James Hadley Chase
Cambio de escena

Titulo original en ingles: Have a Change of Scene
Traduccion: Claudia Ferrari
CAPITULO UNO

No comenzo a notarse hasta un mes despues del accidente. Podria denominarse un shock tardio, aunque el doctor Melish no lo haya llamado asi; pero el habla en su lenguaje tecnico que nada quiere decir para nosotros, aunque lo que queria significar era eso, un shock tardio.

Un mes antes del accidente, yo flotaba en la enrarecida atmosfera del exito. Por ejemplo, en mi trabajo. Habia sudado tinta china por el y por fin lo habia conseguido: era primer vendedor de los joyeros mas exclusivos de Paradise City: Luce amp; Fremlin, que pertenecen a la misma categoria de Cartier y de Van Cleff amp; Arpels. Aqui, cada tienda, negocio, galeria y joyeria lucha por ser lo mejor porque esta ciudad es el campo de juego de los millonarios, donde los esnobs, los muchachos repletos de dinero, las estrellas de cine y los jactanciosos vienen a hacer gala de su riqueza.

Luce amp; Fremlin son los mejores en su linea y, como su experto en diamantes, yo ganaba un sueldo de sesenta mil dolares al ano lo cual incluso en esta ciudad con el coste de vida mas alto de toda la costa de Florida, eran unos buenos ingresos.

Tenia un Mercedes descapotable, un apartamento de dos habitaciones frente al mar, una saneada cuenta bancaria y unos ochenta mil dolares en valores.

Tenia tambien un buen guardarropa. Era alto, me consideraban apuesto y era el mejor jugador de golf y de squash del Country Club. Tal vez ahora entiendan a que me referia cuando dije que era un hombre que flotaba en una nube de exito… pero aguarden: para coronar todo esto, tenia a Judy.

Menciono a Judy en ultimo lugar porque ella era (noten el tiempo en pasado) mi posesion mas importante.

Judy era una hermosa morena, inteligente y amable. Nos conocimos en el Country Club y descubri que era una buena jugadora de golf. Si le daba seis golpes de ventaja me ganaba y si jugabamos saliendo iguales… Bueno, ya les he dicho que era una buena jugadora de golf. Habia venido a Paradise City desde Nueva York a buscar material para la autobiografia del viejo juez Sawyer. No tardo en instalarse en Paradise City, se hizo popular y, en pocas semanas, formaba ya parte integrante de la joven comunidad del club. Me llevo cuatro semanas y unos treinta partidos de golf descubrir que Judy era mi chica. Mas tarde, ella me dijo que habia tardado mucho menos tiempo en descubrir que yo era su hombre. Nos prometimos.

Cuando mi jefe, Sydney Fremlin, uno de esos homosexuales de gran corazon a los que nunca les parece demasiado lo que hacen por aquellos que les caen bien, se entero del compromiso, insistio en celebrarlo con una fiesta. A Sydney le encantaban las fiestas. Dijo que todo correria por su cuenta, que la fiesta se haria en el club y que todos, absolutamente todos, estaban invitados. En realidad, yo no queria, pero Judy parecia entusiasmada, asi que acepte.

Sydney sabia que era el mejor experto en diamantes del ramo y que sin mi su negocio perderia prestigio, como pierden prestigio los restaurantes franceses de la guia Michelin cuando el chef se va; todos sus clientes me apreciaban y seguian mis consejos. Por eso yo le caia bien a Sydney, y cuando uno le cae bien a Sydney, nada es suficiente.

Eso fue hace un mes. Pienso en aquella tarde de la fiesta como un hombre enloquecido por un dolor de muelas que aprieta la que le duele.

Judy llego a mi apartamento alrededor de las siete. La fiesta estaba programada para las nueve, pero habiamos quedado en reunirnos antes porque queriamos hablar de la casa que nos gustaria tener cuando estuvieramos casados. Teniamos tres posibilidades: una casa de campo con un jardin inmenso, un apartamento o un chalet de madera en las afueras de la ciudad. Yo me inclinaba por el atico, pero Judy preferia la casa de campo por el jardin. Estuvimos casi una hora discutiendo los pros y los contras de cada posibilidad y, por fin, Judy me convencio de que el jardin era algo esencial.

– Cuando tengamos hijos, Larry… necesitaremos un jardin.

Entonces, llame por telefono a Ernie Trowlie, el agente de la propiedad con quien tratabamos y le dije que iria al dia siguiente a pagar el deposito de la casa de campo.

Salimos del apartamento sintiendonos en las nubes y nos dirigimos al Country Club. A dos kilometros de la ciudad, en la autopista, mi mundo se derrumbo de repente. Un automovil aparecio por un costado y nos arrollo como un destructor embiste a un submarino. Por un breve instante vi el coche, un destartalado Caddy, con un aterrado muchacho aferrado al volante, pero no pude hacer nada. El Caddy golpeo al Mercedes de costado lanzandonos al otro lado de la autopista. Lo unico que pense antes de perder la conciencia fue en Judy.

Todavia pensaba en ella cuando volvi en mi en un cuarto de la clinica Jefferson, pagado por Sydney Fremlin, que lloraba en su panuelo de seda sentado a mi lado.

