A la mañana siguiente, Lacey se acurrucó en la cama de la antigua habitación de Ty, con Digger a su lado. Abrió su agenda y su listín telefónico y llamó a todos sus clientes para asegurarse de que estaban contentos con el servicio de esa semana y no habían echado nada en falta durante su ausencia. Luego telefoneó a Laura para ver qué tal se las arreglaban sus empleados. Todo iba bien, lo cual fue un alivio para ella, aunque en parte echara de menos que la necesitaran. Llevaba ya fuera unos cuantos días y el negocio al que había dedicado toda su atención y cuidado marchaba perfectamente sin ella.
Un servicio de limpieza profesional estaba limpiando y aireando el apartamento de Ty, y ella no tenía nada útil que hacer allí, al menos según él. Ty, además, se negaba a permitir que saliera sola, aunque fuera a dar un paseo. Él estaba ocupado con un posible cliente en el salón de su madre, y Flo se había ido a pasar el día fuera con el doctor Sanford, su nuevo «amigo», como había dicho al presentárselo. Lacey sonrió porque Flo parecía tan feliz que su alegría era contagiosa.
Inquieta, decidió indagar un poco sobre su tío sin ayuda de Ty. Buscó en su bolso el número que Molly le había dado la noche anterior. Pero cuando marcó el número del trabajo de Molly, su secretaria le dijo que se había tomado el día libre. Lacey intentó entonces localizarla en su casa.
– ¿Diga? -contestó Molly al teléfono.
– Hola, soy Lacey -se incorporó sobre las almohadas-. Creía que estarías trabajando.
– No me apetecía ir.
Lacey frunció el ceño.
– ¿Te encuentras mal?
– Estoy harta de todo -masculló Molly.
– ¿Qué ocurre? Si tiene que ver con mi tío, prometo reservarme mi juicio -dijo Lacey mientras cruzaba los dedos por detrás de la espalda. Al menos, no diría nada que pudiera disgustar a su nueva amiga.
Molly exhaló un suspiro tan hondo que Lacey lo oyó al otro lado de la línea.
– Anoche Hunter lo acusó de estar detrás de los intentos contra tu vida.
– Lo siento -Lacey cerró los ojos. Se sentía mal por ellos dos.
– Bueno, pues fui a ver a Marc y se lo pregunté cara a cara.
Lacey se sentó bruscamente.
– ¿Le dijiste que pensamos que va a por mí?
Molly se quedó callada un momento.
– Si era cierto, saber que sospecháis de él no iba a detenerlo. Además, ninguno de vosotros cree que sea él quien está haciendo el trabajo sucio, ¿no?
– Seguramente -reconoció Lilly-. ¿Qué te dijo? -enredó el cable del teléfono alrededor de su dedo hasta que se le cortó la circulación y aflojó la tensión antes de volver a enrollar el cable.
– Dijo que comprendía que hubierais llegado a esa conclusión, pero que el culpable no es él.
– Y tú lo creíste.
Molly percibió la pregunta implícita en la voz de Lacey. Y no podía reprocharle que preguntara.
– El caso es que quiero creerlo -dijo con suavidad-. Necesito creerlo. Mi madre se ha casado cuatro veces. La primera, con mi padre. El matrimonio duró unos cinco años, si se cuenta el periodo de separación. La siguiente vez yo tenía ocho años y mi madre me hizo quedarme en casa con una niñera. Las siguientes dos veces, yo estaba en un internado y luego en la universidad. Ni una sola vez me pidió que volviera a casa, y menos aún que participara en la ceremonia. Esta vez, cuando se case con Marc, quiere que sea una de las damas de honor -como siempre que hablaba del desamor de su madre, sintió un gran nudo en la garganta, y no pudo seguir hablando aunque hubiera querido.
Que no quería. Ya le había contado suficientes cosas a una persona que era prácticamente una extraña. Claro que Lacey no le parecía una extraña. Hunter tenía razón. Lacey le caía bien, después de todo.
