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Por supuesto, incluso con los gloriosos planes de Rita en marcha, la vida no era sólo vino y rosas. También había trabajo de verdad que hacer. Y como Dexter es muy concienzudo, estaba en ello. Había pasado las dos últimas semanas dando las pinceladas finales a mi nuevo lienzo. El joven caballero que espoleaba mi inspiración había heredado una gran cantidad de dinero, y al parecer lo había estado utilizando para el tipo de espantosas escapadas homicidas que hacían que me dieran ganas de ser rico yo también. Se llamaba Alexander Macauley, aunque se hacía llamar «Zander», lo cual me parecía un poco pijo, pero tal vez ése era el motivo. Al fin y al cabo, era un hippy recalcitrante entregado a los fondos de inversiones, alguien que nunca había trabajado en serio en su vida, devoto de la alegre diversión que habría acelerado mi vacío corazón, si al menos Zander hubiera demostrado un mejor gusto a la hora de elegir a sus víctimas.

El dinero de la familia Macauley procedía de inmensas hordas de ganado, interminables limoneros, y vertidos de fosfatos en el lago Okeechobee. Zander visitaba con frecuencia las zonas pobres de la ciudad para distribuir su riqueza entre los sin techo de la ciudad. Y los escasos agraciados eran conducidos al rancho de la familia y recibían un empleo, según averigüé en un artículo lacrimógeno y fascinado del periódico.

Dexter siempre aplaude el espíritu caritativo, por supuesto. Pero en general, soy tan partidario de él porque casi siempre constituye una señal de advertencia de que algo inicuo, perverso e inquietante está sucediendo detrás de la máscara de la Madre Teresa. No es que haya dudado alguna vez de que en las profundidades del corazón humano anida un espíritu de fervorosa caridad, combinado con el amor al prójimo. Pues claro que sí. O sea, estoy seguro de que debe existir en algún sitio. Sólo que yo nunca lo he visto. Y como carezco de humanidad y de corazón, estoy obligado a basarme en la experiencia, la cual me dice que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, y casi siempre también acaba ahí.

De modo que cuando veo a un joven acaudalado, apuesto y de apariencia normal dilapidar sus recursos en los débiles y los oprimidos, me cuesta aceptar el altruismo así sin más, por hermosa que sea la presentación. Al fin y al cabo, soy un especialista en vender una imagen encantadora e inocente de mí, y ya sabemos lo precisa que es, ¿verdad?

Por suerte para mi persistente visión del mundo, Zander no era diferente: sólo mucho más rico. Y por culpa de su dinero heredado se había vuelto un poco chapucero. Porque en las meticulosas declaraciones de impuestos que descubrí, daba la impresión de que el rancho de la familia estaba desocupado y ocioso, lo cual significaba que, llevara adonde llevara a sus queridos amigos parias, no era a una vida feliz y saludable dedicada a las labores del campo.

Mejor aún para mis propósitos, fueran adonde fueran con su nuevo amigo Zander, lo hacían descalzos. Porque en una habitación especial de su encantadora casa de Coral Gables, custodiada por cerraduras muy astutas y costosas que tardé en abrir casi cinco minutos completos, Zander había guardado algunos recuerdos. Un monstruo no debe correr esos riesgos. Lo sé muy bien, porque yo también lo hago. Pero si algún día un esforzado investigador se topa con mi cajita de recuerdos, no encontrará más que unas placas de vidrio, cada una con una sola gota de sangre conservada encima, y ninguna forma de demostrar que cualquiera de ellas posea algún significado siniestro.

Zander no era tan listo. Había guardado un zapato de cada una de sus víctimas, y confiaba en demasiado dinero y una puerta cerrada para conservar a salvo sus secretos.

Pero bueno. No me extraña que los monstruos se hayan granjeado una reputación tan nefasta. Era demasiado ingenuo para expresarlo con palabras. ¿Con zapatos? En serio, ¿zapatos, algo tan profano? Intento ser tolerante y comprensivo con las debilidades ajenas, pero esto era demasiado. ¿Cuál podía ser la atracción de una zapatilla sudada, incrustada de barro y con veinte años de antigüedad? ¿Y encima, dejarlas al descubierto así? Era casi insultante.

En buena lógica, Zander debía pensar que, si algún día lo pillaban, podría contar con los mejores servicios jurídicos del mundo, y que seguramente sólo le caerían trabajos comunitarios. Un poco irónico, teniendo en cuenta que todo había empezado por ahí. Pero no había contado con que lo pillara Dexter en lugar de la policía. Y su juicio tendría lugar en el Tribunal de Tráfico del Oscuro Pasajero, en el cual no hay abogados (aunque confío en pillar pronto alguno), y el veredicto siempre es definitivo.

Pero ¿un zapato era realmente una prueba suficiente? No me cabía duda de la culpabilidad de Zander. Aunque el Oscuro Pasajero no hubiera estado cantando arias mientras yo contemplaba los zapatos, sabía muy bien lo que significaba la colección: abandonado a su suerte, Zander seguiría coleccionando zapatos. No me cabía ninguna duda de que era un mal hombre, y ansiaba sostener una conversación a la luz de la luna con él, a fin de ofrecerle agudos comentarios. Pero tenía que estar absolutamente seguro. Ése era el Código de Harry.

Siempre había seguido las reglas dictadas por Harry, mi padre adoptivo, de profesión policía, quien me enseñó a ser lo que soy con modestia y exactitud. Me había enseñado a dejar una escena del crimen limpia, como sólo puede hacerlo un policía, y me había enseñado a utilizar el mismo tipo de minuciosidad a la hora de elegir a mi pareja de baile. Si existía alguna duda, no podría invitar a Zander.

¿Y ahora? Ningún tribunal del mundo condenaría a Zander por algo más grave que fetichismo antihigiénico, basándose en su exhibición de calzado. Pero ningún tribunal del mundo contaba con el experto testimonio del Oscuro Pasajero, aquella voz interior suave y perentoria que exigía acción y nunca se equivocaba. Y con aquella voz sibilante resonando en mi oído interior era difícil conservar la calma y la imparcialidad. Deseaba tanto invitar a Zander a su Ultimo Baile como deseaba seguir respirando.

Yo quería, de eso estaba seguro…, pero sabía lo que Harry diría. No era suficiente. Me enseñó que es importante ver cadáveres para estar seguro, y Zander había logrado esconderlos todos lo bastante bien para que me fuera imposible localizarlos. Y sin un cadáver, por más que quisiera tendría que aguantarme.

Volví a mis investigaciones para descubrir dónde podía ocultar una hilera breve de cadáveres en salmuera. Su casa estaba descartada. Había entrado y no había descubierto otra cosa que el museo de zapatos, y el Oscuro Pasajero es un especialista en husmear colecciones de cadáveres. Además, no había sitio en su casa. En Florida no hay sótanos, y era un barrio en que no podías cavar en el patio o cargar cadáveres sin ser observado. Una breve consulta con el Pasajero me convenció de que alguien que montaba sus recuerdos en placas de nogal se desharía de los restos con pulcritud.

El rancho era una posibilidad excelente, pero un rápido desplazamiento al lugar no reveló la menor huella. Estaba claro que llevaba abandonado algún tiempo. Hasta el camino de entrada estaba invadido de malas hierbas.

Indagué más: Zander tenía un apartamento en Maui, pero eso estaba muy lejos. Poseía algunas hectáreas en Carolina del Norte. Posible, pero la idea de conducir doce horas con un cadáver en el maletero se me antojaba improbable. Poseía acciones de una empresa que estaba intentando urbanizar Toro Key, una pequeña isla al sur de Cape Florida. Pero eso también estaba descartado. Podía entrar demasiada gente y husmear. En cualquier caso, recordaba que, cuando era más joven, había intentado desembarcar en Toro Key, y había guardias armados para mantener alejada a la gente. Tenían que estar en otro sitio.

Entre sus muchos bienes y posesiones, lo único que parecía lógico era el barco de Zander, un Cigarette de catorce metros. Sabía por mi experiencia con un monstruo anterior que un barco proporcionaba maravillosas oportunidades para deshacerse de restos. Basta con atar un peso al cuerpo, arrojarlo por la borda, y adiós muy buenas. Limpio, pulcro, inmaculado. Sin problemas, sin pruebas.

