49 Ineludible acontecer

Rand abrió los ojos y contempló la luz del sol que filtraban las ramas de un olmo, con sus anchas y ásperas hojas aún verdes a pesar de lo avanzado de la estación. El viento que agitaba el follaje presagiaba una tormenta de nieve y la proximidad de la noche. Yacía de espaldas, arropado con mantas y, al parecer, sin chaqueta ni camisa, pero con algo enrollado en el pecho. Le dolía el costado izquierdo. Volvió la cabeza y allí estaba Min sentada en el suelo, mirándolo. Casi no la reconoció con faldas. La muchacha sonrió con timidez.

—Min, eres tú. ¿De dónde has salido? ¿Dónde estamos?

Los recuerdos surgían de manera inconexa, entremezclando sucesos acaecidos tiempo atrás con insignificantes fragmentos conectados a los días anteriores, girando en su mente sin proporcionarle más que atisbos que perdían forma antes de que pudiera verlos con claridad.

—Vengo de Falme —respondió Min—. Ahora estamos a cinco días de camino de allí hacia oriente, durante los cuales has dormido sin parar.

—Falme. —Más recuerdos. Mat había hecho sonar el Cuerno de Valere—. ¡Egwene! ¿Está…? ¿La liberaron? —Contuvo el aliento.

—No sé quién esperabas que lo hiciera, pero está libre. Nosotras mismas la ayudamos a escapar.

—¿Nosotras? No comprendo. —«Está libre. Al menos está…»

—Nynaeve, Elayne y yo.

—¿Nynaeve? ¿Elayne? ¿Cómo? ¿Estabais todas en Falme? —Intentó incorporarse, pero ella lo obligó a tumbarse y permaneció allí, con las manos sobre sus hombros, mirándolo fijamente—. ¿Dónde está?

—Se ha ido. —Min se ruborizó—. Todos se han ido. Egwene, Nynaeve, Mat, Hurin y Verin. Hurin no quería separarse de ti. Se dirigen a Tar Valon. Egwene y Nynaeve habían de retomar sus estudios en la Torre y Mat debía ir allí por lo que quiera que vayan a hacer las Aes Sedai con relación a esa daga. Se llevaron el Cuerno de Valere con ellos. No puedo creer que lo vi con mis propios ojos.

—Se ha ido —murmuró—. Ni siquiera esperó a que despertara.

El rubor de las mejillas de Min subió de tono y ella volvió a sentarse, bajando la vista hacia el regazo.

Rand alzó las manos para recorrerse el rostro con ellas y se detuvo, mirándose las palmas con estupor. Ahora también había una garza impresa en la palma izquierda, igual que la que tenía en la derecha, con las líneas perfectamente definidas. «Una vez la garza para señalar su camino. Dos veces la garza para darle su verdadero nombre».

—¡No!

—Se han ido —repitió la muchacha—. No conseguirás cambiarlo por más que digas «no».

Sacudió la cabeza. Algo le decía que el dolor que sentía en el costado era de importancia. No recordaba haber sido herido, pero era importante. Se dispuso a levantar las mantas para mirar, pero ella le apartó las manos.

—No puedes conseguir nada bueno tocándola. Todavía no está totalmente curada. Verin intentó tratarla con los métodos de Tar Valon, pero dijo que no surtía el efecto esperado. —Titubeó, mordisqueándose el labio—. Moraine opina que Nynaeve debió de hacer algo o de lo contrario ya habrías muerto cuando te llevamos hasta Verin, pero Nynaeve afirma que estaba demasiado asustada para encender una vela. Hay… algo raro en tu herida. Deberás esperar a que se cure por sí sola. —Parecía turbada.

—¿Moraine está aquí? —Soltó una amarga carcajada—. Cuando has dicho que Verin se había marchado, pensaba que me había librado nuevamente de las Aes Sedai.

—Aquí estoy —confirmó Moraine.