– Lo entiendo -la voz de Lacey viajó por la línea telefónica-. Marc es la primera persona que te ha acercado a tu madre, en lugar de alejarte de ella.
– Exacto -dijo Molly, contenta de que Lacey hubiera establecido aquel vínculo-. Hunter lo sabe e intenta comprenderlo, pero con él no puedo hablar de este asunto.
– ¿Y conmigo sí? -preguntó Lacey con incredulidad-. ¿Cómo es posible, si es precisamente mi existencia la que tiene a todo el mundo desquiciado?
Molly echó la cabeza hacia atrás y se rió. Entendía perfectamente la pregunta de Lilly. Cerró la tapa de la lavadora, entró en la cocina y se sentó en una silla.
– Creo que la respuesta es que, si vivieras aquí, creo que podríamos ser amigas. Pero no tengo ningún vínculo emocional contigo. Así que puedo hablar contigo y podemos estar en desacuerdo y no por ello me siento traicionada o dolida. Y tampoco espero que te pongas de mi parte, ni me llevo una desilusión cuando no lo haces -lo cual parecía suceder cada vez más con Hunter, en lo concerniente a Marc Dumont-. ¿Me entiendes o estoy diciendo tonterías? -preguntó.
– Te entiendo -Lacey se rió-. Pero me gustaría que las cosas fueran distintas para ti y para Hunter.
Molly sonrió.
– Gracias. Bueno, ahora que hemos hablado de mis problemas, ¿qué puedo hacer por ti?
Lacey hizo una pausa tan larga que Molly comprendió cuál iba a ser el tema de su conversación y se armó de valor.
– Bueno, me resulta violento hablar de esto -dijo Lacey al fin, confirmando sus sospechas-. Pero, como tú dices, parece que podemos hablar la una con la otra. Así que ahí va. Tengo un par de preguntas sobre mi tío y el fondo fiduciario. Me gustaría que las contestaras, si no te molesta.
– Veré qué puedo hacer -contestó Molly, a pesar de que cada vez se sentía más tensa.
– Sabes que sólo puedo heredar el fondo fiduciario cuando cumpla veintisiete años, ¿verdad?
– En realidad, no he visto la escritura. Sólo me reuní con Marc para hablar de la posibilidad de que reclamara la herencia. Pero apareciste viva antes de que pudiera echarle un vistazo.
– Bueno, el caso es que heredaré en mi próximo cumpleaños, que da la casualidad de que es dentro de unas semanas. Por eso la persona que quiere matarme tiene que hacerlo antes de mi cumpleaños y de que yo pueda reclamar el dinero. Después de eso, no tendría sentido.
Lacey había dicho diplomáticamente «la persona que quiere matarme» y no había mencionado directamente a Marc. Molly agradeció su intento de ser imparcial.
– ¿Qué puedo hacer para ayudarte? -preguntó.
– Sólo quiero saber qué relación tienen actualmente Marc Dumont y Paul Dunne. Tengo entendido que se vieron ayer, poco después de que nos reuniéramos con Paul en su despacho. Necesito saber por qué. ¿Fue una coincidencia? ¿O están compinchados de algún modo?
– Hunter me preguntó lo mismo anoche y le hice callar -Molly cerró los ojos con fuerza-. Lo averiguaré -le prometió a Lacey.
Porque no podía seguir escondiéndose eternamente de la verdad.
– No sabes cuánto te lo agradezco -dijo Lacey con evidente gratitud.
Molly tragó saliva.
– Una cosa más.
– Claro.
