Capítulo 3

Odiaba los funerales, pensó Jane mientras miraba como atontada el féretro. Quienquiera que pensara que eran una especie de catarsis debía de estar chiflado. Era doloroso de principio a fin, y ella no era capaz de apreciar ninguna curación derivada de este ritual. Se había despedido a su manera de Mike durante los tres días transcurridos desde aquel absurdo asesinato. Estaba allí sólo por Sandra.

Y Sandra parecía que iba a derrumbarse de un momento a otro y no prestaba atención a nadie. Eve estaba a su lado, aunque probablemente Sandra ni siquiera supiera que estaba allí. Varios de los amigos de Mike se habían congregado junto a la tumba. Jane conocía a algunos: Jimmy Carver, Denise Roberts y Paul Donnell. La compañera de habitación de Jane, Pat, también había cogido un vuelo para acudir al funeral, y parecía extrañamente solemne. Bonito detalle por su parte el haber ido. Bonito detalle por parte de todos.

Unos pocos minutos más y podrían marcharse del cementerio. Unos minutos que parecieron durar toda una vida.

Y la ceremonia tocó a su fin.

Jane se adelantó para arrojar su rosa sobre el féretro.

– ¿Puedo hacer algo? -le preguntó Pat a Jane cuanto ésta se alejó de la tumba-. Se supone que tengo que volver a la facultad, pero si me necesitas, te echaré un cable.

Jane negó con la cabeza.

– Vete. No te necesito. Te veré mañana, o quizá pasado.

Pat torció el gesto.

– Debería haberlo sabido. No necesitas a nadie. Siempre estás dispuesta a asumir responsabilidades cuando estoy en un aprieto, pero que no quiera Dios que intente devolverte el favor. ¿Alguna vez has pensado que me sentiría bien por estar en el lado del que da?

– No tienes ni idea de lo mucho que me has dado ya. -Jane tragó saliva para aflojar el nudo que tenía en la garganta-. Debería habértelo dicho. A veces, me resulta difícil… Cuando te conocí, era tan seria y responsable que ni siquiera era capaz de pensar en relajarme y pasarlo bien. Tú me has enseñado que divertirse no es un delito, y que se puede obtener placer de algunas situaciones bastante extrañas.

Pat sonrió.

– ¿Te refieres a como cuando nos quedamos atrapadas en el coche en medio de aquella tormenta de nieve, porque tuviste que ir a recogerme por haber bebido demasiado? Poco placer hubo en ello. Me las hiciste pasar canutas.

– Te lo merecías. Pero incluso de aquel fiasco tendremos buenos recuerdos. Cantamos canciones idiotas y hablamos durante horas mientras esperábamos a que fueran a rescatarnos. Eso… me enriqueció. Tú me enriqueciste.

Pat guardó silencio durante un instante.

– Creo que se me está haciendo un nudo en la garganta. Tengo que salir de aquí. -Le dio un rápido abrazo a Jane-. Hasta mañana.

Jane se la quedó mirando mientras se alejaba. Pat era casi tan torpe para expresar sus sentimientos a las personas amadas como Jane. Era extraño que compartieran aquella reserva, cuando eran tan diferentes en otros aspectos. A Pat la habían pillado desprevenida las palabras de Jane en ese momento tan delicado. Y había sido a causa de la profunda tristeza de la ocasión que las palabras habían salido atropelladamente de los labios de Jane. Había perdido a un amigo, y deseaba con todo su corazón haber sido capaz de decirle lo mucho que él significaba para ella. No iba a cometer el mismo error otra vez.

– Jane. -Paul Donnell se había parado a su lado, con la cara pálida-. Lo siento. No tuve ocasión de hablar contigo antes, pero quiero que sepas cuánto… No te imaginas cuánto lamento no haber regresado al coche con vosotros la otra noche. No pensé… Espero que no me culpes por…

– No culpo a nadie excepto al bastardo que asesinó a Mike. ¿Y cómo podías saber lo que ocurriría?

Paul asintió rápida y entrecortadamente con la cabeza.

– Es cierto. No podía saberlo, pero no obstante, lamento… Mike era mi amigo. Jamás quise que le ocurriera algo. Sólo deseaba decirte que… -Se apartó-. Sólo quería decir que lo siento.

Jane lo observó mientras se alejaba. Estaba afectado de verdad. Lo bastante como para que contrastar con la fachada de superficialidad que solía adoptar. Tal vez él y Mike hubieran sido más íntimos de lo que ella había pensado. O quizá se sentía culpable por no haber estado allí, cuando Mike lo había necesitado. Tuvo una idea. O acaso se trataba…

– Vamos, Jane. -Joe estaba a su lado, cogiéndola del brazo-. Te llevaré de vuelta a la casa de campo.

