26 Discordia

Rand se precipitó en la sala principal del Defensor de las Murallas del Dragón y subió presuroso las escaleras, sonriendo al advertir la mirada de estupor que le había dirigido el posadero. Rand sentía deseos de sonreír por todo. «¡Thom está vivo!»

Abrió de golpe la puerta de su dormitorio y se encaminó directamente al armario.

Loial y Hurin se asomaron por la otra puerta, ambos en mangas de camisa y con pipas en la boca que exhalaban finas volutas de humo.

—¿Ha ocurrido algo, lord Rand? —inquirió ansiosamente Hurin.

Rand se colgó al hombro el hatillo formado con la capa de Thom.

—Lo mejor que podía suceder, dejando a un lado la llegada de Ingtar. Thom Merrilin está vivo. Y está aquí, en Cairhien.

—¿El juglar del que me hablaste? —dijo Loial—. Eso es fantástico, Rand. Me gustaría conocerlo.

—Entonces ven conmigo, si Hurin quiere quedarse a vigilar.

—Será un placer, lord Rand. —Hurin se sacó la pipa de los labios—. Esa gente de la sala de abajo no ha parado de tratar de sonsacarme, sin dejar traslucir sus actividades, claro está: quién sois, mi señor, y por qué estáis en Cairhien. Les he dicho que estábamos esperando a unos amigos pero, siendo cairhieninos, han imaginado que estaba encubriendo algo más importante.

—Que piensen lo que quieran. Vamos, Loial.

—Creo que no. —El Ogier suspiró—. De veras preferiría quedarme aquí. —Alzó un libro, una de cuyas páginas marcaba con uno de sus gruesos dedos—. Puedo conocer a Thom Merrilin en otra ocasión.

—Loial, no puedes quedarte encerrado aquí para siempre. Ni siquiera sabemos cuánto tiempo estaremos en Cairhien. De todas maneras, no hemos visto ningún Ogier. Y, si los vemos, no irán a perseguirte, ¿verdad?

—No a perseguirme exactamente, pero… Rand, tal vez me precipité al abandonar el stedding Shangtai de ese modo. Es posible que me vea envuelto en problemas cuando vuelva a casa. —Sus orejas languidecieron—. Aunque espere a ser tan viejo como el abuelo Halan. Quizás encuentre un stedding abandonado para quedarme allí hasta entonces.

—Si el abuelo Halan no te deja regresar, podrías vivir en el Campo de Emond. Es un sitio bonito.

—Estoy seguro de que lo es, Rand, pero ésa no sería una buena solución. Verás…

—Ya hablaremos de ello cuando llegue el momento, Loial. Ahora vas a venir a visitar a Thom.

El Ogier duplicaba la altura de Rand, pese a lo cual éste lo obligó a ponerse su larga túnica y la capa y bajar las escaleras. Al llegar al comedor, Rand guiñó el ojo al posadero y luego rió al ver su desconcertado semblante. «Que piense que salgo a interpretar ese maldito Gran Juego. Que piense lo que le venga en gana. Thom está vivo».

Una vez que hubieron traspuesto la puerta de Jangai, en la muralla oriental de la ciudad, todo el mundo parecía conocer el Racimo de Uvas. Rand y Loial pronto se encontraron allí, en una calle tranquila, considerando que era de extramuros, con el sol habiendo cumplido la mitad de su curso en el cielo de la tarde.

Era un viejo edificio destartalado de tres pisos, en madera, pero la sala principal estaba limpia y llena de gente. Algunos hombres jugaban a los dados en un rincón y varias mujeres a los dardos en otro. La mitad de ellos, delgados y pálidos, tenían aspecto de ser cairhieninos, pero Rand escuchó acentos de Andor, así como otros que no identificó. Todos vestían a la usanza de extramuros, entremezclando estilos de una docena de países distintos. Unos cuantos volvieron la cabeza al entrar ellos, pero enseguida volvieron a centrar la atención en sus dedicaciones.

