Capítulo 16

Marc acabó de declarar ante la policía. No había dejado nada en el tintero. No tenía ya nada que esconder.

Con un taquígrafo presente en la habitación del hospital, había confesado todo, hasta el momento de su tiroteo, desde el día en que se enamoró de Rhona, a la que perdió por culpa de su hermano Eric, el niño bonito, y se convirtió en tutor de su sobrina Lilly.

Había incluido en su relato su plan para dejar a Lilly en un hogar de acogida, y sus esperanzas de que, asustándola, regresara a él dócil y dispuesta a cederle el fondo fiduciario. Por supuesto, durante el tiempo, todavía corto, de su abstinencia, se había dado cuenta de que probablemente Lilly no podría renunciar legalmente hasta que hubiera heredado, a la edad de veintisiete años, pero el alcohol había embotado su entendimiento y le había hecho creer que podría hacerse con el dinero. Explicó también cómo supo que Paul Dunne estaba desviando fondos de la herencia, aunque ignoraba su cuantía.

Y admitió que le había pedido dinero del fondo fiduciario a Dunne con el fin de pagar a Flo Benson para que acogiera a Lilly en su casa y dijera que estaba en régimen de acogida. Aquella información había hecho proferir a Lilly un gemido de sorpresa y a Tyler Benson un gruñido. Naturalmente, Tyler y su amigo Hunter se habían alegrado enormemente de oírle admitir que había utilizado su influencia para que Hunter fuera separado del hogar de los Benson tras la «muerte» de Lilly. Se había abstenido de entrar en detalles acerca del papel que los dos jóvenes habían desempeñado en la falsa muerte de su sobrina (información que había recibido a través de Molly), porque ya había causado suficiente dolor a lo largo de los años. Todo el mundo suponía que Lilly se había escapado y, por lo que a él concernía, eso era lo que había hecho. Bravo por ella.

El programa de Alcohólicos Anónimos que seguía consistía en parte en pedir perdón y aceptar responsabilidades. Y ese día parecía estar cumpliéndolo a lo grande. Le dijo a la policía que Paul Dunne estaba detrás del intento de atropello sufrido por Lilly y del incendio del apartamento de Ty. Describió el plan de Dunne para que él hiciera el trabajo sucio e incluyó la amenaza de Dunne de implicarlo de todos modos. Él se había negado y había llamado a Dunne a su móvil el día del tiroteo.

Su solución había sido ir a ver a Lilly y contarle la verdad. Por desgracia, a Dunne le asustaba que pudiera revelar sus delitos. El temor a perder su posición como abogado de renombre se había apoderado de él. Mientras Marc se preocupaba de entretener al detective privado que lo vigilaba por orden de Tyler Benson, Dunne lo había seguido hasta casa de Lilly. Marc estaba tan ensimismado que no lo vio hasta que sintió en la espalda la quemazón abrasadora del disparo.

Aunque había dado un vuelco completo a su vida y estaba ayudando a la policía a capturar al culpable, la mujer con la que supuestamente iba a casarse no parecía muy impresionada. El ceño de Francie, su actitud fría, helaban la habitación. Marc lo sentía sin necesidad de mirarla. Su confrontación llegaría a continuación, estaba seguro de ello. Después de lo cual ella se iría hecha una furia, vestida con sus zapatos de Jimmy Choo, que seguramente había cargado a la tarjeta de crédito de Marc. La próxima vez, tendría que buscarse una mujer pobre, con pocas necesidades, salvo el amor, pensó con sorna.

Luego estaba Molly. Ella se hallaba de pie tras la silla de su madre. Era una buena chica y se había tomado muy mal todo aquello, porque en él había visto su ocasión de tener una familia. La pobre muchacha había cometido el error de depositar en él sus esperanzas. Él había decepcionado a todos cuantos habían formado parte de su vida. Aquella abogada de ojos vivos no sería una excepción. Pero él se habría sentido orgulloso de poder llamarla su hija, y necesitaba decírselo. Aunque no sirviera de nada.

Qué tremendo lío.

La policía se marchó por fin, al igual que Ty, Hunter y Lilly, todos ellos sin decir palabra. Sabían que no debían quedarse a contemplar el espectáculo. Pero Lilly y él tenían un asunto pendiente que discutir, siempre y cuando Marc siguiera consciente cuando Francie acabara con él. No se preguntaba de dónde surgía su sentido del humor. Era lo único que le quedaba, lo único que poseía, lo único de lo que podía sentirse orgulloso.