Para mí tampoco existía la posibilidad de lograr la prueba que necesitaba. Zander tenía amarrado el barco en el puerto deportivo más exclusivo de Coconut Grove, el Royal Bay Yacht Club. Su seguridad era muy buena, demasiado buena para que Dexter se colara con una ganzúa y una sonrisa. Era un puerto deportivo que prestaba todo tipo de servicios a los muy ricos, el tipo de lugar donde limpiaban y sacaban brillo a tu bolina cuando llevabas el barco. Ni siquiera tenías que cargarlo de combustible. Llamabas antes y ya lo tenían todo preparado, hasta champán muy frío en la cabina. Guardias armados de sonrisa dichosa patrullaban la zona día y noche, se sacaban el sombrero ante la Calidad y disparaban a cualquiera que saltara la valla.

Era imposible subir al barco. Estaba tan seguro de ello como de que Zander lo utilizaba para deshacerse de los cadáveres, y también el Oscuro Pasajero, que cuenta todavía más. Pero no había forma de entrar.

Era irritante, incluso frustrante, imaginar a Zander con su último trofeo (probablemente empaquetado en un arcón congelador forrado de oro), llamando al capitán de puerto para ordenar que llenaran el depósito de combustible, y después paseando con parsimonia hasta el muelle, mientras dos seguratas malhumorados subían el arcón congelador a bordo del barco y se despedían de él con respeto. Pero yo no podía subir al barco ni demostrarlo. Sin esa prueba definitiva, el Código de Harry no me permitiría proceder.

Por seguro que estuviera, ¿qué me quedaba? Podía intentar sorprender a Zander in fraganti la próxima vez. Pero no había forma de saber con seguridad cuándo sería, y no podía vigilarle todo el tiempo. Tenía que aparecer en el trabajo de vez en cuando, y también en casa, y seguir fingiendo que llevaba una vida normal. Si la pauta no cambiaba, en algún momento de las próximas semanas Zander llamaría al capitán de puerto, ordenaría que prepararan su barco y…

Y el capitán de puerto, como era un empleado eficiente de un club de ricos, tomaría nota de todos los trabajos efectuados en el barco y cuándo: la cantidad de combustible, el tipo de champán, la cantidad de Windex utilizado para limpiar el parabrisas. Lo introduciría todo en un archivo llamado «Macauley» y lo guardaría en su ordenador.

Y de repente, volvíamos de nuevo al mundo de Dexter, mientras el Pasajero me urgía a utilizar el teclado.

Dexter es modesto, incluso humilde, y muy consciente de los límites de su considerable talento. Pero si existía un límite a lo que podía descubrir mediante el ordenador, aún no lo había hallado. Me senté y me puse manos a la obra.

Me costó menos de media hora entrar en el ordenador del club y encontrar los registros. Todos los servicios estaban anotados. Los comparé con las reuniones de la junta directiva de la organización caritativa favorita de Zander, One World Mission of Divine Light, que estaba en la periferia de Liberty City. El 14 de febrero, la junta directiva tuvo el placer de anunciar que Wynton Alien sería trasladado desde el cubil de iniquidad que era Miami al rancho de Zander para ser rehabilitado mediante el trabajo honrado. Y el 15 de febrero, Zander había hecho una travesía en barco en la que había utilizado 35 galones de combustible.

El 11 de marzo, Tyrone Meeks había recibido una alegría similar. Y el 12 de marzo, Zander fue a pasear en el barco.

Siempre igual. Cada vez que un afortunado sin techo era elegido para una vida de bucólica alegría, Zander ordenaba que tuvieran preparado su barco para dentro de veinticuatro horas.

No había visto los cadáveres, pero el Código de Harry había sido creado para operar en las grietas del sistema, en las zonas oscuras de la justicia perfecta antes que de la ley perfecta. Yo estaba seguro, el Pasajero estaba seguro, y eso era prueba suficiente para complacernos a todos.

Zander haría un tipo diferente de crucero nocturno, y ni todo su dinero conseguiría que flotara.

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