– Tengo al viejo -dijo Wickman en cuanto Grozak contestó-. ¿Qué quieres que haga con él?
Una oleada de satisfacción recorrió a Grozak. Bueno, eso sí que era eficacia. Había estado acertado al llamar a Wickman. Había empezado a trabajar hacía unos cuantos días, y ya había hecho aquello para lo que se le había pagado.
Bueno, no todo para lo que se le había pagado.
– ¿Ha escrito la nota?
– La tengo.
– Es hora de acabar el trabajo.
– ¿Cómo?
Grozak pensó en ello. En orden a obtener el máximo efecto, el método tenía que despertar inquietud, miedo y terror.
– ¿Cómo? -repitió Wickman.
– Estoy pensando.
Y entonces, se le ocurrió.
– Tengo una pista sobre Grozak -dijo Joe cuando llamó a Eve aquella noche-. Ese tipo no trae más que problemas.
– Eso lo sabíamos desde que Trevor se lo dijo a Jane. ¿Algún detalle?
– No tengo detalles. El FBI ha echado el candado a sus archivos informáticos.
– ¿Por qué habrían de hacer tal cosa?
– Quizá por la misma razón por la que Interpol no me permitió acceder a los antecedentes de Trevor. -Hizo una pausa-. Y la CIA me sacó de Internet tan rápido, que casi me mareo. Cinco minutos después me llamó mi capitán para preguntarme qué carajo me traía entre manos para intentar acceder a material reservado. Esos sitios están siendo controlados con mucho celo.
Eve sintió una oleada de temor.
– En resumidas cuentas, ¿averiguaste algo?
– Pude acceder a los antecedentes que tiene la policía local sobre Grozak. Nació en Miami, Florida, y ya tenía antecedentes a los trece años. Perteneció a una banda juvenil especialmente sanguinaria. Sus miembros estuvieron involucrados en una serie de delitos por motivos racistas que iban desde la violación y tortura de una joven negra a la asociación con un grupo nazi que le dio una terrible paliza a un comerciante judío. Lo enviaron a un reformatorio por matar a un poli hispano a los catorce años. Salió en libertad condicional a los dieciocho y desapareció de la pantalla del radar después de salir de la cárcel. Eso ocurrió hace unos veinte años.
– Por lo que se ve, si la CIA anda por medio, es que amplió sus horizontes y se pasó a la escena internacional. -Eve tuvo un escalofrío-. Delitos motivados por el odio racial. Tienes razón; ese tipo no trae más que problemas.
– Parece que tenía alguna cuenta que ajustar con el mundo. Y su perfil psicológico sugiere que sólo puede haber empeorado.
– ¿Entonces por qué lo dejaron salir de la cárcel?
– El sistema. Se trata de conseguir darles a todos los niños asesinos una oportunidad de volver a matar. El modo de vida americano. -Y según Trevor, él mató a Mike. ¡Joder!, no es justo. -Respiró agitadamente-. ¿Vamos a telefonear a Jane ahora mismo?
– No hasta que sepamos algo más. No la va a ayudar en nada saber lo que Grozak hizo cuando era un niño. Necesitamos actualizar la información. Y puede que sea ella la que nos ponga al día. Estoy seguro de que no está sentada de brazos cruzados, reconcomiéndose, en esa tal Pista de MacDuff.
– Venable llamó al teléfono fijo. -Bartlett estaba saliendo de la biblioteca cuando Jean y Trevor entraban por la puerta principal-. Dijo que no podía localizarte en el móvil. Y yo tampoco pude.
– Lo desconecté. Supuse que podía concederme una hora de paz -dijo Trevor-. ¿Algo importante?
– No me lo habría dicho. Pero diría que podemos presumir que considera importante todo lo que hace. -Se volvió hacia Jane-. No has cenado nada. ¿Te apetecería que te hiciera un bocadillo?
– No, no tengo hambre. -Empezó a subir las escaleras-. Me voy a acostar. ¿Al menos a uno de los dos le importaría decirme quién es Venable?
– Un hombre que comparte nuestros temores sobre Grozak -respondió Trevor-. Por desgracia, no está seguro de qué hacer al respecto.
– ¿Y tú si lo estás?
– Ni muchísimo menos. -Trevor se dirigió hacia el pasillo-. Pero es un problema que los Venable del mundo se metan en medio.
