Capítulo 5

Las rocas salieron disparadas por todas partes.

Que dolor.

¡Sangre!

No moriría en aquel túnel de mil demonios, pensó Cira, aturdida por el dolor. Tenían que estar cerca del final del pasadizo. Ya no se detendría. Se había dado sólo un segundo, y luego había…

Corre. -Cira pudo oír a Antonio maldiciendo mientras la agarraba del brazo y la arrastraba por el túnel-. Ya te quejarás luego.

¿Quejarse?, pensó con indignación. ¿Se estaba quejando por detenerse porque estaba aturdida y sangrando? La ira hizo que la sangre corriera con fuerza por sus venas y se metiera en la letárgica frialdad de sus piernas.

Corrió.

Las piedras caían alrededor de ambos.

Calor.

No había aire.

Una noche sin aire.

La mano de Antonio sujetaba la suya en la oscuridad.

¿Oscuridad?

No, la oscuridad era menor en ese momento

Y allá delante… ¿era luz aquello?

El corazón le dio un brinco, y echó a correr.

Antonio se reía mientras le seguía el ritmo.

Te dije que te sacaría de aquí.

No lo mires.

Si dejaba de quejarme -dijo ella con aspereza-. Y habría conseguido salir al final.

¿Puedo señalar que no hay mucho tiempo para hacer pruebas? -preguntó Antonio-. Admito que acertaste al confiar en mí.

Ya estaban muy cerca de la luz. Casi a salvo. Si es que alguien podía estar a salvo mientras el mundo se acababa a su alrededor, pensó Cira con tristeza.

No confío en ti. Sólo sé que querías salir tanto como yo. Todavía podrías traicionarme. Ya lo has hecho antes.

Cometí un error. Estaba hambriento, sin dinero y…

La ambición te cegó.

Sí, me cegó la ambición. ¿Y a ti no? Dime que no lucharías con uñas y dientes para salir de los bajos fondos y tener tu propia casa.

No cogí el dinero para abandonarte. Íbamos a escapar y empezar una nueva vida juntos -dijo Cira con amargura-. Me abandonaste.

De acuerdo. Te abandoné. Julius me ofreció que escogiera entre dinero, si me iba de Herculano, o un cuchillo en la espalda, si seguía contigo. Escogí el dinero. -Su mano apretó la de Cira-. Pero volví.

Porque querías más oro. Querías el cofre de oro que me dio Julius. O quizá la parte que Julius estaba dispuesto a darte por llevarle mi cabeza.

Era a ti a quien quería -dijo Antonio-. Y estaba dispuesto a ser cómplice, y a mentir, y a arriesgar el cuello por conseguirte.

Y el oro.

Sí, pero te llevaría sin él. -Sonrió abiertamente-. ¡Por los dioses!, menuda confesión he hecho. Nunca pensé que diría esas palabras.

Ella le lanzó una mirada e incluso en la penumbra pudo ver lo hermoso que era, su figura y su cara perfectas. Había sido el actor más popular que se paseara por los escenarios de Herculano, y todas las mujeres del público lo habían deseado. Pero era su inteligencia e imprevisible temeridad lo que había atraído a Cira desde el principio. Siempre había sido capaz de controlar a sus amantes, pero jamás había podido controlar a Antonio. Quizás aquel peligro había formado parte de la excitación. Sin embargo, en ese momento, su expresión era grave, y sus palabras tenían el sonido de la verdad.

No debía escucharlo. La había traicionado. Y la volvería a traicionar.

Te voy a llevar lejos de aquí -dijo él-. Si Julius intenta detenerme, lo mataré. Si quieres abandonar el oro, me alejaré de él. -Arrugó el entrecejo-. Aunque serías idiota, si lo hicieras. Y yo sería un idiota aun mayor si intentara demostrar que no significa nada para mí. Ese oro significa algo para nosotros dos. Significa la libertad y la oportunidad de…

¡Alguien estaba parado en la entrada del túnel, recortada la figura contra la luz!

¿Qué? -Antonio arrugó el entrecejo y siguió la mirada de Cira. Se puso tenso y se paró en seco. -¿Julius?

Sabes quién es, ¡maldito seas! Me has conducido directamente a él.

Furia. Decepción. Tristeza.

Bien estaba aceptar la furia, aunque no la tristeza. ¡Qué idiota había sido! Ella casi lo había vuelto a creer. ¿Es que nunca aprendería?

