Blackness Road.
Domingo, 30 de noviembre de 1924
Norman sufrió un sobresalto cuando Elsie le golpeó en el brazo. Estaba ocupado con la limpieza de los gallineros, de espaldas a la puerta. Tarareaba para sus adentros con la cabeza llena de imágenes de Bessie.
– ¿Qué diablos…? -gritó, apartándose de ella y levantando los brazos para protegerse.
Elsie era la última persona que esperaba ver.
Ella le pegó con los puños cerrados.
– Te odio -le espetó-. ¿Quién es esa otra chica? ¿Cómo se llama? ¿Por qué no respondiste a mi carta?
Norman esquivó los golpes. Nunca la había visto tan enloquecida. Uevaba el cabello suelto y su rostro estaba encendido de ira.
– He recibido tu carta esta mañana -musitó.
– ¡Mentiroso! Deberías haberla recibido ayer. Quiero mi boda, Norman. ¿Cuándo se va a celebrar? -Le dio un puntapié en la pierna-. ¡Dímelo! -gritó.
Los pollos corrieron alarmados.
– Tranquilízate -le rogó él-. Estás asustando a las gallinas.
Pero ella no se dejó convencer.
– Ahora, Norman… ¡Dímelo ahora mismo!
– Pronto -dijo él, desesperado, eludiendo otro puñetazo-. No tardaremos.
Ella detuvo el ataque.
– ¿Cuándo?
– Antes de Navidad.
Le escrutó la cara para ver si mentía.
– Mejor que así sea. Si descubro que estás mintiéndome… -Su voz se quebró en un sollozo-. ¿Cómo has podido, cielito? Creía que podía confiar en ti.
– Y puedes hacerlo -repuso él, dócilmente-. Tenía la intención de escribirte hoy mismo. ¿Tus padres saben que estás aquí?
Ella negó con la cabeza.
– Entonces se preocuparán. Deberías volver a casa. Te acompañaré a la estación.
– No pienso irme -insistió ella con obstinación-. No volveré a Londres hasta que me haya convertido en una mujer casada. Todo el mundo dice que no va a suceder. Pero yo sé que sí. Estamos prometidos… no has dejado de ser mi prometido.
¿Qué otra cosa podía hacer Norman aparte de acceder? No había forma de razonar con Elsie cuando se ponía así. Quiso decirle que se tomara una pastilla, pero temía otro ataque de violencia. En este estado, cualquier motivo servía para incrementar su furia. Y él se enfrentaba a un problema mayor: necesitaba librarse de ella antes de que Bessie viniera a la cabaña, a última hora de la tarde.
Así que optó por mentir. Le dijo a Elsie que la amaba, que deseaba ese hijo, que la boda seguía adelante.
La otra chica era historia: tan sólo había sido un estúpido error achacable a un sentimiento de soledad.
– Pero ahora debes volver a casa, Elsie. No puedes quedarte aquí hasta que estemos casados. La gente habla…
– No me importa.
– Pero a mí sí -replicó él con firmeza, guiándola hacia la puerta-. Quiero una esposa de la que sentirme orgulloso… no una que esté en boca de todo el mundo.
Y, por supuesto, Elsie cedió. Tal y como Norman sabía que haría. Era su peor miedo: que la gente murmurara sobre ella a sus espaldas.
Pero ¿acaso alguien, con la excepción de su prometido y su familia, reparó alguna vez en la existencia de Elsie Cameron?
Aquella misma noche Norman le explicó la verdad a Bessie. Lo hizo lo peor que pudo. Empezó con: «¿Recuerdas aquel día que te dije…?».
Bessie encajó la noticia sin montar una escena.
– No soy idiota, Norman. Hace semanas que encontré las cartas de Elsie. Es algo que las mujeres solemos hacer… registrar las pertenencias de los hombres.
– ¿Y? -preguntó él, sintiéndose más aliviado que ofendido.
– Pregunté por ella a la señora Cosham. Me dijo que tenía problemas mentales… y que tú habías sido el pobre desgraciado al que le había tocado cargar con ella. A Elsie no le importa nada quién sea el marido, siempre y cuando consiga casarse con alguien.
– Al principio me gustaba, Bess.
Ella apoyó la cadera en su brazo.
– Eras un crío… pan comido para la primera mujer que pusiera sus garras sobre ti. Tienes que ser claro con ella, decirle que ya no la amas.
– N o es tan fácil. Se pone… -buscó la palabra- histérica. Ojalá se marchara y me dejara en paz -añadió con un suspiro.
– Pero esa clase de gente no lo hace, Norman. Seguirá presionando hasta que accedas a sus deseos. Conocí a un chico así una vez. Salí con él en un par de ocasiones y ya actuaba como si le perteneciera. Un día incluso me dio un bofetón porque estaba seguro de que estaba sonriéndole a otro hombre.