La posadera era una mujer de pelo tan blanco como el de Thom y unos vivos ojos que examinaron a Loial y a Rand. No era cairhienina, a juzgar por su piel oscura y su acento.

—¿Thom Merrilin? Sí, tiene una habitación. Al final de las escaleras, la primera puerta a la derecha. Seguramente Dena os dejará esperarlo allí… —Miró la roja chaqueta de Rand, con las garzas en el cuello y las doradas zarzas bordadas en la manga, y la espada—, mi señor.

Las escaleras crujían de tal modo bajo las botas de Rand, por no mencionar las de Loial, que aquél temió que el edificio no resistiera mucho tiempo más.

Halló la puerta y llamó, preguntándose quién sería Dena.

—Adelante —respondió una voz femenina—. Yo no puedo abrirla.

Rand empujó dubitativamente la puerta y asomó la cabeza. Una gran cama destartalada pegada a una de las paredes, un par de armarios, varios baúles y cofres, una mesa y dos sillas de madera abarrotaban la habitación. Una esbelta mujer estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas haciendo girar en círculo seis bolas de colores.

—Sea lo que sea —indicó, con la mirada centrada en sus ejercicios—, dejadlo en la mesa. Thom os pagará cuando esté de regreso.

—¿Sois Dena? —preguntó Rand.

La mujer cazó las pelotas al vuelo y se volvió para mirarlo. Sólo tenía algunos años más que él y era guapa, con una clara piel cairhienina y una melena oscura que le llegaba a los hombros.

—No os conozco. Ésta es mi habitación, mía y de Thom Merrilin.

—La posadera ha dicho que tal vez nos permitierais esperar aquí a Thom —dijo Rand—. Si sois Dena.

—¿Nos? —Rand entró en la habitación a fin de que Loial pudiera asomarse. La mujer enarcó las cejas entonces—. De modo que los Ogier han regresado. Soy Dena. ¿Qué queréis? —Miró la chaqueta de Rand de manera tan deliberada que resultó evidente su propósito de no añadir «mi señor», aun cuando volvió a enarcar las cejas al advertir las garzas de la empuñadura y la vaina de su espada.

—Le he traído a Thom el arpa y la flauta —explicó Rand, levantando el hatillo—. Y quería visitarlo además —se apresuró a añadir, pues la mujer parecía a punto de decirle que se fuera—. Hacía mucho tiempo que no lo veía.

—Thom siempre se queja de que perdió la mejor flauta y la más preciosa arpa que tuvo nunca. Diríase que fue un bardo de corte, por la manera como las elogia. Muy bien. Podéis esperar, pero yo debo practicar. Thom dice que me dejará dar una representación en las salas la próxima semana. —Se levantó grácilmente y tomó una de las dos sillas, haciendo señas a Loial para que se sentara en la cama—. Zera le haría pagar a Thom por seis sillas si rompierais una de éstas, amigo Ogier.

Rand le dio sus nombres mientras tomaba asiento en la otra silla, que crujió de manera alarmante bajo su peso.

—¿Sois la aprendiza de Thom? —preguntó con cierta timidez.

Dena esbozó una sonrisa.

—Podría decirse. —Había reanudado los malabarismos y tenía fija la mirada en las danzantes bolas.

—Nunca he oído hablar de una mujer juglar —comentó Loial.

—Yo seré la primera. —El primer gran círculo se transformó en dos más pequeños que se entrecruzaban—. Voy a ver la totalidad del mundo antes de que acaben mis días. Thom dice que cuando tengamos bastante dinero iremos a Tear. —Se puso a hacer girar tres bolas en cada mano—. Y luego tal vez a las islas de los Marinos. Los Atha’an Miere pagan bien a los juglares.

Rand observó la habitación, con todos sus baúles y cofres. No parecía la morada de alguien que pretendiera mudarse pronto. En la ventana había incluso una flor en una maceta. Posó la mirada en la gran cama en la que estaba sentado Loial. «Ésta es mi habitación, mía y de Thom Merrilin». Dena le dirigió una mirada retadora a través de la gran rueda que había vuelto a componer, y Rand se sonrojó.

