Capítulo 4

Mientras Ty cargaba en el maletero las últimas cosas, Lacey colocó a Digger en el asiento de atrás para su viaje a Hawken's Cove. Conocía a su perra y sabía que empezaría a pasearse con nerviosismo por el asiento, pero que, al cabo de un rato, se acomodaría y pasaría echada el resto del viaje. Tras sentarse en el asiento del copiloto y ponerse el cinturón, Lacey se armó de valor. No sabía de qué humor estaría Ty.

No habían hablado al bajar de su apartamento y estaba tan nerviosa que tenía el estómago revuelto. Tras ellos, Digger se paseaba por el asiento, como había previsto.

Ty encendió el motor y se puso el cinturón.

– ¿Seguro que lo llevas todo? -preguntó. Ella asintió con la cabeza-. Entonces, ¿estás lista?

– Todo lo lista que puedo estar -respondió con voz temblorosa.

Ty alargó el brazo y le puso una mano sobre el muslo. Aquel contacto la sorprendió. Había creído que él mantendría las distancias.

– Puedes hacerlo -le dijo en un evidente intento por reconfortarla.

Su palma era grande y cálida, y su calor atravesó la tela de los vaqueros de Lacey y marcó su piel. El efecto que surtió sobre ella fue inmediato y eléctrico. Tragó saliva, incapaz de negar las violentas sensaciones que aquel contacto disparó entre sus muslos. Cruzó las piernas, lo cual sólo sirvió para aumentar la presión que notaba allí.

Ansiosa por escapar, cerró los ojos y él captó la indirecta, apartó la mano y arrancó.

Lacey se despertó bruscamente y miró el reloj. Habían pasado dos horas desde que habían salido de la ciudad. Ella había cerrado los ojos en un intento por escapar a sus sentimientos y se había quedado dormida.

Miró por la ventanilla el verde paisaje que pasaba a toda velocidad. No había ya grandes edificios, ni prisas, ni ajetreo. Se removió en el asiento, incómoda.

– Necesito parar para ir al servicio la próxima vez que haya un sitio -le dijo a Ty.

El bajó la radio, en la que sonaban los 40 Principales, y la miró.

– Pero si habla.

Lacey se puso colorada.

– No puedo creer que me haya quedado dormida y no hayas tenido compañía todo este tiempo.

– No te preocupes. He dejado que Digger se pusiera delante y me ha hecho compañía -le guiñó un ojo y volvió a fijar la mirada en la carretera.

Estaba claro que había preferido olvidar la conversación telefónica de Lacey, y ella se alegró de ello.

Quedaba aún algún tiempo hasta la siguiente área de descanso y Lacey levantó las rodillas y se volvió hacia él.

– Háblame un poco más de tu vida después de que me marchara -le dijo.

El la miró, con una mano en el volante. Permaneció callado tanto tiempo que Lacey temió que no contestara.

Por fin dijo:

– Tu tío se puso como loco -ella hizo una mueca y apretó las rodillas contra el pecho-. No te encontraba, así que no podía apropiarse de tu dinero… aunque no lo dijera. Sólo despotricaba y se ponía hecho una furia con mi madre por cómo descuidaba a los chicos a su cuidado si su sobrina se había escapado y había muerto.

Lacey dejó escapar un suspiro.

– ¿Y luego qué? -casi temía preguntar.

Los nudillos de Ty se volvieron blancos sobre el volante.

– Movió algunos hilos y consiguió que sacaran a Hunter de casa -pulsó el intermitente-. Hay un área de descanso dentro de medio kilómetro. Voy a parar.

– Gracias. Digger también lo necesita.

Siguió un silencio y ella comprendió que Ty evitaba concluir su historia.

– ¿Qué pasó luego? -necesitaba saberlo.

– A Hunter lo mandaron a un albergue estatal.

Los ojos de Lacey se llenaron de lágrimas y la culpa le cerró la garganta. Había estado tan concentrada en su supervivencia que no había pensado en cómo reaccionaría su tío ante su desaparición. Ni siquiera después, cuando por fin se había parado a pensarlo, se le había ocurrido que pudiera arremeter contra la gente a la que ella quería y había dejado atrás.

