VEINTIUNO

– ¿O sea que es usted un experto en cigarros?

– No. En ningún momento he dicho eso.

– ¿Con qué frecuencia los fuma usted?

– No sé. -Brower es mucho menos espontáneo en la repregunta. Ha tenido oportunidad de consultar con la almohada, de reflexionar sobre lo que voy a preguntarle. Ahora se halla en el banquillo de los testigos, mirándome con ojos cautelosos.

– ¿Una vez al mes? -pregunto.

– No con tanta frecuencia -dice él.

– ¿Una vez cada dos meses?

– Probablemente, aún menos.

– ¿Tal vez los fuma usted sólo cuando alguien se los regala?

A él parece molestarle la implícita acusación de gorronería.

– Compro algunos de vez en cuando. Los fumo cuando tengo tiempo. -Ahora me mira con malos ojos.

– ¿Cuándo fue la última vez que compró usted un cigarro, señor Brower?

– No sé. No lo recuerdo. -Tampoco se esfuerza mucho en hacer memoria.

– Y, sin embargo, le bastó un vistazo para saber que el cigarro de aquella bolsa… el que el señor Ryan le mostró ayer -señalo hacia el carrito de las pruebas-, que aquel cigarro era de la misma marca y del mismo tipo que la colilla de cigarro que uno de los técnicos en pruebas le enseñó aquella noche detrás de la oficina de Zolanda Suade… Me refiero a la noche en que la mataron.

– A mí me pareció que era idéntico -dice él.

– Aquella noche, detrás de la oficina, ¿reinaba la oscuridad?

– Ya sabe usted que sí -dice él.

– ¿Cuánto tiempo estuvo usted mirando aquella colilla de cigarro, la que el técnico le mostró?

– Pues no sé, unos segundos -dice él.

– ¿Cogió la colilla? ¿La tocó?

– No. Se trataba de una prueba. Uno no toca las pruebas en la escena de un crimen.

Eso debe de haberlo visto en «Colombo».

– Entonces, ¿dónde se hallaba la colilla cuando usted la vio?

– Usted estaba allí, y sabe dónde estaba.

– Quiero que se lo diga usted al jurado.

– Estaba en una bolsa. En una bolsa de papel. -Brower mira al jurado al decir esto.

– O sea que, en un estacionamiento oscuro, en cuestión de unos segundos, mirando una colilla de cigarro que se hallaba en el fondo de una bolsa de papel, le fue a usted posible discernir con toda claridad de qué clase de cigarro se trataba, ¿no?

– Protesto -dice Ryan-. Mi colega está tergiversando las pruebas. El señor Brower en ningún momento testificó sobre la clase de cigarro de que se trataba. Se limitó a decir que era parecido al cigarro que el acusado le dio en el bufete del señor Madriani.

– Volveré a formular la pregunta. ¿Sabía usted qué clase de cigarro era el que se hallaba aquella noche en la bolsa de papel?

– Me pareció que era el mismo -dice Brower.

– No es eso lo que le pregunto. ¿Sabía qué clase de cigarro había en aquella bolsa?

Brower hace una mueca, mira a Ryan y luego vuelve a mirarme a mí.

– ¿De la clase que uno se fuma? -Mira a los jurados, pero éstos no se ríen.

– ¿Era un Panatella? ¿Un Corona? ¿Quizá un Petit Corona? ¿O era un Doble Corona?

– Lo ignoro. Como ya he dicho, no soy un experto.

– ¿No es más cierto, señor Brower, que no puede decir con certeza de qué clase era el cigarro que vio usted aquella noche en el interior de la bolsa de pruebas? ¿Y que tampoco sabría decirnos qué clase de cigarro le dio a usted el señor Hale en mi bufete?

– Tuve la sensación de que eran parecidos, eso es lo único que digo.

En lo referente a pruebas, es lo único que necesita decir para perjudicarnos. Alguien que no es un experto contando la sensación que le produjo algo.

– Responda a mi pregunta -le pido.

– ¿Cuál era la pregunta?

– ¿Puede usted decirnos con precisión el tipo o la clase de cigarro que se hallaba en el interior de la bolsa de pruebas aquella noche, en el exterior de la oficina de la víctima?

– No.

– ¿Puede usted decirnos con precisión qué clase de cigarro le dio el señor Hale en mi bufete?

