CAPÍTULO 08

Pantalón negro y una blusa vaporosa, que no sea transparente pero sí sugestiva. Ésa fue la indicación de Paula Sibona con respecto al atuendo que debía ponerse Nurit Iscar para la reunión con Rinaldi al día siguiente. No importa que ya no exista nada entre ellos. No importa que Nurit haya tomado este compromiso sólo por cuestiones profesionales. Y de subsistencia. Y de reparación histórica. Nadie se enfrentaría a un antiguo amor, años después, en una edad tan ingrata para la mujer como los cincuenta y pico, sin producirse mínimamente, le dijo su amiga. Y Nurit Iscar sabe que su amiga tiene razón. Él, Lorenzo Rinaldi, estará como siempre, supone. Tiene la absurda sensación de que estos tres años pasaron sólo para ella. En la foto que acompaña los editoriales de Rinaldi se lo ve igual. Pero no sabe si creerle, los periodistas a partir de determinada edad no actualizan esas pequeñas fotografías que ilustran sus notas en los diarios. Los escritores tampoco las que aparecen en las solapas de sus libros. Cuando una de ellas sale bien, queda ésa eternamente. Sin embargo, a pesar de tener claro que las fotos engañan, Nurit no puede evitar esa absurda sensación: él debe estar igual. Lorenzo Rinaldi, sí. La debacle de los hombres no es a los cincuenta: o la vida ya los arruinó antes, o los arruina después. Ella, si no es la que era, tiene que disimularlo. O compensarlo. O buscar la ropa adecuada que realce lo que tiene que realzar y esconda lo que tiene que esconder. Por ejemplo, perdió su cintura. No tiene panza, y eso lo agradece, pero perdió su cintura. La cola se cayó, no demasiado, pero lo suficiente como para que un jean haga dos o tres pliegues debajo de las nalgas. Más se cayeron los muslos, se desparramaron hacia los costados y se arrugaron. La piel de las piernas se le empezó a poner transparente, y no transparente bebé sino transparente viejo. Además de una várice que odia y la acompaña desde hace mucho tiempo -se la quiso operar pero cuando le describieron que tenían que tirar de ella con algo parecido a una aguja de crochet porque es una vena que recorre toda la pierna y se inserta en el tronco a través de la vagina, casi se desmaya y descartó en el mismo momento cualquier cirugía-, en las pantorrillas le salieron más arañitas. Pero para compensar casi no le salen más pelos, lo que es una de las pocas ventajas del envejecimiento. Tiene ya algunas manchas en la cara que promete que algún día se va a hacer sacar con puntas de diamante o luz pulsada como hizo Viviana Mansini. Lo hará el año en que escriba varios libros como Desarma los nudos, que le dejen la cabeza destrozada pero un margen de ahorro. En cambio, en las manos no tiene manchas. Tampoco tiene demasiadas arrugas en la cara. Ni en el cuello que, aunque no echó todavía papada, perdió tonicidad. Nadie en su familia se arrugó mucho, ni su madre, ni su abuela, así que supone que ella continuará con la tradición familiar de mujeres tensas. Tensas en varios sentidos. Las tetas no se cayeron, se expandieron con equidistancia, hacia los costados, hacia arriba, hacia abajo. Siente que le salen desde más cerca de las clavículas y sabe, además, que se le marca el surco entre los dos pechos, algo que nunca antes había sucedido. Nurit se conforma diciendo que para sus cincuenta y cuatro años está demasiado bien. En ese sentido no se parece a Betty Boop, ella no es un cartoon, mientras el dibujo animado conserva intactos los rulos, la boca y las piernas, su cuerpo, el de Nurit Iscar, Betibú, va mutando año a año. ¿Cómo sería una Betty Boop de cincuenta y pico de años?, se pregunta. ¿La dibujarían preocupada -como ella lo está hoy, a minutos de ver al último hombre del que estuvo enamorada- por cómo luce su cuerpo? No se acuerda de haber pensado en sus manchas, ni en la cintura que perdió, ni en sus muslos en los últimos tiempos. En realidad, nunca se preocupó demasiado por estas cosas. Pero hoy, cuando la vea Lorenzo Rinaldi, quisiera estar -tiene que reconocerlo- por lo menos, digna. Un cuerpo digno. ¿Hasta cuándo una mujer sentirá que tiene la obligación de lucir “linda”? Cincuenta y cuatro años. Ella quisiera tener un poco menos. No pide veinte, ni treinta. Cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco, apenas una década de diferencia. Tendría que haberse separado entonces, aunque sus hijos fueran un poco chicos, igual los hubiera criado bien, está segura. Ésa fue su mejor edad. Pero entonces no lo supo, y ahora ya no importa. No se puede volver a atrás. Sólo se puede realzar lo que se tiene que realzar y esconder lo que se tiene que esconder.

