CAPÍTULO 03

Unas horas más tarde, cuando pasado el mediodía saca la bolsa con los diarios del domingo al palier para que se la lleve el portero junto con la basura, Nurit Iscar sigue sin saber que Pedro Chazarreta está muerto. Degollado. Sin embargo, lo sabrá pronto. En un par de horas más. En el momento en que haga un alto para tomar la merienda. Porque ahora, la noticia empieza a correr. Y un rato después de que Nurit da por terminada la limpieza de su departamento y se dispone a echarle un poco de agua a las macetas que decoran su balcón -nunca tuvo eso que llaman “mano verde”, pero sabe que esas plantas son el único ser vivo además de ella en ese hogar y no está dispuesta a dejar que se sequen-, suena el interno 3232 de la redacción del diario El Tribuno, el teléfono que está sobre el escritorio de Jaime Brena. O Brena a secas, como lo llaman los que lo conocen del periodismo policial, aunque él ya no está más en Policiales. Lo pasaron a Sociedad. No me pasaron, me degradaron, le gusta corregir a Brena. ¿Por qué te quejás?, le dijo en una de esas oportunidades su jefe y jefe de todos, Lorenzo Rinaldi; si trabajaras en otro diario estarías en Sociedad, ¿o todavía no te diste cuenta de que casi ningún diario de primera línea tiene sección Policiales? Las noticias policiales las meten en Sociedad o en Información general. Por eso, porque lo cambiaron de sección, cuando esa tarde hace apenas unos instantes comienza a sonar su interno, Brena no está escribiendo una crónica policial sino que revisa una encuesta que asegura que el 65% de las mujeres de raza blanca duerme boca arriba, y en cambio el 60% de los hombres de la misma raza duerme boca abajo. Lo que más allá de cualquier otra consideración le produce, como primer efecto, una molestia de tipo matemática: ¿por qué no haber dicho que el 65% de las mujeres duerme boca arriba, y sólo el 40% de los hombres duerme en la misma posición? O, el 60% de los hombres duerme boca abajo mientras sólo el 35% de las mujeres duerme en esa posición. La pregunta que se hace siempre cuando el pronóstico advierte: 30% de probabilidades de lluvia. Si sólo es el 30%, ¿no sería más adecuado enunciar: 70% de probabilidades de que no llueva? ¿Qué se resalta en cada uno de los casos?, ¿la diferencia, la coincidencia, la mayoría, la minoría, lo deseado, lo no deseado? Pero lo peor de todo, cree Jaime Brena, es que, al menos en el caso de la encuesta de cómo duermen hombres y mujeres de raza blanca, nadie se hizo estas preguntas antes de redactar el cable. Está convencido de que quien tituló de ese modo lo hizo porque así le vino la información. Ya casi no hay tiempo en las agencias ni en las redacciones para pensar en la sintaxis o en el vocabulario, apenas en la ortografía. Apenas. El cable de agencia con las conclusiones de la encuesta viene acompañado de declaraciones de investigadores de la Universidad de Massachusetts que aportan posibles razones sociológicas, culturales y hasta psicológicas que explicarían el hecho. ¿Es esto una noticia?, ¿a quién le puede importar qué porcentaje de gente duerme en qué posición?, se pregunta Jaime Brena. ¿Las otras razas no fueron incluidas en la encuesta porque quien investigó no pudo, no quiso o no le importó? Eso sí podría ser una noticia, saber por qué se incluye algunas razas, o una