Y ella quería a Hunter, como hermano y como amigo. Era en aquella época un chico muy vulnerable, aunque intentara ocultarlo. Emulaba a Ty y necesitaba que él lo guiara para actuar con sensatez y no conforme le dictaban sus emociones.

– ¿Qué pasó? -susurró ella.

Ty se encogió de hombros.

– Ya sabes cómo era Hunter. Sin nadie para templar su carácter, acabó metiéndose en una pelea tras otra. Tuvo que hacer un programa de tutela con reclusos en un correccional para volver al buen camino.

Lacey se estremeció. La realidad era mucho peor de lo que había imaginado.

– Me dan ganas de matar a mi tío -dijo.

– Puede que con sólo aparecer viva lo consigas -y, para sorpresa de Lacey, Ty se echó a reír.

Ella agradecía su intento de quitar hierro a la situación, pero sólo sentía rabia y desprecio por su tío, y tristeza y dolor por su amigo.

Sin embargo, recordó que Ty le había dicho que Hunter era abogado, cosa que la animó.

– ¿Cómo pasó Hunter de delincuente a abogado?

Ty la miró a los ojos.

– Con mucho esfuerzo. Puso sus miras en una meta y trabajó con ahínco para llegar a ella -el orgullo teñía su voz.

Lacey lo entendía muy bien; la admiración por Hunter también la embargaba a ella.

– Cuéntame más.

– Había ciertas cosas que Dumont no podía controlar. Puede que hubiera cosas de las que olvidó preocuparse con el paso del tiempo, porque Hunter tuvo mucha suerte. No tenía antecedentes penales, aparte su mala conducta, y cuando cumplió dieciocho consiguió que le sellaran todo el papeleo. Fue a la universidad, a la facultad de Derecho. Debe más dinero en créditos estudiantiles de lo que gana en un año, pero es un abogado estupendo.

– Gracias a Dios que se rehizo -Lacey se dio cuenta de que se estaba meciendo en el asiento y se detuvo-. ¿Y tú? ¿Qué fue de ti después de que me marchara? -preguntó.

– Llevamos cinco minutos parados en esta gasolinera. Creo que deberías entrar -Ty señaló el área de descanso-. Yo le daré una vuelta al perro.

Ella ni siquiera se había dado cuenta de que se habían parado. Bajó las piernas y recogió su bolso.

– Enseguida vuelvo. Pero no creas que vas a cambiar de tema otra vez -lo advirtió.

– Mi historia no es tan dramática como la de Hunter, ni mucho menos. Ni como la tuya -él apartó la mirada de ella.

Lacey sacudió la cabeza, incrédula, al comprender por fin qué le preocupaba.

– Te sientes culpable por ello, ¿verdad? -preguntó-. Porque no sufriste igual, tienes mala conciencia. Por eso no quisiste hablar de ello anoche y hace un momento casi me echas del coche sin contestar.

Ty se pasó una mano por el pelo.

– Te fuiste hace diez años. No tienes derecho a creer que todavía puedes leerme el pensamiento -dijo; su voz se había vuelto de pronto áspera y dura-. Sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera merezco que le hables de mí a tu amigo Alex.

Su tono dolió a Lacey, pero era evidente que ella le había leído el pensamiento, y Ty odiaba saber que todavía podía ver en su interior. Lacey habría apostado a que se sentía menospreciado porque no le hubiera hablado nunca de él al hombre con el que salía.

Alargó el brazo y le tocó la mano un instante, suficiente para llamar su atención antes de apartarse.

– Algunas cosas, algunas personas son demasiado importantes como para hablar de ellas en voz alta.

Por el contrario, había que guardarlas junto al corazón, como un tesoro, pensó, y sintió un nudo en la garganta.

– Me salvaste la vida, Ty -sin pensárselo dos veces, metió la mano bajo su camisa y sacó el colgante que él le había regalado-. Y, cuando juro algo, lo hago en serio.

Él posó la mirada en el pequeño colgante de oro que había comprado con su dinero y sus ojos se dilataron, llenos de sorpresa.

– Eso fue hace mucho tiempo -dijo, malhumorado.

