor parte de mi información procede de…

– De mi tío.

Molly asintió con la cabeza torpemente.

– Vámonos de compras -sugirió Lacey. Confiaba en que, si pasaban algún tiempo juntas, su incomodidad se disipara y llegaran a conocerse mejor.

Su idea funcionó. Lo que había comenzado con un torpe saludo cambió por completo durante el tiempo que pasaron yendo de compras, comiendo y charlando. Molly era cariñosa y divertida, y tenía un gran sentido del humor. Lacey disfrutó del día y finalmente se sentaron a una mesa del Starbucks a tomar un café con leche. Hablaron, si no como viejas amigas, tampoco como adversarias. No habían mencionado el pasado, cosa que a Lacey le parecía bien. Sabía que, al final, tendría que dar explicaciones, que no quería hacerlo en ese momento.

Molly rodeó con una mano su vaso tamaño grande y la miró a los ojos.

– Me encanta ir de compras -dijo mientras se relajaba en el asiento.

– Yo no suelo hacerlo mucho. Sólo para comprar lo más básico -dijo Lacey-. Trabajo tanto que no tengo tiempo para salir a comprar por diversión.

Molly sonrió.

– Tú eres muy ahorrativa y yo soy una manirrota. Creo que se debe a que cuando era pequeña no tenía gran cosa. Me encantan las cosas lujosas, y no es que pueda permitírmelas. Menos mal que existen las tarjetas de crédito -añadió, riendo.

– Amén -Lacey sonrió. No quería revelarle que ella intentaba usarlas lo menos posible y pagar sus deudas cuanto antes. Odiaba estar endeudada. Había vivido tanto tiempo al día que rara vez se permitía algún capricho. Aunque últimamente podía hacerlo de vez en cuando.

– Tengo que admitir que eres muy distinta a como te imaginaba -la mirada astuta de Molly calibró a Lacey sin pudor.

Al parecer, había llegado el momento de hablar del pasado.

– ¿Te refieres a que no llevo la palabra «problema» estampada en la frente? -preguntó Lacey, riendo.

La otra sonrió.

– Ya no, al menos.

Así que habían llegado al meollo de la cuestión.

– Entonces tampoco era problemática. ¿Qué opinas de Hunter? -preguntó Lacey. Pero aquel cambio de tema venía más a cuento de lo que parecía.

Molly frunció las cejas.

– Me parecía un buen tipo.

– Es un buen tipo. Y supongo que seguirás pensándolo o no estarías aquí conmigo, ¿verdad? -preguntó Lacey. Molly podía tener opiniones sesgadas acerca de ella, pero, si confiaba en Hunter, no creería todas las mentiras que le habría contado Marc Dumont.

– Tengo muchos motivos para querer conocerte mejor. Y no todos están relacionados con Hunter -Molly limpió distraídamente con una servilleta una mancha de café que había sobre la mesa.

Lacey sabía que su tío era otra razón.

– ¿Quieres saber qué sucedió? Puede que te ayude a comprender mejor a Hunter.

Molly asintió con la cabeza, pero miró a Lacey con desconfianza. Saltaba a la vista que no sabía si creer lo que estaba a punto de oír.

Lacey decidió resumirle la historia. Le habló sucintamente de su vida, de la época que había pasado con su tío, de su temporada en el hogar de acogida con Hunter y Ty y de su plan para fingir su muerte a fin de impedir que el estado la devolviera al cuidado de su tío. No pudo evitar, sin embargo, sentir de vez en cuando un nudo en la garganta o que se le quebrara la voz mientras hablaba.

– Dios mío -Molly la miraba fijamente, impresionada-. ¿Tres adolescentes tramaron todo eso?

– Bueno, dos de esos adolescentes sabían mucho de la vida en la calle y otro tenía contactos -Lacey arrugó su servilleta y la metió en su vaso vacío.

