Despues de ponerme los tejanos y la camiseta de gimnasia, fui a la comisaria para denunciar el robo de la pitillera. Sorprendido, descubri que no estaba apenado por la perdida, pero sabia que a Sydney le afectaria mucho, por lo que era justo que hiciera al menos un esfuerzo por recuperarla.
La sala de guardia de la comisaria olia a cemento y a pies sucios. Unos diez chiquillos harapientos estaban sentados en un banco contra una de las paredes. Me siguieron con sus ojos oscuros mientras me acercaba al sargento de guardia.
Este era un tremendo ejemplar de carne humana, con una cara del color de un bistec crudo. Estaba en mangas de camisa y sudaba tanto que las gotas le caian por la cara hasta el cuello, donde se mezclaban con el polvo de cemento. El sargento hacia girar un trozo de lapiz sobre el cuaderno de notas y cuando me vio acercarme se enderezo.
Los chicos del banco se echaron a reir.
Le conte como habia perdido la pitillera mientras seguia jugando con el lapiz. Luego, levanto de repente su mirada porcina y me estudio intensamente.
– Usted no es de aqui, ?no? -Tenia la voz ronca, como si hubiese gritado mucho.
Le explique que no era del lugar, que acababa de llegar y que iba a trabajar con la senorita Baxter, la asistenta social.
Se echo la gorra hacia atras, miro el pedazo de lapiz que tenia en la mano y saco un formulario. Me pidio que lo rellenara y siguio haciendo girar el lapiz.
Llene el formulario y se lo devolvi. En el lugar donde decia «valor del articulo robado», habia puesto mil quinientos dolares.
Leyo lo que habia escrito y vi como su enorme rostro se ponia en tension y me devolvia el formulario. Apoyo un dedo sucio en el casillero del «valor del articulo robado» y me pregunto.
– ?Y esto que es?
– Es el valor de la pitillera -respondi.
Murmuro algo en voz baja, me miro y luego estudio el formulario.
– Me rajaron la chaqueta del traje con una navaja -le explique.
– ?Si? ?Y el traje tambien le costo mil quinientos dolares?
– El traje costo trescientos.
Resoplo por la nariz ruidosamente.
– ?Puede describir al chico?
– Alrededor de nueve anos, tez oscura, cabello ensortijado, camisa negra y tejanos -le dije.
– ?Lo reconoce alli?
Me volvi y estudie la hilera de muchachos. La mayoria de ellos tenia la tez oscura y el pelo ensortijado; casi todos llevaban camisa negra y tejanos.
– Podria ser uno de ellos -dije.
– Seee… -Me miro.- ?Esta seguro del valor de la pitillera?
– Estoy seguro.
– Seee. -Se rasco la nuca sudorosa y coloco el formulario encima de una pila de otros similares-. Si la encontramos le avisaremos. -Despues de una pausa, agrego-: ?Se quedara algun tiempo?
– Dos o tres meses.
– ?Con la senorita Baxter?
– Esa es la idea.
Me estudio durante un momento y luego vi dibujarse una sonrisa despreciativa en su boca.
– ?Que idea!
– ?No cree que dure tanto tiempo?
Resoplo nuevamente por la nariz y despues siguio jugando con el lapiz.
– Si sabemos algo, le avisaremos. ?Mil quinientos dolares, eh?
– Si.
Asintio y luego, con voz de trueno, aullo:
– ?Quedaos quietos, pedazo de desgraciados, o me ocupare de vosotros!
Me encamine hacia la salida y cuando llegue a la puerta, alcance a oir lo que decia a otro policia que estaba apuntalando una de las sucias paredes:
– Otro loco.
Era la una y veinte de la tarde. Sali a buscar un restaurante, pero no vi ninguno por la calle principal. Por fin, tuve que conformarme con una hamburguesa grasienta en un bar atestado de hombres sudorosos y malolientes que me observaban furtivamente.
Despues sali a pasear. Luceville no tenia mucho que ofrecer, excepto polvo y pobreza. Recorri el distrito que Jenny tenia marcado en el mapa como el numero 5.
