Capítulo 12

Esa noche, Ty estaba detrás de la barra del Night Owl, sustituyendo a Rufus, que había ido a la fiesta de vuelta al colegio de su hijo. El bar se había llenado rápidamente, y le alegraba comprobar cuánta gente se acordaba de Lilly y, al pararse a hablar con ella, hacía que se sintiera bienvenida. Se alegraba además de que, durante unas horas al menos, Lilly no tuviera tiempo de pensar en fondos fiduciarios, ni en su tío, ni en nadie que intentara herirla.

Cuando sonó su teléfono móvil, bajó la mirada y vio el número de Derek. Contestó, le dijo a Derek que esperara y se volvió hacia el otro camarero que solía atender la barra.

– Oye, Mike, defiende el fuerte un minuto, ¿quieres?

Mike asintió con la cabeza y Ty se sintió libre para atender la llamada. Miró a Lilly, que estaba enfrascada hablando con Molly. Seguro de que estaba en buenas manos durante un rato, salió al pasillo y se encerró en la oficina del fondo del local.

– ¿Qué ocurre? -le preguntó a Derek.

– Creo que tenemos algo -la excitación de Derek zumbaba a través de la línea celular-. Dumont tuvo visita esta mañana, a eso de las once y media.

Ty se sentó en la vieja mesa de Derek.

– Por fin. ¿Quién era? -preguntó. Su nivel de adrenalina comenzaba a subir.

– No lo reconocí al principio, así que le dije a Frank que hiciera averiguaciones sobre el número de matrícula. El vehículo pertenece a Paul Dunne, de Dunne & Dunne. Es un…

– Bufete de abogados -concluyó Ty-. Sé exactamente con quién estamos tratando.

Lo que no sabía era por qué Paul Dunne iba a visitar a Dumont, a no ser que su visita estuviera relacionada con la herencia de Lilly. Naturalmente, cabía la posibilidad de que fueran amigos, pero aún más probable era que Dunne quisiera informar a Dumont de su reunión con Lilly.

– Buen trabajo. Sigue así.

– Lo haré, jefe. ¿Puedo hacer algo más por ti?

Ty se quedó pensando un momento antes de contestar.

– Pues sí. Puedes decirle a Frank que investigue qué clase de relación existe, si es que existe alguna, entre Marc Dumont y Paul Dunne, aparte de que Dunne sea el administrador de la herencia de Lilly.

Ty imaginó que Hunter también podría pedirle a Molly que sonsacara a Anna Marie. Eso, si Molly estaba dispuesta. Ty no dudaba de que sentía algo por Hunter, pero ignoraba si antepondría su vida amorosa a su familia. En todo caso, no tenían mucho tiempo para averiguarlo, dado que no sabían cuándo volvería a golpear el tío de Lilly.

– Considéralo hecho -dijo Derek.

– Gracias -al menos, Ty obtendría información de alguna parte.

Derek colgó primero.

Ty marcó el número de Hunter, que estaba trabajando en su oficina, y le pidió que lo dejara todo y se reuniera con Lilly y con él allí para hablar un momento. Luego se acercó a la puerta, irritado en parte por no poder investigar por su cuenta. Le gustaba su trabajo y le habría encantado ser él quien consiguiera la información necesaria para atrapar a Dumont de una vez por todas. Pero mantener a Lilly a salvo era su prioridad y, para eso, tenía que mantenerse a su lado.

Regresó al ruidoso bar y enseguida buscó a Lilly con la mirada. Decidió de inmediato no hablarle aún de la visita de Paul Dunne a su tío. Ella estaba emocionada por haberle acompañado al bar, por ver cómo trabajaba y quiénes eran sus amigos, y también, simplemente, por poder disfrutar de la noche. Ty no veía razón para estropearle el único rato que tenía para olvidar sus problemas. De todos modos, Lilly se enteraría en cuanto llegara Hunter.

Ensimismado, Ty limpió la barra con un trapo húmedo y, mientras servía copas, siguió observando a Lilly.

Por fin oyó una voz familiar.

– Un vodka con zumo de pomelo, por favor, camarero.

Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Gloria, la mujer con la que había estado saliendo (o, mejor dicho, con la que había estado acostándose) hasta el regreso de Lilly.