– Debías de estar desesperada para huir sola a Nueva York -la voz de Molly sonaba distante, como si le costara comprender-. Y Ty y Hunter se arriesgaron mucho para ayudarte. Quiero decir que, si la policía hubiera encontrado el coche o los hubiera relacionado con el ladrón…

– No fue así.

– Pero ellos sabrían que había cierto riesgo.

– Éramos unos críos. No sé hasta qué punto pensamos lo que íbamos a hacer -dijo Lacey con franqueza.

Odiaba que le recordaran lo ingenuos que habían sido, lo poco que sabían de las consecuencias que tendrían sus actos. Molly tenía razón. A pesar de cómo se había portado su tío con Ty y Hunter, habían tenido suerte de llevar a cabo su plan.

– Supongo que lo que quiero decir es que tanto Ty como Hunter tenían que quererte mucho para hacer lo que hicieron -Molly se levantó con el vaso vacío en la mano y se dirigió al cubo de la basura.

Lacey la siguió y ambas volvieron a salir al centro comercial.

– Nos queríamos mucho, sí -le dijo a Molly.

Mientras se apresuraba para ponerse al paso de su interlocutora, Lacey se dio cuenta de que Molly parecía muy alterada de repente. Se sentía amenazada por su relación con Hunter.

La buena noticia estribaba en que los sentimientos de Hunter hacia Molly eran, obviamente, correspondidos. La mala era que, en lo que se refería a Marc Dumont, Molly aún no había tomado partido. Y para Hunter, Lacey y Ty no había término medio.

– Molly…

– ¿Mmm?

– Espera. ¿Podemos pararnos aquí un minuto y terminar de hablar? -preguntó Lacey. Molly se detuvo y cruzó los brazos sobre el pecho-. No tienes que preocuparte por mis sentimientos hacia Hunter, ni de los suyos por mí. Somos amigos, nada más.

Molly sacudió la cabeza.

– No estoy preocupada. Sólo acabo de comprender la clase de lazo que os une, eso es todo.

Lacey le tocó el brazo.

– A veces se forman esa clase de lazos cuando no se tiene a nadie más.

– Puede ser. Pero yo vi algo especial en sus ojos cuando me habló de ti.

– Y yo apostaría a que eso no es nada comparado con lo que vi yo cuando me convenció para que saliera de compras contigo -Lacey sonrió-. Hablo en serio.

Molly soltó un suspiro.

– Lo siento. No suelo ser tan insegura, pero no he salido con muchos chicos y aunque Hunter me ha invitado a salir…

– A menudo, según creo -la interrumpió Lacey.

Molly se echó a reír.

– Aunque me ha pedido salir a menudo, nunca insistía cuando le decía que no. Se convirtió en una especie de juego entre nosotros y ambos disfrutábamos de la tensión.

– Pero ninguno de los dos hizo nada al respecto.

Molly sacudió la cabeza.

– No hasta el día en que Hunter descubrió que mi madre estaba a punto de casarse con tu tío. Entonces se presentó en mi casa, con la cena y un montón de preguntas en el tintero -dio una patada en el suelo, malhumorada-.Antes de eso, nunca se empeñó en que saliera con él.

– Bueno, tú misma has dicho que le habías rechazado muchas veces. Y el Hunter que yo conozco tenía… -Lacey se mordió el labio inferior rápidamente. No tenía derecho a contar los secretos de Hunter.

– ¿Qué tenía? Háblame de él -dijo Molly.

Lacey arrugó el ceño. Había estado a punto de decir que el Hunter que ella conocía tenía complejo de inferioridad y necesitaba desesperadamente que los demás lo quisieran y creyeran en él. Pero ¿qué sabía ella en realidad sobre Molly? ¿Y hasta qué punto podía confiar en ella para desvelarle el pasado de Hunter?

Respiró hondo.

