Louly y Chico Lindo – Elmore Leonard

He aquí algunas fechas importantes de la vida de Louly Ring a partir de 1912, el año en que nació en Tulsa, Oklahoma, hasta 1931, cuando se escapó de su casa para encontrarse con Joe Young, después de ser liberado de la Penitenciaría Estatal de Missouri.

En 1918, su padre, un trabajador ganadero de Tulsa, se alistó en los Marines y murió en el Bois de Belleau durante la Primera Guerra Mundial. Su mamá, llorando mientras sostenía la carta en sus manos, le dijo a Louly que era un bosque allá en Francia.

En 1920 su mamá se casó con un bautista fanático llamado Otis Bender y todos se fueron a vivir a su finca algodonera cerca de Sallisaw, al sur de Tulsa, al pie de las montañas Cookson. Para el momento en que Louly cumplió doce años, su mamá ya tenía dos hijos de Otis, y Otis y Louly estaban en los campos cosechando algodón. Otis era la única persona que la llamaba por su nombre de bautismo, Louise. Ella odiaba recoger algodón, pero su madre no podía decirle nada a Otis. Otis creía que cuando uno era suficientemente mayor para cumplir con una jornada de trabajo, uno trabajaba. Eso significó que Louly dejara de ir a la escuela en sexto grado.

En el verano de 1924, asistieron a la boda de su prima Ruby en Bixby. Ruby tenía diecisiete años, pero el muchacho con el que se casaba, Charley Floyd, tenía veinte. Ruby era morena y bonita, y por sus venas corría sangre cherokee por parte de su madre. A causa de la diferencia de edad, Louly y Ruby no tenían nada para decirse. Charley la llamó nena y se acostumbró a apoyarle la mano en la cabeza y a desordenarle la melena, que era casi rojiza como la de su madre. Él le dijo que tenía los más grandes ojos pardos que hubiera visto en una nena.

En 1925, Louly empezó a ver el nombre de Charles Arthur Floyd en el periódico: leyó cómo él y otros dos fueron a St. Louis y robaron 11.500 dólares de la oficina de pagos de Kroger Food. Los atraparon en Sallisaw al volante de un flamante Studebaker que habían comprado en Ft. Smith, Arkansas. El jefe de pagos de Kroger Food identificó a Charley diciendo: “Es él, el chico lindo con mejillas como manzanas”. Los periódicos se lo apropiaron y desde ese momento en adelante se refirieron a Charley como Chico Lindo Floyd.

Louly lo recordaba de la boda como apuesto y de pelo ondulado, pero daba un poco de miedo la manera en que te sonreía… como si no supiera bien qué estaba pensando. Ella hubiera apostado que no le gustaba nada que lo llamaran Chico Lindo. Mirando la foto que había recortado del periódico, Louly sintió que se enamoraba de él.

En 1929, mientras él aún estaba en la cárcel, Ruby se divorció alegando que la había descuidado y se casó con un hombre de Kansas. A Louly le pareció terrible que Ruby traicionara a Charley de esa manera. “Ruby no cree que alguna vez llegue a verlo en la buena senda”, dijo su mamá. “Ella necesita un marido tal como lo necesité yo para aliviar las cargas de la vida, un padre para su hijito Dempsey”. Nacido en diciembre de 1924, y bautizado con ese nombre por el campeón mundial de box de peso pesado.

Ahora que Charley se había divorciado, Louly deseaba escribirle y demostrarle su simpatía, pero no sabía cuál de sus nombres usaba él. Había oído que sus amigos lo llamaban Choc, por su gusto por la cerveza Choctaw, su bebida favorita cuando era adolescente y vagaba por Oklahoma y Kansas con las bandas de cosecheros. Su mamá le dijo que en esa época fue cuando empezó a frecuentar malas compañías, “esos vagos que conocía durante la época de cosecha”, y más tarde, cuando trabajaba en los campos petroleros.

Louly encabezó su carta “Querido Charley”, y le decía que pensaba que era una vergüenza que Ruby se divorciara de él mientras todavía estaba en la cárcel, sin tener el coraje de esperar que saliera. Lo que más quería saber era “¿Me recuerdas de tu boda?”. Le envió una foto de ella en traje de baño, de costado y sonriéndole a la cámara por encima del hombro. De ese modo sus pechos de catorce años, que empezaban a hacerse notar, se veían de perfil.