¡Maldito seas! -Cira se abalanzó hacia delante y agarró la empuñadura de la espada de Antonio-. No voy a dejar que unos bastardos como vosotros me hagáis esto…


– Jane. Despierta.

Tenía que alejarse de Antonio. Tenía que sortear a Julius al final del túnel.

– ¡Jane, caray! -La estaban sacudiendo-. Abre los ojos.

– Julius…

Abrió los párpados lentamente.

Trevor.

– Creía que ya no soñabas con Cira -dijo él en tono grave-. Ha sido una pesadilla de mil demonios.

Jane dejó vagar la mirada por el avión mientras intentaba orientarse. Eso era. Trevor. Mike estaba muerto, y se dirigían a Escocía. Sacudió la cabeza para aclararse. ¿Qué había dicho Trevor? Algo sobre Cira… Se incorporó en el asiento.

– No he soñado con Cira desde hace más de cuatro años.

– Bueno, este debe haber sido algo extraordinario. Estabas de lo más asustada.

– No estaba asustada. -Era Cira la que había estado asustada y furiosa; Cira la que pensaba que había sido traicionada. ¡Caspita!, tenía que dejar de pensar así. Había sido el sueño de Jane, y cualquier emoción despertada era la suya, no la de cierta actriz muerta hacía muchísimo tiempo-. ¿Cómo sabes que estaba soñando con Cira? ¿Pronuncié su nombre?

– No, el de Julius. Y puesto que Julius Precebio era el villano de la obra, tenía que ser un sueño con Cira.

– Muy lógico. -Jane respiró hondo-. Supongo que sería perfectamente natural que soñara con Cira. Hiciste que volviera todo eso con tu conversación sobre los pergaminos y el oro que ella había escondido.

– No tuve que hacerlo volver de muy lejos -respondió él secamente-. Debe de haber estado siempre contigo, si te complicaste la vida participando en aquellas excavaciones arqueológicas. -Se levantó-. Te traeré una taza de café. Pareces necesitarlo.

Sí que lo necesitaba, pensó Jane mientras lo observaba dirigirse hacia la cocina de la parte posterior del avión. Como siempre, el sueño de Cira había sido vívidamente realista, y le estaba costando volver a la realidad. Sintió una necesidad desesperada de volver a sumirse en el sueño y terminar lo que Cira había empezado.

Qué locura. Tenía que controlarse. Sólo era un sueño.

– ¿Solo, verdad? -Trevor estaba a su lado, ofreciéndole una taza de poliestireno-. Ha pasado mucho tiempo desde que te preparaba el café.

Pero se había acordado de cómo lo tomaba. Eran pocas las cosas que Trevor no recordaba. Como Eve había dicho, era absolutamente genial, con un coeficiente intelectual fuera de lo normal y aquella sorprendente memoria no le iba a la zaga al resto.

– Sí, solo. -Jane le dio un sorbo al café-. ¿Cuánto falta para aterrizar?

– Otra hora, más o menos.

– He dormido más de lo que creía.

– Lo necesitabas. Has tenido un día endiablado. -Volvió a sentarse a su lado-. Sería una lástima que no pudieras tener sueños agradables. Pero los sueños con Cira nunca son agradables, ¿no es así?

– No diría eso. Una vez me dijiste que soñaste con Cira después de leer los pergaminos por primera vez, y que tus sueños habían sido asquerosamente agradables.

Trevor se rió entre dientes.

– ¿Y qué? Soy un hombre. ¿Qué esperabas?

– Un poco de respeto por una mujer que hizo todo lo que pudo en una época en que debería haber sido oprimida por el sistema.

– Y la respeto. Pero aquellos pergaminos sobre ella escritos por Julius eran tan eróticos como el Kama Sutra. Lo verás cuando los leas. -Se llevó la taza a los labios-. Nunca me hablaste de tus sueños.

– Sí, sí que lo hice.

– No gran cosa. Ella está en una cueva o en un túnel corriendo, hace calor y no puede respirar. ¿La noche de la erupción del Vesubio?

– Probablemente. Daba la sensación de que las condiciones hubieran sido las mismas. -Bajó la vista hacia el café-. Y si los sueños fueran provocados por algo que leí en alguna parte, entonces la erupción podría haber aparecido en ellos. Fue el acontecimiento más famoso de la época.

