Capítulo 1

Aberdeen, Escocia

Tenía que encontrar la clave.

La habitación del hotel estaba a oscuras, pero no encendió la luz. Leonard le había dicho que Trevor y Bartlett solían permanecer en el restaurante durante una hora, aunque no podía fiarse de eso. Con los años, Grozak había llegado a conocer a aquel hijo de puta, y sabía que el instinto de Trevor seguía siendo tan agudo como cuando era mercenario en Colombia.

Así que se daría diez minutos como máximo y saldría de allí.

Recorrió toda la habitación con su linterna de bolsillo. Una pieza impersonal y anodina, como la mayoría de las habitaciones de hotel.

Primero, los cajones de la cómoda.

Atravesó con rapidez el cuarto hasta el mueble y empezó a registrar los cajones.

Nada.

Se dirigió al armario empotrado, sacó la bolsa de viaje de tela y la registró a toda prisa.

Nada.

Le quedaban cinco minutos para largarse.

Fue hasta la mesilla de noche y abrió el cajón. Una libreta y un boli.

Tenía que encontrar la clave, el talón de Aquiles. Todo el mundo tenía uno.

Había que probar en el cuarto de baño.

Nada en los cajones.

El neceser.

¡Eureka!

Quizá.

Sí. En el fondo del neceser había una pequeña y gastada carpeta de piel.

Fotos de una mujer. Notas. Recortes de periódicos con la foto de la misma mujer. La decepción se apoderó de él. Nada sobre la Pista de MacDuff. Nada sobre el oro. Allí no había nada que realmente le sirviera de ayuda. ¡Mierda!, había esperado que fuera…

Un momento. La cara de la mujer le resultaba tremendamente familiar…

No había tiempo para leerlos.

Sacó su cámara digital y empezó a hacer fotos. Tenía que enviar las fotos a Reilly y demostrarle que quizá tuviera la munición que necesitaba para controlar a Trevor.

Pero podría no ser suficiente para él. Un registro más de la habitación y la bolsa de tela…

El sobado cuaderno de dibujo con las esquinas dobladas estaba bajo el cartón protector del fondo de la bolsa.

Nada de valor, probablemente. Lo hojeó rápidamente. Caras. Nada excepto caras. No debería haber estado más tiempo del previsto. Trevor llegaría de un momento a otro. Nada excepto un puñado de bocetos de niños y ancianos y de aquel bastardo…

¡Dios!

¡Bingo!

Se metió el cuaderno de dibujo debajo del brazo y se dirigió a la puerta, rebosante de un júbilo embriagador. Casi deseó haberse dado de bruces con Trevor en el pasillo, y así tener la oportunidad de matar a aquel hijo de puta. No, aquello lo arruinaría todo.

¡Por fin tenía a Trevor!


La alarma estaba vibrando en el bolsillo de Trevor.

Trevor se puso en tensión.

– Hijo de puta.

– ¿Qué sucede? -preguntó Bartlett.

– Tal vez nada. Hay alguien en mi habitación del hotel. -Arrojó algún dinero sobre la mesa y se levantó-. Podría ser la camarera abriéndome la cama.

– Pero no lo crees, ¿verdad? -Bartlett lo siguió desde el comedor hasta el ascensor-. ¿Grozak?

– Ya veremos.

– ¿Una trampa?

– No es probable. Desea verme muerto, pero desea aún más el oro. Es probable que esté intentando encontrar un mapa o cualquier otra información a la que poder echarle el guante.

– Pero tú nunca dejarías nada de valor allí.

– Él no puede estar seguro de eso. -Se paró en el exterior de la puerta y sacó su pistola-. Quédate aquí.

– Sin problema. Si te matan, alguien tiene que llamar a gritos a la policía, y asumiré esa responsabilidad. Pero si es la camarera, puede que se nos pida que abandonemos este domicilio.

– No es la camarera. La habitación está a oscuras.

– Entonces, quizá debería…

Trevor abrió la puerta de una patada, se lanzó como una flecha hacia un lado y se tiró al suelo.

Ningún disparo. Ningún movimiento.

Se arrastró hasta detrás del sofá y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Nada.

Levantó la mano y encendió la lámpara situada en el extremo de la mesa, junto al sofá.

La habitación estaba vacía.

– ¿Puedo entrar? -gritó Bartlett desde el pasillo-. Me siento un poco solo aquí fuera.

– Quédate ahí un minuto. Quiero asegurarme… -Comprobó el armario empotrado, y luego el baño-. Entra.