Charley le contestó diciéndole que por supuesto que la recordaba, “la niñita de los grandes ojos pardos”. Le decía: “Salgo en marzo y voy a ir a Kansas City a ver qué pasa. Le di tu dirección a otro preso llamado Joe Young, al que llamamos Moco, y que es divertido. Es de Okmulgee pero tiene que pasar otro año en este bote de basura y le gustaría tener una amiga por carta tan bonita como tú”.

Diablos. Pero después Joe Young le escribió una carta enviándole también una foto de él en el patio, sin camisa, un tipo bastante apuesto con orejas grandes y cabello rubio. Le decía que conservaba su foto en traje de baño pegada a la pared junto a su catre para poder verla antes de dormirse y soñar con ella toda la noche. Nunca firmaba sus cartas como Moco, sino que siempre escribía: “Con amor, tu Joe Young”.

Una vez que empezaron a intercambiar cartas, ella le contó lo mucho que aborrecía recoger algodón, arrastrar ese saco de lona todo el día a lo largo de las hileras en medio del polvo y el calor, sus manos en carne viva de tanto arrancar las cápsulas de los tallos, porque al cabo de un tiempo los guantes ya no servían para nada. Joe le dijo en una carta: “¿Qué eres, una esclava negra? Si no te gusta recoger algodón, deja de hacerlo y huye. Eso es lo que yo hice”.

Muy pronto le dijo, en otra carta: “Me dejan en libertad en algún momento del próximo verano. Por qué no planeas encontrarte conmigo para que podamos estar juntos”. Louly le dijo que se moría por visitar Kansas City y St. Louis, preguntándose todo el tiempo si alguna vez volvería a ver a Charley Floyd. Le preguntó a Joe por qué estaba en la cárcel y él le contestó diciéndole: “Cariño, soy un ladrón de bancos, igual que Choc”.

Ella había estado leyendo más historias sobre Chico Lindo Floyd. Había regresado a Akins, su ciudad natal, para el funeral de su padre -y Akins estaba apenas a once kilómetros de Sallisaw-, que había muerto baleado por un vecino durante una pelea por una pila de leña. Cuando el vecino desapareció hubo gente que dijo que Chico Lindo lo había matado. A menos de once kilómetros de allí, y ella se enteró sólo después de que fue arrestado.

Otra vez había una foto. chico lindo floyd huye en el camino a la prisión. Rompió una ventana del baño y saltó del tren, y para el momento en que consiguieron detener el tren, él había desaparecido.

Era excitante tratar de seguirle el rastro, pensaba Louly estremecida y emocionada al suponer que todo el mundo estaba leyendo cosas sobre ese famoso bandido que era su pariente -por matrimonio y no de sangre-, este forajido a quien le gustaban sus ojos pardos y que le había desordenado el cabello cuando era una nena.

Ahora otra foto más. chico lindo floyd en tiroteo con la policía. En la puerta de una barbería de Bowling Green, Ohio, y se había escapado. Estaba allí con una mujer llamada Juanita… y a Louly eso no le sonó nada bien.

Joe Young le escribió para decirle: “Apuesto a que Choc ya ha acabado con Ohio y que nunca volverá allí”. Pero el motivo principal por el que le escribía era para decirle: “Me dejarán en libertad a fines de agosto. Ya te haré saber dónde podrás encontrarte conmigo”.

Louly había estado trabajando media jornada durante el invierno en la tienda de comestibles de Harkrider, en Sallisaw, por seis dólares semanales. Tenía que darle cinco a Otis, el tipo ni siquiera le agradecía, y eso le dejaba a ella un dólar por semana que guardaba para cuando se escapara. Desde el invierno hasta el otoño, trabajando en la tienda casi seis meses al año, no había conseguido ahorrar gran cosa, pero lo mismo pensaba irse de casa. Si bien había heredado la apariencia de su tímida madre y su cabello rojizo, también tenía el valor y la decisión de su padre, muerto en acción mientras cargaba contra un nido de ametralladoras alemán en ese bosque de Francia.

A fines de octubre, quien entró en la tienda de comestibles fue Joe Young. Louly lo reconoció aunque iba vestido de traje, y él la reconoció a ella, dedicándole una sonrisa mientras se acercaba al mostrador, con el cuello de la camisa abierto.

– Bien, ya salí -dijo.

– Hace dos meses que saliste, ¿no es verdad? -le dijo ella.

– He estado robando bancos. Choc y yo -dijo él.

Ella pensó que debía ir al baño, pero las ganas se instalaron de repente en su entrepierna y luego desaparecieron. Louly se tomó unos minutos para recobrarse y actuar como si la mención de Choc no significara nada especial, mientras Joe Young la miraba con esa sonrisa, dando la impresión de ser un verdadero idiota. Algún otro convicto debía haberle escrito las cartas.

