Capítulo 4

¿Este es el aeropuerto? -Jane enarcó las cejas cuando Trevor salió de la carretera secundaria en las afueras de Boston y se detuvo junto a un gran hangar.

– No dije que fuera un aeropuerto importante. -Salió del coche-. Pero te garantizo que es un aeropuerto muy privado.

– En otras palabras, que estás aquí ilegalmente.

– Era necesario. Cuando supe que tenía que venir, tuve que hacerlo rápidamente y sin ser visto.

– No tenías por qué venir. Lo escogiste tú.

– Sí, todo esto va de elecciones. -Se quedó allí parado, observándola-. ¿Tengo que tomar las tuyas?

– No. -Pero Jane salió lentamente del coche-. No creo que corra ningún peligro de ser detenida. Creo que me estás contando una chorrada para convencerme de que haga lo que quieres. Manning se habría limitado a tomarme declaración y a enviarme a casa.

– Posiblemente.

– Le diré a Brenner que estamos listos para despegar -dijo Bartlett mientras bajaba del asiento trasero y sonreía a Jane-. Adiós, Jane. Espero que no decidas abandonarnos. Te he echado de menos.

Jane no respondió y se limitó a observarlo mientras Bartlett cruzaba corriendo el asfalto hacia el reactor privado estacionado en la pista de aterrizaje. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que ella también había echado de menos a Bartlett. Bajito, regordete, con aquella radiante sonrisa que irradiaba calidez y una especie de inocente alegría de vivir, era un espécimen totalmente único.

– ¿Se volvió a casar?

– No, quizá decidiera que ya era suficiente. -Trevor sonrió-. O quizá te ha estado esperando. Siempre le gustaste.

– Tendría que ponerme a la cola. Todas las mujeres sienten debilidad por Bartlett. Incluso Eve.

– ¿Cómo está Eve?

– No muy bien. Manejar el dolor de su madre y el suyo propio es bastante duro. Por lo demás, sigue igual. -Jane era incapaz de apartar la vista del avión que estaba en la pista de aterrizaje. Bartlett había desaparecido en su interior, y ella pudo distinguir vagamente a dos figuras en la cabina del piloto-. ¿Quién es Brenner? ¿El piloto?

– Sí, entre otras cosas. Es un australiano que recluté para que me facilitara algunos asuntos.

– ¿Trabaja para ti?

– ¡Dios mío, no! Ese arrogante bastardo trabaja para él. Pero en su infinita sabiduría ha decidido dejarme dirigir el cotarro.

– ¿Qué cotarro?

Él no respondió.

– ¿Vienes conmigo?

– ¿Adónde?

– A Aberdeen.

– ¿Qué? -Jane abrió los ojos como platos-. ¿A Escocia?

Trevor sonrió débilmente.

– ¿Esperabas que a Nápoles?

– Dijiste que estabas sobre la pista del oro de Cira. Ese cofre estaba en aquel túnel de las afueras de Herculano.

– Podríamos ir de visita allí más adelante. Ahora mismo, vamos a Aberdeen.

– ¿Por qué?

– ¿Vas a venir?

– Respóndeme.

Trevor guardó silencio.

– ¡Maldito seas! Mike murió porque querías ese oro. Merezco saber qué está ocurriendo.

– Pero en ese caso podría no conseguir lo que quiero de ti. Y ya sabes el egoísta hijo de puta que soy.

– Al ciento por ciento. Pero ¿por qué habría de darte algo que quisieras?

– ¿Porque sabes que quiero que sigas viva?

– Ya no sé nada sobre ti. Ha pasado mucho tiempo.

– Cierto. -Trevor inclinó la cabeza, reflexionando-. Entonces ¿Por qué puedo darte algo que has estado buscando?

– No quiero ese oro.

– No. -Sonrió-. Pero darías cualquier cosa por echarles un vistazo a los pergaminos de Precebio de aquella biblioteca que descubrimos en el túnel, en las afueras de su villa. Y vaya que la darías. De verdad que los pergaminos te fascinarían.

Jane se puso tensa.

– ¿Los pergaminos?

– ¿No fue a eso para lo que volviste a Herculano? No te presentaste voluntaria para excavar en la misma ciudad. Trabajaste en las afueras de Herculano, en el campo. ¿Te decepcionó no haber encontrado jamás el túnel?

– Decepción, no sorpresa. Me dijiste que, después del hundimiento, lo camuflarías tan bien que nadie sería capaz de encontrarlo. -El tono de su voz era reflexivo, mientras su mirada escrutaba la cara de Trevor-. ¿Volviste y te abriste paso hasta aquella biblioteca?

Él asintió con la cabeza.

– Y salí con los pergaminos que Precebio escribió sobre Cira.

La excitación hizo presa en Jane.

– ¿Todos?

– Todos. Había leído aproximadamente la mitad antes de la explosión que provocó el hundimiento. El resto tuvo que ser manipulado con cuidado para evitar que sufrieran cualquier daño, antes de que los pudiera hacer traducir.