– De acuerdo. -Jane negó de repente con la cabeza-. No, tengo que ir al aeropuerto. Voy a despedirme de Sandra, y luego volveré a la universidad. Hay algo que tengo que hacer allí.

– Jane, tómate unos días libres. Necesitas…

– Hay algo que tengo que hacer. -Se alejó-. Estaré bien, Joe.

– Y un cuerno lo estarás. Ya no lo estás ahora. Mira, Sandra está afectada. No te culpa realmente a ti. No tendría lógica.

– Me culpa -añadió ella con tristeza-. Ahora mismo culpa a todos y a todo. Ni siquiera soporta mirarme. Sé que no quiere herirme, pero no puede evitarlo. Su mundo está del revés. Tú y Eve tenéis que consolarla, y es mejor que yo no ande por medio.

– Ella no es la única que necesita consuelo -masculló Joe-. Nos necesitas, ¡caray!

– Ya os tengo. Siempre estáis conmigo. -Intentó sonreír-. No necesito teneros en la misma habitación ni cogiéndome la mano. En este momento creo que Sandra sí. Te llamaré en cuanto llegue a la residencia, ¿de acuerdo?

– No. Pero supongo que tendré que estarlo. No vas a dar tu brazo a torcer. -Apretó los labios-. Pero no voy a permitir que vuelvas allí sin protección. He contratado a un detective para que te proteja hasta que la investigación de Manning descubra un motivo para la agresión. Te estará esperando en tu residencia cuando llegues allí.

– No me importa. Si eso te hace sentir mejor.

– Tienes toda la razón en que eso me hace sentir mejor. -Le abrió la puerta del coche para que entrara-. Nadie te va a hacer daño.

Demasiado tarde; ya estaba herida. No podría borrar la imagen de Mike tumbado en aquel coche, con la sangre saliéndole a borbotes del pecho y suplicándole que lo ayudara.

Notó el escozor en los ojos. En ese momento, no. No podía empezar a llorar de nuevo en ese momento.

El tiempo de las lágrimas se había acabado.


– Paul.

Paul Donnell se puso tenso y se giró cuando estaba subiendo las escaleras que conducían a su residencia.

– ¿Jane? -Sonrió-. ¿Qué estás haciendo aquí? Pensaba que te habrías quedado en Atlanta. ¿Puedo ayudarte?

– Creo que sí. -Alargó la mano y abrió la puerta del acompañante de su coche-. Entra.

La sonrisa de Paul se desvaneció.

– Me temo que me pillas en un mal momento. Voy retrasado con los deberes, ya que tuve que sacar tiempo para ir al funeral. Qué te parece si te llamo mañana.

– Qué te parece si entras en el coche -le dijo Jane en tono cortante-. No juegues conmigo, Paul. ¿Quieres hablar conmigo o prefieres hacerlo con la policía?

– Eso suena a amenaza. Ya estoy bastante afectado por haber perdido a mi amigo, y no necesito…

– ¿Era tu amigo? ¿Y traicionas a los amigos, Paul?

Él se humedeció los labios.

– No sé a qué te refieres.

– ¿Quieres que me explique? ¿Quieres que salga de este coche y lo proclame a gritos, para que todo el mundo en el campus pueda oírme? Lo haré, Mike debe de haberte dicho que no tengo ni un pelo de tímida.

Paul guardó silencio durante un instante.

– Sí, me lo dijo.

– Te hizo muchas confidencias. Porque confiaba en ti. Mike era vulnerable para cualquiera que pensara que era su amigo.

– Yo era su amigo. Me ofende que tú…

Jane abrió la puerta del conductor y empezó a salir del coche.

– ¡No! -Paul rodeó el coche a zancadas-. Si no eres razonable, tendré que…

– No soy razonable. -Jane echó el seguro de las puertas tan pronto Paul entró en el coche, y arrancó-. Estoy furiosa, y quiero respuestas.

– No tienes motivos para estar furiosa conmigo. -Paul hizo una pausa-. ¿Qué es lo que crees que hice exactamente?

– Creo que le tendiste una trampa a Mike. -Jane apretó el volante con las manos-. Creo que te dedicaste comerle el tarro, hasta que estuvo tan deprimido y asustado que hiciste con él lo que quisiste. Creo que lo emborrachaste, y que luego me llamaste. Creo que sabías que alguien nos estaba esperando en aquel callejón.

– Gilipolleces. Mira, sé que Mike dijo algunas cosas extrañas aquella noche, pero estaba borracho.

