Capítulo 15

Veinticuatro horas después, Flo se recuperaba de la operación, que había salido bien, y el tío de Lilly seguía inconsciente. La bala le había perforado un pulmón. Los médicos esperaban que se recuperase, pero durante un tiempo no permitirían visitas.

Lilly, Ty, Hunter y Molly estaban en la sala de espera del hospital, a la que se habían trasladado desde el ala de urgencias. La policía iba de camino para hablar con ellos. Tenían noticias y el hospital era tan buen sitio como cualquier otro para reunir a todas las partes interesadas e informarlos.

Molly estaba pálida y apenas había hablado con Lacey o Ty desde su llegada. Hunter tenía a su ayudante haciendo averiguaciones y se había tomado el día libre para estar con Molly, pero a él tampoco le hablaba. Lacey no sabía si estaba disgustada por el estado de Marc o por el hecho de que, obviamente, su tío estuviera implicado en algo lo bastante turbio como para acabar herido de bala ante la puerta de la casa de la madre de Ty.

Lacey se alegró cuando Don Otter, el jefe de policía, entró en la habitación y rompió el tenso silencio.

– Me alegro de que estéis todos aquí -dijo.

– Hola, Don -Ty se levantó para saludarlo y le estrechó la mano. Otter inclinó la cabeza-. ¿Qué te ha hecho salir tan temprano? -preguntó Ty.

Don acomodó su corpachón en una silla y se inclinó hacia delante. Los botones de su camisa se tensaron.

– Mis hombres han registrado palmo a palmo el lugar del tiroteo. Las pisadas del exterior pertenecen sin duda alguna a un hombre. Algunas corresponden al zapato de Marc Dumont que confiscamos en el hospital. Las otras son desconocidas. No hay huellas dactilares, excepto las de Flo, Lilly, Ty, etc. La bala que le extrajeron a Dumont durante la operación ha sido enviada al laboratorio y pronto tendremos alguna respuesta.

Lacey sintió una náusea.

Molly la agarró de la mano.

Qué extraño que dos mujeres que sentían de formas tan distintas respecto a Marc Dumont hubieran formado un vínculo tan improbable, pensó Lacey.

– Luego empezamos a interrogar a los vecinos -dijo el jefe de policía.

– ¿Te ha dicho alguno algo más sobre el coche o el tipo que disparó, aparte de lo que vimos nosotros? -preguntó Ty

– Que no era nada útil -comentó Lacey, frustrada.

– Estabas huyendo para salvar tu vida. Nadie va a reprocharte que no te fijaras en los detalles -dijo Hunter-. Además, tenemos el color del coche. Yo diría que eso es algo -fijó la mirada en el jefe de policía.

El hombre asintió con la cabeza.

– Y uno de los vecinos informó de un coche del mismo color, y nos proporcionó algunos datos nuevos.

– ¿Qué vio? -preguntaron todos al mismo tiempo.

Don Otter se echó a reír.

– La mejor amiga de tu madre, Ty, una señora que vive enfrente…

– ¿La señora Donelly? -preguntó Ty.

El otro asintió con la cabeza.

– Viola Donelly dice que estaba sentada en su estudio, que da a la calle, leyendo la última novela de John Grisham, cuando un coche de color tostado paró delante de su casa.

– ¿Vio al hombre que salió de él? ¿Vio quién disparó a Marc? -preguntó Molly.

– Por desgracia, no -contestó el jefe de policía-. Pero consiguió ver los primeros números de la matrícula -añadió, visiblemente complacido-. Y nos ha conducido hasta Anna Marie Constanza, nada menos.

Molly miró rápidamente a Hunter.

Lacey sabía que lo que estaba pensando. Hunter creía que Anna Marie le había hablado a su hermano del caso de Hunter en el juzgado, y que su hermano, el fideicomisario de su herencia, había convencido al juez para que cambiara la fecha de la vista con el fin de mantener a Hunter demasiado ocupado para encargarse de sus asuntos. Luego el hermano de Anna Marie, Paul Dunne, había hecho una visita a Dumont poco después de encontrarse con Lilly. Y no mucho después de eso, Marc Dumont había recibido un disparo mientras hacía a Lacey una visita inesperada.

