35

Pasaban de las cinco cuando llegamos a la jefatura, y pese a las miradas furibundas de Deborah, cargué a Cody y a Astor en mi humilde vehículo y me dirigí a casa. Estuvieron callados durante la mayor parte del trayecto, al parecer conmocionados todavía por su encuentro con el tipo aterrador. Pero eran niños resistentes, algo demostrado ampliamente por el hecho de que aún eran capaces de hablar, teniendo en cuenta lo que su padre biológico les había hecho. Cuando sólo faltaban unos diez minutos para llegar, Astor empezó a recuperar la normalidad.

—Ojalá condujeras como la sargento Debbie —dijo.

—Preferiría vivir un poco más —contesté.

—¿Por qué no llevas sirena? ¿No quieres una?

—Los forenses no tenemos sirenas —le expliqué—. Y no, nunca quise una. Prefiero mantener un perfil bajo.

Vi por el retrovisor que fruncía el ceño.

—¿Qué significa eso? —preguntó.

—Significa que no quiero atraer la atención hacia mi persona —dije—. No quiero que la gente se fije en mí. Es algo que los dos tenéis que aprender.

—Todo el mundo quiere que se fijen en ellos —argumentó Astor—. Todo lo que hacen es para que la gente los mire.

—Vosotros sois diferentes —repliqué—. Siempre seréis diferentes, y nunca seréis como los demás. —La niña no dijo nada durante un largo rato, y yo la miré por el retrovisor. Tenía la vista clavada en sus pies—. Eso no es necesariamente malo. Dime otra palabra que signifique «normal».

—No sé —dijo malhumorada.

—Corriente. ¿Quieres ser corriente?

—No —acepté en un tono menos desdichado—. Pero entonces, si no somos corrientes, la gente se fijará en nosotros.

—Por eso tenéis que aprender a mantener un perfil bajo —dije, complacido en secreto de cómo se había desarrollado la conversación hasta demostrar que yo estaba en lo cierto—. Tenéis que fingir ser realmente normales.

—De modo que nunca deberíamos permitir que nadie se diera cuenta de que somos diferentes —dijo Astor—. Nadie.

—Exacto.

Miró a su hermano, y sostuvieron otra de sus largas conversaciones silenciosas. Me gustó continuar en silencio, mientras me abría paso entre la congestión vespertina y sentía pena por mí.

Al cabo de unos minutos, Astor volvió a hablar.

—Eso significa que no deberíamos decir a mamá lo que hemos hecho hoy.

—Podéis hablarle del microscopio.

—¿Y de lo demás? ¿El tipo aterrador y el paseo con la sargento Debbie?

—De eso no.

—Pero se supone que nunca hemos de mentir —dijo la niña—. Sobre todo a nuestra madre.

—Por eso no has de contarle nada —le expliqué—. No es necesario que sepa cosas que la preocuparán demasiado.

—Pero ella nos quiere. Quiere que seamos felices.

—Sí, pero ha de pensar que eres feliz de una manera que ella pueda comprender. De lo contrario, no será feliz.

Siguió otro largo silencio, hasta que Astor volvió a hablar, justo antes de doblar por nuestra calle.

—¿El tipo aterrador tiene madre?

—Casi con toda seguridad —respondí.

Rita debía de estar esperando al lado de la puerta, porque en cuanto aparcamos ésta se abrió y salió a nuestro encuentro.

—Bien, hola —dijo risueña—. ¿Qué habéis aprendido hoy?

—Vimos tierra —dijo Cody—. De mi zapato. Rita parpadeó.

—Vaya —dijo.

—Y también había un trozo de palomita de maíz —dijo Astor—. Miramos por el micrófono y pudimos saber dónde habíamos estado.

—Microscopio —rectificó Cody.

—Da igual. —Astor se encogió de hombros—. También podías saber de quién eran los pelos, si de gato o de cabra.

—Caray —dijo Rita, algo superada por las circunstancias y vacilante—. Supongo que os lo habéis pasado en grande.

—Sí —dijo Cody.

—Bien —dijo Rita—. Id a hacer los deberes, mientras yo os preparo algo de comer.

—Vale —dijo Astor, y Cody y ella entraron corriendo en casa. Rita los siguió con la mirada hasta que desaparecieron, y después se volvió hacia mí y se cogió de mi brazo mientras los seguíamos.

—¿Así que todo fue bien? —preguntó—. O sea, con el… Parecían muy, hum…

—Sí —dije—. Creo que están empezando a entender las consecuencias de hacer esas tonterías.

—No les enseñarías nada demasiado lúgubre, ¿verdad?

—En absoluto. Ni siquiera sangre.

—Estupendo —dijo, y apoyó la cabeza sobre mi hombro, un precio que hay que pagar, imagino, cuando vas a casarte con alguien. Tal vez era una forma de marcar su territorio en público, en cuyo caso pensé que debía alegrarme de que no lo hiciera con el método tradicional de los animales. En cualquier caso, demostrar afecto mediante el contacto físico es algo que no consigo entender, y me siento un poco incómodo, pero la rodeé con un brazo, pues sabía que era la reacción humana correcta, y seguimos a los niños al interior de la casa.

Estoy seguro de que no es correcto llamarlo sueño, pero por la noche volvió aquel sonido a mi pobre y torturada cabeza, la música, los cánticos y el retumbar de metales que ya había oído en anteriores ocasiones, y la sensación de calor en la cara, y una oleada de salvaje alegría que nacía en el lugar especial interior que estaba vacío desde hacía tanto tiempo. Desperté parado ante la puerta de la calle con la mano en el pomo, cubierto de sudor, satisfecho, complacido y no tan nervioso como debería estar.

Conocía el término «sonambulismo», por supuesto. Pero también sabía por mis clases de psicología de primero que los motivos de que alguien camine en sueños no suelen estar relacionados con el hecho de que oiga música. Y también sabía, en el fondo de mi ser, que debería estar angustiado, preocupado, molesto por las cosas que habían ocurrido en mi inconsciente. No pertenecían a ese lugar, era imposible que pudieran estar ahí, y sin embargo, estaban allí. Pero me alegraba de ello, y eso era lo más aterrador de todo.

La música no era bienvenida en el Auditorio de Dexter. No la quería. Deseaba que se marchara. Pero llegaba, sonaba y me deparaba una felicidad sobrenatural, en contra de mi voluntad, y después me depositaba junto a la puerta de la calle, con la intención de sacarme fuera y…

¿Y qué? Era un pensamiento estilo monstruo-debajo-de-la-cama, surgido de mi cerebro de reptil, pero…

¿Fue un impulso fortuito, un movimiento inconsciente, lo que me sacó de la cama y me guió hacia la puerta? ¿O algo estaba intentando que la abriera y saliera a la calle? El otro había dicho a los niños que yo lo encontraría cuando llegara el momento… ¿Era éste el momento preciso?

¿Alguien quería a Dexter solo e inconsciente en la noche?

Era un pensamiento maravilloso, y me sentí muy orgulloso de haberlo parido, porque significaba que había sufrido lesiones cerebrales graves y ya no podía considerarme responsable. Una vez más, estaba abriendo nuevos caminos en el territorio de la estupidez. Era imposible, absurdo, histérico. Nadie en el mundo podía desperdiciar tanto el tiempo. Dexter no era lo bastante importante para nadie más que para Dexter, y para demostrarlo encendí el foco del porche delantero y abrí la puerta.

Al otro lado de la calle, a unos quince metros hacia el oeste, un coche se puso en marcha y se alejó.

Cerré la puerta con doble llave.

Y ahora me tocó a mí sentarme a la mesa de la cocina, beber café y meditar sobre el gran misterio de la vida.

El reloj anunciaba las 3.32 cuando me senté, y las 6.00 cuando Rita entró por fin.

—Dexter —dijo, con una expresión de sorpresa en la cara adormilada.

—En carne y hueso —dije, y me costó muchísimo mantener mi fachada artificial de buen humor. Ella frunció el ceño.

—¿Pasa algo?

—Nada en absoluto —dije—. Sólo que no podía dormir.

Rita inclinó la cara hacia el suelo, caminó arrastrando los pies hacia la cafetera y se sirvió una taza. Después, se sentó a la mesa frente a mí y tomó un sorbo.