Ella dijo, con tono casual:

– Oh, ¿Charlie está aquí contigo?

– Anda por acá -dijo Joe, mirando hacia la puerta-. ¿Estás lista? Tenemos que irnos.

– Me gusta ese traje que llevas puesto -dijo ella, dándose tiempo para pensar. Las puntas del cuello de su camisa estaban abiertas hasta sus hombros, sus orejas sobresalían, y la sonrisa de Joe Yung no se borraba, como si esa mueca fuera su tonta expresión habitual-. Todavía no estoy lista -dijo Louly-. No tengo encima el dinero que ahorré para huir.

– ¿Cuánto ahorraste?

– Treinta y ocho dólares.

– Jesucristo! ¿Trabajando aquí durante dos años?

– Ya te lo dije, Otis se queda con la mayor parte de mi salario.

– Si quieres, le parto la cabeza.

– No tengo interés. Pero la cosa es que no pienso irme sin mi dinero.

Joe Young miró hacia la puerta mientras metía la mano en el bolsillo.

– Muchachita -le dijo-, yo pagaré tu huida. No necesitas esos treinta y ocho dólares.

Muchachita… Ella le llevaba casi diez centímetros, a pesar de las altas botas de vaquero que él tenía puestas. Ella empezó a menear la cabeza.

– Otis se compró un descapotable modelo A con mi dinero, pagando por él veinte dólares por mes.

– ¿Quieres robarle el auto?

– Es mío, ¿no es cierto?, si él está usando mi dinero…

Louly ya se había decidido y Joe estaba ansioso por salir de allí. Ella tenía que cobrar, entonces se encontrarían el 1o de noviembre -no, el 2- en el hotel Georgian de Henrietta, en el café, alrededor del mediodía.

El día previo a la partida, Louly le dijo a su mamá que estaba enferma. En vez de ir a trabajar preparó sus cosas y se rizó el cabello. Al día siguiente, mientras su mamá colgaba la ropa, los dos chicos estaban en la escuela y Otis en el campo, Louly sacó el Ford del cobertizo y condujo hasta Sallisaw para comprarse una cajetilla de Lucky Strikes para el viaje. Le encantaba fumar y lo había estado haciendo con muchachos, pero nunca había tenido que comprarse los cigarrillos. Cuando los muchachos querían llevársela con ellos a los bosques, ella les preguntaba:

– ¿Tienes Luckies? ¿Un paquete entero?

El hijo del boticario, que era uno de sus novios, le dio una cajetilla gratis y le preguntó dónde había estado ayer, y se había mostrado malicioso, diciéndole:

– Te la pasas hablando de Chico Lindo Floyd, así que me pregunté si tal vez habría pasado por tu casa.

Les gustaba hacerle bromas con Chico Lindo. Louly, que no le prestó mayor atención, le contestó:

– Ya te avisaré cuando venga a verme.

Pero entonces se dio cuenta de que el muchacho quería decirle algo más.

– Te lo pregunto porque estuvo ayer en la ciudad, Chico Lindo en persona.

– ¿Oh? -dijo ella, muy atenta ahora. El muchacho se tomó su tiempo para continuar, y a ella le resultó difícil no tomarlo de la camisa y sacudirlo.

– Sí, trajo a su familia desde Akins, a su mamá, dos de sus hermanas, y otros más, para que pudieran verlo mientras robaba el banco. Su abuelo lo miró desde el campo de enfrente. Bob Riggs, el asistente del banco, dijo que Chico Lindo tenía una ametralladora, pero que no disparó contra nadie. Salió del banco con 2.532 dólares, él y otros dos tipos. Les dio un poco de dinero a los suyos y, según dicen, a cualquiera que le hiciera falta, y todo el mundo le sonreía. Chico Lindo llevó a Bob Riggs de pie en el estribo de su auto hasta el límite de la ciudad y allí lo dejó irse.

Era la segunda vez que había estado cerca de ella: primero cuando mataron a su padre, a sólo una decena de kilómetros de allí, y esta vez directamente en Sallisaw, donde todo el mundo lo había visto, maldición, salvo ella. Justo ayer…

Él sabía que ella vivía en Sallisaw. Se preguntó si la habría buscado entre la multitud que se había reunido para verlo.

Y también tuvo que preguntarse si la hubiera reconocido en el caso de ella hubiera estado allí, y apostó a que sí.

Le dijo a su noviecito de la botica:

– Si Charley se entera alguna vez que lo llamaste Chico Lindo, vendrá a comprar una cajetilla de Luckies, que es lo que fuma, y te matará.