– ¿Pero has hecho que los tradujeran?

Trevor sonrió.

– Lo he hecho.

– ¿Y qué decían?

– Léelos tú misma. -Se dio la vuelta y se dirigió al avión-. Hay algunas sorpresas…

– ¿Me estás mintiendo?

Trevor le echó un vistazo por encima del hombro.

– Supongo que me merezco que sospeches de mí. Como sabes, soy muy capaz de mentir. Forma parte del juego.

– ¿Estás mintiendo?

La miró fijamente a los ojos, y su sonrisa burlona se esfumó.

– No a ti. A ti, jamás. -Y desapareció en el interior del avión.


– Es dura de pelar. -Bartlett salió de la cabina del piloto cuando Trevor entró en el avión-. ¿Viene con nosotros?

– Sí, dile a Brenner que se prepare para despegar.

Bartlett miró con escepticismo hacia Jane, que seguía parada junto al coche.

– No se ha movido.

– Va a venir.

– ¿Cómo puedes estar seguro?

No estaba seguro. No había manera de estar seguro con alguien tan tozudo como Jane. Había hecho todo lo que estaba en sus manos para convencerla, pero su éxito dependía de lo bien que la hubiera calado.

– Le hice una oferta que es incapaz de rechazar. Quiere al asesino de Mike Fitzgerald y sabe que sé algo sobre él que ella no sabe. Y está tan desesperada por averiguar qué es lo que hay en esos pergaminos, que se le hace la boca agua. Le he puesto ambas cosas delante de las narices como si fueran unas sabrosas zanahorias.

– ¿Y si te equivocas? ¿Y si se da la vuelta y se marcha?

Trevor apretó los labios.

– Entonces iré tras ella, la noquearé y la subiré al avión. De una u otra manera, viene.

Bartlett soltó un ligero silbido.

– No me gustaría estar en tu pellejo cuando se despertara.

– Ni a mí. Pero por ningún motivo la dejaré donde no pueda protegerla. Hay demasiadas variables que manejar aquí y ahora.

– Joe Quinn puede protegerla.

– Y lo intentará, aunque Eve siempre es lo primero para él. Necesito a Jane para conseguir la máxima prioridad.

Bartlett dejó de mirar a Jane para observar a Trevor con curiosidad.

– Llevas entre manos unas cuantas cosas más que tienen una prioridad bastante alta. Me sorprende que creas que…

– Aquí viene. -Trevor se apartó de la ventanilla y se dirigió a la cabina del piloto-. Es mejor que no me vea hasta que hayamos despegado. Me considera un poco irritante, y la balanza podría inclinarse hacia un lado u otro en cuanto suba al avión. Cierra la puerta, ponla cómoda y tranquilízala.

– ¿Irritante? -murmuró Bartlett-. Y yo que pensaba que era el único que podía ver a la verdadera bestia que se oculta tras ese atractivo tuyo.

– Tú limítate a tranquilizarla. -Trevor cerró la puerta de la cabina del piloto tras él.


– Decidiste venir. ¡Estupendo! Me alegra no tener que hacer solo un viaje tan largo. -Bartlett mostró una sonrisa radiante mientras cerraba y echaba el seguro a la puerta-. Siéntate y abróchate el cinturón. Brenner despegará en cualquier…

– ¿Dónde está Trevor?

– Ahí delante, con Brenner. Me dijo que te pusieras cómoda. -Sus ojos mostraron un brillo repentino-. Y que te tranquilizara. Estaba convencido de que necesitarías tranquilizarte.

Ella no necesitaba tranquilizarse. Estaba inquieta e insegura y no muy convencida de que estuviera haciendo lo correcto. Aquel maldito Trevor le había tomado el pelo hasta la raíz, utilizando todas las artimañas que conocía para conseguir que hiciera lo que él quería. Y allí estaba ella, en un avión rumbo a Escocia, y ni siquiera les había dicho a Joe o Eve que se iba ni por qué.

Porque no lo sabía, ¡carajo!

Pero sabía que tenía que aprovechar cualquier oportunidad para averiguar más sobre la muerte de Mike.

Y sabía que quería ver aquellos pergaminos. Había dedicado años a intentar encontrarlos, y Trevor los tenía en su poder.

Hasta era posible que Trevor tuviera razón acerca de que la muerte de Donnell esa noche la exponía a un peligro mayor.

Y tal vez no tuviera razón y estuviera utilizando las circunstancias para dirigirla en la dirección que él quería que fuera.

¿Y qué? Lo averiguaría. Primero tenía que actuar como un ser humano responsable, en lugar de revolotear de un lado a otro como una maldita mariposa. Sacó su teléfono.

– No voy a ninguna parte sin antes decírselo a Eve y Joe.

– ¡Por supuesto! Eso no sería considerado. Estoy seguro de que todavía tienes tiempo antes de que despeguemos.