– Dile a Hunter que Anna Marie y yo tomamos café esta mañana y que le pregunté por el caso en el que está trabajando Fred Mercer. Me puso al corriente de todo. Yo no tengo ninguna relación con Fred, ni tenía motivos para preguntar, pero Anna Marie me contó todos los detalles que quise saber -después de lo que le había pedido Hunter, Molly había sonsacado a su casera acerca de un extraño, simplemente por comprobar que estaba dispuesta a dársela-. Dile que, si Anna Mane me dio toda esa información a mí, no creo que tenga reparos en hablar de los casos de Hunter con su hermano -Molly apretó con fuerza el teléfono, consciente de que cada paso que daba la acercaba a alguna revelación que o bien limpiaría la reputación del hombre que le había ofrecido una familia, o destruiría sus esperanzas de tener una.
– ¿Molly? -preguntó Lacey.
– ¿Si?
– Eres la mejor -dijo Lacey-. Y sé que Hunter piensa lo mismo.
Molly no supo qué contestar, así que dijo adiós en voz baja y colgó.
Le dolía la garganta de aguantar las lágrimas. De saber que, al prometerle a Lacey que conseguiría la información que necesitaba, le había ofrecido más de lo que le había dado nunca a Hunter. En ese momento, no culparía a Hunter si decidía olvidarse de ella. Aquella idea le dolía, sin embargo. Sabía que estaba tirando piedras contra su propio tejado, pero en ese momento tenía la impresión de no poder hacer otra cosa.
Ty acompañó a la puerta a su nueva clienta, una señora mayor que quería encontrar a la hija que había dado en adopción muchos años atrás. Le prometió que emprendería al menos una búsqueda preliminar y que se pondría en contacto con ella en cuanto tuviera alguna pista. Ty sabía que tendría que delegar parte del trabajo en Frank Mosca hasta que tuviera tiempo para retomar su horario normal. Su vida y la de Lilly estarían en suspenso hasta que ella reclamara su herencia. Después, quién sabía qué pasaría.
Irónicamente, mientras se hallaban en aquella especie de limbo, estaban volviendo a conocerse.
Ty se sentía en parte exultante y en parte cauteloso y desconfiado. Porque, mientras permanecieran en Hawken's Cove, vivían la vida que llevaba él. Ignoraba qué pensaba Lacey del futuro y, con el embrollo en que se había convertido su vida de momento, no habría sido justo preguntárselo.
Si alguna vez llegaban a tener esa conversación, no tendría que haber nada que los atara, salvo el deseo mutuo. Ni fondos fiduciarios, ni amenazas de muerte, ni Alex, pensó Ty, y se preguntó si aquel tipo era de verdad agua pasada o si los sentimientos de Lilly por él retornarían cuando volviera a Nueva York. Pero se negaba a pensar en ello mientras la tuviera allí, con él.
Entró en el dormitorio que ella usaba en casa de su madre y la encontró ensimismada, con la cama llena de papeles. Digger levantó perezosamente la cabeza del colchón, miró a Ty con aire aburrido y volvió a bajar la cabeza. Ya no saltaba a su alrededor como si fuera una golosina nueva y apetitosa. Al parecer, Ty había dejado de ser una novedad para la perra. Confiaba en que Lilly no se cansara de él tan pronto.
Ella llevaba puesto un albornoz blanco que había comprado durante su rápida visita al centro comercial para comprar lo básico. En el tiempo que llevaba allí, Ty había descubierto que le encantaba tumbarse cubierta con un albornoz, lo cual a él le permitía contemplar sus largas piernas. El cinturón de la bata ceñía su cintura y el amplio escote de pico dejaba ver un canalillo que lo volvía loco. El hecho de que se hubiera acostumbrado a aquella imagen no significaba que hubiera dejado de afectarle.
Cada vez que veía a Lilly, tan tierna y accesible, con aquella bata afelpada, se excitaba inmediatamente. Su deseo por ella nunca dejaba de asombrarlo, junto con los hondos sentimientos que ella extraía de lugares de su interior que Ty creía cerrados para el resto del mundo desde hacía mucho tiempo.
– Hola -dijo para que Lilly se diera cuenta de que estaba allí.
Ella lo miró y sonrió alegremente.
– Hola. ¿Ha ido bien la reunión? -preguntó.