Francie se acercó a su cama, un lugar que no había visitado desde su ingresó en el hospital.

– Esto no va a funcionar -dijo.

Él recostó la cabeza contra la almohada, agotado.

– Vaya, ¿no vas a preguntarme siquiera cómo estoy? ¿Ni a disculparte por no haberme visitado?

– Oh, por favor, no te hagas el dolido -replicó Francie.

Él levantó una ceja, la única parte de su cuerpo que funcionaba bien.

– A ti lo único que te duele es la cartera, Francie. Lo triste del caso es que yo te quería de verdad. Lo cual demuestra la poca estima que me tengo y lo que me merezco en esta vida.

Ella apoyó las manos sobre la cama. Su postura permitía a Marc ver claramente su chaqueta blanca y ceñida y su amplio canalillo. Que él, pensó con orgullo, no había pagado.

– ¿Esa es tu patética forma de decir que lo sientes? -preguntó Francie.

– Es mi forma de decirte que buscamos cosas distintas en una relación.

Molly tosió y se alejó.

Francie se irguió y cuadró los hombros.

– Nunca te he ocultado que me gusta el dinero, y ahora que no lo tienes…

– Por favor, no te preocupes -le dijo él. Curiosamente, lo decía en serio. Se había estado preparando para ese día desde que sabía que Lilly seguía con vida-. Te deseo lo mejor.

Ella inclinó la cabeza.

– Lo mismo digo. Esta noche a las ocho tomo un vuelo con destino a Londres.

Molly inhaló bruscamente. Por primera vez, Marc sintió una auténtica punzada de dolor. No por él mismo, sino por ella.

– Supongo que lo habrás cargado en mi cuenta -preguntó con sorna. Francie tuvo la decencia de sonrojarse. Él sacudió la cabeza-. Búscate un rico, Francie. Lo necesitas.

Ella lo besó en la mejilla y se dispuso a salir de la habitación. Marc no apartó la mirada de la cara pálida de Molly.

Francie se detuvo en la puerta.

– ¿Molly?

Marc contuvo el aliento.

– ¿Sí? -ella se aferraba con fuerza al respaldo de la silla. Tenía los nudillos blancos.

Marc vio en sus ojos una esperanza pura y comprendió que la decepción que iba a sufrir le haría más daño que cualquiera de las cosas que había vivido ese día.

– Dejé una caja con cosas mías en casa de Marc. Cuando esté instalada, te llamaré para darte mi dirección. Por favor, envíamelas, ¿quieres, querida?

– Yo me encargaré de ello -dijo Marc antes de que Molly se viera obligada a contestar y probablemente rompiera a llorar.

Francie lanzó un beso que podía haber ido dirigido a él o a su hija, y salió sin mirar atrás. No le importaba a cuál de los dos hubiera herido. Lo que hizo que Marc se preguntara por qué la había querido, aunque ya lo sabía. Se había dejado deslumbrar por su buena suerte: había tenido tan poca en la vida…

Alargó los brazos y Molly se acercó a él y lo abrazó con cuidado de no hacerle daño. Tras aquel breve abrazo, retrocedió.

– Ojalá fueras mi hija -dijo Marc, consciente de que alguien tenía que amar a aquella joven.

Ella esbozó una sonrisa triste que le rompió el corazón.

– Si te sirve de algo, yo te creía. Ya sabes, pensaba que no estabas detrás de los intentos de asesinar a Lilly. No me has defraudado -Molly retrocedió hasta los pies de la cama.

– Eso significa mucho para mí -Marc sintió que le pesaban los párpados. El cansancio empezaba a vencerlo-. ¿Qué te parece si, cuando salga de aquí, pedimos una pizza y quedamos sólo para hablar?

Molly se apoyó contra el extremo del bastidor de la cama.

– Me encantaría, pero no voy a quedarme por aquí. Te aprecio mucho, pero, ahora que sé que vas a ponerte bien, tengo que irme.

– ¿Adonde? -preguntó él, comprensivo, aunque le doliera.

Ella se encogió de hombros.

– A cualquier parte, lejos de aquí.

– No tienes licencia para ejercer la abogacía en cualquier parte -le recordó Marc.