Lacey dudaba de poder explicárselo todo a la policía, pero Ty consiguió de algún modo resumírselo al jefe de policía de manera concisa y clara.

Otter se rascó la cabeza.

– ¿Estás diciendo que creéis que Paul Dunne está implicado en el tiroteo? -preguntó, sorprendido.

– Y en los intentos contra la vida de Lilly -añadió Ty.

Molly se levantó de su asiento, más animada de lo que había estado en toda la mañana.

– ¿Os ha dicho Anna Marie si le prestó su coche a su hermano Paul?

El jefe de policía se metió las manos en los bolsillos delanteros del pantalón.

– ¿Por qué?

– Porque lo hace a menudo. Anna Marie casi nunca conduce, menos para ir al trabajo. Dice que le gusta que el motor funcione como la seda, así que hace que Paul conduzca el coche una vez a la semana.

Lo que significaba que Paul podía haber seguido a Marc Dumont hasta casa de Lacey. Pero ¿por qué iba a querer Dunne matar a su tío?, se preguntaba Lacey.

Otter sacudió la cabeza.

– Dijo que le habían robado el coche.

Hunter entornó la mirada.

– ¿Lo había denunciado?

– No.

– ¿Y no os pareció sospechoso? -preguntó Ty.

– Sí, claro. Pero no tenemos el coche, así que no podemos extraer las huellas dactilares. Y, aunque pudiéramos, ahora sabemos que encontrar las de Paul Dunne no serviría de nada. Hay una buena razón para que estén ahí -Otter se encogió de hombros-. Mirad, chicos, sé que tenéis vuestras teorías y confío en tu criterio, Ty, de verdad. Pero, en este caso, estás acusando a un ciudadano prominente del pueblo sin una sola prueba sólida. Y eso significa que debemos tener cuidado.

– Entonces registrad su casa o su despacho. Estoy segura de que encontraréis algo -Lacey se dio un puñetazo en el muslo-. No sé cuál es el vínculo entre el tío Marc y Paul Dunne, pero hay alguno. Estoy segura -se le quebró la voz y volvió la cabeza, avergonzada.

Ty se puso detrás de su silla y le rodeó los hombros con los brazos.

– Lo siento, no hay indicios suficientes para justificar un registro. Seguiremos investigando y el hospital sabe que debe avisarnos inmediatamente cuando Dumont recupere la consciencia. Puede que él nos revele algo de interés.

– Yo no pienso contener el aliento esperando a que así sea -masculló Lacey.

Ty la apretó con fuerza. Sabía desde el principio que pedir una orden de registro era imposible.

El jefe de policía se disculpó y fue a preguntar por el estado de su tío, dejándolos solos.

Lacey se levantó y comenzó a alejarse, incapaz de hablar sin ponerse a gritar. No podía creer que hubieran dado contra una pared de ladrillo. De nuevo. Tres incidentes y no se hallaban más cerca de averiguar quién quería matarles a su tío y a ella.

– Tengo una idea -dijo Molly, y Lacey se detuvo en seco y se dio la vuelta.

– Te escucho.

– Anna Marie no hablaría con la policía, pero puede que hable con nosotras -Molly señaló a Lacey y luego a sí misma-. Es una buena mujer. Puede que esté protegiendo a su hermano, pero es imposible que sepa que con ello está perjudicando a alguien. Creo de veras que, si hablamos con ella, tal vez se derrumbe y nos dé algo con lo que seguir adelante.

Lacey asintió con la cabeza mientras sopesaba lentamente la idea.

– Me gusta cómo piensas.

– A mí no -dijo Ty-. No quiero que vayáis a interrogar a Anna Marie. Si su hermano está implicado, os pondríais en la línea de fuego.

– Entonces ven con nosotras, si quieres. Pero la idea de Molly es buena y vamos a ir a hablar con Anna Marie -repuso Lacey, cuyo tono no dejaba lugar a discusiones.

