I

Los dos chicos mataban el tiempo en la estación central de Roma.

– ¿A qué hora llega su tren? -preguntó Nerón.

– Dentro de una hora y veinte -dijo Tiberio.

– ¿Y piensas quedarte todo el rato así? ¿Vas a esperar a esa mujer sin moverte ni un ápice?

– Sí.

Nerón suspiró. La estación estaba vacía, eran las ocho de la mañana, y ahí estaba: esperando ese maldito Palatino proveniente de París. Miró a Tiberio, que se había acostado sobre un banco con los ojos cerrados. Podía perfectamente marcharse sin hacer ruido y volverse a meter en la cama.

– Quieto ahí, Nerón -dijo Tiberio sin abrir los ojos.

– No me necesitas para nada.

– Quiero que la veas.

– Bueno.

Nerón volvió a sentarse pesadamente.

– ¿Qué edad tiene?

Tiberio hizo un cálculo mental. No sabía con exactitud qué edad podía tener Laura. Cuando se conocieron, en el colegio, él tenía trece años y Claudio doce y, por entonces, el padre de Claudio llevaba ya bastante tiempo casado en segundas nupcias con Laura. Eso quería decir que debía de tener casi veinte años más que ellos. Durante mucho tiempo él había creído que Laura era la madre de Claudio.

– Cuarenta y tres años -dijo.

– Ah.

Nerón tardó un momento en responder. Había encontrado una lima en su bolsillo y se entretenía redondeándose las uñas.

– He conocido al padre de Claudio -dijo-. No tiene nada de especial. Explícame por qué Laura se ha casado con un tipo que no tiene nada de especial.

Tiberio se encogió de hombros.

– Nadie se lo explica. Supongo que ama a Henri a pesar de todo, por alguna razón que todos ignoramos.

En verdad Tiberio se había hecho con frecuencia esa pregunta. ¿Qué demonios hacía la singular y magnífica Laura en brazos de un tipo tan serio y tan intransigente? Era inexplicable. Daba la impresión, incluso, de que Henri Valhubert ni siquiera se daba cuenta de hasta qué punto su mujer era singular y magnífica. Tiberio se hubiese muerto de aburrimiento de haber tenido que vivir con Henri, pero Laura no parecía morirse en absoluto. Incluso Claudio encontraba inaudito que su padre hubiese conseguido casarse con una mujer como Laura. «Se trata probablemente de un milagro, aprovechémonos», decía. Se trataba de un problema sobre el cual Claudio y él habían dejado de pensar desde hacía tiempo y que siempre habían resuelto concluyendo: «Es inexplicable».

– Es inexplicable -repitió Tiberio-. ¿Qué demonios haces con esa lima de uñas?

– Aprovecho nuestra espera para perfeccionar mi apariencia. Si estás interesado -añadió tras un silencio-, poseo una segunda lima.

Tiberio se preguntó si era realmente una buena idea presentar Nerón a Laura. Laura también tenía su lado frágil. Era capaz de desmoronarse con un golpe.

Загрузка...