Lacey lo había avergonzado con aquel recuerdo. Pero también había aliviado el resquemor que Ty sentía a causa de su conversación con Alex, y eso era lo importante.

– Esto me ayudó a pasar algunas épocas muy malas -ella tocó delicadamente su querido colgante-. Tú me ayudaste a seguir adelante.

Aquella noche, hacía mucho tiempo, ella había jurado no olvidarlo nunca. Y ahora se daba cuenta de que, allá donde fuera o con quien estuviera, siempre lo había llevado consigo: su fortaleza, su coraje y su cariño.

Tocó su mejilla y lo obligó a mirarlo a los ojos.

– Nunca te olvidé. Te lo juro -susurró antes de volverse y correr a refugiarse en el área de descanso.


Ty y Lacey se encontraron con Hunter en casa de Ty, en cuanto llegaron al pueblo. Entraron por la puerta de atrás del bar. No hubo torpes saludos cuando Hunter vio a Lacey por primera vez, pensó Ty, envarado, cuando ella cruzó corriendo la habitación para lanzarse en brazos de su amigo.

– ¡Qué alegría verte! -gritó Lacey, emocionada.

Hunter la abrazó con fuerza.

– Lo mismo digo -se apartó y la miró con una sonrisa-. Sigues estando tan guapa como siempre.

Ella se echó a reír y le dio un ligero puñetazo en el hombro.

– Tú estás fantástico.

– Se está esforzando lo suyo -masculló Ty.

Él no había recibido una bienvenida tan efusiva y de manera racional entendía por qué. Lacey no esperaba verlo, así que la había pillado desprevenida. Y después, cuando se había acostumbrado a su presencia, él había dejado caer la bomba acerca de su tío.

Ty era consciente de que intentaba aplacar sus celos y consolarse con obviedades, pero ninguna de aquellas cosas era propia de él. Era, por lo general, un tipo que andaba por la vida con escasos altibajos. Pero, por lo visto, las cosas habían cambiado.

Se aclaró la garganta.

– Vosotros dos, dejadlo de una vez. Tenemos que hacer planes.

Lacey se volvió hacia ellos.

– Como en los viejos tiempos. Bueno, ¿cómo queréis plantear el asunto?

Ty se acercó a ella.

– Supongo que lo primero en el orden del día sería leer con detenimiento las cláusulas del fondo fiduciario para descubrir qué necesitas exactamente para reclamar tu dinero -miró a Hunter-. ¿Estoy en lo cierto, letrado?

El otro asintió con la cabeza.

– Tienes razón. Lo miraré lo antes posible. Pero voy a necesitar un poco de ayuda, porque soy penalista.

– Es asombroso -dijo Lilly, y sus ojos brillaron de orgullo por lo que había conseguido Hunter.

Ty sentía lo mismo.

– ¿Qué tipo de casos llevas? -preguntó ella.

– Un poco de esto y aquello -dijo, y se echó a reír.

– No seas tan modesto -intervino Ty-. Hunter es muy conocido por aquí. Es uno de los mejores criminalistas del estado. Sus clientes son muy notables, incluso para los criterios del interior del estado de Nueva York.

Hunter se sonrojó al oír aquel cumplido.

– Acepto esos casos para ganar dinero y poder permitirme trabajar sin cobrar para gente que de otro modo no podría permitirse una defensa decente.

Lilly cruzó los brazos y asintió con la cabeza, comprensiva.

– ¡Qué orgullosa estoy de ti! Debí imaginar que acabarías ayudando a los demás.

Hunter se puso aún más colorado.

– Ty es el que hacía de salvador mientras que yo sólo iba de acompañante. Supongo que aprendí de él.

– Pues, por lo que a mí respecta, sois los mejores -ella les sonrió-. Gracias por ocuparte de esto -le dijo a Hunter-. No puedo permitirme pagar a nadie sin gastar mis ahorros.

– Eso no importará cuando le quites el dinero del fondo fiduciario a ese caradura que se hace llamar tu tío -dijo Ty.

Ella asintió con la cabeza.

– Aun así, todo es mucho más fácil si se tiene un amigo en quien confiar.