El Georgian era el hotel más grande que Louly había visto en su vida. Al llegar con su Ford A se dijo que esos ladrones de banco sabían cómo vivir de lo mejor. Detuvo el auto frente al hotel y un hombre de color enfundado en un uniforme verde con botones dorados y una gorra con visera se acercó a abrirle la puerta… Entonces vio a Joe Young en la acera, que alejaba al portero con un gesto, se subía al auto y le decía:

– Jesucristo, finalmente lo robaste, ya veo. Jesús, ¿cuántos años tienes, para andar robando autos?

– ¿Cuántos años hay que tener para hacerlo? -le dijo Louly.

Él le dijo que siguiera derecho por la calle.

– ¿No te alojas en el hotel? -le preguntó ella.

– Estoy en un motel.

– ¿Charley está allí?

– Anda por acá, en algún lugar.

– Bien, ayer estuvo en Sallisaw -dijo Louly, enojada ahora-, si es que a eso lo llamas por acá -viendo por la expresión de Joe que le estaba diciendo algo que él no sabía-. Pensé que estabas en su banda.

– Anda con un viejo amigo de nombre Birdwell. Yo me engancho con Choc cuando tengo ganas.

Ella estaba positivamente segura de que Joe Young le estaba mintiendo.

– ¿Voy a ver a Charley o no?

– Volverá, no te llenes la cabeza haciéndote problemas con eso -dijo-. Tenemos este auto, así que no tendré que robar uno -dijo Joe Young, ahora de buen humor-. ¿Para qué necesitamos a Choc? -añadió, sonriéndole-. Nos tenemos el uno al otro.

Eso le hizo saber a Louly qué era lo que podía esperar.

Una vez que llegaron al motel y estuvieron en la habitación número 7, que parecía una casa de madera de un solo ambiente que necesitaba pintura, Joe Young se quitó la chaqueta y ella vio el Colt automático con culata de nácar metido en su pantalón. Él dejó el arma sobre la cómoda junto a una botella de whisky y dos vasos y sirvió un trago para cada uno, el suyo más grande que el de Louly. Ella se quedó observándolo hasta que él le dijo que se quitara la chaqueta, y cuando ella lo hizo le dijo que se quitara el vestido. Se quedó entonces en bombacha y corpiño. Joe Young la miró de arriba abajo antes de darle su bebida y brindar con ella.

– Por nuestro futuro.

– ¿Haciendo qué? -le dijo Louly, y vio el regocijo en sus ojos.

Él dejó su vaso sobre la cómoda, sacó dos revólveres 38 del cajón y le extendió uno. Ella lo tomó; era grande y pesado en su mano.

– ¿Entonces…? -dijo.

– Sabes cómo robar un auto -dijo Joe-, y yo admiro eso. Pero apuesto a que nunca robaste un lugar a punta de pistola.

– ¿Eso es lo que vamos a hacer?

– Empezando por una gasolinera hasta que llegues gradualmente a robar un banco -dijo él-. Apuesto a que tampoco te has ido nunca a la cama con un hombre adulto.

Louly tuvo ganas de decirle que ella era más grande que él, más alta, en todo caso, pero no lo hizo. Esa era una experiencia nueva, diferente de lo que había hecho con chicos de su edad en el bosque, y quería ver cómo era el asunto.

Bien, él gruñó un montón y fue rudo, respiraba agitadamente por la nariz y olía a loción tónica para el pelo Lucky Tiger, pero la cosa no fue muy diferente de lo que había sido con los chicos. Empezó a gustarle más antes de que él terminara, y le palmeó la espalda con sus dedos ásperos de cosechar algodón hasta que él empezó a respirar tranquilo otra vez.

Una vez que se le quitó de encima, ella buscó la valijita en la que tenía el irrigador-que siempre había mantenido lejos de la vista de Otis- y fue al baño, seguida por la voz de Joe Young que exclamaba: “¡Iúuuuju…!”.

Y después agregó:

– ¿Sabes qué eres ahora, muchachita? Lo que llaman la chica de un gángster.

Joe Young durmió un rato, se despertó con hambre y quiso ir a comer algo. Así que fueron a Purity, que según Joe era el mejor lugar en Henrietta.

En la mesa, Louly dijo:

– Charley Floyd vino una vez aquí. La gente descubrió que estaba en la ciudad y todo el mundo se quedó en su casa.

– ¿Cómo lo sabes?

– Sé todo lo que se ha escrito sobre él, incluso algunas cosas que sólo se han dicho de él.