– Pero nunca conseguiste encontrar referencia alguna a Cira en ningún libro de historia ni en cualquier otra fuente, ¿no?

– Eso no significa que no exista. He sido un ratón de biblioteca desde que era niña. Podría haber sido una o dos frases simplemente que se me quedaran grabaras en la cabeza y que más tarde…

– ¡Basta! No estoy discutiendo contigo. En este mundo ocurren demasiados sucesos extraños para que me cuestione nada. Tu explicación me parece tan buena como cualquier otra.

Había dado la sensación de estar a la defensiva, se percató Jane, y no tenía que defenderse de Trevor.

– Si se te ocurre alguna mejor, estoy dispuesta a oírla. He estado buscando una respuesta lógica durante cuatro años y no he encontrado ninguna. Esa es una de las razones de que quiera leer esos pergaminos. Quizá contengan algo que desencadene un recuerdo.

– Tal vez. -Trevor sonrió-. O tal vez no sientes más que curiosidad por Cira. Antes de abandonar Herculano me dijiste que tenías que averiguar si había sobrevivido a la erupción.

– Los pergaminos no me dirán eso.

– Pero podrían indicarte el camino correcto.

La mirada de Jane se movió como una flecha hacia la cara de Trevor.

– ¿Lo hacen?

– Lo averiguarás por ti misma dentro de unos días.

– Podría estrangularte. Y si me estás engañando, encontraré la manera de hacer que desees no haber nacido.

– No me atrevería. Me calarías enseguida. -Se levantó-. Creo que iré a relevar a Brenner un rato. Eso te hará descansar de mi compañía.

– Y me impedirá que te haga preguntas, ¿no es así?

– Sólo las retrasará. -Hizo una pausa, y la miró-. No estoy intentando ocultarte nada, Jane. Tengo mucho que hacer, y tener que preocuparme por ti a medio camino de la otra punta del mundo será un estorbo.

– De manera que escatimas la información para mantenerme intrigada y orientada en la dirección que quieres que siga.

– Cualquier cosa que dé resultado.

– Bien, entonces escatima esta información. ¿Por qué vamos a Escocia en lugar de volver a Herculano?

– Estoy seguro de que Brenner te dijo que en estos momentos Italia es un poco incómoda para mí.

– Porque eso es lo que le dijiste que me dijera. No creo que eso te importara mucho, si Grozak te pisara los talones. Disfrutarías de la descarga de adrenalina. Esa es la razón de que hagas lo que haces, en lugar de convertirte en un ciudadano serio y responsable.

– Cierto, pero por desgracia la mayoría de la gente que me rodea no siente la misma inclinación. Tengo que tener en cuenta sus sentimientos y actuar de manera responsable.

– ¿Responsable?

– Puedo ser responsable cuando algo me importa. -Le sostuvo la mirada-. Esa es la razón de que haya venido a recogerte. Eres importante para mí.

Cada palabra, cada matiz, cada expresión destilaba sensualidad.

Y el cuerpo de Jane estaba reaccionando a aquella sensualidad: un hormigueo en las palmas de las manos, la repentina sensibilidad en los pechos. Incluso el pulso se le estaba empezando a acelerar, de lo que se percató con frustración.

Hijo de puta. No apartaría la mirada de él, ¡carajo! Trevor sabía lo que le estaba haciendo; lo estaba esperando. Tenía que ignorarlo y hacerle frente.

– Ni siquiera estaba allí cuando abriste tienda en Escocia. ¿Para quién ibas a ser responsable, entonces? ¿Para Bartlett?

Trevor contempló su desafiante expresión durante un buen rato antes de sonreír.

– ¿Sabes que no hay nadie en el mundo como tú? ¡Dios!, te he echado de menos.

Tenía que detener aquel calor enternecedor que fluía por su cuerpo. Era una locura. Estaban a menos de medio metro de distancia, pero Jane sintió como si se estuvieran tocando.

– ¿Para Bartlett? -repitió ella.

– Para Bartlett y Mario.

– ¿Quién es Mario?

– Mario Donato, otro transeúnte inocente que hace algún trabajo para mí en la Pista de MacDuff.

– Si hace algún trabajo para ti, entonces no es inocente.

– Hablando en términos relativos. Es el traductor que está terminando de traducir los pergaminos. Tenía que encontrar a otra persona que hiciera el trabajo, después de que Dupoi me traicionara con Grozak.