No podía consentir que el miedo de Ty, o incluso el suyo, la detuviera. Tenían que acabar con aquello de una vez por todas.


Antes de reunirse con Anna Marie, Ty quería pasar algún tiempo con su madre. Dado que Anna Marie tardaría aún en volver del juzgado, podía pasar la tarde en el hospital. Hunter había vuelto al trabajo, aunque había prometido encontrarse con Molly para cenar. Molly había intentado evitar volver a verlo ese día, pero Hunter había insistido. Las cosas no presentaban buen cariz para ellos, a juzgar por la reserva de Molly. Ty se sentía fatal por su amigo. Y confiaba en no encontrarse en una situación parecida poco tiempo después.

Había convencido al jefe de policía para que destinara a un agente de paisano al hospital para vigilar a Lilly, que podía muy bien haber sido el objetivo del tiroteo de ese día. El individuo que había disparado podía pensar que Lilly sería capaz de identificarlo y quizá fuera tras ella para protegerse. Ty no quería correr riesgos con su seguridad.

Las mujeres se fueron a la cafetería a tomar un café, pero llevaban escolta. Entre tanto, él asaltó el carrito del servicio de comidas, que estaba en el pasillo, y tomó la bandeja de su madre. Llamó una vez a la puerta y entró.

Para su alivio, Flo se incorporó sobre las almohadas. Aunque tenía una vía conectada al brazo, el color había vuelto a sus mejillas y tenía una sonrisa en los labios. Una rápida mirada a la silla de las visitas desveló el motivo.

– Hola, doctor Sanford -dijo Ty mientras ponía la bandeja en el carrito móvil, junto a la cama.

– Llámame Andrew, por favor -Sanford se levantó y le tendió la mano.

Ty se la estrechó. Se alegraba de que su madre no estuviera sola y tuviera a alguien que obviamente la hacía feliz. Llevaba demasiado tiempo sola, pensó Ty.

– Andrew, me gustaría hablar un momento a solas con mi hijo -dijo su madre.

El doctor se acercó a la cama, se inclinó y la besó en la mejilla.

– Voy a ir a visitar a unos pacientes y enseguida vuelvo.

Ty esperó hasta que estuvieron solos para acercar una silla a la cama.

– Me has dado un buen susto -admitió.

– Yo también me he asustado -ella se recostó en las almohadas-. Pero los médicos dicen que puedo hacer vida normal. Esto no tendrá repercusiones.

Él asintió con la cabeza y luego se detuvo a pensar. Tenían que hablar de la relación de su madre con el doctor Sanford, entre otras cosas, se dijo.

– Me gusta -dijo al fin.

– ¿Andrew?

Ty asintió con la cabeza.

– Me cae bien porque parece preocuparse sinceramente por ti -y lo había demostrado siendo respetuoso con su vínculo maternofilial.

Flo volvió a sonreír con una sonrisa que iluminaba su cara. Se merecía ser tan feliz.

– Hay otra cosa que tengo que decirte -Ty se levantó y se acercó a la ventana que daba al aparcamiento-. Bonita vista -masculló.

Su madre se rió.

– Me cuesta un extra.

El sonrió. Flo había recuperado su sentido del humor, otra buena señal.

– Mamá…

– Lo que tiene querer a alguien es que no hace falta repetir las cosas -dijo su madre para ponérselo fácil.

Él no se lo merecía.

– Eso sería cierto si hubiéramos hablado de ello. Y no es así. Yo no te lo permití. Sí, me explicaste que aceptaste el dinero de Dumont y dijiste que lo habías hecho por mí, pero la ira me impidió escuchar nada más.

Se pasó una mano por el pelo. El recuerdo del día en que descubrió que su madre había aceptado dinero a cambio de acoger a Lilly en su casa permanecía fresco en su memoria.

– Todos los hijos creen que sus padres son unos santos. Es doloroso descubrir que somos humanos -dijo Flo.

Ty miró por la ventana.

– El caso es que, más que contigo, estaba enfadado conmigo mismo -no le fue fácil hacer aquella confesión.

– ¿Y eso por qué? -preguntó su madre.