– Lo sé. Aún no he decidido qué voy a hacer. Pero no puedo quedarme aquí, rodeada de recuerdos y desilusiones.

– ¿Qué hay de Hunter? -preguntó él. Había percibido la química que había entre ellos. Sabía que Hunter la quería. Lo había visto en sus ojos cuando la miraba. Y, aunque le costara admitirlo, sabía también que Hunter cuidaría de ella como Molly se merecía.

– Hunter merece una mujer que tenga las cosas claras. Y yo estoy hecha un lío -dijo Molly bruscamente.

Marc asintió con la cabeza. No podía reprocharle que se sintiera así.

– Date tiempo. Uno nunca sabe lo que le depara el futuro. ¿Te mantendrás en contacto? -preguntó, esperanzado.

Ella asintió con la cabeza.

– Me pasaré por aquí antes de irme.

Pero, en opinión de Marc, Molly ya se había ido. Había perdido a la única persona que creía en él. Pero no importaba. Tenía que aprender a depender de sí mismo. Uno de los médicos que había ido a visitarlo había sugerido que iniciara una terapia privada, además de acudir a Alcohólicos Anónimos. Lo haría, si podía permitírselo. Una vez Lilly heredara y lo echara de la casa, tendría que pagar un alquiler, un seguro de hogar y todas esas cosas que hasta entonces había cubierto el fondo fiduciario de su sobrina.

Tendría que vivir como un hombre adulto. Menuda idea. Y él que creía tener las manos llenas luchando contra su adicción a la bebida. Aun así, se daba cuenta de que, con sus confesiones a la policía y a las personas a las que había hecho daño a lo largo de su vida, no sentía lástima de sí mismo. Por el contrario, miraba hacia delante. Y eso, pensó, era un progreso.


Aunque Hunter había escuchado la declaración de Dumont esa mañana, le había afectado más la expresión perpleja de Molly que las confesiones del tío de Lilly. A su modo de ver, Marc Dumont era ya parte de su pasado. Pero Molly era su futuro, o eso esperaba, y, pese a que ella se había replegado sobre sí misma, no quería que le fuera fácil relegarlo a un tiempo pretérito.

Sabía hasta qué punto la habían afectado las revelaciones de Marc. Pero, por otra parte, ella tenía razón respecto a Dumont. Éste no se hallaba detrás de los intentos para asesinar a Lilly. Su fe en él había sido recompensada. Hunter confiaba en que eso contara para ella.

Necesitaba saber cómo se encontraba. Tenía qué saber en qué punto se hallaban. Y quería verla… sólo porque sí. Apartó su trabajo, se levantó y recogió su chaqueta.

Media hora después, paró delante de la casa de Molly. No le sorprendió no ver a Anna Marie. Por lo que le había dicho Ty, sabía que había pasado un mal día. Seguramente estaría escondida dentro de la casa.

Al subir al porche y llamar al timbre de Molly, Hunter agradeció poder disfrutar de algo de intimidad. Oyó un ruido de pasos en la escalera y Molly abrió la puerta.

Llevaba unos pantalones de chándal grises y una camiseta blanca con la pechera manchada. Parecía estar limpiando.

– Hola -dijo él. De pronto se sentía incapaz de decir nada ingenioso o inteligente. Sólo se alegraba de verla.

Molly inclinó la cabeza.

– Hola.

– Menuda mañanita -dijo él.

Ella se encogió de hombros.

– La verdad es que las he tenido peores. Oye, estoy bastante ocupada y…

– Aun así, me gustaría que habláramos. No te entretendré mucho.

Se quedó callada un momento y después abrió la puerta de par en par, cosa que sorprendió a Hunter.

– Pasa.

Él esperaba que opusiera más resistencia. La siguió escaleras arriba mientras se preguntaba si a fin de cuentas no habría logrado llegar por fin hasta ella. Luego entró en su cuarto de estar y vio las maletas desperdigadas por toda la habitación, y aquella imagen lo golpeó como un puñetazo en el estómago.

Paseó la mirada a su alrededor. En las maletas no había sólo ropa: sus efectos personales estaban metidos en cajas.

– No parece que estés haciendo las maletas sólo para irte de vacaciones.

Ella lo miró a los ojos con renuencia.

– Sí, así es.

Sus palabras confirmaron el mayor miedo de Hunter.

– Entonces, hay ciertas cosas que quiero decirte antes de que te vayas.