– Eso es lo que yo creía, hasta que todo adquirió sentido después del funeral, y me puse a preguntarme por qué estabas tan nervioso. Había sitio de sobra para aparcar en aquella calle. ¿Por qué arriesgarse a que la grúa se llevara el coche por aparcar en el callejón?

– No había sitio para aparcar cuando llegamos allí.

– Cuando llegué hoy al aeropuerto, me dirigí directamente a El Gallo Rojo, y le pregunté al camarero. Dijo que había sido una noche tranquila, y que había sitio de sobra en la calle cuanto comenzó su turno a la siete. Vosotros llegasteis allí a las siete y cuarto, ¿no es así?

– No estoy seguro.

– Eso es lo que dijo el camarero.

– Para en el arcén. No tengo por qué aguantar esto.

– Sí, sí que tienes. -Pero Jane se detuvo en un lado de la calle y apagó el motor-. Habla conmigo. ¿Quién te pagó para que le tendieras una trampa a Mike?

– Nadie.

– ¿Entonces lo hiciste tú porque le guardabas rencor?

– Por supuesto que no.

– Entonces volvamos a empezar desde cero.

– No tengo nada que ver con todo esto.

– Y una mierda. -Jane lo miró fijamente a los ojos-. Estabas muerto de miedo. Casi lo pude oler en el cementerio. No estabas apenado; estabas adoptando una fachada, porque tenías miedo de que alguien pudiera sospechar la verdad.

Paul desvió la mirada.

– La policía no lo cree así.

– Lo creerán, cuando tenga una conversación con ellos. Soy hija de un poli; eso es casi como ser de la familia. Prestarán atención cuando les pida que te investiguen más detenidamente.

– No encontrarán nada. Ni que fuera un delincuente juvenil. Procedo de una buena familia.

– Y yo provengo de los barrios más asquerosos de Atlanta, donde las putas, los proxenetas y toda clase de escoria camina por la calle. Por eso puedo reconocer la escoria cuando la veo.

– Déjame salir del coche.

– Cuando me digas quién te pagó y por qué.

Paul apretó los labios.

– No eres más que una mujer. Podría obligarte a abrir esta puerta en el momento que lo decida. Sólo estoy apaciguándote.

– Soy una mujer criada por un poli que sirvió en los cuerpos especiales de la Armada, y que quiso que fuera capaz de mantenerme a salvo por mis propios medios. La primera norma de Joe fue: no desperdicies tu tiempo, si te atacan. Da por sentado que te van a matar y actúa en consecuencia: mátalos.

– Estás faroleando.

– Te estoy contando como son las cosas. Fuiste tú, el que me amenazaste. Lo único que quiero ahora mismo es información.

– No vas a conseguirla. ¿Crees que no sé que vas a ir corriendo a la policía? -le espetó-. Y no fue culpa mía. Nada fue culpa mía.

Una grieta en la coraza.

– Nadie se lo va a creer, si no vas a la policía y confiesas.

– ¿Confesar? Son los delincuentes los que confiesan. Yo no he hecho nada delictivo. No lo sabía. -La miró con nerviosismo-. Y les diré que has mentido, si les dices que yo…

– ¿Qué es lo que no sabías?

Paul guardó silencio. Sin embargo, Jane podía sentir su terror; casi estaba allí. Tenía que presionarlo un poco más.

– Fuiste cómplice del asesinato. Te encerrarán y tirarán la llave. ¿O este Estado tiene pena de muerte?

– Zorra.

Desmoronamiento. Había que presionar con más fuerza.

– Iré a la policía directamente desde aquí. Probablemente te detengan dentro de unas horas. Si me dices lo que quiero saber, dejaré que te entregues tú mismo e intentes salir de esta como puedas.

– No es culpa mía. Se suponía que no tenía que ocurrir nada. Dijeron que sólo querían hablar contigo y que tú no estabas cooperando.

– ¿Quién quería hablar conmigo?

Paul no respondió.

– ¿Quién?

– No lo sé. Leonard… No lo recuerdo.

– ¿Era Leonard el nombre de pila o el apellido?

– Ya te lo he dicho… No lo sé. El apellido. Si es que era su verdadero apellido.

– ¿Por qué habrías de dudarlo?

– No sé, hasta… Yo no quería que Mike muriese… No quería hacer daño a nadie.

– ¿Sabes el nombre de pila de Leonard?

Guardó silencio durante un momento.

– Ryan.

– ¿Cuál era el nombre del otro hombre?

– No tengo ni idea. Nunca me presentó. Leonard fue el único que habló.