Ty no se volvió. No podía mirar cara a cara a su madre mientras se enfrentaba a asuntos que llevaban años atormentándolo. Pero, mientras ella estaba en el quirófano, Ty había pensado mucho. Con la cabeza de Lilly apoyada en su hombro, había contemplado la posibilidad de perder a su madre y se había forzado a enfrentarse a lo que de verdad le molestaba del hecho de que ella hubiera aceptado el dinero.

En realidad, le había salvado probablemente la vida a Lilly. Enfadarse con su madre por darle a Lilly un buen hogar a cambio de dinero era ridículo. Sencillamente, le había resultado más fácil enojarse con su madre que afrontar la ira que sentía hacia sí mismo.

– Es complicado -dijo-. Todo el tiempo que estuve enfadado contigo por no decirme que Lilly no era en realidad una chica de acogida, que te culpaba por no haberme dicho lo del dinero, te he estado ocultando un gran secreto -respiró hondo-. Durante años, dejé que sufrieras, aunque sabía que Lilly estaba viva en realidad -el pulso le golpeaba con fuerza las sienes mientras hablaba.

– Los dos hemos cometido errores -dijo su madre-. ¿O debería decir que los dos tomamos decisiones que nos parecieron necesarias en su momento? ¿Quién sabe? Tal vez lo fueran -añadió para facilitarle de nuevo las cosas.

Ty no estaba listo para ponérselo fácil a sí mismo, sin embargo. Al menos, aún. Con suerte llegaría a ese punto, pero primero tenía que decir todo lo que le rondaba por la cabeza.

– ¿Qué más te preocupa, Tyler? ¿Qué sigue reconcomiéndote? -preguntó su madre.

– ¿Además de haberte dejado sufrir durante diez años? -Ty se volvió, decidido a mirar cara a cara a su madre al tiempo que afrontaba sus errores.

Sus defectos.

Sus faltas.

– ¿Sabes qué es lo que hice? Mandé a Lilly sola a Nueva York. Lilly tenía diecisiete años y yo no fui tras ella. Qué demonios, ni siquiera la busqué durante cinco largos años -añadió, enojado.

Y había utilizado la ridícula promesa de no volver a hablar de aquella noche como excusa para mantenerse alejado de ella. Luego, cuando había descubierto que estaba viva y que vivía en Manhattan, no había ido en su busca. Por el contrario, la había culpado a ella por no regresar con él. Eso sí que era arrogancia. Había hecho falta que Lilly volviera, que estuvieran a punto de matarla y que a su madre le fallara el corazón para que abriera los ojos.

Había sido un cobarde, se dijo.

– ¿Cuántos años tenías cuando tramamos ese plan para fingir mi muerte?

Ty se volvió bruscamente al oír por sorpresa la voz de Lilly. Ella estaba en la puerta y lo miraba con incredulidad.

– Creo que te ha hecho una pregunta, hijo -dijo Flo con una sonrisa en los labios.

Ty se aclaró la garganta.

– Tenía dieciocho años.

– ¿Y crees que eso te hace mucho más mayor y más sabio que yo? ¿Crees que deberías haber sido más sensato? -preguntó Lilly, entrando en la habitación-. Siento interrumpir, pero me alegro de haberlo hecho.

– Yo también -Flo le indicó que se acercara-. Lilly tiene razón, ¿sabes?

Ty frunció el ceño.

– No os compinchéis contra mí -masculló.

– Bueno, ¿y quién te nombró mi guardián y salvador? -preguntó Lilly-. No me malinterpretes. Siempre te he agradecido que cuidaras de mí. ¿Quién sabe qué habría ocurrido si hubiera tenido que volver con el tío Marc, en vez de quedarme con vosotros? Pero nadie te puso al mando y, desde luego, nadie te designó como la persona que siempre tenía que solucionarlo todo. Date un respiro, Ty. Siento ser yo quien te lo diga, pero no eres perfecto -Lacey agitó las manos en el aire, irritada.