—Tal vez deberíamos aguardar abajo —insinuó tras aclararse la garganta. Entonces se abrió la puerta y Thom entró con la capa ondeándole en torno a los tobillos y los parches agitados por el movimiento. Llevaba unas fundas de flauta y arpa a la espalda, de madera rojiza, pulida por el roce de la mano.

Dena hizo desaparecer las pelotas en su vestido y corrió a arrojarse a los brazos de Thom.

—Te he echado de menos —dijo, antes de besarlo.

El beso duró cierto tiempo, tanto que Rand comenzaba a plantearse la conveniencia de que él y Loial salieran, pero entonces Dena se apartó de Thom con un suspiro.

—¿Sabes lo que ha hecho ese necio de Seaghan, muchacha? —preguntó Thom, mirándola—. Pues ha contratado un grupo de patanes que se autodenominan «actores» y que van por ahí con la pretensión de ser Rogosh Ojo de Águila, Blaes, Guidal Cain y… ¡Aaagh! Llevan trozos de lona pintada detrás de ellos, que hace que los espectadores crean supuestamente que esos idiotas están en la Sala de Matuchin o en los altos puertos de las Montañas Funestas. Yo hago que el oyente vea cada estandarte, cada batalla, que sienta todas las emociones posibles. Yo les hago creer que ellos son Gaidin Cain. Le van a destruir el local a Seaghan si presenta a esa pandilla después de mi representación.

—Thom, tenemos visita. Loial, hijo de Arent hijo de Halan. Oh, y un muchacho que se hace llamar Rand al’Thor.

Thom miró con entrecejo fruncido a Rand por encima de la cabeza de la chica.

—Déjanos solos un rato, Dena. Toma. —Le puso unas monedas de plata en la mano—. Tus cuchillos están listos. ¿Por qué no vas a pagarlos a Ivon? —Le acarició la tersa mejilla con un nudoso dedo—. Ve. Te recompensaré la ausencia.

Ella lo miró con aire sombrío, pero se colocó la capa sobre los hombros y salió, murmurando:

—Mejor será que Ivon tenga la balanza en condiciones.

—Un día será un bardo —anunció Thom con una nota de orgullo cuando se hubo ido— Escucha un cuento una vez, sólo una vez, fíjate en lo que te digo, y ya lo ha aprendido, no sólo las palabras, sino cada matiz, cada fluctuación de ritmo. Tiene buena mano con el arpa y ya tocaba mejor la flauta la primera vez que la cogió de lo que tú has logrado nunca. —Dejó las fundas de los instrumentos sobre uno de los grandes baúles y luego se dejó caer en la silla que ella había dejado vacía—. Cuando pasé por Caemlyn de camino hacia aquí, Basel Gill me comunicó que te habías ido en compañía de un Ogier. Entre otros. —Inclinó la cabeza en dirección a Loial, haciendo un floreo con la capa a pesar de estar sentado—. Es un placer conocerte, Loial, hijo de Arent hijo de Halan.

—El placer es mío, Thom Merrilin. —Loial se levantó para hacer una reverencia a su vez; cuando estuvo de pie, su cabeza casi rozó el techo, y se apresuró a volver a sentarse—. La joven ha dicho que quiere ser juglar.

La sacudida de cabeza de Thom fue despreciativa.

—Ésa no es vida para una mujer. Tampoco es muy indicada para un hombre, a decir verdad: vagar de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, preguntándote de qué manera te van a timar la próxima vez, sin saber la mayoría de las veces cuándo vas a ingerir la siguiente comida. No, voy a quitárselo de la cabeza. Será un bardo de la corte de un rey o una reina algún día. ¡Aaaah! No habéis venido aquí para charlar acerca de Dena. Mis instrumentos, chico. ¿Los has traído?

Rand le tendió el hatillo por encima de la mesa. Thom lo desató apresuradamente —Pestañeó al ver su vieja capa, tan cubierta de abigarrados parches como la que llevaba ahora— y abrió la dura funda de cuero de la flauta, asintiendo con la cabeza al ver el instrumento de oro y plata que reposaba en su interior.