– ¿Dónde los encontraste?

– No los encontré, exactamente. Yo estaba sentado en un bar hace unas semanas, y ellos se sentaron y empezaron a hablar. Yo necesitaba el dinero, y ellos me prometieron que todo iría bien. Todo lo que tenía que hacer era asegurarme de que fueras al callejón para que pudieran hablar contigo.

– Y eso no era difícil, ¿verdad? Dado que Mike era tan fácil de manejar. Sólo había que tirar de unas cuantas cuerdas, y él se pondría a bailar.

– Me gustaba Mike. No quería hacerle daño.

– Pues se lo hiciste. Hiciste que se sintiera un incompetente, y luego le tendiste una trampa.

– Necesitaba el dinero. Harvard es caro, y mis padres apenas pueden permitirse pagar la matrícula. Estaba viviendo como un indigente.

– ¿No pensaste en conseguir un trabajo?

– ¿Como tú? -preguntó agriamente-. Tan perfecta. Mike odiaba eso de ti.

No debía permitir que notara lo que dolía aquella pulla.

– ¿Cómo podemos encontrar a ese tal Ryan Leonard?

Paul se encogió de hombros.

– No tengo ni idea. Me dieron la mitad del dinero cuando acepté hacerlo, y dejaron un sobre con el resto del dinero en mi apartado de correos cuando les llamé y les dije que te llevaría a El Gallo Rojo aquella noche. No he tenido noticias de ellos desde entonces.

– ¿Sigues teniendo el sobre?

Él asintió con la cabeza.

– No me he gastado el dinero. Sigue en el sobre. Después de que Mike fuera… Estaba tan asustado, que ni siquiera lo ingresé en el banco. Pensé que podría parecer comprometedor, si tenía que ir a la policía. Pero no tiene ninguna dirección. Es sólo un sobre en blanco.

– ¿Dónde está?

– En mi habitación de la residencia.

– ¿Dónde?

– En mi libro de literatura inglesa.

– ¿Y viste al otro hombre aquella noche?

– Ya te dije que sí. ¿Por qué?

– Porque yo sólo vi a uno. Necesito una descripción.

– ¿Ahora?

– No, ahora no. -Ya no soportaba más. Quitó el seguro de la puerta-. Largo. Te doy dos horas para que vayas a la comisaría e intentes convencerles de lo inocente que eres. Si huyes, haré que te persigan. -Apretó los labios-. Y yo también te perseguiré.

– No soy idiota. Me entregaré. No es que te tenga miedo; simplemente es lo más inteligente. -Salió del coche. Su miedo se estaba desvaneciendo, y sonrió con un poquito de bravuconería-. No me pasará nada. Puede que todo se arregle con un acuerdo con el fiscal. Lo tengo todo a mi favor. Soy joven e inteligente, y creerán que solo soy un buen chico que cometió un error de juicio.

A Jane le entraron ganas de vomitar. ¡Dios bendito!, podría estar en lo cierto.

– Dime: ¿por cuántas monedas, Paul?

– ¿Qué dices?

– ¿Qué cuánto te pagaron?

– Diez mil cuando acepté. Y otros diez cuando tendí la trampa.

– ¿Y en ningún momento te preguntaste por qué gastarían esa cantidad de dinero sólo por hablar conmigo?

– No era asunto mío. Si querían aflojar esa pasta… -Se calló cuando la miró a los ojos-. ¡Al diablo! -Giró sobre sus talones y se fue caminando por la calle a grandes zancadas.

¡Dios mío!, es un chulo. A Jane le entraron ganas de acelerar y atropellar a aquel cabrón. Había traicionado a su amigo, y lo único que le preocupaba era salvar su cuello. Apoyó la cabeza en el volante durante un instante, intentando recobrar la compostura.

Luego, arrancó el coche y buscó a tientas el teléfono. Joe contestó al segundo tono.

– Quiero que hagas algo por mí. -Miró fijamente a Paul mientras doblaba la esquina-. Paul Donnell va a entregarse a la policía dentro de dos horas.

– ¿Qué?

– Le tendió una trampa a Mike. Cobró veinte mil dólares por conseguir que Mike me llevara a aquel callejón. -Interrumpió a Joe cuando éste empezó a maldecir-. Dice que le aseguraron que sólo querían hablar conmigo. Aceptó el dinero y no hizo preguntas. Le importaba un comino.

– Hijo de puta.