Me encontraba en un mundo que ni siquiera sospechaba que existiera. En comparacion con Paradise City parecia un viaje al Infierno de Dante. En cada calle me senalaban como el extrano. La gente se alejaba y algunos se volvian y murmuraban a mi paso. Los chicos me seguian silbando y haciendo ruidos groseros. Estuve caminando hasta las cuatro y despues emprendi el regreso a la oficina de Jenny. Para entonces ya habia llegado a la conclusion de que debia de ser una mujer muy especial. Haber pasado dos anos en aquel infierno y ser todavia capaz de ofrecer aquella sonrisa calida y amistosa era toda una hazana.
La encontre sentada ante su escritorio, llenando uno de los formularios amarillos; cuando levanto la mirada, estaba aquella sonrisa calida y amistosa.
– Asi esta mejor, Larry -me dijo, despues de inspeccionarme-. Mucho mejor. Sientese y le explicare lo que yo denomino el sistema de llenado. ?Sabe escribir a maquina?
– Si.
Tome asiento. Me pregunte si debia contarle lo sucedido con la cigarrera y decidi que no. Segun me habia dicho, tenia ya suficientes problemas para resolver como para escucharlos mios.
Estuvo una hora explicandome el sistema, mostrandome sus informes y las fichas y, en aquel tiempo, el telefono no dejo de sonar ni un momento.
Poco despues de las cinco, Jenny recogio algunos formularios y unos lapices y anuncio que tenia que irse.
– Cierre a las seis -dijo-. Si puede, pase a maquina esos tres informes antes de irse…
– Esta bien. ?Adonde va?
– Al hospital. Tengo que ver a tres personas. Abrimos a las nueve de la manana. Yo no podre venir antes del mediodia. Es mi dia de visita a la prision. Haga lo que pueda, Larry. No deje que lo molesten. Y tampoco que lo enganen. No les de nada mas que consejos. Si quieren cualquier cosa, digales que lo consultara conmigo. -Me saludo con la mano y desaparecio.
Pase a maquina los informes, los analice, hice las fichas y los archive. Me sorprendio y hasta desilusiono que el telefono no sonara ni una vez: era como si supieran que Jenny no estaba alli para contestarlo.
Me esperaban largas horas vacias. No tenia otra cosa que hacer que regresar al hotel, asi que decidi quedarme y actualizar el archivo. Debo admitir que no pude hacer mucho. Cuando empece a leer las fichas, quede absorto. Las fichas me dieron un vivo retrato de crimen, miseria, desesperacion y presion por el dinero que me mantuvo enfrascado como la mejor novela policiaca. Empece a entender lo que sucedia en la seccion numero 5 de aquella ciudad cubierta de contaminacion. Cuando oscurecio, encendi la luz del escritorio y segui leyendo. El tiempo habia dejado de existir. Estaba tan absorto que no oi abrirse la puerta. Y aunque no lo hubiese estado, tampoco lo habria oido. Fue abierta con mucho cuidado, centimetro a centimetro, y solo cuando vi cruzar una sombra por el escritorio me di cuenta de que habia alguien alli.
Quede perplejo. Y esa era, obviamente, la intencion. En el estado nervioso en que estaba, debi haber pegado un gran salto. Levante la cabeza y senti un nudo en el estomago. Solte el boligrafo que tenia en la mano, que cayo rodando al suelo, bajo el escritorio.
Siempre recorde la primera vez que vi a Spooky Jinx. No sabia que era el, pero Jenny me indico de quien se trataba al describirmelo a la manana siguiente.
Imaginen a un joven de unos veintidos anos, alto y delgado. El cabello oscuro y largo le llegaba hasta los hombros, enmaranado y grasiento. Era de tez palida y sus ojos parecian dos semillas negras situadas muy cerca de una nariz delgada y angulosa. Sus labios rojizos dibujaban una sonrisa burlona. Llevaba una mugrienta camisa amarilla y un par de esos pantalones gastados, con pedazos de piel de gato pegados en las caderas y el trasero. Tenia los brazos delgados, aunque musculosos, y cubiertos de tatuajes. En el dorso de la mano llevaba escritas frases obscenas. En la cintura, casi inexistente, llevaba un cinturon de unos veinte centimetros de ancho adornado con filosos clavos de bronce: un arma terrible si se golpeaba a alguien en la cara. Despedia un acido olor a suciedad. Senti que si sacudia la cabeza caerian piojos sobre la mesa.
