QUINCE

– ¿Puedes quedarte con Sarah durante un rato? -Estoy hablando por teléfono con Susan, y uso una hoja de papel para barrer el polvo de grafito del tablero de mi escritorio, como si fuese nieve negra-. No, en estos momentos no puedo decirte por qué.

Floyd Avery se halla en el umbral de mi despacho, observando a Harry que trajina en medio de los papeles que cubren el suelo y le llegan casi hasta las rodillas. Mi socio se aparta para no pisar los pedazos de madera astillada caídos procedentes de uno de los cajones de mi buró.

– No me pidas explicaciones -le digo a Susan-. Es preferible que Sarah esté lejos de nuestra casa durante unos días. Esta noche te lo explico. ¿Puedes pasarte por el colegio a recogerla? Gracias, te debo un favor.

Ella me contesta que le debo más de un favor, y luego me envía un sonoro beso de despedida. Como Avery me está mirando, yo no correspondo al beso, y me limito a colgar.

– Al menos debió decirle usted a la chica que la quiere -dice él-. Lo que le ha enviado ha sido todo Un beso.

Albergo la esperanza de que no haya escuchado la voz de Susan con claridad suficiente para reconocerla.

– Recuérdenme que no contrate a su conserje -dice Avery-. Por suerte, ésta no es mi jurisdicción. Pero si quieren un consejo, es mejor que, si tienen alguna esperanza de conseguir huellas dactilares, no toquen nada.

– Los técnicos ya han espolvoreado -dice Harry.

Avery mira la repisa de una de las ventanas.

– Pensé que eran excrementos de hormiga -dice.

– Sí, supongo que los técnicos policiales reservan los excrementos de hormiga para cuando los ladrones allanan una comisaría -dice Harry-. No se molestaron en espolvorear la puerta principal. Como estaba rodeada de madera astillada, supusieron que fue por ahí por donde entraron.

– Probablemente pensaron que no se sacan grandes pistas de la suela de una bota que se ha utilizado para echar una puerta abajo -dice Avery.

– Lo único que sé es que a los de la limpieza les llevará un mes sacar el polvo negro de las ventanas que estaban cerradas. -Harry está recogiendo los papeles desperdigados por el suelo.

– ¿Echan algo en falta? -pregunta Avery.

– Sí. Vamos a darles a ustedes un inventario -dice Harry- en cuanto acabemos de hacer recuento de lo que falta: las confesiones de asesinato, las notas sobre los envíos de droga, y la lista de los que liquidaron a JFK. Qué demonios, podrían ustedes entrar a saco en nuestros papeles y cerrar todos los casos que su departamento tiene pendientes.

– No me importaría hacerlo -dice Avery.

Decido intervenir.

– ¿Qué lo trae por aquí? -pregunto.

– Me enteré del allanamiento y decidí venir a ver qué había pasado.

– Seguro que pensó que lo ocurrido tenía algo que ver con Jonah Hale.

– ¿Y es así?

– Debería usted confiar más en su instinto. Si lo hubiera hecho antes, nunca habría arrestado a Jonah por el asesinato de Suade.

– Quienes dieron la orden fueron otros -dice Avery.

– ¿O sea que no está usted asignado al caso?

– Afortunadamente, no. Pero si yo fuera cliente de ustedes, no me sentiría demasiado cómodo.

Harry sigue refunfuñando.

– Las únicas huellas que van a encontrar son las tuyas y las mías -dice.

– Tal vez tengamos suerte y detengamos a uno de sus clientes -dice Avery-. Quizá a alguno que tenga antecedentes de robo con escalo. Deberían ustedes considerar esto como una de esas experiencias que expanden los horizontes. Ahora están viendo las cosas desde el punto de vista de las víctimas.

Harry lo mira con una expresión que equivale a un escupitajo.

– ¿Tienen ustedes alguna idea de quiénes entraron aquí? -pregunta Avery-. ¿O de lo que buscaban?

– Probablemente fueron los mismos que anoche siguieron a Paul cuando salió de la cárcel.

Avery dirige una mirada a Harry y luego dice:

– Por esa zona hay mala gente. Aunque la mayoría está detrás de las rejas.

– No, no fueron los alguaciles de la cárcel quienes lo siguieron -dice Harry-. Un coche lleno de mexicanos. Al menos, la matrícula del coche era mexicana.

– ¿Qué clase de coche era?

– Un Mercedes SL viejo. Creo. Tendrá que preguntarle a un mecánico alemán. Esos cacharros me confunden. Tienen demasiadas letras distintas.

– Quizá se tratase de un cliente insatisfecho -dice Avery.

– No se me ocurre a nadie así -le contesto.

– ¿Pretende decirme que todos sus clientes están contentos con ustedes?

– No, no pretendo decir eso. Pero no fue un cliente, ni antiguo ni actual. Sin embargo, puede existir una conexión.

– ¿Con quién?

– Con Hale.

Ahora Avery parece interesado.

– No el padre -le digo-. La hija.

Avery está en el umbral, recostado en la jamba. Vacila entre seguir preguntando o no.

– No sé por qué, pero me huelo que están ustedes preparando argumentos para la defensa del viejo Hale -dice-. Sé que voy a arrepentirme, pero picaré. ¿Qué tenían que ver con la hija de Hale los que lo siguieron a usted?

– La están buscando.

– Todo el mundo la está buscando -dice Harry-. Esa mujer es un mapa virtual de cadáveres enterrados.

– ¿Acaso la chica vio cómo su viejo mataba a Suade? -pregunta Avery.

– Sólo pudo verlo durante una alucinación -contesto.

– Entonces, nosotros no tenemos razón alguna para buscarla.

– Quizá sí la tengan. -¿Y eso por qué?

