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Prisión de Su Majestad, Lewes. 3 de marzo de 1925


A medida que se acercaba la fecha del juicio, la defensa empezó a preocuparse por el estado mental de Norman. Ponía toda su fe en Dios y parecía ignorar el peso de las pruebas que tenía en su contra. Sir Bernard Spilsbury, el patólogo más célebre de Inglaterra, había realizado la autopsia y sostenía con firmeza la acusación de asesinato.

El doctor Robert Bronte era el médico citado por la defensa. Había efectuado una segunda autopsia y estaba dispuesto a declarar que había hallado marcas de cuerda en el cuello de Elsie. También aduciría que la «muerte por impresión nerviosa» no llevaba de forma directa a la sospecha de asesinato. No había prueba alguna de que la muerte de Elsie fuera provocada. Ni de que alguien hubiera podido predecir un colapso nervioso.

Pero el doctor Bronte no gozaba de la reputación de Spilsbury y su palabra era menos fiable que la de éste ante un jurado. Spilsbury había sido citado como experto en todos los casos famosos de asesinato desde 1910. Su palabra servía para inclinar la balanza del jurado en una u otra dirección.

La defensa presentía que sólo el padre de Norman podía hacer comprender a éste la difícil posición en que se hallaba. Con este fin, el señor Thorne fue autorizado a hablar con su hijo en la cárcel de Lewes el día antes del juicio. Le condujeron a una sala de la planta baja del ala de presos preventivos.

– ¿Cómo va todo? -preguntó cuando hicieron entrar a Norman en la sala.

– Bastante bien. Me alegro de verte, papá.

Se dieron la mano. Parecía tan joven, se dijo el señor Thorne. Apenas un chico.

– Siéntate, hijo. Tu abogado, el señor Cassels, me ha pedido que hable contigo acerca del juicio. Todos rezamos para que obtengas un veredicto de no culpable, pero… -Le falló la voz. ¿Cómo podía decirle a su único hijo que quizás acabara en la horca?

Norman extendió la mano y la apoyó con delicadeza sobre la de su padre.

– ¿Crees que el jurado creerá a ese Spilsbury?

El señor Thorne asintió.

– El señor Cassels dice que tienen que probar que yo tenía la intención de matar a Elsie. ¿Cómo van a hacerlo si murió de un colapso nervioso? No se puede matar a alguien de miedo.

– Spilsbury aducirá que los golpes de la cara demuestran que le pegaste… y que el reloj y las gafas se rompieron durante el ataque. Si la dejaste magullada cuando te fuiste a buscar a Bessie, el jurado puede deducir que querías que muriera.

– ¿Y qué hay de las marcas de cuerda que encontró el doctor Bronte?

– Es su opinión contra la de Spilsbury, Norman -suspiró el señor Thorne-. Este último declarará que no había rastro de marcas en el cuello.

– Pero las había, papá. Las vi cuando corté la cuerda del cuello de Elsie. No comprendo por qué no dicen que murió a consecuencia del ahorcamiento. En casos así, ¿no se hallan rastros de asfixia en los pulmones?

– Tal vez no tuviera la intención de suicidarse. Según el doctor Bronte, el colapso puede producirse con sólo ponerse la soga al cuello.

– Eso fue lo que dijo el señor Cassels, pero no comprendo por qué.

– Se trata de algo que se conoce como reflejo vagal. Hay gente que resulta ser extremadamente sensible a la presión en el cuello. Existe el caso de una mujer que murió después de que su amante le acariciara la garganta durante tres segundos.

– Pero yo encontré a Elsie colgada de la viga. Ella quería hacerlo.

– Tal vez no. Tal vez fuera un acto dramático que salió mal.

– Sigo sin comprenderlo -dijo Norman, negando con la cabeza.

– El doctor Bronte cree que Elsie pretendía asustarte. Si al llegar a casa la encontrabas con la cuerda alrededor del cuello… Así que se encaramó a la silla en cuanto oyó la verja del jardín… -El señor Thorne emitió otro suspiro-. La muerte por reflejo vagal podría haber provocado que se desplomara hacia delante. Por eso la encontraste colgada.

– ¿Estás diciendo que pudo tratarse de un accidente? -preguntó N orman, fijando la mirada en la cara de su padre.

– Pudo haberlo sido -concedió su padre-. Lo que explicaría por qué no había marcas en la viga. Elsie no estuvo colgada el suficiente tiempo para ello. No, si la bajaste en cuanto entraste en la cabaña.

– Así fue -se apresuró a confirmar Norman-. ¿Me creerá el jurado? ¿Confiará en el testimonio del doctor Bronte?

– Tal vez… si logramos demostrar que solía recurrir a amenazas de suicidio cuando se le llevaba la contraria. Podemos probar con certeza que tenía tendencia a mentir: dijo a todo el mundo que estaba embarazada; incluso llegó a comprar un vestidito de bebé para que el embuste resultara más convincente.

– Te dije que mentía, papá. Sus padres deberían haberla ingresado en un hospital. No estaba bien de la cabeza. Necesitaba ayuda.

– Dos de sus compañeras de trabajo declararán eso mismo en el juicio, pero es imposible predecir si alguien las creerá… -El señor Thorne cayó en un breve silencio-. Deberías haber acudido a la policía cuando la encontraste, Norman. ¿Por qué no lo hiciste?

A su hijo se le nublaron los ojos.

– Porque no me habrían creído. Tampoco me creen ahora.

– Tal vez sí, Norman. Es el hecho de despedazarla lo que te convierte en asesino a ojos de la gente. Elsie no se merecía eso, Norman.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal del joven.

– ¿Qué te llevó a hacerlo?

– No me pareció tan terrible -dijo Norman, con los ojos llenos de lágrimas-. Era sólo un cuerpo muerto. Supongo que bloqueas los sentimientos cuando te ves obligado a matar gallinas a todas horas. ¿Crees que el jurado lo entenderá, papá?

– No, hijo -dijo tristemente el señor Thorne-. No creo que lo entiendan.

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