Granja avícola Wesley, Blackness Road. Otoño de 1924
Bessie fue a tomar el té a principios de septiembre. Avisó a Norman con veinticuatro horas de antelación y él se pasó la noche y la mañana adecentando la cabaña. No podía creer lo sucia que estaba. El suelo estaba lleno de mierda de pollo que arrastraba en las botas y había polvo por todas partes.
Avergonzado por el aspecto de las sábanas, fue hasta la ciudad a comprar unas nuevas. Le dejó casi sin dinero, pero estaba seguro de que Bessie no se sentaría en un lecho que apestara a sudor y suciedad. Dobló las sábanas sucias y las escondió en un nido vacío. Su intención era volver a ponerlas antes de que Elsie volviera a la granja para que no sospechara que había recibido la visita de otra mujer.
Todo aquel esfuerzo obtuvo su recompensa. Bessie se quedó impresionada por la cabaña.
– Es muy acogedora. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
– Dos años.
– ¿No pasas frío?
– En invierno sí.
Ella miró hacia la viga que cruzaba el techo, donde él guardaba los sombreros.
– ¡Qué ordenado! ¿Dónde tienes la ropa?
– Aquí detrás. -Él levantó una cortina que estaba clavada a una de las paredes-. La cuelgo de ganchos y la cortina impide que se llene de polvo.
– Muy ordenado -repitió Bessie-. ¿Qué hay aquí dentro? -preguntó, señalando una pequeña cómoda.
A Norman le dio un vuelco el corazón. Las cartas de amor de Elsie. Debería haberlas escondido junto con las sábanas.
– Cuchillas de afeitar, las tijeras… Cosas de hombres.
Ella se sentó en el borde de la cama.
– Es mucho mejor de lo que yo creía. Me esperaba encontrar una especie de choza.
– ¿Por qué?
– Porque siempre te refieres a esto como «la cabaña». La imaginaba de hojalata… o hecha de trozos de hierro viejo. -Dio una palmada sobre el colchón-. Si me hubieras dicho que era así, habría venido antes.
Él no sabía qué pensar de aquel gesto. Debido a los cambios de humor de Elsie, era incapaz de distinguir con claridad las señales femeninas. ¿Sugería Bessie que se sentara a su lado en la cama? ¿O acaso le estaba invitando a ir más allá? ¿O tal vez era una prueba para que demostrara hasta qué punto era un caballero?
Se inclinó para encender el hornillo de petróleo donde reposaba la tetera.
– ¿Dónde te apetece tomar el té? -preguntó.
– Fuera -dijo ella con una sonrisa-. Se está bien al sol. -Se incorporó y se encaminó hacia la puerta-. Ya lo tomaremos dentro cuando refresque el tiempo.
A partir de ese día, la vida de Norman se escapó de su control. Bessie empezó a ir a Ía cabaña todas las noches después del trabajo. Y, sin los rígidos puntos de vista de Elsie acerca de condones y promesas de boda, no pasó mucho tiempo antes de que empezaran a practicar el sexo. El contraste entre aquellos brazos suaves y acogedores y el miedo rígido que invadía a Elsie no podía ser mayor.
¿Cómo podía haber sentido algo por Elsie alguna vez?
Intentó hacer acopio de valor para contarle la verdad. Escribió cartas que nunca envió. Incluso viajó a Londres a principios de octubre para decírselo a la cara. «Se acabó, Elsie. Ya no te amo. Hay otra persona.»
No pudo hacerlo. Ella se le pegó como una lapa, sonriendo sin motivo alguno. Cuando él la acusó de estar borracha, ella se rió.
– No es eso, tonto -dijo ella en tono zalamero-. El médico me ha recetado pastillas para los nervios.
– ¿Qué clase de pastillas?
Elsie sacó un frasco del bolso.
– No 10 sé, pero me sientan muy bien. Ya no sufro tanto por todo.
Norman leyó la etiqueta.
– ¿Qué diablos significa «sedantes», Else?
– No lo sé -repitió ella-. Pero ahora estoy bien. Podemos casamos cuando quieras.
– Ésa no es…
– Ya lo hablaremos a finales de este mes -dijo ella alegremente-. Lo tengo todo previsto. Ya he escrito al señor y la señora Cosham para reservar una habitación. Nos divertiremos mucho, cielito.
– Pero…
– ¿Pero qué, cielito?
– Hará frío -dijo él, resignado.
Norman le dijo a Bessie que su padre venía a pasar el fin de semana.
– Quiere ver con sus propios ojos cómo funciona la granja -mintió-. Se lo debo, Bess. Al fin y al cabo, me dio el dinero para arrancar.