– Nos daremos prisa. -Marcó el número de Eve-. ¿Te he despertado?

– No, Joe me llamó hace diez minutos. ¿Qué diablos está pasando, Jane?

– No estoy segura, pero en este momento no me voy a arriesgar a queme encierren. Dile a Joe que le enviaré a Manning una declaración más tarde.

– Ese no es un procedimiento muy correcto, Jane.

– Es el mejor que puedo seguir. -Se calló-. Tal vez esté sobre la pista que puede conducirme a las respuestas. Tengo más posibilidades, si lo hago a mi manera.

– Me estás dando pánico. ¿Qué estás tramando?

– Ha surgido algo, y tengo que investigarlo.

– Sola, no, ¡maldita sea!

– No estoy sola.

– Eso es aun peor. Quiero nombres, dónde te encuentras y el motivo de que estés siendo tan condenadamente reservada.

¿Cuánto le podía contar? Eve se vería obligada a contárselo a Joe, y Joe era un poli que se debía a su placa. De acuerdo, le contaría lo suficiente para que dejara de preocuparse, pero sin detalles.

– Quizá pueda averiguar quién contrato a Leonard, y dónde está.

– ¿Cómo?

– Creo que conozco a alguien que está familiarizado con todo el asunto.

– Jane.

– Lo sé. Lo sé. Y lo siento. Debe ser frustrante escucharme refunfuñar y escoger mis palabras cuando…

– ¿Quién está contigo?

Jane guardó silencio durante un instante. Bueno, ¡qué carajo!

– Trevor.

– ¡Mierda!

– Deberías sentirte mejor. Sabes que Trevor sabe lo que se hace.

– Es un funámbulo genial, pero eso no significa que sobrevivas, si le sigues.

– No lo estoy siguiendo. Sólo voy a averiguar… -Se interrumpió-. Os volveré a llamar en cuanto lleguemos a donde vamos. No te preocupes, Eve. No estoy haciendo ninguna tontería. Soy muy cuidadosa.

– Esa palabra no existe en el vocabulario de Trevor. Quiero hablar con él.

– Está ocupado. Te telefonearé dentro de seis o siete horas. Ahora me tengo que ir. -Cortó la comunicación.

– Entiendo que ella no considera a Trevor una compañía apropiada -dijo Bartlett-. Realmente no puedo decir que la culpe.

– Ni yo. -Jane se sentó y se abrochó el cinturón de seguridad-. Muy bien, empieza a tranquilizarme, Bartlett. En primer lugar, dime por qué sigues con Trevor.

Él sonrió.

– Me prometió que conseguiría suficiente dinero para retirarme a las islas de los Mares del Sur.

– Aborrecerías vivir en una isla. Eres un urbanícola consumado.

Bartlett asintió con la cabeza.

– Era sólo una excusa. Me gusta la vida que llevo con Trevor. Ser contable en Londres no era muy excitante.

– ¿Y ser un delincuente lo es?

– No soy un delincuente. -Reflexionó sobre ello-. O quizá lo sea, pero no lo parece. Sólo sigo por ahí a Trevor y hago algunas cosas que me pide que haga. Como es natural, eso probablemente me convierta en cómplice, aunque en realidad no hago nada malo, tal y como yo lo veo. No le hago daño a nadie.

El avión empezó a avanzar por la pista, y Jane tuvo un instante de pánico. Tranquila. Había tomado su decisión.

– ¿Y qué pasa con ese tal Brenner? Supongo que él tampoco hace nada malo.

Bartlett sonrió.

– Tendrás que preguntárselo a Brenner. Es australiano. En apariencia no es en absoluto letal. Pero no habla de lo que hace para Trevor, y sospecho que en su época fue un chico muy malo.

– Como Trevor. Tal para cual.

– Tal vez. Tengo entendido que hace años sirvieron juntos como mercenarios en Colombia.

– ¿Eso hicieron? -Su mirada se dirigió rápidamente hacia la puerta de la cabina del piloto-. Interesante.

– Me pareció revelador. Actualmente Trevor tiene dificultades para acercarse a la gente, aunque es evidente que era más abierto de joven.

– ¿Abierto? -Jane negó con la cabeza-. No Trevor.

– ¿He escogido la palabra equivocada? -Bartlett meditó al respecto-. No, creo que estoy…

– ¿Cómo estás? -Un hombre alto de uno treinta y tantos años y el pelo rubio rojizo estaba parado en la puerta de la cabina del piloto-. Soy Sam Brenner, y no he podido resistir la tentación de venir y echarte un buen vistazo. Preséntanos, Bartlett.

– Jane MacGuire -dijo Bartlett-. Y me sorprende que Trevor decidiera dejarla expuesta a ti, Brenner.

– Lo convencí de que sería mejor para ella conocer tanto lo mejor como lo peor de la situación. Ve delante y haz compañía a Trevor, ¿te importa, amigo?