—Me gané el lecho y la comida con ella después de separarnos —le informó Rand.

Lo sé —replicó secamente el juglar—. Paré en una de las mismas posadas, pero tuve que componérmelas con malabarismos y algunas historias sencillas dado que tú tenías mi… ¿No habrás tocado el arpa? —Entonces abrió el otro estuche y sacó un arpa de oro y plata tan elaborada como la flauta; la acarició tan amorosamente como si fuera un recién nacido—. El arpa es demasiado delicada para las torpes manos de un campesino.

—No la he tocado —le aseguró Rand.

Thom hizo sonar dos cuerdas, parpadeando.

—Al menos la has mantenido afinada —murmuró.

Rand se inclinó sobre la mesa y acercó la cabeza a la del juglar.

—Thom, queríais ir a Illian para ver partir la Gran Cacería y ser uno de los primeros en componer nuevas historias basadas en ella, pero no pudisteis. ¿Qué os parecería si os dijera que todavía podéis participar en ello? ¿Desde una perspectiva muy importante?

Loial se revolvió, inquieto.

—Rand, ¿pero estás seguro…? —Rand lo acalló con un gesto, sin apartar los ojos de Thom.

Thom miró al Ogier y frunció el entrecejo.

—Eso dependería de las condiciones. Si tienes motivos para creer que uno de los Cazadores va a venir por aquí… Supongo que ya habrán salido de Illian, pero tardaría semanas en llenar a Cairhien, cabalgando en línea recta, ¿y por qué iba a hacerlo? ¿Es uno de esos tipos que no fueron a Illian? Nunca entrará en las historias sin haber recibido la bendición, haga lo que haga.

—No importa si la Cacería ha partido o no de Illian. —Rand percibió cómo Loial retenía el aliento—. Thom, tenemos el Cuerno de Valere.

Por un momento reinó un silencio de muerte, que Thom interrumpió prorrumpiendo en carcajadas.

—¿Que vosotros dos tenéis el Cuerno? ¿Un pastor y un Ogier imberbe tienen el Cuerno de…? —Volvió a estallar en risas, golpeándose la rodilla— ¡El Cuerno de Valere!

—Pero sí lo tenemos —aseveró Loial muy serio.

Thom respiró hondo, todavía aquejado por las secuelas de la risa.

—No sé qué habéis encontrado, pero puedo llevaros a diez tabernas donde un tipo os dirá que conoce a un hombre que conoce al hombre que ya ha hallado el cuerno, y también os explicará cómo lo encontró…, siempre que le paguéis la cerveza. Puedo llevaros a ver a tres hombres que os venderán el Cuerno y que jurarán por la salvación de sus almas ante la Luz que es el genuino y verdadero. Hay incluso un noble en la ciudad que pretende tener el Cuerno cerrado bajo llave en su casa solariega. Sostiene que es un tesoro que vienen heredando en su casa desde el Desmembramiento. No sé si los Cazadores encontrarán alguna vez el Cuerno, pero mientras tanto irán en pos de miles de pistas falsas.

—Moraine afirma que es el Cuerno —arguyó Rand, con lo cual atajó el alborozo de Thom.

—¿De veras? Creí que me habías dicho que ya no estaba contigo.

—Y no está, Thom. No la he visto desde que abandoné Fal Dara, en Shienar, y durante el mes anterior no me dirigió más de dos palabras seguidas. —No logró ocultar la amargura en la voz. «Y, cuando me habló, preferí que hubiera continuado haciendo caso omiso de mi presencia. Nunca más volveré a bailar al compás de su melodía, así la Luz la consuma a ella y a todas las Aes Sedai. No. A Egwene no. Ni a Nynaeve». Era consciente de que Thom lo observaba con atención—. No está aquí, Thom. No sé dónde está ni tampoco me importa.

—Bien, al menos tienes el juicio de mantenerlo en secreto. De lo contrario, a estas alturas se sabría en todo extramuros y la mitad de Cairhien estaría acechando para robarlo. La mitad del mundo.

