De vuelta a la habitacion del hotel, me tire en la oscuridad, desesperado.
?Rata!
La burla de Spooky me resonaba en los oidos.
?Si… Rata!
Me dolia la cabeza y temblaba de frustracion y verguenza. ?Era un cobarde! ?Tenia que haber algun fallo en mi mecanismo! Al parecer, solo cuando me ofuscaba podia actuar, pero a sangre fria daba tanto miedo como un raton.
Ahora comprendia que mi intento por competir con los antecedentes de Rhea habia sido inutil. Sabia que no tenia el coraje de volver a intentarlo y estaba seguro de que entonces me arrestarian. ?Era un aficionado inutil y sin esperanzas! Habia tenido suerte con el empleado de la gasolinera. En seguida se habia dado cuenta de que el arma era de juguete y me habia echado con el desprecio que me merecia.
Volvi a pensar en Rhea. Mi cuerpo ardia de deseos por ella. Era inutil seguir repitiendome que estaba loco, que la maldad de aquella mujer podia destruirme. Su canto de sirena resonaba todo el tiempo en mi mente de manera irresistible.
Recorde lo que habia dicho: Cuando me tengas, te costara mas que una comida. Recorde su expresion, sus ojos verdes llenos de promesas sexuales. su cuerpo levemente inclinado hacia el mio, su sonrisa sensual.
?Ahora me importaba un comino lo que me costara! Habia perdido mi arrogante confianza en que la conseguiria por nada. ?Tenia que poseerla! ?Aunque fuera en sus terminos! ?Que querria? Jenny habia escrito en su informe que aquella mujer habia sido una prostituta. ?Y si le ofreciera doscientos dolares? Era un precio mas que suficiente para una puta. ?No rechazaria doscientos dolares! Tal vez, una vez que la tuviera me olvidaria de ella.
Empece a relajarme aunque todavia me dolia la cabeza. Con impaciencia, salte de la cama, me puse ocho aspirinas en la boca y las trague con agua. Regrese a la cama a esperar que las pastillas surtieran efecto. El dinero lo compraba todo, siempre y cuando se tuviera suficiente. ?Yo la compraria a ella! Esta obsesionada con hacerse rica, me habia dicho Jenny. Estaba seguro de que Rhea saltaria con doscientos dolares. Ahora no me importaba tener que comprarla. El ferviente deseo que me invadia y atormentaba me exigia verla desnuda en una cama. Luego, cuando hubiera satisfecho esa necesidad, regresaria a Paradise City y me olvidaria de ella.
Todavia pensando, me quede por fin dormido.
A la manana siguiente, mas confiado, fui al banco y cambie cinco cheques de viajero de cien dolares cada uno. «Por si acaso», me dije. Le ofreceria doscientos dolares y subiria hasta quinientos si era necesario, pero estaba seguro de que con doscientos aceptaria.
Regrese al lugar donde habia aparcado el Buick, puse el motor en marcha y, cuando estaba a punto de salir, recorde a su hermano. ?Estaria alli? ?Estaria cerca de aquel sordido bungalow? Me aferre con fuerza al volante. No podria hacer mi oferta si el estaba en el bungalow.
Aquello era un problema y me invadio una ola de frustracion. Apague el motor, sali del coche y empece a andar. El reloj del Ayuntamiento daba las diez. Tenia que contener mi impaciencia. Tendria que aguardar por lo menos hasta el mediodia y, aun entonces, no podria estar seguro de que el hermano hubiera salido a trabajar. Camine sin rumbo, sin ver a nadie; Rhea me taladraba la cabeza. Segui asi hasta que el reloj dio las once. Para entonces, estaba listo para subirme a un arbol. Entre en un bar y pedi un whisky doble con hielo.
La bebida me calmo un poco. Encendi un cigarrillo y, justo cuando iba a pedir otro trago, vi salir a Fel Morgan de un polvoriento Buick 1960 aparcado en la acera de enfrente.
Me apresure a pagar la cuenta y salir del bar. Fel ya se alejaba con las manos en los bolsillos de sus tejanos. Una camiseta blanca toda manchada resaltaba su musculatura.
Lo segui a unos metros de distancia. Me detuve y lo vi entrar en una tienda y saludar a un hombre en mono que luchaba con un trozo grande de metal oxidado.
Con el corazon palpitante y la respiracion entrecortada, regrese corriendo al lugar donde habia dejado el coche. Sali disparado hacia la autopista 3.
Veinte minutos despues, llegaba al camino de tierra que llevaba al bungalow de los Morgan.
Todo el tiempo, me repetia sin cesar: «Por favor, Dios, haz que este en casa.»
Cuando llegue al bungalow adverti que la puerta de entrada estaba abierta. Apague el motor y permaneci sentado, aferrado al volante, escuchando los latidos de mi corazon mientras observaba la puerta abierta. Me quede asi un minuto o mas, luego sali del coche y, presa de fiebre sexual, atravese la hierba esquivando la basura dispersa.
Cuando llegue junto a la puerta, aparecio Rhea.
Nos miramos.
Se habia arreglado desde la ultima vez que la vi. Llevaba un vestido de algodon que le llegaba por encima de las rodillas. Tenia las piernas y los pies desnudos y llevaba un collar azul barato en el cuello. Su rostro era tan frio e inexpresivo como siempre y sus ojos verdes, igualmente cinicos.