Bartlett le echó una mirada a Jane.

– Depende de ti.

Jane estaba escudriñando la cara de Brenner. Estaba muy moreno, y tenía los ojos más azules que ella hubiera visto jamás. Su cara era demasiado larga y la nariz y la boca demasiado grandes para ser guapo, pero sus cejas dibujaban un arco casi de sátiro.

Brenner sonrió, y su acento australiano se hizo aun más marcado cuando preguntó:

– ¿He pasado la inspección?

– No, hasta que me digas quién está pilotando el avión.

El australiano se rió entre dientes.

– Trevor. No es tan buen piloto como yo, pero es aceptable, y quería tener algo que hacer que le permitiera evitarte. Pero yo no estaba dispuesto a quedarme sentado en el asiento del copiloto jugueteando con mis pulgares, cuando podía venir aquí atrás y satisfacer mi curiosidad sobre ti.

– ¿Curiosidad?

– Supongo que aquí no hago falta. -Bartlett se levantó y se dirigió a la cabina del piloto-. Volveré y te traeré algo de comer un poco más tarde.

– Hazlo. -Brenner se dejó caer en el asiento que Bartlett había dejado vacío-. Avísame si Trevor se aburre.

– Estoy seguro de que te lo hará saber -dijo Bartlett secamente-. Y vendrá aquí aun más rápidamente, si piensa que estás molestando a Jane.

– Discrepo. -Brenner estiró las piernas por delante de él-. Creo que Trevor decidió que era hora de iniciar la fase dos. A ti te correspondía tranquilizarla y hacer que se pusiera cómoda, y yo estoy aquí para permitir que la dama me investigue y me intimide en general. Él sabe que carezco de discreción.

– ¿Curiosidad? -repitió ella cuando la puerta se cerró detrás de Bartlett.

– Debes de recibir una buena dosis de ella, después de toda la publicidad de la que fuiste objeto hace cuatro años.

– ¿Sabes lo que ocurrió?

– No de primera mano. Estaba en la cárcel, en Bangkok, cuando ocurrió todo el escándalo, y cuando me escapé, ya no eras noticia. Hasta que Trevor me reclutó hace un año, ni siquiera sabía que existías.

– ¿Trevor te habló de mí?

Él negó con la cabeza.

– Ni una palabra. Pero cuando empezó por enviarme a Nápoles a recuperar los pergaminos, Bartlett iba dejando caer una palabra aquí y otra allí sobre ti, e investigué un poco.

Jane se quedó paralizada.

– Los pergaminos. ¿Tienes los pergaminos?

– No, los tiene Trevor. Yo sólo era un correo.

– ¿Dónde están?

Brenner sonrió.

– No soy tan indiscreto. -Estudió a Jane-. Realmente te pareces a la estatua de Cira. Mucho más hermosa, por supuesto.

– Chorradas. ¿Trevor tiene ya todos los pergaminos?

– Tendrás que preguntarle a él. Le traje todo lo que me envió a buscar, y él suele ser bastante meticuloso. Sé que estaba muy decidido a sacarlos de Italia sin que el gobierno los decomisara.

– ¿Porque pensaba que podrían contener alguna mención a la localización del oro?

– Posiblemente.

– ¿La había?

Él sonrió.

– No intentes jugar conmigo -le dijo Jane con frialdad-. Ya me basta con Trevor. ¿Por qué no vuelves allí y te dedicas a pilotar el maldito avión?

– ¡Ay! -La sonrisa de Brenner se esfumó-. Lo siento. Admito que estaba haciendo una pequeña valoración exploratoria para ver hasta donde podía presionar. Es mi naturaleza inquisitiva.

– Y yo me cago en tu naturaleza inquisitiva.

– Eso ya lo he oído antes, y no de unos labios tan excepcionalmente atractivos. -Hizo una pausa-. Y lo has pasado mal, según Trevor. No te mereces tener que aguantar a bastardos como yo.

– Estoy de acuerdo.

Él se rió entre dientes.

– Muy bien, ¿entonces por qué no suspender las hostilidades?

– No estoy en guerra contigo. No significas nada para mí.

– Tú sí significas algo para mí. He vivido contigo en la Pista de MacDuff desde que Trevor la alquiló.

– ¿Qué?

– Bueno, no contigo, con la estatua de Cira. Pero el parecido es notable.

– Sólo se parece mucho. Esa no soy yo.

– Vale. Vale. No era mi intención enfadarte. Eres un poquito sensible al respecto, ¿no?

– Tienes toda la jodida razón. Tengo derecho a serlo. O quizá tu «investigación» no profundizó tanto. ¿Qué es lo que averiguaste sobre mi y Cira?