Él dejó escapar un soplido. Ella no lo sabía, pero había contestado a una pregunta importante. No los había oído hablar del hecho de que su madre hubiera aceptado dinero de su tío. Ese secreto, como los demás, aún tenía que salir a la luz. Algo más de lo que Ty se había dado cuenta mientras su madre se hallaba bajo el bisturí.

– ¿Qué quieres decir con que no soy perfecto? -preguntó Ty, concentrándose en la parte más ligera de su monólogo-. ¿Cómo puedes decir tal cosa delante de mi madre? -añadió en broma.

Lilly frunció el ceño. Saltaba a la vista que no le hacía ni pizca de gracia.

– Bueno, esto ha sido agotador -dijo Flo-. Necesito descansar, pero, Ty, tienes que hacer caso a Lilly. Esa linda cabecita sabe más que tú y yo juntos -se recostó contra las almohadas. Estaba más pálida que cuando Ty había entrado en la habitación.

Lo que significaba que el secreto de su madre tendría que esperar un día más, pensó él. Con un poco de suerte, también esperaría la continuación de aquella conversación con Lilly.

Se dirigieron a la puerta. Su madre se quedó dormida casi antes de que salieran. Ty se detuvo en el set de las enfermeras y les pidió que se aseguraran de que su madre comía cuando se despertara; luego condujo a Lilly a un cuarto vacío, junto a la sala de espera.

La estrechó en sus brazos y la besó. Los labios de ella se suavizaron, le rodeó el cuello con los brazos y dejó escapar un suave gemido antes de devolverle el beso.

– Mmm -Ty metió las manos entre su pelo y la apretó contra sí.

– Mmm, sí -dijo ella mientras echaba la cabeza hacia atrás-. Por desgracia, no podemos continuar esto ahora. Tenemos que ir a hablar con Anna Marie.

– ¿Sí? -gruñó Ty.

– Sí -contestó Molly detrás de ellos, riendo-. Además, éste no es sitio para hacer manitas. Alguien podría pillaros.

– Alguien nos ha pillado -Ty cambió un poco de postura. Confiaba en que su erección se disipara rápidamente-. ¿Os he dicho ya que no creo que sea buena idea que vayáis a hablar con Anna Marie?

– Sólo estás preocupado por mí -dijo Lilly-. Pero, si conseguimos que coopere, te parecerá una idea estupenda -antes de que él pudiera poner alguna pega más, Lilly se inclinó y le dio un beso en la mejilla-. Ahora, vamos a hablar con tu vecina -le dijo a Molly.

Ty sabía cuándo tenía las de perder, sobre todo si se enfrentaba a dos mujeres tan decididas. No le quedaba más remedio que seguirles la corriente y mantenerlas a salvo.


Lacey sabía que no debía abrigar esperanzas de que Anna Marie Costanza les diera la clave para resolver sus problemas. Aun así, no podía evitar que una vocecilla canturreara dentro de su cabeza: «Por favor, habla con nosotras».

Los primeros quince minutos en casa de Anna Marie fueron una tortura para ella. La casa olía a naftalina y Anna Marie preparó parsimoniosamente el té para sus invitadas, a pesar de que ellas insistieron en que no querían ni esperaban que las agasajara.

– Le he mandado unas flores a tu madre, Tyler -dijo Anna Marie mientras ponía unas tazas floreadas y de aspecto delicado sobre la mesa.

– Eres muy amable. Seguro que te lo agradecerá mucho -repuso él.

Lacey notó que tenía la delicadeza de no decirle que, en el área del hospital donde estaba ingresada Flo, no estaban permitidas las flores. Seguramente el ramo acabaría en el ala infantil, lo cual sería también un bonito gesto.

Molly añadió leche y unos terrones de azúcar a su té sin apresurarse y lo removió lentamente. Miraba a Lacey, implorándole que hiciera lo mismo. Era evidente que Molly había pasado ya por aquello y que, si querían hablar con Anna Marie, tendrían que beberse el té y charlar con ella de cosas sin importancia antes de tratar cualquier asunto serio.