– Hola -me dijo, con su voz ronca que me hizo temblar-. ?Que quieres?
– Ya sabes lo que quiero -respondi, intentando mantener la voz firme.
Me estudio y retrocedio unos pasos.
– Sera mejor que entres y hablemos.
La segui hasta la sordida sala. Habia una cafetera descascarada y dos tazas sucias de cafe sobre la mesa. Un cenicero de lata lleno de colillas ocupaba el centro.
La observe andar hasta el destartalado sillon y hundirse en el. El vestido le descubrio los muslos y, cuando cruzo las piernas, alcance a vislumbrar una braga azul.
– Pense que ibas a esperar hasta que yo fuera a buscarte. -Cogio un paquete de cigarrillos que habia sobre la mesa.
– ?Cuanto? -pregunte, con voz ronca-. ?No lo enciendas! ?Dime cuanto y vayamos al grano!
Encendio un cigarrillo y me miro desafiante.
– ?Por Dios! ?Que calentura!-exclamo.
Con mano temblorosa saque dos billetes de cien dolares del bolsillo y se los tire sobre el regazo.
– ?Vamos de una vez!
Ella tomo los billetes y los estudio con rostro inexpresivo; luego, me miro. Esperaba ver un atisbo de avaricia, incluso de placer, pero la mascara helada de su rostro me dejo perplejo.
– ?Y esto para que es? ?Doscientos dolares? Tienes que mirarte la cabeza.
Eso fue lo mas sensato que jamas oiria de labios de Rhea, pero no me importo. La deseaba con una urgencia que se acercaba a la locura y estaba decidido a poseerla.
Saque los tres billetes de cien restantes y se los arroje. A pesar de que la deseaba con locura, nunca habia odiado tanto a nadie.
– ?Es mas de lo que vales, pero tomalo y terminemos con esto! -dije, con violencia.
Lenta y deliberadamente, doblo los cinco billetes con cuidado y los coloco sobre la mesa. Se reclino en el sillon mientras exhalaba el humo y me observaba.
– En una epoca, me entregaba por un dolar -me dijo-. Hubo otra epoca en que me entregaba por veinte dolares. Incluso una vez me dieron cien. Cuando se pasan tantos anos en la carcel, se tiene tiempo para pensar. Yo se muy bien lo que quieren los hombres. Se lo que tu quieres y se que lo tengo, y quiero dinero: no cien dolares, ni quinientos, ni cinco mil: ?quiero dinero de verdad! Hay varios viejos decrepitos y estupidos en este pais que valen millones. Voy a encontrar a uno de esos viejos gordos y estupidos y le voy a vender mi cuerpo por dinero de verdad. Me llevara tiempo, pero lo encontrare. -Senalo con desprecio el dinero sobre la mesa-. Llevatelo, Rata. Mis piernas permaneceran cruzadas hasta que encuentre a un viejo con el dinero que quiero.
Me quede de pie, mirandola.
– ?No necesitas los quinientos dolares?
– No tus quinientos dolares.
La deseaba tanto que perdi lo que me quedaba de orgullo.
– ?Por que no? Quinientos dolares por media hora. Vamos… Toma el dinero y vayamos a lo nuestro.
– Ya lo has oido, senor Larry Diamantes Carr.
Me quede petrificado y la mire.
– ?Que estas diciendo?
– Se quien eres. Fel lo investigo. Tomo el numero de tu matricula y lo verifico en Paradise City. Eres un personaje bastante conocido, ?no es asi, senor Larry Diamantes Carr?
Una luz roja se encendio en medio de mi locura, advirtiendome que me alejara de aquella mujer, pero ya habia ido demasiado lejos y la luz pronto desaparecio.
– ?Que importa quien soy? -pregunte-. Soy como cualquier otro hombre. ?Toma el dinero y desvistete!
– ?Si tu no lo tomas, muneca, lo hare yo! -dijo Fel detras de mi.
Me volvi y lo vi recostado contra el marco de la puerta, observandome con una sonrisa divertida en el rostro.
Al verlo, senti renacer la rabia loca que habia experimentado antes, y el se dio cuenta por mis ojos.
– Tranquilo, amigo -me dijo-. Estoy de tu lado. Esta perra se esta haciendo la dificil. ?Quieres que te lo arregle?
Rhea se puso en pie de un salto y recogio el dinero de la mesa con una mano.
– ?Si te acercas, maldito, te arrancare los ojos! -le advirtio a su hermano.
– Y lo creo -me dijo-. ?Que os parece si nos tranquilizamos y conversamos un poco? Hemos estado hablando de ti. Podriamos hacer un trato. ?Que te parece cambiar unos diamantes por una vagina?
Mire a Rhea.
– ?Que te parece, eh? -prosiguio-. Ella aceptara. Se le ocurrio a ella cuando le conte quien eras. No lo conseguiras sin diamantes. Hablemoslo.
– Devuelveme mi dinero -le dije a Rhea.
Ella me sonrio burlonamente y meneo la cabeza.
– He cambiado de idea. Necesito los quinientos aunque sean tuyos. Y no trates de quitarmelos. Fel y yo podemos contra ti. Y piensa en lo que Fel te ha dicho. Si tanto lo quieres, los diamantes podran conseguirtelo. No uno, sino muchos diamantes. Piensalo. ?Y ahora, vete!