– Pues según parece le permites que tenga acceso a ti. -Jane se detuvo en el tercer escalón-. No voy a seguir quedándome fuera más tiempo, Trevor. Estoy cansada de esto. Has utilizado a Cira para desviar mi atención e impedir que me centre en Grozak, y te lo he permitido porque ella significaba mucho para mí. Te dije que unos pocos días. Y se acabó.
– Cira no era exactamente una pista falsa. -Estudió la expresión de Jane-. Pero tienes razón, esto ha durado demasiado. Tienes que empezar a confiar en mí. Me esforzaré en conseguirlo. -Sonrió-. Mañana. -Y desapareció en la biblioteca.
Tanto daba que no hubiera recogido el reto que ella le había lanzado, pensó Jane cansinamente. Tenía las emociones a flor de piel, y estaba confundida y, sí, frustrada. La noche había sido demasiado intensa, y la había sumido en un vertiginoso torbellino de tensión sexual. A duras penas había conseguido mantener la compostura en el viaje de vuelta de la Pista. Había sido consciente de todos y cada unos de los movimientos del cuerpo de Trevor mientras caminaba a su lado. Era una idiotez reaccionar de aquella manera. ¡Por Dios!, ya no era la niña inexperta que había sido cuando lo conoció.
– Puedes confiar en él, ¿sabes? -dijo Bartlett con seriedad-. Es un poco imprevisible, pero Trevor nunca me ha defraudado en los momentos importantes.
– ¿En serio? Aunque vuestra relación es notablemente diferente, ¿no es así? Buenas noches, Bartlett.
– Buenas noches-. Bartlett empezó a avanzar por el pasillo en dirección a la biblioteca-. Hasta mañana.
Sí, mañana. Lo primero que haría sería ir al estudio de Mario, y se quedaría allí unas cuantas horas, preparándose para enfrentarse a Trevor. Las horas pasadas con Mario habían sido tranquilas, y ella necesitaba aquella paz. Esa noche dormiría y borraría de su mente a Trevor, intentaría no pensar en lo mucho que había deseado tocarlo. ¡Joder!, ¿tocarlo? Habría querido arrastrarlo hasta la cama y haberse puesto tan cachonda como una maldita ninfómana. No se le ocurría un error mayor. Tenía que mantener la mente despejada, y no sabía si podría si se liaba sexualmente con Trevor. Nunca había sentido aquella clase de intensa reacción ante ningún hombre. Y los lazos entre ellos eran tan fuertes ya como lo habían sido cuatro años antes. No podía permitirse ese lujo, si quería conseguir algo más de fuerza.
Entonces tenía que olvidarse de cómo se había sentido sentada junto a él en aquella gran roca de la Pista. Tenía que concentrarse en Venable.
Trevor acababa de colgar cuando Bartlett entró en la biblioteca. Bartlett levantó las cejas.
– Ha sido rápido. ¿Debo entender que Venable estaba dramatizando?
– Puede. -Trevor arrugó la frente pensativamente-. Pero prefiero que haga un drama a que se siente sobre su culo y esté en Babia como Sabot.
– ¿Cuál era el problema?
– Quinn ha estado intentando acceder a los antecedentes de la CIA sobre Grozak. Eso hizo que Venable se pusiera nervioso. -Se encogió de hombros-. Tarde o temprano sucederá. Quinn es un agente del FBI y tiene sus contactos. Encontrará la manera de llegar a la información que quiere. Cuando ocurra, me ocuparé de él.
– ¿Y eso era todo lo que quería Venable?
Trevor negó con la cabeza.
– Me dijo que tenía un informador en Suiza, el cual le dijo que estaba pasando algo importante en Lucerna.
– ¿Cómo? ¿Grozak?
– Es algo impreciso. Pero existe la posibilidad.
Bartlett ladeó la cabeza.
– Esto te está preocupando.
– Grozak siempre me preocupa, si no estoy seguro de en donde va a dar el siguiente paso.
– Puede que el informador de Venable este equivocado.
– Y puede que esté en lo cierto. -Se recostó en la silla, intentando procesar esas posibilidades en su cabeza-. Lucerna…
– Jock se reunirá con nosotros en la fuente -dijo MacDuff mientras atravesaba el patio hacia Jane-. ¿Le parece bien?
– Ningún problema. -Ella se sentó en el borde la fuente y abrió el cuaderno de dibujo-. ¿Cuándo va a venir?
– Dentro de unos minutos. Está regando las plantas. -Arrugó la frente-. ¿Qué está haciendo?