raza: la blanca, y otras no. ¿O no se incluyeron otras porque nadie que no fuera de raza blanca se prestó a semejante idiotez?, concluye mientras descuelga el teléfono que hasta hace un instante seguía sonando y dice Hola. Pero ya no hay nadie del otro lado, apenas un tono de ocupado. Brena aprovecha la interrupción para estirar los brazos por encima de su cabeza, entrelazar los dedos, girar las palmas hacia arriba como queriendo tocar el techo, hacer sonar los huesos, y relajar así la cintura que a sus sesenta y pico de años no soporta más tantas horas sobre una silla. A ver, ¿por qué el 65% de las mujeres duerme boca arriba y el 60% de los hombres boca abajo?, le pregunta a Karina Vives, la periodista de la sección Cultura que se sienta en el escritorio a su izquierda, junto a una de las pocas ventanas de la redacción, la que da al bulevar. Y Karina, que lo conoce desde que entró a trabajar al diario hace ocho años y que sabe lo que significa para Jaime Brena haber tenido que dejar Policiales para ocuparse de notas como ésa, lo mira con cara de tonta y arriesga: ¿Porque aplastarse las tetas duele más que aplastarse el pito?, y le mantiene la mirada esperando su respuesta. La pija, nena, la pija, le dice Brena y empieza a tipear con disgusto en su teclado el título y el copete que llevará la nota: Las mujeres boca arriba, los hombres boca abajo. Jaime Brena sabe que ese título va a confundir a los lectores, pero al menos se divierte con eso, con la fantasía que puede provocar el malentendido. ¿Hace cuánto lo pasaron a Sociedad? ¿Tres semanas? ¿Dos?, se pregunta mientras se rasca la cabeza con un lápiz negro sin que le haya picado. Ya no se acuerda. Demasiado. Y todo por decir en un programa de cable con escenografía de dos sillones y una lámpara: Trabajo en El Tribuno, pero leo a la competencia porque les creo más. Aún se lo reprocha. No estuvo bien, Jaime Brena lo reconoce. Pero venía de comer con un colega, había tomado vino, bastante vino. Mucho vino. Y por otra parte decía la verdad. Eso nadie lo discute. Varios de sus amigos se habían cambiado de diario en los últimos meses. Algunos compañeros de trabajo, también. Pero nadie es tan idiota como él para reconocerlo, eso es cierto. Y menos frente a una cámara de televisión, sea de cable o de aire. Tanta noticia acerca de los bienes del Presidente, de los exabruptos del Presidente, de los dientes del Presidente, de los negociados del Presidente, de los zapatos del Presidente, terminaron aburriéndolo. Los dientes y los zapatos del Presidente no le importan nada; y el resto, la primera vez es noticia, la segunda es repetición, y la tercera vez -si sale en la tapa a media página y ese mismo día la muerte en un accidente aéreo del presidente de un país de la Unión Europea y su comitiva oficial no está en esa misma tapa o está pero ocupa un lugar mínimo- es alguna otra cosa a la que no se atreve a ponerle nombre. Pero no noticia. O eso sospecha él. O eso cree. A él le gustaba cuando El Tribuno titulaba con noticias de Internacionales. O deportivas. O policiales, claro, porque entonces en ese título participaba él, Jaime Brena. Sin embargo, Brena lo sabe, ese tiempo quedó muy lejos, y lo que es peor, intuye que no será fácil que algún día vuelva. Al menos, no por el momento. Si vuelve, cree, él ya no lo verá.