Desde que esa mañana había hablado de Alex con Lilly, tenía a Gloria en el pensamiento. Había decidido fijar una hora para verse con ella mientras Lilly se quedaba en casa con su madre. La había llamado mientras Lilly se duchaba, pero no la había encontrado en casa y le incomodaba la idea de dejarle un mensaje. En primer lugar, no quería que le devolviera la llamada mientras estaba con Lilly y, en segundo lugar, Gloria no se merecía que se deshiciera de ella sin contemplaciones.

A veces, por más que intentaba planificar las cosas, la vida se las ingeniaba para estropearlo todo, se dijo.

– Hola, forastero -Gloria se metió entre dos personas sentadas a la barra y se inclinó hacia él.

– Hola -Ty le dedicó una sonrisa cálida, mezcló su bebida y deslizó el vaso hacia ella-. Aquí tienes.

– Gracias. ¿Crees que puedes tomarte un descanso para que hablemos? -preguntó ella mientras se ponía un mechón de pelo detrás de la oreja.

Se había recogido el pelo en un moño que Ty solía encontrar sexy, pero que en ese momento sólo le hacía sentirse enfermo. Aun así, confiaba en no haber malinterpretado su relación, libre de ataduras, y en que Gloria no necesitara otra copa después de que hablaran.

Asintió con la cabeza y rodeó la barra. De paso miró a Lilly, pero por suerte parecía ocupada.

Tomó a Gloria del codo y la condujo a un rincón tranquilo donde podrían hablar sin que nadie los oyera.

– Pensaba llamarte -dijo, y a él mismo le sonaron flojas sus palabras.

– Nunca nos hemos andado con juegos -dijo ella con voz ligera y animada, pese al dolor que Ty notaba en sus ojos.

Él inclinó la cabeza.

Gloria dejó escapar un suspiro antes de continuar.

– No me he criado en Hawken's Cove, pero como soy camarera hace años que me entero de las habladurías que corren por el pueblo. Y sé que Lilly Dumont ha vuelto a casa.

Ty abrió la boca y volvió a cerrarla. No estaba seguro de adonde quería ir a parar Gloria, puesto que nunca había hablado de Lilly con ella, ni con ninguna otra persona. Al menos, desde hacía años. El corazón le latía rápidamente en el pecho. No quería lastimar a aquella mujer, que se había portado bien con él, pero tampoco quería continuar con su relación. Desde el regreso de Lilly, comprendía que no había sitio para nadie más en su vida, aunque ella no se quedara allí.

– De hecho, he oído decir que está viviendo contigo. O que lo estaba, hasta lo del incendio -Gloria le tocó el brazo-. Me alegro de que estés bien -dijo con suavidad-. Aunque tenga ganas de estrangularte.

– Lo siento mucho de verdad, Gloria.

– Pero nunca me has prometido nada más que lo que teníamos. Sí, lo sé -pero una triste sonrisa se dibujó en sus labios-. Llevo un rato aquí, observándote.

– No me he dado cuenta.

Ella sacudió la cabeza.

– ¿Cómo ibas a darte cuenta? Estabas muy ocupado mirándola a ella. Y de pronto he comprendido por qué nunca he podido acercarme de verdad a ti -con aire cansado, se apoyó de lado en la pared-. Era porque tu corazón pertenecía a otra.

A Ty le sorprendió que fuera tan lúcida respecto a él.

– Lo hemos pasado bien juntos -sus palabras sonaban poco convincentes, pero eran ciertas-. Creía que los dos buscábamos lo mismo en una relación -por eso el hecho de que ella pareciera dolida le sorprendía. Había creído sinceramente que ambos querían una aventura sin complicaciones, una relación conveniente para los dos, sin compromisos.

– Ése es el problema con los hombres -dijo Gloria con una risa apagada-. Que os tomáis las palabras al pie de la letra. Dije eso, claro, porque era lo que tú querías oír. Pero en el fondo confiaba en ser yo quien rompiera todas esas barreras tuyas, ¿sabes?

– Supongo que ése es el problema. Que no lo sabía -dijo él. Se sentía en cierto modo traicionado por aquella mentira, aunque comprendía el razonamiento que se ocultaba tras ella. Si Gloria hubiera reconocido abiertamente lo que deseaba, él habría salido huyendo.

Ella se encogió de hombros.