Ella asintió con la cabeza.

– Adelante -dijo suavemente.

– Tenías razón en cuanto a Dumont. Perdóname por no poder creerte.

Molly miró su bello rostro y vio la verdad reflejada en sus ojos. Hunter había elegido deliberadamente sus palabras. No era que no la hubiera creído sin más, sino que no podía creerla. Porque Marc Dumont había hecho mucho daño. Ella misma lo había oído de primera mano ese día.

Hunter, sin embargo, había estado allí y la había apoyado aunque estuviera en desacuerdo con ella respecto a su confianza en Dumont. Molly apreciaba su integridad más de lo que él sospechaba.

– No te disculpes. Lo entiendo.

Hunter dio una vuelta por la habitación, pasando por encima de las cajas y las maletas que Molly había conseguido hacer en tan poco tiempo.

De pronto, se volvió hacia ella.

– Maldita sea, Molly, no hagas esto.

Ella tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta.

– Tengo que hacerlo.

– ¿Te das cuenta de que vas a marcharte sin habernos dado una oportunidad? -preguntó él en tono implorante.

Molly cerró los ojos. No pretendía lastimar a Hunter. Llevaba años evitándole para impedir que aquello ocurriera y, sin embargo, había ocurrido de todos modos.

– Necesito descubrir quién soy y qué quiero de la vida. Y no pudo hacerlo aquí, en un lugar donde lo único que veo son mis deseos infantiles de tener la familia que nunca tuve.

– Yo tampoco tuve familia. Entiendo por lo que estás pasando. ¿Por qué no intentamos superarlo juntos? A menos, claro, que me equivoque al pensar que yo también te importo -se puso colorado y metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.

Molly sabía lo difícil que había sido para él arriesgar su corazón, y le dolía tener que rechazarlo. Pero un día Hunter le daría las gracias por ello.

– Precisamente porque me importas tengo que irme -lo miró a los ojos y le suplicó en silencio que entendiera sus motivos-. Necesito madurar -y, para hacerlo, tenía que pasar algún tiempo sola.

Necesitaba tiempo para sanar y relegar a su madre al pasado. Tenía que aprender a defenderse sola, sin las viejas esperanzas y las expectativas que la habían abrumado como un peso.

Hunter se acercó. Ella inhaló y sintió el olor sexy de su colonia. Allá donde acabara, echaría de menos su ingenio y su persistencia. Pero, hasta que le gustara lo que veía al mirarse en el espejo, no le quedaba más remedio que marcharse.

– No tengo ataduras aquí, nada que me impida marcharme. Deja que vaya contigo. Podemos empezar desde cero en otra parte.

Era tan tentador… Hunter era tan tentador…

Molly tomó su cara entre las manos.

– Eres un buen hombre y desearía poder decirte que sí. Pero encontrarme a mí misma debe ser mi prioridad.

Un músculo vibró en la mandíbula de Hunter.

– Todo el mundo tiene pasado -le dijo.

– Pero el mío pesa más que el de la mayoría. O, al menos, pesa demasiado para mí en este momento.

– ¿Y no hay nada que yo pueda hacer para detenerte?

Ella negó con la cabeza.

– No creas que esto es fácil para mí -se le quebró la voz.

Sus labios, a unos pocos centímetros de los de Hunter, estaban a punto de besarlo, a punto de permitir que la hiciera cambiar de opinión. Por eso se inclinó hacia delante y le dio un rápido beso en la boca. Luego retrocedió antes de que él pudiera reaccionar.

Hunter se pasó el pulgar por el labio inferior.

– Buena suerte, Molly. Espero que encuentres los que estás buscando.

Ella también lo esperaba, porque no podía sentirse peor de lo que se sentía en ese instante.


Lacey dejó a Ty viendo a su madre, a la que darían el alta un día o dos después. Como tenía un escolta, Ty no había puesto reparos a que saliera a dar un paseo. Pero ella no había mencionado que su objetivo era mantener una conversación de tú a tú con su tío Marc.

Encontró a Marc sentado en una silla de ruedas, en el solario, una habitación completamente acristalada cuya construcción había sufragado un rico benefactor del hospital.

– ¿Te sientes con fuerzas para hablar? -preguntó, parada en la puerta. Aunque sabía que no era su tío quien había intentado matarla, no se sentía a gusto estando a solas con él.