Ty entró en la habitación y cerró la puerta.
– Pues sí. Tengo una nueva clienta.
Ella asintió con la cabeza.
– ¡Estupendo! -sus ojos brillaban, llenos de excitación. Luego, de pronto, se apagaron sin previo aviso-. Espera. No puedes dedicarte a un nuevo caso si te preocupas por mí todo el tiempo. Ninguno de los dos había previsto que me quedara tanto tiempo, y tampoco contábamos con que destrozaran tu apartamento por mi culpa, claro -empezó a recoger sus papeles frenéticamente mientras continuaba-. Voy a volver a Nueva York hasta mi cumpleaños. Mi tío no me seguirá hasta allí. Ahora que el departamento de bomberos ha declarado oficialmente que el incendio fue provocado y no un accidente, debe de saber que la policía lo está vigilando. Sería un estúpido si fuera a por mí.
Ty no pensaba dejarla ir a ninguna parte, pero primero tenía que calmarla.
– Para un momento y escúchame -se sentó a su lado y puso una mano sobre la suya para que se quedara quieta. Ella levantó lentamente los ojos-. Primero, la policía tiene nuestras declaraciones, pero no tiene pruebas de que tu tío esté implicado en el caso. Nosotros lo estamos vigilando por nuestra cuenta, pero la policía se quedará al margen a no ser que vuelva a ocurrir algo. No es como si tuviéramos protección policial veinticuatro horas al día. ¿Entiendes lo que digo?
Ella asintió con la cabeza.
– Que no crees que esté segura si vuelvo a casa sola.
– Exacto. Segundo, estamos juntos en esto. Siempre ha sido así. ¿Te he dado alguna razón para pensar que ahora tengas que apañártelas sola?
– No, pero…
Ty la acalló inclinándose hacia ella y posando los labios sobre los suyos. Se demoró allí y paladeó el sabor a menta de su pasta de dientes y el sabor de ella. Su cuerpo reaccionó de inmediato a su cercanía y el deseo creció por momentos.
– Nada de peros -dijo al retirarse-. Ahora cuéntame qué estabas haciendo cuando te he interrumpido -añadió, intentando cambiar de tema.
– Eran cosas del trabajo. Todo va bien, pero iba a hacer algunos cambios de horario para la semana que viene para asegurarme de que está todo cubierto con las chicas que tengo a mano -amontonó los papeles y los puso sobre la mesilla de noche-. Tengo noticias -dijo, y la luz pareció volver a sus ojos.
– ¿Cuáles? -preguntó Ty. Se alegraba de hablar de cualquier cosa que no incluyera su regreso a Nueva York.
– Esta mañana llamé a Molly. Tuvimos una larga charla y me reveló un par de cosas interesantes. Primero, Hunter y tú teníais razón. Anna Marie podría haber pasado información a su hermano Paul. Pero lo más probable es que no lo hiciera a propósito para perjudicarnos. Es posible que su hermano utilizara su afición por el cotilleo para sus propios fines. Que no sabemos cuáles son -golpeó el colchón con el puño, irritada.
Ty se quedó pensando un momento.
– Podría ser para hacerle un favor a Dumont. No hay otro motivo para que Paul Dunne quiera quitar de en medio a Hunter.
– Así que todos los caminos conducen al tío Marc -la tristeza de Lilly llenó la habitación.
– ¿Tenías esperanzas de que hubiera cambiado? -preguntó Ty.
Lacey se encogió de hombros. Se sentía como una niña vergonzosa a la que hubieran sorprendido deseando un unicornio el día de su cumpleaños.
– Sé que es imposible, pero me duele mucho pensar que un familiar mío quiera verme muerta.
– Lo sé -Ty alargó los brazos y Lacey se recostó en él. Necesitaba su comprensión.
Pero, de pronto, no bastaba con la comprensión. Ni con estar cerca. Lacey se volvió hacia Ty.
– Ponte en el centro de la cama.
Él parpadeó.