– Sí. Dice que el nombre del hombre que le dio el dinero era Ryan Leonard y que no sabe nada más acerca de él. No se enteró del nombre del segundo hombre, pero lo vio lo bastante cerca para darme una descripción. Quiero que llames a Manning y le digas que consiga esa descripción antes de que Donnell intente utilizarla como medio para negociar con el fiscal. Es capaz de eso.

– Hecho. ¿Algo más?

– Dile a Manning que no se lo ponga fácil. -La voz le temblaba-. Puede que no haya apretado aquel gatillo, pero es tan culpable como el que lo hizo. No quiero que se vaya de rositas.

– Estoy sorprendido de que consiguieras hacerlo hablar.

– Yo también. Pero ya estaba asustado, y me aproveché. Voy de camino a su residencia para coger el sobre del último pago que le hizo Leonard. Se me acaba de ocurrir que podría decidir volver sobre sus pasos y coger el dinero y utilizarlo para su defensa.

– Deja que lo haga la policía. Podría haber huellas.

– Tendré cuidado. Pero la policía tiene demasiadas cortapisas. Podrían tardar demasiado en conseguir una orden para registrar su habitación, y de ninguna manera voy a dejar que ponga sus manos en ese dinero. Tengo que irme. Te llamaré más tarde, Joe. -Colgó el teléfono antes de que Joe pudiera discutir con ella.

Se alejó del bordillo, hizo un giro para cambiar de sentido y se puso en camino de nuevo hacia la residencia.


Zorra. Puta.

Paul Donnell hervía de ira mientras corría por la calle.

Siempre le habían desagradado las mujeres autoritarias, y Jane MacGuire era un ejemplo de primera calidad de todo lo que odiaba. ¡Qué lástima que Leonard no se hubiera ocupado de ella en aquel callejón!

Tenía que calmarse. Cuando hablara con la policía, tendría que parecer desconsolado aunque sincero, y culparse sólo a sí mismo. Podía manejar aquello. Podía ser muy convincente y tenía que poner a trabajar todas sus habilidades. Llamaría a su padre para que le consiguiera un abogado que se reuniera con él en la comisaría. Había leído demasiado sobre condenas debidas a aquellas primeras entrevistas con la policía. Sería respetuoso, pero le diría a aquellos pies planos que le habían aconsejado que consiguiera un abogado.

Sí, esa era la estrategia. Pero los abogados costaban dinero, y no estaba dispuesto a confiar en un abogado de oficio. Tendría el mejor, y eso exigiría…

Unos faros.

Echó un vistazo detrás de él. No, no era aquella zorra persiguiéndolo. Aquel era un coche más grande, los haces de los faros perforaban la oscuridad de la tranquila calle residencial. Dejó de mirar y aceleró el paso. Debía moverse deprisa y llegar a aquella comisaría, no fuera a ser que aquella zorra decidiera incumplir su palabra e irles a visitar antes de que él pudiera hacer su entrada. La creía muy capaz de…

Luz. Iluminándolo por completo. El estruendo de un motor acelerado.

¿Qué coño…?


Jane aparcó delante de la residencia y se bajó de un salto del coche.

No debería ser demasiado difícil entrar en la habitación de Paul, pensó mientras se dirigía rápidamente hacia la escalera. Había visitado a Mike en numerosas ocasiones, y si los de seguridad le preguntaban, podría decirles que se había dejado algo en la habitación y que quería recuperarlo. Si aquello no funcionaba, lo intentaría mediante…

– Jane.

Se puso tensa. No. Se lo estaba imaginando… No podía ser él.

Se dio la vuelta lentamente.

Trevor.

Iba vestido con unos vaqueros y un jersey verde oscuro, y tenía el mismo aspecto que el día que lo dejó en el aeropuerto, hacía cuatro años.

Trevor sonrió.

– Ha pasado mucho tiempo. ¿Me has echado de menos?

Aquello la sacó de su sorpresa de golpe. Asno arrogante.

– En absoluto. ¿Qué estás haciendo aquí?

La sonrisa de Trevor se desvaneció.

– Créeme, habría preferido mantenerme lejos de ti. No ha sido posible.

– Has hecho un buen trabajo al respecto estos últimos cuatro años. -No debería haber dicho eso. Parecía un reproche, y lo último que Jane deseaba es que él pensara que le preocupaba que la hubiera o no olvidado-. Igual que yo. Ya es agua pasada.

– Ojalá pudiera decir lo mismo. -Trevor apretó los labios-. Tenemos que hablar. Mi coche está aparcado en esta misma manzana. Ven conmigo.

Jane no se movió.

– Tengo algo que hacer. Llámame más tarde.

Él negó con la cabeza.

– Ahora.

Jane empezó a subir los escalones.

– Vete al diablo.