– Te deseo lo mejor, Ty. De veras -dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta.

Ty había entrevisto el brillo de las lágrimas en sus ojos y la dejó marchar. No había razón para hacerla volver. De ningún modo iba a darle falsas esperanzas.

Gloria tenía razón. Lilly era la dueña de su corazón.


Lacey compuso una sonrisa y procuró concentrarse en lo que Molly le estaba diciendo, algo acerca de las rebajas en el centro comercial, la semana siguiente. No podía, sin embargo, pensar más allá de ese día, y menos aún con siete días de antelación. Cada vez que intentaba hacer planes, se apoderaba de ella la ansiedad. Aun así, sabía que no podía seguir alejada de su trabajo mucho tiempo. Ya llevaba demasiados días en Hawken's Cove.

Los suficientes, al menos, para confirmar sus sentimientos por Ty y el conflicto que planteaban éstos respecto a su vida en Nueva York. Durante los días anteriores no se había empeñado en negar sus emociones, pero había rehusado diseccionarlas, en su deseo de vivir el momento. Vivir para el presente era, desde luego, más sencillo que tomar decisiones difíciles. Decisiones que podían separarlos de nuevo, esta vez para siempre.

Por desgracia, en aquel instante Ty estaba enfrascado hablando con una mujer al otro lado del local. Lacey no podía quitarles ojo. Había visto a aquella guapa morena acercarse a la barra y hablar con Ty. El le había servido una copa y, un segundo después, se había acercado a ella, la había tomado de la mano y la había llevado a un rincón apartado del bar.

Lilly casi sentía que las náuseas la ahogaban al verlos juntos. Pero, por más que intentaba concentrarse en Molly, su mirada seguía yéndose hacia ellos.

– Ya veo por qué estás tan distraída -dijo Molly, chasqueando los dedos delante de sus ojos.

– ¿Qué? Perdona. No estaba prestando atención -reconoció Lacey. Volvió a concentrarse en Molly y se dijo que, fuera lo que fuese lo que sucedía entre Ty y aquella mujer, no era asunto suyo.

Pero era mentira y lo sabía.

– Llevas un buen rato sin prestarme atención -Molly se rió con buen humor.

– ¿Cómo lo sabes?

– Te ha delatado el ceño. Nadie frunce el ceño cuando le hablas de rebajas -Molly volvió a reírse, pero de pronto se puso seria y fijó la mirada en la pareja del rincón-. Supongo que sabes que no es rival para ti.

Lacey se puso colorada.

– No puedo creer que me hallas pillado mirándolos -dijo, avergonzada.

– Es humano sentir curiosidad -Molly tomó un cacahuete de una fuente que había en la barra y se lo metió en la boca-. Pero lo que he dicho es cierto. He visto cómo te mira Ty y ¡uf! -se abanicó la cara con una pequeña servilleta.

Lacey no podía negar las miradas apasionadas de Ty, pero había notado algo perturbador (cierta intimidad) al verlo con aquella mujer.

– Se han acostado juntos.

– ¿Y tú cómo lo sabes? -Molly la miró con curiosidad.

– Intuición femenina -Lacey se estremeció y cruzó los brazos.

– Aunque tengas razón, ya se ha acabado -dijo Ty, apareciendo tras ella.

– Otra vez me han pillado -Lacey se tapó la cara con las manos y soltó un gruñido.

Molly se echó a reír.

– Creo que aquí es cuando me toca excusarme. Veo a unos amigos del trabajo. Es hora de que me reúna con ellos -los saludó con la mano y se alejó, dejando sola a Lacey para que afrontara el chaparrón.

– Siento haberte espiado -dijo ella.

– Yo no. De todos modos, iba a contártelo -Ty apartó el taburete en el que había estado sentada Molly y se sentó junto a Lacey.

Ella tragó saliva.

– Pero no me lo habías contado aún. De hecho, no has hablado ni una sola vez de ella, mientras que yo te lo he contado todo sobre Alex.

A pesar de lo unidos que se sentían, se daba cuenta ahora de que todavía había cosas que no sabían el uno del otro. Aún había secretos entre ellos.

– No te lo he contado porque no había nada que contar. Gloria llenaba cierto hueco en mi vida, del mismo modo que Alex llenaba uno en la tuya -alargó la mano y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja.