Abre su cajón y saca los papeles del retiro voluntario. Tal vez sea el momento. Tal vez sea lo que tiene que hacer de una vez por todas: agarrar la guita e irse. Si fuera inteligente lo haría, se dice, pero yo siempre fui medio nabo. O nabo entero. Brena trabaja en El Tribuno desde los 18 años. Aprendió a trabajar ahí. Aunque se imagina leyendo otro diario cada mañana, de hecho lo hace, no se ve trabajando en otra redacción. A pesar de que mirarle la cara todos los días a Lorenzo Rinaldi lo tiene atravesado. Muy atravesado. No sabe cuánto tiempo va a pasar antes de que lo mande a la mierda. Pero que lo va a mandar, lo va a mandar. Es cuestión de tiempo. Y de espacio. Porque uno no puede mandar a la mierda a un fulano en cualquier lugar. En un ascensor lleno de gente, por ejemplo, uno no puede. Brena, me gustaría que cubrieras la Fiesta Nacional del Cordero Patagónico, en Puerto Madryn. Te vas dos, tres días. Salís de la ciudad, ¿fuiste alguna vez al avistaje de ballenas? Andá, te va a encantar. Y Jaime Brena que -Rinaldi lo sabe- detesta salir de la ciudad, y que las ballenas le importan muy poco y el cordero patagónico menos, le habría contestado con todo gusto, por qué no me chupás un huevo, Rinaldi, pero no había espacio suficiente. Porque después de una contestación de ese tipo, uno tiene que estar listo para la piña. Además eso habría sido el final, eso habría sido lo mismo que vaciar los cajones e irse. Y él, si se va, no se va a ir con lo poco que quede en los cajones de su escritorio. Gustavo Quiroz, de Internacionales, se llevó una torta, y Ana Horozki, de Viajes, otra. Hasta Chela Guerti, que desde hacía tres años estaba desterrada a la última página, dicen que se llevó una fortuna. Se sacan de encima empleados con sueldos que fueron ganando aumento a lo largo de años y los reemplazan con periodistas recién recibidos que contratan por la mitad. Por eso pagan, para que se vayan. No importa que los nuevos conjuguen mal los verbos, que no sepan cuándo tienen que escribir concejo y cuándo consejo, o que confundan a Tracy Austin con Jane Austen. Ya lo corregirá alguien en el camino. Y si no, mala suerte. Lo importante es que los viejos y caros se vayan, sin prisa pero sin pausa. Aunque Brena se juega doble contra sencillo que Rinaldi, a él, no le va a aprobar tanta guita, ni siquiera le va a dar una sombra de lo que les aprobó a los otros. Le va a dar el retiro, sí, pero con lo justo, o con menos de lo justo, con lo que diga la ley. Jaime Brena descuelga el auricular y llama a Personal, ¿hasta cuándo se puede firmar esta cosa del retiro voluntario, nena? Te podés acoger hasta fin de año, Brena, le contesta la mujer. No, yo acoger no me acojo ni me dejo acoger, la religión no me lo permite, pero a lo mejor me retiro voluntariamente eso sí, le dice él y ella le festeja el chiste desde el otro lado del teléfono: Vos siempre igual, Brena. Ojalá, le contesta él. Y lo dice en serio. Ojalá estuviera igual que siempre, pero desde hace un tiempo sabe que está más viejo. O que ya no puede hacerse el tonto como hasta hace unos años y fingir que tiene diez menos de los que tiene. Mejor que eso, fingir que no tiene edad. Él nunca tuvo edad. Raro, entonces, pero empezó a sentirse viejo. Viejo para todo: para el laburo, para viajar, hasta para las minas. No es sólo un sentimiento; su cuerpo, en el último año, envejeció. Lo nota en el abdomen que le sale justo debajo del pecho y se le hunde en el bajo vientre, ¿por qué, si él nunca fue gordo? Y en el pelo que todavía no se le cae en cantidad pero que se nota ralo donde algún día va a ser, irremediablemente, pelado. Y en los cachetes del culo, que aunque trata de mirarlos poco en el espejo, sabe caídos como dos peras. O dos lágrimas. Qué querés, tenés más de sesenta años, se dice a sí mismo para consolarse, pero inmediatamente se da cuenta de que el consuelo resulta todo lo contrario: no quiere tener más de sesenta años. Guarda otra vez los formularios en el cajón y se queda mirando, por encima del tabique que separa su escritorio del siguiente, al pibe que pusieron para reemplazarlo en las noticias que siempre fueron suyas: crímenes y asaltos violentos. Buen pibe, aunque muy pichón, piensa. Muy tierno. Generación Google: sin calle, todo teclado y