– ¿Y por qué no quieres que lo conozca?
– Claro que quiero… pero todavía no. Le he dicho que trabajo a todas horas para levantar el negocio.
– ¿Te avergüenzas de mí, Norman?
– Desde luego que no. Pero ¿qué va a pensar si te ve aquí? Se dará cuenta de que no puedo quitarte las manos de encima.
Bessie se giró para mirarlo.
– Eso es verdad. Eres peor que Satán.
– Pero Satán lo hace con todas las gallinas… -sonrió Norman-, y yo sólo contigo.
Ella posó un dedo en sus labios.
– Será mejor que no me mientas, Norman. Si descubro que me engañas, te abandonaré.
– Eso no pasará -dijo él-. Para mí eres la única, Bessie. La rodeó con sus brazos y la atrajo hacia él. Pero por encima de su hombro contempló abatido la cortina que protegía su ropa.
Elsie la había cosido la primera vez que visitó la granja.
Limpió para eliminar cualquier rastro de Bessie. Cabellos rubios. El olor de su perfume. Uno de sus peines. Rescató las sábanas sucias del nido y tuvo que lavarlas para que desapareciera el hedor a gallina. Quedaron de un tono gris, pero no revelaban que habían estado sin usar durante siete semanas.
La pulcritud de la cabaña fue lo primero en que reparó Elsie.
– ¿Lo has hecho por mí? -preguntó. Parecía complacida.
– Quería que la vieras en buen estado, Elsie. La última vez que viniste estaba mugrienta.
– No me importó. Sé cuánto tienes que trabajar, amorcito. Cuando viva aquí la tendré como los chorros del oro.
. Él cambió de tema con brusquedad.
– ¿Cómo están tus padres?
– Igual. -Ella frunció el ceño-. La señora Cosham dijo que la sorprendía verme. Es un poco raro, ¿no crees? Reservé la habitación hace varias semanas.
Norman se giró para poner la tetera al fuego.
– Me preguntó si seguíamos prometidos. ¿Por qué iba a decir algo así, cielito?
Él hizo un esfuerzo por encogerse de hombros.
– No lo sé. Tal vez se pregunta por qué no has venido tanto este año.
– ¿Le has hablado de mis nervios? ¿Sabe que tomo pastillas?
– No.
Elsie se sentó en la cama.
– Mejor. No pienso volver a tomarlas. Detesto estar atontada a todas horas.
– Pero si te sientan bien…
– Eres tú quien me hace sentir bien, Norman. ¿Te acuerdas del verano pasado? Fue tan perfecto… Solos tú y yo en nuestra casita.
– Eso fue el año anterior -dijo él-. El año pasado fue cuando te despidieron… y cuando tus hermanos se casaron.
– Hacíamos el amor a todas horas, cielito. No puedes haberlo olvidado.
– Nos limitamos a cuatro besos y cuatro caricias. No es lo mismo que hacer el amor.
Ella le miró fijamente.
– Nos acostamos juntos, Norman. Estuviste a punto de dejarme embarazada.
Norman la miró con el ceño fruncido.
. -Es imposible estar a punto de dejar embarazada a una chica, Else. O 10 está o no. En cualquier caso, nunca corrimos el riesgo de tener un bebé. Te negaste a hacerlo hasta después de la boda.
– Eso no es cierto.
Él se encogió de hombros.
– Creías que estaba tan desesperado por acostarme contigo que me casaría sólo por conseguirlo.
De repente los ojos de Elsie adoptaron una expresión de perplejidad.
– Mientes.
– Sabes que no miento -le dijo él-. No te niego que me hubiera gustado, pero… -Volvió a encogerse de hombros mientras caminaba hacia la puerta-. El mejor verano fue el de antes de prometemos. Entonces fuiste muy feliz. ¿Te importa ocuparte del té? Tengo cosas que hacer fuera.
Elsie malinterpretó todos los esfuerzos de Norman por mantenerla oculta. Creyó que el hecho de que fuera a recogerla a casa de los Cosham antes de que amaneciera obedecía a su ansiedad por verla, y que era ese mismo ardor la causa de que la retuviera en la cabaña hasta bien entrada la noche. Ni siquiera el súbito uso por parte de Norman de apelativos como «cielito», «amor» o «cariño» despertó sus sospechas.
«Hoy no podemos ir a la ciudad, amor…» «Quédate en casa, cielo. No soporto ver cómo te ensucias las manos…» «Es una fiesta que cocines para mí, cariño…»
Norman era consciente de que se estaba comportando con crueldad, pero culpaba a Elsie.de ello. Si ella hubiera sido medianamente normal, él no habría dejado de quererla. Debería haber captado sus indirectas y haberle abandonado hacía ya tiempo. ¿Cómo se suponía que debía comportarse un chico sujeto a una promesa que no quería mantener?