– Hunter es un gran tipo. Es muy sensible, aunque intenta ocultarlo, y necesita estar rodeado de gente en la que confíe -eso era todo lo que estaba dispuesta a revelar-. Pero yo apostaría a que, si demuestra interés, aunque el mínimo interés, es sincero.

– ¿Tan bien lo conoces después de diez años sin veros? -preguntó Molly.

Lacey asintió con la cabeza.

– Ya te he dicho que es como de mi familia -diez años no podían borrar ese sentimiento-. Así que perdóname por decirte esto. Si estás jugando, si sólo quieres tontear con él, déjalo. No te molestes en hacerte la dolida. Déjalo en paz para que siga adelante.

Los ojos de Molly se agrandaron, en parte por sorpresa y en parte por admiración.

– Os protegéis mucho. Y eso lo respeto.

– A ti te importa Hunter -Lacey pensó que habían hablado tanto que podía decirlo claramente.

– Nuestra relación es complicada -repuso Molly.

– Dime una que no lo sea. El caso es que, si te importa Hunter y confías en su juicio, tienes que saber una cosa más sobre nuestro pasado.

Molly levantó una ceja.

– ¿Cuál?

– Después de que yo me marchara, mi tío se puso furioso por haber perdido cualquier esperanza de acceder a mi fondo fiduciario.

Los hombros de Molly se pusieron rígidos.

Lacey se negó a dar marcha atrás.

– Estaba enfadado y necesita culpar a alguien. Ese alguien resultó ser Hunter. También Ty, pero Hunter se llevó la peor parte. Mi tío hizo que lo sacaran de la casa de la madre de Ty.

– ¿Cómo sabes que fue Marc? -preguntó Molly. Lacey guardó silencio-. Es como tú dijiste antes sobre el robo del coche: no hay ninguna prueba.

– Touché -Lilly sonrió amargamente-. Pero creo que deberías considerar la posibilidad de que mi historia sea cierta. Nuestra historia. Habla con Marc. Pregúntale. Y habla con Hunter. Sé que nunca miente.

Una sonrisa curvó los labios de Molly.

– Lo haré.

Echaron a andar de nuevo, esta vez hacia la salida del centro comercial más cercana adonde habían aparcado. Lacey tenía la impresión de haber adelantado mucho con Molly al decirle la verdad sobre el pasado y dejar abierta la posibilidad de una relación con Hunter. En su fuero interno, creía que, aunque Hunter hubiera sentido algo por ella antaño, ahora la consideraba sólo una amiga.

Salieron por las puertas que daban al aparcamiento.

– ¿Dónde has aparcado? -preguntó Molly.

– Por allí -Lacey señaló la zona donde había dejado el coche de Ty.

– Yo también.

Se dirigieron hacia sus coches. Como era un día de entre semana y la tarde estaba lluviosa, era lógico que el aparcamiento estuviera casi vacío. Aunque había oscurecido, las farolas lanzaban un chorro constante de luz en todas direcciones.

– Espero que estés contenta con el traje que has comprado -dijo Molly mientras caminaban.

– Sí. No podría haberlo comprado si no hubieras estado conmigo para decirme que me quedaba bien -sacudió la cabeza y se rió-. Me pone muy nerviosa ver a todos mis parientes por primera vez, ¿sabes?

– Me lo imagino.

Lacey vio su coche justo delante de ella. Quería preguntar a Molly por el fondo fiduciario antes de que se le pasara la ocasión.

– Oye, sé que vas a ayudar a mi tío con… -de pronto, un coche se dirigió a toda velocidad hacia ellas.

Lacey gritó y se abalanzó hacia Molly, empujándola hacia el cantero de hierba que había a su derecha. Rodó de lado y un coche pasó junto a ellas con un chirrido, envuelto en una nube de polvo. Ambas quedaron temblorosas e impresionadas sobre la hierba.

– ¿Estás bien? -preguntó Lacey, jadeante. El corazón le palpitaba con violencia en el pecho.