Su mano era cálida; su caricia, excitante. Ése era el problema, pensó ella. Que podía distraerla con toda facilidad y hacer que se olvidara de todo, menos de él.

Pero Lacey se negó a permitir que la distrajera. Aunque él había dicho que todo había acabado entre aquella mujer y él, todavía había algo que quería saber.

– ¿La querías?

Mientras hablaba, comprendió de pronto cómo debía de haberse sentido Ty al oírla hablar de su relación con Alex. Era doloroso preguntar. Más doloroso aún sería escuchar la respuesta.

El negó la cabeza y Lacey sintió que le quitaban un peso de encima.

– Sólo hay una cosa que debas saber sobre Gloria -dijo él con su voz hosca y sexy.

Ella notó un cosquilleo en el estómago, un cálido aleteo de placer.

– ¿Y cuál es?

– Que no eres tú.

Los ojos de Lacey se llenaron de lágrimas. Se sentía ridícula por reaccionar tan emotivamente, pero no podía controlar su alegría, ni la abrumadora gratitud que la embargaba. No podía hablar, pero supuso que la amplia sonrisa de su cara sería suficiente respuesta.

Ty tomó sus mejillas entre las manos y le echó la cabeza hacia atrás. Lentamente, sin apartar los ojos de ella, bajó la cabeza y dejó que sus labios tocaran y sellaran luego sus emociones. Todas las cosas que no habían dicho, Lacey las sintió en el modo dulce y reverente con que Ty besó su boca.

Él se retiró muy pronto.

– Tengo que volver al trabajo.

Lacey asintió con la cabeza y le dio permiso con un ademán coqueto.

Los dos sabían dónde tendrían que retomar las cosas más tarde.


Hunter estaba repasando las preguntas que pensaba hacerle a un testigo cuando llamó Ty. Aunque de todos modos no habría dicho que no tras oír el tono ansioso de su amigo, le iría bien un descanso. Cuando entró en el Night Owl, eran casi las once. Como después tendría que volver a la oficina, no miró a su alrededor: no quería perder el tiempo charlando con amigos.

Cinco minutos después, Ty, Lilly y él estaban sentados alrededor de una mesita, al fondo del bar. Cuatro universitarios se habían ido al fin dando trompicones, riendo y armando ruido. Hunter no recordaba haber sido tan despreocupado y alegre en sus tiempos de estudiante: estaba demasiado concentrado en «llegar a ser alguien», como llamaba a su búsqueda del éxito.

– No sabía que le habías pedido a Hunter que se pasara por aquí. ¿Sucede algo? -preguntó Lilly.

Hunter levantó una ceja. Creía que Lilly estaba al corriente de todo lo que sabía Ty.

– Hace un rato recibí una llamada de Derek. Me ha dicho que hoy tu tío ha tenido una visita interesante -dijo Ty

– ¿Quién era? -preguntaron Hunter y Lilly a un tiempo.

Ty se inclinó hacia delante en su asiento.

– No mucho después de que nos fuéramos de su despacho esta mañana, Paul Dunne hizo una visita a Dumont. A menos que me falte una pieza del rompecabezas, no se me ocurre una sola razón que la justifique, como no sea que su visita estaba relacionada con la herencia de Lilly.

– Vaya -Hunter se pasó una mano por el pelo.

Lilly, que se había quedado pálida mientras escuchaba a Ty, guardó silencio.

– ¿Sabéis vosotros algo que yo no sepa? ¿Tiene Dumont algún tipo de relación con Paul Dunne? ¿Juegan juntos al golf? -preguntó Ty-. Echadme una mano, porque si no…

– Dejemos de buscar excusas donde no las hay -dijo Lilly por fin-. Todos sabemos que mi tío quería mi dinero hace diez años y eso no ha cambiado. Lo que ha cambiado es que ahora también me quiere muerta.

Aquella palabra reverberó entre ellos.

– Estoy de acuerdo -dijo Ty.

– Yo también. La pregunta es qué vamos a hacer al respecto -añadió Hunter.

– Yo no pienso esconderme -dijo Lilly antes de que alguno de ellos lo sugiriera, aunque Hunter pensaba que no era del todo mala idea.

– ¿Por qué no? ¿Prefieres ser un blanco fácil? Porque seguramente la próxima vez no fallará -Ty se estremeció ante aquella posibilidad.