—Dexter —dijo—, las reservas son perfectamente normales.

—Por supuesto —dije, sin tener ni idea de a qué se refería—, de lo contrario no encontrarías mesa.

Ella meneó la cabeza con una sonrisa cansada.

—Ya sabes a qué me refiero —dijo, lo cual no era cierto—. Sobre la boda.

Una débil luz se encendió en alguna parte de mi cabeza, y estuve a punto de decir «aja». La boda, claro. Las hembras humanas estaban obsesionadas con las bodas, aunque no fueran las de ellas. Cuando se trataba de la propia, la idea ocupaba cada momento de sueño y de vigilia. Rita observaba todo lo que pasaba a través de unas gafas de colores especiales para bodas. Si yo no podía dormir, era por culpa de las pesadillas provocadas por nuestra inminente boda.

Yo, por mi parte, no estaba afligido por eso. Tenía cosas mucho más importantes de que preocuparme, y la boda era algo que seguía su camino con piloto automático. En un momento dado haría acto de aparición, sucedería y se acabó. No era un punto de vista que podía compartir con Rita, por sensato que a mí se me antojara. No, tenía que encontrar un motivo plausible de mi insomnio, y además necesitaba tranquilizarla acerca de mi entusiasmo por el maravilloso acontecimiento que se cernía en el horizonte.

Paseé la vista por la cocina en busca de una pista, y por fin vi algo en las dos fiambreras apiladas junto al fregadero. Un sitio estupendo para empezar: rebusqué en las profundidades de mi cerebro embotado y extraje lo único que me pareció mínimamente útil.

—¿Qué sucedería si no soy lo bastante bueno para Cody y Astor? —dije—. ¿Cómo puedo ser su padre si no lo soy? ¿Y si soy incapaz de conseguirlo?

—Oh, Dexter —replicó ella—. Eres un padre maravilloso. Te adoran.

—Pero —insistí, en un esfuerzo doble por parecer sincero y encontrar la frase siguiente—, pero ahora son pequeños. Cuando se hagan mayores, cuando quieran tener noticias de su verdadero padre…

—Saben todo cuanto necesitan saber sobre ese hijo de puta —soltó Rita. Me sorprendió. Nunca la había oído utilizar un lenguaje grosero. Cabía la posibilidad de que ella tampoco, porque empezó a ruborizarse—. Tú eres su verdadero padre. Eres el hombre al que hacen caso, al que escuchan, al que quieren. Eres justo el padre que necesitan.

Supongo que, al menos en parte, era cierto, pues era el único que podía enseñarles el Código de Harry y otras cosas que necesitaban saber, aunque sospechaba que no era esto exactamente lo que Rita tenía en mente, pero no me pareció diplomático mencionarlo.

—Quiero hacerlo bien —me limité a decir—. No puedo fracasar, ni siquiera un momento.

—Oh, Dex, la gente siempre fracasa. —Esto era muy cierto. Había observado en numerosas ocasiones que el fracaso parecía ser una de las características definitorias de la especie—. Pero lo seguimos intentando, y al final sale bien. De veras. Serás un padre estupendo, ya lo verás.

—¿En serio lo crees? —pregunté, sólo avergonzado a medias de mi penosa sobreactuación.

—Lo sé —contestó, con su sonrisa patentada. Aferró mi mano—. No permitiré que fracases. Ahora eres mío.

Era una afirmación osada, arrojar a un lado la Proclamación de Emancipación y decir que era mi ama. De todos modos, dio la impresión de clausurar un momento embarazoso de una manera confortable, de modo que la pasé por alto.

—De acuerdo —dije—. Vamos a desayunar. Ladeó la cabeza y me miró, me di cuenta de que yo había desafinado en algo, pero se limitó a parpadear varias veces.

—De acuerdo —dijo, se levantó y empezó a preparar el desayuno.

El otro había abierto a la puerta por la noche, y luego la había cerrado atemorizado, de eso no cabía duda. Había sentido miedo. Oyó la llamada y acudió, y tuvo miedo. De modo que el Vigilante ya no dudó más.

Había llegado el momento.

Ahora.

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