Lacey estaba tan nerviosa que le sorprendía el no haberse levantado de un salto de la silla, haber agarrado a Anna Marie por el cuello de volantes y haberla zarandeado hasta que hablara.

Ty se recostó en la silla y esperó. Parecía haber decidido que estaba exento de beberse el té, puesto que no había tocado su delicada tacita. Probablemente, por miedo a romperla, pensó Lacey.

– También le mandé flores a tu tío, Lacey. Molly, querida, tu madre debe de estar destrozada -dijo Anna Marie.

Molly murmuró algo ininteligible.

– ¿Unas pastas? -preguntó Anna Marie para cambiar de tema, y señaló un plato de galletas de almendra.

– Sí, gracias -Ty tomó una galleta, dio un mordisco y sonrió-. Deliciosa.

– Las he hecho yo misma -dijo Anna Marie, complacida-. Me enseñó mi madre. Como era la única chica, pasábamos mucho tiempo juntas mientras mis hermanos andaban por ahí, haciendo cosas con mi padre.

– Respecto a tus hermanos… -dijo Lilly, pero Ty le puso una mano sobre el muslo a modo de advertencia. Habían decidido tomarse las cosas con calma-. Habrá sido interesante crecer con tantos chicos -añadió ella, en lugar de sacar a relucir las acusaciones que quería lanzar contra Paul, el hermano de Anna Marie.

Anna Marie se lanzó a contar anécdotas de su infancia en el pueblo.

– Y así fue como mi padre conoció a tu padre -le dijo a Lacey-. A mi padre, como al tuyo, le encantaban los coches antiguos. La verdad es que le gustaban todos los coches. El me enseñó a cuidar bien de un coche. Por eso me duran tantos años. Quiérelo y mantenlo en marcha, solía decir mi padre.

– Entonces te llevarías un buen disgusto cuando te robaron el coche -dijo Molly, introduciendo por fin el motivo de su visita.

Lacey tenía que admitir que había elegido el modo más benigno de hacerlo. Ella, en cambio, se habría lanzado en picado.

– Sí, sí, me llevé un gran disgusto -Anna Marie se levantó y llevó su taza y su platillo al fregadero.

Una huida evidente para no tener que mirarlos a los ojos, pensó Lacey, y no creía estar buscando indicios inexistentes. Anna Marie estaba nerviosa. Y, cuando se le cayó la taza al fregadero, Lacey se convenció de que había algo que la angustiaba. Pero Anna Marie no era mezquina, ni malvada.

Mientras la observaba, algo en el interior de Lilly se enterneció. Era imposible que aquella mujer amable y buena hubiera hecho daño a alguien. Al menos, conscientemente.

Aunque Molly había sacado a colación el asunto del coche robado, a Lacey se le ocurrió de pronto otro modo de apelar a la conciencia de Anna Marie.

– Tus hermanos te habrán protegido mucho. Cuando nosotros éramos pequeños, Ty y Hunter me cuidaban como supongo que habrían hecho si fueran mis verdaderos hermanos.

Anna Marie se apartó del fregadero.

– Oh, sí. Pero ¿podéis creer que yo he tenido que hacer lo mismo por ellos con el paso de los años? No os creeríais las cosas en que se han metido esos muchachos. De cuando en cuando, mis padres y yo teníamos que acudir en su auxilio -dijo con una sonrisa, al recordar.

Molly se levantó y se acercó a ella.

– Estoy segura de que todavía tienes que protegerlos, incluso ahora que son mayores.

– No, ya no me necesitan. Me siguen la corriente y escuchan mis historias del trabajo, pero se defienden bien solos. Y, además, tienen a sus esposas para que cuiden de ellos.

– Pero la sangre es más espesa que el agua, como solía decir uno de mis padrastros. Seguro que si, pongamos por caso, Paul necesitara un favor, acudiría a ti antes que a nadie -Molly le rodeó los hombros con el brazo con ademán tranquilizador-.Ven a sentarte -dijo, y la condujo a una silla, junto a la mesa-. ¿Te ha dicho la policía que la persona que conducía tu coche también disparó a Marc Dumont? -preguntó con suavidad.