– Creo que sí. ¿Qué ha pasado? -Molly flexionó las rodillas y se las abrazó con fuerza.

Lacey sacudió la cabeza. De pronto se sentía mareada.

– Supongo que algún idiota estaba haciendo carreras por el aparcamiento y se le ocurrió dar un susto a las dos únicas personas que había por aquí. Nosotras. ¡Uf! -Lacey se tumbó de espaldas y se quedó mirando el cielo, deseosa de que su pulso volviera a ser normal.

– ¿Te has fijado en el coche? ¿Has visto algo para que podamos denunciarlo? -preguntó Molly, tumbada a su lado.

– ¿Aparte de que era oscuro? No. Sólo he visto cuando se alejaba que la matrícula no era de Nueva York, pero eso es todo. ¿Y tú? -Lacey volvió la cabeza hacia ella.

– No -Molly cerró los ojos y exhaló con fuerza-. No puedo conducir todavía.

– Yo tampoco -masculló Lacey, y ella también cerró los ojos.

– Cuando vine a comprar contigo no sabía qué esperar. Quién sabe -Molly se echó a reír, algo histérica-. Los accidentes ocurren, pero es muy preocupante que nos hayamos librado por los pelos.

– La Gran Aventura de Molly y Lacey -Lacey se estremeció. Accidente o no, estaba nerviosa, pero bien.


Ty decidió aceptar la invitación de su madre para ir a comer. Tras el regreso de Lilly, tenían que hablar. Ty se pasó por la oficina para ver cómo le iba al investigador que los estaba ayudando y al que habían encargado el caso del marido desaparecido mientras Derek se ocupaba de vigilar a Dumont. Luego se fue a casa de su madre. No la había visto desde el regreso de Lilly y temía aquella conversación.

Su madre no sabía aún que Ty había desempeñado un papel importante en la desaparición de Lilly y, aunque ella había hecho un pacto secreto con Marc Dumont, el saberlo no hacía más fácil de soportar la parte de culpa que le correspondía a Ty en el dolor de su madre durante aquellos años.

Ella lo había educado sola. Como siempre decía, había intentado hacerlo lo mejor posible, aunque algunas de sus decisiones hubieran sido equivocadas. El retorno de Lilly obligaba a Ty a ver a su madre bajo una nueva luz. Ella le había guardado un secreto y Ty se daba cuenta ahora de que él, a su vez, había guardado otro.

Cuando llegó, su madre estaba atareada en la cocina. La decoración había cambiado desde que Ty era un niño. Los armarios no eran ya de madera vieja y manchada, sino modernos y de lacado blanco, y los antiguos electrodomésticos, de un espantoso color amarillento, habían sido sustituidos por otros de reluciente acero inoxidable. Como siempre que entraba en la cocina renovada de su madre, Ty tenía que esforzarse por olvidar de dónde procedía el dinero para pagar todo aquello.

– ¡Ty! Qué alegría que hayas venido -su madre lo recibió con un fuerte abrazo.

Llevaba una amplia sonrisa y un delantal que indicaba que había estado cocinando. Era de nuevo la madre a la que él quería, y Ty también la abrazó con fuerza.

– No hacía falta que cocinaras para mí. Pero me alegra que lo hayas hecho -él retrocedió y miró la placa y sus muchas cacerolas borboteantes, cuyo delicioso aroma lo reconfortó.

– Me sigue encantando cocinar para ti. He hecho tu sopa de tomate preferida y un sandwich de queso gratinado con mantequilla en el pan -ella sonrió-. Pero tengo que reconocer que, si estoy tan atareada en la cocina, no es sólo por ti.

¿Eran imaginaciones de Ty o sus mejillas se sonrojaron antes de que se acercaran apresuradamente al horno para echar un vistazo dentro?

– ¿Qué pasa?

– Estoy cocinando para un amigo -ella no se volvió para mirarlo.