– ¿Y dónde se alojaba en Kansas City?

– En la casa de huéspedes de Madre Ash, en la calle Holmes.

– ¿Y con quién fue a Ohio?

– Con la banda de Jim Bradley.

Joe Young alzó su taza de café, en la que había vertido un buen chorro de whisky.

– Vas a empezar a leer cosas sobre mí, chica.

A Louly eso le recordó que no sabía cuántos años tenía Joe Young, y aprovechó la oportunidad para preguntárselo.

– Cumpliré treinta el mes que viene; nací el día de Navidad, igual que el Niño Jesús.

Louly sonrió. No podía evitar imaginarse a Joe Young en un pesebre con el Niño Jesús, mientras los tres Reyes Magos lo miraban raro. Le preguntó a Joe cuántas veces había salido su foto en los periódicos.

– Cuando me mandaron a la cárcel salieron toda clase de fotos mías.

– Me refiero a cuántas veces por otros robos…

Ella lo miró repantigarse en su silla mientras la camarera les traía la comida y él le daba una palmada en el trasero en el momento en que la mujer se alejaba de la mesa. La camarera le dijo “Descarado”, y él pareció muy sorprendido, de manera graciosa. Louly estaba a punto de decirle que la foto de Charley Floyd había salido cincuenta y un veces en el periódico de Sallisaw el año pasado, una vez por cada uno de los cincuenta y un bancos que habían sido asaltados en Oklahoma, y Charley era acusado de cada uno de esos robos. Pero si se lo decía, Joe Young le diría que Charley no podía haber hecho todos esos robos, ya que había estado en Ohio durante una parte del año 1931. Y era cierto. Se estimaba que podría haber asaltado treinta y ocho bancos, pero incluso esa cifra podría hacer que Joe Young se pusiera celoso y de mal humor, así que no dijo nada y se dedicó a comer su pollo frito.

Joe Young le pidió que pagara la cuenta, un dólar sesenta en total incluyendo el pastel de ruibarbo que comieron de postre, con el dinero que había ahorrado para escaparse de su casa. Volvieron al motel y él volvió a cogerla con el estómago lleno, respirando por la nariz, y ella se dio cuenta de que eso de ser la chica de un gángster no era para nada un lecho de rosas.


A la mañana partieron hacia el este por la autopista 40, en dirección a las montañas Cookson, con Joe Young al volante del Ford A y sacando el codo por la ventanilla, Louly con la chaqueta bien cerrada y el cuello levantado para protegerse del viento. Joe Young no paraba de hablar, diciendo que sabía dónde le gustaba esconderse a Choc. Irían hasta Muskogee, cruzarían el Arkansas y seguirían el río derecho hasta Braggs.

– Sé que al muchacho le gusta esa zona alrededor de Braggs.

En el camino podría asaltar una gasolinera, mostrarle a Louly cómo se hacía.

A la salida de Henrietta Louly dijo:

– Allí hay una.

– Demasiados autos -respondió él.

Treinta millas después de Checotah, girando hacia el norte en dirección a Muskogee, Louly miró hacia atrás y dijo:

– ¿Qué tenía de malo esa estación de Texaco?

– Tiene algo que no me gustó -dijo Joe Young-. Hay que escuchar la intuición en este trabajo.

– Elígela tú -dijo Louly. Tenía el revólver 38 que él le había dado en la bolsa negra y rosa que su madre le había tejido al crochet.

Llegaron a Summit y cruzaron lentamente la ciudad, los dos buscando, Louly esperando que él eligiera un lugar para robar. Se estaba excitando cada vez más. Llegaron al otro extremo de la ciudad, y Joe Young dijo:

– Allí está nuestro lugar. Podemos llenar el tanque, tomar una taza de café.

– ¿Y lo asaltamos? -dijo Louly.

– Ya veremos.

– Parece un sitio de mala muerte.

Había dos surtidores frente a un edificio derrengado, con la pintura descascarada, un cartel que decía COMIDAS y explicaba que la sopa costaba diez centavos y una hamburguesa cinco.

Entraron mientras un hombre torcido les llenaba el tanque. Joe Young llevaba su botella, casi vacía, que apoyó sobre el mostrador. La mujer que atendía, pura piel y huesos, de aspecto fatigado, se quitó los mechones de pelo de la cara. Puso unas tazas ante ellos y Joe Young sirvió en la suya lo que le quedaba de la botella.

Louly no quería robarle a esa mujer.

– Creo que esa botella ya está seca -dijo la mujer.

Joe Young estaba concentrado en extraer las últimas gotas de whisky.