A cualquier otra chica podría haberle dicho: «Esto no funciona… Sin resentimientos… Vayamos cada uno por nuestro lado…».
Con Elsie se convertiría en una tragedia épica. «Me has partido el corazón… Me suicidaré… Quiero morir…»
Se le había metido en la cabeza que la forma más expeditiva de librarse de Elsie era casarse con Bessie. Una vez casado, Elsie tendría que dejarle en paz. Su plan era escribirle una carta el día después del enlace.
Querida Elsie:
Ayer me casé con una chica llamada Bessie Coldicott. Ahora es la señora Thome. Lamento decírtelo así, pero sabía que montarías una escena si te 10 contaba antes.
Siempre tuyo,
Norman
Era una salida cobarde, pero también resultaba la más segura. Si la carta la disgustaba, sus padres se ocuparían de ella. Y, en el peor de los casos, si éstos fracasaban en su empeño, Norman prefería que Elsie se matara en Londres que en su granja de Blackness Road.
– Me amas, cielito, ¿verdad que sí? -preguntó Elsie en tono suplicante durante su último día en la granja. -Por supuesto.
– Entonces demuéstramelo.
Norman contempló horrorizado cómo ella se desabrochaba el vestido y se lo quitaba con una sacudida de hombros. Estaba tan delgada que se le marcaban todas las costillas. En un intento patético de resultar más atractiva, se quitó las gafas y le miró con unos ojos incapaces de ver.
– Tócame los senos, cielito. -Usó sus manos para aumentar el tamaño de sus escuálidos pechos-. ¿A que son bonitos? ¿Te gustan? -Dejó caer la mano derecha hacia su ingle-. ¿Te gusta, Norman? ¿Te parece bonito?
«¡Oh, Dios!»
Las lágrimas humedecieron las pestañas de Elsie. -Ámame, cielito. Por favor. No puedo vivir sin ti. Estoy tan… sola.
Embargado por la vergüenza, Norman la atrajo hacia sí. Pero sólo podía pensar en Bessie…
Clifford Gardens, 86 Kensal Rise Londres
16 de noviembre de 1924
Amadísimo prometido:
¡Ha sucedido 10 más maravilloso del mundo! Tu pequeña Elsie está embarazada. Este mes no _e vino la regla y el médico dice que estoy encinta. Sucedió cuando me hiciste el amor el último día de mi estancia en la cabaña.
Sé que no querías tener un bebé ahora, cielito, pero te prometo que saldremos adelante. Claro que tendremos que casamos lo antes posible. Papá quiere que sea antes de Navidad. Preferiría acompañarme al altar sin que se me note.
Oh, querido, soy tan feliz. Por favor di que tú también lo eres y comunicame cuándo podemos empezar los preparativos para la boda.
Tu devota y amante esposa, Elsie
Blackness Road
Crowborough
Sussex
18 de noviembre de 1924
Querida Elsie:
Me has dejado asombrado. ¿Cómo puedes estar embarazada si nunca hemos hecho el amor? No mantuvimos relaciones sexuales en la cabaña. Te abracé cuando me dijiste que te sentías sola, pero ni siquiera llegué a quitarme la ropa. No puedes estar esperando un hijo. El médico se equivoca.
Dile a tu padre que te has inventado esta historia para forzar la boda. Si de verdad estás embarazada, el niño debe de ser de otro.
Tuyo, Norman
Clifford Gardens, 86
Kensal Rise
Londres
20 de noviembre de 1924
Queridísimo Norman:
Sé que estás disgustado y lamento ocasionarte tantos problemas. Pero la solución no es enterrar la cabeza en la arena. El médico dice que una chica puede quedarse embarazada a base de fuertes caricias, y sabes que eso es algo que hemos hecho repetidas veces. Debemos verlo por el lado bueno, cielito, en lugar de enfadamos y recriminamos cosas mutuamente.
Papá quiere que nos veamos para que pueda demostrarte que no te miento. Dice que el encuentro debería ser en un lugar público para que no te atrevas a gritarme. ¿Recuerdas la tetería de Groombridge? Te esperaré allí el próximo lunes -día 24- a las tres de la tarde. Si no vienes, papá dice que irá a hablar con tu padre esa misma tarde. El niño me provoca náuseas todas las mañanas, cielito, y mi estado pronto será evidente para todo el mundo. Espero que ames a tu pequeña Elsie lo bastante como para cumplir con tu obligación.
Tu amorcito, Elsie