– ¿Estás cocinando para un hombre? -preguntó él, sorprendido.

Su madre siempre había dicho que estaba demasiado ocupada para volver a tener una relación de pareja. Aunque Ty se había creído aquel argumento mientras crecía, hacía mucho tiempo que sospechaba que su madre lo decía para proteger las ilusiones que él se hacía sobre ella en cuanto que madre. Pero ahora era un hombre adulto y podía afrontar el que su madre saliera con un hombre. De hecho, prefería que no estuviera sola.

– El doctor Sanford me invitó a salir y acepté. Hemos ido al cine una vez y a cenar otra. Esta noche voy a prepararle la cena.

Ty asintió con la cabeza.

– Tengo entendido que es un buen tipo. ¿Va en serio la cosa?

– Podría ser -contestó ella, intentando parecer despreocupada. Se atareó sirviendo la sopa y el resto de la comida y luego se sentó a su lado a la mesa.

– Pues me alegro por ti -dijo Ty. Nadie merecía pasar tantos años solo como había pasado su madre.

Ella sonrió.

– Yo también me alegro por mí. Y por ti. Ahora dime cuándo vas a traer a Lilly porque no creo que pueda soportar un día más sin darle un abrazo y un beso a esa chiquilla.

Ty sabía que el tema saldría a relucir y había ido preparado.

– Sé que la echabas de menos y que te alivia que esté bien, pero, antes de que la veas, tenemos que ponernos de acuerdo en algunas cosas -fijó su atención en la comida. Cuando su madre cocinaba, todo estaba delicioso-. Esto está riquísimo -le dijo.

– ¿Ponernos de acuerdo en qué? -preguntó ella, sin dejar que desviara su atención.

– Lo del dinero tiene que quedar entre tú y yo -Ty había pensado largo y tendido en aquello y, por más que odiara las mentiras que habían brotado entre todos ellos, no veía razón alguna para aumentar el sufrimiento de Lilly contándole la historia que aún lo atormentaba a él.

Marc Dumont había conocido a Flo cuando ella trabajaba de enfermera en un colegio. La había oído decir que era madre soltera y que ojalá pudiera darle a su hijo la vida y las cosas que merecía. Dumont le había pedido que se hiciera cargo de su sobrina y dijera que era una niña de acogida bajo tutela estatal. A cambio, le prometió dinero suficiente para invertirlo en el futuro de su hijo. Para que le diera a Ty las cosas que quería que tuviera, había explicado ella cuando Ty descubrió la verdad, unos años atrás.

– No veo qué bien puede hacer ocultarlo ahora -dijo su madre con el ceño fruncido.

– Lilly ya tiene que vivir con el recuerdo de que sus padres se mataron y su tío la mandó a un hogar de acogida. No sabe que tú recibiste una sustanciosa cantidad de dinero por ese privilegio.

Su madre golpeó la mesa con la servilleta.

– Tyler Benson, sabes perfectamente que yo quería a Lilly como si fuera mi propia hija. Si hubiera aparecido en mi puerta sin un penique, la habría tratado igual de bien y la habría querido tanto como quiero a Hunter. Y el estado me pagaba una miseria por ocuparme de él y darle de comer -su madre se puso pálida mientras hablaba.

Ty puso una mano sobre la suya, muy frágil.

– Cálmate, por favor. No es bueno para tu corazón que te disgustes así -Flo sufría una dolencia cardiaca y, aunque tomaba medicación, desde que unos años antes sufriera un ataque al corazón, Ty estaba siempre nervioso.

– Estoy bien -le aseguró ella.

Irónicamente, había sido su primer ataque al corazón y su subsiguiente paso por el quirófano cuando Ty estaba en su primer año en la universidad lo que había llevado a éste a descubrir el rastro de papeles dejado por el dinero de Dumont. Ty se había hecho cargo temporalmente de las cuentas de su madre mientras ella convalecía, y casi enseguida había descubierto que, para ser enfermera de un colegio, Flo había ahorrado una cantidad de dinero absolutamente desorbitada.