– Averiguarás más viniendo conmigo que de ese sobre en la habitación de Donnell.

Jane se puso tensa, y se volvió lentamente hacia él.

– ¿Cómo sabías que iba a buscar…?

– Ven conmigo. -Empezó a caminar por la calle-. Haré que Bartlett vigile la residencia para asegurarnos de que Donnell no vuelve a por el dinero.

– ¿Bartlett está aquí?

– Está esperando en el coche. -Trevor lanzó una mirada por encima del hombro-. Confías en Bartlett aunque no confías en mí.

Jane estaba intentando aclarar sus ideas.

– ¿Sabes que mi amigo Mike ha sido asesinado?

– Sí, lo siento. Sé que estabais muy unidos.

– ¿Y cómo supiste lo que ha ocurrido esta noche con Donnell?

– Hice que Bartlett pusiera un micrófono en tu coche.

– ¿Cómo?

– Y en tu habitación de la residencia. -Sonrió-. ¿Eso te enfurece lo suficiente para que me sigas y me montes la bronca?

– Sí. -Jane bajó los escalones-. Tienes toda la razón cuando dices que me enfurece.

– Bien. -Trevor avanzó por la calle-. Entonces, ven conmigo y te concederé los primeros cinco minutos para que me eches un rapapolvo.

¿Rapapolvo? Lo que quería era matarlo. Era exactamente el mismo. Totalmente seguro de sí mismo, de una desenvoltura absoluta y sin la más mínima preocupación por otros planes que no fueran los suyos.

– Estás pensando cosas malas de mí -murmuró él-. Puedo sentir las vibraciones. La verdad es que deberías darme tiempo para explicarme, antes de que te enfurezcas.

– Acabas de decirme que has puesto un micrófono en mi coche.

– Se hizo con la mejor de las intenciones. -Se paró delante de un Lexus azul-. Bartlett, tengo que hablar contigo. Vigila la residencia de Donnell y avísame si aparee.

Bartlett asintió con la cabeza mientras salía del coche.

– Es un placer. -Sonrió a Jane-. Me alegra volver a verte. Siento que sea en estas circunstancias tan tristes.

– Estoy de acuerdo. Puesto que es evidente que estabas muy ocupado poniendo micrófonos en mi coche y en mi habitación.

Bartlett lanzó una penetrante mirada de reproche a Trevor.

– ¿Era realmente necesario contarle eso?

– Sí. Dale las llaves de tu coche, Jane. Puede continuar perfectamente con la labor de vigilancia estando cómodo.

Jane hizo ademán de negarse, y entonces se encontró con los ojos negros y amables de Bartlett, que siempre le habían recordado los de Winnie the Pooh. Era inútil enfadarse con Bartlett; sólo había estado cumpliendo las órdenes de Trevor. Le lanzó las llaves del coche.

– No deberías haberlo hecho, Bartlett.

– Pensé que era lo mejor. Quizá me equivocara.

– Te equivocaste. -Jane se metió en el asiento del acompañante-. Y si regresa, no permitas que Donnell entre en esa residencia.

– Sabes que no se me da bien la violencia, Jane -añadió él con seriedad-. Aunque estoy seguro de que te lo comunicaré de inmediato.

Jane lo vio alejarse mientras Trevor se metía en el asiento del conductor.

– No deberías haberlo involucrado. Él no es un delincuente.

– ¿Cómo lo sabes? Han pasado cuatro años, y ha estado asociado conmigo. Puede que lo haya corrompido con mis malas artes.

– No todo el mundo es corrompible. -Aunque las posibilidades de cualquiera de poder resistirse a Trevor, si éste decidía ejercer aquel magnetismo e inteligencia que la había atraído hacia él, eran escasas. Era un encantador de serpientes, capaz de convencer a cualquiera de que lo negro era blanco. Lo había visto enredar las situaciones a su conveniencia durante aquellas semanas que habían estado juntos, y conocía la fuerza deslumbrante de su elocuencia-. Y te gusta Bartlett. No lo respetarías si pudieras convertirlo en un hombre servil.

Trevor se rió entre dientes.

– Tienes razón. Pero no hay ningún peligro de que Bartlett se convierta en un ser servil. Tiene demasiado carácter.

– ¿Cómo lo convenciste para que pusiera un micrófono en mi coche?

– Le dije que eso contribuiría a tu seguridad. -Su sonrisa se esfumó-. Aunque no esperaba que abordaras a Donnell. Eso podría haber sido peligroso. Un hombre desesperado es siempre imprevisible.

– Estaba asustado. Te darías cuenta.

