CAPÍTULO 20

El portón de entrada de La Maravillosa está cerrado a la hora en que llegan Jaime Brena y compañía: las ocho de la noche. Desde la ventanilla de ingreso, el guardia le pide al pibe de Policiales que apague las luces exteriores y encienda las de adentro del auto. Pero el pibe no entiende sus indicaciones, él sólo ve un hombre que hace gestos con la mano, abriendo y cerrando los dedos extendidos como si imitara el pico de un pato, un hombre que no levanta la barrera de ingreso ni piensa acercarse a darle explicaciones, sino que está esperando que el pibe de Policiales haga aquello que él pretende. Jaime Brena sí entiende su gesto y se lo explica: Apagá las luces de afuera y prendé las de adentro. El pibe, entonces, lo hace. Pero aun cuando él, Jaime Brena, sí entiende lo que ese guardia pide, o justamente por eso, y a pesar de que es un hombre paciente, se irrita. El método tiene para Brena la marca del abuso de poder y le recuerda otras épocas. En sus años de matrimonio discutió muchas veces con Irina acerca de lo que ella consideraba una más de sus incoherencias y contradicciones: tener paciencia y, sin embargo, irritarse con tanta rapidez. Si te irritás, hacé algo; y si vas a tomártelo con paciencia, no te irrites, se quejaba su mujer. Cuando un mosquito te pica, la piel se irrita inmediatamente, eso nada tiene que ver con la paciencia o la impaciencia, respondía él, por otra parte, si ya te picó, además de rascarte, ¿qué podés hacer? Jaime Brena era paciente entonces, cuando estaba casado con Irina, y es también paciente ahora, frente a la puerta de entrada a La Maravillosa, porque sabe que no serlo ayudará muy poco, que cualquier cosa que haga no servirá en absoluto y sólo demorará el ingreso. Aunque eso no impide que, como si lo hubiera picado una banda de mosquitos, se irrite. Cuando llegan junto a él, el guardia pregunta nombre, número de documento, número de la chapa patente, el modelo del auto y el color. ¿El color?, dice el pibe de Policiales. El color, repite el guardia. Verde, dice el pibe con tono de respuesta evidente a pregunta tonta. ¿Verde qué?, insiste el guardia. ¿Cómo?, pregunta el pibe. ¿Qué verde?, dice el hombre invirtiendo el orden de las palabras que componen la pregunta como si eso ayudara a que pueda ser entendida. Verde, vuelve a decir el pibe. Otro guardia que merodea por la zona con una escopeta apoyada sobre el hombro, se acerca y, como quien en el hipódromo pasa por lo bajo una fija para la siguiente carrera, dice: Verde Tahití. Verde Tahití, oka, agradece el guardia que registra el ingreso de las visitas mientras tipea con dos dedos en el teclado de su computadora seguramente esa palabra: Tahití. El pibe mira a sus compañeros y dice: Lo peor de todo es que esto no es joda. Ni me lo digas, responde Jaime Brena. El guardia ahora le pide al pibe el registro, el documento de identidad, el seguro del auto, el talón de pago del seguro del auto, le pide que abra el baúl y luego que abra el capot. El pibe lo hace, hace una a una cada cosa que le indica ese hombre, pero aclara: Ayer estuve acá, entré de visita en la misma casa, ya me sacaron una foto y cargaron todos estos datos en el sistema, menos el color… Sí, eso es nuevo, dice el guardia, se le habrá pasado a mi compañero. ¿Y hace falta anotar todo otra vez?, pregunta el pibe. No, no tendría que hacer falta, pero se cayó el sistema y tenemos que volcar los datos a mano. Jaime Brena se irrita un poco más. Karina Vives se ríe: Estos tipos son increíbles, no existen… ¿Vos te creés que este tipo no se da cuenta de que saber si tu auto es verde Tahití o verde musgo no sirve para una mierda?, pregunta Brena, la idea genial no es de ellos sino de los que les dan las instrucciones. Con cada nuevo asalto a un barrio privado agregan algún requisito de control que no va a servir en absoluto para evitar el próximo suceso, pero que nadie se atreve a cuestionar. Karina dice: Yo creo que tendrían que desarmar los asientos como hace la policía antidrogas, levantar las alfombras, probar el matafuego para ver si no está cargado con alguna sustancia que sirva para hacer bombas caseras, palparnos de armas, revisar mi cartera, pasarnos por el detector de metales… Dales tiempo, interrumpe Jaime Brena, ya más resignado que irritado, mientras la barrera se levanta delante de ellos y les permite, por fin, el acceso a La Maravillosa.