– ¿De los artículos de prensa en Internet? Que un asesino en serie estaba asesinando y mutilando a todas las mujeres que podía encontrar que se parecieran a la estatua de una actriz de gran éxito en Herculano en tiempos de la erupción del Vesubio. Qué creía que tú eras la reencarnación de Cira y te escogió como blanco. El resto versaba mayormente sobre la trampa que se le tendió y su muerte. -Hizo una pausa-. Y me sorprendió la escasez de fotos tuyas que había en los artículos. Me estuve preguntando cómo había conseguido tu familia mantener la atención sobre Cira y hacer que desaparecieras en un segundo plano.

– Hicieron todo lo que pudieron. Eve y Joe son muy inteligentes, pero el primer año fue bastante duro para mí. -Sonrió sarcásticamente-. Pero, como bien has dicho, después de eso dejé de ser noticia. A Dios gracias. -Jane volvió a algo que Brenner había dicho antes-. ¿Trevor guarda la estatua de Cira en esa tal Pista de MacDuff? ¿Está eso en Escocia?

Brenner asintió con la cabeza.

– Oh, sí. La estatua es una obra de arte verdaderamente espléndida. Incluso un tipo ordinario como yo puede apreciarla. Entiendo por qué Trevor tenía que tenerla.

– Lo suficiente para negociar con un coleccionista que la había comprado ilegalmente para conseguirla -dijo con sequedad-. No estoy segura de que la quisiera por su mérito artístico. Él es como el resto de vosotros. Está obsesionado con Cira.

– La mujer con tu cara. -Brenner sonrió débilmente-. Una conexión interesante.

– No hay ninguna conexión. Ella lleva muerta dos mil años, y yo estoy muy viva. ¿Por qué te envió a Nápoles, en lugar de ir él mismo?

– Era un poco peligroso para él.

– ¿La policía italiana? ¿Encontraron el túnel donde Trevor descubrió esos pergaminos?

Brenner negó con la cabeza.

– No, como es natural había camuflado la entrada demasiado bien, pero un especialista que Trevor estaba utilizando para traducir los pergaminos cometió una indiscreción. Estaba intentando venderlos al mejor postor, y antes de que Trevor lo averiguara y le arrebatara los pergaminos, había hablado un poco demasiado con la gente equivocada. Según parece, en los pergaminos se mencionaba reiteradamente el oro.

– Sí, eso es lo que me dijo Trevor. ¿Quién era esa «gente equivocada»?

– Trevor se ha hecho un montón de enemigos a lo largo de los años -respondió de manera evasiva-. Estoy seguro de que lo hablará contigo.

– Pero tú no lo vas a hacer.

– No por el momento. Tengo que dejar algo para Trevor. Después de todos estos años probablemente vais a tener algunos horribles vacíos de conversación. -Se levantó-. Y quizá debería ir a tranquilizarlo, antes de que me convenzas de que lo cuente todo.

– No te he convencido de nada. Me has contado exactamente lo que querías contarme. Lo que querías que supiera. Lo que Trevor quería que supiera. ¿No es verdad?

Brenner sonrió abiertamente.

– Bueno, Trevor no quería que te dijera que estoy chiflado por Cira. Pensaba que no te agradaría.

– ¿Por qué habrías de ser diferente? -dijo ella cansinamente-. Se supone que ella fue la femme fatale del mundo antiguo. Supongo que has leído algunas de las traducciones que la describen, ¿no es así?

– Subidas de tono. Pero que muy subidas de tono. Parece que tenía tanto talento en la cama como en el escenario.

– Eso no significa que fuera una prostituta. Nació esclava e hizo lo que tenía hacer para sobrevivir.

– Hace un momento fuiste muy categórica al afirmar que no te parecías nada a ella. Ahora, la defiendes.

– Por supuesto que la defiendo. Ella no pudo evitar el hecho de haber nacido en un mundo en el que el sexo era una de las escasas armas que poseía una mujer de extracción humilde. Era fuerte e inteligente, y se merecería algo más que tener a una pandilla de machistas como vosotros babeando por ella.

– Tocado y hundido. -Le lanzó una sonrisa por encima del hombro cuando empezó a avanzar por el pasillo-. Pero eso es lo que ha conseguido por convertirse en leyenda. Asegúrate de sacar provecho de su ejemplo.

– No hay peligro. Como te dije, no nos parecemos en nada.

– ¡Oh!, he apreciado unas cuantas similitudes, aparte de tu cara. Eres inteligente; y sin duda alguna no eres débil. Y te gusta acomodar las circunstancias a tu conveniencia. -Abrió la puerta de la cabina del piloto-. Y si reflexionas sobre la publicidad que ya has adquirido en Internet y la prensa, vas de cabeza a convertirte en una leyenda.