Mire a Fel y vi que sostenia una barra de hierro.
– No lo intentes, amigo -me dijo-. O saldras con la cabeza rota. La primera vez no estaba preparado para ti, pero ahora si. Piensalo. ?Y ahora, fuera!
Retrocedio para dejarme pasar.
Le odie.
Tambien la odiaba a ella, pero mi sangre seguia deseandola.
Sali al aire caliente, atravese la hierba cubierta de basura y regrese al Buick.
No recuerdo haber conducido de vuelta al hotel. Me di cuenta de que estaba tirado en la cama cuando vi la luz de la manana reflejarse en el cristal cubierto de polvo de cemento.
Me sentia muy deprimido. ?Hasta Rhea me habia llamado Rata! ?Como la odiaba! Senti la urgente necesidad de acabar con mi vida. Me quede tumbado en la cama preguntandome: «?Por que no?» De repente, esta parecia la unica solucion. ?Para que continuar?
?Por que dejar que aquella mujer siguiera torturandome?
?Pero, como podia matarme?
?Una hoja de afeitar? No, usaba maquina electrica.
?Aspirinas? Solo me quedaban seis.
?Saltar por la ventana?
No, podia matar a alguien en aquella calle tan transitada.
Mire alrededor, desesperado. No habia nada con que colgarme que aguantara mi peso.
?El coche?
?Si! Iria a gran velocidad y me estrellaria contra un arbol. ?Si, haria eso!
Luche por ponerme de pie; palpe los bolsillos buscando las llaves. No las encontraba. ?Donde las habia dejado? Mire alrededor y las vi sobre la comoda. Cuando me acercaba a recogerlas, empezo a sonar el telefono.
Durante un momento dude, pero luego descolgue el auricular.
– ?Larry… mi querido muchacho!
Mi negra nube de depresion y locura se desvanecio al oir la voz de Sydney Fremlin. Estaba temblando y sudando. Me tumbe en la cama.
– Hola, Sydney -le dije, con voz ahogada.
– ?Larry, debes regresar! -Por su tono de voz comprendi que estaba en un apuro. Parecia una abeja capturada dentro de una botella.
– ?Que sucede? -pregunte, secandome la frente con el dorso de la mano.
– ?Larry, tesoro, no puedo decirtelo por telefono! ?Podria haber una persona muy desagradable escuchando! ?Tienes que volver! La senora P. quiere que le vendas ya sabes que. Y yo no puedo ocuparme, ?solo tu puedes hacerlo! ?Sabes a lo que me refiero, no es asi, Larry? ?Este asunto es top secret! ?Dime que me entiendes, Larry!
La senora P.
Deje escapar el aire lentamente mientras mi mente retrocedia cinco anos atras, cuando realice la venta de diamantes mas grande para Luce amp; Fremlin. La esposa de Henry Jason Plessington, uno de los hombres mas ricos del estado de Florida, queria un collar de diamantes. Cuando entre a trabajar como experto en diamantes, Sydney solo habia logrado venderle algun par de cosas, pero nada realmente importante. Sin embargo, cuando apareci en escena, la conoci y supe lo rico que era su esposo, vi la posibilidad de venderle algo importante de verdad. Sydney protesto diciendo que era demasiado ambicioso cuando le explique mi idea, pero utilice todo mi encanto y cuando hable con aquella mujer de mediana edad le hice comprender que ella no podia llevar nada que no fuera lo mejor. Reacciono a mis palabras como una planta ante un fertilizante. Luego, le hable de diamantes. Le dije que tenia la ambicion de crear un collar de diamantes sin igual. Le explique como elegiria las piedras. Y que me sentiria complacido de saber que el producto final seria para ella. Paladeo toda la historia como un gato lame la crema.
– ?Pero como sabre si me gusta? -me pregunto-. Su gusto podria no ser el mio.
Yo esperaba que dijera aquello y tenia preparada la respuesta. Le explique que, ademas de mostrarle el diseno en papel, haria que un cortador de diamantes chino que habia conocido en Hong Kong preparara un collar igual para ella con piedras de fantasia. Luego, podria juzgar por si misma. El precio de la joya falsa seria de unos cinco mil dolares. Y si decidia que la fantasia le agradaba y queria el collar verdadero, le descontaria los cinco mil del precio total.
Me dijo que llevara adelante la idea.
Hice que Sydney disenara un collar sobre papel. El sabia hacer esas cosas y dibujo algo maravilloso.
– Pero, Larry, esto costara una fortuna -comento, mientras estudiaba el diseno-. ?No lo aceptara! ?Costara como un millon!
– Costara mas -le dije-, pero dejamelo a mi. Yo le hablare para que convenza a su marido. Esta podrido de dinero.
La senora P. aprobo el diseno, lo que era un paso adelante. Yo esperaba que me autorizara a hacer ya el collar en diamantes, pero me dijo que todavia tenia que convencer a su marido y que le gustaba la idea de verlo en fantasia.
A mi hombre de Hong Kong le llevo dos meses hacer el trabajo en vidrio, ?y que trabajo! Solo un experto de primera podia darse cuenta de que las piedras no eran genuinos diamantes. Era tan bueno que hasta pense que la senora P. se quedaria con el collar de fantasia y se pavonearia ante sus amigas como si fuera el verdadero.