– De acuerdo -se sentó en medio de la cama y se recostó contra el cabecero, apartando un poco al perro.
Digger se levantó, se desperezó, se bajó de un salto de la cama y volvió a acurrucarse en el suelo.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Ty. La miraba fijamente a los ojos. De pronto el aire crepitaba, lleno de electricidad, a su alrededor.
Ella sonrió sin poder remediarlo.
– Quítate la ropa.
Ty se rió.
– Parece que siempre llevamos demasiada ropa encima.
– No creía que el que te pidiera que te desnudaras fuera tan duro para ti -Lacey se sentó sobre él y empezó a desabrocharle la camisa que Ty se había puesto para la reunión con su nueva clienta.
– No lo es -mientras ella le desabrochaba los botones uno a uno, él desató el cinturón de su albornoz.
Lacey le abrió la camisa. El apartó el cuello de la bata. Ella desnudó su atractivo pecho. Él le bajó la bata por los brazos y ella se la quitó, quedando completamente desnuda ante la mirada ardiente de Ty.
Él inhaló bruscamente y de inmediato se desabrochó los pantalones. Lacey agarró la cinturilla y se los bajó, junto con los calzoncillos.
– Ahora estamos igualados -dijo.
– No, nada de eso -Ty miró su erección y Lacey siguió su mirada y su deseo creció al ver la evidencia del de él.
Se sentía a gusto con Ty y, por ello, se sentía también osada.
– Bueno, ¿qué vas a hacer al respecto? -le preguntó, aunque sus palabras, más que una pregunta, sonaron a invitación.
– Túmbate y te lo demostraré.
El pulso de Lacey se aceleró y una humedad densa y pesada creció entre sus muslos. Se deslizó hacia el centro de la cama y se tumbó de espaldas.
Él movió la cabeza de un lado a otro.
– Date la vuelta -dijo con aspereza.
Cada vez más excitada, ella obedeció y se tumbó boca abajo sobre la cama. Confiaba en él plenamente.
Ty se sentó a horcajadas sobre ella y se inclinó hacia delante; luego le apartó el pelo del cuello y comenzó a besar su piel erizada.
– Mmm -a Lacey le encantaba sentir sus labios en la piel.
Él siguió deslizando su boca húmeda sobre su espalda mientras le masajeaba los hombros. Ella cerró los ojos y permitió que dominara por completo su cuerpo. Ty no la decepcionó. Su lengua se deslizó sobre la piel de ella y un aire fresco la hizo estremecerse con creciente excitación.
Cuando Ty se tumbó sobre ella, su miembro presionó deliciosamente las nalgas de Lilly y su cuerpo la apretó contra la cama. Ello hizo que su pelvis rozara sensualmente el colchón y que un súbito arrebato de placer la atravesara por completo. Sentía un deseo palpitante, un ansia que pedía mucho más.
Él pareció notar cómo se arqueaba su espalda y percibir su deseo, porque de pronto se deslizó hacia abajo e introdujo la mano bajo ella, hasta que uno de sus dedos encontró la abertura resbaladiza del sexo de Lacey. Ella movió las caderas en círculos sobre el colchón y atrapó su dedo en cuanto él lo deslizó en su interior.
Un suave gemido escapó de su garganta, pero ahora que tenía una parte de Ty dentro de sí, ya nada le importaba. Ty comenzó a penetrarla con la mano, con acometidas lentas y firmes. Cada uno de sus suaves movimientos la acercaba más y más al orgasmo. Por fin, todo a su alrededor pareció estallar en una luz brillante y el clímax más intenso que había tenido nunca se apoderó de ella.
Cuando volvió en sí, empezó a cobrar conciencia de lo que la rodeaba. Se dio la vuelta y lo miró.
– Guau -dijo con leve tono interrogativo.
– ¿Eso era una pregunta? -Ty se rió y alargó los brazos hacia ella.
– No, era un guau sin paliativos -Lacey sonrió y un instante después se encontró sobre él.