– El mes que viene tengo un juicio importante, pero ahora tengo tiempo. Me encargaré de ello -Hunter se sentó sobre la encimera de la cocina como si estuviera en su casa, y, teniendo en cuenta lo mucho que iba por allí, así era en cierto modo-. Bueno, ¿qué vas a hacer tú mientras yo investigo? -le preguntó a Lilly.

Ty levantó una ceja y la miró.

– Yo también siento curiosidad.

Ella se encogió de hombros.

– Había pensado en volver a familiarizarme con el pueblo. Necesito relajarme y tal vez sentir que vuelvo a pertenecer a este lugar.

– Entiendo cómo te sientes -y Ty la compadecía-. Pero no puedes andar por ahí a plena luz del día y arriesgarte a alertar a tu tío de que has vuelto. Tienes que ser discreta, al menos hasta que informemos a tu tío de que estás viva y dispuesta a hacerte rica.

– Dios, cómo me gustaría ver su cara cuando se entere de que ha esperado diez años para nada -Hunter se frotó las manos. Su excitación ante el batacazo que esperaba a Dumont era comprensible, y compartida por todos ellos.

Lilly se echó a reír, pero Ty creyó notar cierto temblor en su voz. A pesar de su fortaleza, no estaba preparada para el reencuentro. Unos cuantos días de respiro le irían bien.

– ¿Cómo creéis que deberíamos darle la noticia? No puedo presentarme en su puerta, llamar al timbre y decir: «Hola, tío Marc, ¡he vuelto!».

Ty sonrió.

– Puede que no, pero yo pagaría encantado una entrada para ver ese espectáculo.

– Habrá que proceder con más sutileza -dijo Hunter.

– Y supongo que tú tienes la solución -Lilly se acercó a él y apoyó la cadera contra la encimera.

Él asintió.

– Pues sí -dijo crípticamente-. Pero aún no puedo explicároslo. Entre tanto, deberías tumbarte un poco y descansar.

– No, creo que puedo apañármelas. Y voy a empezar ahora mismo. Voy a dar un paseo por ahí detrás. Ven, Digger -llamó a su perra, que se levantó del suelo y corrió hacia ella.

Tras ponerle la correa, les lanzó a ambos una sonrisa visiblemente forzada. Luego salió.

Ty echó a andar tras ella, dispuesto a alcanzarla.

– Deja que se vaya -Hunter le puso una mano en el hombro para detenerlo-. No podemos ni imaginarnos cómo debe de sentirse. Dale tiempo para que se haga a la idea.

Ty apretó la mandíbula al darse la vuelta para mirar a su mejor amigo.

– ¿Desde cuándo eres un experto en Lilly?

– ¿Y desde cuándo eres tú un celoso insoportable? -preguntó Hunter.

– ¿Tan evidente es? -refunfuñó Ty.

– Sólo para los que te conocen -Hunter se pasó una mano por el pelo-. Yo no soy competencia para ti, pese a lo que sintiera por ella antes -dijo, sorprendiendo a Ty al exponer sus sentimientos por primera vez.

– ¿Y ya no? -Hunter negó con la cabeza-. ¿Es porque no quieres competir conmigo? -preguntó Ty, incómodo ante el rumbo que había tomado de pronto la conversación.

Hunter movió la cabeza de un lado a otro.

– Puede que antes fuera por eso. Cuando éramos unos críos, sabía que no podía ganarte. Ni siquiera lo he intentado nunca -le dio una palmada fraternal en el brazo-. Pero esos días pasaron. Si sintiera por ella lo mismo que antes, sólo nuestra amistad se interpondría en el camino. No mi inseguridad.

La confesión de Hunter dejó atónito a Ty. Admiraba a su amigo por conocerse tan bien y admitir la verdad en voz alta.

– ¿Qué pasa, entonces? -preguntó.

Hunter sonrió.

– Estoy concentrado en otra persona.

Y Ty sabía en quien.

– ¿En Molly?

– Me ha dicho tantas veces que no, que tengo suerte de que todavía me quede un poco de amor propio -contestó, y de algún modo logró reírse-. Pero de todos modos sigo pidiéndole salir.

– ¿Te importa que te pregunte por qué no has insistido más para que cene contigo?