Me sorprendio ver lo rapido que me sobreponia al susto. Empuje la silla hacia atras para poder ponerme de pie. El corazon me latia alocadamente, pero podia controlarme. De inmediato, recorde la conversacion que habia mantenido con Jenny sobre los chicos del vecindario, que eran malvados y muy peligrosos.
– Hola -le dije-. ?Necesitas algo?
– ?Eres el nuevo? -Tenia la voz sorprendentemente profunda, lo que resultaba aun mas amenazador.
– Asi es. Acabo de llegar. ?Puedo ayudarte en algo?
Me estudio de arriba abajo. Vi que algo se movia tras el y comprendi que no habia venido solo.
– Puedes decirles a tus amigos que pasen, a menos que sean timidos -invite.
– Ellos estan bien asi -me contesto-. Asi que fuiste a la policia, ?eh, Rata?
– ?Rata? ?Asi me has bautizado?
– Si, Rata.
– Tu me llamas Rata… Y yo te llamare Apestoso, ?esta bien?
En el pasillo se oyeron unas risitas reprimidas que callaron de inmediato. Los ojillos de Spooky se encendieron como dos brasas.
– Un tipo inteligente…
– Asi es -conteste-. Ya somos dos, ?no es asi, Apestoso? ?En que puedo ayudarte?
Con deliberada lentitud, se desabrocho el cinturon y empezo a pasarselo de una mano a otra.
– ?Y que tal si te doy con esto en tu apestosa cara, ?eh, Rata!?
Me eche el pelo para atras y me puse de pie de un solo movimiento. Tome la maquina de escribir portatil.
– ?Y que tal si yo te doy con esto en tu apestosa cara, ?eh, Apestoso!? -le pregunte.
Unas horas antes, me habia preguntado si me asustaria con facilidad. Ahora, sabia que no.
Nos miramos a los ojos y, luego, con la misma deliberada lentitud, volvio a abrocharse el cinturon; yo, imitando su lentitud y deliberacion, volvi a colocar la maquina de escribir sobre el escritorio.
Parecia que estabamos otra vez en el punto de partida.
– No te quedes mucho tiempo, Rata -me dijo-. No nos gustan los gusanos como tu. Y no vuelvas a ir a la policia. No nos gustan los gusanos que van a la policia. -Arrojo un paquete grasiento y sucio sobre la mesa-. Ese estupido chico no sabia que era de oro. -Y se marcho dejando la puerta abierta.
Permaneci de pie, escuchando, pero salieron con el mismo silencio con que habian llegado. Fue una experiencia espeluznante. Se movian como fantasmas.
Abri el paquete y encontre mi cigarrera, o lo que quedaba de ella. La habian aplastado totalmente, sin duda a martillazos.
Aquella noche, por primera vez desde la muerte de Judy, no sone con ella. Sone con un par de ojos oscuros y una voz penetrante que no cesaba de repetir: «No te quedes mucho, Rata».
Jenny no aparecio por la oficina hasta casi el mediodia. Durante las horas anteriores estuve trabajando en las fichas y llegue hasta la letra H. El telefono habia sonado cinco o seis veces, pero, cada vez, la mujer que llamaba decia que queria hablar con la senorita Baxter y cortaba. Tuve tres visitantes, tres ancianas harapientas que partieron apenas me vieron, murmurando tambien que querian hablar con la senorita Baxter. Las recibi con mi mejor sonrisa y les pregunte que podia hacer por ellas, pero salieron corriendo como ratas asustadas. Alrededor de las diez y media, mientras escribia a maquina, se abrio la puerta y un chico, al que inmediatamente reconoci como el que me habia rajado el traje y robado la pitillera, se asomo para hacerme burla y luego salir corriendo. Ni siquiera me moleste en seguirle.
Cuando llego Jenny, con el cabello a punto de caerse en cualquier momento, note que su sonrisa era menos calida y que tenia una mirada preocupada.
– Hay problemas en la carcel -dijo-. No me han dejado entrar. Una de las prisioneras se volvio loca y hay dos celadores heridos.
– Es terrible.
Se sento y me miro.
– Si… -Hizo una pausa y luego prosiguio-. ?Todo bajo control?
– Asi es. No reconocera su archivo cuando tenga un momento para mirarlo.
– ?Algun problema?
– Podria llamarse asi. Anoche tuve una visita. -Le conte lo ocurrido- ?Le dice algo?