Fui hasta la mansion de los Plessington con vistas al mar, con un Rolls Corniche y un Bentley T aparcados en el garaje, coloque el collar de vidrio sobre una almohadilla de terciopelo negro y observe su rostro. Quedo boquiabierta. Luego, rodee su gordo cuello con el collar y la lleve hasta un espejo.
Despues, inicie mi discurso de ventas.
– Estas piedras, como usted puede ver, senora Plessington, son de vidrio, como le dije. Tambien vera que carecen de vida (lo que no era verdad), pero quiero que imagine cada una de ellas como un fuego vivo… el fuego de los diamantes.
Ella permanecia alli como en trance, mirandose al espejo: una mujer de edad madura, con el pecho flaccido y el cuello que comenzaba a llenarse de arrugas.
– Hasta Elizabeth Taylor querria un collar como este.
Luego, le desabroche el collar antes de que se decidiera por el vidrio en lugar de los diamantes.
– ?Pero cuanto costara?
Era la pregunta que valia un millon. Le explique que para poder crear un collar asi tendria que buscar en todo el mundo para hallar las piedras iguales. Despues de encontrarlas, tendria que hacerlas cortar por expertos y, despues, hacerlas engarzar en platino, para lo cual tambien requeriria las manos de un experto. Todo eso costaria dinero. Tanto yo como ella sabiamos que no seria su dinero el que pagaria el collar. Tenia que convencer a su marido. Le senale que los diamantes eran eternos. Nunca perdian su valor. El dinero de su marido iria a una inversion segura. La deje asimilar todo aquello y despues le comente, en tono indiferente, que el coste del collar seria de alrededor de un millon y medio de dolares.
Ni siquiera pestaneo. ?Por que habria de hacerlo? Su marido seria el que pestanearia. Permanecio sentada alli, con su modelo de Norman Harnell, con la mirada perdida. Podia imaginarla pensando como la envidiarian sus amigas, que simbolo de posicion seria aquel collar, que hasta la misma Liz Taylor podria llegar a envidiarle.
Y, por fin, la senora P. tuvo su collar de diamantes, la venta mas importante de Luce amp; Fremlin, y todo gracias a mi. El coste final del collar fue de un millon ochocientos mil dolares.
La senora P. y el collar fueron la gran noticia de la prensa. Aparecieron fotografias de ella con el collar, con el marido detras, con aspecto de haber mordido el anzuelo. Ella se pavoneo con el collar en el Casino, la opera, el Country Club e inclusive organizo un baile. Un mes despues, una de sus mejores amigas, que tenia un collar de diamantes que yo jamas hubiera ofrecido a ninguno de mis clientes, fue atacada para robarle el collar y recibio un golpe en la cabeza. La mujer nunca se repuso del golpe y quedo al cuidado de una enfermera.
Este ataque asusto mucho a la senora P., que solo entonces comprendio que un collar de diamantes de un millon ochocientos mil dolares podia significar un peligro mortal. Ella guardo el collar en la caja de seguridad de un banco y se nego a usarlo.
Todo eso habia ocurrido cinco anos atras y, ahora, segun Sydney, ella queria vender el collar.
Yo sabia, al igual que Sydney, que durante los ultimos tres anos la senora P. se habia convertido en una jugadora empedernida. Se la podia ver apostando en el casino todas las noches. Su marido la dejaba jugar porque, ademas de vender tajadas de Florida y levantar rascacielos cada vez que hallaba un lugar para ellos, era un satiro. Mientras su esposa se pasaba la noche apostando, el se acostaba con cuanta muchacha se le cruzaba por el camino. Pero Plessington cuidaba su dinero, de tanto en tanto controlaba las deudas de juego de su esposa y actuaba con dureza con ella. La senora P. nunca ganaba. Conociendo esa historia, no era dificil adivinar que ahora debia de estar endeudada hasta la cabeza en secreto y que habia decidido vender el collar antes de que su marido descubriera lo que debia.
– ?Larry? -la voz de Sydney resono por la linea-. ?Me estas escuchando?
Me importaba un comino la senora P., el collar, y Sydney. Rhea seguia taladrandome el cerebro.
– Estoy escuchando -respondi.
– Por amor de Dios, concentrate, Larry -me urgio-. Por favor, debes regresar… Por mi. ?No me imagino que puedes estar haciendo en esa horrible ciudad! ?Di que volveras a ayudarme!
Otra vez, el destino. Unos minutos antes estaba pensando en el suicidio. Si Sydney hubiera querido cualquier otra cosa que no fuera revender el collar Plessington, le habria cortado. Pero aquel collar era mi mejor logro hasta el momento. Habia ganado mi reputacion como uno de los mejores expertos en diamantes al crearlo.
De repente, mi depresion desaparecio. Mi mente comenzo a trabajar con rapidez. Tal vez, otro cambio de escenario arrancase a Rhea de mi mente, pero queria dejar una puerta abierta por si necesitaba huir.
– Aun no estoy bien, Sydney -le dije-. Sufro de jaquecas y no puedo concentrarme con facilidad. Si regreso y te vendo «eso», ?me daras mas tiempo en caso de que lo necesite?
– ?Por supuesto, querido muchacho! Hare mas que eso. Te dare el uno por ciento de la operacion y podras tomarte seis meses si lo deseas. Es mas que justo, ?no te parece?
– ?Y cuanto pide por el collar?