– ¿Podrá darme un poco? -preguntó.

Ahora la mujer les estaba sirviendo el café.

– ¿Quiere del bueno? Si no, puedo darle Kentucky por tres dólares.

– Deme un par -dijo Joe Young, sacando su Colt apoyándolo sobre el mostrador-. Y lo que tenga en la caja.

Louly no quería robarle a esa mujer. Pensaba que uno no tenía que robarle a alguien sólo porque esa persona tuviera dinero, ¿no es cierto?

– Dios lo maldiga, señor -dijo la mujer.

Joe Young alzó su revólver y fue detrás del mostrador para abrir la caja registradora que estaba en el otro extremo. Mientras sacaba los billetes le dijo a la mujer:

– ¿Dónde guarda el dinero del whisky?

– Allá adentro -dijo ella, con un tono de desesperación en la voz.

– ¿Catorce dólares? -dijo él, sosteniendo los billetes en alto, y se volvió hacia Louly-. Apúntale con tu arma para que no se mueva. Si viene el viejo, apúntale a él también.

Joe Young traspuso una puerta que comunicaba con lo que parecía ser una oficina.

– ¿Cómo es que andas con esa basura? -le dijo a Louly, que le apuntaba ahora con el revólver desde adentro de su bolsa tejida al crochet-. Pareces una chica de familia, tienes un bonito bolso… ¿Tienes un tornillo flojo? Por Dios, ¿no podías conseguirte algo mejor que él?.

– ¿Sabe quién es un buen amigo mío? -le dijo Louly-. Charley Floyd, si es que lo oyó nombrar. Se casó con mi prima Ruby. -La mujer meneó la cabeza y Louly agregó:- Chico Lindo Floyd -y deseó haberse mordido la lengua.

Ahora la mujer pareció esbozar una sonrisa, revelando las líneas negras entre los pocos dientes que le quedaban.

– Vino aquí una vez. Le serví el desayuno y me pagó dos dólares por él. ¿Alguna vez oyó algo semejante? Cobro veinticinco centavos por dos huevos, cuatro tajadas de tocino, tostadas y todo el café que uno quiera, y él me dio dos dólares.

– ¿Cuándo fue eso? -preguntó Louly.

La mujer miró el techo como tratando de recordar cuándo había sido, y dijo:

– En 1929, después de que mataron a su padre.

Se alzaron con los catorce dólares de la caja registradora y otros cincuenta y siete del dinero del whisky guardado atrás, y Joe Young hablaba otra vez de encaminarse hacia Muskogee, diciéndole a Louly que su instinto le dictaba que debían ir allí. ¿Cómo podía irle bien a esa gente, si había dos grandes estaciones de servicio a poca distancia? Por eso había llevado consigo la botella, para ver qué conseguía.

– ¿Escuchaste lo que me dijo? “Dios lo maldiga”, pero me llamó “señor”.

– Charley tomó el desayuno allí en una oportunidad -dijo Louly-, y le pagó dos dólares por él.

– Pura jactancia -dijo Joe Young.

Decidió que se quedarían en Muskogee a descansar en vez de seguir hasta Braggs.

– Sí, ya debemos haber hecho unos buenos setenta kilómetros hoy -dijo Louly.

Joe Young le dijo que no se pasara de lista con él.

– Voy a dejarte en un motel y voy a ir a ver a algunos muchachos que conozco. Para averiguar en qué anda Choc.

Ella no le creyó, ¿pero qué sentido tenía contradecirlo?


Ya era la última hora de la tarde, el sol se ponía. El hombre que llamó a la puerta -Louly pudo verlo a través de la parte vidriada- era alto y delgado, vestido con un traje oscuro, un joven elegante que sostenía el sombrero en una mano. Le pareció que era de la policía, pero mientras estaba allí de pie observándolo, pensó que no había ningún motivo para no abrirle la puerta.

– Señorita -le dijo él, abriendo su billetera para mostrarle su identificación que tenía una estrella dentro de un círculo-, soy el subcomisario de policía Carl Webster. ¿Con quién estoy hablando?

– Me llamo Louly Ring -le dijo ella.

Él le sonrió, revelando clientes muy parejos, y le dijo:

– Usted es prima de Ruby, la esposa de Chico Lindo Floyd, ¿no es sí?

Como si le hubieran arrojado agua helada a la cara, así de sorprendida quedó Louly.

– ¿Cómo lo sabe?

– He estado reuniendo todo el material posible sobre Chico Lindo, tomando nota de sus relaciones, de todo el mundo que lo conoce. ¿Recuerda cuándo fue la última vez que lo vio?