—Oh, lo hemos mantenido en secreto, Thom. Y tengo que llevarlo de nuevo a Fal Dara, evitando que se lo lleven los Amigos Siniestros o cualquier otra persona. De ahí podéis sacar una buena historia, ¿no es cierto? Y yo podría contar con un amigo que conoce el mundo. Habéis estado en todas partes y sabéis cosas que yo no alcanzo ni a imaginar. Loial y Hurin disponen de mayores conocimientos que yo, pero todos estamos empantanados.

—¿Hurin? No, no me lo expliques. No quiero saberlo. —El juglar corrió la silla hacia atrás y fue a mirar por la ventana—. El Cuerno de Valere. Eso significa que se avecina la última Batalla. ¿Quién va a darse cuenta de ello? ¿Has visto reír a la gente en las calles? Sólo con que las barcazas de grano pararan una semana, ya no reirían. Galldrain pensaría que se han convertido todos en Aiel. Todos los nobles toman parte en el juego de las Casas, intrigando para aproximarse al rey, conspirando para obtener un poder superior al del rey, conjurándose para deponer a Galldrain y ser el siguiente soberano, o soberana. Pensarán que el Tarmon Gai’don no es más que una nueva estratagema del Juego —Se volvió, dando la espalda a la ventana—. Supongo que no estás proponiéndote cabalgar simplemente hasta Shienar y entregar el Cuerno a… ¿A quién?… ¿Al rey? ¿Por qué a Shienar? Todas las leyendas relacionan Illian con el Cuerno.

Rand miró a Loial y vio que tenía las orejas abatidas.

—A Shienar, porque no sé a quién entregarlo aquí. Y hay trollocs y Amigos Siniestros que nos siguen los pasos.

—¿Por qué no me sorprende esto? No. Puede que sea un viejo idiota, pero lo seré a mi manera. Quédate tú con la gloria, chico.

—Thom…

—¡No!

Hubo un largo silencio, interrumpido únicamente por los crujidos que producía Loial al moverse encima de la cama.

—Loial —inquirió al fin Rand—, ¿te importaría dejarnos a Thom y a mí a solas un momento, por favor?

Loial se mostró sorprendido, pero asintió y se puso en pie.

—Esa partida de dados del comedor parecía interesante. Tal vez me dejen jugar.

Thom miró con suspicacia a Rand cuando la puerta se cerró tras el Ogier.

Rand vaciló. Había cosas que necesitaba saber, cosas que estaba seguro de que Thom, conocía, pero no sabía cómo preguntarlas.

—Thom —inquirió por fin—, ¿hay algún libro que contenga el Ciclo Kareathon? —Le resultó más sencillo darle ese nombre en lugar de hablar de las Profecías del Dragón.

—En las grandes bibliotecas —repuso lentamente Thom—. Hay varias traducciones e incluso se encuentra en la Antigua Lengua. —Rand se disponía a preguntar si existía la posibilidad de que él localizara alguna, pero el juglar siguió hablando—. La Antigua Lengua es muy musical, pero hay demasiadas personas, incluso entre los nobles, que se impacientan al escucharla hoy en día. En principio los nobles han de conocer la Antigua Lengua, pero hay muchos que solamente aprenden lo suficiente para impresionar a la gente que la desconoce. Las traducciones no tienen la misma sonoridad, a menos que estén en Cántico alto, y en ocasiones eso trastoca aún más el significado que la mayoría de traducciones. Hay un verso en el ciclo, que aunque no bien medido conserva intacto su significado, el cual dice así:

Dos veces será marcado,

dos veces para vivir y dos veces para morir.

Una vez la garza, para señalar su camino.

Dos veces la garza, para darle su verdadero nombre.

Una vez el Dragón, para el recuerdo perdido.

Dos veces el Dragón, por el precio que ha de pagar.

Alargó la mano y tocó las garzas bordadas en el alto cuello de la chaqueta de Rand. Por un momento, Rand sólo acertó a mirarlo, boquiabierto, y, cuando pudo hablar, lo hizo con voz temblorosa.