Por eso acepta lo del pantalón negro que le propuso su amiga, aunque si se vistiera pensando que de allí va directo a un country se pondría un jean. Country da para jean, short o bermuda y ella short o bermuda no usa desde hace tiempo por esa maldita várice. Pantalón negro no está mal. Pero la camisa vaporosa sugerida por Sibona la cambia por una remera blanca, de mangas tres cuartos y escote redondo y generoso que resalta sus pechos, la parte del cuerpo de Nurit Iscar que ella considera con mejores posibilidades, a pesar de su expansión.

Baja del taxi con la valija y va a la recepción del diario. Entabla una pequeña discusión con la recepcionista acerca de si puede o no entrar en la redacción con la valija que lleva, pero finalmente la viene a buscar la secretaria de Rinaldi y eso le allana el camino. ¿Qué tal, señora Iscar? Hace mucho que no la veía por acá, le dice la mujer mientras van hacia el ascensor y Nurit no logra definir si en el tono con el que pronuncia la frase “hace mucho que no la veía por acá” hay un dejo de ironía o no. Tal vez es sólo ella que se siente perseguida por el pasado. Sí, hace mucho que no vengo, le contesta. Esa secretaria que la acompaña es la misma que asistía a Rinaldi cuando ellos estaban juntos y más de una vez la llamó en nombre de su jefe para pasarle mensajes, la mayoría de esas veces humillantes para Nurit, por ejemplo: Dice el señor Rinaldi que no lo espere, que no va a poder ir. O le mandó cosas de parte de él: entradas para algún espectáculo al que iban a ir juntos y luego Rinaldi canceló a último momento, pasajes, flores, bombones. Nurit Iscar se da cuenta de que el hecho de que aquella relación haya sido clandestina para Lorenzo Rinaldi la hace sentir a ella, aún hoy, incómoda. Como si la mirada de esa mujer, de alguna manera, la juzgara. O como si ella volviera a juzgarse a través de los ojos de esa mujer. Aunque Nurit sí se separó, aunque ella no engañó a nadie ni necesitaba clandestinidad, igual se siente molesta. ¿O será que lo que de verdad la molesta, la inquieta, la humilla, es que esa mujer sabe que Rinaldi no la eligió a ella, que a diferencia de Nurit él prefirió seguir casado y prolongar la relación en forma clandestina hasta donde durara y nada más? La elegida. No es fácil aceptar que una no es la elegida, piensa, una siempre sueña con serlo. La secretaria la hace sentarse en la recepción anterior a la oficina de Rinaldi y le ofrece un café. No, gracias, dice Nurit. Si ya le dolía el estómago, un café recalentado de cafetera de oficina enchufada las 24 horas no le va a hacer nada bien. Unos minutos después irrumpe en el pasillo un hombre joven que dice: Me espera Rinaldi, y avanza hacia la puerta de su oficina sin esperar la autorización de la secretaria, sin ni siquiera suponer que necesita algún tipo de autorización. Pero la mujer lo para en seco: A la señora también la espera el señor Rinaldi; sentate, en seguida los hace pasar. ¿Juntos?, pregunta él sin entender. Nurit no pregunta. Juntos, repite la secretaria y se levanta a hacer unas fotocopias. El hombre gira hacia donde está sentada Nurit, la mira, le hace un movimiento con la cabeza que no llega a ser un saludo y dice: Tendremos que esperar, entonces. Ella sonríe y repite lo mismo: Tendremos que esperar. Pero el pibe de Policiales no se sienta junto a ella para compartir la espera sino que se instala frente a la ventana y mira hacia afuera sin mirar.