Lilly arrugó el ceño.

– Estoy harta de esconderme de ese hombre. ¿No es ésa la razón por la que he vuelto? ¿Para enfrentarme a él? ¿Para afrontar mi pasado? Pues eso pienso hacer.

Hunter resolvió que era hora de intervenir. Odiaba ponerse del lado de Ty y fastidiar a Lilly, pero su amigo tenía razón.

Se volvió hacia Lilly, que esa tarde lo había llamado para explicarle los términos del fondo fiduciario.

– No sé si eres consciente de ello, pero teniendo en cuenta las estipulaciones de tu herencia, tienes tres semanas para… ¿cómo podría decirlo delicadamente?… tienes tres semanas para permanecer viva y reclamar tu dinero. No creo que agitar una bandera roja delante de tu tío vaya a ayudarte a conseguirlo -dijo.

– Exacto -Ty enfatizó su opinión dando un puñetazo en la mesa.

Hunter hizo una mueca. Intuía que la actitud autoritaria de su amigo enfadaría a Lilly.

Ella se levantó, pero no alzó la voz.

– Os doy dos opciones. Puedo volver a casa a pasar las próximas tres semanas y volver para reclamar mi herencia el día de mi cumpleaños.

– Y convertirte en un blanco fácil en la gran ciudad, donde nadie conoce a Dumont ni puede vigilarlo -replicó Ty.

– O puedo quedarme aquí y convertirme en un blanco fácil. Sólo tendríamos que ir un paso por delante de mi tío y estar preparados cuando vuelva a atacar.

Ty también se puso en pie.

– Rotundamente no.

Hunter soltó un gruñido.

– ¿Queréis sentaros los dos? Estáis llamando la atención y no es eso lo que buscamos -sorprendentemente, los dos volvieron a ocupar sus asientos-. Creo que Lilly tiene razón -le dijo a Ty-. O hacemos salir a la luz a Dumont manteniendo a Lilly a la vista de todos, o volverá a atacar cuando no estemos preparados.

Ty frunció el ceño.

Hunter conocía bien a su amigo. Al final, le daría la razón, pero no porque temiera la confrontación, sino porque Hunter estaba en lo cierto.

– Sabes que tengo razón. Dumont va a ir a por Lilly de todos modos, así que lo mismo nos da dejar que Lilly haga su vida y estar preparados cuando Dumont aseste el próximo golpe -Hunter miró a Ty fijamente-. ¿Y bien?

– Sí -masculló Ty, malhumorado.

Lilly cubrió sus manos con las suyas.

– Te agradezco tu apoyo -dijo suavemente.

Ty inclinó la cabeza, pero no dijo nada. Lilly, sin embargo, no necesitaba que hablara, ni quería tener razón porque sí, pensó Hunter. Por eso hacían tan buena pareja. Lilly no se regodeaba en sus victorias, ni presionaba en exceso a Ty. Sabía defenderse, pero también respetaba las opiniones de su amigo. Con suerte, tendrían un futuro juntos cuando todo aquello acabara.

Y, con suerte, Molly y él también lo tendrían.

Hunter se levantó.

– Tengo que volver al trabajo. Ojalá pudiera ayudaros, pero el juzgado me tiene atado con ese caso.

Lilly echó su silla hacia atrás y se levantó.

Ty hizo lo mismo.

– Me alegro de que estés aquí para escucharnos -Lilly se acercó a él y le dio un rápido abrazo.

– Estás haciendo justamente lo que necesitamos – dijo Ty, cuya gratitud era evidente en todo lo que no decía.

– Voy un momento al servicio. Enseguida vuelvo -Lilly se dirigió a la puerta, a unos pasos de distancia.

Ty se volvió hacia Hunter.

– Una cosa más. Tengo que pedirte un favor.

– Tú dirás -dijo Hunter.

– Mira a ver qué sabe Molly sobre la relación de Dumont con Paul Dunne. Ese tipo no me ha gustado nada y, si están relacionados de algún modo, puede que haya algo turbio.

Hunter asintió con la cabeza.

– Entendido -Ty se aclaró la garganta-. Siento mucho que Molly tenga que ver con ese cerdo -añadió Hunter-. ¿La policía ha encontrado algo que relacione aunque sea remotamente a Dumont con el incendio?