Ya que hablamos de Sydney Fremlin, quisiera describirselo. Era alto y esbelto, de cabello rubio y largo y podia tener cualquier edad entre treinta y cincuenta. Sydney caia bien a todo el mundo, tenia una calidez y una energia sorprendentes. Desde el punto de vista artistico era brillante y tenia una especial habilidad para el diseno de joyas. Su socio, Tom Luce, se ocupaba de la parte financiera. Luce no podia distinguir un diamante de un cristal de roca pero sabia como multiplicar los dolares. Tanto a el como a Sydney se los consideraba ricos y ser considerado rico en Paradise City significaba manejar muchisimo dinero. Mientras que Luce, cincuenta, corpulento y con una cara que seria la envidia de cualquier bulldog, permanecia tras el escenario, Sydney se paseaba por el salon de exhibicion cuando no estaba ocupado disenando en su oficina. Yo le dejaba la mayoria de las gallinas viejas. Lo adoraban, pero los jovenes ricos, los prosperos empresarios que buscaban algun regalo especial y aquellos que habian heredado joyas de la abuela y querian transformarlas o tasarlas iban a verme a mi.

Los homosexuales son extranos animales, pero me llevo bien con ellos. He descubierto que, a menudo, poseen mas talento, mas amabilidad y lealtad que la mayoria de los hombres con los que trato en esta opulenta ciudad. Por supuesto, existe la otra cara de la moneda, que puede ser odiosa: sus celos, su explosivo temperamento, su despecho y su malevolencia que pueden ser mucho mas mordaces que los de una mujer. Sydney tenia todos los atributos y defectos de cualquier homosexual. Me caia bien; nos entendiamos.

Con el maquillaje arruinado por las lagrimas, la mirada desesperada y la voz temblorosa, Sydney me dio la noticia: Judy habia muerto en la mesa de operaciones.

Me dijo que yo habia tenido suerte: contusion y una fea herida en la frente, pero en unos dias estaria muy bien.

Eso fue lo que me dijo: «muy bien».

El hablaba asi. Habia asistido a un colegio publico ingles hasta que lo echaron por tratar de seducir al profesor de gimnasia.

Lo deje llorar por mi, pero yo no llore por mi mismo. Porque me habia enamorado de Judy y planeaba vivir con ella para siempre y habia construido un huevo de felicidad en mi interior. Sabia que este huevo debia de ser fragil: cualquier esperanza de felicidad continua en este mundo en que vivimos crea un huevo especulativo, pero habia pensado y esperaba que mi huevo durara al menos un tiempo. Cuando me dijo que Judy habia muerto, senti que el huevo se rompia y mi mundo en colores pasaba a ser en blanco y negro.

Tres dias despues pude levantarme, aunque no estaba «muy bien». El funeral fue terrible. Todos los socios del Country Club estuvieron presentes. Los padres de Judy viajaron desde Nueva York. No recuerdo gran cosa sobre ellos excepto que tenian aspecto de ser buenas personas. La madre de Judy se parecia mucho a su hija, y eso me trastorno. Me senti contento de volver a casa. Sydney no se movia de mi lado y yo deseaba que se fuera, pero se quedo y, ahora que lo pienso, tal vez eso me ayudo. Por fin, alrededor de las diez de la noche, alzo su elegante figura y anuncio su marcha.

– Tomate un mes de descanso, Larry -me dijo-. Ve a jugar al golf, haz un viaje. Recompon las piezas. Nunca podras reemplazarla, pero te queda toda una vida por delante… asi que haz un viaje y regresa a trabajar con nosotros como un loco.

– Regresare manana y trabajare como un loco -le conteste-. Gracias por todo.

– ?No te quiero manana! -Hasta dio una patada en el suelo-. Te quiero en el trabajo dentro de un mes, ?y es una orden!

– ?En absoluto! Quiero trabajar y eso es lo que voy a hacer. Hasta manana.

Aquello tenia sentido para mi. ?Como iba a poder jugar al golf con Judy en la mente? Me daria igual hasta hacer 110. Durante mi breve estancia en la clinica habia podido elaborarlo todo.

El huevo se habia roto. Como Humpty Dumpty, un huevo es irrecuperable. Cuanto antes volviera a vender diamantes, mejor me sentiria. Era bastante sensato. «Estas cosas suceden a menudo», me dije. Los seres queridos mueren. Las personas que hacen planes, construyen castillos en el aire, e inclusive hablan con sus agentes inmobiliarios para confirmar la compra de un rancho descubren que las cosas salen mal y que todos los planes se van al diablo. «Eso ocurre todos los dias», me dije. ?Quien era entonces yo para sentir lastima por mi mismo? Habia encontrado a mi chica, habiamos hecho planes y ahora ella estaba muerta. Yo tenia treinta y ocho anos. Con un poco de suerte, todavia me quedaban otros treinta y ocho por delante. Me dije a mi mismo que tenia que reponerme, volver al trabajo y, quiza mas adelante, encontrar otra como Judy para casarme.

En el fondo, sabia que todos estos pensamientos eran estupidos. Nadie podria reemplazar nunca a Judy. Ella habia sido mi elegida y, de ahora en adelante, compararia a cualquier mujer con Judy y eso crearia un handicap imposible.