Marc levantó la mirada, visiblemente sorprendido.

– Me encuentro bien, y hasta que las enfermeras decidan llevarme a mi habitación, estoy disfrutando de la vista. Entra y hazme compañía, por favor.

Ella entró y se sentó cautelosamente en una silla junto a la puerta. Una tontería, puesto que estaba en una habitación abierta y con vistas. Su tío no podía hacerle ningún daño. No quería hacérselo, de todos modos. Pero a Lacey aún le costaba creerlo.

– ¿De qué quieres que hablemos? -preguntó él.

Ella sacudió la cabeza.

– No estoy segura, en realidad. Supongo que necesitaba darte las gracias por intentar advertirme sobre Paul Dunne.

Su tío Marc movió la cabeza de un lado a otro.

– Si no hubiera sido por mí, nada de esto habría pasado. Paul tiene un problema con el juego. Yo tengo un problema con la bebida -se colocó la manta sobre el regazo mientras hablaba-. Hice cosas que, aunque no fueran ilegales, eran poco éticas e inmorales, por decir algo. Paul prefería que heredera yo en vez de tú porque creía que podía chantajearme y evitar que informara a la policía de su desfalco. Tú, en cambio, lo habrías denunciado. Quería que murieras y quería que fuera yo quien te matara.

Estaba repitiendo las mismas cosas que había dicho ante la policía, pero Lacey se encontraba tan abrumada en el momento de su declaración que no había asimilado todos los datos. Agradecía volver a oír aquella historia.

– Así que te disparó porque te negaste a matarme -casi se le quebró la voz al pronunciar esta última palabra.

– Y porque creía que iba a advertirte. Y tenía razón.

Lacey se miró las manos temblorosas.

– ¿Cuándo te dejarán irte a casa?

– Seguramente mañana, pero no te preocupes. En cuanto tenga fuerzas para recoger mis cosas, me iré de tu casa. He llamado a mi hermano y le he preguntado si podía instalarme con él una temporada.

Lacey abrió la boca y volvió a cerrarla. En algún lugar recóndito de su cabeza, sabía que había heredado no sólo el dinero sino también el hogar de su infancia. Paul Dunne se lo había dicho durante su encuentro. Pero ella no se había permitido reflexionar sobre aquel hecho.

Ahora, al verse obligada a afrontar la verdad, cobró conciencia de algo importante.

– No quiero la casa -dijo, y las palabras le salieron antes de que pudiera atajarlas.

– Tus padres querrían que la tuvieras.

– Quiero que te quedes allí. Es tu hogar, no el mío.

El movió la silla de ruedas para acercarse a ella.

– Eso es terriblemente generoso.

Lacey no estaba segura de que pudiera considerarse un acto de generosidad. Era más bien una necesidad. Al asistir a la fiesta de compromiso de su tío, había cerrado la puerta a esa etapa de su vida.

– Ya no forma parte de mí y tú llevas viviendo allí tanto tiempo que no veo razón para que te mudes.

– Bueno, yo tengo una. Ya no puedo permitirme mantener la casa.

– Tío Marc…

– Por favor. No intento hacer que te sientas mal. Es sólo un hecho. Y, ¿sabes?, por primera vez creo que sobreviviré -sacudió la cabeza y se rió. Luego hizo una mueca de dolor-. No se trata de autocompasión, ¿comprendes? Se trata de pasar página y seguir adelante.

Lacey se levantó de su asiento.

– No sé cuánto dinero queda en el fondo, pero ¿no es suficiente para mantener la casa?

– Si tú vas a vivir en ella, sí. Es tu dinero, Lacey. Lo será muy pronto.

Ella se frotó los brazos. No sabía qué le deparaba el futuro, pero sabía que le quedaba muy poca familia, aparte de su tío Marc. Aunque aquel hombre había sido la causa de sus traumas infantiles, también le había salvado la vida. Ella ignoraba si alguna vez podrían relacionarse con normalidad, pero él había dado un primer paso.

Lacey levantó la vista para mirarlo a los ojos.

– Puedes quedarte en la casa -dijo-. Como te decía, es tu hogar, no el mío. Sea lo que sea lo que cubría el fondo hasta ahora, por mí puede seguir así. Estoy segura de que mis padres querrían que así fuera.

– Lo dudo, después de lo que te he hecho -él miró hacia la ventana, visiblemente avergonzado y humillado.