– Me sorprende que consiguieras arrebatarle de nuevo los pergaminos.

– Tenía vigilado a Dupoi. No soy el hombre más confiado del mundo. Al primer indicio de que estaba negociando, intervine y me llevé los pergaminos.

Jane entrecerró los ojos.

– Así que te traicionó. ¿Y qué le hiciste?

– Nada. No le toqué ni un pelo de la cabeza. -Ladeó la cabeza-. ¿No me crees?

– ¿Por qué habría de hacerlo? Sé que has invertido años y recorrido miles de kilómetros para vengarte de aquel asesino que me persiguió hace cuatro años. No te desentenderías de alguien que te traicionara.

– Pero eso es exactamente lo que hice. -Hizo una pausa-. Después coloqué pruebas que demostraban que el bastardo iba camino realmente de traicionar a Grozak. Pensé que el castigo se adecuaba al delito. Creo que Grozak se irritó mucho y que se tomó un tiempo considerable en descuartizar a aquel hijo de puta.

Jane se estremeció al ver la expresión de Trevor. Fría, indiferente, y sin embargo, bajo aquella exagerada despreocupación, subyacía cierto salvajismo.

– No deberías preguntar, si no deseas oír las respuestas -dijo él al leer su expresión-. Porque voy a decirte la verdad. Bueno, hasta donde pueda. Siempre que no suponga violar una confidencia. Pero nunca te mentiré, si puedo evitarlo. Viniendo de un hombre como yo, esto es un obsequio considerable, aunque quizá lo encuentres endemoniadamente incómodo. -Se dio la vuelta y se dirigió a la cabina del piloto-. Mala suerte. Vive con ello.


– Es como algo sacado de Macbeth -murmuró Jane mientras el coche se deslizaba hacia el enorme castillo de piedra erigido sobre el acantilado que dominaba el mar-. Deprimente y sombrío.

– Pero tiene una instalación de agua moderna -dijo Bartlett-. Se puede soportar lo deprimente y lo sombrío si te puedes dar una ducha caliente todos los días.

– Tienes razón -terció Trevor-. Hay mucho que decir sobre las delicias de un eficaz calentador de agua. Pero esa no es la razón de que alquilara la Pista de MacDuff.

– ¿Por qué lo alquilaste? -preguntó Jane.

– Por numerosas razones. Es una propiedad interesante. Fue construido por Angus MacDuff allá en 1350, y la familia tiene una historia fascinante. Por desgracia, últimamente lo han pasado mal y han tenido que alquilar el castillo. Es solitario, fácil de proteger y podemos entrar y salir de la zona sin vecinos entrometidos que hagan preguntas. La gente del pueblo cree en lo de mantener las distancias. -Echó un vistazo a Brenner, que estaba conduciendo el coche-. Aunque Brenner ha estado moviéndose más que yo últimamente. Escondí los pergaminos en varias zonas diferentes después de que se los quitara a Dupoi, y ha tenido que ser muy cuidadoso para recuperarlos.

– Te refieres a pasarlos de contrabando.

– Es una convencida de llamar al pan, pan y al vino, vino -murmuró Brenner-. Prefiero referirme a esto como la operación de rescate de Trevor.

– No creo que el gobierno italiano considere esos objetos como material rescatado.- Jane se volvió a Trevor-. ¿Qué has estado haciendo aquí, si ha sido Brenner quien se ha dedicado a recogerlos y traértelos?

– Bueno, he estado merodeando por el lugar, investigando y vigilando a Mario.

– ¿El traductor? ¿Tampoco confías en él?

– No diría eso. Sólo exige un poco de vigilancia. -Cogió su teléfono y marcó un número-. Estamos cerca de la Pista, James. ¿Va todo bien?… Bueno. Hablaré contigo luego. -Colgó y le dijo a Brenner-: Nos siguen vigilando, aunque Grozak no ha realizado ningún movimiento desde que me marché. Eso podría cambiar en cualquier momento, en cuanto sepa que Jane está aquí. Asegúrate de que el servicio de seguridad está haciendo su trabajo. Brenner asintió.

– Haré una ronda después de dejaros.

– ¿Seguridad? -Jane echó un vistazo por el desolado terreno-. No veo ninguna seguridad.