– Bien. Fue interesante observarte entrando como una exhalación en la habitación, igual que Clint Eastwood en cualquiera de las películas de Harry el Sucio. -Bartlett entró cautelosamente en la habitación-. Aunque en realidad no sé por qué arriesgo mi valioso cuello contigo, cuando podría estar a salvo en Londres. -Echó un vistazo por la habitación-. Me parece que todo está bien. ¿Te estás poniendo paranoico, Trevor? Puede que ese artilugio que llevas tenga un cortocircuito.

– Tal vez. -Trevor echó un vistazo por los cajones-. No, parte de la ropa ha sido movida.

– ¿Cómo puedes saberlo? A mí me parece que está ordenada.

– Puedo. -Se dirigió al cuarto de baño. La bolsa de aseo estaba casi en la misma posición en que la había dejado.

Casi.

¡Mierda!

Descorrió la cremallera. La funda de piel seguía allí. Era del mismo negro que el fondo de la bolsa y podría haber pasado desapercibida.

– ¿Trevor?

– Estaré contigo en un minuto. -Abrió lentamente la funda y examinó los artículos, y luego las fotos. Ella lo miraba desde la foto con la mirada desafiante que Trevor tan bien conocía. Tal vez Grozak no la hubiera visto; o tal vez no le habría dado importancia, aunque así fuera.

¿Pero podía permitirse Trevor poner en peligro la vida de ella sobre la base de esa posibilidad?

Se dirigió rápidamente al armario empotrado, sacó la bolsa de tela de un tirón y arrancó el cartón de la base.

Había desaparecido.

¡Mierda!


Universidad de Harvard

– ¡Eh!, pensaba que te ibas a poner a estudiar para ese examen final. Jane levantó la mirada del cuaderno de dibujo para ver a su compañera de cuarto, Pat Hersey, entrar dando saltos en la habitación.

– Tengo que darme un respiro. Me lo estaba tomando demasiado en serio para mantener la cabeza despejada. Dibujar me relaja.

– También te relajarías si durmieras. -Pat sonrió-. Y no habrías tenido que estudiar tanto, si no te hubieras pasado la mitad de la noche haciendo de niñera.

– Mike necesitaba a alguien con quien hablar. -Jane torció el gesto-. Se moría de miedo ante la idea de no aprobar el examen y decepcionar a todos.

– Entonces, debería de haber estado estudiando, en lugar de llorar en tu hombro.

Jane sabía que Pat tenía razón, y la noche anterior había tenido momentos exasperación e impaciencia.

– Está acostumbrado a acudir a mí cuando tiene problemas. Nos conocemos desde que éramos niños.

– Y tú eres demasiado blanda para despacharlo.

– No soy blanda.

– Excepto con la gente que te preocupa. Fíjate en mí. Me has sacado de unos cuantos aprietos desde que empezamos a compartir la habitación.

– Nada serio.

– Lo eran para mí. -Se acercó a Jane con aire despreocupado y echó un vistazo al boceto-. ¡Dios bendito!, lo estás dibujando otra vez.

Jane ignoró el comentario.

– ¿Has tenido una buena carrera?

– Superé mi distancia en un kilómetro y medio. -Pat se desplomó sobre una silla y empezó a desatarse las zapatillas de correr-. Deberías haber venido conmigo. No me resulta divertido correr sola. Desearía tener la satisfacción de dejarte atrás.

– No tengo tiempo. -Jane concluyó el boceto con tres rasgos audaces-. Ya te lo dije, tengo que estudiar para mi examen final de química.

– Sí, eso es lo que me dijiste. -Pat sonrió mientras se sacaba las zapatillas con sendos puntapiés-. Pero aquí estás, dibujando de nuevo al señor Maravilloso.

– Créeme, no tiene nada de maravilloso. -Cerró el cuaderno de golpe-. Y sin duda alguna no es el tipo de hombre que una llevaría a casa para que conociera a mamá y a papá.

– ¿Una oveja negra? Excitante.

– Eso sólo ocurre en las telenovelas. En la vida real, no son más que un gran problema.

Pat torció el gesto.

– Pareces una hastiada mujer del mundo. ¡Por Dios!, tienes veintiún años.

– No estoy hastiada. El hastío es para la gente que no tiene la imaginación suficiente para hacer que la vida siga siendo interesante. Pero he aprendido a ver la diferencia entre enigmático y problemático.

– Podría aprender a vivir con esa clase de problema si va en un envoltorio tan atractivo. Es guapísimo. Una especie de cruce entre Brad Pitt y Russell Crowe. A ti también te lo debe de parecer, o de lo contrario no estarías pintando su cara a todas horas.