– No.

– O sea que la colilla de cigarro que vio usted aquella noche en el lugar de los hechos podría pertenecer a un cigarro totalmente distinto del que el acusado, el señor Hale, le dio a usted en mi despacho aquella mañana, ¿no es así?

– Es posible.

– Ahora que ya hemos evaluado sus conocimientos acerca de los cigarros, hablemos del comunicado de prensa, el que vio en mi bufete aquella mañana. ¿Llegó usted a leer dicho comunicado de prensa?

– Bueno, le eché un buen vistazo -dice, como si su mente fuera un aspirador que recogiese sólo las partes más perjudiciales para mi cliente. En este punto, el problema radica en que Ryan y Brower han sacado a colación cuestiones de abusos deshonestos e incesto. Han emponzoñado a los jurados. Cuando éstos entraron esta mañana, ninguno de ellos quiso mirar hacia Jonah. Ryan ha puesto ante mí una ingente tarea de rehabilitación que ni siquiera está relacionada con el asesinato. Las acusaciones de Suade contra Jonah, las que contenía el comunicado de prensa, ni siquiera serían admisibles salvo por el hecho de que, según la tesis de la fiscalía, atañen al móvil del delito, forman parte del motivo por el que mi cliente mató a Suade, y en ese sentido son letales para nosotros.

– Además de las partes referidas a mi cliente, el señor Hale, ¿qué otras cosas decía el comunicado de prensa? -pregunto.

Brower mira hacia el techo, le echa un vistazo a Ryan, como si esperase que éste le hiciera algún tipo de seña. Transcurren unos segundos, mientras el testigo trata de hacer memoria.

– No lo recuerdo -dice finalmente.

– ¿No se mencionaba también el condado? -pregunto.

– Ah, sí. Es cierto.

– ¿Y qué decía acerca del condado?

– No lo sé. Era confuso.

– Ayer, cuando hizo usted mención a las acusaciones que contenía contra mi cliente, parecía estar bastante claro.

– Protesto. -Ryan está de pie junto a su mesa-. El defensor está calificando la prueba.

– Esta prueba requiere cierta calificación -contesto.

– Se admite la protesta. Señor Madriani… -Peltro me mira y mueve reprobatoriamente la cabeza.

– ¿Cómo explica usted el hecho de que lo único que recuerda del comunicado de prensa son las acusaciones contra mi cliente?

– No lo sé. Es lo que se me quedó en la cabeza -dice Brower.

– Permítame que le pregunte algo referente a las acusaciones contra el señor Hale que contenía ese comunicado. Por lo que usted sabe, se trataba de acusaciones sin fundamento, ¿no es así?

Ryan vuelve a estar de pie, protestando.

– ¿Cómo va a saber eso el testigo? Se trata de una pregunta improcedente.

– El testigo es un agente de la ley, trabaja en el Servicio de Protección al Menor. Creo que, si tales acusaciones tuvieran alguna base, él debería saberlo.

– El testigo debe responder si le es posible -dice Peltro.

Yo miro a Brower.

– ¿A qué acusaciones se refiere usted? -Brower alza las cejas, quiere que yo vuelva a repetir ante el jurado las palabras incesto y abusos deshonestos.

– Las acusaciones que Zolanda Suade hacía contra el señor Hale en su comunicado de prensa. Que usted sepa, no existe absolutamente ninguna prueba de que mi cliente cometiera ninguno de esos actos, ¿no es así?

– Yo no los investigué, así que no puedo decírselo.

– ¿No es cierto que si el departamento hubiese tenido pruebas respecto a la comisión de tales actos por parte de mi cliente, el señor Hale habría sido arrestado?

– Fue arrestado -dice Brower.

– ¿Cuándo?

– Si está aquí es porque lo arrestaron -dice Brower.

– Señoría… -Alzo la vista hacia el juez.

– Responda a la pregunta, señor Brower.

– ¿Cuál era la pregunta?

– ¿No es cierto que si el condado hubiese tenido pruebas respecto a los actos atribuidos a mi cliente, el señor Hale habría sido arrestado?

– Sí, supongo que sí -responde Brower.

– ¿Y fue arrestado por esas acusaciones?

– Que yo sepa, no.

– Pero de haberlo arrestado, usted lo habría sabido, ¿no?

– Probablemente.