—Con la espada son cinco: empuñadura, vaina y hoja. —Volvió la mano sobre la mesa, ocultando la garza impresa en su palma. Por primera vez desde que el bálsamo de Selene había surtido efecto, la notaba allí. No le dolía, pero era consciente de ella.

—En efecto. —Thom lanzó una carcajada—. Hay otro que me viene a la memoria.

Dos veces amanece el día cuando se derrama su sangre.

Una por el luto, otra por el nacimiento.

Roja sobre negro, la sangre del Dragón mancha la roca de Shayol Ghul.

En la Fosa de la Perdición su sangre liberará a los hombres de la Sombra.

Rand sacudió la cabeza a modo de negación, pero Thom no pareció advertirlo.

—No veo cómo un día puede amanecer dos veces, pero también es cierto que muchos de los versos son bastante confusos. La ciudadela de Tear no caerá nunca hasta que el Dragón Renacido esgrima Callandor, pero la Espada que no Puede Tocarse reposa en el corazón de la ciudadela, de modo que ¿cómo va a poder esgrimirla, eh? Bien, que sea lo que la Luz quiera. Sospecho que las Aes Sedai desearían que los acontecimientos se ajustaran de la manera más aproximada posible a las profecías. Morir en algún lugar de las Tierras Malditas sería un alto precio a pagar por ir con ellas.

—Ninguna Aes Sedai está utilizándome —afirmó Rand, con una calma en la voz que estaba lejos de sentir—. Ya os he dicho que la última vez que vi a Moraine fue en Shienar. Dijo que era libre de ir a donde quisiera y me fui.

—¿Y no hay ninguna Aes Sedai contigo ahora? ¿Ninguna?

—Ninguna.

Thom se atusó los largos bigotes blancos. Parecía satisfecho y desconcertado a un tiempo.

—¿Entonces por qué haces preguntas acerca de las profecías? ¿Por qué haces salir al Ogier de la habitación?

—No…, no quería molestarlo. Ya está bastante nervioso con lo del Cuerno. Esto es lo que quería preguntaros: ¿se hace mención del Cuerno en las… las profecías? —Todavía no lograba formular claramente sus inquietudes—. Todos esos falsos Dragones, y ahora se ha encontrado el Cuerno. Se supone que el Cuerno de Valere tiene el cometido de llamar a los héroes muertos para que peleen contra el Oscuro en la última Batalla, y se supone que el… el Dragón Renacido… luchará contra el Oscuro en la última Batalla. Me ha parecido natural relacionarlo.

—Seguramente lo es. No son muchos los que saben que el Dragón Renacido participará en la Última Batalla, o, si lo saben, creen que luchará en las filas del oscuro. Son pocos los que leen las profecías para informarse de ello. ¿Qué has dicho acerca del Cuerno: «se supone»?

—He aprendido algunas cosas desde que nos separamos, Thom. Acudirán en apoyo de cualquiera que toque el Cuerno, incluso de un Amigo Siniestro.

Las enmarañadas cejas de Thom se enarcaron hasta casi rozar el nacimiento de sus cabellos.

—Pues eso lo ignoraba yo. Has aprendido unas cuantas cosas.

—Eso no significa que vaya a permitir que la Torre Blanca me use como un falso Dragón. No quiero tener nada que ver con Aes Sedai, falsos Dragones, el Poder o… —Rand se mordió la lengua. «Te vuelves loco y empiezas a farfullar. ¡Estúpido!»

—Durante un tiempo, chico, pensé que tú eras el que quería Moraine e incluso creí saber el porqué. Ya sabes que ningún hombre decide encauzar el Poder. Es algo que le sobreviene, como una enfermedad. No se puede culpar a un hombre de enfermar, aun cuando eso sea algo que pueda acarrear también la muerte propia.