– Si la vieras, los despediría. -Trevor sonrió mientras trasponían la cancela y se detenían delante de la enorme puerta delantera del castillo-. Te encontrarás con diversos lugareños que guardan la propiedad del castillo, pero los centinelas del perímetro son ex marines especializados en no ser vistos hasta que es demasiado tarde.

– ¿Y todo esto es para mantener a Grozak lejos de ti? -dijo Jane lentamente-. Parece un poco… exagerado. ¿Crees que desea los pergaminos tan desesperadamente?

– Creo que quiere aquello a lo que pueden conducirle los pergaminos. -Trevor le sostuvo la mirada-. Y no, no es exagerado. -Salió del coche y alargó la mano para ayudarla a bajar-. Entra y… -Se detuvo, con la mirada fija más allá de Jane-. Bueno, bueno, creo que vas a conocer a MacDuff -murmuró-. Espero que aprecies el honor.

Jane se volvió para seguir la mirada de Trevor. Un hombre alto y musculoso estaba atravesando el patio en dirección a ellos. Cuando estuvo cerca, Jane se percató de que tenía unos treinta y tantos años, tez aceitunada y ojos claros, aunque en aquella penumbra no pudo determinar si eran grises o azules. Llevaba el pelo negro peinado hacia atrás y le recordó a alguien… No, no era capaz de recordar a quién. El hombre iba vestido con unos informales pantalones de sport y un jersey de escote redondo, aunque en su porte no había nada de informal. Cauteloso. Sí, todos los músculos de su cuerpo destilaban cautela.

– ¿Quién es?

– El terrateniente. El conde de Cranought, señor de la Pista de MacDuff. John Angus Brodie Niall… He olvidado los demás nombres. -Trevor sonrió al hombre cuando llegó hasta ellos-. ¿Le gustaría ampliar algún detalle, MacDuff?

– No especialmente. Un nombre es solo una etiqueta. -Estaba mirando fijamente a Jane-. ¿Quién es ella? Le dije que tenía que dar mi visto bueno a cualquiera que trajera… -Apretó los labios cuando se acercó-. ¡Caray!, si es Jane MacGuire. No quiero que esté aquí. Eso le dará a Grozak aún más motivos para atacar…

– Me trae sin cuidado que no la quiera -dijo Trevor con frialdad-. Está aquí y aquí se va a quedar. No hay más que hablar. No voy a ponerla en peligro solo para proteger este maldito montón de piedras al que llama su hogar.

– ¿De veras? -La expresión de MacDuff no se alteró, aunque Jane casi podía sentir la gelidez que desprendía-. Ese no fue nuestro acuerdo, Trevor.

– Entonces, voy a añadir un apéndice.

– Que puedo decidir ignorar. Haga lo que le plazca fuera de esas puertas, pero no espere que yo…

– Esta discusión es idiota -terció Jane-. No estaré aquí más de un día o dos. Soy yo la que decidirá si me quedo o me voy. -Miró fijamente a los ojos a MacDuff-. Es usted muy maleducado, y estoy cansada de que ambos me traten como si no estuviera aquí.

MacDuff le sostuvo la mirada durante un instante, y luego esbozó una ligera sonrisa.

– Sí, tiene razón. Soy un idiota y un pesado. Discúlpeme. No hay duda de que está aquí, y esa es la manzana de la discordia. -Desvió la mirada hacia Trevor, y su sonrisa desapareció-. Puedo tolerarlo dos días. Después de eso, renegociaremos. -Giró sobre sus talones y se alejó por el patio dando grandes zancadas.

– No soy precisamente bienvenida -dijo Jane con sequedad-. Y que me aspen, si voy a ser la manzana de la discordia de nadie.

– Confiaba en que te ignorase, como nos ha ignorado al resto. Debería haberme imaginado que estaría atento. Probablemente sabía que traería a alguien conmigo en cuanto bajamos del avión.

– ¿Cómo?

– MacDuff conoce a todo el mundo en Escocia, y se le considera algo así como un héroe local.

Jane hizo una mueca.

– Pues no es Rob Roy.

– No, pero ganó una medalla de oro en tiro con arco en los Juegos Olímpicos hace quince años, y luego se alistó en el 45 de Comandos de la Real Infantería de Marina y ganó un montón de medallas al valor. Este es un país que sigue sintiendo un saludable respeto por el hombre que se porta bien en combate. Primitivo aunque auténtico.

Jane arqueó las cejas.

– ¿Y tú no?

Trevor sonrió.