– Eso es una chorrada. No tengo ningún deseo de… Brenner ya había cerrado la puerta detrás de él, y Jane se retrepó cansinamente en su asiento. Brenner estaba equivocado. A ella le gustaban las cosas claras y sin tapujos y odiaba ser el centro de atención. No como Cira, que había manipulado sin esfuerzo los corazones y las mentes de sus espectadores y de la gente que la rodeaba. Sí, tenía la sensación de comprender a Cira, pero eso no significaba que fuera a reaccionar alguna vez de la misma manera. Le parecía como si hubiera estado discutiendo aquello con todo el mundo desde el día en que aquel loco asesino había decidido que ella era una especie de reencarnación moderna de la mujer que su padre había adorado y que él odiaba. Jane había pensado que iba camino de olvidar aquello, pero allí estaba de nuevo. ¡Dios bendito!, estaba cansada del tema.


– Trevor -repitió Joe-. ¿Adónde demonios la está llevando?

– Te he contado todo lo que Jane me contó -dijo Eve-. Esa es la pregunta principal, y la segunda es cómo ha llegado a involucrarse Trevor en esto.

– Me importa un pepino. Lo único que importa es que se mantenga alejado de Jane. ¡Caray!, pensaba que había salido de su vida para siempre.

– Pues no. Quedaron demasiados cabos sueltos cuando Jane se fue de Herculano. Aunque confiaba en que tardara unos pocos años más.

– ¿Qué cabos sueltos? Aquello se acabó. Atrapamos a aquel asesino, Y Jane siguió con su vida.

– Bueno, eso parecía.

– Estás siendo condenadamente enigmática. Cuéntame.

– No es mi intención serlo. Sólo intento decir que estábamos tan desesperados por alejar a Jane de aquella pesadilla y de que volviera a la normalidad, que quizá nos precipitamos. Puede que hayamos cometido un error.

– Chorradas -dijo Joe cansinamente-. Bajo ningún concepto habría permitido que Jane se quedara por allí buscando aquellos pergaminos, mientras Trevor estaba en el mismo continente. Jane tiene una cabeza muy bien amueblada, y estaba claro que él era algo nuevo en su experiencia y que la fascinó. Es como un hipnotizador, y yo no deseaba que ella decidiera que quería ir tras él.

Ella le había dicho algo parecido a Jane, recordó Eve. Trevor y Jane se habían visto abocados a una intimidad excesiva, y hacia el final, Eve creyó haber visto indicios de los que Jane no era consciente.

– Bueno, pues ahora está con él. Me dijo que nos llamaría dentro de seis o siete horas. -Se interrumpió-. Se trata de Cira una vez más, Joe. De Cira y de aquel condenado oro. Y ahora han matado a Mike y a ese chico Donnell.

– Todavía no tenemos ninguna prueba de que exista una conexión.

– ¿Por qué, si no, iba a surgir Trevor de la nada después de todos estos años? La búsqueda de ese oro ha sido siempre su pasión. Y puso a Leonard como cebo para conseguir que Jane se fuera con él. Sí que hay una conexión.

– Entonces la encontraremos. Déjame que cuelgue el teléfono y llame a la Interpol y veré si puedo enterarme de algo de lo que ha estado tramando Trevor últimamente. -Se calló-. ¿Jane va a llamar dentro de seis o siete horas? ¿Qué destino llevaría tanto tiempo desde Boston? ¿Nápoles?

– ¡Dios mío!, espero que no.


– Bartlett me dijo que llamaste a Eve antes de que despegáramos. -Trevor se estaba acercando a Jane por el pasillo-. Y que me mencionaste. Eso debe haberla complacido.

– No, pero no podía dejarla en la más completa ignorancia, y pensé que más vale lo malo conocido… -Se encogió de hombros-. Puede que estuviera equivocada. Sabe muy bien lo temerario que eres, y a su pesar, en algunos momentos, sigue viéndome como a una niña que anda dando tumbos a ciegas.

– No, no es verdad. Pero es protectora con la gente que quiere, y nunca confió realmente en mí. Por eso me sorprende que me mencionaras.

– Confía en ti… dentro de unos límites.

– Porque es una mujer prudente. -Se sentó a su lado-. Ha pasado por demasiadas cosas para dejar que los extraños se acerquen lo suficiente para herirla.

– Te equivocas. Eve se expone a ser herida cada vez que empieza una reconstrucción.

– Eso es diferente. Ese es su trabajo, su vocación. Tú y Joe sois su vida, y ella haría cualquier cosa para protegeros, teneros felices y a salvo.

– No tiene nada de raro.

– No estoy diciendo que lo tenga. La admiro, y tenemos muchas cosas en común.

– Ella rebatiría esa afirmación -dijo Jane con sequedad-. Y yo también.

– Bueno, no sé. -Trevor le sostuvo la mirada-. Ya te protegí en una ocasión.

Jane se quedó repentinamente sin resuello, sintiéndose acalorada… ¡Oh, joder!, había pensado que aquello había acabado, y allí estaba, asaltándola de nuevo. No, no lo toleraría.