En su casa, o la casa que ocupa, Nurit Iscar, que sabe que Jaime Brena y el pibe de Policiales están entrando porque ya se comunicaron de la guardia para que ella autorizara el ingreso -aunque ignora que Karina Vives viene también en ese auto-, se peina, se pone un poco de perfume, se pasa brillo en los labios, y se siente una idiota. Vuelve a la cocina con las amigas. ¿Para qué hora pediste las pizzas?, pregunta Paula Sibona. Para las nueve, tendría que haberlas pedido más temprano, ¿no? No, las nueve es buena hora para comer, dice Carmen. ¿Y si vienen con hambre?, ¿preparo una picada?, pregunta Nurit. Betibú, ¿me parece a mí o estás más nerviosa que cuando te vino a buscar Lorenzo Rinaldi?, pregunta Paula. Te parece a vos. El sonido de las ruedas del auto sobre la grava de la entrada la salva de dar ninguna explicación más. Nurit Iscar va hacia la puerta a recibir a sus invitados. La oscuridad todavía no le permite ver que con el pibe de Policiales y Jaime Brena viene alguien más, sino hasta que Brena abre la puerta trasera y Karina Vives sale del auto que, ahora sus pasajeros saben, es verde Tahití. Espero que no te moleste, trajimos a una amiga: Karina, dice Jaime Brena y las presenta. Nurit, contesta ella, le da un beso a la chica y luego a los dos hombres. Y nunca sabrá, Nurit Iscar, Betibú, por qué no sospecha quién es esa mujer en el momento en el que besa a Karina Vives y la acompaña por la galería hasta entrar en la casa -imaginando por la edad que es invitada del pibe de Policiales y no de Jaime Brena- y en cambio recién se dará cuenta un par de horas más tarde cuando se lo dirán sus amigas -¿sabés quién es esa hija de puta?-. Por qué no sospecha aún que esa con la que camina por la galería de la casa es la mujer que destrozó su novela Sólo si me amas, tres años atrás, ayudándola así a iniciar el camino que la desterró al mundo de los escritores fantasma. Es cierto que nadie menciona su apellido en las presentaciones, que nadie menciona que es periodista cultural, que nadie dice ni siquiera: “ella trabaja con nosotros”. ¿Pero no existe acaso la intuición femenina?, ¿el rechazo de piel?, ¿el sexto sentido? Parece que no, o que la excitación que le provoca a Nurit Iscar tanto el caso de las muertesrelacionadas con Chazarreta como que Jaime Brena esté allí -ya es hora de reconocerlo- anula otras percepciones. Lo cierto es que en ese momento ella entra en la casa, conversando con esa chica, simpática, amable, y así se la presenta a sus amigas: Paula, Carmen, les presento a Karina. Y todos se besan, se sonríen, se acomodan en los sillones del living y se dicen cosas agradables como si a pesar de que varios de ellos se conocen bastante poco, cada uno, solitario como el otro, creyera, sin objeciones, en el refrán popular: los amigos de mis amigos son también mis amigos.

Lo primero que hace el pibe de Policiales es cumplir con el pedido de Jaime Brena: sube al cuarto de Nurit y busca en Youtube el video del informe de la muerte de Chazarreta que hace unos días pasaron en el canal que pertenece al mismo grupo que El Tribuno. No le resulta difícil, como tampoco imprimir la foto que aparece al final del informe, en medio de una sucesión de distintas tomas, y que Brena sospecha que es la misma que estaba en el portarretrato vacío. Aunque le molesta la mala definición de la imagen, es muy probable que la foto sea ésa y las caras de los hombres, aunque en menos pixeles de los que él quisiera, se ven con bastante claridad. Baja, se la muestra a Jaime Brena, y Brena confirma: Es ésta pibe, gracias.