– La verdad es que creo que mi padre te estaría agradecido por haberme salvado la vida, así que vamos a empezar desde aquí, ¿de acuerdo? Desde mi punto de vista, tienes tan poca familia como yo.

Él parpadeó.

– Tus padres estarían orgullosos de la mujer en que te has convertido -dijo-. Eso está claro, aunque yo no haya tenido nada que ver en ello.

A Lacey le pareció que tenía los ojos húmedos, pero no estaba segura. Antes de que pudiera contestar, llamaron a la puerta y se sobresaltó. Al volverse vio a Ty y al jefe de policía en la entrada del solario.

– No queríamos interrumpir, pero me alegro de que estéis los dos aquí -dijo el comisario.

A su lado, Ty frunció el ceño, pero no dijo nada.

Lacey estaba segura de que había oído al menos parte de su conversación y de que no estaba de acuerdo, pero el dinero era suyo y podía gastarlo como quisiera. O lo sería pronto.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Marc.

– Paul Dunne ha sido detenido en el aeropuerto cuando se disponía a embarcar en un vuelo hacia Sudamérica -la sonrisa de Don era reveladora. Saltaba a la vista que le alegraba que hubieran atrapado a su sospechoso-. Ahora los dos estáis a salvo. Podéis relajaros y las cosas pueden volver a la normalidad -dijo.

– Sea eso lo que sea -dijo Ty mientras le estrechaba la mano para darle las gracias por su esfuerzo.

Lacey observó al hombre del que estaba enamorada. ¿Cómo iba a afrontar lo que la esperaba a continuación? No podía seguir eludiendo su regreso a Nueva York, pero ¿era eso lo que realmente quería?

Salieron del hospital y se dirigieron al coche de Ty. Una brisa fresca soplaba a su alrededor y el sol brillaba en el cielo.

Eludir la situación y dejar las cosas para más tarde. Dos cosas en las que Lacey nunca se había considerado una experta, antes de ahora. Tenía un negocio esperándola en Nueva York, pero no se decidía a sacar a relucir el tema y decirle a Ty que debía marcharse.

Él lo sabía, desde luego. Su marcha era como un elefante rosa que los seguía a todas partes. Cuanto más evitaban hablar de ello, más grande se hacía. Pero, ahora que el motivo de su regreso se había resuelto, Lacey no podía seguir eludiendo sus responsabilidades en Nueva York.

Él se detuvo junto al coche y se apoyó contra la puerta del acompañante. La observó con aquellos ojos intensos y Lacey no logró adivinar qué estaba pensando.

– Mi apartamento ya está limpio. Puedo volver a instalarme cuando quiera -dijo Ty. Obviamente, había elegido un tema de conversación poco comprometido.

– ¿Por qué será que oigo un pero? -preguntó ella.

Él se echó a reír.

– Qué bien me conoces. Pero he pensado quedarme en casa de mi madre una temporada, al menos hasta que esté recuperada del todo.

– Me parece muy buena idea -no sólo por su madre, pensó Lacey. Ahora que él había abierto la conversación, ella respiró hondo y decidió lanzarse-. Será más fácil para ti cuando yo…

– ¿Cuando te vayas? -preguntó él.

Ella exhaló con fuerza.

– Sí. Ahora que las cosas se han resuelto aquí… -se interrumpió, consciente de que lo suyo no estaba resuelto en absoluto-. Lo que quiero decir es que, ahora que mi tío ya no es problema, puedo volver a Nueva York.

– Veo que no has dicho «volver a casa» -Ty cruzó los brazos. Parecía muy satisfecho de sí mismo, incluso para ser Ty.

Ella dio un paso hacia él.

– Es donde vivo. Donde está mi negocio -pero el problema persistía. Era con Ty donde estaba su corazón.

– Muy bien, entonces -él asintió con la cabeza, y su respuesta pilló a Lacey por sorpresa.

Parpadeó.

– ¿Así como así? ¿Vas a decirme adiós con la mano y a desearme una vida feliz?

– Tenía la impresión de que eso era lo que querías -Ty ya había erigido un muro invisible para protegerse.

– No sé lo que quiero -repuso ella, sin molestarse en disfrazar su irritación-. Tal vez podrías partirme en dos. Sería una buena solución. Y fácil -podía llevar su negocio y vivir en Nueva York mientras una parte de sí permanecía allí, con Ty. Enojada y confusa, se pasó una mano por el pelo, tirando de los mechones que agitaba el viento.

Ty la agarró de la mano.

– Tienes que volver a Nueva York. Debes vivir tu vida y, con la distancia, tal vez puedas decidir qué es lo que quieres. Yo eso no puedo hacerlo por ti -añadió con voz hosca.

Tenía razón. Lacey lo sabía en el fondo de su corazón. Forzó una sonrisa y le apretó la mano.

– He vivido diez años sola. Me he definido a través de mi negocio. Después de pasar aquí unos días, apenas pienso en mi antigua vida. No sé cómo es posible que eso haya ocurrido.

Y la asustaba, sobre todo porque casi todo lo que le quedaba de Hawken's Cove eran malos recuerdos. No podía descontar los buenos, pero el pasado todavía la acosaba, asfixiándola.

– Por eso precisamente debes volver. Es lo que pensabas hacer. Es lo que tienes que hacer.

Lacey tragó saliva con dificultad.

– Tienes razón. Tengo que volver a casa.

Todo lo que había sucedido desde que Ty apareciera en su puerta, había sido tan rápido que no le había dado tiempo a asimilarlo. Necesitaba pasar algún tiempo alejada de allí para pensar con claridad. Pero hubiera deseado no tener que dejar a Ty para hacerlo.

– Puedo llevarte en coche cuando den el alta a mi madre en el hospital -se ofreció él.

Lacey movió la cabeza de un lado a otro.

– Gracias, pero creo que alquilaré un coche y conduciré yo misma.

– Está claro que lo tienes todo pensado -contestó él, y sus palabras sonaron a reproche.

– No, en absoluto. Pero no quiero ser una carga y conducir tres horas de ida y tres de vuelta es una molestia que no te conviene en este momento -se apartó de él para que no viera las lágrimas que empezaban a formarse en sus ojos.

Tal vez tuviera que irse, tal vez comprendiera sus motivos para hacerlo, pero eso no significaba que le resultara sencillo.

– Todavía es temprano. Puedo ocuparme del coche y pasar un rato más con tu madre antes de irme. Además, quiero ver a Hunter y a Molly.

– La verdad es que Molly se ha ido -sus palabras la pillaron por sorpresa-. Hunter llamó antes para decirme que hizo las maletas y se fue -Ty abrió el coche y sostuvo la puerta abierta para que ella pasara.

– ¿Así como así? -preguntó Lilly. Asombrada, se dio la vuelta-. ¿No tenía aquí su bufete? ¿A su madre? ¿Su vida entera?

Ty se encogió de hombros.

– Al parecer su madre también se ha ido. Últimamente se va todo el mundo -añadió con sorna.

Lacey sabía que aquel asunto le molestaba más de lo que parecía.

– Pobre Hunter -murmuró, y montó en el coche.

Ty cerró la puerta sin responder. Tuvo que morderse la lengua para no recordarle que Hunter pronto lo tendría a él para hacerle compañía. No quería parecer patético en ningún sentido.

Había logrado con gran esfuerzo mantener la calma al salir con Lilly del solario, pero las palabras que ella le había dicho a su tío aún resonaban en sus oídos. Ceder la casa de sus padres a su único pariente no encajaba con sus esperanzas de que ella volviera a establecer vínculos con su pueblo natal. Vínculos con él.

Aunque sólo había oído parte de la conversación y sabía que nada de cuanto Lacey le había dicho a Dumont afectaba a lo que sentía por él, desde entonces tenía el estómago revuelto. Se había prometido no presionarla para que le diera una respuesta hasta que el peligro sobre su vida hubiera pasado.

Ahora que había llegado el momento, no se atrevía a preguntar. Lilly había elegido ya una vez no regresar a Hawken's Cove y él no podía olvidar lo fácilmente que lo había relegado al pasado y lo había dejado allí. Si él no se hubiera presentado en su casa, si no le hubiera suplicado que reclamara su herencia, ella seguiría viviendo su vida en Nueva York, sin él.

Así que, si Lilly quería volver a marcharse, él no se interpondría en su camino. No se habían prometido nada y él se alegraba de haber tenido siempre presente que aquello podía ocurrir.

Sin embargo, esa certeza no hacía que lo inevitable fuera más fácil de asumir, se dijo. Pero sobreviviría sin Lilly. Como había hecho antes.

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