Anna Marie se retorció las manos artríticas sobre el regazo y no levantó la mirada.

– Vinieron aquí y me hicieron toda clase de preguntas sobre el coche. Les dije que me lo habían robado -le tembló la voz-. No me dijeron por qué preguntaban hasta después de que les conté que me lo habían robado.

Molly se arrodilló a su lado.

– Pero, para entonces, ya les habías mentido para encubrir a tu hermano Paul, ¿verdad? ¿Porque fue él quien te pidió el coche prestado, como hace a veces? ¿Para quererlo y mantenerlo en marcha, como decía tu padre?

Ty y Lacey guardaron silencio y dejaron que fuera Molly, que ya tenía una relación con Anna Marie, quien la sonsacara.

Anna Marie asintió con la cabeza.

– Paul nunca tuvo las cosas fáciles. Era el mayor y la carga de las expectativas de nuestros padres siempre cayó sobre él. Necesitaba una vía de escape y, como vivimos tan cerca de Saratoga, la encontró en los caballos. Durante la temporada de carreras, iba al hipódromo a apostar. Y pronto no le bastó con los caballos.

– ¿Paul tiene problemas con el juego? -preguntó Ty.

– No sé si es un problema, pero a veces, los días que se lleva mi coche, va al hipódromo o a un sitio de apuestas del pueblo de al lado -Anna Marie suspiró-. Antes tenía que suplicarle que se llevara mi coche. Últimamente, me lo pide él. Yo creía que quería ir al hipódromo. Y, cuando me pidió que dijera que me lo habían robado, pensé que quizás alguien hubiera visto el coche en el hipódromo. Si lo habían robado, nadie lo relacionaría conmigo o con él.

– Así que aceptaste encubrirlo y decir que te lo habían robado -dijo Molly.

Anna Marie se ciñó con más fuerza la rebeca.

– Paul siempre tiene soluciones para todo, siempre resuelve las cosas. Pensé que él se ocuparía de todo, como ha hecho siempre.

– Pero vino la policía y te habló del tiroteo -dijo Molly-. Y te asustaste.

– Claro que me asusté. Desde entonces no he podido comer, ni dormir. No podía reconocer que mentí, o que había sido su cómplice -dijo-. Y, si les decía que Paul se había llevado el coche, lo detendrían por disparar a Marc Dumont, y yo no sé si fue él o no.

Molly le dio unas palmaditas en la mano, llena de compasión.

– Pero sabes que te pidió que mintieras, así que tuvo que tener algo que ver con el tiroteo, ¿no?

La otra mujer movió la cabeza de arriba abajo.

– Y me involucró a mí. Su única hermana. ¡Su hermana pequeña! Pero era demasiado tarde para que yo dijera la verdad, o eso pensaba. Quería hablar primero con Paul. Luego, pensaba ir a la policía por mi propio pie.

– ¿Has hablado con Paul desde entonces? -preguntó Ty.

Ella negó con la cabeza.

– No, desde que me llamó para pedirme que dijera que me habían robado el coche.

– ¿Dónde está el coche? -preguntó Lilly.

Anna Marie se encogió de hombros.

– No lo sé. Y tampoco sé dónde está Paul. Me dejó aquí, con todas esas preguntas sin respuesta y esas mentiras -se interrumpió y puso la cabeza entre las manos. Sus hombros comenzaron a sacudirse.

Mientras Molly la consolaba, Ty se llevó a Lacey aparte y le habló en voz baja.

– Ahora sabemos que Anna Marie le dejó el coche a su hermano. Eso significa que la policía tiene un motivo justificado para registrar el garaje de la casa de Dunne.

Lilly asintió con la cabeza. En su cabeza se atropellaban datos e informaciones fragmentadas. Quería hablar de todo aquello con Ty y establecer las conexiones necesarias.

– ¿Qué más has sacado en claro?

Él se pasó la mano por la cara sin afeitar. Tenía que estar agotado por haber pasado toda la noche en pie, en el hospital, y Lilly se sintió fatal porque tuviera también que ocuparse de sus problemas. Pero sabía que no debía sugerirle que se marchara a descansar un poco.