Norman se quedó impresionado. Una cosa era que Elsie le pegara, otra que un hombre golpeara a Bessie.
– ¿Qué pasó?
– Mi padre le cantó las cuarenta. Le dijo que le arrancaría la cabeza si volvía a acercarse a mí. La amenaza funcionó. Se marchó de la ciudad y no volví a verle. Quizá deberías pedirle a tu padre que te echara una mano en esto.
– Papá no ha pegado a una mujer en toda su vida.
– Ni falta que hace. Lo único que debe hacer es lograr que Elsie entienda que no vas a casarte con ella. Si él se lo dice, tal vez llegue a creérselo.
Pero el señor Thorne se negó en redondo a ocuparse del trabajo sucio de su hijo. Tres días más tarde se presentó en la granja, atendiendo al ruego de Norman. En el interior de la cabaña, a cobijo del viento, Norman balbuceó la historia de nuevo y después le pidió a su padre que hablara con Elsie en su nombre.
El señor Thorne lanzó una mirada cargada de desaprobación a las condiciones en que vivía su hijo.
– No puedes meter a una esposa aquí.
– Lo sé…, pero Elsie no quiere escucharme, papá. Tal vez a ti te haga caso.
– Quizá sí, pero me parece una forma muy rastrera de terminar la relación. Creí que te había educado para que fueras más sincero, hijo.
– y así es, pero…
– Estoy muy decepcionado contigo, Norman. Eres metodista y has sido educado en la fe cristiana. Nunca deberías haberla invitado a que viniera aquí a solas.
– Ya lo sé, pero…
– Creí que tenías más cabeza.
– Pero nunca hicimos nada, papá.
– ¿Estás seguro?
– Absolutamente. Lo que ella dice podría haber sucedido el primer verano que pasamos aquí. Hubo ocasiones en que estuvimos a punto de hacerlo. -Apretó un puño contra el otro-. Está mintiendo. Si ha visitado a un médico, me como el sombrero.
El señor Thorne suspiró.
– Entonces no fijes fecha alguna hasta pasadas las Navidades. Si lo que afirma es cierto, en primavera resultará obvio. Si no es así, puedes romper con ella sin el menor remordimiento.
– Pero no sabes cómo es -repuso Norman, abatido-. El domingo, cuando se presentó aquí, tenía previsto quedarse hasta que me casara con ella. ¿Qué hago si lo intenta de nuevo?
– Demuéstrale quién manda -dijo el señor Thorne con sensatez-. Sé tú quién da las órdenes. Imponte y devuélvela al tren.
Norman se frotó los nudillos.
– No la has visto nunca enfadada. Es como una loca… la emprende a gritos..
– Creí que tomaba pastillas para los nervios.
– No, el domingo no había tomado nada. No paraba de pegarme.
– Estás metido en un buen lío, hijo -suspiró el señor Thorne-. Pero no digas que no te lo advertí.
Un nudo de lágrimas atenazó la garganta de Norman_
– ¿Qué puedo hacer? -preguntó con la voz rota-. Ni siquiera me gusta… Y estoy totalmente seguro de que no quiero casarme con ella.
– Entonces sigue posponiendo la boda. Es lo único que está en tu mano hacer. Aparte de rezar para que tengas razón y no esté encinta.
– De eso estoy seguro, papá. No me hace falta rezar.
– Entonces lo haré yo -dijo el señor Thorne, poniéndose de pie-. No soy tan arrogante como tú, Norman. Es Dios quien decide cuándo y cómo nace un niño.
– Supongamos que Elsie está esperando -le decía Norman a Bessie aquella misma noche-. Nadie se creerá que no es mío. Tendré que casarme con ella lo quiera o no.
– No lo está.
– ¿Cómo lo sabes?
– Ni siquiera consiguió que te acostaras con ella. Él apoyó la frente en sus manos.
– No es tan fea, Bess.
– Muy bien. Digamos que algún otro hombre ha mostrado cierto interés por ella. ¿Por qué iba a querer casarse contigo y no con él?
– Quizá ya esté casado.
Bessie soltó una risa sofocada.
– ¡Venga, Norman! ¿Dónde iban a hacerlo? ¿En la cama de sus padres? ¿En la de su mujer?
– Es asqueroso.
– Bien, pues entonces la única posibilidad habría sido un polvo rápido en un callejón. ¿Acaso es una prostituta?
– No seas tonta.
– Tú eres el tonto, Norman. Elsie no puede estar embarazada. Tu padre tiene razón. Debes mostrarte firme y probar que es un farol… Aunque te haga la vida imposible mientras tanto…
Blackness Road
Crowborough
Sussex
3 de diciembre de 1924
Querida Elsie:
Hoy he tenido visita de mi padre. No desea una boda precipitada y dice que debemos esperar a que pase Navidad. Espero que lo entiendas.
Tuyo, Norman