Apareció, toda vestida de azul y tan serena como si se hallara en la Torre Blanca, caminando para pararse delante de él. Min la miraba con el entrecejo fruncido. Rand tuvo la extraña sensación de que quería protegerlo de la Aes Sedai

—Ojalá no fuera así —dijo a la Aes Sedai—. Por lo que a mí respecta, podéis regresar al lugar donde os escondíais y quedaros allí.

—No he estado escondiéndome —arguyó con calma Moraine—. He estado haciendo lo que se encontraba en mis manos, aquí en la Punta de Toman, y en Falme. No han sido grandes hazañas, aunque he aprendido mucho. No conseguí rescatar a dos de mis hermanas antes de que los seanchan las subieran a bordo con las Atadas con la Correa, pero hice lo que pude.

—Lo que pudisteis… Enviasteis a Verin para vigilarme, pero yo no soy un corderito, Moraine. Dijisteis que podía ir a donde quisiera y mi intención es ir a donde no estéis vos.

—Yo no envié a Verin, lo hizo por propia iniciativa. Despiertas el interés de un gran número de gente, Rand. ¿Fue Fain quien te encontró o fuiste tú quien lo localizó a él?

El repentino cambio de tema lo tomó por sorpresa.

—¿Fain? No. Menudo héroe estoy hecho. Intenté rescatar a Egwene y Min se me adelantó. Fain amenazó con abatir la desgracia sobre el Campo de Emond si no me enfrentaba a él y ni siquiera le puse los ojos encima. ¿Se fue también con los seanchan?

—No lo sé —contestó Moraine—. Ojalá lo supiera. Pero es mejor que no lo encontraras, al menos no antes de saber qué es.

—Es un Amigo Siniestro.

—Es más que eso, algo mucho peor. Padan Fain era una criatura corrompida por el Oscuro hasta los más profundos entresijos de su alma, pero creo que en Shadar Logoth cayó en las garras de Mordeth, el cual dio prueba en su combate con la Sombra del mismo grado de abyección de la que ésta es capaz. Mordeth trató de consumir el alma de Fain, de encarnarse de nuevo en un ser humano, pero halló un espíritu que había sufrido la influencia directa del Oscuro y lo que de ello resultó… Lo que de ello resultó no fue Fain ni Mordeth, sino algo mucho más vil, una mezcla de ambos. Fain…, por así llamarlo, es mucho más peligroso de lo que puedas imaginar. Posiblemente no habrías salido con vida de un encuentro con él y, de haberlo hecho, tal vez la Sombra se habría apoderado de ti hasta extremos impensables.

—Si está vivo, si no se fue con los seanchan, he de… —Interrumpió sus palabras cuando la Aes Sedai sacó su espada con la marca de la garza de debajo de la capa. La hoja terminaba bruscamente a veinticinco centímetros de la empuñadura, como si se hubiera fundido. Los recuerdos se agolparon en su conciencia—. Lo maté —dijo quedamente—. Esta vez lo maté.

Moraine puso a un lado la espada estropeada como el objeto inservible que ya era y se frotó las manos.

—El Oscuro no perece con tanta facilidad. El mero hecho de que apareciera en el cielo sobre Falme es más que un simple motivo de preocupación. En principio no debería poder hacerlo, si está cautivo como nosotros creemos. Y, si no lo está, ¿por qué no nos ha destruido a todos? —Min se agitó con nerviosismo.

—¿En el cielo? —inquirió, sorprendido, Rand.

—Los dos flotabais en el aire —precisó Moraine—. Vuestro combate tuvo lugar en el cielo, ante todas las miradas de Falme. Quizá también os vieron en otras ciudades de la Punta de Toman, si hay que dar crédito a la mitad de los rumores que he escuchado.

—Nosotras… nosotras lo vimos todo —corroboró Min con voz débil, poniendo una mano sobre la de Rand como si quisiera confortarlo.

