CAPÍTULO 09

A última hora de la tarde el pibe recibe el primer informe que Nurit Iscar le envía desde La Maravillosa a Rinaldi, con copia a él. Lo lee. Y siente odio. Ganas de patear algo. Levanta la vista y busca a Jaime Brena en su escritorio pero él no está ahí sino parado frente al de Karina Vives, hablando con la chica. El pibe de Policiales se dirige hacia allá. En serio, no me pasa nada, dice ella. Pero es raro que no te prendas a fumar, le contesta Brena. Es la alergia que no me deja meterme más nicotina adentro, está diciendo Karina cuando el pibe se acerca. Jaime Brena, de espaldas a él, le contesta a la mujer: No fumes si no querés, pero acompañame. Ella se niega, sabe que si sale a la vereda a fumar con Brena va a contarle de su embarazo y hoy no se levantó con ánimo como para darle ni siquiera a él, su mejor amigo dentro de la redacción de El Tribuno, la noticia. ¿Por qué ayer cuando se bañaba estaba segura de lo que quería hacer y hoy duda otra vez? Sin proponérselo, el pibe la salva: ¿Tenés un minuto?, le pregunta a Brena. Tengo, dice él, guarda la caja de Marlboro en el bolsillo de su camisa con resignación y le hace un gesto con la cabeza que indica que lo acompañe a su escritorio. La mina ya mandó su informe, le cuenta el pibe. ¿Qué mina?, pregunta Brena. La escritora que puso Rinaldi en La Maravillosa. Nurit Iscar. Sí, Nurit Iscar, confirma el pibe. Aprendete el nombre, le dice Brena. Lo sé, pero estoy caliente. ¿Qué pasa? Que la mina inventa una teoría que va a contramano con la mía y no podemos publicar mi nota al lado de la de ella porque va a parecer que somos esquizofrénicos. Y, un poco somos. En serio, yo no puedo publicar lo que manda. ¿En qué no están de acuerdo?, pregunta Jaime Brena. Ella dice, basándose en pelotudeces que escuchó en un supermercado, que la muerte de Chazarreta fue un asesinato y para mí está claro que el tipo se suicidó. ¿Por qué? Tenía el arma en la mano. Eso se planta, no es prueba suficiente. No hay signos de violencia en la casa. No siempre hay signos de violencia en un homicidio, sobre todo cuando está bien planeado. Y no hay cortes de defensa en las manos de Chazarreta. Lo pueden haber degollado mientras dormía en el sillón, con mucho alcohol encima; hasta ahora no me dijiste nada contundente. ¿Dice el informe si la mano derecha estaba llena de sangre?, pregunta Brena. Al pibe le sorprende la pregunta: No, no dice nada, ¿por? Si no dice, seguro que es porque no había sangre: Es asesinato, pibe. Varios sitios de noticias en Internet se inclinan por la hipótesis del suicidio y hay montones de tweets y retweets…, insiste el pibe de Policiales. Tuits y retuits, repite Brena. Y luego: ¿Sabés cuál es tu problema, pibe?, mucho Internet y poca calle. Un periodista policial se hace en la calle. ¿Cuántas veces te escondiste detrás de un árbol vos?, ¿cuántas veces llamaste a un testigo de un crimen o a un pariente del muerto haciéndote pasar por el comisario Fulano de Tal?, ¿cuántas veces te disfrazaste para meterte en un lugar donde no te dejaban entrar? El pibe no contesta, pero es evidente que nada hizo de lo que le pregunta Brena. Acordate, pibe, mucha calle, ser entrador y mimetizarte con la situación: vos tenés que ser el ladrón, el asesino, el muerto, el cómplice, lo que haga falta para entenderles la cabeza. Y largá un poco la computadora, tanto Google te está haciendo mal. ¿Te das cuenta de por qué los chinos lo prohíben? Internet va a ser el nuevo opio de los pueblos, la nueva religión. Vení, sentate, le dice Brena, y le ofrece su propia silla. Abre el cajón de su escritorio, agarra una vieja regla de madera de unos veinte centímetros, se pone detrás de él y apoya la regla sobre el cuello del pibe como si fuera a degollarlo pero sin hacer todavía el movimiento. El pibe se estremece cuando la regla lo toca. Brena le pregunta: ¿Cómo era el corte?, ¿paralelo al piso?, ¿hacia arriba?, ¿o hacia abajo? Paralelo al piso y sobre el final levemente hacia arriba. Lo mataron. ¿Por qué? Brena le da la regla. Degollate, le dice. El pibe lo mira sin hacer nada. Degollate, pibe, le dice otra vez. Sin demasiado convencimiento, el pibe mueve la regla de izquierda a derecha. ¿Dónde terminó tu mano? Levemente hacia abajo. Si te estuvieras desangrando sería notoriamente hacia abajo, es imposible cortarse uno mismo el cuello hacia arriba, es un movimiento antinatural, pibe. Averiguá si la mano derecha estaba llena de sangre, el primer chorro de sangre siempre va a parar ahí, a la mano que está cortando las arterias. Pero no había cortes de defensa en las manos, insiste el pibe. No importa, el tajo hacia arriba y la mano sin sangre son evidencias más contundentes, no debe haber habido cortes de defensa porque a Chazarreta no le dieron tiempo a despertarse y reaccionar. Vas a ver que cuando llegue la autopsia definitiva va a decir que había mucho alcohol en sangre, seguro estaba dormido, borracho, y hasta le pueden haber puesto algo en el whisky, un tranquilizante, por ejemplo, o varios, o un puré de tranquilizantes. Entonces la mina puede tener razón. La mina no, Nurit Iscar. Nurit Iscar, o Betibú. O Betibú, sí, ella debe tener razón; ¿tiene los datos de la autopsia preliminar que te mandé a vos? No, no se los di, pensaba guardar esa información para mi nota. Está bien, hay que ser tacaño con la información de uno, aprueba Brena. Ella se basa en comentarios de lo más pelotudos, dice el pibe, ya te dije, cosas que escuchó mientras compraba un yogur en el supermercado, por ejemplo. Ves, calle, ella encuentra en la calle, aunque no parezca, el supermercado de La Maravillosa, en este asunto, es la calle. ¿Puedo leer lo que escribió? Te lo mando a tu mail, le dice el pibe. No, pibe, imprimímelo, yo soy de la generación paper.