– Haciendo un boceto de usted. Detesto perder el tiempo. -Su lápiz se movió con rapidez sobre la hoja-. Tiene una cara muy interesante. Rasgos muy marcados, excepto la boca… -Añadió unos pocos trazos a los pómulos-. Sabía que me recordaba a alguien. ¿Ha visto alguna vez el programa ese de televisión, Highlander?
– No, me ahorré ese trago.
– Se parece al actor que interpretaba al protagonista.
– ¡Oh, Dios!
– Era muy bueno. -Jane sonrió tímidamente, sin saber muy bien lo lejos que podía llevar aquello-. Y guapo, muy guapo.
MacDuff no mordió el anzuelo.
– Se suponía que era a Jock a quién tenía que dibujar.
– Estoy soltando la mano. Es como hacer estiramientos antes de correr. -Hizo una pausa-. A propósito, Trevor me llevó a la Pista anoche.
– Lo sé.
– ¿Cómo lo supo?
El hombre no respondió.
– Ah, claro, Trevor me dijo que tenía a su gente por todo el castillo. -Su mirada se centró en el dibujo-. Debe resultarle difícil tener que alquilar este lugar. Yo me crié en la calle, y allí nunca ha habido un lugar al que pudiera considerar realmente como propio. Pero anoche, durante unos minutos, pude imaginarme cómo sería eso. -Levantó la vista del cuaderno-. Creo que también le pasó a Trevor. Esa es la razón de que le guste tanto la Pista.
MacDuff se encogió de hombros.
– Entonces, debería disfrutar de ello mientras pueda. Le voy a devolver el alquiler.
– ¿Cómo?
– Como pueda.
– Pero Trevor dijo que su familia no podía permitirse no alquilar el lugar.
– Entonces esa es la manera de recuperarlo, ¿no?
– ¿Con el oro de Cira?
– El oro parece ser el objetivo de todos nosotros. ¿Por qué habría de ser diferente en mi caso?
– ¿Esa es entonces la razón de que esté preocupado por Grozak?
– ¿Qué le dijo Trevor?
– Me dijo que le preguntara a usted.
Él sonrió débilmente.
– Me alegro de que mantenga su palabra.
– Yo no. Quiero saber cómo se ha involucrado usted. ¿Es sólo por el oro?
MacDuff no respondió directamente.
– El oro debería ser suficiente para motivar a cualquier hombre, en especial a uno que necesita el dinero de manera tan desesperada como yo. -Miró más allá del hombro de Jane-. Aquí viene Jock. -Torció el gesto-. Procure evitar insultarme cuando esté delante. Será más saludable para todos.
Jane se volvió para ver al chico que se acercaba a ellos. Estaba sonriendo, y había un atisbo de entusiasmo en su expresión. ¡Por Dios, qué cara…! -Volvió automáticamente la hoja del cuaderno-. Buenos días, Jock. ¿Has dormido bien?
– No. Tuve sueños. ¿Tú tienes sueños, Jane?
– A veces. -Empezó a dibujar. ¿Sería capaz de captar la expresión de angustia que anidaba detrás de aquella sonrisa? ¿Y era eso lo que quería? La vulnerabilidad del muchacho casi se podía tocar, y reproducirla era casi una intromisión-. ¿Fueron malos sueños?
– No tan malos como antes. -El muchacho estaba mirando a MacDuff, y la devoción que apareció en su expresión hizo que Jane meneara la cabeza de asombro-. Están mejorando, señor. De verdad.
– Deberían -dijo MacDuff con brusquedad-. Ya te dije que es sólo cuestión de voluntad. Utilízala. -Se sentó en el borde de la fuente-. Ahora, para de lamentarte y deja que la mujer te dibuje.
– Sí, señor. -Jock miró a Jane-. ¿Qué hago?
– Nada. -Jane bajó la vista al cuaderno-. Actúa con naturalidad. Háblame. Háblame de tus flores.
– Buenos días -dijo Jane cuando entro en el estudio de Mario llevando una bandeja-. ¿Cómo te encuentras hoy? -Meneó la cabeza cuando vio el montón papeles que había encima de la mesa de Mario-. Diría que o te has quedado trabajando hasta tarde o has empezado temprano. Sea lo que sea, puedes parar un instante para tomarte un café y algunas tostadas.
Mario asintió con la cabeza.
– Gracias. En realidad no he dormido mucho esta noche y puede que haya tomado ya demasiado café. -Alargó la mano para coger la jarra-. Lo cual no significa que no vaya a tomar un poco más.
Jane estudió su expresión.
– Estás enfrascado.