Ty alargó el brazo hacia la mesilla de noche.
– El otro día guardé unos cuantos aquí -dijo mientras sacaba los preservativos y se ponía uno rápidamente.
– Bien pensado.
Él contestó con un beso largo y profundo; después levantó las caderas de Lacey y la penetró, llenándola por completo.
Ella tomó su cara entre las manos y se inclinó para besarlo en los labios. Ty empezó a moverse dentro de ella con lentas embestidas perfectamente sincronizadas para conducirla de nuevo al clímax.
Lacey comprendió por sus gemidos que él sentía con la misma intensidad que ella, y la ascensión hacia su segundo orgasmo fue aún más fuerte y espectacular que la primera. Y, esta vez, cuando alcanzó el clímax, no estaba sola. Todo estalló a su alrededor y sintió el instante preciso en que Ty se unía a su cabalgada, abrazándole con fuerza la espalda, con las caderas sólidamente encajadas entre las de ella.
Otro orgasmo la inundó, pillándola por sorpresa.
– Te quiero, Ty -desprevenida, aquellas palabras escaparon de sus labios mientras volvía a tierra.
La comprensión de lo que había dicho la golpeó como un mazazo, y se apartó de él bruscamente. A su lado, le oyó quitarse el preservativo y decidió aprovechar la ocasión para escapar.
Nunca se habían dicho que se querían, a pesar de que ella había tenido que refrenarse muchas veces para no pronunciar aquellas palabras en voz alta. No sabía si Ty le correspondía, no la había echado de menos o si pensaba en ella, ni sabía, cuando vivía en Nueva York, si volvería a verlo alguna vez, y mucho menos si llegaría a decir aquellas palabras de viva voz. Después, con el paso de los años, había ido relegando aquellos sentimientos. No le había quedado más remedio para sobrevivir.
Ahora, sin embargo, sabía que seguía queriéndolo. Nunca había dejado de quererlo. Comenzó a llorar y se dispuso a bajarse de la cama antes de que Ty pudiera preguntarle por lo que había dicho.
Pero, antes de que pudiera levantarse, él la agarró del brazo.
– No.
– ¿No qué?
– No te vayas. No huyas. No te marches sin repetir lo que acabas de decir.
Lacey se volvió y se obligó a mirarlo a los ojos. Ty no se había afeitado ese día, y su barba de un día aumentaba su atractivo.
– Te quiero -ella tragó saliva-.Tenías que saberlo sin que te lo dijera.
Él negó con la cabeza.
– Algunas cosas hay que decirlas. Hay que oírlas para creerlas.
¿Ty Benson no sabía con certeza lo que sentía por él? A Lacey le costaba creerlo.
– ¿No lo sabías?
– Tenía esperanzas.
Ella parpadeó, aún más sorprendida.
– ¿Sí? ¿Por qué?
– Creía que eso era obvio -su mirada ardiente se posó sobre la suya.
Lacey se pasó la lengua por los labios secos.
– ¿Vas a tenerme en suspenso? -preguntó con un nudo en el estómago.
– Porque yo también te quiero -él la estrechó entre sus brazos para darle un beso tan largo y ardiente como el primero.
Después de hacer el amor otra vez, a ella comenzaron a sonarle las tripas y aquel ruido interrumpió sus tiernos juegos.
– Tienes hambre -dijo Ty.
Ella se echó a reír.
– Sí. Y tu madre va a volver pronto de comer y de ir al cine. Tenemos que vestirnos.
– Somos adultos -le recordó él.
– Pero estamos en su casa.
Él soltó un gruñido.
– Lo sé, lo sé.
Ella sonrió. Incluso cuando habían estado juntos en aquella casa por primera vez, Ty había tenido cuidado de que su madre no los sorprendiera ni los encontrara en una situación que pudiera avergonzarla. Lacey sentía lo mismo.
– Debería ducharme -dijo, aunque no le apetecía levantarse y abandonar el calor y la seguridad de la cama que compartía con Ty.