Un rato después, ya instalados en el living, Jaime Brena saca de su bolsillo el anotador Congreso y la foto que le acaba de entregar el pibe de Policiales, busca la página con sus últimas anotaciones y le hace un gesto a Nurit Iscar para que se acerque. Ella lo hace, toma la foto impresa en papel común, papel de impresora, y observa a cada uno de esos hombres. Los mira una y otra vez, cara por cara. Una imagen de sonrisas posadas, la de todos menos la de Gandolfini, que tiene un gesto distinto, más duro, como si estuviera hablándole a quien saca la foto, más que hablando dándole instrucciones o retándolo. Nurit y Jaime Brena intercambian algunas pocas impresiones, el pibe de Policiales sigue con atención esa conversación. Los demás también pero con cierta distancia, sin saber todavía si corresponde o no que lo hagan. Jaime Brena se da cuenta y los incluye: si les interesan las extrañas elucubraciones en las que estamos metidos, se pueden sumar. Y todos se suman. Él hace una síntesis de su encuentro con el hermano de Gandolfini, en la que no escatima elogios para el pibe de Policiales y sus habilidades en la red que le permitieron ubicarlo. Y ubicar la foto. Luego se pone los anteojos para leer en voz alta lo que más le importa: su cuadro sinóptico, cada muerto y cada causa de muerte. Nurit deja la foto sobre la mesa y sigue ahora con los ojos los apuntes que Jaime Brena lee. El pibe de Policiales busca señal para su Blackberry, pero para eso tiene que acercarse al marco de la puerta que separa el living de la cocina. No sabe para qué se preocupa tanto por tener señal, pero lo hace. Cuando Brena termina de leer su cuadro, Carmen Terrada, con el cuidado de quien sabe que va a opinar sobre un asunto que no le incumbe del todo, dice: Si no les molesta que haga un comentario, a lo mejor poco adecuado, esto me suena a muerte de Carnaval. Jaime Brena asiente. ¿Qué quiere decir “muerte de Carnaval”?, pregunta el pibe de Policiales, aunque podría haberlo preguntado cualquiera, porque nadie allí, excepto Jaime Brena y ella, sabe de qué se trata eso de lo que Carmen Terrada habla. Ella explica: Ahora la cosa está más controlada, pero hace años atrás en el Carnaval de Río de Janeiro morían muchas personas en peleas que se aceptaban como consecuencia del alcohol, la fiesta, el descontrol. Esas muertes se asumían como un costo del Carnaval, no se investigaba demasiado, muchas muertes y pocas pistas, lo que hizo que asesinos que querían cobrarse una víctima por la causa que fuera, esperaran el Carnaval para que a ese crimen se lo incluyera en el paquete de muertos del dios Momo y que pasara así inadvertido, o casi. Bueno, algo de lo que vengo escuchándoles decir me hace pensar en eso, en las muertes de Carnaval. No lo sé explicar bien, es casi una intuición, concluye Carmen. Jaime Brena, que la escuchó con mucho interés, asiente. Él también cree que alguien está queriendo hacer pasar gato por liebre, que alguien es mucho más inteligente que todos ellos, que alguien, de alguna manera, sigue manejando los hilos de esas muertes. Y de las que faltan. A pesar de lo complejo de la situación, no cree que los accidentes sean sólo eso, accidentes. Le pide al pibe de Policiales que busque más información sobre el último muerto, Marcos Miranda, aquel que acaban de matar, hace unas horas, esa misma tarde, en un tiroteo en Estados Unidos ¿Son todas éstas muertes de Carnaval?, ¿alguna lo es?, ¿alguna no? ¿Qué puede unir un accidente de esquí, un choque mortal, un degüello y un francotirador?, dice Jaime Brena en voz alta participando al grupo de lo que lo desvela desde hace unas horas. ¿Cuál es el patrón, la constante que