– No, porque no había nada que encontrar -dijo Molly acercándose a Hunter por detrás. Vestía una camiseta muy ceñida de licra, de color rojo vivo.

Hunter se refrenó para no silbar. Ya estaba metido en un buen lío.

Ty miró a Molly e hizo una mueca.

– He intentado avisarte -le dijo a Hunter.

– Pues no deberías haberte molestado -dijo Molly-. Merezco saber qué piensa exactamente Hunter de mi futuro padrastro -cruzó las manos sobre el pecho y lo miró con enojo.

– Adiós, chicos -dijo Ty y, con una mirada llena de mala conciencia, se alejó y dejó solo a Hunter con Molly.

Ty había hecho lo correcto. El enfado de Molly se dirigía contra Hunter. Era él quien tenía que arreglar las cosas. Por desgracia, no se le ocurría nada para solucionarlo.

Se había quedado sin ideas.

Después de su cita de la noche anterior, aquello era un gran paso atrás, y un dolor semejante a la punzada de un cuchillo le atravesó las entrañas. Le importaba la opinión que Molly tuviera sobre él y, obviamente, había perdido tanto su confianza como su respeto.

Se acercó a ella y dijo suavemente:

– La verdad es que ya sabías que nunca me ha caído bien ese tipo.

Molly irguió los hombros, con las barreras defensivas bien colocadas.

– Pero no creía que fueras capaz de llegar al punto de acusarlo de un intento de asesinato. Mi madre va a casarse con él. Está enamorada de él. Y yo conozco su otra cara, la que tú te niegas a creer que existe. Te aseguro que, hiciera lo que hiciese en el pasado, Marc no es ningún asesino.

Hunter se limitó a asentir con la cabeza, aunque no estuviera de acuerdo con ella.

– Sabes que yo estaba con Lilly en el centro comercial. Marc no ganaría puntos con mi madre atropellándome.

– Yo no he dicho que nuestras sospechas sean impecables. Pero, si contrató a alguien, puede que esa persona no supiera quién eras.

Sabía ya que Molly y él nunca se pondrían de acuerdo en aquel asunto. Era una lástima que ninguno de ellos estuviera dispuesto a transigir.

En lugar de discutir lo imposible, Hunter cambió de tema.

– ¿Qué relación tiene Dumont con Paul Dunne? ¿Lo sabes?

Ella ladeó la cabeza.

– ¿El fideicomisario del testamento de los padres de Lilly? Yo diría que es obvio.

Hunter apreció su coraje.

– ¿Por qué no iluminas a este ignorante? -no conocía otro modo de conseguir que se abriera que irritarla con su sarcasmo.

Ella entornó la mirada, visiblemente molesta.

– Paul Dunne es el fideicomisario -dijo lentamente, enunciando cada palabra como si él fuera idiota-. Eso significa que administra el dinero conforme a los deseos de los padres de Lilly. Lo que a su vez quiere decir que conoce a Marc desde hace más de diez años. Así que, sea lo que sea lo que creas que están tramando, olvídalo.

Al menos estaba contestando a sus preguntas, así que Marc dedujo que podía seguir.

– ¿Y Anna Marie? -preguntó.

– ¿Qué pasa con ella? -el tono de Molly se hizo aún más receloso, si cabía.

– Cuando se entera de algo, ¿a quién se lo cuenta?

Molly puso los ojos en blanco.

– A casi todo el mundo. ¿Por qué?

Hunter no tenía una respuesta directa que darle. Aún.

– Cuando Anna Marie descubre cosas en el juzgado gracias a su trabajo, ¿has oído que alguna vez las repita?

– No estoy segura. ¿Qué clase de cosas? -Molly se sentó en una silla, lo cual indicaba que de momento no iba a ir a ninguna parte.

Aunque Hunter no había conseguido romper sus barreras, al menos había picado su curiosidad. O se debía a eso, o a que había desviado sus preguntas de Marc para concentrarlas en Anna Marie. En todo caso, el brillo había vuelto a los ojos de Molly, que se inclinó hacia él.

Hunter sopesó cuidadosamente su respuesta.

– Cosas como qué juez va a presidir el caso en el que estoy trabajando.

Mientras hablaba, se sentó junto a ella a la mesa, con cuidado de no acercarse demasiado y volver a irritarla. Por más que deseara acortar la distancia que los separaba, sabía que ella no se lo permitiría.