Había ido a visitarla cargado de preguntas y ella le había revelado aquella sórdida historia y se había alegrado de sacar por fin a la luz el secreto. Una vez aclarada la verdad, Ty había comprendido por fin muchas cosas de su propia vida: todo lo que le había comprado su madre, todo lo que le había pagado, incluida la universidad, había sido a expensas de Lilly. Ty comprendía que Lilly no habría estado mejor con su tío. Pero odiaba pensar que él había vivido tan desahogadamente mientras que ella había tenido que fingir su muerte y huir a Nueva York. Sola.

– ¿Seguro que no estás mareada? ¿O aturdida? ¿Algo así? -preguntó Ty, concentrándose en su madre.

– No, estoy bien -dijo ella.

– De acuerdo -él intentó creerla y relajarse-. Por supuesto, no intentaba decir que hubieras querido más a Lilly por el dinero. Lo que digo es que ella no necesita la carga adicional de enterarse ahora mismo. Eso es todo -la miró a los ojos.

Flo asintió con la cabeza. Todavía estaba más pálida que antes y Ty decidió cambiar de tema.

– Bueno. Háblame un poco más del doctor Sanford y sus intenciones.

– Andrew es viudo y no tiene hijos. Está a punto de jubilarse y cree que le gustaría viajar. Puede que a mí también me apetezca -contestó ella con voz más animada.

Ty exhaló un suspiro de alivio. Al cambiar de tema, su madre había recuperado su color. Parecía entusiasmada con Andrew Sanford. Ty se preguntó si no sería necesario que conociera al hombre que hacía tan feliz a su madre.

Sonó su teléfono móvil y se lo desprendió del cinturón.

– ¿Diga?

– Hola, Benson, soy O'Shea.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó Ty a Russ O'Shea, un policía al que había conocido en el transcurso de una investigación y con el que desde hacía tiempo jugaba al póquer.

Su madre recogió la mesa mientras él hablaba.

– Ha habido un incidente en The Cove -contestó O'Shea, refiriéndose al centro comercial del pueblo.

Ty se puso rígido.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó de inmediato, convencido instintivamente de que se trataba de Lilly.

– Lilly Dumont y Molly Gifford han estado a punto de ser atropelladas por un coche. Algún cretino estaba haciendo el loco por el aparcamiento y estuvo a punto de llevárselas por delante. Un guardia de seguridad que patrullaba por allí apareció cuando el coche salía del aparcamiento. Ellas dicen que están bien. Se apartaron justo a tiempo. Como se trata de Lilly, he pensado que querrías saberlo.

– Gracias, Russ -Ty cerró el teléfono y se levantó-.Tengo que irme, mamá.

– ¿Va todo bien? -preguntó ella, preocupada.

El asintió con la cabeza.

– Russ quería darme una información sobre un caso en el que estoy trabajando -mintió. Su madre acababa de empezar a sentirse mejor. No podía cargarla con aquella noticia, sobre todo teniendo en cuenta que O'Shea había dicho que Lilly estaba bien.

Pero él tenía que verlo por sí mismo.

Su madre relajó los hombros.

– Bueno, pues no te entretengo más. Me alegro de que hayas venido. Ojalá vinieras más a menudo.

El sonrió. La veía una vez por semana, la llamaba mucho más a menudo.

– A veces creo que las madres fueron puestas en esta tierra para recordar a sus hijos todas las cosas que no hacen -dijo con sorna-. Gracias por la comida. Estaba deliciosa, como siempre -la besó en la mejilla.

Ella le tocó el hombro.

– Te quiero, Ty. Todo lo que he hecho por ti ha sido por tu bien.

– Yo también te quiero, mamá, y pronto traeré a Lilly. Ella también pregunta por ti -pero, hasta ver la reacción de Dumont, habían mantenido su llegada en secreto.