Siguio zumbando como una abeja antes de decirme:
– Aun no lo he discutido con ella. Necesita dinero. Le dije que te consultaria y que tu hablarias luego con ella. Es evidente que esta en apuros. ?Vendras?
Volvi a dudar y a pensar en Rhea, pero luego me decidi.
– Muy bien, ire en seguida. Estare contigo pasado manana.
– No conduzcas. Coge un taxi aereo. Yo lo pagare -dijo Sydney-. ?No sabes que alivio es esto para mi! Cenaremos juntos tranquilamente. Nos encontraremos alrededor de las nueve en La Palma… ?Que te parece?
La Palma era uno de los restaurantes mas caros y exclusivos de Paradise City. Sydney estaba ansioso por complacerme.
– Muy bien -dije, y corte.
Durante las dos horas del vuelo hasta Paradise City, una idea empezo a deslizarse en mi mente como una serpiente negra que entra lentamente en una habitacion.
En este pais hay muchos viejos decrepitos y estupidos que valen millones.
Lo habia dicho Rhea.
?Para que esperar a convertirme en viejo, decrepito y estupido?
?Por que no volverme inmensamente rico de repente?
Pense en el collar de la senora P. ?Un millon ochocientos mil dolares! En mi posicion como uno de los mas importantes expertos en diamantes, conociendo a los mejores comerciantes del mundo, estaba seguro de que no me seria dificil vender las piedras, siempre y cuando tuviera mucho cuidado. Los comerciantes saltarian ante cualquier cosa que les ofreciera. Varias veces les habia vendido diamantes en nombre de Sydney, que siempre queria que le pagaran en efectivo. Los comerciantes jamas se oponian, porque cuando Sydney compraba tambien pagaba en efectivo y, lo mas importante, aceptaban mi recibo.
Deshacer el collar y vender las piedras a diferentes comerciantes no representaria ningun problema. Desde mi posicion en Luce amp; Fremlin no tendria por que preocuparme, pues Sydney ya no mantenia alli contactos con nadie. El me los dejaba a mi. Me pagarian en efectivo, creyendo que el dinero seria para Sydney y yo lo ingresaria en un banco suizo. Disponer del collar era la menor de mis preocupaciones, pero robarlo sin que nadie sospechara era otra cosa.
Parecia un desafio. Tal vez fuera un ladron estupido y cobarde para robar un simple coche, pero la operacion de robar el collar, a pesar de ser un problema, quedaba dentro de mi territorio.
Durante la hora siguiente, mientras el avion se acercaba a Paradise City, estuve pensando en la forma de hacerlo.
Sydney estaba en el reservado, jugando con un martini doble en las manos. El maitre de La Palma me condujo hasta el como si fuera un miembro de la familia real.
El restaurante estaba lleno como siempre, y tuve que detenerme en varias mesas porque los clientes me saludaban y se interesaban por mi estado de salud, pero por fin llegue al reservado y Sydney me estrecho la mano.
– ?Larry, querido, no sabes cuanto aprecio lo que has hecho! -me dijo, con los ojos llenos de lagrimas-. No te veo muy bien… Pareces demacrado. ?Como estas? ?Te has cansado mucho en el viaje? Odio tener que hacerte volver, pero tu me comprendes, ?no es verdad?
– Estoy bien -le respondi-. No te preocupes, Sydney. El vuelo ha sido bueno.
Pero no acabo alli. Primero, ordeno un martini seco para mi y, cuando el maitre se retiro, empezo a interrogarme sobre mi estado de salud, que habia hecho durante todo aquel tiempo y tambien si lo habia echado de menos.
Yo estaba acostumbrado a sus peroratas y le pare en seco.
– Mira, Sydney, vayamos directo al grano. Estoy un poco cansado y quiero acostarme despues de cenar, asi que no perdamos el tiempo hablando de mi salud.
Llego el martini seco y Sydney ordeno caviar, un souffle de langosta y champagne.
– ?Te parece bien, Larry? -me pregunto-. Es liviano y alimenticio y podras dormir bien.
Dije que estaba de acuerdo.
– ?Asi que quiere vender el collar? -le pregunte cuando el maitre desaparecio chasqueando los dedos a dos camareros para asegurarse de que estuvieramos bien atendidos.
– Vino a verme ayer… temblando como una hoja -me informo Sydney-. La conozco desde hace anos y me considera uno de sus mejores amigos. Me confeso que necesitaba una fuerte suma de dinero y no queria que Henry se enterase. Al principio, pense que iba a pedirme dinero prestado y empece a cavilar buscando alguna excusa, pero despues me lo dijo directamente. Tenia que vender el collar sin que se enterase Henry. ?Cuanto podia darle por el?
– ?Deudas de juego?
– No me lo dijo, pero claro… posiblemente deba unos cuantos miles. Por supuesto que en cuanto supe lo que queria me envolvi en una nube de humo. Dije que tu te encargarias de la venta. Que tu eras mi experto en diamantes y que se podia confiar en ti porque eras silencioso como una tumba. Le dije que estabas fuera de la ciudad pero que regresarias pronto y que te pediria que la llamaras. La pobre casi se orina encima. Dijo que no podia esperar. Queria saber cuando regresarias. Era muy, muy urgente. Dije que trataria de hacerte regresar esta noche y lo dejamos asi. Bueno, ya has vuelto. ?Podras ir a verla manana por la manana, Larry? No te haces idea del estado en que esta. Ella es muy tonta pero agradable y no me gusta verla sufrir asi. La veras, ?verdad, Larry?