– ¡Dios mío!, ¿hasta dónde llega tu arrogancia? ¿Y se supone que tengo que darte las gracias por salvar a la pobre y tierna Lolita de sus deseos concupiscentes? -le preguntó con los diente apretados-. ¿No me deseabas? Fantástico. Yo tampoco te habría deseado, si hubiera tenido más experiencia. Supongo que has estado dándote palmaditas en la espalda todos estos años porque me salvaste de mí misma. Bien, puede que sólo tuviera diecisiete años, pero no era idiota, y tenía derecho a escoger libremente. Me trataste como si fuera una niña sin…

– Espera. -Trevor levantó la mano para detener el discurso-. ¿Cómo sabes qué era eso a lo que me refería cuando te dije que te había protegido? Después de todo, hice todo lo que pude para evitar que Aldo te matara.

Jane parpadeó.

– ¡Ah! -Luego estudió la expresión anodina de Trevor, y dijo con los dientes apretados-: ¡Maldito seas! No era a eso a lo que te referías.

– Pero podría haber sido que sí. -Trevor sonrió con malicia-. Y era la única manera de poder desactivar todos esos insultos con los que me estabas colmando.

– No has desactivado nada, y yo… -Pero el inteligente bastardo había hecho exactamente eso. La furia y el dolor enardecidos por aquellos recuerdos se habían aliviado-. Quería decir todo lo que he dicho, y menos mal que ha salido a relucir.

– De acuerdo. ¿Y no se te ocurrió que esa podría ser la razón de que lo hiciera? No sirve de nada tener una herida abierta que podría ponerse a supurar en cualquier instante, cuando tenemos otros problemas que resolver.

– ¡Qué metáfora de tan mal gusto! Y no te hagas ilusiones. No estaba supurando.

– Puede que no estuviera hablando de ti.

El acaloramiento de nuevo. ¡Por Dios!, ¿qué le estaba pasando?

Jane apartó rápidamente la mirada.

– No intentes engatusarme. Sé lo mucho que te gusta controlar las situaciones. Pero ésta no la vas a controlar, Trevor. Deja de intentar manipularme y dime por qué querías que viniera contigo.

– Ya te lo dije, para eliminar un arma más que puede ser utilizada en mi contra.

– ¿Por quién?

Él no respondió.

– Vine contigo porque no pude encontrar una alternativa inmediata que me diera lo que necesito. Pero no me voy a quedar en ninguna parte, si te andas con secretitos.

Trevor asintió con la cabeza.

– Confiaba en tener un poco más de tiempo, pero sabía que todo se reduciría a esto.

– Tienes toda la maldita razón. ¿Quién?

– Un tipo extremadamente malvado que responde al nombre de Rand Grozak.

– ¿Malvado? ¿Cómo de malvado?

– Asesinatos, contrabando, drogas, prostitución. Chapotea en muchísimas actividades para conseguir lo que quiere.

– ¿Y qué tuvo que ver con la muerte de Mike?

– Leonard trabaja para él. No creo que Grozak le pidiera que matara a Fitzgerald. Eso fue una metedura de pata. Fue un intento de secuestro, y tú eras el objetivo.

– ¿Por qué? Y no me cuentes lo de tu talón de Aquiles. Si te conoce tan bien como dices que te conoce, ha de saber que eres demasiado difícil para dejarte influenciar.

– Es alentador darse cuenta de lo bien calado que me tienes -murmuró-. Pero puede que Grozak perciba otro lado más sensible de mi personalidad.

– ¿Por qué quería ir a por mí? -repitió ella.

– Quiere el oro de Cira, y está buscando obtener una ventaja. Probablemente crea que tú sepas donde está.

– Eso es una locura. ¿Por qué? Eres tú el que lleva años buscándolo. Y fuiste tú quien encontró los pergaminos.

– Tal vez crea que puedo haber compartido la información contigo. Estuvimos juntos en Herculano hace cuatro años. Tú has participado en tres excavaciones arqueológicas en Herculano desde entonces. Súmalo todo, y Grozak daría por sentado que también participabas en la búsqueda del oro.

– No todo el mundo antepone el dinero al conocimiento.

– No convencerás a Grozak de semejante cosa. El dinero es lo que hace que su mundo gire.

– Y también el tuyo.

– No negaré que me gusta. No hace que gire mi mundo, pero me intriga. Es como la presa en la caza mayor. -Apretó los labios-. Y me atengo a las normas. Grozak no.

– Que te jodan. La vida no es un juego de mesa. Y tú eres tan malvado como Grozak, si crees que es así.

– No, no lo soy. Te lo seguro, en cuanto lo conozcas estarás de acuerdo conmigo.

– No deseo conocerlo. Quiero verlo entre rejas. -Le sostuvo la mirada-. En cuanto lleguemos a Escocia voy a llamar a Joe y darle el nombre de Grozak.

– Pensé que lo harías. Por eso quería un poco de tiempo, para que superases tu primera reacción emocional y fueras capaz de volver a razonar.

– Recurrir a la ley es razonable.