– Vuelve a estar interesante. -Le dio un trago al café-. Hay horas en que no hay más que un doloroso descifrar, y entonces se empieza a abrir para mí. -Sonrió con entusiasmo-. Como el telón que se abre en un teatro cuando va a empezar la obra. Es algo excitante…
– Ya lo veo. -Se dirigió a su sillón del rincón y se sentó-. Pero si empiezas a hacer comparaciones con el teatro y las obras, es que has estado traduciendo demasiado a Cira.
Mario echó una ojeada a la estatua, situada al lado de la ventana.
– Nunca hay demasiado sobre Cira. -Miró la fotocopia que tenía en la mesa delante de él-. Tengo que avisar a Trevor. Creo que puedo haber encontrado una referencia a lo que está buscando.
– ¡Ah!, ¿al oro?
– Sí, algo que tiene que ver con el oro. -Arrugó el entrecejo-. No, esperaré a terminar la traducción. Tengo que volver a revisar las notas que tuve que hacer. He de asegurarme de que…
– El correo. -Trevor estaba en la entrada con un paquete pequeño y dos cartas en las manos-. Para ti, Mario. Acaba de traerlo un mensajero especial. -Se dirigió a la mesa-. ¿A quién conoces en Lucerna?
El tono de Trevor carecía de expresión, pero de repente Jane se percató de la tensión que subyacía en su comportamiento.
– ¿En Lucerna? -La mirada de Mario se centró en el correo que Trevor había colocado delante de él-. ¿Es para mí?
– Eso es lo que he dicho. -Trevor apretó los labios-. Ábrelo.
A Jane le recorrió un escalofrío. Sabía lo cuidadoso que era Trevor en todo lo relacionado con la seguridad. No le gustaba aquello. Algo pasaba.
– ¿Lo has comprobado?
– Pues claro que lo he comprobado. -En ningún momento dejó de mirar fijamente a Mario-. No contiene ninguna bomba. Ni pólvora.
– ¿Entonces por qué estás…? -Jane se interrumpió mientras observaba a Mario abrir la carta y empezar a leerla.
– O quizá sí que haya una bomba -murmuró Trevor.
Jane sabía a qué se refería. La perplejidad y el horror paralizaron la expresión de Mario mientras su mirada recorría a toda prisa la hoja.
– ¿Qué pasa, Mario?
– Todo. -Levantó la vista-. Todo. ¿Cómo pudiste hacer esto? ¿Por qué no me diste las otras cartas, Trevor?
– ¿Qué cartas? -preguntó Trevor.
– Tengo que ver la cinta. -Mario rasgó frenéticamente el envoltorio del paquete y sacó una cinta negra de VHS-. ¿Dónde hay un reproductor de vídeo?
– En la biblioteca -dijo Trevor-. Iré contigo y la pondré.
– No, iré solo -dijo Mario entrecortadamente-. No quiero tu ayuda. -Salió corriendo de la habitación.
– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Jane mientras se levantaba.
– No lo sé, pero tengo intención de averiguarlo. -Atravesó la habitación hacia la mesa y cogió la carta.
Jane arrugó la frente.
– Eso es una violación de la intimidad.
– Denúnciame. -Trevor ya estaba leyendo la carta-. Tengo el pálpito de que de todas formas el contenido va dirigido a mí. Mario estaba… ¡Mierda! -Arrojó la carta a Jane y se dirigió a la puerta-. Léela. Hijo de puta…
Jane miró la carta.
Mario,
¿Por qué no les contestas? Te he enviado una carta tras otra y te he dicho lo que me harán, si no dejas de de hacer lo que estás haciendo. Sin duda la sangre es más importante que tu trabajo. ¿En qué demonios te has metido para provocar que estos hombres me hagan esto?
No quiero morir. Contéstales. Diles que pararás.
Tu padre,
Eduardo Donato
Luego, bajo la nota manuscrita, había unas líneas mecanografiadas.
Puesto que no estamos seguros de que haya recibido esas cartas, nuestra paciencia se está agotando y debemos mostrarles, tanto a usted como a Trevor, que hablamos muy en serio.
¡La cinta!
– ¡Joder! -Arrojó la carta sobre la mesa y salió como una exhalación de la habitación.
La puerta de la biblioteca estaba abierta, y Jane oyó el sonido de unos sollozos mientras corría por pasillo.
– ¡Oh, Dios mío!
La pantalla del televisor estaba en blanco, pero Mario estaba inclinado hacia adelante, con los hombros caídos.
– Santa María. Dios del cielo.
Trevor le había agarrado del hombro para consolarlo.
– Lo siento, Mario.
– ¡No me toques! -Mario se zafó de un tirón-. Han hecho una carnicería con él. Dejaste que lo mataran. -Las lágrimas le corrían por las mejillas-. Era un anciano. Trabajó duro toda su vida y se merecía vivir en paz. No se merecía… -Tragó con dificultad-. ¡Dios mío!, ¿qué le han hecho…? -Salió corriendo de la habitación, rozando a Jane al pasar por su lado. Jane pensó que ni siquiera la había visto.
Ella se quedó mirando fijamente la pantalla parpadeante. No quería saber la respuesta, pero tenía que preguntar.
– ¿Qué le ha ocurrido?
– Lo han decapitado.
– ¿Cómo dices? -Su mirada voló hacia la cara de Trevor-. ¿Decapitado?
– Bárbaro, ¿no es cierto? -Trevor torció los labios en una mueca-. Y han incluido todos los detalles, hasta se ve la cabeza del anciano después del hecho.
Jane sintió náuseas. Era algo más que bárbaro, era el acto de un monstruo. Pobre Mario.
– ¿Grozak?
– No en persona. El verdugo llevaba una capucha, aunque era más alto y delgado.
Jane se frotó la sien. Era difícil de comprender, cuando todo lo que podía ver era la imagen que Trevor le había descrito.
– ¿Y las… cartas?
– No hubo ninguna carta. Esa ha sido la única que Mario ha recibido desde que llegó a la Pista de MacDuff.
– ¿Entonces por qué Grozak diría…?
– Quería entorpecer nuestros planes -dijo Trevor con aspereza-. Yo necesitaba que Mario tradujera, y Grozak quería pararme o retrasarme hasta que pudiera hacer un movimiento. Si Mario pensara que he estado reteniendo las cartas del rescate de su padre en mi propio beneficio, eso funcionaría.
– ¿Decapitó a ese anciano sin darle ninguna posibilidad de rescate?
– El rescate no era el objetivo. Eso lo habría alargado demasiado, y Grozak no dispone de tanto tiempo. Necesitaba que la traducción se interrumpiera ya. Esa era la manera más rápida y eficaz de hacerlo.
– Su padre… -Jane recordó algo que Mario le había dicho el primer día de su llegada al castillo-. Pero él me contó que te había dicho que no tenía parientes cercanos. Y que ese había sido uno de los requisitos para conseguir el trabajo.
– Pues parece que me mintió. Estúpido… -Durante un instante su expresión pareció más angustiada que la de Mario-. No me dio ninguna oportunidad. Yo podría haber… -Abrió su móvil y marcó un número-. Brenner, estoy en la biblioteca. Te necesito ya. -Colgó-. -Sal de aquí, Jane.
– ¿Por qué?
– Porque en cuanto Brenner cruce esa puerta voy a empezar a rebobinar la cinta. Y no quiero que la veas.
Ella lo miró con horror.
– ¿Por qué habrías de hacer eso?
– Entre nosotros, Brenner y yo nos hemos topado con la mayoría de los sicarios con los que trataría Grozak. Si examinamos la cinta con detenimiento, puede que demos con su identidad.
– ¿Y te puedes sentar y ver…? -Conocía la respuesta. Podría hacer cualquier cosa que tuviera que hacer. Pero ver y volver a ver aquella cinta sería duro incluso para la persona más insensible-. ¿Es necesario?
– No voy a permitir que Grozak consiga lo que quiere sin que pague el precio. -Y cuando Brenner entró en la habitación, repitió cansinamente-: Sal de aquí. Si damos con algo, te lo haré saber.
Jane titubeó.
– No puedes hacer nada -dijo Trevor-. Sólo entorpecerás.
Y no quería que ella viera la cinta. ¡Por Dios!, ella tampoco quería verla. Y Trevor tenía razón: no serviría de nada. Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta.
– Iré a ver si puedo ayudar a Mario.
El horror la hizo sentirse como atontada cuando avanzó por el pasillo y empezó a subir las escaleras. Se había enterado de que Grozak era malvado, pero aquello elevaba la maldad a un nuevo nivel. La pura frialdad calculada del acto era apabullante. ¿Qué clase de criatura era aquel sujeto?
En contra de lo que había esperado, Mario no estaba en el estudio. No, claro que no. No sería capaz de enfrentarse al trabajo que había causado la muerte de su padre. Llamó a la puerta de la habitación contigua.
– ¿Mario?