– Se sabe de hombres asustados que han reaccionado atacando.

– Él no, y ya se ha acabado. No es asunto tuyo. -Volvió la cara hacia él-. ¿O sí? Dijiste que podrías decirme más que ese sobre. Hazlo.

– El nombre del otro hombre probablemente sea Dennis Wharton. Suele trabajar con Leonard.

– ¿Cómo lo sabes?

– Me crucé con él en el pasado.

– ¿Entonces por qué no le dijiste a la policía que sabías quién mató a Mike?

– No quería que huyeran.

– ¿Por qué no?

– Los quiero para mí -dijo sencillamente-. La policía no siempre es eficaz. No quería arriesgarme a que Leonard y Wharton tuvieran otra oportunidad contigo.

– ¿Y pensaste que lo intentarían?

– Mientras la situación no sea demasiado arriesgada. La policía no está haciendo muchos progresos. Apostaría a que esos dos harán al menos un intento más, antes de que envíen a otro a culminar el trabajo.

– ¿Quién lo va a enviar?

Trevor negó con la cabeza.

– En serio, Jane, no te lo puedo contar todo. Entonces me quedaría sin bazas para negociar.

– ¿Por qué me perseguían?

– Creen que eres un valioso activo en el juego.

– ¿Juego? -Jane cerró las manos con fuerza-. Eso no fue ningún juego. Mike murió en aquel callejón.

– Lo siento -dijo Trevor con dulzura-. No creo que tuvieran intención de matarlo. Fue un accidente.

– Eso no es ningún consuelo. ¿Y cómo sabes que no tenían intención de que ocurriera? ¿Qué tienes tú que ver con todo esto?

– Todo. Probablemente sea culpa mía.

– ¿Qué?

– Debería haber venido antes. Confiaba en estar equivocado y que no hubiera efectos colaterales, así que en su lugar envié a Bartlett. Debería haberte arropado y llevado conmigo.

– No tiene ningún sentido lo que dices. ¿De qué va todo esto?

– De Cira.

Jane se quedó petrificada.

– ¿Qué?

– O para ser más exactos: del oro de Cira.

Ella lo miró de hito en hito, estupefacta.

– Un cofre lleno de oro de unos dos mil años de antigüedad. Sólo esto lo haría excepcionalmente valioso. Y el hecho de que Julius Precebio se lo diera a su amante, Cira, contribuiría aun más al halo de misterio.

– ¿Lo encontraste?

– No, pero estoy sobre la pista. Por desgracia, hay otras personas que saben que le sigo el rastro y que están buscando la manera de conseguir una ventaja. -Inclinó la cabeza hacia ella-. Y la encontraron.

– ¿Yo?

– ¿Quién si no?

– ¿Por qué habrían de creer…?

Trevor apartó la mirada de ella.

– Apostaría a que suponen que podrías ser mi talón de Aquiles.

– ¿Por qué?

– ¿Quizá por nuestro pasado? La vez que estuvimos juntos en Herculano recibió una publicidad bastante notable.

– Eso es ridículo. Tú no tienes ningún talón de Aquiles.

Trevor se encogió de hombros.

– Como te decía, están buscando obtener una ventaja. Nunca dije que la encontraran. Pero no quería venir aquí por miedo a que pareciera confirmar que tenían razón, así que envié a Bartlett.

– Y utilizaron a Mike para llegar a mí -dijo ella débilmente-. Y a ese condenado oro.

– Sí.

– ¡Malditos sean! -Guardó silencio durante un instante-. ¡Maldito seas tú!

– Ya sabía que pensarías eso. Pero ya no hay nada que pueda hacer, salvo controlar los daños.

– El daño ya está hecho.

– Puede que eso sólo sea el comienzo. Utilizaron a Mike Fitzgerald para llegar a ti. ¿Quién te dice que no utilizarán a alguien más que te importe?

La mirada de Jane salió desviada hacia su cara como una flecha.

– ¿Eve? ¿Joe?

– Bingo. Irías a cualquier parte, harías lo que fuera por ellos.

– Nadie le vas a hacer daño -dijo ella con fiereza.

– Entonces, tu mejor apuesta es evitar que se involucren en lo más mínimo. Aleja el peligro de ellos, y ve a algún lugar donde estés a salvo.

– ¿Y dónde está ese lugar? -preguntó ella con sarcasmo.

– Conmigo. Te mantendré a salvo, y no tendrás que preocuparte por estar a miles de kilómetros de distancia.

– Me importan un bledo tus malditas preocupaciones. Me mantendré a salvo por mis propios medios. Nunca debiste haber… -Se calló cuando su teléfono sonó. Miró el identificador de llamadas-. Es Joe.