Unos minutos después el pibe llega con el informe de Nurit Iscar impreso y se lo entrega a Jaime Brena que, de inmediato, lee:

“Todo es calma en La Maravillosa. Uno camina por este lugar, a la sombra que dan sus árboles, oliendo el perfume de las flores y del pasto recién cortado, y puede soñar que nada malo le podría pasar estando aquí, detrás del muro. Los chicos van solos por la calle, en bicicletas, carros a batería y hasta en triciclos. La gente todavía deja las llaves puestas en los autos y las casas abiertas. No hay ruido de frenadas ni de colectivos, no hay escapes de autos que contaminen el ambiente, es muy difícil escuchar una bocina que suena si no es porque un vecino saludó a otro. Sin embargo, así como en la película Carrie, de Brian De Palma (basada en la novela de Stephen King), cuando la serenidad gana la escena y el espectador desprevenido al fin comienza a relajarse, la mano de Carrie atraviesa la tierra y sale de su tumba para agarrar a su amiga que le lleva flores, así también, en medio de una escena bucólica, la muerte irrumpe, inesperada, y esta vez termina con la vida de Pedro Chazarreta en su casa de La Maravillosa. El escenario dice una cosa y la realidad otra. La realidad ya habló hace tres años cuando apareció muerta Gloria Echagüe. Aunque por un tiempo nos quisieron hacer creer que sólo fue un lamentable accidente, la muerte de la mujer de Chazarreta no fue sino un asesinato. Como cualquier otro. Un asesino, un móvil y un muerto. Así de simple. Así de tremendo. Sólo que en un lugar donde no podía pasar. Allí no. Allí, en el mismo lugar donde tres años después, sin que todavía la justicia haya encontrado al culpable de aquel crimen, se comete otro. También una persona muere degollada. Y para agregar coincidencias y detalles que llaman la atención, digamos que esas dos personas fueron marido y mujer. Y que ese hombre fue acusado de matar a su esposa. Y que ese hombre fue sobreseído por falta de pruebas. Tal vez por eso, y por la sorpresa, y por el shock, lo primero que se escuchó en La Maravillosa, apenas se descubrió el cadáver de Pedro Chazarreta ayer por la mañana, fue que el viudo de Gloria Echagüe se había suicidado. El rumor tomaba como indicio una prueba absolutamente débil: el cuchillo que se utilizó en el degüello estaba en su mano derecha, como si él lo hubiera empuñado. Como si. Pero ese rumor sólo podía correr de boca en boca hasta que se enfrentara conalgunos de los que más lo conocían. Amigos y relaciones aseguran que si el cuchillo estaba en su mano es porque alguien lo puso ahí. En la proveeduría de La Maravillosa, yo misma escuché a dos vecinos que mientras elegían yogures frente a la góndola de productos frescos decían uno al otro contotal convicción que la muerte de Pedro Chazarreta no fue un suicidio. Y daban sus razones. Las mismas razones que oí después en el quiosco y en el bar del house. Que no puede de ninguna manera haber sido un suicidio. Que sólo quien no lo conocía lo suficiente a Chazarreta puede creer esa versión. Ellos, quienes sí lo conocían, no necesitan esperar los resultados de la autopsia ni que se levante el secreto de sumario para confirmarlo. ¿Por qué? Lo saben, simplemente porque Pedro Chazarreta jamás habría dejado a medio jugar la copa del club, un torneo four ball de golf que se realiza en dos fines de semana consecutivos. Menos si en el primer fin de semana, tal como sucedió, él y su compañero habían hecho el mejor puntaje registrado en La Maravillosa en los diez años que tiene su cancha de golf. A nadie en este sitio repleto de árboles y que huele a flores y pasto recién cortado le importa si había un cuchillo en la mano de Chazarreta. Lo único que les importa es la certeza de que él jamás habría abandonado un four ball. Menos el más importante del club. Menos si estaba jugando como nunca. Nadie lo haría. Y él, Pedro Chazarreta, menos que nadie. Hace tres años el four ball del club coincidió con el entierro de Gloria Echagüe. Lo suspendieron una semana, y Chazarreta estuvo ahí, la semana siguiente.