pantalla, todo Internet. Ni birome usan. El pibe se esfuerza, eso hay que reconocérselo, llega primero, se va último, y Rinaldi le da cuerda para demostrar que la sección Policiales funciona bien sin él, sin Jaime Brena. Esas cosas a veces pasan, uno cae en un lugar a cumplir una función que va más allá del trabajo para el que fue contratado, una función con un objetivo final que desconoce. Uno cae a hacerle de títere a otro y eso, Brena cree, es lo que le está pasando al pibe de Policiales: que Lorenzo Rinaldi lo está usando para pisotearlo a él. Pero a pesar del aval del que manda, y a pesar de que el pibe ni sospecha los manejos que hay detrás de su nombramiento y del lugar que le dieron, parece muy asustado, casi aturdido, se le pasan cosas importantes, y aunque no comete los errores burdos de otros principiantes, en la redacción de las notas se le cuela una inseguridad, un titubeo, que a Brena no le pasa inadvertido. Por primera vez, en la competencia aparecen algunas noticias de crímenes y asaltos importantes antes que en El Tribuno. Preferí no sacarla, la fuente no era confiable, dicen que dice el pibe. O no me pareció relevante, o tenía poco espacio y mucha nota así que tuve que elegir. Pero él no le cree, Jaime Brena sospecha que el problema es que el pibe no tiene buenos contactos. Y un buen periodista de Policiales se apoya en eso, en los contactos que le pasan los datos que, tarde o temprano, se van a convertir en noticia. Y si ese dato es una primicia, mejor. Porque si tenés que esperar a que se levante el secreto de sumario, estás frito. No importa si los contactos son policías, fiscales, chorros, jueces o presos, sino que den el dato justo. Por momentos siente que lo tendría que ayudar. Al pibe. Pero al rato se pregunta por qué, si no lo pusieron a su cargo. Que lo entrene Rinaldi, que sin decirlo ni figurar como editor de Policiales, está funcionando como la cabeza de esa sección acéfala. Aunque Rinaldi, más que entrenarlo, Brena lo sabe, en cualquier momento le va a meter una patada en el culo. Cuando no le sirva más. Una patada que va a doler. Lo peor de todo es que aunque a Jaime Brena no le gusta reconocerlo, el pibe le genera una gran contradicción. No le termina de caer mal. Le hace acordar a cuando él daba los primeros pasos en la redacción hace más de cuarenta años. Cuarenta y cuatro años, una eternidad. Cómo no va a ser caro, cómo no le van a ofrecer el retiro voluntario. Pero la diferencia es que él entonces tenía maestros, en la redacción y en la calle, y como no estudió más que el bachillerato se salvó de la virgen petulancia de algunos que hoy vienen directo de la Universidad. Al pibe le sobra Google y Universidad, y le falta calle, piensa Brena. Trabajó en Policiales en otro diario, con Zippo, colega y amigo/enemigo íntimo de Jaime Brena. Trabajar con Zippo es hacerle de secretaria, Brena lo sabe, no mucho más que eso, porque no confía ni en la madre. En ese momento, cuando Brena piensa, “no confía ni en la madre”, el pibe levanta la vista y lo descubre mirándolo, lo saluda de lejos con un movimiento de cabeza y él le devuelve el saludo haciendo un gesto que imita a quien se saca un sombrero, aunque Jaime Brena no lleva nada sobre la cabeza. Desde su escritorio, Brena le dice: ¿Tenés algo para mañana? Nada de peso, le contesta el pibe. Nada de peso, repite él, averiguá qué hay en el resto de la redacción, le aconseja, ¿sabés qué es lo importante para definir si un hecho policial puede o no ser noticia? Al pibe le sorprende la pregunta y aunque Brena le está preguntando de qué color es el caballo blanco de San Martín, se abatata y no sabe qué contestar. Y si bien preferiría no hacerlo, como si el otro le estuviera tomando un examen sorpresa en el que él tuviese miedo de ser reprobado, el pibe de Policiales está a punto de contestarle cuando Brena le advierte: Y no me recites, “el lugar donde se comete un crimen, quién está involucrado, o la gravedad del hecho”, que no estás más en la Universidad. Jaime Brena espera. El pibe piensa. O intenta pensar. Brena no lo dice, pero sabe que si a pesar de la advertencia se abatata y para demostrar que sabe termina recitando “las 5 w, who, what, when, where, and how” -que estrictamente tiene una w al final y no al principio-, tendría