– Siempre que no entorpezca mi camino. MacDuff puede llegar a ser condenadamente arrogante en ocasiones. Es natural, supongo. Es un terrateniente, y todo el mundo por aquí dobla la cerviz cuando pasa.

– Eso es cierto. -Bartlett torció el gesto-. El terrateniente y dios. Y no estoy seguro de cuál de los dos ejerce más influencia. Su gente de aquí no hará nada de lo que les pida sin su permiso.

– ¿Su gente?

– MacDuff insistió en proporcionarnos los guardas para intramuros del castillo. Puede que ande escaso de dinero, pero sigue contando con la lealtad de los viejos camaradas de su época en la infantería de marina. Si se lo pidiera, trabajarían para él a cambio de nada -dijo Trevor-. Le dejo que lo haga a su manera siempre que me reserve el derecho a controlar lo que hacen. Son buenos. Duros como demonios.

– ¿Dejar que lo haga a su manera? Eso no me parece propio de ti. Mencionó a Grozak. ¿Cuánto sabe de lo que está ocurriendo?

– Tanto como tiene que saber. Tiene cierto interés personal.

– ¿Qué clase de interés?

– Tendrás que preguntárselo a él. Se dirigió a mí con una oferta, y la acepté. Una de las condiciones era que yo no se lo contaría a nadie.

– ¿Y una de las ventajas era la utilización de su castillo?

– Por una cuantiosa suma. MacDuff me cobró una pequeña fortuna, aunque le habría pagado más. Ya te lo dije, este es un lugar ideal para mis propósitos. Valió la pena una pequeña negociación. -La cogió del brazo-. Vamos, te presentaré a Mario.

– Iré delante y me aseguraré de que tu habitación está preparada. -Bartlett ya había subido los escalones-. Puede que tengamos agua caliente, aunque a Trevor le pone paranoico que entren extraños en la casa, así que no hay sirvienta. Escogí una habitación y la arreglé antes de irme, aunque es probable que vuelva a estar polvorienta y…

– Espera un segundo -le interrumpió Jane-. ¿Esperabas que viniera aquí?

– ¿Esperar? -Bartlett negó con la cabeza-. Jamás habríamos dado tal cosa por descontado. Pero Trevor dijo que era una posibilidad, y no quise que te encontraras incómoda. -Abrió la puerta-. No tienes nada que ponerte, pero iré a Aberdeen y me ocuparé de eso a primera hora de la mañana. Mientras tanto, rebuscaré en todos los armarios a ver qué puedo encontrarte.

– Iré a Aberdeen personalmente.

– No -dijo Trevor-. Déjaselo a Bartlett. Le gustará, y sabe mucho sobre ropa femenina. Tres esposas le han proporcionado una amplia educación.

– Sí, así es -dijo Bartlett-. Unas mujeres preciosas, todas ellas. Y todas vestían con mucho estilo. No te decepcionaré, Jane. -Desapareció en el interior del castillo.

Jane se volvió hacia Trevor y le preguntó con frialdad:

– ¿Le dijiste que había una posibilidad de traerme aquí?

– ¿Esperas que lo niegue? Siempre hay una posibilidad. Aunque la verdad es que no esperaba conseguirlo.

– Y puedes estar absolutamente seguro de que no quería estar aquí.

– Pero estás aquí. -Él abrió la puerta-. Así que aprovechémoslo al máximo. -Y añadió en voz baja-. Y puede ser un máximo muy bueno, Jane. Sólo tenemos que aplicarnos a ello.

– A lo único que me voy a aplicar es a asegurarme de que ese tal Grozak es el hombre que mató a Mike y encontrar la manera de ponerle una soga alrededor del cuello. -Examinó el enorme vestíbulo. No tenía el aire de desolación que el exterior del castillo daba a entender. Las alfombras abrigaban los suelos de piedra, y un ajado tapiz de desvaídos colores colgaba de la curvilínea escalera. En la pared opuesta había otro tapiz. De hecho, prácticamente todas las paredes parecían estar cubiertas de tapices-. ¿Dónde está ese tal Mario?

– Aquí estoy. Mario Donato, para servirte. -Un joven de pelo negro bajaba corriendo las escaleras. Era bien parecido, rubicundo, y parecía tener poco más de veinte años. Sonreía con entusiasmo-. Bartlett me dijo que estabas aquí. -Se detuvo en el segundo escalón, mirándola fijamente-. ¡Dios bendito!, es cierto. Eres Cira.