Yo también, como los vecinos, descarto la hipótesis del suicidio. No sé de golf, pero sí de perfil de personajes. Si Pedro Chazarreta hubiera sido un personaje de una de mis novelas no habría pensado en Y dejó muy en claro con sus actitudes que tampoco creía que nadie merecía que él les diera una explicación. Si era así, entonces, ¿por qué suicidarse? Menos ahora que la justicia lo sobreseyó definitivamente en la causa por falta de pruebas. Menos ahora que va a ganar otra vez el torneo de golf del club. No, definitivamente, si Pedro Chazarreta fuera el personaje de una de mis novelas, no se habría suicidado. Pero entonces por qué querer hacernos creer que sí, por qué dejar el arma homicida en su mano. ¿Una broma? ¿Un error? ¿Subestimación de todos nosotros?

Dos son las hipótesis que corren en La Maravillosa en cuanto al móvil: venganza o el mismo motivo, aún oscuro, que se llevó a Echagüe. Entonces:

1) Quién lo mató quiso que Chazarreta pasara por lo mismo que pasó su mujer, o sea que el asesino lo consideró culpable o responsable o encubridor del asesinato de Gloria Echagüe y, por lo tanto, quiso

2) El asesino es el mismo que mató a su mujer y por eso aplicó el mismo modus operandi.

¿El cuchillo en la mano? Sólo para distraer un poco más a los distraídos.

Todavía es muy pronto para inclinarse por alguna de esas dos alternativas. Es más, me atrevo a sospechar que cuando tengamos los datos de la autopsia y la investigación avance, aparecerán otras hipótesis. Mientras nosotros caminamos bajo los árboles de La Maravillosa, respiramos el aire puro y disfrutamos de su silencio, esas hipótesis saldrán, inevitablemente, a la luz.

Como la mano de Carrie que sale de su tumba.

Es cuestión de ser pacientes y esperar.”