que controlarse para no cachetearlo, por su error y por decirlo en inglés. ¿Por qué algunos agregan una sexta “w”, why, y otros no? Tal vez porque es la pregunta más difícil de responder, la más subjetiva, aquella que implica meterse en la cabeza del que comete un crimen: ¿por qué? Y dale, insiste Brena. No, no sé, no se me ocurre qué más, dice el pibe rendido. Brena se sonríe y luego sentencia: Las otras noticias que andan dando vueltas en la redacción ese día. Nunca te olvides, en épocas de calma puede salir un loco a último momento a pedirte lo que sea que pueda ir en tapa, y vos se lo vas a tener que dar. Me parece que la tapa de mañana está, le dice el pibe, las declaraciones juradas y el crecimiento patrimonial de un funcionario importante del área de Finanzas del Ministerio de Economía. Brena lo interrumpe: Ah, qué notición, dice sin ocultar la ironía, ¿eso no lo publicaron la semana pasada? Sí, pero ahora se confirmaron algunos datos más. Ah, mirá, y así esperan que no se les pianten más lectores, después le echan la culpa a Internet y los diarios on line. Si en este país, con Banelco o sin Banelco, afanaron todos, ¿desde cuándo el incremento patrimonial de un alto funcionario es una noticia tan destacada? Y menos noticia dos semanas seguidas. Jaime Brena mueve la cabeza y se calla, el tema lo tiene cansado, aburrido, no sabe por qué termina siempre enganchado despotricando acerca de en qué se convirtió el periodismo hoy. ¿Acaso él no es responsable también, por acción o por omisión?, se pregunta aunque no tiene una respuesta definitiva. Intenta cambiar de tema pero nada se le ocurre. Todavía se queda allí, mirando al pibe de Policiales unos instantes más, como si quisiera decirle algo, como si quisiera orientarlo. Pero su rapto de bonhomía pasa de largo y Jaime Brena vuelve a su encuesta de cómo duermen hombres y mujeres de raza blanca.

El teléfono suena otra vez y, ahora, Brena atiende a tiempo. Jaime Brena, quién habla, dice. Comisario Venturini, le contestan del otro lado. Comisario, repite Brena. ¿Cómo vas, querido? Yo bien pero pobre, mi comisario, ¿y usted? Igual que vos. A Jaime Brena le da gusto escuchar esa voz. Responde a algo parecido a un reflejo de Pavlov y su cuerpo se pone alerta, tenso pero excitado, casi feliz; alguna sustancia -¿adrenalina?- se dispara dentro de él. Tengo algo para vos, Brena, dice el comisario. ¿Algo que me va a costar un asado con tinto del mejor? Un asado con champán, te va a costar. Escucho, dice Brena. Aunque lo hace por gusto porque sabe que en Sociedad no va a entrar ninguna información que pueda pasarle hoy el comisario Venturini, ni ninguno de sus contactos. Todavía no les dijo, todavía no se atreve a desactivarlos, son contactos de toda la vida. Sus notas de Sociedad salen sin firma, así que más allá de la gente de la redacción, por ahora y para el resto él sigue siendo el periodista más destacado dentro de Policiales del diario. Lo escucho, comisario, dice, y toma un papelito rosa del taco para anotar lo que Venturini le está por decir. Apareció muerto alguien que vos conocés muy bien, pero no te asustes que no lo querés ni medio, Brena. ¿Quién? Chazarreta. ¿Chazarreta? Degollado. Qué coincidencia. Tal cual. ¿De buena fuente? Estoy parado frente al cadáver, mirando el tajo mientras llega la policía científica. ¿Dónde? En su casa, en La Maravillosa. ¿Y qué hace usted tan lejos de su jurisdicción? Una de esas casualidades de la vida que después te cuento, vos conocés esta casa, ¿no?, lo entrevistaste acá la última vez. Sí, conozco la casa. Lo encontró la mucama, la mujer habló veinte minutos corridos sin decir mucho que sirva y ahora está en shock. ¿Hipótesis? Muchas, pero nada que valga la pena, mucha carne podrida, estaba esperando que vos me dieras tu impresión, Brena. Es que me toma de sorpresa, comisario, déjeme digerir la noticia y en un rato lo llamo. Oka, querido, yo voy a seguir en la escena del crimen un rato más, llamame cualquier cosa, no te digo que te vengas porque el fiscal ya está por caer y acá no dejan pasar ni al loro, después de lo de la otra vez… Entiendo. Mirá que te di la exclusiva. Se agradece. Llamame. Lo llamo, comisario, ¿algo más? Sí, Dom Pérignon, Brena, tira, pechito, molleja, y Dom Pérignon. Así va a ser.