– En este momento no estoy seguro de nada al cien por cien. Pero los jugadores tienen que sacar dinero de alguna parte -dijo Ty.

– Quizá Paul tuviera dinero suficiente para cubrir sus deudas de juego -dijo Lacey.

– No lo tenía -Anna Marie se levantó de su silla-. Lleva años arruinado, se gasta todo lo que tiene. Yo no gano lo suficiente para ayudarlo y mis hermanos no quieren saber nada de él desde el año pasado. Pero Paul siempre ha dicho que tenía una red de seguridad.

Ty entornó la mirada.

– ¿Sabes a qué se refería? ¿De dónde sacaba el dinero para pagar su adicción? -Anna Marie negó con la cabeza-. Apuesto a que yo sí -añadió Ty de repente-. Durante los últimos diez años, Paul ha tenido acceso a un fondo fiduciario al que nadie podría acceder hasta que Lilly Dumont fuera declarada legalmente muerta o Marc Dumont reclamara el dinero.

– Pero estoy viva -dijo Lacey.

– Y Paul Dunne quería asegurarse de que no seguías viva el tiempo suficiente para reclamar el dinero y descubrir que lo había estado robando -dijo Ty con una mirada brillante.

– ¡No! Paul no sería capaz de matar a nadie. No haría daño a nadie -insistió Anna Marie, alzando la voz.

Molly la tomó de la mano.

– Las adicciones cambian a la gente -dijo con suavidad.

Lacey se sintió aturdida mientras intentaba asimilar aquella historia.

– Si hubiera logrado matarme, el tío Marc habría heredado el dinero y habría sido él quien descubriera el desfalco.

Ty asintió con la cabeza.

– Exacto.

– Así que quizás el tío Marc nunca estuvo detrás de los intentos contra mi vida -Lacey apenas podía creer el alivio que sentía al decir aquello en voz alta.

Molly dio un paso adelante.

– Tal vez Paul quisiera veros muertos a los dos -sugirió.

– Pero Derek y yo aparecimos a tiempo de detenerlo -dijo Ty.

Lacey se sintió mareada.

– Aun así, eso no explica por qué el tío Marc fue a verme el otro día.

Ty se encogió de hombros.

– Algunas respuestas tendremos que encontrarlas nosotros mismos, pero entre tanto… -abrió su teléfono móvil y marcó un número-. ¿Comisario? -dijo-. Soy Ty Benson.

Diez minutos después, el jefe de policía se presentó en casa de Anna Marie acompañado del fiscal del distrito. Escucharon a una Anna Marie llorosa, pero ya más calmada, decir la verdad acerca de cómo su hermano le había pedido prestado el coche que la policía había identificado en el lugar del tiroteo.

El comisario y el fiscal del distrito estuvieron de acuerdo en que tenían pruebas suficientes para arrestar a Paul Dunne por intento de asesinato y obstrucción a la justicia por pedir a su hermana que mintiera a la policía acerca del coche. Emitieron una orden de busca y captura sobre Paul Dunne.

El fiscal del distrito se marchó al juzgado para solicitar una orden de registro del garaje de Dunne con objeto de buscar el coche de Anna Marie, y otra orden para registrar su casa y su oficina, a fin de requisar los archivos y documentos referentes al fondo fiduciario. Si Dunne había sustraído dinero de la herencia de Lacey para pagar sus deudas de juego, su móvil para disparar a Marc Dumont e incluso para prender fuego al apartamento de Ty quedaría claro.

En cuanto a Anna Marie, no se presentaron cargos contra ella porque había confesado por propia voluntad. Sabiendo lo mucho que quería a su hermano, entregarlo a la policía era ya castigo suficiente para ella. Al igual que sus habladurías, aquella mentira había salido de su boca sin mala intención.

Pero, hasta que Paul Dunne fuera detenido, y él y Marc Dumont desvelaran sus motivos y el papel que habían desempeñado en todo lo ocurrido, Lacey seguía confusa y a oscuras.

Como lo estaba respecto a su vida y su futuro.

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