– No soy tal cosa. Soy Jane MacGuire.

– Y yo un idiota -dijo disculpándose mientras terminaba de bajar la escalera y se paraba delante de ella-. Perdóname. No era mi intención ofenderte. Es que me entusiasmé al verte. Estaba leyendo los pergaminos y mirando la estatua de Trevor, y entonces bajo y te veo aquí parada y ha sido como si… -Torció el gesto-. Soy un idiota. Debes de estar harta y aburrida de que la gente te diga que te pareces mucho a esa estatua.

– Sí, lo estoy. -Pero Mario era joven y atractivo, y era evidente que lamentaba su metedura de pata-. Pero probablemente sea mucho más susceptible de lo que debiera ser. -Sonrió-. Y si has estado tan enfrascado en Cira, resulta comprensible.

– Gracias. -Mario se volvió hacia Trevor-. Me quedan los últimos cuatro pergaminos. Debería tenerlos traducidos dentro de unos pocos días. -Sus ojos negros brillaron de entusiasmo-. Uno de ellos es otro de Cira.

– ¿Otro de Cira? -preguntó Jane-. ¿Cuántos pergaminos de Cira habéis encontrado?

– Hasta ahora sólo uno. -Mario sonrió-. Y su pergamino es mucho más interesante que los de Julius Precebio. Era una mujer absolutamente asombrosa, ¿verdad? Sólo tenía diecisiete años cuando escribió esto; nació esclava, y sin embargo consiguió aprender a escribir. Eso es más de lo que conseguían la mayoría de las mujeres de alta alcurnia. Inteligente, muy inteligente. -Se volvió de nuevo a Trevor-. Estoy atento a la referencia sobre la que me preguntaste, pero todavía no hay nada. Puede que esté en esos otros pergaminos.

– O puede que no -dijo Trevor-. Infórmame si aparece algo. -Y dirigiéndose a Jane-: ¿Por qué no vas con Mario y le dejas que te enseñe tu habitación? Tengo que hacer algunas llamadas telefónicas. Se cena a las seis. Hacemos turnos con la cocina y la limpieza.

– ¿Incluso MacDuff?

– No, el no ocupa ninguna habitación dentro del castillo. Lo invité a quedarse, pero se mudó a un piso que hay sobre el establo cuando invadimos esto. Mario o Bartlett te enseñarán donde está el comedor. Cuando nos trasladamos, parecía sacado de la corte del Rey Arturo, pero Bartlett consiguió darle un aire casi acogedor.

– Empezó a caminar por el pasillo-. Te eximiremos de las labores culinarias los dos próximos días. Después de eso, entrarás en la lista de turnos.

– Puede que no esté aquí más de un par de días -gritó Jane detrás de él-. No te prometí nada, Trevor.

Él le sonrió por encima del hombro.

– Pero se te iluminó el rostro como unos fuegos artificiales cuando Mario estaba hablando de los pergaminos de Cira. Creo que estoy seguro hasta que los termines de leer. -Abrió una puerta de paneles-. Y Mario todavía no ha terminado su trabajo. Es muy lento y meticuloso. Hasta la hora de la cena.

– Tiene razón, ¿sabes? -dijo Mario con voz grave cuando la puerta se cerró detrás de Trevor-. A veces me paso de cuidadoso, pero es una gran responsabilidad. Estoy trabajando con fotocopias de los verdaderos pergaminos, pero la traducción es muy importan te. Forman parte de la historia viva.

– Y tienes que darle a Trevor aquello por lo que te pagó.

La expresión de Mario se ensombreció.

– Tienes razón en ser cínica. Estoy cobrando por mi trabajo, pero esa no es la única razón de que esté aquí. ¿Tienes unas ideas de las poquísimas probabilidades que tendría de hacer un trabajo como este para otra persona? Acabo de terminar un curso de postgrado y no tengo mucha experiencia, que digamos. Quería este trabajo y me esforcé en conseguirlo. No fui el único al que se entrevistó. Tuve que hacer de todo, desde asegurarle que no tenía ningún familiar cercano hasta hacer la prueba de traducción de uno de los pergaminos. Una labor como esta se presenta una vez en la vida.

– Y esto puede dar con tus huesos en la cárcel.