Moraine introdujo de nuevo la mano bajo los pliegues de la capa y extrajo un pergamino enrollado, una de las grandes hojas como las que utilizaban los artistas callejeros en Falme. A pesar de que la tiza estaba algo emborronada al desplegarlo, el dibujo aún se distinguía con claridad. Un hombre de rostro llameante luchaba con una vara contra otro armado con una espada entre nubes surcadas por relámpagos, y tras ellos ondeaba el estandarte del Dragón. La cara de Rand era fácilmente reconocible.

—¿Cuántas personas han visto esto? —preguntó con impaciencia—. Rasgadlo. Quemadlo.

La Aes Sedai dejó que el pergamino volviera a enrollarse por sí solo.

—No serviría de nada, Rand. Lo compré hace dos días, en un pueblo por el que pasamos. Hay cientos de ellos, miles tal vez, y en todas partes se relata la escena del combate entre el Dragón y el Oscuro en los cielos que dominan Falme.

Rand miró a Min. Ésta asintió de mala gana y le apretó la mano. Aun cuando parecía asustada, no pestañeó siquiera. «Me pregunto si será por eso que se marchó Egwene. Estaba en su derecho al hacerlo».

—El Entramado tiende sus hilos a tu alrededor, estrechando cada vez más el cerco —afirmó Moraine—. Me necesitas más que nunca.

—No os necesito —protestó con voz ronca— ni quiero teneros a mi lado. No pienso implicarme en todo esto. —Recordó que no sólo Ba’alzemon lo había llamado Lews Therin; también Artur Hawkwing le había dado ese nombre—. No pienso hacerlo. Luz, se supone que el Dragón desmembrará de nuevo el mundo, lo desgajará todo. Yo no seré el Dragón.

—Tú eres lo que eres —aseguró Moraine—. Ya estás haciendo sentir tu presencia en el mundo. El Ajah Negro se ha dado a conocer por primera vez en dos mil años. Arad Doman y Tarabon estaban al borde de la guerra, y la situación se recrudecerá cuando lleguen allí las noticias de lo acaecido en Falme. Cairhien está en guerra civil.

—Yo no hice nada en Cairhien —protestó—. No podéis achacarme eso.

—El no hacer nada ha sido siempre una táctica en el Gran Juego —suspiró la mujer— y sobre todo de la manera como juegan ahora. Tú fuiste la chispa a cuyo contacto Cairhien explotó como el cohete de un Iluminador. ¿Qué crees que ocurrirá cuando lleguen a Arad Doman y Tarabon las noticias de los sucesos de Falme? Siempre ha habido hombres dispuestos a seguir al hombre que se autodenominara el Dragón, pero nunca hasta ahora habían tenido señales tan claras como ésta. Aún hay más. Mira. —Le arrojó una bolsa al pecho.

Titubeó un instante antes de abrirla. Dentro había fragmentos de lo que parecía cerámica blanca y negra vidriada. Había visto anteriormente un material similar.

—Otro sello de la prisión del Oscuro —murmuró.

Min emitió una exclamación; la mano que apretaba la de Rand solicitaba ahora ánimo en lugar de ofrecerlo.

—Dos —precisó Moraine—. Tres de los siete sellos están rotos. El que ya tenía y dos que encontré en la morada del Augusto Señor en Falme. Cuando los siete queden reducidos a fragmentos, tal vez antes incluso, se hará pedazos el parche que los hombres pusieron sobre el agujero que perforaron en la prisión forjada por el Creador, y el Oscuro podrá de nuevo sacar la mano por ese orificio y tocar el mundo. Y la única esperanza del mundo es que el Dragón Renacido esté aquí para hacerle frente.

Min intentó impedir que Rand se quitara las mantas de encima, pero él la empujó suavemente a un lado.

—Necesito caminar.

La muchacha lo ayudó a levantarse, suspirando y gruñendo acerca del peligro de que se le abriera la herida. Descubrió que tenía el pecho vendado. Min le cubrió los hombros con una manta que hizo las veces de capa.

Por un momento permaneció de pie mirando la espada con la marca de la garza, o lo que de ella quedaba, tendida en el suelo. «La espada de Tam. La espada de mi padre». De mala gana, con la mayor reticencia que había experimentado en toda su vida, desechó la esperanza de confirmar que Tam era realmente su padre. Sintió como si le desgarraran el corazón, pero ello no modificó para nada el afecto que había depositado en Tam ni en el Campo de Emond, el único hogar que él había conocido. «Fain es lo importante. Me queda una tarea que cumplir: detenerlo».

Las dos mujeres hubieron de sostenerlo, una por cada brazo, para bajar hasta las fogatas ya encendidas a corta distancia de un camino. Loial estaba allí, leyendo un libro, Navegar más allá del sol poniente, y Perrin contemplaba uno de los fuegos. Los shienarianos estaban realizando los preparativos para la cena. Lan, que estaba sentado bajo un árbol afilando la espada, dedicó una discreta mirada a Rand y luego un cabeceo a modo de saludo.

Había otro detalle. El estandarte del Dragón ondeaba en el viento en medio del campamento. Habían encontrado en algún sitio un asta apropiada con la que habían sustituido la improvisada por Perrin.

—¿Qué hace eso en un lugar visible para todo aquel que pase? —preguntó Rand.

—Es demasiado tarde para esconderse, Rand —respondió Moraine—. Siempre es demasiado tarde para que tú te escondas.

—Tampoco tenéis la obligación de poner un cartel indicando dónde estoy. Nunca localizaré a Fain si alguien me da muerte a causa de este pendón. —Se volvió hacia Loial y Perrin—. Me alegro de que os hayáis quedado. Si os hubierais ido, lo habría comprendido.

—¿Por qué no iba a quedarme? —replicó Loial—. Eres más ta’veren de lo que yo imaginaba, es cierto, pero sigues siendo mi amigo. Eso espero al menos. —Agitó las orejas, con incertidumbre.

—Lo soy —le aseguró Rand—. Mientras que no entrañe peligro para ti mi proximidad, e incluso después de ello. —La amplia sonrisa del Ogier casi le dividió la cara en dos.

—Yo también me quedo —anunció Perrin, con una nota de resignación, tal vez de aceptación, en la voz—. La Rueda teje una tupida tela con nosotros en el Entramado, Rand. ¿Quién lo hubiera imaginado allá en el Campo de Emond?

Los shienarianos estaban reuniéndose a su alrededor. Ante el asombro de Rand, todos se postraron de rodillas, centrando las miradas en él.

—Quisiéramos juraros vasallaje —pidió Ino. Los demás, de rodillas, asintieron, corroborando sus palabras.

—Habéis jurado fidelidad a Ingtar y a lord Agelmar —los disuadió Rand—. Ingtar murió honorablemente, Ino. Pereció para que el resto de nosotros pudiéramos escapar con el Cuerno. —No era preciso explicarles el resto. Confiaba en que Ingtar hubiera hallado de nuevo la Luz—. Comunicádselo a lord Agelmar cuando regreséis a Fal Dara.

—Se dice —expuso con cautela el soldado tuerto— que cuando el Dragón haya renacido, romperá todos los juramentos, deshará todos los vínculos. Nada nos retiene ahora. Deseamos juraros fidelidad a vos. —Desenvainó la espada y la dejó frente a él, encarando la empuñadura hacia Rand, y el resto de los shienarianos siguieron su ejemplo.

—Habéis combatido al Oscuro —recordó Masema. Masema, que lo odiaba. Masema, que ahora lo miraba como si él fuera una visión de la Luz—. Yo os vi lord Rand. Lo vi. Seré vuestro vasallo, hasta la muerte. —Sus oscuros ojos brillaban fervorosamente.

—Debes elegir, Rand —opinó Moraine—. El mundo se desgarrará tanto si tú lo desmembras como si no. El Tarmon Gai’don se librará, y bastará para destrozar el mundo. ¿Todavía vas a tratar de ocultar tu identidad y dejar que el mundo se enfrente indefenso a la última Batalla? Elige.

Todos estaban observándolo, expectantes. «La muerte es más liviana que una pluma, el deber más pesado que una montaña». Entonces tomó la decisión.

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