De todas formas, regrese a la tienda con un parche para cubrir el corte de la frente. Intente actuar como si nada hubiese sucedido. Todos trataban de comportarse como si nada hubiese sucedido. Mis amigos (y tenia muchos) me daban un apreton de manos mas fuerte al saludarnos. Todos eran muy prudentes y se esforzaban desesperadamente por hacer como si Judy nunca hubiera existido. Me hablaban en susurros, sin mirarme y se afanaban por aceptar lo que les ofrecia sin los regateos de costumbre.

Sydney no se apartaba de mi lado. Parecia decidido a mantener mi mente ocupada. No dejaba de salir de su despacho con disenos, pidiendome mi opinion (algo que nunca habia hecho antes), despues volvia a encerrarse y a aparecer una hora despues.

El segundo encargado del salon de exhibicion era Terry Melville, que habia empezado a trabajar como aprendiz con Cartier de Londres y conocia muy bien el negocio de la joyeria. Era cinco anos menor que yo; un homosexual pequeno y delgado con el cabello tenido de gris plata, ojos azules, nariz afilada y una boca que parecia un tajo. Tiempo atras Sydney se habia enamorado de el y lo habia llevado a Paradise City, pero despues se aburrio. Terry me odiaba tanto como yo a el. Odiaba mis conocimientos sobre diamantes y yo lo odiaba por sus celos, sus intentos de robarme mis clientes exclusivos y su malicioso rencor. El odiaba que yo no fuera homosexual y que, a pesar de ello, Sydney hiciera tanto por mi. Los dos estaban siempre peleandose. Si no fuera por sus conocimientos, aunque tal vez existia algun otro tipo de lazo, estoy seguro de que Sydney ya lo habria echado.

Cuando llegue unos minutos despues de que Sam Goble, el guardia nocturno, hubiera abierto la tienda, Terry, que ya estaba en su escritorio, se me acerco.

– Lo siento, Larry -me dijo-. Pero pudo haber sido peor. Tu tambien pudiste haber muerto.

Tenia aquella maliciosa expresion en los ojos que me dio ganas de golpearlo. Estaba seguro de que se alegraba por lo que habia ocurrido.

Asenti y continue hasta mi escritorio. Jane Barlow, mi secretaria, regordeta, de aspecto distinguido y unos cuarenta y cinco anos, se acerco a darme la correspondencia. Intercambiamos una mirada. La tristeza de sus ojos y su intento de sonreir me produjeron un agudo dolor. Le toque la mano.

– Son cosas que pasan, Jane -dije-. No diga nada… no hay nada que decir… Gracias por las flores.

Fue un dia dificil, con Sydney revoloteando alrededor, Terry observandome con malicia desde su mesa y los clientes cuchicheando entre ellos, pero lo pase.

Sydney me invito a cenar y no acepte. Tarde o temprano tendria que hacer frente a la soledad, y cuanto antes, mejor. Durante los ultimos dos meses, habia cenado siempre con Judy, en mi apartamento o en el de ella; ahora, todo habia terminado. Pense en ir al Country Club, pero no podia soportar mas condolencias silenciosas, asi que me compre un sandwich y me sente a comer solo en mi casa, pensando en Judy. No era una idea muy brillante, pero habia sido un dia dificil. Me dije que en tres o cuatro dias mas, mi vida volveria a la normalidad… Pero no fue asi.

En el accidente se habia roto algo mas que mi huevo de la felicidad. No estoy intentando justificarme. Les estoy contando lo que me comunico el psiquiatra. Tenia confianza en mi mismo y pensaba que podria resolver solo aquella situacion; pero ademas del huevo roto habia sufrido danos en la mente. No nos dimos cuenta de ello hasta mucho despues, y el medico me informo que ese dano explicaba la forma en que habia empezado a comportarme.

No vale la pena entrar en detalles. El hecho fue que durante las siguientes tres semanas me fui deteriorando tanto mental como fisicamente. Comence a perder interes en las cosas que hasta aquel momento habian conformado mi vida: mi trabajo, el golf, el squash, la ropa, conocer gente e incluso el dinero.

La mas seria de todas, claro esta, era el trabajo. Empece a cometer errores: al principio, pequenos traspies que fueron convirtiendose en grandes a medida que pasaba el tiempo. Descubri que me tenia sin cuidado que Jones quisiera una cigarrera de platino con iniciales en rubi para su nueva amante. Le prepare la cigarrera pero sin las iniciales. Tambien olvide que la senora Van Sligh habia encargado especialmente un reloj de oro con calendario para el monstruito de su sobrino y envie el reloj sin el calendario. Vino a vernos a la joyeria hecha una furia e insulto a Sydney hasta casi hacerle llorar. Esto puede darles una idea de los errores que cometia. Durante tres semanas cometi muchas equivocaciones semejantes: llamenlo falta de concentracion o como quieran, pero Sydney era quien recibia los golpes y Terry los disfrutaba.

Otra cosa: Judy se habia encargado siempre de mi ropa. Ahora, olvidaba cambiarme la camisa todos los dias, ?a quien le importaba? Antes, solia cortarme el pelo una vez por semana. Y ahora, por primera vez desde que podia recordar, tenia pelusa en la nuca… ?a quien le importaba? Y asi, muchas cosas mas.