Jane se encogió de hombros.

– Es interesante. Encuentro algo nuevo en su cara cada vez que lo dibujo. Esa es la razón de que lo utilice como distracción.

– ¿Sabes?, la verdad es que me gustan esos bocetos. No sé por qué no le has hecho un retrato de cuerpo entero. Sería mucho mejor que el que hiciste de la anciana y que ganó aquel premio.

Jane sonrió.

– No creo que el jurado estuviera de acuerdo contigo.

– Oh, no te estoy criticando. El otro retrato era magnífico. Aunque por otra parte, tú siempre eres magnífica. Algún día serás famosa.

Jane chasqueó la lengua.

– Quizá si viviera tanto como la abuela Moses. Soy demasiado práctica. No tengo temperamento artístico.

– Siempre te burlas de ti misma, pero te he visto cuando trabajas. Te abstraes… -Inclinó la cabeza-. Me he estado preguntando por qué no admites que te aguarda un futuro fantástico. Me llevó algún tiempo, pero al final lo averigüé.

– ¿De veras? Estoy impaciente por oír tu contribución al respecto.

– No seas sarcástica. A veces puedo ser perspicaz. Y he llegado a la conclusión de que, por algún motivo, tienes miedo de alcanzar el éxito. Tal vez pienses que no te lo mereces.

– ¿Que qué?

– No estoy diciendo que no tengas confianza en ti misma. Sólo creo que no estás todo lo segura de tu talento que deberías estar ¡Por Dios!, ganaste uno de los concursos más prestigiosos del país. Eso debería decirte algo.

– Me dice que a los jueces les gustó mi estilo. El arte es algo subjetivo. Si hubiera sido otra la composición del jurado, puede que no me hubiera ido tan bien. -Se encogió de hombros-. Y no habría pasado nada. Pinto lo que quiero y a quien quiero. Me produce placer. No siento la necesidad de superar a nadie.

– ¿No la sientes?

– No, no la siento, señorita Freud. Así que echa el freno.

– Lo que tú digas. -Pat seguía mirando fijamente el boceto-. ¿Dijiste que era un viejo amigo?

¿Amigo? De ninguna manera. La relación entre ambos había sido demasiado voluble como para incluir la amistad.

– No, dije que lo conocí hace años. ¿No deberías darte una ducha?

Pat se rió entre dientes.

– ¿Estoy pisando terreno privado otra vez? Lo siento, es mi naturaleza de metomentodo. Es consecuencia de haber vivido en una ciudad pequeña toda mi vida. -Se puso en pie y se estiró-. Tienes que admitir que la mayor parte del tiempo me contengo.

Jane sonrió al tiempo que meneaba la cabeza.

– Cuando estás dormida.

– Bueno, no te debe de importar demasiado. Llevas dos años compartiendo habitación conmigo y nunca me has puesto arsénico en el café.

– Todavía podría ocurrir.

– Ca, ya te has acostumbrado a mí. En realidad, nos complementamos. Tú eres comedida, trabajadora, responsable y apasionada. Yo soy abierta, perezosa, mal criada y una picaflor social.

– Por eso tienes una nota media de notable.

– Bueno, también soy competitiva, y tú me estimulas. Esa es la razón de que no busque una compañera de cuarto que sea tan fiestera como yo. -Se sacó la camiseta por la cabeza-. Además, espero que el señor Maravilloso haga acto de presencia, para poder seducirlo.

– Te llevarás un chasco. No va a aparecer. Probablemente ni se acuerde de que estoy viva, y a estas alturas para mí no es más que una cara interesante.

– Me aseguraría de que me recordara. ¿Cómo dijiste que se llamaba?

Jane sonrió con socarronería.

– Señor Maravilloso. ¿Cómo, si no?

– No, en serio. Sé que me lo dijiste, pero…

– Trevor. Mark Trevor.

– Eso es. -Pat se dirigió al baño-. Trevor…

Jane bajó la mirada hacia el cuaderno de dibujo. Resultaba curioso que Pat se volviera a centrar de repente en Trevor. A pesar de lo que había dicho, por lo general respetaba la intimidad de Jane, y con anterioridad había retrocedido, cuando había visto que Jane se retraía después de que le hubiera preguntando por él.

– Deja ya de analizar. -Pat asomó la cabeza por la puerta del baño-. Puedo oír girar los engranajes incluso por encima del ruido de la ducha. Acabo de decidir que tengo que ocuparme de ti y encontrarte un tío cachas que te folle y te haga liberar toda esa tensión acumulada que estás almacenando. Últimamente has estado viviendo como una monja. Ese tal Trevor parece un buen candidato.