se repite en un caso y en otro?, insiste. El pibe dice que le resulta extraño, pero que en las agencias de noticias todavía no encuentra nada acerca del tiroteo en New Jersey. Karina Vives se olvidó por un rato de su embarazo y mira ahora la foto de los hombres de “La Chacrita” arrodillada junto a la mesa ratona. Nurit Iscar sigue con la vista clavada en el anotador Congreso de Jaime Brena. Va con el dedo, como si fuera un puntero, del muerto a las causas de su muerte. Parece haberse aislado del resto del grupo, parece que ya no escuchara lo que los demás dicen, sino lo que su cabeza rumia. Lee una y otra vez causa y muerto, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, de abajo a arriba y de arriba a abajo. Hasta que por fin, como si hubiera tenido una revelación, interrumpe la conversación que no estuvo escuchando y dice: Cada uno murió como debía morir. ¿Qué quiere decir eso?, pregunta el pibe de Policiales. Que murieron como era esperable que murieran, dice Nurit Iscar, luego se incorpora y, tal como haría si estuviera dando una clase en la Universidad, camina por ese living y explica, mientras señala a cada uno de los hombres que nombra en la foto que le saca de las manos a Karina Vives en un gesto que más que prepotente es impulsivo y hasta entusiasta: El que manejaba como loco y todo el mundo creía que se iba a dar un palo, murió en un accidente de autos; el arriesgado esquiador murió esquiando; el que se fue a Estados Unidos murió de un tipo de muerte posible en los Estados Unidos: baleado por un loco. Y Chazarreta, a quien tantos consideraban el asesino de su mujer, murió como ella, murió como debía morir, como era esperable que muriera. Cada uno de ellos tuvo la muerte que tenía que tener, concluye Nurit. Pero no fueron ni el destino, ni el karma, ni la casualidad, ni una maldición, ni siquiera un trabajo como diría Gladys Varela, aclara Jaime Brena, y Nurit, en silencio, coincide. ¿Quién es Gladys Varela?, pregunta Karina Vives, pero nadie le contesta. ¿Qué fue entonces?, pregunta Paula Sibona. Asesinatos por encargo, dice Jaime Brena sin dudarlo un instante. Alguien quiso que murieran todas estas personas y se ocupó de encontrar quién lo hiciera para él. Ése es el patrón. ¿Eso existe?, pregunta Carmen, ¿de verdad uno consigue fácilmente a alguien que mate a otra persona?, yo creía que eso era un mito urbano. No sé si fácilmente, pero nada de mito urbano, un sicario, dice el pibe de Policiales. O menos que eso, o más que eso, contesta Jaime Brena y luego sigue: Un trabajo “serio” entre comillas, prolijo, hecho por profesionales, puede costar entre 3000 y 5000 dólares, pero también hoy encontrás a un tipo que te baja a otro por 300 pesos. Haberlo sabido antes, dice Paula Sibona y le guiña un ojo a Carmen Terrada, que no le festeja el chiste. Este trabajo, a quien lo haya encargado, le tiene que haber salido bien caro, sigue Brena, esto no lo hace un sicario aislado, lo hace una empresa, una serie de asesinatos como éstos demanda logística, información, expansión territorial, hasta un guión. Una verdadera empresa. Yo una vez escribí una nota sobre algo que tiene su parecido con esto, dice Karina Vives -ah, ¿sos periodista vos también?, pregunta Paula Sibona, que hasta entonces parecía la menos atenta a la conversación. Sí, responde ella-, escribí sobre una empresa que se dedicaba a armar cursos o congresos truchos para tipos o mujeres que eran infieles a sus parejas. Los fulanos decían que se iban a un congreso a alguna parte del mundo y les armaban folletería falsa, carpetas con papeles de los cursos, credenciales, fotos trucadas, diplomas, etc., etc., todo impecable. Hay cada