– Para eso he venido.
Llego el caviar y, mientras untabamos las tostadas con mantequilla, le pregunte:
– ?Tienes alguna idea de cuanto quiere?
– Mantuve la boca bien cerrada respecto a eso. No queria arruinar tu trabajo. No hice preguntas. Es toda tuya, Larry.
Extendi el caviar en la tostada.
– Eso podria ser delicado, Sydney -le dije-. ?Te das cuenta de que habra que desmontar el collar? No podremos venderlo asi, como esta. Podria haber publicidad y si Plessington ve la fotografia de otra mujer con el collar, la senora P. estaria acabada. Podria ser un gran negocio para nosotros: hasta podriamos llegar a vender los diamantes por dos millones de dolares, pero tendremos que estudiarlo con sumo cuidado.
Los ojos de Sydney se dilataron.
– ?Dos millones?
– Yo lo veo asi: primero hablo con la senora P. y le explico que si quiere vendernos el collar a nosotros le pagaremos un millon ochocientos mil dolares, es decir, lo mismo que ella pago por el. Por lo que me dices, le remarcare que la reventa del collar recibira la misma cobertura de prensa que cuando ella lo compro; cuando sepa esto, estara demasiado asustada como para dejar que lo vendamos tal como esta. Despues, le explicare que el collar perdera bastante valor al desmontarlo, y que al intentar vender las piedras por separado no podremos ofrecerle mas de novecientos mil… la mitad del valor original. Si esta de acuerdo, y podria estarlo, le pagas los novecientos mil y nos quedamos con el collar. -Levante una mano para que no me interrumpiera-. Dejame terminar. Deberias disenar un collar utilizando todos los diamantes de la senora P. Hare que Chan me haga el collar y buscare a alguien en Sudamerica, en la India, o en Medio Oriente y se lo vendere por dos millones. Entonces, habras ganado un millon cien mil dolares, lo que me parece un buen negocio.
Se reclino en su asiento, olvidando el caviar. Durante un momento, se quedo mirandome. Parecia trastornado.
– ?Pero no podemos hacer eso! ?No podemos ganar tanto a costa de esa pobre senora!
– Son negocios, Sydney -le dije, sirviendome mas caviar-. Preguntale a Tom si no podemos hacerlo.
Alzo las manos.
– Tom tiene alma de computadora y corazon de caja registradora.
– Y por eso estas comiendo caviar.
Se quedo pensativo.
– ?De veras crees poder vender el collar por dos millones?
– ?Por que no? -Estaba seguro de que no podria, pero era la carnada que queria usar con Sydney-. ?Hasta los Burton podrian querer comprarlo, pero de ti depende disenar un collar que haga palidecer a cualquier otro!
Se le ilumino la mirada. Era el tipo de desafio que le gustaba.
– ?Estoy seguro de que puedo hacerlo! ?Que maravillosa idea, Larry! ?Eres genial!
Vi que le habia convencido y empece a relajarme. Hicimos una pausa para beber el champagne y despues pase a andar por terrenos mas resbaladizos.
– Esto me llevara tiempo, Sydney. Tendre que viajar a Hong Kong. Chan tardara por lo menos un mes en hacer el collar. Y me llevara tres y hasta cinco meses venderlo. Mientras tanto, ?que pasara con la senora P.?
El me miro asombrado. No habia pensado en eso.
– ?Sabia que era demasiado bueno para ser cierto! ?Ella no puede esperar! ?No creo que pueda esperar ni una semana!
Vino el camarero y retiro los platos. Permanecimos en silencio hasta que volvio, sirvio el souffle de langosta y se retiro. Despues deje caer la bomba: sin saber si estallaria o no.
– Mira, Sydney, si vamos a hacer este negocio, tendras que prestarle el dinero hasta que el collar se venda.
Sydney abrio los ojos.
– ?Novecientos mil dolares? -Su voz se elevo hasta convertirse casi en un grito.
– Se lo prestas al seis por ciento y por ultimo vendes el collar a dos millones -le dije-. Preguntale a Tom si no es un negocio brillante.
– ?Pero no puedo prestarle todo ese dinero!
– No digo que lo prestes tu. Puede prestarselo la firma.
– ?Tom nunca, nunca le prestaria dinero a nadie, ni siquiera a Nixon!
– Muy bien, entonces tu le prestas el dinero. Tu banco te dara lo que falte. ?Que tienes que perder? Tendras el collar. Incluso si no puedo conseguir los dos millones por el, aunque creo que lo hare, conseguire lo que ella ha pagado. Aun entonces habras duplicado el dinero. Vamos, Sydney… ?Es una oportunidad unica en la vida!
Se llevo un trozo de souffle a la boca mientras pensaba, y de repente vi un brillo de avaricia en su mirada.
– Tom no tiene que enterarse de esto, ?no? Quiero decir… si yo pongo el dinero, dinero de mi cuenta personal, cuando vendas el collar ese dinero sera para mi… ?no es asi?
– Asi es… Menos el uno por ciento de comision para mi -dije, sin darle mayor importancia.
Me miro, sorprendido. Me di cuenta de que no habia pensado en pagarme la comision.