Jane negó con la cabeza.

Pat torció el gesto.

– Tozuda. Bueno, entonces pasaré de él y seguiré con los talentos locales. -Volvió a desaparecer dentro del baño.

¿Pasar de Trevor? No era probable, pensó Jane. Había intentado ignorarlo durante los últimos cuatro años, ocasionalmente con éxito. Sin embargo, él siempre había permanecido en un segundo plano, esperando a colarse en su conciencia. Esa era la razón de que hubiera empezado a dibujar su cara hacía tres años. Una vez que terminaba el dibujo, podía olvidarlo de nuevo durante un tiempo y seguir con su vida.

Y era una buena vida, plena, con muchas cosas por hacer, y por supuesto nada vacía. No lo necesitaba. Estaba cumpliendo sus objetivos, y la única razón para que permaneciera el recuerdo de Trevor era las dramáticas circunstancias en las que transcurrió el tiempo que habían pasado juntos. Tal vez a Pat pudieran resultarles enigmáticas las ovejas negras, pero su amiga había crecido entre algodones y no era consciente de cuánto…

Su móvil sonó.


La estaban siguiendo.

Jane miró por encima del hombro.

No había nadie.

Al menos nadie sospechoso. Un par de estudiantes de la universidad que habían salido a pasárselo bien paseaban por la calle y observaban a una chica que acababa de bajar del autobús. Nadie más. Nadie que se interesara en ella. Debía de estar volviéndose paranoica.

¡Y una mierda! Todavía conservaba sus instintos de niña de la calle y confiaba en ellos. Alguien la había estado siguiendo.

De acuerdo, podía ser cualquiera. En aquel vecindario había bares en todas las manzanas que daban servicio a los universitarios que acudían en bandadas desde todos los campus de los alrededores. Quizás alguno había advertido que estaba sola, había concentrado su atención en ella durante unos minutos como polvo en ciernes, y luego había perdido el interés y vuelto a escabullirse dentro del bar.

Como iba a hacer ella.

Lanzó una mirada a las luces de neón del edificio que tenía delante. ¿El Gallo Rojo? ¡Oh, por Dios, Mike! Si se iba coger una cruda, al menos podría haber escogido un bar cuyo propietario tuviera algo de originalidad.

Eso era esperar demasiado. Incluso cuando Mike no era presa del pánico, no era ni selectivo ni crítico. Era evidente que esa noche tanto le daba que el lugar se llamara La Taberna de las Gotas de Rocío, siempre que le sirvieran la suficiente cerveza. Por lo general ella habría optado por dejarle cometer sus propios errores y que aprendiera de ellos, pero le había prometido a Sandra que lo ayudaría a instalarse.

Y el chaval sólo tenía dieciocho años, ¡maldición!

Así que tenía que sacarlo de allí, llevarlo de vuelta a su habitación y conseguir que se despejara lo suficiente para meterle algo de sentido común en la mollera.

Abrió la puerta, y el ruido, el olor a cerveza y el tumulto la agredieron de inmediato. Escudriñó el local, y al final localizó a Mike y a su compañero de habitación, Paul Donnell, en una mesa al otro lado del bar. Avanzó con rapidez hacia ellos. De lejos, Paul parecía sobrio, pero era evidente que Mike tenía una tajada soberana. Apenas era capaz de mantenerse sentado en la silla.

– Jane. -Paul se levantó-. Esto sí que es una sorpresa. Creía que no ibas de bares.

– Y no voy. -Y para Paul no era ninguna sorpresa. Le había telefoneado hacía treinta minutos para decirle que Mike estaba deprimido y en vías de acabar como una cuba. Pero si quería proteger su relación con Mike fingiendo que él no le había dicho nada, por ella no había inconveniente. Nunca le había importado mucho Paul. Tenía demasiada labia y era demasiado frío para su gusto, aunque era evidente que estaba preocupado por Mike-. Excepto cuando Mike se comporta como un idiota. Vamos, Mike, salgamos de aquí.

Mike levantó la vista hacia ella medio adormilado.

– No puedo. Sigo lo bastante sobrio para pensar.

– Apenas. -Jane lanzó una mirada a Paul-. Paga la cuenta, y me reúno contigo en la puerta.

– No voy a ir -dijo Mike-. Estoy feliz aquí. Si consigo beber una cerveza más, Paul prometió cacarear como un gallo. Un gallo rojo…

Paul arqueó las cejas y miró a Jane.