– ¿Espera que el jurado crea que usted asistió a la reunión en mi bufete y leyó esas acusaciones en el comunicado de prensa, y que después de eso no se le ocurrió investigar si el señor Hale había sido arrestado o investigado con relación a alguna de esas acusaciones?

Brower no contesta, me mira, piensa unos momentos.

– Soy un hombre muy ocupado -responde finalmente.

– ¿Fue arrestado por esas acusaciones? -insisto.

– Preguntado y respondido -dice Ryan.

– El testigo no ha contestado a la pregunta, señoría.

– Desestimada la protesta. Responda a la pregunta -dice Peltro.

– Creo que lo indagué. No fue arrestado.

– ¿Se investigaron tales acusaciones?

– Las investigaciones son confidenciales -dice Brower con aplomo, satisfecho de la respuesta, porque con ella Jonah queda retorciéndose al viento.

– ¿Pretende decirnos que hubo una investigación?

– Lo que le digo es que no puedo hacer comentarios. Es un asunto confidencial.

Alzo la mirada hacia el juez.

– Ante este tribunal, sí puede hablar usted -dice Peltro.

– Señoría, existen estatutos estatales -dice Brower.

– Ya lo sé -dice el juez-. Responda a la pregunta.

– No había ninguna investigación abierta ni pendiente -dice Brower.

– ¿Había alguna investigación cerrada?-pregunto.

– Se había tomado nota de las acusaciones de la hija. Quedó constancia de ellas, pero no había pruebas.

– Ahora, volvamos al punto en que comenzamos -le digo-. El resto del comunicado de prensa. Las partes que no implicaban a mi cliente. Esas partes mencionaban al condado, ¿no? Hacían referencia a un escándalo en el condado.

– Decían algo en relación con el condado -dice Brower.

– ¿Eso es todo lo que recuerda?

– En estos momentos, sí.

– Permítame que le refresque la memoria. Si le mostrase una copia del comunicado de prensa, ¿cree posible que recordase usted lo que leyó en mi bufete?

– Tal vez.

Harry rebusca en la caja de las pruebas y saca de ella tres copias del comunicado, una para el juez y para Ryan, otra para mí, y otra para el testigo. El ujier las reparte.

– Quiero que examine usted esto, que lo lea cuidadosamente y me diga si éste fue el documento que vio aquella mañana en mi bufete, el así llamado comunicado de prensa de Suade.

Él lo estudia, alzando de vez en cuando la vista del papel para mirarme, para ver qué estoy haciendo, como si temiera que yo fuera a abalanzarme por sorpresa sobre él.

Pasa página, lee la segunda, y termina.

– ¿Es éste el documento que vio usted en mi bufete aquella mañana?

– Eso parece -dice.

– ¿Es el que hemos dado en llamar comunicado de prensa de Suade?

– Sí.

– ¿Recuerda ahora haber visto las partes del mismo que hacen referencia al condado?

– Sí.

– ¿Diría usted que son ciertas?

– No.

– ¿Sabe usted algo respecto a un escándalo en el condado referente a actuaciones sobre casos de custodia infantil?

– No.

– ¿Cómo definiría usted esas alegaciones que hacen referencia al condado?

– Protesto, señoría. -Ryan comprende adónde quiero ir a parar. Desacreditada una parte del comunicado, todo él queda desacreditado. Las alegaciones de una mujer inestable-. El testigo ya ha declarado que no sabe nada de ningún escándalo que haya tenido lugar en el condado. La forma como él defina el contenido del comunicado de prensa es irrelevante.

– El señor Ryan es quien sacó a relucir el tema del comunicado -le digo al tribunal-. Parecía considerarlo muy relevante cuando lo usó para desacreditar a mi cliente.

– Atañe al móvil -dice Ryan.

– Exacto, y ése es el único motivo por el que usted lo sacó a relucir.

– Exacto -dice Ryan.

Peltro golpea con la maza.

– Caballeros, si tienen algo que manifestar, díganmelo a mí. No quiero oír una palabra más. -Recapacita unos momentos y luego sigue-: Voy a desestimar la protesta. De momento.