– Donnell está muerto -le dijo Joe cuando descolgó-. Y la policía quiere hablar contigo.

– ¿Muerto? -Se quedó paralizada-. ¿De qué estás hablando? No puede estar muerto. -Vio que Trevor se ponía tenso-. Acabo de estar con él hace poco más de una hora.

– ¿Dónde?

– Lo dejé en mi coche en una de las calles secundarias a unos seis kilómetros de aquí. -Intentó recordar el nombre de la calle-. No recuerdo en cuál. No presté mucha atención.

– A Donnell lo mató un conductor que se dio a la fuga en Justine Street. Hubo un testigo, un vecino de una de las casas que vio cómo un coche de color claro se subía a la acera y lo atropellaba.

– Así que no fue ningún accidente.

– No es probable. Después de atropellado, el conductor reculó para volver a pasarle por encima.

– ¿Cogió el testigo la matrícula?

– No. El muchacho se había tomado un par de copas y estaba como una cuba. Tuvo suerte de poder marcar el número de la policía e informar de lo que había visto. ¿Dónde estás? Enviaré a Manning para que te recoja y hagas una declaración.

Jane seguía sin poder creérselo.

– Lo han matado…

– De eso es de lo que tienes que convencer a Manning.

– ¿A qué te refieres?

– Lo mató un sedán de color claro. Tú conduces un Toyota Corolla claro. Donnell había admitido ante ti haber sido cómplice de la muerte de Mike. Tú acababas de volver del funeral de tu amigo y estabas comprensiblemente irritada.

– Pero llamaste a Manning y le dijiste que Donnell iba a ir a entregarse voluntariamente.

– Y que estabas preocupada porque pudiera escapar. Suma dos y dos, Jane. ¿Acaso no es razonable que pudieras haber cambiado de idea y vuelto para tomarte la justicia por tu mano?

– No. -De repente le vino a la memoria el instante en que había pensado realmente lo mucho que le gustaría atropellar a aquel chulo hijo de puta-. Podría haber tenido la tentación, pero no soy idiota.

– Y los convencerás de que no lo hiciste. Te llevará algún tiempo, pero lo conseguirás. Haré que un abogado se reúna contigo en la comisaría, y yo mismo me presentaré allí antes de dos horas.

– ¡Por Dios!, ¿de verdad piensas que me van a acusar?

– No quiero correr el riesgo sin estar preparado. ¿Dónde estás ahora?

– Sigo en la residencia de Donnell.

– Quédate ahí. -Joe colgó el teléfono.

Jane apretó lentamente el botón de desconexión.

– ¿Donnell está muerto? -preguntó Trevor.

– Lo atropellaron y se dieron a la fuga. Un sedán de color claro. -Meneó la cabeza-. Es una locura. Joe cree que pueden acusarme.

– No. -Trevor arrancó el motor y se alejó de la acera-. Eso no va a ocurrir.

– ¿Adónde vas? Joe me dijo que me quedara aquí hasta que Manning…

– Y estoy seguro de que lo hizo con la mejor de sus intenciones, pero de ninguna manera voy a arriesgarme a que te metan en la cárcel, siquiera sea temporalmente. Hay demasiadas maneras de llegar hasta los detenidos. -Avanzó hasta ponerse a la altura de Bartlett, que estaba sentado en el coche de Jane-. Sal. Nos vamos al aeropuerto.

– Y un cuerno vamos -dijo Jane-. Yo no voy a ninguna parte contigo.

– Vas a ir al aeropuerto -dijo Trevor mientras Bartlett se metía de un salto en el asiento trasero-. Una vez allí, es cosa tuya. Pero podrías considerar que Donnell fue asesinado para eliminar a un posible testigo. Eso te dará algún indicio de la magnitud de lo que está en juego. Tanto Mike Fitzgerald como Mike Donnell han caído, y sólo eran unos actores secundarios. Por otro lado, tú eres el objetivo primordial. Y Eve y Joe pueden ser incluidos entre las prioridades, si andas cerca de ellos. ¿Cómo vas a cuidar de ellos, si estás encerrada?

– No hay ninguna seguridad de que me vayan a encerrar. Si examinan mi coche, no encontrarán ningún daño.

– Pero podrían incautarse de él para someterlo a una prueba en profundidad. Y podrían retenerte temporalmente hasta que quedaras limpia de sospecha. ¿Y estás dispuesta a correr ese riesgo? Piensa en ello. -Apretó el acelerador-. Házmelo saber cuando lleguemos al aeropuerto.


* * *
Загрузка...