– Lamento hacerte pasar por esto. Como sólo llevamos compartiendo cuarto unos cuantos meses, a mí no me escucha. Pero siempre está hablando de ti; pensé que no te importaría si…

– No pasa nada. Estoy acostumbrada. Nos criamos juntos, y he estado cuidando de él desde que tenía seis años.

– ¿No sois parientes?

Ella negó con la cabeza.

– A él lo adoptó la madre de la mujer que me recogió y me crió. Es un chico encantador cuando no se siente tan condenadamente inseguro, pero hay ocasiones en que me gustaría sacudirle.

– Sé indulgente con él. Padece un caso severo de nerviosismo. -Paul se dirigió hacia la barra-. Pagaré la cuenta.

¿Indulgente con él? Si Ron y Sandra Fitzgerald no hubieran sido tan indulgentes con Mike, éste no habría olvidado lo que había aprendido en Luther Street y estaría más capacitado para enfrentarse al mundo real, pensó Jane con exasperación.

– ¿Estás furiosa conmigo? -preguntó Mike con aire taciturno-. No te enfades conmigo, Jane.

– Por supuesto que estoy furiosa… -Él la estaba mirando como un cachorro maltratado, y no pudo terminar-. Mike, ¿por qué te estás haciendo esto?

– Estás enfadada conmigo. Decepcionada.

– Escúchame. No estoy decepcionada. Porque sé que lo harás estupendamente en cuanto logres superar esto. Venga, salgamos de aquí y vayamos a algún lugar donde podamos hablar.

– Hablemos aquí. Te invitaré a una copa.

– Mike. No quiero… -Era inútil. La persuasión estaba fracasando. Tenía que sacarlo de allí de la forma que pudiera-. Levántate. -Jane dio un paso hacia la mesa-. Ahora. O te cogeré como un bombero y te sacaré de aquí sobre mis hombros. Sabes que puedo hacerlo, Mike.

Mike la miró de hito en hito, horrorizado.

– No me harías eso. Se reirían todos de mí.

– Me trae sin cuidado que todos esos perdedores se rían de ti. Deberían estar estudiando para sus exámenes, en lugar de poner en maceración sus cerebros. Igual que tú.

– No importa. -Mike meneó tristemente la cabeza-. Catearé de todos modos. Nunca debí haber venido aquí. Ron y Sandra se equivocaron. Jamás podré graduarme en una de las mejores universidades del país.

– La universidad jamás te habría aceptado, si no hubieran creído que podías conseguirlo. Lo hiciste muy bien en el instituto. Esto no es diferente, si te esfuerzas. -Jane suspiró cuando se dio cuenta de que no conseguía llegar a él a través de aquella bruma alcohólica-. Hablaremos después. Ponte de pie.

– No.

– Mike. -Se inclinó para poder mirarlo directamente a los ojos-. Le prometí a Sandra que cuidaría de ti. Eso implica no permitir que empieces tu primer año como un borrachín o que acabes en la cárcel por beber sin tener edad. ¿Y mantengo mis promesas?

Él asintió con la cabeza.

– Pero no deberías haber prometido… Ya no soy un niño.

– Entonces, no actúes como si lo fueras. Tienes dos minutos más antes de que te haga parecer el gilipollas que estás siendo.

Mike abrió los ojos desmesuradamente con inquietud, y se levantó de un salto.

– ¡Maldita seas, Jane! No soy…

– Cállate. -Jane lo cogió del brazo y lo empujó hacia la puerta-. No me siento muy cariñosa contigo en estos momentos. Mañana tengo un examen final, y tendré que estudiar hasta el amanecer para recuperar este tiempo.

– ¿Por qué? -preguntó Mike con tristeza-. Sacarías un sobresaliente de todas las maneras. Algunas personas lo hacen. Otras, no.

– Eso son chorradas. Y una excusa bastante lastimosa para comportarse como un vago.

Mike negó con la cabeza.

– Paul y yo hablamos de ello. No es justo. Tú lo tienes todo. Dentro de unos meses habrás terminado la carrera con matrícula de honor, y harás que Eve y Joe se sientan orgullosos. Yo tendré suerte si consigo llegar a ser el último de mi clase.

– Deja de lloriquear. -Abrió la puerta y lo empujó fuera del bar-. Ni siquiera llegarás a terminar el primer trimestre, si no entras en vereda.

– Eso es lo que dijo Paul.