Deje de jugar al golf. ?A quien diablos le interesaba, sino a un loco, pegarle a una pelotita blanca y despues salir a caminar tras ella? ?Squash? Eso era un recuerdo lejano.

Tres semanas despues de la muerte de Judy, Sydney salio de su despacho y se acerco a mi escritorio, donde yo estaba sentado con la mirada fija, y me pregunto si podia concederle un minuto.

– Solo un minuto, Larry… Nada mas.

Senti remordimientos. Tenia la bandeja de entradas llena de cartas y ordenes que ni siquiera habia mirado. Eran las tres de la tarde y aquellos papeles estaban alli desde las nueve de la manana.

– Tengo que mirar la correspondencia, Sydney -le dije-. ?Es importante?

– Si.

Me puse de pie. Mientras lo hacia, mire al otro extremo del salon, donde se encontraba el escritorio de Terry. Me observaba con una sonrisita dibujada en su elegante rostro. Su bandeja de entradas estaba vacia. Fuera lo que fuera, Terry era tambien muy trabajador.

Segui a Sydney hasta su despacho y el cerro la puerta con tanto cuidado como si estuviera hecha de cascara de huevo.

– Sientate, Larry.

Me sente.

Empezo a dar vueltas por su despacho como una polilla alrededor de la luz.

Para ayudarlo, pregunte:

– ?Tienes algo en mente, Sydney?

– ?Si, a ti! -Se detuvo de repente y me miro con tristeza-. Necesito que me hagas un gran favor.

– ?Que?

Empezo a pasearse de nuevo.

– ?Por Dios, sientate! -le grite-. Dime de que se trata.

Fue hasta su mesa y se sento. Saco un panuelo de seda y comenzo a secarse el rostro.

– ?De que se trata? -repeti.

– Las cosas no van bien, ?no es asi, Larry? -me pregunto, sin mirarme.

– ?Que cosas?

Guardo el panuelo, se enderezo, apoyo los codos sobre el escritorio y me miro a los ojos con esfuerzo.

– Quiero que me hagas un favor.

– Eso ya me lo has dicho… ?Que favor?

– Quiero que veas al doctor Melish.

Si me hubiese golpeado la cara no me habria sorprendido tanto. Me recline en la silla con la mirada fija en el.

El doctor Melish era el psiquiatra mas caro y mas solicitado de la ciudad. Teniendo en cuenta que en ella habia un psiquiatra por cada cincuenta habitantes, eso era decir mucho.

– ?Que quieres decir?

– ?Quiero que vayas a verle, Larry. Yo cubrire los gastos. Creo que deberias ir a verle. -Cuando empece a protestar, levanto las manos para que me callara-. Aguarda un momento. Dejame terminar. -Hizo una pausa y luego prosiguio-: Larry, tu no estas bien. Se por lo que has pasado. Y se que esa terrible perdida te ha danado. Esto puedo entenderlo. Si hubiese estado en tu lugar, no habria sobrevivido… Lo se. Se que te has portado de forma excelente al volver al trabajo y probar, pero no ha dado resultado. Y lo sabes, ?no es verdad, Larry? -Me miro con gesto suplicante-. ?Lo sabes, no es asi?

Me frote la barbilla. Me sorprendio sentir que raspaba. ?Maldicion! ?Habia olvidado afeitarme esa manana! Me puse de pie y anduve hasta el enorme espejo en que Sydney solia admirarse. Observe mi imagen reflejada en el y senti un escalofrio. ?Podia eso ser yo? Mire los punos de la camisa, los zapatos que no limpiaba desde hacia dos semanas.

Lentamente, volvi al sillon y me deje caer en el. Mire a Sydney, que me observaba. Vi la ansiedad de su rostro, su amabilidad y la dificil situacion en la que se hallaba. No estaba tan ido como para no poder ponerme en su lugar. Pense en todos los errores que habia cometido, en la repleta bandeja de entradas y en mi apariencia. Por la confianza que tenia en mi mismo, por toda aquella fachada de valentia (?podia llamarse asi?), era obvio que las cosas no funcionaban tan bien.

Suspire profundamente.

– Mira, Sydney, olvidemos a Melish. Renunciare. Tienes razon. Algo anda mal. Me ire de aqui y podras darle una oportunidad a Terry. El vale. No te preocupes por mi, yo ya he dejado de hacerlo.

– Eres el mejor experto en diamantes del gremio -repuso Sydney, con tranquilidad. Ya habia recuperado el control de si mismo y su agitacion habia cesado.- No te dejare renunciar. No puedo perderte. Necesitas unos ajustes y el doctor Melish puede hacerlos. Ahora, escuchame bien, Larry. En el pasado he hecho muchas cosas por ti, y creo que me consideras un amigo. Ahora, es el momento de que hagas algo por mi. Quiero que vayas a ver a Melish. Se que el podra ayudarte. Puede tardar dos o tres meses. No me importa que tarde un ano. Tu sitio aqui siempre estara aguardandote. Tu eres importante para mi. Permiteme que te lo repita: eres el mejor experto en diamantes del gremio. Has sufrido un duro golpe, pero te repondras. Es lo menos que puedes hacer a cambio… ver a Melish.

Asi que fui a ver al doctor Melish.