– Si… el uno por ciento para ti. -Por la expresion de su rostro supe que hacia calculos mentales.
– Tu me daras dieciocho mil dolares y deduciras los novecientos mil de la senora P. y le agregaras el seis por ciento por tu prestamo y en total recibiras ochocientos ochenta mil dolares, lo que me parece una buena ganancia.
Siguio pensando y luego dijo:
– Tengo una idea mejor, Larry, querido. Supongamos que tratas de convencer a la senora P. de que venda el collar por setecientos cincuenta mil dolares. Despues de todo, no es su dinero. Podria vender mercancia para cubrir esa suma y entonces el collar seria mio y no tendria que preocuparme por Tom, ?no te parece? Si lo hiciera y tu vendieras los diamantes por dos millones, podria ganar un millon y cuarto… Una buena suma, ?no?
– Pense que no querias obtener ganancias de esa pobre senora -le dije, tratando de aparentar sorpresa.
Sydney se movio incomodo en su silla.
– Despues de todo fuiste tu quien dijo que esto eran negocios. -Hizo una pausa para espiarme-. ?Crees que podrias convencerla de que vendiera a ese precio?
– No se pierde nada con intentarlo -dije, y termine mi souffle.
– Mira lo que puedes hacer manana, Larry. Estoy seguro de que podras conseguirlo. -Sydney hizo energicas senas al camarero para que trajera el cafe-. Escucha, Larry, te dire lo que hare… Si consigues el collar por setecientos cincuenta mil dolares te dare el dos por ciento de comision. Es mas que justo, ?no?
– Y mi pasaje a Hong Kong con todos los gastos pagados -dije, sabiendo que jamas iria.
– Por supuesto, querido mio.
– ?Terry esta al tanto del asunto de la senora P.?
– ?Ni menciones a ese miserable! ?Debo deshacerme de el! -Sydney se ofusco; estaba muy molesto-. ?Se esta volviendo bastante imposible!
– Eso no importa… ?Esta al tanto?
– ?Claro que no!
– ?Estas seguro? La senora P. fue a verte. ?No quiso saber que queria ella?
– ?Ni siquiera nos dirigimos la palabra!
– ?Y no puede haberte oido? -Terry me inquietaba. Sabia demasiado sobre diamantes.
– No… no. Cuando la senora P. vino a verme, el estaba ocupado con un cliente.
– Muy bien, no debe enterarse, Sydney. De hecho, nadie debe saberlo, si no Tom acabara por enterarse. En realidad, esto tendriamos que hacerlo por medio de la firma. Tom tendra razon en enfadarse si averigua lo que planeamos.
– Sydney volvio a moverse, incomodo. Lo sabia tan bien como yo.
– Si compro el collar con mi propio dinero, Tom no tiene nada que ver -declaro, en tono desafiante.
– Pero la senora P. es clienta de la firma -senale-. Queria producirle culpabilidad-. Mira, Sydney, para que la firma quede completamente fuera de todo esto, tendras que disenar el collar en tu casa y no en la oficina. Si consigo el collar sera mejor que lo guardes tambien en tu casa y no en la oficina.
El no debia saberlo, pero aquello era parte esencial de mi plan.
No dudo ni un instante.
– Si… lo mantendremos entre nosotros. -Me miro, con confianza-. ?Me ayudaras con el collar, Larry?
«Que descarado», pense. Sabia muy bien que sin mi no podria hacer el collar ni persuadir a la senora P. para que lo vendiera a aquel precio tan ridiculo. Y, sin embargo, planeaba obtener una gran ganancia sin participar a Tom Luce de ella y dandome a mi un miserable dos por ciento.
– Sabes que puedes confiar en mi -le dije.
Cuando habia elaborado mi plan para robar el collar durante el vuelo, habia tenido remordimientos respecto a Sydney porque el iba a ser quien perderia, pero ahora que mostraba su avaricia desaparecieron mis remordimientos.
Si me hubiese dicho: «Mira, Larry, dividamos todo al cincuenta y cincuenta. Tu haces el trabajo, yo pongo el capital», no habria proseguido con mi plan, pero como era tan codicioso y egoista de ofrecerme solo el dos por ciento, decidi seguir adelante. Ahora, no le importaba en absoluto torcerle el brazo a la senora P., ?por que debia molestarme a mi torcerle el suyo?
Es mejor olvidar la escena que se desarrollo con la senora P. No llamo ladron a Sydney, pero lo dio a entender. Lloro y se retorcio las manos regordetas. Recorrio la enorme sala de un lado a otro hecha una furia, haciendo el ridiculo. Me acuso de mentiroso, de haberle dicho que los diamantes vivian siempre y jamas perdian su valor. Tuve que recordarle que habia que desmontar el collar y que si aguardaba un ano, mas o menos, yo podria conseguirle por lo menos un millon y medio de dolares por los diamantes y el platino, pero como queria el dinero de inmediato, era lo mejor que Sydney podia ofrecerle.
Por fin, se tranquilizo. Despues de todo, tres cuartos de millon, cuando no es una perdida personal, no es tan grave. Ella no habia pensado en que si tratabamos de vender el collar tal como estaba habria publicidad y aquello termino por convencerla.
Dijo que aceptaria el cheque que Sydney me habia dado, pero agrego que jamas volveria a comprar nada en Luce amp; Fremlin.