– Entonces, deberías prestar más atención. -Jane vio a Paul parado en la acera y le preguntó-. ¿Dónde tiene aparcado el coche?

– En el callejón, a la vuelta de la esquina. Cuando llegamos, estaban ocupadas todas las plazas de aparcamiento. ¿Necesitas ayuda con él?

– No, si es capaz de caminar -dijo Jane con gravedad-. Espero que le quitaras las llaves del coche.

– ¿Qué clase de amigo sería si no lo hiciera? -Se metió la mano en el bolsillo y le entregó las llaves-. ¿Quieres que lleve tu coche de vuelta a la facultad?

Jane asintió con la cabeza, sacó las llaves del bolso y se las entregó.

– Está dos manzanas más allá. Un Toyota Corolla marrón.

– Se buscó dos trabajos y se lo compró ella. -Mike meneó la cabeza-. La maravillosa y genial Jane. Es la estrella. ¿No te lo he contado, Paul? Todo el mundo está orgulloso de Jane…

– Vamos. -Ella lo agarró del brazo-. Ya te mostraré lo maravillosa que soy. Tendrás suerte si no te noqueo antes de que lleguemos a la residencia. Nos vemos allí, Paul.

– De acuerdo. -Paul giró en redondo y se alejó por la calle.

– La maravillosa Jane…

– Cállate. No voy a permitir que me culpes a mí de tu falta de determinación. Te ayudaré, pero tú eres el responsable de tu vida, como yo lo soy de la mía.

– Eso ya lo sé.

– Ahora mismo no sabes nada de nada. Escucha, Mike, los dos nos criamos en la calle, pero tuvimos suerte. Se nos ha dado la oportunidad de levantarnos.

– No soy lo bastante inteligente. Paul tiene razón…

– Estás hecho un auténtico lío. -El callejón se abría poco más adelante. Cerró la mano con fuerza sobre la llave para pulsar el botón de apertura y empujó a Mike hacia su Saturn-. Ni siquiera eres capaz de recordar lo que…

Una sombra. Saltando hacia delante. Los brazos levantados.

Empujó instintivamente a Mike hacia un lado y se agachó.

¡Qué dolor!

En el hombro, no en la cabeza, adonde iba dirigido el golpe.

Giró en redondo y le dio una patada en el estómago.

Él sujeto gruñó y se retorció.

Jane le soltó una patada en la entrepierna y escuchó con satisfacción feroz el aullido desesperado de dolor del sujeto.

– Bastardo. -Jane dio un paso hacia él-. No puedes…

Una bala silbó junto a su oreja.

Mike soltó un grito.

¡Dios mío! No había visto ninguna arma.

No, su agresor seguía doblado por la cintura, gruñendo de dolor. Había alguien más en el callejón.

Y Mike se estaba a punto de desplomarse.

Tenía que sacarlo de allí.

Abrió la puerta del Saturn y empujó al chico al asiento del acompañante.

Otra sombra echó a correr hacia ella desde el fondo del callejón cuando rodeaba el coche hacia el asiento del conductor.

Otro disparo.

– No la mates, imbécil. No nos sirve muerta.

– El chico ya debe de estar muerto. No voy a dejar testigos.

La voz procedía justo de delante de ella.

Tenía que deslumbrarlo.

Jane encendió las luces largas mientras arrancaba el coche. Y se agachó en el momento en que la bala hacía añicos el parabrisas.

Los neumáticos chirriaron cuando pisó a fondo acelerador y salió reculando del callejón.

– Jane…

Miró a Mike y el corazón le dio un vuelco. Su pecho… Sangre. Muchísima sangre.

– No pasa nada, Mike. Te vas a poner bien.

– N-no quiero morir.

– Te voy a llevar a urgencias ahora mismo. No vas a morir.

– Estoy asustado.

– Yo no. -¡Joder!, estaba mintiendo. Estaba aterrorizada, pero no podía dejar que él se diera cuenta-. Porque no hay motivo para estarlo. Saldrás de esta.

– ¿Por qué? -susurró Mike-. ¿Por qué han…? ¿Por dinero? Deberías habérselo dado. No quiero morir.

– No me pidieron dinero. -Tragó saliva. No podía ponerse a llorar en ese momento. Tenía que parar en la cuneta e intentar detener aquella hemorragia, y luego llévalo a urgencias-. Aguanta, Mike. Confía en mí. Te vas a recuperar del todo.

– Pro… prométeme. -Se estaba desplomando hacia adelante en el asiento-. No quiero…


– ¿Señorita MacGuire?

¿Un médico?