– Ese es Spooky Jinx. -Levanto las manos y luego las dejo caer con gesto de impotencia sobre su regazo-. Esta vez ha empezado pronto. A Fred no lo molesto hasta dos semanas despues de haber empezado a trabajar.
– ?Fred? ?El contable que era su amigo?
Ella asintio.
– Cuenteme lo que ha ocurrido.
Le conte, sin mencionar la pitillera, que Spooky me habia advertido que no me quedara mucho tiempo. Tambien que ambos nos habiamos amenazado con distintos objetos y que luego se marcho.
– Se lo adverti, Larry. Spooky es peligroso. Sera mejor que se vaya.
– ?Como es que usted ha logrado permanecer aqui dos anos? ?No ha tratado de echarla?
– Por supuesto, pero tambien tiene su codigo de honor. No ataca a las mujeres y, ademas, le dije que no le tenia miedo.
– Yo tampoco le tengo miedo.
Ella meneo la cabeza. Un mechon de cabellos le cayo sobre los ojos. Con impaciencia, volvio a colocarlo en su lugar.
– No puede hacerse el valiente en esta ciudad, Larry. No… si Spooky no quiere que usted este aqui. Tendra que irse.
– No hablara en serio, ?no?
– Es por su bien. Debe irse. Yo me las arreglare. No complique mas las cosas. Vayase, por favor.
– No, no me ire. Su tio me aconsejo un cambio de escenario. Disculpeme si parezco egoista, pero me preocupa mas mi problema que el suyo. -Le sonrei-. Desde que he llegado a esta ciudad, no he pensado ni una vez en Judy. Eso debe de ser bueno. Me quedare.
– ?Larry! ?Podria acabar herido!
– ?Y que? -Luego, cambiando deliberadamente de tema, agregue-: Han pasado por aqui tres senoras mayores, pero no quisieron hablar conmigo. La querian a usted.
– Por favor, vayase, Larry. Le digo que Spooky es peligroso.
Mire mi reloj. Eran las doce y cuarto del mediodia.
– Quisiera comer algo. -Me puse de pie-. ?Hay algun sitio donde pueda comer algo decente? Hasta ahora, me he arreglado con hamburguesas.
Me miro con aire preocupado y luego levanto los brazos en senal de derrota.
– Larry, espero que se de cuenta de lo que esta haciendo y en que se esta metiendo.
– Usted dijo que necesitaba ayuda… Y eso es lo que obtendra. No nos pongamos dramaticos. ?Que me dice del restaurante decente?
– Muy bien, si eso es lo que quiere. -Me sonrio-. Luigi queda en la Tercera, dos manzanas a la izquierda. No dire que es bueno, pero tampoco es malo. -En ese momento sono el telefono y, mientras me alejaba, alcance a oir sus «si» y «no» rutinarios.
Despues de una comida indiferente (la carne parecia un pedazo de cuero viejo), me acerque a la comisaria.
Habia un chico solo sentado en el banco, contra la pared. Tenia alrededor de doce anos y un ojo a la funerala. La sangre que le salia por la nariz goteaba hasta el suelo. Lo mire y el me miro. El odio de sus ojos fue alarmante.
Me acerque al sargento de guardia, que seguia jugando con el lapiz mientras respiraba pesadamente por la nariz. Levanto la vista.
– ?Otra vez usted por aqui!
– Para ahorrarle problemas -respondi, sin molestarme en hablar en voz baja, pues el chico sentado en el banco perteneceria, con toda seguridad, a la banda de Spooky-. He recuperado mi pitillera -anuncie al tiempo que la colocaba sobre la mesa del sargento.
El sargento estudio lo que quedaba de ella, la tomo en sus pesadas manos sudorosas y, luego, volvio a colocarla sobre el escritorio.
– Spooky Jinx me la devolvio anoche -dije.
El sargento permanecio con los ojos clavados en la cigarrera de oro aplastada.
Prosegui, impasible:
– Dijo que no se habian dado cuenta de que era de oro. Ya ve lo que han hecho con ella.
El sargento estudio el metal y resoplo por la nariz.
– ?Mil quinientos dolares, eh?
– Si.
– ?Spooky Jinx?
– Si.
Se apoyo en el respaldo y echo la gorra hacia atras. Despues de observarme durante un largo momento, con los ojos bizcos, me pregunto:
– ?Quiere presentar la denuncia?