hijo de puta, dice Paula Sibona. Sí, coincide Karina. Esto parece algo así, ¿no?, una organización para armar una mentira que, en lugar de tapar infidelidades, tapa otra cosa. Varias muertes, dice Jaime Brena, y además de taparlas las ejecuta, mata, un trabajo verdaderamente profesional en el peor sentido. Y Brena seguiría explicando y hablando del asunto pero se da cuenta de que las tres mujeres incorporadas al grupo de trabajo quedaron enganchadas en la empresa para maridos y mujeres infieles y hablan por lo bajo de ese tema sin prestarle demasiada atención a lo que él les acaba de explicar. Esa conversación va ganando entusiasmo al otro lado del living. A Jaime Brena, al pibe de Policiales y a Nurit Iscar no les pasa lo mismo. Están preocupados. Muy preocupados. Se separan un poco de ellas para hablar con libertad sin alarmarlas. Ahora sí, me parece que hay que hablar con la policía, dice el pibe de Policiales. Sí, coincide Jaime Brena. Nurit asiente pero su cabeza no deja de trabajar: ¿Quién puede contratar una empresa sicaria y por qué? Por lo pronto, alguien que tiene mucho dinero, contesta Brena. Y ella sigue: Está claro, alguien que tiene mucho dinero, ¿pero qué hicieron estos hombres para que alguien gaste tanta energía y plata en premeditar su muerte y ejecutarla de una manera tan sofisticada? Esas dos cosas son lo que nos queda por averiguar ahora, dice Jaime Brena, quién y por qué. Pero sin duda, tenemos que avisar a la policía.

Suena el timbre y eso los interrumpe. ¿La pizza?, dice Nurit, qué raro que no avisaron de la guardia. Vamos a ver quién puede comer ahora, yo por lo menos tengo un nudo en el estómago, dice mientras va hacia la puerta. Sin embargo, cuando la abre, advierte que del otro lado no está la pizza sino el guardia que la llevó esta mañana en su carrito hasta el quiosco. Disculpe que la moleste, señora, dice. No, no es nada, ¿qué pasa?, pregunta ella. Yo… no sé si corresponde que esté acá, pero… ¿Qué pasa?, insiste Nurit. El señor Collazo, ¿se acuerda de que estuvimos comentando que él estaba nervioso? Sí, dice Nurit e intuye lo que sigue. Jaime Brena y el pibe de Policiales, que ya se dieron cuenta de que quien habla está a punto de revelar algo importante, se acercan a la puerta. El señor Collazo se mató, me avisó hace un rato un compañero… y yo lo acabo de ver. Nurit siente como si recibiera un golpe seco en el medio del pecho. ¿Cómo murió?, pregunta Brena. Se colgó de un árbol, todavía está ahí colgado, en su casa, no lo pueden bajar, hay que esperar a que llegue el juez. Nurit se agarra del brazo de Jaime Brena, él la sostiene, pero además apoya su mano sobre la de ella y la aprieta. El pibe de Policiales se frota lacara como si quisiera despertarse de un sueño que lo tiene agobiado. No les diga a mis superiores que yo le avisé, le pide el hombre a Nurit, a ellos no les gusta que uno lleve y traiga… pero le digo, estoy tan impresionado, lo que son las cosas, ¿vio?… Le quería contar, disculpe. No, hizo bien, dice ella, hizo bien en venir a contarme y quédese tranquilo que no le voy a decir a nadie cómo me enteré. Estaba muy nervioso, insiste el guardia, se veía venir, ¿no? Nurit Iscar intenta decir algo, pero se le quiebra la voz. Jaime Brena se da cuenta y le evita tener que dar la respuesta que el guardia espera. Por eso, es él quien dice las mismas palabras que ella hubiera dicho si no se le hubiera apretado la garganta, palabras que aunque suenan a confirmación encierran una intención distinta de la que puede juzgar ese hombre parado frente a ellos: Sí, se veía venir, Collazo también murió como debía morir.

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