—Vuestro sobrino tenía la capacidad de encauzar, ¿verdad? Me dijisteis que ése era el motivo por el que nos habíais ayudado, porque vuestro sobrino había tenido problemas con la Torre Blanca y se había encontrado solo. Sólo hay un tipo de conflicto que enfrente a los hombres con las Aes Sedai.

Thom observó la mesa con labios fruncidos.

—Supongo que carece de sentido negarlo. Compréndelo, no es el tipo de cosas que suelen divulgarse, el tener un pariente varón capaz de encauzar el Poder. ¡Aaagh! El Ajah Rojo no le dio ninguna oportunidad a Owyn. Lo amansaron y luego murió. Simplemente perdió las ganas de vivir… —Suspiró con tristeza.

Rand se estremeció. «¿Por qué no me hizo Moraine lo mismo a mí?»

—¿Una oportunidad, Thom? ¿Insinuáis que existe algún medio con el que hubiera podido afrontar su condición? ¿Sin volverse loco? ¿Sin morir al final?

—Owyn lo mantuvo a raya durante casi tres años. Nunca hizo daño a nadie. No utilizó el Poder a menos que se viera obligado y en esos casos siempre lo hizo para ayudar al pueblo. Él… —Thom extendió las manos—. Supongo que no había más alternativa. Los habitantes del lugar donde vivía me contaron que se comportó de un modo extraño a lo largo de ese último año. Se mostraban reacios a hablar de ello, y casi me apedrearon cuando se enteraron de que yo era su tío. Supongo que estaba enloqueciendo. Pero era de mi linaje, muchacho. No puedo tener en buen concepto a las Aes Sedai por lo que le hicieron, aun cuando cumplieran con su obligación. Si Moraine te ha dejado marchar, entonces te has zafado de ese asunto.

Rand guardó silencio un momento. «¡Imbécil! Por supuesto que no hay manera de afrontarlo. Vas a enloquecer y a morir hagas lo que hagas. Pero Ba’alzemon dijo…»

—¡No! —Se sonrojó ante la mirada escrutadora de Thom—. Me refiero a que… me he librado de ellas, Thom, pero todavía tengo el Cuerno de Valere. Pensad en ello, Thom: el Cuerno de Valere. Otros juglares podrían contar historias al respecto, pero vos podríais afirmar que lo tuvisteis en vuestras manos. —Advirtió que hablaba como Selene, y ello lo indujo a preguntarse dónde estaría ella—. Actualmente no hay compañía que prefiera a la vuestra, Thom.

Thom frunció el entrecejo, como si reflexionara, pero al final sacudió con firmeza la cabeza.

—Chico, me caes bien, pero sabes tan bien como yo que si os ayudé fue sólo porque había implicada una Aes Sedai. Seaghan no intenta estafarme más de lo que yo preveo, y, añadiendo a esas ganancias el Donativo Real, gano más de lo que obtendría en los pueblos. Para mi sorpresa, Dena parece amarme y, lo que es igual de sorprendente, yo correspondo a sus sentimientos. Entonces, ¿por qué debería dejar todo esto e irme para que me persigan trollocs y Amigos Siniestros? ¿Por el Cuerno de Valere? Oh, es una tentación, lo reconozco, pero no. No, no volveré a involucrarme en eso.

Se inclinó para recoger uno de los estuches de madera, largo y estrecho. Al abrirlo, dejó al descubierto una flauta, de factura sencilla pero montada con plata. Volvió a cerrarlo y lo deslizó sobre la mesa.

—Tal vez hayas de volver a costearte la cena con la música algún día, muchacho.

—Es posible —admitió Rand—. Al menos podemos hablar. Me hospedo en… —El juglar hizo un gesto para interrumpirlo.

—Una separación drástica es lo mejor, chico. Si sigues viniendo por aquí, no podré sacarme el Cuerno de la cabeza, aunque no lo menciones nunca. Y no pienso mezclarme en ello. No voy a hacerlo.