– Vete.
Estuvo tentada de hacer lo que se le decía. Mario probablemente necesitaba estar solo algún tiempo para superar la impresión.
No, no podía dejar que hiciera frente a solas a tanta impresión y horror. Abrió la puerta. Estaba sentado en un sillón, en el otro extremo de la habitación, y aunque las lágrimas habían desaparecido, su expresión era de desolación. Jane entró en la habitación.
– No me quedaré mucho tiempo. Sólo quería que sepas que estoy a tu disposición, si necesitas hablar con alguien.
– No te necesito. No os necesito a ninguno. -La miró acusadoramente-. ¿Sabías lo de las cartas?
– No hubo más cartas -dijo con delicadeza-. Grozak quería que pensaras que las había, para que dejaras de trabajar y culparas a Trevor.
Él negó con la cabeza.
– Es verdad. Grozak es un hombre terrible. Esa es la razón de que Trevor quisiera asegurarse de que no tuviera ningún blanco.
– Dejó que mataran a mi padre.
– Tú mismo me dijiste que le habías dicho a Trevor que no tenías ningún pariente cercano.
Mario apartó la vista de ella.
– No me habría dado el trabajo. Era evidente lo que quería del hombre que contratara. Y no fue exactamente una mentira. Mi madre se divorció de mi padre años antes de que muriera. Él se mudó a Lucerna, y no lo veía a menudo. -Su voz se quebró-. Pero lo quería. Debería haberme molestado en ir a verle más. Siempre estaba demasiado ocupado. -Se cubrió los ojos con una mano temblorosa-. Y dejé que Trevor lo matara.
– Grozak lo mató. Trevor ni siquiera sabía que existía.
– Las cartas.
No debía discutir con él. Estaba irritado y apenado. Y entonces se acordó de la expresión de Trevor en la biblioteca. Callarse era otorgar, y se dio cuenta de que no podía hacerle eso a Trevor.
– Escúchame. -Se arrodilló delante de él y le quitó la mano de los ojos-. Mírame. No estás siendo justo, y no permitiré que esto quede así. Creo que Grozak contaba con que culparías a Trevor. Te tendió una trampa, y has caído en ella.
Mario negó con la cabeza.
– Estás buscando a alguien a quien culpar, y Trevor es al que tienes más a mano. Pero no es cierto. Es una tragedia terrible, terrible, pero al único que hay que culpar de ella es a Grozak.
Mario la estaba mirando con una incredulidad desdeñosa.
– ¿Crees a Trevor? ¿De verdad confías en él?
Jane guardó silencio. Si le hubiera preguntado eso la noche anterior, no estaba segura de lo que le habría respondido. ¿Qué es lo que había cambiado?
La respuesta llegó con una certeza infalible. El terror y la impresión de aquel asesinato monstruoso había reducido a cenizas toda confusión y titubeo, y por primera vez desde que había visto a Trevor en el exterior de aquella residencia de Harvard, estaba reaccionando con el instinto, y no con la emoción.
– Sí -dijo lentamente-. Confío en él.
– ¿Wickman? -preguntó Trevor cuando detuvo la proyección del vídeo-. Tiene la misma estatura.
Brenner arrugó la frente.
– Estaba pensando que quizá fuera Rendle. No estoy seguro de si Wickman es tan delgado. Claro que tú te has topado con él más veces que yo, ¿no?
– Dos veces. Una en Roma, y otra vez en Copenhague. Tiene una gran seguridad. Todo en él es seguridad. La manera en que habla, en que se mueve…
– Lo recuerdo. Pero Rendle es más delgado.
– El peso puede variar. Pero es difícil cambiar tu lenguaje corporal. -Pulsó el botón del rebobinado-. Aunque puede que tengas razón. La volveremos a ver.
Brenner hizo una mueca.
– Fantástico.
Trevor sabía cómo se sentía Brenner. Había visto muchas atrocidades a lo largo de su vida, pero la visión de la perplejidad y terror de aquel anciano era suficiente para hacerlo vomitar.
– Tenemos que conseguir una pista de con quién nos las tenemos que ver.
– ¿Y eliminarlo?
Trevor asintió con la cabeza de manera cortante.
– Sobre todo si se trata de Wickman. Es bueno, y no quiero que lo suelten contra Jane o contra nadie más de aquí. -Apretó el botón, y la cara de Eduardo apareció en la pantalla-. Así que veremos este condenado vídeo hasta que nos quedemos ciegos, si es necesario. ¿Wickman o Rendle?