– Trevor prometió protegerme y encargarse de que no ocurriera tal cosa. El riesgo merece la pena. -Sonrió a duras penas-. Y tenerte aquí lo hace mucho más emocionante. Espero poder convencerte de que digo la verdad cuando digo que no hago esto sólo por dinero.

– ¿Y por qué te preocupa eso?

– Tenemos casi la misma edad. Trevor y los otros son… diferentes. Aquí a veces me siento solo. Pensé que quizá…

Era atractivo e inseguro, y durante un instante a Jane le recordó a Mike. ¿Y qué? En ese momento ella también se sentía un poco insegura, y Mario era el único que parecía, como mínimo, vulnerable. Jane sonrió.

– Trevor es diferente, de eso no hay duda. Y me doy cuenta de por qué no sois amigos íntimos. Después de cenar me gustaría ver donde trabajas. ¿Me lo enseñarás?

– Será un honor. -Una sonrisa radiante le iluminó el rostro-. Trevor me dijo que escogiera la habitación que quisiera, cuando llegué aquí. Escogí el dormitorio y el estudio donde Trevor guarda su estatua de Cira. Será maravilloso tenerte en la misma habitación que ella. -Y se apresuró a añadir-: Aunque estoy seguro de que advertiré multitud de diferencias en cuanto os vea juntas.

– Espero que sí. -Jane empezó a subir las escaleras-. Ahora, ¿serías tan amable de enseñarme mi cuarto, para que pueda lavarme?


– No esta contento. -Jock tenía arrugado el entrecejo con aire de preocupación, y miró fijamente a MacDuff cuando éste entró en el establo-. ¿Esa mujer va a ser un problema para usted?

– ¡Carajo!, no lo sé. -MacDuff tenía cara de pocos amigos-. Y no, no estoy en absoluto contento. Ella no debería estar aquí.

– Ella le hace desgraciado. -La mirada de Jock se detuvo más allá de MacDuff, en el castillo-. ¿Quiere que se vaya?

– Ya te dije que me… -Se detuvo al darse cuenta de a qué se estaba refiriendo Jock. Si no tenía cuidado, Jock idearía la manera de conseguir que Jane MacGuire librara a MacDuff de «su problema» para siempre. Solía ser más cuidadoso con sus palabras delante de Jock, y era la magnitud de su enfado lo que casi le había hecho cometer el error de hacer estallar al muchacho-. Me ocuparé de ello, Jock. No es un problema serio.

– Ella hace que se sienta desgraciado.

– En realidad no. -¡Joder!, no le apetecía tranquilizar al muchacho en ese momento. Estaba furioso y enojado, y tenía ganas de emprenderla a golpes con alguien. ¡Jódete y baila! Había aceptado la responsabilidad de Jock, y aquello iba en el lote. Le dio una palmadita al muchacho en el hombro y le habló con lentitud y claridad-: Mira, incluso es posible que ella pueda ayudarnos. Es Jane MacGuire. ¿Recuerdas que te enseñe su foto en Internet?

Jock pensó en ello, intentando recordar. Luego sonrió.

– Cira. Ella se parece a Cira. Es igual que la estatua que Trevor trajo aquí.

– Eso es. -Había que distraerlo. No costaba mucho, si Jock no se había concentrado todavía-. Tengo hambre. ¿Esta lista la cena?

Jock frunció el entrecejo con aire vacilante.

– No. ¿Me dijo que la preparara? -El chico se dirigió a las escaleras que conducían al piso-. Lo siento. Me pondré a ello de inmediato.

– No hay prisa.

– Pero está hambriento -dijo Jock-. Me ha dicho que estaba…

– Puedo esperar. -MacDuff siguió al muchacho-. La haremos juntos.

– ¿Los dos? -Una sonrisa radiante iluminó la cara de Jock-. ¿Juntos? Sería fantástico. -Su sonrisa se desvaneció-. Pero no tiene que ayudarme. ¿No quiere volver a la casa de Angus? No quiero molestarlo.

– Tú no me molestas. Necesito un descanso. ¿Qué es lo que hay rápido?

– Salmón fresco. -Jock puso ceño-. O quizá un filete. Tendré que comprobarlo para estar seguro de lo que tenemos.

– Hazlo.

Distracción conseguida. Y si MacDuff tenía suerte, Jane MacGuire sobreviviría a la noche sin necesidad de ninguna otra intervención por su parte.


* * *
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