Jane levantó rápidamente la mirada hacia el cuarentón alto que estaba en la puerta de la sala de espera.

– ¿Cómo está?

– Lo siento. No soy médico. Soy el detective Lee Manning. Tengo que hacerle algunas preguntas.

– Más tarde -dijo ella con aspereza. Ojalá pudiera dejar de temblar. ¡Dios mío!, estaba asustada-. Estoy esperando a…

– Los médicos se están ocupando de su amigo. Es una operación difícil. Tardarán un rato en salir a hablar con usted.

– Eso es lo que me dijeron, pero han pasado más de cuatro horas, ¡joder! Nadie me ha dicho una palabra desde que se lo llevaron.

– Los quirófanos son unos lugares muy concurridos. -Se dirigió hacia ella-. Y me temo que necesitamos que nos cuente lo que sucedió. Apareció aquí con una víctima que tiene una herida de arma de fuego y tenemos que averiguar que ha ocurrido. Cuanto más esperemos, más posibilidades tenemos de no poder detener al agresor.

– Ya les dije lo que ocurrió cuando traje a Mike al hospital.

– Cuéntemelo otra vez. ¿Dice que el robo no parecía ser el motivo?

– No pidieron dinero. Querían… No sé lo que querían. Dijeron algo acerca de que la chica no les servía muerta. Refiriéndose a mí, supongo.

– ¿Una violación?

– No lo sé.

– Es posible. ¿Un secuestro? ¿Tienen sus padres mucho dinero?

– Soy huérfana, pero he vivido con Eve Duncan y Joe Quinn desde que era niña. Joe es policía, como usted, aunque tiene algunas rentas. Eve es escultora forense, y hace más trabajos benéficos que profesionales.

– Eve Duncan… He oído hablar de ella. -El detective se volvió cuando otro hombre entró en la sala llevando una taza de poliestireno llena de humeante café-. Este es el sargento Ken Fox. Pensó que tal vez necesitaría un estimulante.

– Encantado de conocerla, señora. -Fox le ofreció la taza con una sonrisa de cumplido-. Es un café solo, pero será un placer traerle otro con crema de leche, si lo prefiere.

– ¿Están jugando al poli bueno y el poli malo conmigo? No dará resultado. -Pero cogió la taza de café. Lo necesitaba-. Como le decía, me crié con un poli.

– Eso debe haberle venido muy bien esta noche -dijo Manning-. Se hace difícil creer que fuera capaz de escapar ilesa en aquel callejón.

– Crea lo que quiera. -Le dio un sorbo al café-. Pero averigüen con los médicos si Mike va a vivir. Esas enfermeras no han hecho más que decirme todo tipo de palabras tranquilizadoras sin comprometerse a nada, pero no sé si creerlas. Ellos hablarán con ustedes. De eso estoy segura.

– Creen que el muchacho tiene una buena posibilidad.

– ¿Sólo una?

– Le dispararon en el pecho, y ha perdido mucha sangre.

– Lo sé. -Jane se humedeció los labios-. Intenté detener la hemorragia.

– Hizo un buen trabajo. Los médicos dicen que puede que le haya salvado la vida. ¿Cómo sabía lo que había que hacer?

– Seguí un cursillo de primeros auxilios hace años. Viene muy bien. A veces voy a lugares siniestrados con mi amiga Sarah Logan, que se dedica al rescate con perros.

– Parece ser muy habilidosa.

Jane se puso tensa.

– ¿Está siendo sarcástico? Ahora mismo no necesito este tipo de rollo. Sé que tiene un trabajo que hacer, pero eche el freno.

– No era mi intención intimidarla. -Manning hizo una mueca-. ¡Por dios!, está usted a la defensiva.

– Acaban de dispararle a mi amigo. Creo que tengo derecho a estar a la defensiva.

– ¡Eh!, nosotros somos los buenos.

– A veces resulta difícil de decir. -Jane le lanzó una mirada gélida-. Y todavía no me han enseñado sus credenciales. Veámoslas.

– Perdón. -Manning se metió la mano en el bolsillo y sacó su cartera-. Ha sido culpa mía. Muéstrale la tuya, Fox.

Jane examinó las dos identificaciones con atención, antes de devolvérselas.

– De acuerdo. Acabemos con esto rápidamente. Haré una declaración formal más tarde, pero esto es lo que necesitan saber ahora mismo. Aquel callejón estaba demasiado oscuro para que pudiera identificar al primer hombre que nos atacó. Pero cuando encendí los faros, alcancé a ver al hombre que disparó a Mike.