– Razonable, pero no efectivo si quieres a Grozak. Lleva años eludiendo a la justicia, y se le da muy bien. Tú no quieres que suspenda las operaciones y desaparezca, si huele problemas.

– Tampoco quiero que el hijo de puta que mató a Mike ande libre por ahí con una sonrisa en los labios.

– Eres hija de policía. Conoces el gran porcentaje de asesinos que no son atrapados nunca. Y la mayoría no tiene tantos contactos ni tanta gente protegiéndolos como Grozak.

– No va a escapar.

– Nunca dije que lo fuera a hacer. No puedo permitir que lo haga. Es un peligro, y tiene que ser eliminado. -Las palabras fueron dichas con sencillez aunque con absoluta frialdad, lo que hizo que una oleada de miedo recorriera a Jane. Trevor solía ser tan sobrio que a veces ella se olvidaba de lo letal que podía ser.

– ¿Y cómo pretendes hacerlo?

– Él me quiere muerto, quiere el oro. Puesto que no puede tener ni lo uno ni lo otro, le dejaré que se acerque lo suficiente para abalanzarme sobre él. -Sonrió-. Y me abalanzo muy bien, Jane.

– Imagino que sí. -Apartó la mirada de él-. Pero sigue sin convencerme que deba confiar en ti, en lugar de en la policía.

– ¿Qué te parece si te lo digo? Porque te compensaré.

– No quiero el oro.

– Ya hemos tratado ese tema. Sé lo que quieres. -Se inclinó hacia ella, y su voz disminuyó hasta adquirir una suavidad aterciopelada-. Y te lo daré. Todo, lo que quieras.

Su mirada volvió como una flecha a la cara de Trevor y se vio atrapada, cautivada, por la intensidad y el carisma que electrizaba su expresión. Había dibujado aquella cara cientos de veces y conocía cada arruga y hendidura de sus labios, y el azul de los ojos, que a menudo podían ser fríos y que sin embargo en otras eran cálidos como un mar tropical. En ese momento aquellos ojos eran muy cálidos. No podía estar refiriéndose a… No, por supuesto que no. No sin esfuerzo, Jane apartó la mirada.

– Los pergaminos. Estás hablando de los pergaminos.

– ¿Ah, sí? -Su sonrisa se desvaneció-. Por supuesto. ¿De qué si no? -Trevor se metió la mano en el bolsillo de su chaqueta-. Te he traído un regalo.

Un piedra azul con una talla cabojón reposaba en su mano.

– Es uno de los lapislázulis de los contenedores de bronce de los pergaminos. No es muy bonita, pero pensé que te gustaría.

Dos mil años de antigüedad.

Jane alargó la mano y tocó el lapislázuli con cautela.

– Es tan antigua… No deberías haberla quitado de su sitio.

– No lo hice. Se cayó cuando estaba abriendo el tubo. -Su mano rozó la de Jane cuando depositó el lapislázuli en su palma.

Jane se estremeció y se obligó a mantener firme la mano. ¡Por Dios!, apenas la había tocado, y ella había sentido como si las ondas de una descarga eléctrica se hubieran mecido entre ellos. Levantó la vista y se lo encontró estudiándole la expresión.

– Y tenía razón, tiene mejor aspecto contigo.

– ¿Es esto alguna especie de soborno?

– Considéralo más como una promesa. Prometo dejarte leer el pergamino que estaba en ese tubo, si me concedes un poco de tiempo para encontrar ese cofre y eliminar a Grozak de este ámbito terrenal.

– ¿Sólo ese pergamino?

Trevor se rió entre dientes.

– Ávida. No, te los dejaré leer todos. Pero este era particularmente interesante, y creo que te entusiasmarás tanto como me entusiasmé yo.

Jane sintió la excitación cuando bajó la mirada al lapislázuli.

– ¿Por qué? ¿En qué era diferente?

– Lo escribió Cira.

Levantó la vista, sobresaltada.

– ¿Qué?

– Cira. Los demás fueron escritos por Julius Precebio y sus escribas, pero este sin duda era de Cira.

– ¡Dios mío! -susurró ella.

– Sólo un poco de tiempo -dijo Trevor persuasivamente-. Quédate conmigo. Déjame que te mantenga a salvo. ¿Quieres a Grozak? Lo tendrás. ¿Quieres leer los pergaminos? Los tendrás. Es una situación en la que no tienes nada que perder.

La determinación de Jane estaba cediendo, inclinándose a cada palabra. Tenía que borrárselo de la mente, tenía que pensar. Podía sentir como iba cayendo bajo el encanto de Trevor.

Sólo un poco de tiempo.

Él no le había pedido un compromiso irrevocable.

Una situación en la que no tienes nada que perder.

¡Señor!, Jane no sabía si Trevor tenía razón, pero de repente supo que iba a averiguarlo.

Se recostó en el asiento.

– Dos días. Te daré dos días.


* * *
Загрузка...