Tal como habia dicho Sydney, era lo menos que podia hacer, pero no tenia mucha fe en el doctor Melish hasta que le vi. Era un hombre delgado, pequeno, un poco calvo y de mirada penetrante. Sydney habia hablado con el, asi que conocia mis antecedentes, el accidente de Judy y como estaba reaccionando.

?Para que entrar en detalles? Acudi a tres visitas y me dio el veredicto.

Todo se resumia en lo siguiente: necesitaba un cambio de escena. Tenia que alejarme de Paradise City por lo menos durante tres meses.

– Se que no ha vuelto a conducir un automovil desde el accidente -me dijo, mientras se limpiaba las gafas-. Debe agenciarse un coche y conducir. Su problema es que esta convencido de que su perdida es algo unico. -Cuando quise protestar, alzo una mano-. Se que no quiere admitirlo, pero sigue siendo su problema. Le sugiero que se mezcle con personas que tengan problemas mas graves que el suyo. De esta forma, podra ver el suyo propio en la perspectiva correcta. Tengo una sobrina que vive en Luceville. Es asistenta social y necesita quien la ayude de forma totalmente gratuita. Le sugiero que vaya a Luceville y trabaje con ella. Yo ya le he hablado al respecto. Y sere franco con usted. Cuando le conte su caso me dijo que no podia hacerse cargo de una persona con problemas. Necesita ayuda urgentemente, pero si tiene que cargar con sus dificultades, no lo quiere. Le dije que usted la ayudaria y que no le crearia complicaciones. Me llevo tiempo convencerla, pero ahora todo depende de usted.

Hice un gesto negativo con la cabeza.

– Seria tan inutil para su sobrina como un agujero en la cabeza -le dije-. No, no es una buena idea. Ya encontrare algo. Muy bien, me alejare durante tres meses. Y…

Jugo con las gafas.

– Mi sobrina necesita ayuda -dijo, mirandome fijamente-. ?No desea ayudar a la gente o ha decidido que la gente debe seguir ayudandole a usted?

Dicho asi, no me quedaba opcion. ?Que podia perder? Sydney seguiria pagandome mientras intentaba reponerme. Tal vez fuera una buena idea. Por lo menos, era algo nuevo. ?Y yo necesitaba tanto algo nuevo!

Con tono debil, respondi:

– Pero no estoy cualificado para un trabajo social. No se nada de eso. Seria mas una molestia que una ayuda.

Melish miro la hora en su reloj. Me di cuenta de que ya estaba pensando en su proximo paciente.

– Si mi sobrina dice que puede serle util, entonces puede serle util. ?Por que no prueba?

?Por que no? Me encogi de hombros y le dije que iria a Luceville.

Lo primero que hice fue comprarme un Buick descapotable. Tuve que hacer un extraordinario esfuerzo para conducirlo hasta mi apartamento. Cuando por fin aparque, temblaba y estaba sudoroso. Permaneci tras el volante durante algunos minutos, luego me obligue a ponerlo en marcha y conduje por la recargada calle principal, por el bulevar Seaview, otra vez por la calle principal y luego hasta mi apartamento. Esta vez, cuando aparque, ya no temblaba ni sudaba.

Sydney vino a despedirme.

– En tres meses -me dijo, estrechandome la mano-, estaras de regreso, Larry, seguiras siendo el mejor experto en diamantes del negocio. Buena suerte y que Dios te bendiga.

Y asi, con una maleta llena de ropa, sin confianza en el futuro, parti hacia Luceville.

El doctor Melish podia ciertamente atribuirse el merito de proporcionarme un cambio de ambiente.

Luceville, a unos ochocientos kilometros al norte de Paradise City, resulto ser una enorme ciudad industrial cubierta por una permanente nube de smog. Su principal industria era la piedra caliza. La caliza, en caso de que no lo sepan, es triturada y elaborada y produce la cal, el cemento y materiales para la construccion de edificios y caminos. Es la principal industria de Florida.

Como conducia lentamente, tarde dos dias en llegar a Luceville. Descubri que ahora conducia nerviosamente y que saltaba cada vez que un auto me pasaba cerca, pero segui adelante, pase la noche en un triste motel del camino y por fin llegue a Luceville alrededor de las once, totalmente agotado.

A medida que me aproximaba a las afueras de la ciudad, sentia que el polvo de cemento se me pegaba a la piel y me daba la sensacion de estar sucio y lleno de arena. Tambien se pegaba en el parabrisas y en el coche. No habia sol. Ningun sol, por poderoso que fuera, podria penetrar aquella contaminacion y aquella capa de polvo de cemento que cubria la ciudad. Las distintas fabricas de caliza se encontraban a lo largo de la carretera principal que conducia al centro, y el ruido de la roca triturada sonaba como truenos en la distancia.

Encontre el hotel Bendix, que el doctor Melish me habia recomendado como el mejor de la ciudad, a una manzana de la calle principal. Tenia un aspecto bastante triste; las puertas de cristal estaban cubiertas de polvo de cemento y la recepcion se componia de unas pobres sillas de bambu y un mostrador detras del cual pendia una fila de llaves.

Un hombre alto y grueso se hallaba tras el mostrador, parecia un personaje de alguna guerra, que ahora se lamia las heridas.