– ¿Podrá reconocerlo?

– Oh, sí. -Torció la boca-. Sin problema. No lo voy a olvidar. Jamás. Concédanme unas cuantas horas después de que acabe con este infierno, y les proporcionaré un retrato robot.

– ¿Es artista?

– Se me da muy bien dibujar. Y tengo cierta facilidad para el retrato. He hecho retratos robot para la policía de Atlanta con anterioridad, y no se han quejado. -Dio otro sorbo al café-. Compruébelo con ellos, si no me creen.

– La creo -dijo Fox-. Eso será de una gran ayuda. Pero sólo lo vio durante un instante. Sería difícil recordar lo suficiente para…

– Lo recordaré. -Se volvió a recostar cansinamente en el sillón-. Miren, haré todo lo que esté en mis manos para ayudar. Quiero atrapar a ese bastardo. No sé de qué demonios va todo esto, pero Mike no se merece que le ocurra esto. He conocido a algunas personas que sí se merecían que les pegaran un tiro. -Se estremeció-. Pero no a Mike. ¿Les importa ir a ver si hay alguna…?

– No hay noticias. -La cara de Joe Quinn tenía una expresión adusta cuando entró en la sala de espera-. Pregunté nada más llegar aquí.

– Joe. -Jane se levantó de un salto y atravesó la sala corriendo hacia él-. Gracias a Dios que estás aquí. Esas enfermeras prácticamente me han estado dando palmaditas en la cabeza. No me dirán nada. Me tratan como a una niña.

– Dios no lo quiera. ¿No saben que tienes veintiún años, camino de los cien?-. La abrazó, y luego se volvió hacia los dos detectives-. Detective Joe Quinn. La enfermera jefe me ha dicho que son de la policía local, ¿no?

Manning asintió con la cabeza.

– Manning, y este es el sargento Fox. Como es natural, tenemos que hacerle algunas preguntas a la señorita. Lo entiende, ¿verdad?

– Lo que entiendo es que la van a dejar tranquila ahora misma. No está bajo sospecha, ¿verdad?

Manning negó con la cabeza.

– Si fue ella quien le disparó, entonces se tomó muchísimas molestias para mantenerlo vivo después.

– Ella lo ha estado protegiendo toda su vida. Es imposible que le disparara. Denle la oportunidad de que se recupere, y ya colaborará más tarde.

– Eso nos has dicho -respondió Manning-. Estábamos a punto de irnos cuando llegó. Sólo hacemos nuestro trabajo.

Jane estaba cansada de tratar con ellos.

– ¿Dónde está Eve, Joe? ¿Y cómo has llegado aquí tan pronto?

– Alquilé un reactor en cuanto llamaste, y Eve y yo nos adelantamos. Sandra viene en avión desde Nueva Orleáns, donde estaba pasando las vacaciones. Eve se ha quedado en el aeropuerto a esperar su vuelo y traerla hasta aquí. Sandra casi se ha derrumbado.

– Le prometí que cuidaría de él. -Jane sintió el escozor de las lágrimas en los ojos-. Y no lo hice, Joe. No sé lo que ocurrió. Todo salió mal.

– Hiciste todo lo que pudiste.

– No me digas eso. No lo hice.

– De acuerdo, aunque Sandra no tenía ningún derecho a endilgarte ese tipo de responsabilidad.

– Es la madre de Eve. Quiere a Mike. ¡Joder!, yo quiero a Mike. Lo habría hecho de todas las maneras.

– Esperaremos en el vestíbulo -dijo el sargento Fox-. Siempre que esté preparada para hacer una declaración, señorita MacGuire.

– Esperen un minuto. Iré con ustedes -dijo Joe-. Quiero hablar con ustedes sobre la investigación. -Se volvió hacia Jane-. Vuelvo enseguida. Sólo quiero ponerme al día, y luego volveré al mostrador de las enfermeras y veré si puede conseguir más información sobre Mike.

– Iré contigo.

Joe negó con la cabeza.

– Estás alterada, y se nota. Contigo se andarán con pies de plomo. Déjamelo a mí. Enseguida vuelvo contigo.

– No quiero sentarme… -Jane se detuvo. Joe tenía razón. Se secó las mejillas húmedas con el dorso de la mano. No podía evitar llorar, ¡mierda!-. Date prisa, Joe.

– Me la daré. -Le rozó la frente con los labios-. No hiciste nada malo, Jane.

– No es cierto -respondió ella con voz trémula-. No lo salvé. Nada podría ser peor que eso.


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