Jaime Brena cuelga y se queda mirando el papel. Se pregunta qué debe hacer. Sabe que lo que tiene entre manos es un notición. En un par de horas la información va a correr en todas las redacciones, pero en esto, como en todo, el que golpea primero golpea más fuerte. Aunque algunos digan -como dijo Rinaldi en una de las últimas reuniones de tapa en la que participó Brena- que a partir de la explosión de las noticias on line en Internet, el concepto de “primicia” es más efímero que el tiempo que demanda hacer un copy paste y reenviar. A los de la vieja escuela, y él, Jaime Brena, es uno de ésos, les sigue importando la primicia. La muerte de la mujer de Chazarreta, tres años atrás, tuvo en vilo a todo el país. Y a pesar de que no encontraron pruebas suficientes para culpar al viudo, el 99,99% de la gente cree que el asesino fue Pedro Chazarreta. Y ese 99,99% incluye a Jaime Brena, que no sólo tuvo a cargo la investigación periodística del caso para El Tribuno sino que se convirtió en un referente del asunto para otros medios, desde el asesinato hasta que se cerró la causa. Cuando mañana aparezca la noticia en los diarios la gente va a decir: se hizo justicia, Brena sabe, aunque uno nunca esté seguro de que es lo justo, ni de nada. Aunque la verdadera justicia para alguien que no debía haber muerto sea la resurrección y no que maten a su asesino. Pero Brena duda que esa justicia se la hayan concedido a nadie, ni siquiera a Jesucristo. Se acerca al escritorio del pibe con el papelito rosa en la mano. ¿Che, tenés un minuto?, le pregunta. Entonces se da cuenta de que el pibe minimiza la pantalla en la que escribe para que él no vea en qué asunto está trabajando, y aunque le dice: Sí, decime, Brena piensa: Fea actitud, pibe, hace un bollo con el papel rosa, lo tira al cesto junto a los pies del aprendiz de periodista policial y le dice: Nada, dejá. Y desde ahí mismo, se vuelve hacia el escritorio de Karina, le enseña la caja de Marlboro que acaba de sacar del bolsillo de su camisa, y le pregunta: ¿Me acompañás? Y la mujer se levanta y lo acompaña.