Me miro sin mostrar ningun interes. Un muchacho negro y de mirada triste me llevo la maleta hasta mi cuarto, en el tercer piso. Subimos juntos en un ascensor que parecia caerse a pedazos y me senti agradecido de llegar entero.

Observe la habitacion. Por lo menos tenia cuatro paredes, techo y un cuarto de bano con ducha… y eso era todo.

Era ciertamente un cambio de escena.

Paradise City y Luceville eran tan diferentes como un Rolls-Royce y un Chevvy completamente desvencijado… Tal vez esto sea un insulto para el Chevvy.

Deshice la maleta, colgue la ropa en el armario, me desvesti y me di una ducha. Estaba completamente decidido a luchar contra mi mismo, asi que elegi una camisa blanca y el mejor de mis trajes. Me mire en el espejo medio borroso y senti surgir un atisbo de confianza. Por lo menos, volvia a parecer una persona de nivel ejecutivo, tal vez un poco gastado, pero sin duda alguien con autoridad. «Es sorprendente», me dije, «lo que puede lograr un traje de buen corte, una camisa blanca y una buena corbata en un hombre, incluso en un hombre como yo».

El doctor Melish me habia dado el numero de telefono de su sobrina. Se llamaba Jenny Baxter. Marque el numero pero no contestaron. Levemente irritado, di vueltas por la habitacion durante cinco minutos y volvi a intentarlo.

Seguian sin responder. Me acerque a la ventana abierta y mire hacia la calle. Estaba llena de gente. Casi todos parecian andrajosos y sucios; la mayoria eran mujeres haciendo compras. Tambien habia muchos chicos, y todos parecian necesitar un bano con urgencia. Los automoviles que abarrotaban las calles estaban cubiertos de polvo de cemento. Mas tarde, aprenderia que el polvo de cemento era el mayor enemigo de la ciudad: mayor aun que el aburrimiento, que era el enemigo numero dos.

Volvi a marcar el numero de Jenny Baxter y esta vez me respondio la voz de una mujer que parecia agitada.

– ?Senorita Baxter?

Si.

– Soy Laurence Carr. Su tio, el doctor Melish… -Hice una pausa. O bien sabia algo de mi o no.

– Si, claro. ?Donde esta?

– En el hotel Bendix.

– ?Podemos quedar para una hora? Ire a verle despues.

A pesar de su agitacion (como si hubiese subido corriendo seis pisos por la escalera, lo que luego resulto ser verdad), tenia voz de persona clara y eficiente.

No me sentia con deseos de quedarme en aquel cuarto.

– ?Y si voy a verla yo? -le pregunte.

– Oh, si… Mejor. ?Tiene la direccion?

Le dije que si y me respondio que fuera cuando quisiera.

Baje los tres pisos por la escalera. Seguia mal de los nervios y no era capaz de enfrentarme a otro viaje en aquel ruidoso ascensor. Pedi al muchacho de color que me orientara. Me informo que la calle Maddox quedaba a cinco minutos a pie del hotel. Como habia logrado aparcar el coche despues de mucho luchar, decidi ir a pie.

Mientras caminaba por la calle principal, tuve la impresion de que la gente me observaba. Poco a poco me di cuenta de que mi ropa era el objeto de tanta observacion. Cuando uno anda por la calle principal de Paradise City, hay mucha competencia. Hay que ir bien vestido; pero alli, en aquella ciudad cubierta de contaminacion, todo el mundo parecia andrajoso.

Encontre a Jenny Baxter en un pequeno cuarto que servia de oficina, en el sexto piso de un edificio oscuro. Subi la escalera y senti que el cemento se me pegaba al cuello. ?Un cambio de escena? Melish me habia elegido un hermoso lugar, verdaderamente.

Jenny Baxter tenia treinta y tres anos. Era alta, delgada, de piel morena y con una mata de cabello negro recogido en la coronilla que amenazaba con caerse en cualquier momento. Era delgada. Para mi gusto, no era una figura muy femenina: tenia pechos pequenos, a diferencia de las mujeres que conocia en Paradise City, y carecia de atractivo sexual. Parecia famelica. Llevaba un vestido gris que debia de haberse hecho ella misma: no habia otra explicacion por la forma en que le colgaba. Tenia rasgos armoniosos, una nariz y una boca estupendas, pero lo que me atrapo fueron sus ojos. Tenia una mirada honesta, interesante, penetrante como la de su tio.

Cuando entre en aquel cuartito, ella estaba contemplando un formulario amarillo, levanto la cabeza y me miro.

Permaneci de pie en el umbral, inseguro, preguntandome que diablos hacia alli.

– ?Larry Carr? -Tenia un rico tono de voz-. Adelante.

En cuanto entre comenzo a sonar el telefono. Me indico con senas que me sentara en la unica silla libre. Sus respuestas, que se limitaban a un «si» y un «no», eran impersonales. Parecia poseer la tecnica de interrumpir lo que podria haber sido una larga conversacion si no hubiese podido controlar al que llamaba.

Por fin, colgo, se paso el lapiz por el cabello y me sonrio. En el momento en que sonrio se convirtio en una persona diferente. Era una maravillosa sonrisa, calida y amistosa.