Peltro lo ha dicho como si a renglón seguido fuese a cambiar de idea. El juez tiene un problema: trata de dar al acusado un juicio justo. No existe modo de mantener oculto para el jurado el contenido del comunicado de prensa, las acusaciones contra Jonah. Ryan tiene razón. Aunque tales acusaciones no sean ciertas, constituyen la médula de un posible móvil. Pero la realidad es que son altamente perjudiciales, el tipo de acusaciones que pueden indignar a los jurados y hacer que condenen al acusado, por considerarlo un corruptor de menores.

Peltro intenta ser ecuánime.

– Voy a concederle una cierta laxitud, señor Madriani. Trate de no abusar de ella -dice, señalándome con la maza que tiene en la mano.

– Señor Brower, ¿diría usted que los contenidos del comunicado de prensa de la señora Suade son verídicos y exactos?

– ¿Cómo voy a saberlo?

– Acaba usted de declarar que no sabe que en el condado se haya producido algún escándalo y, sin embargo, el comunicado de prensa está lleno de alusiones a tal escándalo. ¿Diría usted que tales alusiones son exactas?

– Que yo sepa, no lo son.

– ¿Y dice usted que no sabe que su departamento haya hecho investigación alguna acerca de mi cliente?

– Exacto.

– Y que no se formuló contra él acusación alguna relacionada con ninguna de las alegaciones contenidas en el comunicado de prensa, ¿no es así?

– Sí.

– ¿Diría usted que esas partes del comunicado de prensa son verdaderas y exactas?

– No.

– ¿Alguna vez ha escuchado comentarios o rumores acerca de escándalos en el condado?

– Señoría… -Ryan vuelve a dirigirse al juez.

Peltro lo acalla con un ademán.

– Siempre hay comentarios y rumores -dice Brower.

– ¿Pero escuchó usted algo específico? -Ahora lo tengo sobre un campo minado. Brower sabe que el fiscal general del estado está investigando su propio departamento por presuntos abusos cometidos por los investigadores. La noticia ha aparecido en los periódicos.

Brower mira hacia Ryan, pero no obtiene de él ayuda alguna. El fiscal tiene la cabeza baja y la vista en el tablero de su mesa.

– ¿Se refiere a escándalos acerca de casos de custodia infantil? -pregunta Brower.

– Creo que a ellos se refiere el comunicado de prensa. -Lo miro. Él sabe lo que yo diré en el caso de que no me dé la respuesta adecuada.

– No, no he escuchado nada. Ningún rumor.

– O sea que en su opinión, y dado lo que usted sabe y su experiencia en el trabajo para el condado, ¿diría usted que este comunicado de prensa es inexacto y está lleno de informaciones falsas?

– Probablemente -dice él.

– ¿Probablemente?

– Sí -dice Brower.

– En realidad, investigador Brower, ¿le sería posible señalar una sola parte de la información que contiene el comunicado, relacionada con el condado o con mi cliente, que sea exacta?

Él mira el documento, lo sostiene con ambas manos. Vuelve la página, lo estudia durante unos momentos más. Finalmente, niega con la cabeza.

– Quizá el número de teléfono de la víctima que figura en la parte alta de la página -dice-. Pero no podría jurarlo.

Para nuestro cliente, éste es un gran momento, una victoria trascendental. Brower ha admitido que Jonah no es un corruptor de menores.

– Ryan sigue pudiendo aducirlo en su alegato final -le digo-, y será exactamente igual de perjudicial, quizá peor.

Nos hallamos en la sala de conferencias, una minúscula habitación situada junto a las celdas de detención de la sala de audiencias de Peltro. Dos guardias están listos para llevarse a Jonah a su celda.

– No lo entiendo -dice Jonah-. ¿Cómo puede ser peor? Ha dicho que no era cierto.

Harry está de pie, con la espalda apoyada en la puerta cerrada, y su expresión es hosca.

– Porque, aunque sea falso -dice Harry-, Ryan puede aducir que la acusación es tanto más indignante. ¿No lo comprendes? En último extremo, de lo único que se trata, por lo que a la policía respecta, es de lo que te hizo perder a ti los estribos. Lo que te impulsó a matar a Suade. Y eso lo tienen. Argumentará que te enfureciste por las mentiras, y que por esa razón la mataste. Y eso no constituye homicidio justificado.

Poco a poco, Jonah comienza a darse cuenta. Nos hemos pasado todo el día hablando de delitos que no fueron cometidos. Tratando de extraer el veneno que, incluso después de muerta, Suade ha podido introducir en las cabezas de los jurados.

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