Cuando salen a la calle hay por lo menos otros tres compañeros fumando. La prohibición de fumar en lugares cerrados en Buenos Aires generó una rutina de vereda que a Jaime Brena no le cae tan mal. Se sientan en el cordón. ¿Cómo andás?, le pregunta Karina y, aunque duda, la mujer se sirve el cigarrillo que Brena le ofrece. Bien, dice él mientras enciende el suyo. ¿Qué vas a hacer con lo del retiro? Todavía no sé, por momentos estoy decidido y por momentos no me veo dejando de venir acá todos los días. Brena da una pitada profunda y luego larga el humo, lento. Además estoy seguro de que Rinaldi no me va a querer dar la guita que les dio a los otros. Te merecés que te la dé, vos más que nadie. ¿Y eso que tiene que ver?, ¿merecer es garantía de algo? Tenés razón, dice la chica y se pone el cigarrillo en la boca para que Brena lo encienda. ¿Y de amores? Ahí sí, ves, me acogí al retiro voluntario, dice, y la chica se ríe. Él chasquea el criquet hasta que sale la llama y ella entonces se acerca. Eso no te lo cree nadie, Brena. En serio, quiero vivir tranquilo. ¿Con Irina nunca más? No, Dios me proteja. Los dos fuman un rato en silencio mirando el bulevar. ¿Sabés?, dice Brena, el otro día a la noche bajé a comprar algo para comer y me crucé con un tipo que paseaba un perro, lindo, grande, un labrador debía ser. ¿Y quién era el tipo? El tipo no importa, lo que importa es el perro, sentí que a mí también me quedaría bien un perro así. A lo mejor me compro uno. Ay, Brena, estás loco, no tenés paciencia para perros vos. ¿Qué sabés? Te conozco, a los dos meses lo vas a querer devolver. Bueno, un perro no es para toda la vida como el matrimonio; si no va, no va. Para mí sería más fácil desarmar un matrimonio que devolver un perro, dice ella, ¿a quién se le devuelve un perro? Vos no sabés lo que es desarmar un matrimonio, dice él. Ni quiero saberlo. Brena da la última pitada y apaga la colilla en un hilo de agua que pasa junto al cordón de la vereda, por debajo de sus piernas y las de la chica. Ella, que hoy casi no fuma, aún tiene el cigarrillo encendido y juega con la ceniza. Él la mira y luego dice: Chazarreta acaba de aparecer muerto, degollado. ¿Pedro Chazarreta? Sí. No te creo. Me llamaron recién para avisarme. Mañana es tapa, dice Karina. ¿De El Tribuno?, si el pibe se aviva a tiempo, duda Brena, y yo no estaría tan seguro. Sí, si el pibe se aviva. Ahora es la chica la que apaga el cigarrillo a medio fumar en el agua que corre. Casi ni fumaste, le dice él. Sí, dos o tres pitadas nada más, me duele un poco la garganta, ¿vamos? ¿Sabés por qué creo yo que las mujeres duermen boca arriba?, le pregunta Brena. ¿Por qué? Él la mira, respira profundo, se sonríe y luego dice: Nada, dejá, nada. Se levanta y le da la mano para que ella haga lo mismo. ¿Vas para adentro? Sí, ¿vos no? Voy a dar una vuelta manzana y vuelvo, ¿me hacés un favor?, le pide Brena. Sí, claro. Cuando pases por el escritorio del pibe decile que en su tacho hay un papelito rosa abollado, que lo lea, de parte mía. Sí, le aviso. Karina le agarra la mano y se queda así un instante como si fuera a decir algo más. Pero sólo termina repitiendo: Dale, yo le aviso. Y se va.

Brena podría caminar en cualquier sentido porque -él es consciente de eso- no se dirige a ninguna parte. Entonces elige ir hacia el Este, para que el sol le pegue en la espalda y no en los ojos. No hace demasiado calor, pero el reflejo de la luz del sol en esa baldosa clara hace cuarenta y cuatro años que le hace fruncir la cara. Y hoy no tiene ganas de fruncirla. Gira la cabeza a un lado y al otro para aflojar las cervicales, llena los pulmones de aire, se acomoda el pantalón en la cintura. Luego mira detrás, por arriba de su hombro, y verifica que está solo, que nadie camina cerca de él. Entonces separa la mano derecha un poco hacia delante, con el brazo extendido y el puño cerrado, y sigue caminando en esa posición, como si lo llevara tirando de su correa. El perro a él.

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