– Disculpeme -me dijo-, esto no para de sonar nunca. ?Asi que quiere ayudar?

Me sente.

– Si puedo. -Me pregunte si era realmente lo que deseaba.

– Pero no con esa bonita ropa.

Force una sonrisa.

– No, pero no me culpe. Su tio no me advirtio nada.

Ella asintio.

– Mi tio es un hombre maravilloso, pero no se preocupa de los detalles. -Se reclino en la silla y me miro-. Me hablo de usted. Me gusta ser franca. Conozco su problema y lo siento, pero no me interesa porque tengo cientos de problemas personales. El tio Henry me dijo que usted queria reponerse, pero ese es su problema y, a mi parecer, depende de usted. -Apoyo las manos en su cuaderno y me sonrio-. Por favor, comprendame; en esta horrible ciudad hay mucho que hacer y mucha ayuda que dar. Necesito ayuda y no tengo tiempo para la compasion.

– Estoy aqui para ayudar. -No pude evitar el tono resentido de mi voz. ?Con quien creia estar hablando?- ?Que quiere que haga?

– Si verdaderamente pudiera creer que esta aqui para ayudar.

– Es lo que le estoy diciendo. He venido a ayudar. ?Que puedo hacer?

Saco un paquete de cigarrillos arrugado de un cajon del escritorio y me ofrecio uno.

Yo saque entonces la pitillera de oro que Sydney me habia regalado para mi cumpleanos. Era algo especial. Le habia costado mil quinientos dolares. Estaba orgulloso de ella, llamenlo simbolo social si lo desean. Hasta algunos de mis clientes la miraban dos veces cuando la mostraba.

– ?Quiere uno de los mios? -le pregunte.

Ella observo la brillante pitillera y luego a mi.

– ?Es realmente de oro?

– ?Esto? -Le di vueltas en la mano para que pudiera apreciarla. -Claro.

– ?Pero no es muy valiosa?

Senti el cuello mas pegajoso con todo el polvo de cemento.

– Fue un regalo… Mil quinientos dolares -dije-. ?Quiere uno?

– No, gracias. -Saco un cigarrillo de su paquete arrugado y aparto la mirada de la pitillera-. Tenga cuidado con eso. Podrian robarsela.

– ?Quiere decir que aqui roban?

Ella asintio y acepto el fuego que le ofrecia con mi encendedor de oro, regalo de uno de mis clientes.

– ?Mil quinientos dolares? Con eso podria alimentar a diez familias durante un mes.

– ?Tiene diez familias? -pregunte, mientras guardaba la pitillera-. ?De veras?

– Tengo dos mil quinientas veintidos familias -anuncio, con toda tranquilidad. Abrio un cajon de su destartalado escritorio y saco un mapa de Luceville. Lo extendio para que pudiera verlo. El mapa estaba dividido en cinco secciones delineadas con marcador. Las secciones se numeraban del uno al cinco-. Debe saber al menos de que se trata -prosiguio-. Permitame explicarle.

Me informo de que habia asistentes sociales en la ciudad, todos profesionales. Cada uno tenia que ocuparse de una seccion. Ella se encargaba del trabajo mas sucio. Levanto la mirada y sonrio.

– Nadie mas lo queria, asi que lo tome yo. Hace dos anos que estoy aqui. Mi trabajo es ayudar cuando realmente hay necesidad de ayuda. Tengo un fondo que no es suficiente. Visito a gente. Hago informes. Luego, tengo que convertir esos informes en fichas. -Senalo la seccion 5 del mapa-. Esta es mi zona. Tal vez contenga lo peor de esta horrible ciudad: alrededor de cuatro mil personas, incluyendo ninos que dejan de serlo a los siete anos. Aqui… -dijo, senalando con el lapiz el limite de la ciudad- esta el Correccional de Mujeres de Florida. Es una prision muy dura: no solo las presas son duras, sino tambien las condiciones de vida. La mayoria cumplen condenas largas y muchas de ellas son criminales sin remedio. Hasta hace tres meses no se permitian visitas en la carcel, pero por fin consegui convencerlos de que puedo ser util.

Volvio a sonar el telefono y ella retomo sus rutinarios «si» y «no» y luego corto la comunicacion.

– Me permiten tener un ayudante sin sueldo -prosiguio, como si la conversacion telefonica no hubiese existido-. Las personas se ofrecen como voluntarias, como ha hecho usted. Su trabajo consistira en mantener las fichas ordenadas, contestar al telefono, manejar cualquier emergencia hasta que yo pueda hacerme cargo de ella y pasar a maquina mis informes si me entiende la letra. De hecho, tendra que poner todo en orden hasta que yo pueda volver al despacho y hacerlo yo misma.

Me movi incomodo en la silla. ?En que diablos pensaba Melish, o acaso no lo sabia? Ella no necesitaba un hombre con mis antecedentes sino a cualquier chica que se encargara del trabajo de oficina. Ese no era trabajo para mi.

Se lo dije con la mayor amabilidad posible, aunque sin poder evitar un tono de resentimiento.

– Este no es trabajo para una chica -dijo Jenny-. Mi ultimo voluntario era un contable jubilado. Tenia sesenta y cinco anos y lo unico que hacia era jugar al golf y al bridge. Se puso muy contento ante la posibilidad de ayudarme, pero solo duro dos semanas. No lo culpo.