Ty se marchó tranquilamente para no alarmar a su madre, pero en cuanto estuvo en el coche piso el acelerador y se fue volando a casa, con Lilly.


Mucho después de que Ty se marchara, Flo no había logrado aún dejar de revivir el pasado. Sentada en la cocina con una taza de té, pensaba en todas las cosas que había hecho, buenas y malas.

Su hijo no comprendía aún por qué había aceptado el dinero de Marc Dumont a cambio de que Lilly fuera a vivir con ellos. No lograba imaginar por qué había asegurado que Lilly era una niña de acogida cuando no lo era. Pero tampoco había tenido que vivir sin ese dinero extra. Un dinero que no sólo había hecho la vida soportable. Los pequeños lujos de que habían disfrutado, como la cocina nueva, habían llegado después. En aquella época, el dinero había permitido a Flo hacerse un seguro sanitario que cubría lo básico, como una faringitis, un brazo roto o las infecciones de oídos de Ty. Más tarde, cuando a ella la operaron del corazón, el dinero había sido una bendición. Naturalmente, ese mismo dinero le había permitido quedarse en casa y educar a Ty en vez de dejar que se convirtiera en un «niño de la llave» de los que pasaban el día fuera de casa, metiéndose en líos.

Sin embargo, aceptar la propuesta de Dumont no había sido una decisión fácil, al menos hasta que se pasó por la mansión de Dumont y echó un vistazo a aquella niña triste de grandes ojos marrones que deambulaba por los jardines perdida y sola. Marc Dumont aseguraba que era una chica problemática y que necesitaba aprender una lección que él, con mano dura y consejos, no había sabido enseñarle. Un solo vistazo a Lilly y Flo comprendió que aquel sujeto mentía.

Aquella chica necesitaba cariño. Flo necesitaba dinero para criar a su hijo en mejores condiciones. En lo que a ella respectaba, era una situación en la que todos salían ganando. Dumont sugirió que aceptara a un auténtico niño de acogida en su hogar para que el traslado de Lilly pareciera más auténtico. La administración había vacilado a la hora de darle un niño cuando trabajaba tantas horas, pero al fin había accedido, y en el fondo Flo creía que era Dumont quien había movido los hilos para que así fuera.


A ella no le había importado. Los chicos, Hunter y Lilly, la necesitaban y, en su fuero interno, Flo sabía que al acogerlos estaba mejorando sus vidas. A pesar de que la situación de Lilly no fuera muy clara, por así decirlo, su vida había sido más feliz con los Benson que cuando vivía con su tío. Aceptar el dinero no parecía, a fin de cuentas, algo tan malo.

Hasta que Lilly desapareció. Entonces Flo tuvo que convivir con la mala conciencia de no haber vigilado a los chicos más atentamente esa noche. Con la culpa de no haber protegido a Lilly. Aun así, el dinero ya había cambiado de manos y, como temía que Flo desvelara su plan, Dumont no le había exigido que se lo devolviera. Había hecho, sin embargo, que se llevaran a Hunter. Temerosa de que, si informaba a las autoridades, Dumont hiciera lo mismo con su hijo, Flo había aprendido a convivir con lo que había hecho.

Después de eso, había empleado el dinero en Ty, en comprarle mejores ropas y procurarle una buena educación. Al descubrir su secreto, su ira la había asustado. Su hijo vendió el coche que ella le había comprado y dejó la universidad. Durante un tiempo, Flo temió perderlo, pero Ty se quedó cerca porque eran familia y porque se querían y se apoyaban el uno al otro. Siempre había sido así y siempre lo sería.

Flo sabía, de todos modos, que su hijo se había castigado durante todos esos años por culpa de las decisiones de su madre. Confiaba en que, con el regreso de Lilly, eso cambiaría y Ty encontraría la felicidad que se había negado a sí mismo. La felicidad que se merecía.

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