Hunter se rascó la cabeza.

– Porque, hasta ahora, emitía vibraciones que me advertían que me mantuviera alejado. Y, ahora que parece más dispuesta a investigar la química que hay entre nosotros, Lilly ha vuelto y tengo otros motivos para querer pasar más tiempo con ella.

Ty se encogió de hombros.

– Explícale la situación. Puede que lo entienda.

– Claro. Y puede que el infierno se hiele y que me cuente por qué me ha dicho tantas veces que no cuando su lenguaje corporal decía que sí.

Ty echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.

– Lo cual significaba que nunca lo descubrirás por ti mismo. Ninguno hombre en su sano juicio es capaz de leerle el pensamiento a una mujer, por más que se lo crea.

Hunter sonrió.

– Eso es cierto -dijo, y su sonrisa se desvaneció-. Cuando acabe de sonsacar a Molly sobre Dumont, no va querer pasar ni un minuto conmigo -se acercó a la nevera y abrió una lata de Coca-cola.

– Pero ¿vas a hacerlo de todos modos? -preguntó Ty.

– Sí -Hunter se bebió media lata de un solo trago-. Somos los tres mosqueteros. Es sólo que sigo diciéndome que, en lo que respecta a Molly, no puedo perder lo que nunca he tenido. Y no porque no quiera intentarlo… Pero digamos que mis expectativas no son muy altas -apuró la lata y la dejó con un golpe sobre la encimera.

Ty lo sintió por él. Hunter no había tenido ninguna relación duradera, aunque, al igual que él, había salido con muchas mujeres. Y ahora se arriesgaba a perder a la única con la que, obviamente, podía tener algo serio.

– ¿Y si buscamos otro modo de conseguir información sobre Dumont y os dejamos el campo abierto a Molly y a ti?

Hunter movió la cabeza de un lado a otro.

– Si le interesara, habría salido conmigo hace mucho tiempo. Lilly nos necesita y no hay más que hablar -se acercó a la puerta; luego se detuvo y se volvió-. Pero, aparte de mi ayuda, en lo que respecta a Lilly, tú tienes el campo libre.

Ty soltó un gruñido. A veces, Hunter aún mostraba vestigios del chico atolondrado que había sido, que hablaba primero y pensaba después. Por eso él lo quería como a un hermano.

Miró a su amigo.

– La verdad es que hay otro hombre en la vida de Lilly. Se llama Alex.

Hunter frunció el ceño.

– Vaya.

– Sí -y, dado que Ty no era muy dado a conversaciones profundas, no supo qué decir a continuación.

Hunter miró su reloj, un Rolex de oro que había comprado tras ganar un caso importante para un tipo rico acusado de matar a su mujer. Aquél había sido su primer paso para convertirse en un estirado que prestaba sus servicios a los peces gordos.

– Tengo que irme.

– ¿Vas a ver a Molly? -preguntó Ty, y supuso que era una pregunta retórica.

Hunter asintió con la cabeza.

– Creo que es la persona más idónea para saber que Lilly está viva. No me cabe ninguna duda de que se lo dirá a Dumont. Podemos seguir a partir de ahí.

– ¿Crees que nos dará la escritura del fondo fiduciario?

Hunter se encogió de hombros.

– Quién sabe. Con un poco de suerte, nos dirá qué bufete la tiene.

– Buena suerte. Ya sabes dónde encontrarnos cuando acabes -dijo Ty.

– Has dicho «nos». ¿Lilly va a quedarse aquí?

Ty asintió con la cabeza.

– No creo que pueda permitirse un hotel. Además, me parece que no querrá estar sola.

– Ya estás otra vez haciéndote el héroe. Y tomando decisiones por los demás. Salvo que, en este caso, es lo correcto. Si estáis bajo el mismo techo, tendréis ocasión de revisar el pasado y ver lo que podría haber sido y no fue. Lo que todavía podría ser.

Ty sacudió la cabeza.

– Imposible -Lilly había sido una chica muy dulce que lo necesitaba. Ahora era una mujer adulta que no necesitaba a nadie y tenía una vida y a otro hombre esperándola en la gran ciudad.