Hice los comentarios adecuados aunque, en realidad, me tenia sin cuidado lo que hiciera.
Despues, me sorprendio con algo tan inesperado que por un momento no supe que contestarle.
– Lo menos que puede hacer es darme el collar de fantasia -dijo-. ?Es lo menos que puede hacer! Si alguna vez mi marido quiere ver el collar, podre mostrarle la imitacion. No se dara cuenta de la diferencia.
Ella, por supuesto, no debia saber que el collar de vidrio era la clave de mi plan. Sin el, mi plan de hacerme con dos millones de dolares no existia.
Cuando Sydney le envio el collar verdadero cinco anos atras, me pregunto que podiamos hacer con la replica.
A Sydney no le gustaba desperdiciar ni un solo dolar. Le dije que estaba en la caja fuerte y entonces me pregunto si podriamos devolverselo a Chan y ver de conseguir algo a cambio. ?Tres mil dolares, tal vez? ?Para que queriamos una imitacion de cristal?
El collar era una creacion de la que me sentia orgulloso. En aquel momento, tenia una buena racha en la Bolsa y contaba con algun dinero. Le dije que llevaria la replica a Chan y le preguntaria cuanto podia darnos. Pero no lo hice. Me quede con el collar como recuerdo. Cuando Sydney me pregunto que habia sucedido, le dije que Chan me habia dado dos mil quinientos dolares y le entregue un cheque de mi cuenta.
Y, ahora, la senora P. me pedia la imitacion.
Al cabo de un rato, le dije que habia sido desarmado y que las piedras se habian utilizado para hacer otros collares.
Casi me mato cuando oyo esto, e insistio en que le mandara hacer la imitacion de inmediato. Le dije que lo haria, pero que tardaria al menos tres meses. Tenia que conformarse con eso.
Fuimos juntos hasta el banco en su Rolls y ella saco el collar de la caja. Estaba dentro de una caja de cuero forrada con terciopelo negro. No habia visto el collar desde hacia cuatro anos. Su belleza me hizo contener el aliento. Le entregue el cheque y ella me entrego el collar.
Cuando salio de la boveda para ir a cambiar el cheque casi rodo por las escaleras. La deje hablando con el gerente y tome un taxi para volver a mi apartamento.
Abri la caja fuerte y saque el collar de fantasia. Coloque el collar verdadero y la replica sobre la mesa para estudiarlos.
Sydney era estrictamente un disenador. No era un experto en diamantes y estaba seguro de que no sabria cual era cual. Chan habia hecho un trabajo maravilloso; incluso Terry podria equivocarse hasta que no examinara las piedras, luego se daria cuenta, claro, pero no tendria la oportunidad de hacerlo. Ya me habria ocupado de eso.
Coloque el collar falso en la caja de cuero y el genuino en la de plastico y lo guarde en mi caja fuerte.
Despues, telefonee a Sydney a la tienda. Le dije que todo habia salido bien. Zumbo como siempre, como una abeja atrapada en la botella, y me cito en su atico al cabo de media hora.
El apartamento de Sydney era magnifico. Estaba situado frente al mar. Constaba de un enorme salon, exquisitamente decorado, cuatro dormitorios, una piscina en la terraza, una fuente en el hall y todos los complementos que un marica rico sabe colocar.
Me estaba esperando cuando llegue.
– ?Como lo ha tomado? -me pregunto, mientras me conducia al salon y observaba el paquete que llevaba bajo el brazo.
– Bueno, en realidad no te ha llamado ladron pero lo dio a entender. Dijo que nunca volveria a entrar en tu tienda.
Sydney suspiro.
– Pense que reaccionaria de ese modo. Bien, tendremos que tomarlo con dignidad. Despues de todo, no nos han comprado nada en estos ultimos anos. -Siguio mirando el paquete-. ?Esta ahi?
Aquel era el momento. Me acerque a un rayo de sol que entraba por los ventanales, saque el papel marron que envolvia la caja y la abri. El sol hizo brillar las piedras de vidrio y Sydney quedo con la boca abierta.
– ?Es maravilloso, Larry! ?Es realmente maravilloso! ?Te felicito! Y ahora, tengo que poner manos a la obra. -Me quito la caja de las manos, volvio a mirar el collar y cerro la caja. La prueba primera y mas importante parecia haber tenido exito.
– Traere algunos disenos para que los discutamos. Tengo todo el fin de semana por delante.
– Eso me recuerda, Sydney, que he dejado mi coche en Luceville. Manana ire a buscarlo en avion y regresare conduciendo. ?Te parece bien que me tome el lunes libre?
– Por supuesto, para entonces ya tendre algo preparado. -Lo vi acercarse al Picasso, sacarlo de la pared y abrir la caja fuerte que se escondia detras. Conocia aquella caja, era complicada y altamente sofisticada: nada facil de abrir sin meterse en lios. Coloco la caja con el collar dentro, cerro la caja fuerte y volvio a colgar el cuadro. Me miro, radiante-. No te comprometas el martes por la tarde, Larry. Ven a verme aqui. Cenaremos juntos y despues estudiaremos los disenos… ?Te parece a las ocho?
– Muy bien. Bueno, Sydney, vuelvo a la tienda.
En el taxi, camino de la joyeria, pense que en menos de veinticuatro horas volveria a ver a Rhea.