– En su boda, hace ocho años.

– ¿Nunca más desde entonces? ¿No lo vio el otro día en Sallisaw?

– Nunca más lo vi. Pero escuche, Ruby y él se divorciaron.

El subcomisario Carl Webster meneó la cabeza.

– Él fue a buscarla a Coffeyville y se la llevó de vuelta. ¿Pero a usted no le falta un automóvil, un Ford modelo A?

Ella no había oído una sola palabra sobre que Charley y Ruby habían vuelto a juntarse. Los periódicos no lo habían mencionado, sólo habían hablado de esa mujer llamada Juanita.

– No me falta el auto, lo está usando un amigo mío.

– ¿El auto está a su nombre? -preguntó él, y recitó el número de la patente de Oklahoma.

– Lo pagué con mi salario. Pero está a nombre de mi padrastro, Otis Bender.

– Supongo que hay alguna clase de malentendido -dijo Cari Webster-. Otis afirma que fue robado de su propiedad en el condado de Sequoyah. ¿Quién es el amigo que se lo pidió prestado?

Ella vaciló antes de decirle el nombre.

– ¿Y cuándo estará de vuelta Joe?

– Más tarde. Salvo que se quede con sus amigos porque se haya emborrachado.

– No me molestaría hablar un poco con él -dijo Carl Webster, y le entregó a Louly una tarjeta que extrajo del bolsillo, con una estrella impresa y letras en relieve-. Dígale a Joe que me llame más tarde, o mañana si hoy no vuelve. ¿Andan paseando por aquí?

– Admirando el paisaje.

Cada vez que lo miraba, él le sonreía. Carl Webster. Podía palpar su nombre pasando un dedo sobre la tarjeta.

– ¿Está escribiendo un libro sobre Charley Floyd? -le preguntó.

– No en realidad. Estamos reuniendo los nombres de todas las personas que lo conocieron alguna vez y que aceptarían ocultarlo.

– ¿Ha venido a preguntarme si yo lo ocultaría?

Él sonrió.

– Eso es algo que ya sé.

A ella le gustó la manera en que él le estrechó la mano y le agradeció, la manera en que se puso el sombrero, naturalmente, sabiendo cómo darle la inclinación justa.


Joe Young regresó alrededor de las nueve de la mañana, haciendo horribles muecas con la boca, por el regusto de alcohol. Entró en la habitación y le dio un buen sorbo a la botella, después otro, contuvo el aliento y luego exhaló y pareció sentirse un poco mejor.

– No puedo creer en lo que nos metimos con esos pollos anoche -dijo.

– Espera -dijo Louly. Le contó sobre la visita del subcomisario, y Joe Young empezó a ponerse nervioso y no podía quedarse quieto.

– No pienso volver allá -dijo-. Ya estuve diez años a la sombra y juré por Dios que no volvería nunca. Ahora miraba a través de la ventana.

Louly quería saber qué les habían hecho a los pollos Joe y sus amigos, pero sabía que tenían que irse de inmediato. Intentó decirle que debían irse, ya mismo.

Él todavía estaba borracho o empezaba a emborracharse otra vez, y dijo:

– Si vienen a buscarme habrá tiros. Me llevaré algunos polis conmigo al otro mundo.

Tal vez ni siquiera supiera que estaba imitando a Jimmy Cagney.

– Sólo robaste setenta y cinco dólares -le dijo Louly.

– He hecho otras cosas en el estado de Oklahoma -dijo Joe Young-. Si me atrapan con vida me darán entre quince años y perpetua. Juro que no voy a volver a la sombra.

¿Qué estaba ocurriendo? Andaban en auto buscando a Charley Floyd… y ese idiota quería tirotearse con la ley, y ahí estaba ella encerrada en una habitación con él.

– No me están buscando a mí -dijo Louly.

Pero sabía que no podía hablar con él en el estado en que se encontraba. Tenía que huir de allí, abrir la puerta y salir corriendo. Buscó su bolsa tejida al crochet que estaba sobre la cómoda, se encaminó hacia la puerta y fue detenida por el megáfono.

Una voz dijo por el altoparlante:

– joe young, salga con las manos en alto.

Pero Joe Young no lo hizo. Lo que hizo fue poner el Colt delante de él y empezar a disparar a través del panel vidriado de la puerta. Los que estaban afuera le devolvieron el fuego, haciendo estallar la ventana, acribillando la puerta, mientras Louly se arrojaba al suelo con su bolsa, hasta que oyó una voz que decía por el megáfono:

– alto el fuego.