– Ya sabes lo que se dice. Nunca digas nunca jamás -repuso Hunter antes de salir y cerrar la puerta tras él.


Hunter se detuvo en el pasillo, junto al apartamento de Ty. Necesitaba un minuto para ordenar sus ideas.

Lilly había vuelto a casa y parecía estar mejor que nunca. Ty seguía siendo tan tonto como antaño. Y él… en fin, sus preguntas se habían visto contestadas. Se alegraba muchísimo de ver a Lilly, pero sólo como amiga.

Una amiga por la que haría cualquier cosa, y no únicamente por los viejos tiempos, sino también porque, como abogado, se había convertido en defensor de los desvalidos. Frente a Dumont, Lilly era la desvalida, y a él, por su parte, no le importaría devolver el golpe al hombre que le había causado tanto dolor. No quería, sin embargo, causar ningún disgusto a Molly.

Desde el día en que se habían conocido, Molly y él habían seguido caminos paralelos que parecían no poder cruzarse nunca. En la facultad, ella apenas hacía otra cosa que estudiar. Hunter era igual: estaba concentrado en su éxito. Se había empeñado en graduarse y en llegar a ser alguien, sobre todo porque su padre le había dicho que nunca llegaría a nada. Después de su paso por el correccional, había decidido demostrar a todos los que le habían dado por perdido que se equivocaban. Y lo había hecho, a pesar del padre del que había huido y de la madre que sencillamente no lo quería. Y a pesar de Dumont, que lo había sacado por la fuerza del único hogar que había conocido.

Pese a todo aquello, había triunfado. Y detestaba pensar que Dumont pudiera hacerle perder de nuevo a alguien que le importaba profundamente. Molly y él nunca habían tenido una oportunidad y esa noche sus actos se asegurarían de que nunca la tuvieran. No era que pusiera a Lilly y Ty antes que a Molly: sencillamente, no podía traicionar a su familia. Eran lo único que tenía.

Se detuvo en The Tavern y compró algunas cosas para cenar, incluida una botella de vino, antes de presentarse en casa de Molly. Subió por el caminito de entrada a la casa.

Tal y como había imaginado, Anna Marie, la secretaria del juzgado y casera de Molly, estaba sentada en el balancín del porche. Llevaba el pelo canoso recogido en un moño. Envuelta en un jersey, disfrutaba de la fresca noche de septiembre… y de la posibilidad de vigilar el vecindario en busca de cotilleos. Hunter era consciente de que iba a servirle uno en bandeja.

Aun así, subió por el caminito y se detuvo junto a la puerta de Molly.

– Hace buena noche -le dijo a Anna Marie antes de llamar al timbre.

– Está refrescando. El aire viene frío -ella se ciñó el grueso jersey de punto.

– ¿Por qué no entras, entonces?

– Podría perderme…

– ¿Una estrella fugaz? -preguntó Hunter.

– Algo así -Anna Marie le guiñó un ojo y se recostó en el balancín-. ¿Qué haces en el pueblo a estas horas? Pensaba que, cuando no estabas en el juzgado o trabajando, preferías tu elegante piso de Albany.

Hunter se echó a reír.

– Estoy seguro de que ya sabes qué hago aquí, así que dejémoslo -llamó al timbre bajo el cual aparecía el nombre de Molly.

Molly abrió la puerta bajo la mirada atenta de Anna Marie, y sus ojos se agrandaron al ver a Hunter y la bolsa que sujetaba con un brazo.

– Vaya, esto sí que es una sorpresa.

– ¿El que por fin haya decidido no aceptar un no por respuesta?

Ella asintió con la cabeza, pero el placer iluminó su mirada y, por un instante, Hunter se permitió disfrutar de aquella imagen.

Se recostó contra la pared de la casa y admiró sus vaqueros ajustados y su camisa ceñida de manga larga. Aquella vestimenta distaba mucho de los trajes que solía llevar al juzgado, y así vestida se parecía más a cuando Hunter la había conocido en la universidad de Albany. Sin embargo, ahora que estaba a solas en su casa, los colores vivos que la caracterizaban brillaban por su ausencia. Otra faceta enigmática de Molly que dilucidar. ¿Y no sería eso un placer, en caso de que Hunter tuviera oportunidad de hacerlo?