Unos minutos después están los dos, el pibe de Policiales y Nurit Iscar, dentro de la oficina de Lorenzo Rinaldi. Ya se habrán presentado, dice él, y aunque ellos no lo hicieron Rinaldi continúa la charla como si cada uno supiera quién es el otro. Nurit Iscar se va a ocupar de darle a este caso un toque de non fiction, dice Lorenzo Rinaldi, y de buena escritura. Non fiction, repite el pibe de Policiales. Y vos vas a hacer el trabajo más de investigación, más policial, de pura técnica periodística, ¿me entendés? Más o menos. Ella se va a instalar en La Maravillosa, le alquilé una casa, se va a mezclar con la gente, va a escuchar, a observar y a escribir. A mí ese trabajo de campo también me vendría muy bien, dice el pibe de Policiales con tono tranquilo, tratando de que no se note que es una queja. Aunque lo es. Lo compensás con buenos contactos, y por supuesto si Nurit se entera de algo relevante te avisará; vos por tu lado lo mismo, cualquier dato concreto e importante que tengas la llamás o le mandas un mail. Allá hay una computadora instalada con wi-fi y todo lo necesario para que puedan estar en contacto permanente. Vos pasame tus notas directamente a mí, le dice al pibe, sin pasar por el pro-secretario, las voy a revisar yo mismo. Los informes de Nurit van a salir a partir de mañana o de pasado si es que hoy no llega con algo al cierre, dice Rinaldi, y luego agrega: Reservale media página. ¿Media página?, repite el pibe. Sí, ¿te parece poco o mucho?, le pregunta a su vez Rinaldi, aunque sabe la respuesta. No, no digo que sea poco o mucho con respecto a lo que ella tenga para contar, pero si ocupamos media página con su informe no va a quedar nada para otras notas, esta vez sí se queja el pibe. Si tenés tanta cosa buena para publicar y te falta espacio, le damos a ella una página especial, fuera de tu sección, no te preocupes, dice Rinaldi y se queda mirando directo a los ojos del pibe, que le sostiene la mirada como puede. Nurit asiste con incomodidad a esa pelea tácita pero no interviene, no corresponde que lo haga, se dice. No le gustaría empezar la tarea poniéndose en contra al pibe de Policiales, y menos aún cuando todavía no sabe si será él o Rinaldi mismo quien va a editarla, cortar la nota si es necesario, ilustrarla, hacer el copete y hasta cambiarle el título. Nada va a ser más importante para nuestros lectores que un informe escrito por Nurit Iscar, concluye Rinaldi y da por terminada la discusión. Nurit, vos mandame las cosas a mí con copia a él pero…, dice y ahora se dirige al pibe, lo de ella va sin edición ni corte. Okey, responde el pibe de Policiales, que a esa altura lo único que quiere es irse. Y con la siguiente pregunta Lorenzo Rinaldi le da la oportunidad de hacerlo: ¿Vos ya tenés algo para el cierre de hoy? En eso estoy, miente el chico y luego dice: Si es todo me voy, así me apuro a hacer unos llamados.