– Ve tú primero. Yo voy a hacer la cama y ahora me reúno contigo. Luego podemos salir a comprar algo de comer.
– Ty Benson, ¿vas a hacer la cama? El infierno debe de haberse helado -dijo ella en broma mientras se reía.
Él asintió con la cabeza y una sonrisa sexy curvó sus labios.
– Mi madre siempre ha dicho que, por hacer feliz a la mujer adecuada, yo sería capaz de hacer saltos mortales.
Al oírle, una sensación de plenitud se apoderó de Lacey, y se negó a permitir que sus temores y sus dudas embargaran por completo su razón. Pronto tendría que enfrentarse a Nueva York, a su empresa, a su fondo fiduciario y a su otra vida, pero de momento sólo quería disfrutar del presente.
Una hora después, la realidad volvería a hacerse presente. Pero aún no. Esos últimos instantes eran para Ty y para ella.
Asintió con la cabeza y se obligó a levantarse y a meterse en la ducha. Se puso bajo el chorro caliente y esperó a que Ty se reuniera con ella.
Amor. En fin, qué demonios. A fin de cuentas, ya sabía que estaba enamorado de ella. Simplemente, nunca se había permitido pensarlo del todo. ¿Sabía que Lilly siempre había estado enamorada de él? Tampoco había pensado en ello, porque, tal y como sabía muy bien, el amor no lo resolvía todo. Aún quedaban la larga distancia, el negocio para el que ella vivía y la vida que se había labrado en Nueva York. Ty se sentía flotar, pero sabía también que no debía pensar que la vida era perfecta y que todo estaba arreglado.
Estiró la cama como suponía que sólo podía hacerlo un chico, dejando bultos y las almohadas descolocadas, y se dijo que su madre no lo notaría. Luego recogió su ropa y se dirigió al cuarto de baño para reunirse con Lilly, pero el timbre de su teléfono móvil lo detuvo en seco. Hurgó en el bolsillo de sus vaqueros para responder y luego se puso precipitadamente la ropa mientras hablaba con el novio de su madre.
Menos de un minuto después, estaba en el cuarto de baño, hablando con Lilly, que permanecía desnuda bajo el chorro de agua, con el pelo empapado.
– Mi madre está en el hospital -dijo, rompiendo de ese modo la tarde idílica que habían compartido.
El corazón le latía con violencia en el pecho. El miedo se apoderó de él, como había ocurrido al acabar su conversación con el doctor Andrew Sanford.
Lilly dejó caer la pastilla de jabón que tenía en la mano.
– ¿Qué ha pasado?
– El doctor Sanford dice que se mareó en el cine y que un momento después se desmayó y se cayó al suelo. Ha llamado desde el coche. Iba siguiendo a la ambulancia.
– Tienes que ir. Yo llamaré a un taxi y me reuniré contigo allí -dijo ella.
Ty levantó una ceja.
– ¿Es que has olvidado que alguien está esperando una oportunidad para sorprenderte sola? He llamado a Derek. Tardará cinco minutos en estar aquí. Voy a esperarlo fuera. En cuanto llegue, me voy. Tú acaba. El te llevará luego al hospital.
Lilly frunció el ceño.
– ¿Tu madre está consciente? -preguntó.
Ty movió la cabeza negativamente, incapaz de contestar de palabra.
– Entonces márchate, Ty. No va a pasarme nada en los cinco minutos que tarde en llegar Derek. Y te prometo que lo esperaré, ¿de acuerdo?
Ty se sentía dividido, pero el doctor Sanford había dicho que las constantes vitales de su madre no eran estables…
– Vete -dijo Lilly mientras cerraba los grifos y echaba mano de la toalla.
Él asintió con la cabeza, abrió la mampara de cristal de la ducha y le dio un beso fugaz antes de echar a correr por el pasillo, camino de su coche, con la esperanza de llegar a tiempo al hospital.