Estás en problemas, pibe. ¿Por qué? Porque Iscar sabe más que vos. Cambiá tu nota, tocala un poco, y decí algo así como que algunos siguen barajando la hipótesis del suicidio, pero que “fuentes oficiosas” y distintas versiones que circulan por La Maravillosa lo descartan. Y ahí, le mandás una referencia cruzada al informe de Iscar y todos contentos. ¿Okey? Okey. Vas a tener que hacerte amigo de ella, tenés que ser entrador, acordate, y tirar para el mismo lado o Rinaldi te va a pasar a mejor vida. El pibe se queda un momento en silencio. Quiere decir algo, pero no se atreve. Andá, andá a laburar que no vas a llegar al cierre, le dice Brena. Gracias, dice el pibe con dificultad. Jaime Brena sólo repite: Andá. Lo adoptaste, concluye Karina Vives cuando al final del día pasa junto a su escritorio lista para irse. Huérfano y medio pelotudo, qué otra cosa podía hacer. Es tu naturaleza, Brena, sos generoso y te gusta que la gente trabaje bien. Y soy medio pelotudo, yo también. Sí, eso también, dice Karina y se ríen. Acordate, le dice él, quiero que me chequees entre tus amigas con hijos si es cierto que los varones cuando son bebés lloran más que las mujeres, nosotros dos no tenemos experiencia al respecto, le dice Brena. Es cierto, nosotros dos no tenemos experiencia, dice ella y Brena no llega a notar que el tema la conmueve porque Karina Vives hace un esfuerzo por disimularlo. ¿Será por eso, para compensar, que de grandes lloran tanto las mujeres y nosotros no?, le dice él. ¿Vos no llorás?, le pregunta ella, ¿qué hacen los hombres cuando están mal? Zapping, nos tiramos en la cama y hacemos zapping. Karina se acerca y lo abraza más fuerte que de costumbre. Brena se sorprende pero se deja abrazar. Hasta mañana, Brena. Hasta mañana, linda.

Jaime Brena ordena su escritorio, junta sus papeles, apaga la computadora, y cuando se está por ir se da cuenta de que la regla que le dio al pibe de Policiales para que simulara su propio degüello está en el piso, debajo de su silla. Jaime Brena conserva esa regla desde que entró a trabajar en El Tribuno. Él es así, se encariña con las cosas y tiene algo de fetichista. La agarra y la guarda en el cajón. Levanta la vista y ve que el pibe de Policiales sigue escribiendo en su escritorio. Se acerca. ¿Y, cómo vamos? Bien, le dice el pibe, ya termino. Okey, nos vemos mañana. Nos vemos mañana. Jaime Brena se va, pero a poco de andar por el pasillo, vuelve. ¿Te puedo preguntar algo? Sí, claro, le dice el pibe. Vos, ¿a quién te querés parecer? ¿Cómo?, pregunta el pibe. A quién te querés parecer, cuál es tu modelo, qué periodista te gusta. Ah, ¿de acá o de afuera? De acá, pibe, de acá, y de Policiales, si te vas a dedicar a las noticias policiales tenés que buscar ahí tu modelo. No, no sé, nunca me puse a pensarlo demasiado, llegué al periodismo policial medio de casualidad, mis modelos vienen de otro lado. Se nota, pibe, no es por joderte, pero se nota. ¿Sabés quién fue GGG en Crítica?, pregunta Brena. No, contesta el pibe. Averigualo, Gustavo Germán González, investigá quién era, cómo trabajaba, a ver si encontrás en Internet cómo hizo para meterse en la morgue cuando tenía que investigar el asesinato del concejal radical Carlos Rey, le indica Jaime Brena. Y sigue: “No hay cianuro”, se llamó la nota que escribió al día siguiente, leela. Qué buen título, pibe. Y leé también la novela de Osvaldo Aguirre Los indeseables, una ficción donde lo pone a GGG de protagonista. Haceme caso, con Internet solo no vas a poder, no alcanza. Entonces, lección número uno: leé todo lo que encuentres acerca de Gustavo Germán González, es una orden, ¿oka? Oka, contesta el pibe de Policiales. Jaime Brena hace el gesto de saludo que le gusta, mover la mano sobre su cabeza como si tuviera un sombrero que levanta y vuelve a dejar en su lugar. Y se va.

El pibe de Policiales lo mira irse. Termina su nota y la manda justo para el cierre. Antes de apagar la computadora escribe “GGG+diario critica” en el buscador de Google y espera las respuestas. Sospecha que lo que acaba de decirle Jaime Brena debe ser un buen consejo. Más que sospecharlo, lo sabe. Lo que no sabe es cómo averiguar quién fue Gustavo Germán González si no es metiéndose en Internet.

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