Estás igual, Betibú, le dice Rinaldi cuando quedan solos en su oficina. Y aunque sabe que miente, Nurit se sonríe: Vos también, devuelve ella. No, no creas, el Presidente que tenemos en este país me hizo envejecer dos o tres años por cada uno de los que pasaron desde que asumió. ¿De eso también tiene la culpa el Presidente? ¿De qué? ¿De tus canas y de tus arrugas? Sí, por supuesto, nadie me irritó y decepcionó tanto en estos últimos años como el Presidente. Ah, ya me imagino el titular de uno de estos días: “Director del diario El Tribuno con problemas de envejecimiento prematuro por culpa del Presidente de la Nación que no se aviene a pagarle los daños ocasionados”. Qué chistosa, no me digas que vos todavía le creés. Ni a él ni a nadie, a ustedes tampoco. ¿En serio? Sí, muy en serio. ¿Y cómo hacés para pensar lo que pasa en el país en que vivís?, ¿o no te importa? Claro que me importa, mucho, leo todos los diarios, todos, el tuyo también, y después busco un promedio sobre la base de mi propio criterio. Qué trabajo. Son los tiempos que corren, ustedes nos obligan a eso. Vos siempre fuiste una mina desconfiada, Betibú. No lo suficiente, dice ella y se para, mejor me voy, que el camino hasta ese bendito country es largo. ¿Te parece que tendrás algo para hoy? No me presiones tanto, Rinaldi. En una época te gustaba que te presionara. En otra época, dice ella, ahora estamos grandes. Sólo pasaron tres años. Es que yo los mido como vos medís los del Presidente, dice ella y se sonríe. Él también. Lorenzo Rinaldi la acompaña hasta la puerta de su oficina y antes de que se vaya le dice: Te extrañé, Betibú. Y aunque ella, Nurit Iscar, siente que esas palabras se le clavan como un aguijón en el medio de la espalda, intenta seguir su camino pretendiendo no haberlas oído. En cuanto tenga algo que valga la pena, te lo mando, dice, y sale.

Nurit Iscar recorre el pasillo que bordea la redacción haciendo más ruido del que quisiera con las rueditas de su valija. ¿Habrá alineación y balanceo de valijas?, se pregunta. El pibe de Policiales, que la ve venir, le da la espalda a propósito, para evitar saludarla otra vez. Karina Vives, frente a la fotocopiadora, la reconoce, pero Nurit apenas la mira, no sabe que sabe quién es, no conoce su cara, aunque si alguien la nombrara, si alguien dijera: Karina Vives, en seguida sabría que esa mujer es quien firmaba la crítica con la que la destrozó El Tribuno cuando apareció su última novela, Sólo si me amas. Jaime Brena, que acaba de salir del ascensor, también se cruza con ella. Buenos días, dice. Buenos días, contesta Nurit Iscar. No se conocen, o mejor dicho, nadie los presentó antes, pero cada uno sabe quién es el otro. Los dos tienen portación de cara y a los dos les ha interesado en algún momento, con mayor o menor intensidad, el trabajo del otro. Jaime Brena se pone de costado de modo que ella tenga lugar para pasar con su valija. Ella le agradece. Pero las ruedas no se dejan gobernar como deberían y la valija termina pasando por encima del pie derecho de Brena. Ay, disculpá, qué torpe que soy. No te preocupes, le dice él, hace rato que estoy necesitando ver un pedicuro. Brena se sonríe, ella le devuelve la sonrisa aunque sigue un poco avergonzada de su torpeza. Buen viaje, le dice él cuando ya cada uno camina en sentido opuesto de espaldas al otro. Nurit Iscar responde: Gracias, y se mete en el ascensor. Brena se instala en su escritorio. Al instante se le acerca el pibe de Policiales. Me llamaste anoche, dice. Sí, no contestaba nadie y después me quedé dormido. ¿Qué hacía Betibú acá? ¿Quién? Nurit Iscar. Ah, la contrató Rinaldi para que escriba non fiction en el asesinato de Chazarreta, dice el pibe y pronuncia non fiction con cierta ironía. No es una mala idea, lo puede hacer muy bien, dice Brena. ¿Por qué?, ¿quién es? Pibe, ¿vos saliste de un tupper? No la conozco. Deberías, es una de las pocas escritoras de novelas policiales que hay en la Argentina, ¿no leíste Morir de a ratos? No. La tenés que leer, eso y todo lo que puedas tenés que leer, para abrir esa cabeza un poco. No tengo tiempo, a veces en las vacaciones