Hizo una pausa antes de continuar y se pinzó el puente de la nariz, ensimismado. Podía confiar en Molly y contarle sus sospechas o podía marcharse. Por Lilly, y sobre todo por el bien de su relación con Molly, en caso de que pudiera salvar la que había, optó por confiar en ella.

– Creo que Anna Marie le habló de mi juicio a Paul Dunne, su hermano, y que él le pidió que intentara adelantarlo para que yo estuviera demasiado ocupado para encargarme de Lilly y de su fondo fiduciario.

Molly arrugó la nariz mientras consideraba aquello.

– ¿Y por qué iba a preocuparse Anna Marie por el dinero de Lilly?

– No creo que se preocupe por el dinero. Ya la conoces. Habla por hablar, sin pensar en las consecuencias. En este caso, sería como los daños colaterales de una bomba, si se tiene en cuenta quién es su hermano y cuál es la relación de Dunne con la herencia de Lilly -Hunter tomó el pimentero, lo puso boca abajo y lo sacudió, dejando que su polvillo se derramara por toda la mesa-. Nunca se sabe qué va a pasar, ni quién va a salir perjudicado.

Con la barbilla apoyada en la mano, Molly observó la pimienta de su analogía mientras reflexionaba sobre las implicaciones de todo aquello.

Hunter disfrutaba viendo funcionar los engranajes de aquel cerebro suyo tan sexy. Su mente le parecía tan fascinante como su cuerpo.

Finalmente, ella levantó la vista y lo miró a los ojos.

– Está bien, así que Anna Marie habla con su hermano de ese caso…

– O puede que su hermano le preguntara en qué estaba trabajando yo -dijo él, ciñéndose a la teoría de que Anna Marie era sólo una cotilla inofensiva-. En todo caso, me han quitado de en medio. Así que sólo quedan Lilly y Ty.

– ¿Qué puede importarle a Dunne quién herede el fondo fiduciario? Es sólo el administrador. El distribuidor de los fondos.

– Ésa es la respuesta que exige contestación -consciente de que había captado su interés y de que Molly tenía tiempo y medios para interrogar a su casera, Hunter hizo una sugerencia-. Tal vez podrías tomar té en el porche con ella y averiguarlo.

– Podría, sí -dijo Molly lentamente-. Pero dejemos una cosa clara. No lo haría por ti. Lo haría para limpiar el nombre de Marc.

Hunter asintió con la cabeza.

– Me parece bien.

Conseguiría la información que Lilly y Ty necesitaban, y Molly descubriría que él tenía razón. Su fe en Dumont estaba equivocada. Aunque Hunter detestaría verla sufrir, convenía que Molly conociera la verdad.

Sin previo aviso, ella apartó la silla y se levantó.

– Tengo que irme.

– Espera -Hunter se levantó, se acercó a ella y la agarró de la mano antes de que pudiera alejarse-. Puede que ahora mismo no estemos de acuerdo, pero estoy de tu lado. Sólo quiero lo mejor para ti y no quiero verte sufrir.

Los ojos de Molly se empañaron y parpadeó para contener las lágrimas.

– Lo siento, pero ahora mismo no puedo agradecértelo. He sido sincera contigo. Sabes lo importante que es para mí la familia. Sabes que ésta es mi primera oportunidad de tener una buena relación con mi madre.

Hunter probó suerte con la lógica pragmática.

– ¿Y no quieres que esa relación sea auténtica y no se base en un intermediario que tal vez no le convenga? -preguntó.

– Claro que sí, y no soy tan tonta como puedes creer. Pero no puedo preguntarme qué pasaría si tuvieras razón respecto a Marc. No quiero imaginarme sola en el mundo otra vez -dio un paso atrás y apartó la mano de la de él. Tropezó con una silla y estuvo a punto de caerse, pero recuperó el equilibrio antes de que Hunter pudiera ayudarla.

Su dolor atravesaba a Hunter.

– Lo siento, Molly.

Ella sacudió la cabeza.

– Puede ser. Pero te preocupa más tener razón que lo que yo necesite. Ya te avisaré si averiguo algo -sin una palabra más, pasó a su lado a toda prisa y se abrió paso entre el gentío hasta perderse de vista.

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