– Bueno, puedo ser muy persistente cuando quiero. Así que, ¿vas a dejarme pasar? ¿O quieres que Anna Marie siga disfrutando gratis del espectáculo? -Hunter guiñó un ojo a la más mayor de las dos, que saludó con la mano mientras seguía balanceándose.

– Dicho así, creo que no tengo elección -Molly abrió la puerta mosquitera y Hunter entró y cerró la puerta a su espalda-. Francamente, algunas veces creo que está escuchando con un vaso pegado a la pared -dijo, riendo.

– ¿Es que llevas la clase de vida que encuentra emocionante? -preguntó él.

– Eso te gustaría saber a ti -una sonrisa malévola curvó sus labios-. Bueno, ¿qué hay en la bolsa?

– Comida.

Molly le indicó que la siguiera escaleras arriba, hasta el interior de su casa, y se detuvo en la zona de la pequeña cocina.

– No sabía qué te gustaba porque nunca me has hecho el honor de dejar que te invitara a cenar, así que he traído un surtido de las especialidades de The Tavern -Hunter procedió a desempaquetar un bistec bien hecho, un entrante a base de pescado y una ración de pollo marsala-. He traído de todo -dijo.

Sabía que había dejado muy atrás al chico vergonzoso y torpe al que Ty había acogido bajo su ala. Pero, aun así, algunas veces se veía arrojado de nuevo al estado de inseguridad que había sentido antes de superar su experiencia en el correccional.

Molly, sin embargo, no se rió de él. Miró cada plato e inhaló profundamente.

– Me apetece muchísimo probar un poco de todo. ¿Y a ti?

Así de fácilmente disipó la angustia de Hunter y compartieron la cena. El le preguntó por sus padres y su vida, pero, como buena abogada que era, ella desvió sus preguntas con otras de su cosecha. Discutieron con buen ánimo y él disfrutó de su compañía. Pero la conversación no le dio ocasión alguna de preguntarle por Dumont.

– Anna Marie me ha dicho que conoces a mi futuro padrastro -dijo ella por fin mientras Hunter le pasaba los platos y ella los aclaraba.

A fin de cuentas, le había puesto las cosas fáciles al darle el pie que él buscaba. Hunter sacudió la cabeza y se echó a reír.

– Olvidaba que los chismorreos son de dos direcciones.

Molly lo miró de reojo.

– ¿Qué quieres decir?

– Anna Marie me contó con entusiasmo lo de la boda de tu madre. Y luego dio media vuelta y te habló de Dumont y de mí.

– En realidad sólo dijo que había pasado algo entre vosotros. ¿Te importaría contarme algo más?

– Pues sí, la verdad -Hunter apoyó las manos en la encimera de fórmica blanca-. Pero supongo que, si quiero saber algo sobre Dumont, voy a tener que contarte lo que sé.

Molly comprendió al instante que aquella cena había sido, más que un truco para forzarla a aceptar una cita largo tiempo buscada, una artimaña para interrogarla sobre Dumont, y Hunter se dio cuenta de ello.

Los ojos de Molly se nublaron, llenos de decepción.

– Así que no has venido en busca de compañía -Molly puso el paño sobre la encimera y se volvió para mirarlo-. ¿Sabes qué, Hunter? Me sacas de quicio -dijo lisa y llanamente-. Puede que hayamos pasado años tonteando con salir juntos, pero siempre te había tenido por un tipo que, cuando quiere algo, sencillamente lo pide.

A menos que la mujer de la que quería algo le importara, pensó él. No tenía ninguna respuesta que ofrecerle. Ninguna que ella quisiera oír, al menos.

– ¿Qué quieres saber sobre Marc Dumont que es tan urgente que te has presentado aquí esta noche? -preguntó ella, enfadada.

– ¿Te cae bien? -Hunter había pensado en empezar con preguntas sencillas para saltar luego a su gran revelación.

Molly se encogió de hombros.

– Parece un tipo decente. Puede que sea el futuro quinto marido de mi madre, pero es el primero que me ha acogido en la familia, en vez de echarme a patadas.