leo algo de no ficción. Hacételo, el tiempo, hacételo, y leé ficción. Si querés ser un buen periodista, tenés que leer ficción, pibe, no hubo ni hay ningún gran periodista que no haya sido un buen lector, te lo aseguro. Jaime Brena saca de su morral el sobre que recibió la noche anterior del comisario Venturini. Tomá, fijate esto que me llegó de una fuente confiable, tiene información que te puede servir, le dice. El pibe toma el sobre y mira por encima el contenido delante de él. Sabe, a pesar de su inexperiencia, que lo que acaba de darle Brena vale mucho. Gracias, le dice. Que lo disfrutes, le contesta Brena y se pone a trabajar en su próximo informe: Los bebés varones lloran más, antes, y con voz más fuerte que los bebés mujeres. Maricones, masculla, y empieza a escribir. El pibe de Policiales vuelve y le pregunta: ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Quién? La mina que escribe policiales. Nurit Iscar. Sí, pero antes dijiste otro nombre. Ah, sí, Betibú. ¿Por los rulos?, algo se parece, sí, confirma el pibe de Policiales. Hace unos años era idéntica a Betty Boop y así la llamábamos: Betibú. ¿Vos y quién más? Eso sí es secreto profesional, pibe. Brena da por terminada la conversación con el pibe de Policiales, se da vuelta hacia el escritorio de Karina Vives y le dice: ¿sabías que los bebés varones lloran más que los bebés mujeres? Y ella dice: No, no sabía, y se le llenan los ojos de lágrimas. ¿Pasa algo?, le pregunta él. Alergia, le dice ella, a esta altura del año siempre me lloran los ojos. Jaime Brena no le cree, pero respeta que, por ahora, su compañera de redacción no quiera decirle qué la hace llorar. Ya tendrán tiempo después, cuando salgan a la vereda a fumar un cigarrillo.

El remís que lleva a Nurit Iscar, poco después de su salida ruidosa de El Tribuno, está entrando en la Panamericana. Es un día fresco pero con sol del mejor otoño. Hace rato que ella no recorre esa autopista, años. Nurit Iscar es del sur del Gran Buenos Aires, un conurbano muy diferente de ese donde se está metiendo ahora. Al conurbano sur ella regresa cada tanto a ver a sus amigos del colegio Comercial N° 2. Pero lo que ahora ve a un lado y al otro de la Panamericana, y lo que ve cuando va hacia al sur por el Camino de Cintura, es bien distinto. En los costados del Camino de Cintura hay gomerías, talleres mecánicos, piletas de obras sociales o sindicatos, una universidad, y desde hace unos años un hipermercado y hasta un driving de golf, recuerda. También recuerda que en la Panamericana había muchos hoteles alojamiento. Ya no hay tantos, o no los descubre hoy en medio del progreso que inundó una banquina y otra. Los coches que la rodean también son distintos de los que la rodearían si fuera hacia el sur del conurbano. Cuando ella se aleja hacia el sur el parque automotor envejece, aparecen autos destartalados, con alguna luz que no prende y patentes con las primeras letras del abecedario. En cambio los autos que la rodean ahora, a medida que se aleja de la capital, son cada vez más lujosos, más nuevos, con patentes que empiezan con H o I. Shoppings, cines, restaurantes, fábricas, bancos, empresas de distinto tipo, clínicas. Y ya en el ramal Pilar la sorprende el verde de las banquinas, el pasto recién cortado, la prolijidad a un lado y al otro de la ruta. Sobre la colectora, en muchos tramos todavía con calle de tierra para la que no llegó el asfalto, hay casas de decoración, casas de antigüedades, cementerios privados, agencias de autos de todas las marcas, pequeños complejos de oficinas, malls -ese invento yanqui de negocios de primera necesidad, farmacia, minimercado, quiosco, etc., para abastecer poblaciones alejadas de la ciudad-, un restaurante de sushi de la cadena que tiene un local en Puerto Madero cerca de la oficina donde trabaja su ex marido. Pensar en el sushi la llevó a su ex marido y su ex marido a sus hijos, y entonces Nurit Iscar se da cuenta de que ni Rodrigo ni Juan le contestaron el mensaje en el que ella les avisaba que se ausentaba por unos días y dónde podían encontrarla. Ya están grandes, piensa. Pero no le da consuelo.