Cuando se hubo ido Rand, Thom arrojó la capa sobre la cama y se sentó acodado en la mesa. «El Cuerno de Valere. ¿Cómo consiguió encontrar ese campesino…?» Desechó rápidamente esa línea de pensamiento. Si pensaba demasiado en el Cuerno, al final se escaparía con Rand para llevarlo a Shienar. «Ése sería material digno de una historia: el traslado del Cuerno de Valere a las Tierras Fronterizas con la persecución de trollocs y Amigos Siniestros». Se acordó, ceñudo, de Dena. Aun cuando ella no lo hubiera amado, un talento como el suyo no se hallaba cada día. Y ella lo amaba, a pesar de que él no acertara a comprender por qué.

—Viejo estúpido —murmuró.

—Sí, un viejo estúpido —convino Zera desde la puerta. Thom dio un respingo; había estado tan sumido en sus cavilaciones que no había oído cómo se abría la puerta. Hacía años que conocía a Zera, a quien siempre veía de regreso de sus vagabundeos, y ella siempre sacaba provecho de su grado de amistad para decirle abiertamente lo que pensaba—. Un viejo estúpido que está inmiscuyéndose otra vez en el juego de las Casas. A menos que esté volviéndome sorda, ese joven señor tiene acento andoreño. No es cairhienino, de eso no hay duda. El Da’es Daemar ya es bastante peligroso sin que un aristócrata extranjero lo implique a uno en sus intrigas.

Thom parpadeó y luego recapacitó en el aspecto que lucía Rand. Aquella chaqueta era sin duda tan fina como la de un noble. Estaba volviéndose viejo al pasar por alto detalles como ése. Pesaroso, cayó en la cuenta de que estaba planteándose si le contaba la verdad a Zera o dejaba que continuase sosteniendo el punto de vista que ya tenía. «Sólo con que comience a pensar en el Gran Juego, ya estaré participando en él».

—El chico es un pastor, Zera, de Dos Ríos.

—Y yo soy la reina de Ghealdan —se mofó la mujer con desdén—. Ya te lo he advertido: el juego se ha vuelto más peligroso en Cairhien estos últimos años. No tiene nada que ver con lo que tú conociste en Caemlyn. Ahora se llevan a cabo asesinatos. Vas a hacer que te corten el cuello, si no andas con cuidado.

—Te he dicho que ya no participo en el Gran Juego. De eso hará pronto veinte años.

—Sí. —Su afirmación carecía de convicción—. Pero sea como fuere, y dejando aparte a los jóvenes señores extranjeros, has comenzado a dar representaciones en las haciendas de los aristócratas.

—Pagan bien.

—Y te arrastrarán a sus intrigas tan pronto como descubran el modo de hacerlo. Ven a un hombre y, con tanta naturalidad como respiran, ya están tramando cómo servirse de él. Ese joven señor que te ha visitado no va a ayudarte; van a comérselo vivo.

Desistió de tratar de convencerla de que él estaba al margen.

—¿Es eso lo que has venido a decirme, Zera?

—Sí. Olvida el Gran Juego, Thom, y cásate con Dena. Ella te aceptará, aunque sea una insensatez, considerando que no eres más que un saco de huesos con el pelo blanco. Cásate con ella y olvida a ese joven señor y el Da’es Daemar.

—Te agradezco el consejo —replicó secamente. «¿Casarme con ella? ¿Cargarla con el peso de un marido viejo? Nunca será un bardo con la amenaza de que se descubra mi pasado»—. Si no te importa, Zera, querría quedarme solo un rato. Esta noche voy a dar un espectáculo para lady Arilyn y sus huéspedes, y necesito prepararme.

La posadera le dedicó un resoplido y una sacudida de cabeza y salió dando un portazo.

Thom martilleó los dedos en la mesa. Con o sin chaqueta, Rand seguía siendo un pastor. Si hubiera sido algo más, si hubiera sido lo que Thom había sospechado, un hombre capaz de encauzar el Poder, ni Moraine ni ninguna otra Aes Sedai lo hubieran dejado suelto y sin amansar. Con Cuerno o sin él, el muchacho no era más que un pastor.

—Él se ha librado de esas cuestiones —concluyó en voz alta— y yo también.

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