– Porque sospecho que ella puede saber más que usted o que yo acerca de lo que le ocurrió a Suade.

– ¿Qué, exactamente?

– Si yo lo supiera, probablemente mi cliente no estaría en la cárcel.

– ¿Logró usted ver a esos tipos? Me refiero a los que iban en el coche de matrícula mexicana.

No estoy seguro de si Avery cree o no en la existencia de tal coche y tales personas.

– Vi a dos de ellos.

– ¿Y…?

– Uno era bajo y fornido. Mexicano. Teñido de rubio con un mal tinte que le dejó el pelo color naranja. Un gorila profesional. El conductor llevaba bigote y tenía el cabello negro.

– ¿Por qué iban a estar buscando a la hija? -Puede que Avery no crea mi historia, pero siente curiosidad.

– Por la misma razón por la que la buscan los federales -contesto-. Debería usted hablar con ellos.

– ¿A qué federales se refiere? -Saca su cuaderno de notas, esperando que yo suelte algún nombre.

– Bob.

Él lo anota y luego alza la mirada.

– El amigo de Bob se llama Jack.

– Esa gente se ahorra mucho espacio en las tarjetas de visita, ¿no?

– Eso fue todo lo que me dijeron. Pero yo en su lugar consultaría a la DEA.

Avery levanta una ceja.

– ¿Su cliente se dedica al narcotráfico?

– No. Pero no me sería posible decir lo mismo de su hija.

– Ya sé que ella tiene antecedentes -dice Avery-. Los investigué. Pero aunque todo lo que me está diciendo sea cierto, tiene usted un problema. ¿Qué tiene que ver todo esto con el asesinato de Suade?

– Esos tipos buscan a la hija de Jonah desesperadamente. Quizá le hicieron una visita a Suade.

– Tal vez -dice Avery-. Es posible. Puede ser. Interesante teoría, pero… ¿dónde están las pruebas? A ver si lo adivino. El hombre, el tal Ontaveroz, quiere liquidar a la chica porque ella sabe todo lo relacionado con sus negocios.

– ¿Y de eso cómo se ha enterado usted? -pregunta Harry.

– Lo vi por televisión. En una reposición de «Ironside». Lo que no alcanzo a entender es por qué esa gente vino a esta oficina a buscar a la hija de Hale.

– Yo tampoco lo entiendo. Tal vez los mexicanos pensaron que nosotros conocíamos su paradero.

– Quizá Ontaveroz no está al corriente de que la chica y el padre no se llevan nada bien -dice Harry-. Tal vez piensa que Jonah sabe dónde está su hija y que haya compartido esta información con su abogado.

– ¿Y es así? ¿Saben ustedes dónde está la chica?

– Para eso nos contrató Hale -contesto-. Para que la encontráramos.

– ¿Y cómo es que recurrió a un abogado para eso?

– Nosotros le hicimos esa misma pregunta. Hale quería apretarle las tuercas a Suade en el terreno legal.

– Parece que las tuercas que le apretó fueron las del ataúd -comenta Avery.

– ¿Por qué iba a matarla si lo que deseaba era encontrar a su hija? -dice Harry-. Es absurdo matar a tu única fuente de información. El fiscal Ryan es un poco obtuso si no se da cuenta de eso.

– Quizá Hale fue a verla y durante la visita perdió los estribos -dice Avery-. O quizá lo de encontrar a su hija le interesara menos que silenciar a Suade. Esa mujer estaba metiendo mucha bulla con lo del incesto.

– Él no tenía ninguna razón para hablar con Suade. Por eso me contrató.

– Ya. Pero usted tampoco tuvo demasiada suerte con ella -dice Avery-. Por cierto: dejó usted sus huellas en la oficina de Suade.

– Ya comenzaba a preguntarme cuándo se decidiría usted a tocar ese tema.

– Al día siguiente del asesinato supimos que usted había estado allí -anuncia Avery-. Brower nos lo dijo. ¿Por qué no nos lo mencionó?

– Sabía que, tarde o temprano, o Brower lo diría, o ustedes lo deducirían.

– ¿De qué hablaron Suade y usted?

– ¿Usted qué cree?

– ¿Sabía Suade dónde estaban la hija y la nieta del señor Hale?

– Si lo sabía, no me lo dijo.

– Supongo que fue entonces cuando usted se enteró de lo del comunicado de prensa de Suade. ¿Se lo dio ella o lo robó usted?

Yo no contesto y él insiste:

– Sabemos que usted lo tenía. Sabemos que usted le habló de él a Hale en su bufete. Brower nos lo dijo. La próxima vez que celebre una reunión con uno de sus clientes, asegúrese de que no hay policías presentes.

– Eso fue antes de que alguien liquidase a Suade.

– ¿Alguien? -pregunta Avery-. Parto de la base de que Suade le entregó a usted el comunicado. Supongo que lo hizo para mortificar a Hale. Que lo viera y que se cociese en su propio jugo durante un día entero, consciente de que no podía hacer nada por evitar que ella lo hiciera público. Naturalmente, en retrospectiva está claro que ése fue un error que algunos podrían llamar mortal. Sin embargo, no debe usted culparse, y tendría que estarle agradecido a Brower. Podría usted ser sospechoso de asesinato si no fuera porque él ha testificado que usted estuvo con Suade a una hora más temprana del día. Después de su entrevista con ella, otras personas la vieron con vida.

– El tipo es un auténtico sol -le digo.

– Y lo que me ha contado usted es realmente interesante -dice Avery, que ahora se dirige hacia la puerta-. Lo de ese narcotraficante mexicano. Sólo hay un pequeño problema.

– ¿Cuál?

– ¿Cómo va usted a demostrar que Ontaveroz conocía siquiera la existencia de Suade?

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