Poco antes del peaje detecta los primeros countries. El country al que va usted no se ve desde la ruta, le dice el chofer, hay que meterse. Hay que meterse, repite ella más para sí misma que para el hombre. En algún kilómetro del ramal Pilar el auto toma una salida hacia la derecha y deja la ruta para transitar por una calle lateral, perpendicular a la Panamericana. Recorre unas cuantas cuadras, más de diez, luego dobla a la izquierda, cruza una vía que parece muerta, y después avanza otras cuadras más hasta quedar, por fin, frente a la entrada de La Maravillosa. Todavía quedan dos móviles de canales de noticias haciendo guardia. Y entonces Nurit Iscar se tiene que enfrentar con el primer problema. “Primera prueba de resistencia” la llamó cuando más tarde se lo contó a Carmen Terrada. No hay nadie en la casa que autorice el ingreso, le dice el guardia. No, claro, en la casa no hay nadie porque yo voy a ocupar la casa, le contesta ella. Pero es que nadie me dio la autorización para dejarla pasar. Mire, acá tengo las llaves, como voy a tener llaves sin autorización. No sería la primera, señora. Llame al dueño, por favor, le pide Nurit. Lo estamos llamando pero en la casa no hay nadie. Claro que no hay nadie, llámelo a otra parte, a un celular. No tenemos sus datos personales, sólo el teléfono de la casa. Okey, yo lo ubico, dice ella. Sí, como no, dice el guardia, pero por favor libere la entrada hasta que consiga la autorización. La libero, la libero, dice Nurit Iscar, y mientras el remisero se estaciona a un costado ella llama a El Tribuno, le explica a la secretaria de Rinaldi su problema y la mujer le asegura que lo arregla en seguida, que se despreocupe. Nurit Iscar baja la ventanilla y deja que el sol le pegue en la cara. Suspira. Tranquila, señora, le dice el remisero, en un ratito nos dan vía libre, hay que tenerles paciencia, siempre es así en estos lugares. Pero ella mucha paciencia no tiene y, aunque se esfuerza, se impacienta. Unos minutos después se acerca un guardia al auto. El remisero pone el motor en marcha, ahí vienen a darnos el okey, dice. Pero se equivoca. Señor, no puede estacionarse acá. Ah, ya me corro, dice el remisero. ¿Por qué?, pregunta Nurit, indicándole al hombre que la lleva, con una palmada en el hombro, que no se mueva de donde está. Porque no se puede estacionar frente a la entrada del country responde el guardia. No veo ningún cartel de Vialidad Nacional ni Provincial que diga prohibido estacionar. Es una disposición del country, señora. El remisero suspira. El country no puede disponer de lo que no es suyo, la calle es pública, señor. Son órdenes de arriba, insiste el guardia. ¿De arriba de dónde?, pregunta ella. De arriba, repite el guardia. Ella mira el cielo. Arriba no hay más que nubes, le dice. De las autoridades del country, le aclara el hombre. Explíqueles a las autoridades que el country no tiene jurisdicción sobre la calle, ni sobre mi vida, ni sobre dónde decido estacionarme mientras no esté prohibido por disposiciones de Vialidad Nacional o Provincial, insiste ella. Es que está prohibido, señora, usted no escucha lo que le digo. Me parece que el que no escucha es usted. No se enoje, dice el remisero, corro el auto y listo. No, lo detiene ella, yo de acá no me muevo. Señora, ¿no se da cuenta de que un auto estacionado frente a la puerta de un lugar como éste pone en peligro la seguridad de los socios? No, no me doy cuenta, y la que estoy en peligro soy yo delante de esa gente con armas, que ni sé si tiene permiso para portarlas. ¿Tienen permiso para portarlas? El hombre no responde. Se acerca otro guardia. El remisero insiste, corro el auto y listo, no se haga mala sangre. La calle es de todos, repite ella. Yo cumplo órdenes, dice el guardia que se acercó primero. La señora está