Louly levantó la vista para ver a Joe Young de pie junto a la cama, con un arma en cada mano ahora, el Colt y una 38.

– Joe, tienes que entregarte -le dijo-. Nos van a matar a los dos si sigues disparando.

Él ni siquiera la miró.

– ¡Vengan a buscarme! -gritó para que lo oyeran afuera, y empezó a disparar otra vez, con ambas armas al mismo tiempo.

Louly metió la mano en su bolsa tejida y la sacó con el calibre 38 que él le había dado para que lo ayudara en los robos. Desde el suelo, apoyada sobre los codos, apuntó el revólver contra Joe Young, lo martilló y bam, le descerrajó un tiro en el pecho.


Louly se apartó de la puerta y entró el subcomisario Carl Webster, sosteniendo un revólver en la mano. Vio que había hombres afuera, junto al camino, armados con rifles. Carl Webster estaba mirando a Joe Young, encogido en el suelo. Enfundó su revólver, tomó el 38 de la mano de Louly, olió el cañón y se quedó mirándola con fijeza antes de arrodillarse para ver si Joe Young aún tenía pulso. Se incorporó diciendo:

– La Asociación de Banqueros de Oklahoma quiere ver muerta a gente como Joe Young, y está muerto. Te pagarán una recompensa de quinientos dólares por haber matado a tu amigo.

– No era mi amigo.

– Lo era ayer. Decídete de una vez.

– Robó el auto y me obligó a irme con él.

– En contra de tu voluntad -dijo Carl Webster-. Mantente firme con eso y no irás a la cárcel.

– Es la verdad, Carl -dijo Louly, mostrándole sus grandes ojos pardos-. De veras.


El titular del periódico de Muskogee anunciaba, arriba de una pequeña foto de Louise Ring: joven de sallisaw mata a su secuestrador.

Según Louise, había tenido que detener a Joe Young o morir en medio del tiroteo. También dijo que su nombre era Louly, no Louise. El subcomisario a cargo de la operación dijo que había sido un acto de valor, esa chica matando a su secuestrador.

“Consideramos a Joe Young un salvaje delincuente que no tenía nada que perder”, declaró. Y el subcomisario agregó que se sospechaba que Joe Young era miembro de la banda de Chico Lindo Floyd. También mencionó que Louly Ring estaba emparentada con la esposa de Floyd y que conocía al forajido.

El titular del periódico de Tulsa decía, arriba de una foto más grande de Louly: joven mata a miembro de la banda de chico lindo floyd. El artículo decía que Louly Ring era amiga de Chico Lindo y que había sido secuestrada por el ex miembro de la banda quien, según Louly, “estaba celoso de Chico Lindo y me secuestró para vengarse de él”.

Para el momento en que la noticia ya había aparecido en todas partes, desde Fort Smith, Kansas, hasta Toledo, Ohio, el titular favorito era NOVIA DE CHICO LINDO FLOYD MATA DE UN TIRO A SALVAJE DELINCUENTE.

El subcomisario Carl Webster fue a Sallisaw por trabajo y se detuvo en Harkrider para comprar algo de comer. Se sorprendió al ver a Louly allí.

– ¿Todavía trabajas aquí?

– Estoy haciendo compras para mi mamá. No, Carl, cobré el dinero de mi recompensa y me marcharé de aquí muy pronto. Otis no me ha dicho una sola palabra desde que volví a casa. Tiene miedo de que lo balee.

– ¿Adónde irás?

– Ese escritor de True Detective quiere que vaya a Tulsa. Me alojarán en el hotel Mayo y me pagarán cien dólares por mi historia. Ya han venido a casa periodistas de Kansas City y de St. Louis.

– Estás aprovechando muy bien el hecho de conocer a Chico Lindo Floyd, ¿no es cierto?

– Todos empiezan preguntándome cómo fue que baleé a ese imbécil de Joe Young, pero lo que verdaderamente quieren saber es si soy la novia de Chico Lindo. Y yo les digo: “¿De dónde sacaron esa idea?”.

– Pero no lo niegas.

– Les digo: “Crean lo que se les antoje, ya que no puedo hacerlos cambiar de idea”. Pero me pregunto: ¿usted cree que Charley habrá leído sobre lo ocurrido y habrá visto mi foto?

– Seguro que sí -dijo Carl-. Me imagino que incluso le gustará volverte a ver en persona.

– ¡Guau! -dijo Louly, como si la idea no se le hubiera ocurrido nunca antes-. No me diga. ¿De veras lo cree?

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