El mismo hombre que había arrojado a Lilly de su propia casa, ahora decidía darle un hogar a Molly. Qué lío. Hunter desconocía la historia de Molly con su madre, pero ahora tenía algún indicio al respecto. La familia de Molly, al igual que la de Hunter, demostraba que a veces tener padres no garantizaba una buena vida.

– ¿Por qué lo preguntas?

Hunter respiró hondo.

– Digamos que mis experiencias anteriores con Dumont no lo pintan con luz favorable. Pero ¿a ti te cae bien?

– Ya te he dicho que parece un tipo decente. Hace feliz a mi madre y siempre ha sido amable conmigo. Pero no lo conozco muy bien. Su romance, o como quieras llamarlo, ha sido muy rápido. Claro que todos los romances de mi madre lo han sido. Y las bodas más aún.

– ¿Tu madre es…? -Hunter buscó un modo de delicado de hacer su siguiente pregunta, y luego pensó «Qué demonios». Ya había perdido todas sus oportunidades con aquella mujer-. ¿Tu madre es rica? -preguntó.

Molly rompió a reír. No con la risa ligera y musical que solía dedicarle, sino con una carcajada llena de buen humor.

– Santo cielo, no. Bueno, lo retiro. Mi madre se casa con hombres ricos, acaba divorciada con una buena pensión, se gasta el dinero y pasa a su siguiente presa.

– ¿Y Dumont es su siguiente presa, su nuevo novio rico? -preguntó Hunter con incredulidad.

Molly asintió.

– Si no lo es ahora, lo será cuando herede el dinero de su difunta sobrina.

Lo cual explicaba por qué Marc Dumont quería tener a Molly cerca. Necesitaba que, con sus conocimientos legales, lo ayudara a obtener aquella fortuna. ¿Y qué mejor modo de hacerlo que empujar a su prometida a restablecer la relación con su hija, la abogada? Así se haría querer tanto por Molly como por su futura esposa.

Molly exhaló un suspiro y se pinzó el puente de la nariz con los dedos.

Hunter dio un paso adelante y puso una mano sobre su hombro. Ella tenía la piel caliente y febril.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó.

– Sí, estoy bien. Sólo me duele la cabeza. Te agradecería que me dijeras qué relación tienes con Marc Dumont y por qué has venido a interrogarme sobre mi familia. Antes te importaba un bledo -contestó con voz profunda y grave.

– Siempre me ha importado -dijo él en voz tan baja que Molly apenas lo oyó-. Pero no sabía qué hacer al respecto.

– Pues te aseguro que presentarte aquí con una cena y segundas intenciones no es el mejor modo de demostrar tu interés.

A Hunter no le sorprendieron sus palabras. Molly tenía razón.

– En esto vas a tener que darme un respiro. No soy precisamente un experto en lo que se refiere a las relaciones de pareja.

Ella se echó a reír.

– Pues nadie lo diría por los rumores que corren por el juzgado.

Hunter quiso obsequiarla con una sonrisa engreída, pero sólo le salió una auténtica.

– Tú misma lo has dicho. Sólo son rumores.

Nunca había tenido una relación con una mujer que involucrara sus sentimientos. A no ser que contara a Lilly, y ahora se daba cuenta de que, aunque la había querido, no había estado enamorado de ella. Aquella certeza fue un alivio. Siempre estaría ahí para Lilly. La sacaría de apuros o la ayudaría en todo lo que pudiera porque estaban unidos desde hacía años.

Sin embargo, lo que empezaba a sentir por Molly era mucho más fuerte que sus sentimientos hacia Lilly debido a lo que intuía que podía llegar a sentir en el futuro… si se exponía a la posibilidad de resultar herido. Esa noche, la había traicionado. En aquel mismo momento. Porque estaba en su casa, buscando información para ayudar a Lilly, una mujer a la que Molly creía muerta.

La ironía residía en que ambas se parecían mucho y en que Hunter podía imaginárselas siendo amigas. En otra vida o en aquélla, si las cosas fueran menos complicadas.

Pero no lo eran. Y se complicarían aún más cuando Molly supiera la verdad.

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