autorizada para ingresar, dice el guardia que acaba de llegar. El remisero suspira aliviado y avanza en primera. Menos mal que éstos no le van a hacer el asado del domingo, le dice. Nurit no entiende. Si le hacen el asado, se lo escupen. Es importante saber defenderse de los abusos, le dice ella. Hay causas perdidas, le dice el remisero. Eso es cierto, reconoce Nurit. Cuando llegan a la barrera, otro guardia les pide el documento a ella y a él. Y al remisero también el registro, la cédula verde y el seguro del auto. A ella le sacan una foto con una camarita. Para que ya quede registrada y no la tengamos que volver a molestar, le dice el hombre que controla la barrera. ¿Me permite el baúl?, le dice el mismo guardia al remisero, y el remisero acciona el botón que lo abre sin moverse de su asiento. Nurit Iscar se pregunta dónde quedó el resto de la oración, dónde están las palabras que faltan, la sintaxis completa. Por qué alguien dice ¿Me permite el baúl?, y omite el verbo. ¿Cuál es ese verbo? ¿Ver, o abrir, o mirar? ¿Por qué el otro entiende y acepta? No hay verbos tácitos. Me permite el baúl podría ser, me permite llevarme el baúl, sacarle el baúl, quemarle el baúl, mearle el baúl. ¿Quién le robó esos verbos al guardia, al remisero, a los que se quedaron sin verbos y ni siquiera lo saben? ¿Por qué ese robo a nadie le importa? ¿Robar palabras no es delito? ¿Se roba sólo la palabra o también lo que nombra? Okey, dice el guardia finalmente, y pasa una tarjeta magnética por un lector que hace que la barrera se levante delante de ellos. Adelante.

El auto avanza por la calle principal. Una hilera de árboles altos a un lado y al otro ocupa una vereda que no existe. Algunas ramas se tocan arriba, en las copas. ¿Ves?, esto sí que me gusta, se dice Nurit a sí misma. Pero el placer le dura poco, porque a medida que avanza la corona de árboles se va transformando en un túnel cerrado en el que ella siente que ingresa y del que no está segura si podrá salir. Como esos niños que en los cuentos infantiles abren una puerta y se sumergen en otro mundo, o se caen en un pozo que los lleva a otro reino, o se meten en un ropero que desaparece para dar lugar a un bosque encantado. O embrujado.

El remisero llega a destino. La casa no es de las más importantes de La Maravillosa, pero sin embargo es mucho más grande, imponente y llamativa que ninguna otra que haya habitado nunca Nurit Iscar. El hombre abre el baúl, saca la valija, la deja junto a Nurit, y luego le da un comprobante de viaje para que le firme. Bueno, cualquier cosa que necesite, me llama, acá le dejo mi número, dice y le da una tarjeta de la remisería para la que el hombre trabaja. Me dijeron que todos los viajes que tenga que hacer están a cargo del diario, siempre trabajamos con El Tribuno, tienen cuenta con nosotros, así que usted quédese tranquila, me llama, y listo. Ah, perfecto, lo llamo, entonces. Eso sí, llámeme con tiempo, porque yo vivo en Lanús y llegar hasta acá me debe tomar dos horas, dos horas y media en horas pico. ¿Lanús?, repite ella. Lanús Oeste, aclara él. ¿Y qué hago si me duele la cabeza y necesito ir a una farmacia a comprar aspirinas? Yo le recomiendo que para esas emergencias pida el teléfono de una remisería de la zona en la guardia y que cuando vaya a comprar algo junte, stockee, le va a salir más barato que andar pidiendo un remís cada vez que le falta alguna cosa. Claro, dice ella, voy a stockear. El remís se va, Nurit Iscar se queda un instante allí, sobre la grava gris, con la valija en una mano, las llaves de esa casa que no le pertenece en la otra, pensando en cuántas cosas tendría que stockear para no sentir que puede caer en cualquier momento en una emergencia de esas que, ella sabe, son insalvables.

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