– ?Quiere decir que se aburrio del trabajo?

– Nono se aburrio. Se asusto.

– ?Se asusto? ?Quiere decir que tenia demasiado trabajo?

Me dedico una calida sonrisa.

– No, no le tenia miedo al trabajo. Lo hizo muy bien mientras estuvo aqui. Era la primera vez que tenia todos los informes al dia. No… no podia soportar lo que aparecia por esa puerta de tanto en tanto. -Senalo la puerta de la oficina-. Es mejor que lo sepa, Larry… Hay una banda de muchachos que siembran el panico en esta zona de la ciudad. La policia la conoce como la banda de Jinx. Sus edades oscilan entre los diez y los veinte anos. Son alrededor de treinta. El lider es Spooky Jinx (asi se hace llamar) y se cree un personaje de la mafia. Es malvado y muy peligroso y los demas lo siguen servilmente. La policia no puede hacer nada: es muy inteligente. -Hizo una pausa y luego prosiguio-. Spooky cree que soy una espia. Que le paso informacion a la policia. Cree que todos aquellos a quienes intento ayudar deberian arreglarselas sin mi ayuda. El y su grupo consideran que sus padres son estupidos porque aceptan la ayuda que les ofrezco: leche para los bebes, carbon y ese tipo de cosas, y porque los socorro en sus problemas. Los ayudo en cosas tales como: de que manera pagar el alquiler, las compras a plazos… comparten todas esas dificultades conmigo. Spooky cree que me interfiero y me hace la vida dificil. De vez en cuando vienen a verme y tratan de atemorizarme. -Otra vez la calida sonrisa-. A mi no me asustan, pero hasta ahora han asustado a todos mis voluntarios.

La escuchaba pero no la creia. Nada tenia sentido para mi.

– Creo que no la entiendo bien -comente-. ?Quiere decir que ese muchacho asusto a su amigo contable y este renuncio? ?Como pudo hacerlo?

– Es muy convincente. Debe recordar que este es un trabajo sin sueldo. Mi amigo el contable me lo explico muy bien. Ya habia dejado de ser joven y consideraba que el trabajo no merecia el riesgo.

– ?El riesgo?

– Lo de siempre… Si no se marchaba lo cogerian en una noche oscura. Son depravados. -Me observo. De repente, adopto una expresion seria-. Tiene esposa y un buen hogar. Decidio marcharse.

Senti un repentino resquemor. Habia oido hablar de los delincuentes juveniles. ?Quien no habia leido algo sobre ello? Una noche oscura y, de repente, uno es atacado por una banda de pequenos salvajes. Una patada en la cara podia desprender unos cuantos dientes. Una patada en los genitales podia dejar a un hombre impotente. ?Pero podia sucederme algo asi a mi?

– No tiene obligacion de hacerlo -me dijo Jenny. Parecia entender lo que pasaba por mi mente-. ?Por que habria de hacerlo? El tio Henry no piensa en los detalles. Ya se lo he dicho antes, ?no?

– Aclaremos una cosa -dije-. ?Quiere decirme que estos chicos, este Spooky, podria amenazarme por trabajar con usted?

– ?Oh, si!, tarde o temprano lo hara.

– ?Esa amenaza puede llegar a ser algo mas?

Apago el cigarrillo y respondio:

– Me temo que si.

?Un cambio de escena?

Permaneci pensativo durante un rato. De repente, me di cuenta de que durante la conversacion con aquella mujer no habia pensado en Judy ni una sola vez. No me habia ocurrido desde el accidente. Tal vez una patada en la cara o en los genitales cambiara todo.

– ?Cuando comienzo? -pregunte.

Su calida sonrisa me envolvio.

– Gracias… Empezara en cuanto se haya comprado una camiseta de gimnasia y unos tejanos y, por favor, no use esa hermosa pitillera. -Se puso de pie-. Tengo que irme. No volvere hasta las cuatro. Le explicare todo sobre los informes y el sistema de fichas. Entonces… entonces comenzara a trabajar.

Bajamos los seis pisos hasta la calle y la acompane hasta su polvoriento Fiat 500. Hizo una pausa antes de poner en marcha el coche.

– Gracias por aceptar el trabajo. Creo que lo lograremos. -Se quedo mirandome un momento a traves de la ventanilla-. Siento lo que le ha pasado. Todo saldra bien… Tiene que tener paciencia. -Luego, se alejo.

Permaneci alli, de pie, sintiendo como el polvo de cemento se mezclaba con el sudor. Ella me gustaba. Mientras estaba alli de pie, me pregunte en que me habia metido. ?Me asustaba con facilidad? No lo sabia. Cuando llegara el momento lo sabria.

Recorri la ruidosa y angosta calle hasta la avenida principal en busca de un par de tejanos y una camiseta de gimnasia.

No me di cuenta de cuando sucedio, pero sucedio.

Un chico sucio y harapiento de unos nueve anos se tiro de repente encima de mi y me hizo tambalear. Produjo un fuerte ruido con la boca y desaparecio.

Hasta llegar al hotel Bendix no me di cuenta de que me habian rajado la chaqueta del lujoso traje con una navaja y de que mi pitillera de oro habia desaparecido.

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