– ?Deberia?
Nos miramos a los ojos. Casi podia oir como trabajaba su cerebro mientras pensaba.
– ?Spooky le dijo que el le habia robado la pitillera?
– No.
Se limpio el polvo del orificio izquierdo de la nariz con el menique, despues miro lo que habia sacado y se limpio en la camisa.
– ?Habia testigos en el momento en que se la devolvio?
– No.
Entrecruzo las manos, se echo hacia delante y me miro, casi con desprecio.
– Escuche, amigo mio, si piensa quedarse en esta maldita ciudad, no haga la denuncia.
– Gracias por el consejo… Entonces, no la hare. -Cogi lo que quedaba de la pitillera, la guarde en el bolsillo trasero del pantalon y agregue-: Pense que tenia que avisar de que ya la habia recuperado.
Intercambiamos otra mirada y despues susurro:
– Voy a darle un consejo, amigo, Si yo fuera usted, desapareceria de esta ciudad cuanto antes. Los estupidos que intentan ayudar a la senorita Baxter no duran mucho tiempo y no se puede hacer nada respecto a ello. ?Me entiende?
– ?Ese chico es de la banda de Jinx? -le pregunte, mientras me volvia a mirar al chico del banco, que no me sacaba los ojos de encima.
– Asi es.
– Esta sangrando.
– Si…
– ?Que le ha ocurrido?
Me miro con sus ojillos de cerdo. Sabia que estaba cansandole.
– ?Y a usted que le importa, amigo? Si es todo lo que tiene que decir, sera mejor que se marche ya -y empezo a jugar otra vez con el lapiz.
Me acerque al muchacho.
– Trabajo para la senorita Baxter, la asistenta social -le dije-. ?Puedo hacer algo por ti…?
No pude continuar, pues el chico me escupio en la cara.
Durante los seis dias siguientes no sucedio nada interesante, Jenny entraba y salia trayendo mas formularios y preguntandome, preocupada, si habia ocurrido algo mas. Me desconcertaba que ella pudiera seguir asi indefinidamente. Tambien me molestaba que llevara siempre el mismo vestido sin forma y que no hiciera ningun esfuerzo por arreglarse.
Yo copiaba sus informes, los rompia, los pasaba a las fichas y seguia poniendole el fichero al dia.
Seguramente, empezo a correrse la voz de que yo era entonces su ayudante oficial y los ancianos y desvalidos empezaron a acudir a mi con sus problemas. La mayoria de ellos intentaba embaucarme, pero yo anotaba sus nombres y direcciones, hacia un resumen de sus problemas y les decia que lo consultaria con Jenny. Cuando comprendieron que no podian enganarme, se volvieron amigables y durante los cuatro dias siguientes mantuve buenas relaciones con ellos, hasta que comprendi que toda aquella verborrea no conducia a nada util y lo interrumpi bruscamente.
Para mis sorpresa, descubri que disfrutaba de aquel extrano contacto con un mundo que ni siquiera habia sonado que existiera. Me quede perplejo cuando recibi una carta de Sydney Fremlin, escrita con tinta de color purpura, preguntandome como estaba y cuando regresaria a Paradise City.
Al leer la carta descubri que habia olvidado por completo Paradise City, Sydney y la lujosa joyeria con sus ricos y sobrealimentados clientes. Me parecio inutil contarle a Sydney el tipo de trabajo que hacia en Luceville. Si lo hubiera hecho, le habria dado un colapso, asi que le escribi que pensaba en el (un exito seguro), que todavia seguia nervioso, que Luceville me proporcionaba ciertamente un cambio de escenario y que volveria a escribirle pronto. Pense que aquello lo mantendria tranquilo una semana, mas o menos.
Al sexto dia, hubo un cambio de escena.
Llegue a la oficina, como siempre, alrededor de las nueve. Encontre la puerta abierta. Con una mirada comprobe que habian forzado la cerradura. Mi cuidadoso trabajo de los ultimos seis dias, todas las fichas mecanografiadas con tanto cuidado, todos mis informes, yacian en el suelo cubiertos de una capa de alquitran. Imposible salvarlos; no se puede hacer nada contra el alquitran.
Sobre mi escritorio, escrito con marcador rojo, se leia: