De los árboles y de los frutos en sus temporadas.
Narrado por Adán Uno
Queridos amigos y compañeros mamíferos: Hoy es día de banquete, pero por desgracia no tenemos banquete. Nuestra huida fue rápida, nuestro escape por los pelos. Ahora, fieles a su naturaleza, nuestros enemigos han destrozado el Tejado. Pero sin duda algún día volveremos al Edén en el Tejado y restauraremos ese lugar bendito a su antigua gloria. Puede que Corpsegur haya destruido nuestro Jardín, pero no ha destruido nuestro espíritu. Al final, volveremos a plantarlo.
¿Por qué nos atacan las corporaciones? Vaya, nos estábamos haciendo demasiado peligrosos para su gusto. Muchos tejados estaban floreciendo como la rosa; muchos corazones y mentes estaban optando por una tierra restaurada al equilibrio. Sin embargo, en el éxito están las semillas de la ruina, pues quienes ocupan el poder ya no pueden pasarnos por alto como tiquismiquis ineptos: nos temen como profetas de una era por llegar. En resumen, amenazamos sus márgenes de beneficio.
Además, nos relacionaron con los ataques biológicos realizados contra sus infraestructuras por el cismático y herético grupo que se denomina Loco Adán. Los ataques con bombas de la semana pasada a la cadena de restaurantes Rarity -aunque perpetrado sólo por los Lobos de Isaías- les dio una excusa para desatar un ataque generalizado contra todos los que se han puesto del lado de la Tierra creada por Dios.
¡Puede que se revelen tan ciegos en visión material como lo han sido durante mucho tiempo en visión espiritual! Porque aunque nuestros días de instar abiertamente a los carnívoros al arrepentimiento en las calles de las plebillas han terminado, las lecciones del Camuflaje Animal no las hemos olvidado. Disfrazados para fundirnos con el fondo, nos colamos bajo las narices de nuestros enemigos. Hemos tirado nuestros vestidos lisos y nos hemos ataviado con ropa de centro comercial. La camisa con el monograma de golf, el top de color verde lima, el conjunto de punto de color pastel que con tanto coraje se puso Nuala: así es nuestra armadura defensiva.
Algunos de vosotros habéis elegido disipar las sospechas comiendo con audacia la carne de nuestros compañeros animales; pero no intentéis hitos que superen vuestras fuerzas, queridos amigos. Morder un SecretBurger y luego atragantarnos con él atraerá un escrutinio no deseado. Si tenéis dudas respecto a vuestros límites, debéis ceñiros al helado SoYummie. Esos semialimentos pueden tragarse sin excesiva tensión.
Demos las gracias a la célula trufa de Fernside, que ha convertido esta Calle de los Sueños en un refugio disponible para nosotros. El letrero en la puerta dice Genes Verdes, que afirma ser una empresa de diseñadores de híbridos botánicos. El segundo cartel -el que dice Cerrado por reformas- es nuestra protección. Si os preguntan, decid que estamos teniendo problemas con el contratista de obras. Ésa siempre es una explicación plausible.
Hoy es el Día de la Polinización, en el que recordamos las contribuciones a la preservación del bosque realizadas por santa Suryamani Bhagat de la India, san Stephen King del bosque Pureora de Nueva Zelanda y san Odigha de Nigeria entre muchos otros. Esta festividad se consagra a los misterios de la reproducción de las plantas, sobre todo la reproducción de esos árboles extraordinarios, las angiospermas, con especial énfasis en las drupas y las frutas pomáceas.
Los antiguos nos legaron leyendas de tales frutas: las manzanas doradas de las Hespérides, la similarmente dorada manzana de la discordia. Algunos dicen que la fruta del árbol del conocimiento del bien y del mal era un higo, otros prefieren un dátil, y otros una granada. Habría tenido sentido que esa comida hubiera sido realmente infame: un trozo de carne, un bistec. ¿Por qué, pues, una fruta? Porque nuestros antepasados eran fructívoros, sin duda, y sólo una fruta los habría tentado.
La fruta sigue siendo un símbolo de profundo significado para nosotros, pues incorpora las nociones de recolección sana, de la rica culminación y de un nuevo inicio, en el cual cada fruta es una semilla: una nueva vida en potencia. La fruta madura cae y vuelve al suelo; pero la semilla se enraiza y se desarrolla, y genera nueva vida.
Como las Palabras Humanas de Dios han dicho: «Por sus frutos los conoceréis.» Oremos porque nuestros frutos sean frutos de Dios y no frutos del mal.
Y unas palabras de advertencia: veneramos a los insectos polinizadores, y en especial a las abejas, pero ahora nos han informado de que, además de la cepa resistente a los virus introducida después de la reciente extinción de la abeja de la miel, las corporaciones han desarrollado ahora una abeja híbrida. No es un híbrido genético, amigos míos. No: ¡es una abominación mayor! Cogen a las abejas cuando todavía se encuentran en estado larval y les insertan sistemas micromecánicos. El tejido crece en torno al injerto, y cuando emerge el imago, el adulto pleno, es una abeja ciberespía controlada por un operador de Corpsegur, equipada para transmitir, y por tanto para traicionar.
Los problemas éticos que plantea son inquietantes: ¿deberíamos recurrir a los insecticidas? ¿Una abeja esclava tan mecanizada es un ser vivo? Y en ese caso, ¿es una criatura de Dios o algo completamente distinto? Hemos de ponderar las implicaciones profundas, amigos míos, y rezar para pedir orientación.
Cantemos.
Melocotoneros o ciruelos
Melocotoneros o ciruelos
son hermosos en tiempos de flor;
pájaros, abejas y murciélagos
se alegran y sorben dulce néctar.
Y la polinización se obtiene:
para cada nuez, semilla o fruto,
de oro una pequeña partícula
su vuelo ha volado y ha enraizado.
Y se hincha el óvalo en el tallo,
y semana a semana madura;
guarda en su interior el alimento
de los pájaros, bestias y hombres.
Y en cada semilla, fruto o nuez
hay un árbol niño enroscado
que se alzará si está bien plantado,
luciendo flores, una delicia.
Cuando muerdas un melocotón
y con suavidad tires el hueso,
piensa en cómo reluce de vida,
en cómo Dios habita en su centro.
Del Libro Oral de Himnos
de los Jardineros de Dios
Año 25
Adán Uno decía: si no puedes parar las olas, navega. O también, lo que puede arreglarse también puede cuidarse. O también, sin luz no hay opción, sin oscuridad no hay baile. Lo que significa que incluso las cosas malas hacían algún bien, porque representaban retos y no siempre sabías qué efectos positivos podrían tener. No es que los Jardineros hicieran nunca un baile como tal.
Así que decidí hacer una meditación, lo cual sería una forma de tratar con el hecho de que ya no había nada que hacer en el Cuarto Pringoso. Si nada es el problema, trabaja con nada, diría Philo el Niebla. Apaga la charla mental. Abre tu ojo interior, tu oído interior. Ve lo que puedas ver. Oye lo que puedas oír. Con los Jardineros lo que vería serían las coletas de la niña de delante de mí y lo que oiría serían los ronquidos de Philo, porque cuando impartía Meditación siempre se dormía.
Esta vez no tuve mucho más éxito. Podía oír el zum, zum de los graves que llegaban del Nido de Víboras y el zumbido de la mininevera, veía las luces de la calle proyectando formas desdibujadas a través de los ladrillos de vidrio de la ventana, pero nada de eso era espiritualmente iluminador. Así que abandoné la meditación y puse las noticias.
Había otra epidemia menor, explicaban, pero nada de lo que alarmarse. Los virus y las bacterias estaban siempre mutando, pero sabía que las corporaciones siempre podían inventar tratamientos para ellas, y además fuera cual fuese ese bicho, yo no lo tenía porque había estado aislada con una doble barrera antivirus que me protegía. Estaba en el lugar más seguro en el que podía estar.
Volví al Nido de Víboras. Se había entablado una pelea. Debían de haber sido los painballers, los tres que habían venido primero y luego el otro.
Mientras observaba, entraron los gorilas de Corpsegur. Echaron al suelo a uno de los painballers, y lo redujeron con pistolas aturdidoras. Los gorilas ahora también estaban peleando: uno de ellos trastabilló hacia atrás, llevándose una mano al ojo; luego otro golpeó la barra. Por lo general, no tardaban tanto en controlar la situación. Savona y Crimson Petal todavía estaban en los trapecios tratando de seguir con su número, pero las chicas de barra se estaban escabullendo del escenario. Enseguida volvieron corriendo: las salidas de atrás estarían bloqueadas. Oh, no, pensé. Entonces una botella voló hacia la cámara y la rompió.
Fui corriendo a otra cámara, pero me temblaban las manos y había olvidado la clave, y para cuando la encendí y la enfoqué el Nido de Víboras estaba mucho más vacío. Las luces aún continuaban encendidas y sonaba la música, pero la sala era un caos. Los clientes debían de haber salido corriendo. Savona estaba tendida sobre la barra: sabía que era ella por el vestido de lentejuelas, aunque lo tenía medio arrancado. Tenía la cabeza doblada en un ángulo extraño y toda la cara cubierta de sangre. Crimson Petal estaba colgando del trapecio; una de las cuerdas la tenía en torno al cuello y entre las piernas se apreciaba el brillo de una botella: alguien se la había clavado ahí. Sus volantes y volados estaban hechos jirones. Parecía un ramo mustio.
– ¿Dónde estaba Mordis?
Un fardo oscuro que agitaba las piernas apareció dando tumbos. Sonó el bam de una puerta que se cerraba, y luego se oyeron abucheos. Después sirenas en la distancia, pies que corrían.
Entonces hubo gritos en el pasillo que daba al Cuarto Pringoso y se encendió la videopantalla del exterior de mi puerta, y allí apareció Mordis, de cerca, mirándome con un ojo. El otro estaba cerrado. Tenía la cara destrozada.
– Tu nombre -susurró.
Entonces un brazo lo agarró por la garganta, le echó la cabeza atrás. Era uno de los painballers. Le vi la mano, sujetando una botella rota: venas rojas y azules.
– Abre la puta puerta, capullo -dijo-. ¡La perra está caliente! ¡Es hora de compartirla!
Mordis se retorcía de dolor. Querían sacarle el código de la puerta.
– Los números, los números -decían.
Vi a Mordis un instante más. Se oyó un sonido ahogado, y murió. En su lugar estaba el painballer, una cara llena de cicatrices.
– Abre y dejaremos vivir a tu colega -dijo-. No te haremos daño.
Pero estaba mintiendo, porque Mordis ya estaba muerto.
Hubo más gritos, y luego los hombres de Corpsegur debieron de dispararle con la pistola aturdidora, porque él también gritó y desapareció de la pantalla, y hubo un sonido sordo como si alguien pateara un saco.
Fui a la cámara del Nido de Víboras: más hombres de Corpsegur con uniforme de antidisturbios, todo un enjambre. Estaban empujando y arrastrando a los painballers hacia la puerta: uno estaba muerto, tres todavía vivos. Tendrían que volver a Painball, nunca deberían haberlos soltado, nunca.
Entonces me di cuenta de lo que ocurriría. El Cuarto Pringoso era una fortaleza. Nadie podía entrar sin el código de la puerta, y Mordis siempre decía que sólo lo conocía él. Y no lo había soltado: me había salvado la vida.
Pero ahora estaba encerrada dentro, sin nadie que me dejara salir.
«Oh, por favor -pensé-, no quiero morir.»
Me ordené a mí misma no ceder al pánico. SeksMart enviaría una brigada de limpieza, se darían cuenta de que estaba allí y mandarían a alguien para que se ocupara de la cerradura. No me dejarían morir de hambre ahí dentro y que me secara como una momia: cuando volvieran a abrir el Scales me necesitarían. Ya no volvería a ser lo mismo sin Mordis -ya lo echaba de menos-, pero al menos tendría una función. Yo no era un producto desechable, tenía talento. Eso era lo que siempre decía Mordis.
Así que sólo era cuestión de esperar.
Me duché: me sentía sucia, como si aquellos painballers hubieran entrado, o como si estuviera toda manchada con la sangre de Mordis.
Más tarde hice otra meditación, una de verdad. «Pon luz en torno a Mordis -recé-. Déjale ir al universo. Que su espíritu marche en paz.» Lo imaginé volando desde su cuerpo demolido en forma de un pajarito marrón con un ojo de perla.
Al día siguiente ocurrieron dos cosas malas. Primero, puse las noticias. La epidemia menor de la que habían estado hablando antes no se estaba comportando del modo usual: no era un estallido local de los que podían contener. Ya era una emergencia. Mostraban un mapa del mundo, con los puntos calientes iluminados en rojo: Brasil, Taiwan, Arabia Saudí, Bombay, París, Berlín, era igual que ver cómo pulverizaban el planeta. Se trataba de una pandemia eruptiva, decían, y la enfermedad se estaba extendiendo con rapidez: no, ni siquiera se extendía, brotaba al mismo tiempo en ciudades muy distantes, lo cual no era el patrón normal. Por lo general, las corporaciones recurrían a mentiras y encubrimientos, y sólo conocíamos algo parecido a la historia real por rumores, así que el hecho de que saliera en las noticias mostraba lo grave que era: las corporaciones no podían taparlo.
Los presentadores de las noticias trataban de mantener la calma. Los expertos no sabían qué era el supervirus, pero seguro que se trataba de una pandemia, y un montón de gente estaba muriendo deprisa, como si se fundieran. En cuanto dijeron «No hay necesidad de que cunda el pánico», con esas sonrisas enganchadas y ese inquietante tono calmado, me di cuenta de la gravedad.
La segunda cosa mala fue que varios tipos con biotrajes entraron en el Nido de Víboras, metieron a la gente en bolsas de cadáveres y se los llevaron. Pero no miraron en el piso de arriba por más que grité y grité. Supongo que no podían oírme, porque los muros del Cuarto Pringoso eran gruesos y la música del Nido de Víboras continuaba sonando y debió de ahogar mi voz. Eso fue una suerte para mí, porque si hubiera salido entonces del Cuarto Pringoso habría pillado lo que estaban pillando todos los demás. Así que en realidad no fue algo malo, pero entonces me lo pareció.
Al día siguiente, las noticias eran todavía peores. La pandemia se estaba extendiendo, y había disturbios, saqueos y asesinatos, y Corpsegur más o menos se había desvanecido: ellos también estarían muñéndose.
Y al cabo de unos días ya no hubo más noticias.
Estaba asustada de verdad, pero me dije que aunque no pudiera salir, nadie más podía entrar, y estaría bien mientras el solar no se rompiera. Eso mantendría el agua corriente y la mininevera en marcha, y el congelador y los filtros de aire. El filtrado de aire era un plus, porque pronto olería muy mal fuera. Y yo iría día a día y vería qué pasaba.
Sabía que tenía que ser práctica, o perdería la esperanza y me deslizaría a un estado de barbecho, y quizá ya no volvería a salir. Así que abrí la mininevera y el congelador y conté lo que había dentro: las Joltbar, las bebidas energéticas y los snacks, y los ChickieNobs congelados y el sucedáneo de pescado. Si comía sólo una tercera parte de cada comida en lugar de la mitad, y guardaba el resto en lugar de tirarlo al colector de basura, tendría suficiente para al menos seis semanas.
Había estado tratando de llamar a Amanda, pero ella no había respondido. Lo único que podía hacer era dejar mensajes de texto: «Ven al Scales.» Confiaba en que leería el mensaje y se daría cuenta de que algo iba mal, y entonces vendría al Scales y averiguaría la forma de abrir la puerta. Yo mantenía el móvil encendido en todo momento por si ella llamaba, pero cada vez que intentaba telefonearla o incluso enviarle un mensaje me salía Sin servicio. Una vez recibí un mensaje corto. «Estoy bien», pero los canales debían de haberse bloqueado con gente desesperada que trataba de localizar a sus familias, porque no recibí nada más.
Supongo que luego el volumen de llamadas menguaría al ir muriendo gente, y logré conectar. No había imagen, sólo su voz.
– ¿Dónde estás tú? -pregunté.
Y ella dijo:
– He pillado un coche solar. Estoy en Ohio.
– No vayas a las ciudades -dije-. No dejes que te toque nadie.
Quería contarle lo que habían explicado en las noticias, pero se había perdido la cobertura. Después de eso no conseguí ni señal. Las torres de repetición habrían caído.
Creas tu propia realidad, decían siempre los horóscopos, y los Jardineros también lo decían. Así que traté de crear la realidad de Amanda. Ahora iba vestida con su traje caqui del desierto. Ahora se había parado a beber agua. Ahora estaba arrancando una raíz y comiendo. Ahora estaba caminando otra vez. Se acercaba a mí, hora a hora. Ella no tendría la enfermedad, y nadie la mataría porque era muy lista y fuerte. Estaba sonriendo. Ahora estaba cantando. Pero sabía que sólo lo estaba imaginando.
No había visto a Amanda salvo al teléfono desde hacía mucho tiempo, cuando todavía no trabajaba en el Scales. Antes de eso, hubo un periodo en el cual ni siquiera había sabido dónde estaba. Perdí el contacto cuando Lucerne me tiró el teléfono morado, cuando todavía estaba viviendo en el complejo HelthWyzer. En ese momento pensé que nunca volvería a ver a Amanda, que había desaparecido de mi vida para siempre.
Eso era lo que todavía creía al sentarme en el tren bala que iba a llevarme a la Martha Graham Academy. Me sentía muy sola y apenada: no sólo había perdido a Amanda. Había perdido todo lo que tenía algún significado en mi vida. Los Adanes y las Evas, o algunos de ellos, como Toby y Zeb. Amanda. Pero sobre todo, Jimmy. Había superado lo peor del daño que me había causado, pero quedaba un dolor sordo. Jimmy había sido muy dulce conmigo y luego me había excluido como si ni siquiera estuviera allí. Era una sensación fría y deprimente. Estaba tan abatida que hasta había renunciado a la idea de que podría volver a juntarme con Jimmy, en la Martha Graham: me parecía una ensoñación inverosímil.
En aquel momento, viajando en ese tren bala, había pasado ya mucho tiempo desde que había estado enamorada de Jimmy. No: había pasado mucho tiempo desde que Jimmy había estado enamorado de mí; cuando era honesta y no sólo estaba enfadada y triste, sabía que continuaba enamorada de Jimmy. Me había acostado con otros chicos, pero sólo por seguir el guión. Iba a la Martha Graham en parte para alejarme de Lucerne, pero también tenía que hacer algo para obtener una educación. Así es como hablaban, como si una educación fuera algo que podías obtener, como un vestido. No me importaba lo que me ocurriera, me sentía gris.
Ésa no era en absoluto la manera de pensar de los Jardineros. Los Jardineros decían que la única educación real era la educación del Espíritu, pero había olvidado qué significaba eso.
La Martha Graham era una escuela de arte bautizada así por una famosa bailarina antigua, así que había cursos de danza. Como tenía que elegir algo, elegí Danza Calisténica y Expresión Dramática: no te exigían conocimientos previos ni matemáticas para eso. Supuse que podría conseguir trabajo dirigiendo los programas de ejercicios de mediodía que ofrecían las mejores corporaciones. Tonificación Musical, Yoga para Mandos Intermedios, alguno de ésos.
El campus de la Martha Graham era como el Buenavista Condos: había tenido clase en algún momento, pero se estaba cayendo a pedazos. Había problemas de humedad y los techos goteaban. No podía comer en la cafetería porque a saber lo que contendrían aquellos platos: todavía tenía muchos problemas con la proteína animal, sobre todo si podía tratarse de órganos. Aun así me sentía más a gusto allí que en el complejo HelthWyzer, porque al menos la Martha Graham no tenía un aspecto tan brillante y falso ni olía a productos químicos de limpieza. De hecho, no olía a ningún producto de limpieza.
Los recién llegados a la Martha Graham tenían que compartir una suite. El compañero de habitación que me tocó se llamaba Buddy Tercero; no lo veía mucho. Jugaba a fútbol americano, pero al equipo de la Martha Graham lo machacaban siempre y como consecuencia Buddy Tercero se emborrachaba o se colocaba. Cerraba la puerta de mi lado del cuarto de baño compartido, porque los tipos del equipo de fútbol eran conocidos por las citas con violación y no creía que Buddy se molestara siquiera con la parte de la cita. Aun así lo oía vomitando por las mañanas.
Había una franquicia de Happicuppa en el campus y desayunaba allí porque tenían magdalenas vegetales. Así no tenía que escuchar a Buddy vomitando y podía usar el lavabo, que apestaba menos que el mío. Un día me estaba acercando al Happicuppa y me encontré a Bernice. La reconocí de inmediato. Me sobresalté al verla. Fue un impacto, como una descarga de electricidad. Toda la culpa que había sentido por ella, pero que más o menos había olvidado, volvió a salir a flote.
Llevaba una camiseta verde con una gran G y sostenía un cartel que decía: Happicuppa es una mierda. Había otros dos chicos con la misma camiseta pero con eslóganes distintos: Maldad molida, no tomes muerte. Vi por la ropa y las expresiones faciales que eran fanáticos extremistas ultraverdes, y estaban montando un piquete. Ése fue el año en que hubo todos los disturbios en los Happicuppa; los había visto en pantalla.
Bernice no era más guapa que como la recordaba. Si acaso estaba más fornida y su entrecejo tenía un aspecto más amenazador. Ella no me vio, así que tenía elección: podía haber pasado a su lado y entrado en el Happicuppa, simulando que no la había visto, o podía darme la vuelta y escabullirme. Pero me di cuenta de que estaba volviendo al modo Jardinero, recordando todas esas lecciones sobre aceptar la responsabilidad y que si matabas algo, tenías que comértelo. Y yo había matado a Burt, en cierto modo. O eso sentía.
Así que no me agaché, sino que fui derecha hacia ella.
– Bernice -dije-. Soy yo, Ren.
Ella saltó como si le hubiera dado una patada. Entonces se concentró en mí.
– Ya lo veo -dijo con voz agria.
– Deja que te invite a un café -dije.
Tenía que estar muy nerviosa para decir eso, porque ¿a cuento de qué iba a querer Bernice un café de un sitio donde estaba montando un piquete?
Debió de pensar que me estaba burlando de ella porque me soltó:
– Lárgate.
– Lo siento -dije-. No quería decir eso. ¿Y un agua? Podemos bebería aquí, junto a la estatua.
La estatua de Martha Graham era una especie de mascota; la representaba en el papel de Judith, sosteniendo la cabeza de su enemigo Holofernes, y los estudiantes habían pintado la base del cuello de rojo y habían metido un estropajo de níquel bajo las axilas de Martha.
Había una base plana justo debajo de la cabeza de Holofernes donde podías sentarte.
Bernice volvió a torcer el gesto.
– Estás reincidiendo -dijo ella-. El agua embotellada es el mal. ¿Es que no sabes nada?
Podría haberle llamado zorra y haberme largado. Pero aquélla era mi única ocasión de arreglar las cosas, al menos conmigo misma.
– Bernice -dije-, quiero pedirte disculpas. Así que dime qué puedes beber, y te lo iré a buscar y podemos ir a algún sitio a tomarlo.
Todavía estaba malhumorada -nadie aguantaba tanto tiempo enfadada como ella-, pero después de que yo dijera que teníamos que echar luz sobre el problema, lo cual debió de sacar a flote la mejor parte Jardinera de ella, me contó que en el supermercado del campus vendían una infusión orgánica de hojas de kudzu machacadas en un recipiente de cartón reciclable y que ella aún tenía que quedarse un rato en el piquete, pero que cuando volviera con las infusiones podía tomarse un descanso.
Nos sentamos bajo la cabeza de Holofernes con las dos cajas de mantillo líquido que había comprado, y el sabor me devolvió a mis primeros días con los Jardineros. Recordé lo infeliz que había sido al principio y cómo Bernice había dado la cara por mí entonces.
– ¿No fuiste a la Costa Oeste? -le pregunté-. Después de que…
– Sí -dijo ella-. Bueno, he vuelto.
Me explicó que Veena había reincidido y se había unido a una religión completamente distinta llamada Frutos Conocidos, que afirmaba que ser rico era una señal del favor de Dios porque, «por sus frutos los conoceréis», y frutos significaba cuentas bancarias. Veena había adquirido una franquicia de complementos vitamínicos de HelthWyzer y enseguida se había extendido a cinco outlets, y le iba muy bien. Bernice dijo que la Costa Oeste era perfecta para eso, porque aunque todos hacían cosas como yoga, y decían que eso era espiritual, en realidad sólo eran materialistas retorcidos que comían pescado, rendían culto al cuerpo, con liftings, silicona y manipulaciones genéticas, y tenían valores completamente degenerados.
Veena había querido que Bernice estudiara Económicas en la universidad, pero Bernice había permanecido fiel a la fe de los Jardineros, así que discutieron por eso; y la Martha Graham era una solución de compromiso porque tenía cursos como Aplicaciones Productivas de la Sanación Holística. Que era el que estaba cursando Bernice.
No podía imaginarme a Bernice sanando nada, porque no podía imaginármela deseando sanar nada. Ponerte tierra en un corte era más su estilo. Aun así, dije que era muy interesante.
Le conté lo que iba a estudiar yo, pero vi que no le importaba. Así que le hablé de mi compañero de habitación Buddy Tercero, y me dijo que toda la Martha Graham estaba llena de tipos como ése: exfernales que desperdiciaban su tiempo en la Tierra sin ninguna idea seria en sus cabezas salvo beber y follar. Ella al principio había tenido un compañero de habitación así, que además había sido un asesino de animales porque llevaba sandalias de cuero. Bueno, eran de cuero falso, pero parecía auténtico. Así que se las quemó. Y gracias a Dios que no tenía que compartir cuarto de baño con él más, porque lo oía haciendo cosas sexuales con chicas prácticamente todas las noches, como si fuera algún tipo de híbrido degenerado de bonobo y conejo.
– Jimmy -dijo-. ¡Qué aliento de carne!
Cuando oí el nombre de Jimmy pensé que no podía ser el mismo. Pero luego pensé: sí, sí que puede ser el mismo. Mientras le daba vueltas a todo ello, Bernice dijo que por qué no me trasladaba a la habitación contigua a la suya, porque ahora que Jimmy se había marchado estaba vacía.
Quería arreglarme con ella, pero no tanto. Así que me lancé a lo que tenía que decirle:
– Siento mucho lo de Burt -dije-. Tu papá. Que muriera así. Me sentí muy responsable.
Ella me miró como si estuviera loca.
– ¿De qué estás hablando? -dijo.
– Esa vez que te conté que se estaba tirando a Nuala y tú se lo dijiste a Veena, y ella se puso hecha una furia y llamó a Corpsegur. Bueno, no creo que tuviera sexo con Nuala. Amanda y yo, bueno, más o menos nos lo inventamos porque queríamos ser malas. Me siento fatal por eso y lo lamento mucho. No creo que hiciera nunca nada peor que lo de los sobacos de las niñas.
– Al menos Nuala era adulta -dijo Bernice-. Pero él no paraba con los sobacos. Con las niñas. Era un degenerado, como decía mi madre. El me decía que yo era su niña favorita, pero ni siquiera eso era verdad. Se lo conté a Veena. Por eso lo delató. O sea que ya puedes dejar de darte tono. -Me dedicó otra vez esa vieja mirada, aunque esta vez con ojos rojos y llorosos-. Tienes suerte de que nunca te tocara a ti.
– Oh -dije-. Bernice, lo siento mucho.
– No quiero volver a hablar de esto más -dijo Bernice-. Prefiero usar mi tiempo de maneras más productivas.
Me preguntó si quería ir a pintar carteles de protesta contra Happicuppa con ella, y le dije que ya me había saltado una clase ese día, pero que tal vez en otra ocasión. Bernice me dedicó esa mirada de ojos entrecerrados que decía que sabía que estaba escurriendo el bulto. Entonces le pregunté qué aspecto tenía su antiguo compañero de habitación Jimmy, y ella dijo que no me importaba.
Había vuelto a su modo mandón, y yo sabía que si me quedaba mucho tiempo más con ella volvería a tener nueve años, y ella tendría el mismo poder sobre mí, o peor aún porque, por más cosas horribles que me deparara la vida, la suya siempre sería peor, y ella me inmovilizaría con esa llave de víctima. Le dije que de verdad tenía que irme, y ella dijo:
– Sí, claro.
Y luego me soltó que no había cambiado nada, que seguía siendo la misma pánfila de siempre.
Años después -cuando ya estaba trabajando en el Scales and Tails- vi en la tele que a Bernice la habían matado en una incursión en un piso franco de los Jardineros. Eso fue después de que ¿legalizaran a los Jardineros. El hecho de que la ¿legalizaran no iba a parar a Bernice; era una persona de valor y convicciones. Tenía que admirarla por eso -por las convicciones, y también por el coraje-, porque yo nunca había tenido ni una cosa ni la otra.
Mostraron un primer plano de su rostro, con aspecto más suave y pacífico en la muerte del que nunca le había visto en vida. Quizás ésa era la verdadera Bernice, pensé: amable e inocente. Quizás era así por dentro, y todas las batallas que habíamos tenido y todas sus maneras desagradables eran su forma de pelear por salir de la dura coraza que se había formado en torno a su cuerpo como el élitro de un escarabajo. Y por más que arremetiera y se debatiera, Bernice estaba atrapada en su coraza. Esa idea me hizo sentir tanta lástima por ella que me eché a llorar.
Antes de esa conversación con Bernice en la que ella había hablado de su antiguo compañero de habitación, yo casi había estado esperando ver a Jimmy: en una clase, en el Happicuppa, o sólo caminando por ahí. Sin embargo, ahora sentía que tenía que estar muy cerca. Estaría al doblar la esquina o al otro lado de la ventana; o me despertaría una mañana y lo encontraría a mi lado, sosteniéndome la mano y mirándome como me solía mirar la primera vez que estuvimos juntos. Era como si me persiguiera.
Quizás estaba marcada por Jimmy, pensé. Como un patito que al salir de un huevo lo primero que ve es una comadreja, y por eso la sigue durante el resto de su vida. Que probablemente sea corta. ¿Por qué tenía que ser Jimmy la primera persona de la que se había enamorado? ¿Por qué no podía ser alguien con mejor carácter? O al menos una persona menos veleidosa. Una persona más seria, alguien no tan dado a hacerse el tonto.
Lo peor de todo era que no me podía interesar por nadie más. Había un agujero en mi corazón que sólo Jimmy podía llenar. Sé que es una idea muy manida -por entonces ya había oído bastante de esa música mundana en mi Sea/H/Ear Candy-, pero es la única forma en que puedo explicarlo. Y no es que no fuera consciente de los defectos de Jimmy, porque lo era.
Por supuesto, al final vi a Jimmy. El campus no era enorme, así que tenía que ocurrir antes o después. Lo vi en la distancia, y él me vio, pero no vino corriendo. Se quedó en la distancia. Ni siquiera me saludó, hizo como si no me hubiera visto. Así que si había estado esperando la respuesta a la pregunta que siempre me había planteado -¿todavía me quiere?- ya la tenía.
Entonces en Danza Calisténica conocí a una chica que había estado un tiempo con Jimmy, Shayluba algo. Dijo que al principio era genial, pero que luego empezó a decirle lo malo que era para ella, que era incapaz de comprometerse por la novia que había tenido en el instituto. Eran demasiado jóvenes y terminó mal, y había sido un vertedero emocional desde entonces, aunque quizás era destructivo por naturaleza porque la cagaba con cada chica que tocaba.
– ¿Se llamaba Wakulla Price? -pregunté.
– La verdad es que no -dijo Shayluba-. Eras tú.
Jimmy, qué farsante y mentiroso eres, pensé. Pero luego pensé: ¿y si es verdad? ¿Y si yo había jodido la vida de Jimmy igual que él había jodido la mía?
Traté de olvidarlo todo de él. Pero no pude. Fustigarme por Jimmy se había convertido en un vicio para mí, como morderse las uñas. De vez en cuando lo veía pasar en la distancia, y eso era como fumarte un cigarrillo cuando estás tratando de dejarlo: vuelta a empezar. Aunque yo no había fumado nunca.
Llevaba casi dos años en la Martha Graham cuando recibí una noticia terrible. Lucerne me llamó y me dijo que mi padre biológico, Frank, había sido secuestrado por una corporación rival que se lo había llevado al este de Europa. A las corporaciones de allí siempre les había gustado ir de caza furtiva en nuestras corporaciones: sus matones encubiertos eran aún más asesinos que los nuestros, y contaban con una ventaja porque eran mejores con los idiomas y podían simular que eran inmigrantes. Nosotros no podíamos hacerles eso, porque ¿para qué íbamos a emigrar nosotros a allí?
Habían raptado a Frank dentro del complejo -en el lavabo para hombres del edificio de su laboratorio, dijo Lucerne- y lo habían sacado en una furgoneta de reparto de Zizzy Froots; luego se lo habían llevado en avión al otro lado del océano Atlántico todo vendado y disfrazado de paciente que se recuperaba de un lifting. Peor todavía, habían enviado un DVD en el que Frank aparecía drogado, confesando que HelthWyzer había estado injertando un virus de acción lenta pero incurable en sus complementos para poder ganar mucho dinero con los tratamientos. Era chantaje puro y simple, dijo Lucerne: cambiarían a Frank por un par de las fórmulas que querían, en concreto las de las enfermedades de acción lenta, y no harían público el DVD incriminatorio. De lo contrario, decían, la cabeza de Frank tendría que despedirse de su cuerpo.
HelthWyzer había hecho un análisis coste-beneficio, dijo Lucerne, y había decidido que los gérmenes de la enfermedad y las fórmulas valían más que Frank. En cuanto a la publicidad adversa, podían sofocarla en la fuente porque los medios de las corporaciones controlaban lo que era noticia y lo que no lo era. E Internet era tal lío de falsedades y verdades inverosímiles que ya nadie creía lo que había allí, o lo creían todo, que venía a ser lo mismo. Así que HelthWyzer no iba a pagar. Dijeron que lamentaban la tragedia de Lucerne, pero que su política les impedía ceder a las exigencias de un chantaje, porque eso alentaría más secuestros, que ya eran bastante numerosos.
Por consiguiente, Lucerne había perdido su posición de esposa de un científico de alto estatus en HelthWyzer, y con ella la casa, y dadas las desafortunadas circunstancias había decidido irse al complejo CryoJeenyus y convertirse en ama de casa junto a un hombre muy agradable que había conocido en el club de golf y que se llamaba Todd. Y desde luego, esperaba que yo no exagerara mi pena por Frank del mismo modo que exageraba el resto de mis emociones.
CryoJeenyus. Menuda farsa era ese lugar. Pagabas para que te congelaran la cabeza al morir por si acaso alguien inventaba en el futuro una forma de hacerte crecer un cuerpo nuevo bajo tu cuello, aunque los chicos de HelthWyzer bromeaban diciendo que sólo congelaban un cráneo porque ya habían sacado las neuronas para trasplantarlas en cerdos. Hacían un montón de chistes groseros como ése en HelthWyzer High, pero nunca podías estar segura de que fueran chistes.
El resultado era -continuó Lucerne- que escaseaba el dinero. Todd no era vicepresidente, sino sólo jefe de contabilidad, y ya tenía tres hijos que mantener que tendrían prioridad sobre mí, y Lucerne no podía pedirle que pagara por mí además de todo lo que ya estaba pagando. Por lo tanto, tendría que dejar de ser una carga, abandonar la Martha Graham y hacerme responsable de mí misma.
Estaba fuera del nido de una sola patada. No es que hubiera tenido nunca un gran nido: siempre había estado al borde de la cornisa con Lucerne.
Esto es la ironía, pensé. Había estudiado la ironía en Danza Teatral. Lucerne había contado una trola difamatoria diciendo que la habían secuestrado, y ahora al pobre Frank, mi padre biológico, lo habían secuestrado de verdad, y probablemente también lo habían asesinado. Estaba claro que Lucerne no se sentía muy apenada. En cuanto a mí, no sabía qué sentir.
Antes de los exámenes trimestrales de primavera, varias corporaciones instalaron cabinas de entrevistas en el vestíbulo principal. No las corporaciones serias -las de ciencias no se molestaban en reclutar en la Martha Graham, querían gente de números-, sino las más frívolas. Yo no reunía los requisitos para esas entrevistas, porque no iba a licenciarme ese año, pero decidí intentarlo de todos modos. No conseguiría ninguno de los puestos que se ofertaban, pero quizá me contrataran de barrendera. Había barrido el suelo con los Jardineros, aunque naturalmente no podía decirlo porque me habrían etiquetado de friqui verde fanática.
Mi profesora de Danza Calisténica decía que debería hablar con el Scales and Tails. Yo era una buena bailarina y el Scales ya formaba parte de SeksMart, que era una corporación legítima con beneficios sanitarios y un plan dental, así que no era como ser una prostituta. Un montón de chicas iban, y algunas conocían así a hombres buenos y después la vida les iba muy bien. De modo que pensé que valía la pena intentarlo. No era probable que consiguiera nada mejor sin una licenciatura. Incluso una licenciatura en la Martha Graham era mucho mejor que nada. Y no quería acabar vendiendo carne en algún sitio como SecretBurgers.
Ese día conseguí cinco entrevistas. Notaba un hormigueo en el estómago, pero me aguanté y sonreí, y conseguí convencerlos, aunque no estaba en la lista de licenciados. Podía haber hecho seis -CryoJeenyus buscaba una chica que calmara a los parientes a los que les congelaban las cabezas de sus seres queridos y en ocasiones de sus difuntas mascotas-, pero no podía trabajar allí por Lucerne. No quería volver a verla, no sólo por lo que me había hecho sino también por cómo me lo había hecho. Como quien despide a la criada.
Vi los equipos de recursos humanos de Happicuppa, ChickieNobs, Zizzy Froots, Scales and Tails y, finalmente, AnooYoo. Los tres primeros no me querían, pero conseguí una oferta del Scales and Tails. Cada corporación tenía un equipo que hacía las entrevistas, y Mordis formaba parte del equipo del Scales: había algunos peces gordos de SeksMart allí, pero él era el hombre sobre el terreno, así que en realidad dependía de él. Hice una rutina de Danza Calisténica, y Mordis dijo que yo era exactamente lo que estaba buscando, ese talento, y que me garantizaba que si venía al Scales no lo lamentaría.
– Puedes ser quien tú quieras -dijo-. ¡Actúalo!
Así que casi firmé.
La cabina de AnooYoo estaba al lado de la del Scales, y en ese equipo había una mujer que me recordaba mucho a Toby de los Jardineros, aunque tenía la piel más oscura y el cabello diferente, y los ojos eran verdes y su voz más ronca. Me llevó un poco aparte y me preguntó si tenía problemas y yo me encontré explicando que por razones familiares me veía obligada a dejar la facultad. Haría cualquier clase de trabajo, dije; estaba deseando aprender. Cuando ella me preguntó por esas razones familiares, lo vomité todo: que habían secuestrado a mi padre y que mi madre no tenía dinero. Noté que mi voz se ponía temblorosa; no era todo una actuación.
Entonces me preguntó cómo se llamaba mi madre. Se lo conté y ella asintió: me dijo que me llevaría al balneario de AnooYoo como aprendiz, que podría vivir en las instalaciones y que ellos me formarían. Trabajaría con mujeres, no con hombres borrachos y violentos como solían ponerse en el Scales, por más que allí tuvieran cobertura dental; y no tendría que llevar un integral de biofilm y dejar que me tocaran hombres extraños. Sería una atmósfera sanadora, y estaría ayudando a la gente.
Esa mujer se parecía mucho a Toby, y curiosamente, el nombre escrito en su etiqueta era Tobiatha. Fue como una señal para mí, una señal de que estaría a salvo allí, que sería bien recibida y querida. Así que dije que sí.
Mordis me dio su tarjeta de todos modos, y me insistió en que si cambiaba de idea me aceptaría en el Scales en cualquier momento, sin hacer preguntas.
El balneario de AnooYoo se encontraba en medio de Heritage Park. Había oído hablar mucho de él, porque Adán Uno estaba muy en contra: decía que muchos animales y también árboles habían sido sacrificados para construir un pabellón a la vanidad. En ocasiones en el Día de la Polinización daba un sermón entero al respecto. Pero, a pesar de ello, me sentía feliz allí. Tenían rosas que brillaban en la oscuridad, grandes mariposas rosas durante el día y hermosas polillas de kudzu por la noche, y una piscina, aunque el personal no podía usarla, y fuentes y su propio huerto de verdura ecológica. El aire era más sano allí que en medio de la ciudad, así que no tenías que ponerte tanto los conos nasales. Era como un sueño reconfortante. Me pusieron a trabajar en la lavandería, doblando sábanas y toallas, y eso me gustó porque era pacífico: todo era rosa.
En mi tercer día allí, Tobiatha me salió al paso mientras llevaba una pila de toallas limpias a una de las habitaciones y me dijo que quería hablar conmigo. Pensé que tal vez había hecho algo mal. Caminamos hasta el césped y ella me dijo que hablara en voz baja. Me explicó que se había dado cuenta de que la había reconocido en parte y ella sin duda me había reconocido a mí. Me había contratado porque había sido Jardinera y ahora que habían ¡legalizado a los Jardineros y destruido el Jardín teníamos el deber de cuidar los unos de los otros. Se daba cuenta de que estaba metida en problemas, además de no tener nada de dinero. ¿Qué pasaba?
Rompí a llorar, porque no me había enterado de lo del Jardín. Fue un impacto: tal vez tenía en mente que podía volver allí si las cosas se ponían feas de verdad. Ella me hizo sentar al lado de las fuentes: así el agua que corría ahogaría nuestras voces en caso de que hubiera micrófonos direccionales, dijo, y yo le hablé de HelthWyzer, le expliqué cómo había estado en contacto con los Jardineros a través de Amanda antes de perder el móvil y que no había vuelto a saber nada más del Jardín. No mencioné que me había enamorado de Jimmy y que me había roto el corazón, pero sí le hablé de la Martha Graham y de que Lucerne se había desprendido de mí de ese modo tan abrupto después de que secuestraran a mi padre.
Le dije que no tenía un norte en la vida, que me sentía entumecida por dentro, como una huérfana. Ella sabía que todo eso tenía que resultar inquietante, porque también había pasado una temporada difícil cuando tenía mi edad, y le había ocurrido algo parecido respecto a su padre.
Esta nueva versión de Toby no se parecía en nada al incordio que había sido como Eva Seis. Era más serena. O quizá yo era más mayor.
Toby miró a su alrededor y bajó la voz. Me contó que había tenido que irse del Jardín del Edén en el Tejado apresuradamente y que se había hecho algunas alteraciones porque corría riesgo allí, así que tenía que tener mucho cuidado de no decirle a nadie quién era. Se había arriesgado conmigo y esperaba que pudiera confiar en mí, y yo le dije que podía hacerlo. Entonces me advirtió que Lucerne venía al balneario en ocasiones, y que tenía que saberlo y estar atenta para mantenerme alejada de su vista.
Por fin dijo que si ocurría algo -alguna crisis- y ella no estaba, tenía que saber que había reunido un jardín estilo Ararat de comida no perecedera en el almacén de AnooYoo; me dijo el código de la puerta por si alguna vez necesitaba entrar, aunque esperaba que nunca fuera necesario.
Le di las gracias, y luego le pregunté si sabía dónde estaba Amanda. Quería volver a verla, dije. Era mi única amiga verdadera. Toby dijo que a lo mejor podría encontrarla.
Después de eso no hablamos con mucha frecuencia -Toby decía que sería sospechoso aunque no sabía quién podía estar vigilando-, pero intercambiábamos algunas palabras y señas. Sentía que me estaba protegiendo como con algún tipo de campo de fuerza alienígena. Aunque, por supuesto, eso me lo estaba inventando.
Un día, cuando llevaba casi un año allí, Toby dijo que había localizado a Amanda a través de conocidos mutuos en Internet. Lo que me contó fue sorprendente, aunque no tanto cuando pensé en ello. Amanda se había convertido en una bioartista: hacía arte con animales o partes de animales que disponía en el exterior a escala gigante. Vivía cerca de la entrada oeste de Heritage Park y, si quería verla, Toby podía conseguirme un pase y que me llevaran allí en uno de los monovolúmenes rosas de AnooYoo.
Eché mis brazos al cuello de Toby y la abracé, pero ella me señaló que tuviera cuidado con eso: las chicas de la lavandería no abrazaban a una directora. Luego me dijo que no debería implicarme mucho con Amanda: Amanda tenía tendencia a ir demasiado lejos, porque no conocía los límites de su propia fuerza. Quería preguntarle qué quería decir, pero ya se estaba yendo.
El día de la visita, Toby me dijo que Amanda estaría avisada de mi llegada: pero las dos teníamos que esperar hasta que cerráramos la puerta antes de abrazarla o gritar o hacer cualquier tipo de manifestación. Me dio una canasta con productos de AnooYoo para entregar, como excusa en caso de que alguien parara el monovolumen y preguntara adónde iba. El conductor me esperaría: sólo dispondría de una hora, porque sería extraño que una chica de AnooYoo pasara demasiado tiempo en el mundo exfernal.
Dije que tal vez debería disfrazarme, y ella dijo que no, porque los guardas harían preguntas. Así que me puse mi mono rosa de AnooYoo encima del blusón de trabajo y los pantalones de algodón y salí con mi canasta, como caperucita rosa.
El monovolumen de AnooYoo me dejó delante del deteriorado edificio de Amanda como estaba planeado. Recordaba lo que me había dicho Toby. Esperé hasta que estuve dentro de la puerta, donde me estaba esperando Amanda, y las dos dijimos: «No puedo creerlo», y nos abrazamos. Pero no mucho tiempo, Amanda nunca había sido de abrazar.
Era más alta que la última vez que la había visto en carne y hueso. Estaba bronceada -pese a los protectores solares y los sombreros- de tanto trabajar al aire libre, dijo. Fuimos a la cocina, que tenía un montón de dibujos suyos colgados de las paredes y algunos huesos aquí y allá; y nos tomamos una cerveza cada una. Nunca me había gustado mucho tomar alcohol, pero la ocasión era especial.
Empezamos a hablar de los Jardineros: Adán Uno y Nuala y Mugi el Músculo y Philo el Niebla y Katuro y Rebecca. Y Zeb. Y Toby, aunque no dije que ahora era Tobiatha y que dirigía el balneario de AnooYoo. Amanda me contó por qué Toby había tenido que abandonar el Jardín. Era porque Blanco de la Alcantarilla iba tras ella. En la calle, Blanco tenía la reputación de cargarse a cualquiera que le molestara, en especial a mujeres.
– ¿Por qué ella? -dije.
Amanda dijo que había oído que era por un antiguo rollo sexual: me desconcertó, porque los rollos sexuales y Toby nunca habían encajado, lo cual era el principal motivo de que los chicos la llamáramos la Bruja Seca. Y comenté que quizá Toby había sido más húmeda de lo que habíamos pensado, y Amanda rio y dijo que obviamente yo todavía creía en los milagros. Pero ahora sabía por qué Toby se escondía bajo una identidad diferente.
– Recuerdas lo que solíamos decir: toc, toc, quién es. Tú y Bernice y yo -dije. Se me estaba subiendo la cerveza.
– Peli -dijo Amanda-. ¿Qué peli?
– Peligroso -dije, y las dos rompimos a reír, y parte de la cerveza me salió por la nariz.
Entonces le conté que me había encontrado con Bernice y que estaba más cabreada que nunca. Nos reímos también de eso. Pero no mencionamos al difunto Burt.
– Y la vez que me conseguiste esa superyerba con Shackie y Croze -dije-, y fuimos todos a la cabina del holocentrifugador y vomité.
Y reímos un poco más.
Me contó que tenía dos compañeras de habitación que eran también artistas; y también que por primera vez en su vida estaba viviendo con un novio. Le pregunté si estaba enamorada de él y dijo:
– Probaré todo una vez.
Le pregunté cómo era y me dijo que era muy dulce, aunque en ocasiones se ponía de mal humor porque todavía tenía que superar una relación con una novia adolescente. Y yo le pregunté cómo se llamaba y me dijo:
– Jimmy, quizá lo conoces de HelthWyzer High, debió de estar allí al mismo tiempo que tú.
Tuve un escalofrío.
– Es el de la nevera -dijo-, en la segunda fila a la derecha.
Era Jimmy, sin duda, con el brazo en torno a Amanda, sonriendo como una rana electrocutada. Me sentí como si Amanda me hubiera clavado una estaca en el corazón. Pero no tenía sentido estropearle las cosas a Amanda diciéndoselo. Ella no lo había hecho a propósito.
– Es muy guapo -dije-, y ahora he de irme porque me espera el chófer.
Amanda me preguntó si me pasaba algo y le dije que no. Me dio su número de móvil y dijo que la próxima vez que fuera a visitarla se aseguraría de que estuviera Jimmy y haría espaguetis.
Sería bonito creer que el amor se distribuye de manera equitativa para que nadie se quede sin. Pero no era así como iba a ser para mí.
Volví al balneario de AnooYoo sintiéndome completamente tirada y vacía. Justo cuando llegué, cuando estaba repartiendo las toallas por las habitaciones, casi me topé con Lucerne. Ya era hora de que volvieran a hacerle un lifting: Toby me había advertido en todas sus visitas para que pudiera actuar con discreción y eludirla, pero se me había ido de la cabeza con lo de Amanda y Jimmy.
Le sonreí de la manera neutral que nos habían enseñado. Creo que me reconoció, pero me sacudió como si fuera una pelusa. Aunque nunca había deseado verla ni hablar con ella, tuve una sensación muy mala al saber que ella tampoco quería verme ni hablar conmigo. Era como ser borrada de la pizarra del universo: que tu propia madre actuara como si nunca hubieras nacido.
En ese momento comprendí que no me podía quedar en AnooYoo. Necesitaba vivir sola, lejos de Amanda, lejos de Jimmy, lejos de Lucerne, incluso lejos de Toby. Quería ser alguien completamente diferente, no quería deberle nada a nadie, ni que nadie me debiera nada. No quería cadenas, ni pasado, ni preguntas. Estaba harta de hacer preguntas.
Encontré la tarjeta que me había dado Mordis y le dejé una nota a Toby dándole las gracias por todo, y diciendo que por razones personales ya no podía continuar trabajando en el balneario. Todavía tenía el pase de un día que había usado para ir a ver a Amanda, así que me fui entonces. Todo estaba arruinado y destruido, ya no había ningún sitio seguro para mí; y si tenía que estar en un lugar inseguro lo mismo podía ser un sitio donde me apreciaran.
Cuando llegué al Scales tuve que convencer a los gorilas, porque no creían que de verdad estuviera buscando trabajo allí. Al final logré que llamaran a Mordis, y él dijo ah, sí. Me recordaba: era la pequeña bailarina. Brenda, ¿no? Dije que sí, pero que podía llamarme Ren, ya me sentía a gusto con él. Me preguntó si iba en serio con el trabajo y le dije que sí, y él me explicó que había un compromiso mínimo porque no querían malgastar la formación y que si me importaría firmar un contrato.
Dije que a lo mejor era demasiado triste para el trabajo: ¿no querían una personalidad más animada en las chicas? Pero Mordis sonrió con sus ojos brillantes de hormiga negra y dijo como si me estuviera dando una palmadita:
– Ren, Ren, todo el mundo está demasiado triste para todo.
Así que fui a trabajar al Scales al fin y al cabo. En algunos sentidos fue un alivio. Me gustaba tener a Mordis de jefe, porque al menos estaba claro lo que le complacía. Me hacía sentir segura, quizá porque era lo más parecido a un padre que iba a tener: Zeb se había desvanecido y mi padre real no me había encontrado demasiado interesante, y además estaba muerto.
Mordis decía que yo era realmente algo especial: la respuesta a todos los sueños, incluso los húmedos. Era alentador hacer algo en lo que era buena. No me gustaban tanto las otras partes del trabajo, pero me gustaba bailar en el trapecio porque entonces nadie podía tocarte. Estabas en el aire, como una mariposa. Me imaginaba a Jimmy mirándome, y pensando que era yo a la que había amado siempre, no a Wakulla Price ni a LyndaLee ni a ninguna de las otras, ni siquiera a Amanda, y que yo estaba bailando sólo para él.
Sabía lo inútil que era todo aquello.
Después de ir al Scales, sólo mantuve contacto con Amanda por teléfono. Ella pasaba mucho tiempo fuera, con sus proyectos de arte; además no quería verla en persona. Me sentiría incómoda por Jimmy, y ella captaría esa sensación y me preguntaría, y yo tendría que mentir o contárselo; y si se lo contaba se enfadaría, o tal vez sólo sentiría curiosidad; o pensaría que era estúpida. Amanda tenía su lado duro.
Los celos son una emoción muy destructiva, decía Adán Uno. Forma parte de la terca herencia del australopiteco con la que nos hemos quedado. Te devora y acaba con tu vida espiritual, pero también te conduce al odio y causa daño a otras personas. Claro que Amanda era la última persona a la que quería hacer daño.
Traté de visualizar mis celos como una nube marrón amarillenta hirviendo en mi interior, una nube que luego me salía por la nariz en forma de humo y se convertía en una piedra que caía al suelo. Eso funcionó un poco. Pero en mi visualización, una planta cubierta con bayas de veneno crecería de la piedra, tanto si lo quería como si no.
Entonces Amanda rompió con Jimmy. Me lo hizo saber de un modo indirecto. Ya me había hablado de su proyecto exterior de instalaciones de paisajes artísticos, una serie titulada El Mundo Vivo: estaba escribiendo palabras con letras gigantes usando bioformas para hacer que las palabras aparecieran y desaparecieran, igual que las palabras que hacía con jarabe cuando éramos niñas. Ahora dijo:
– Voy por las palabras de cuatro letras.
Y yo dije:
– Te refieres a palabras guarras como caca.
Y ella se rio y dijo:
– Peores que ésas.
Y yo dije:
– Palabra como co… y pu…
Y ella dijo:
– No, como amor.
Y yo dije:
– Ah, así que lo de Jimmy no funcionó.
Y ella dijo.
– Jimmy no puede ser serio.
Supuse que la habría engañado, o algo así.
– Lo siento -dije-. ¿Estás muy cabreada con él?
Traté de que mi voz no dejara traslucir felicidad. Ahora puedo perdonarla, pensé. Aunque en realidad no había nada que perdonarle, porque ella no me había hecho ningún daño a propósito.
– ¿Cabreada? -dijo-. No te puedes cabrear con Jimmy.
Me pregunté qué quería decir con eso, porque yo sin duda estaba cabreada con Jimmy. Aunque todavía lo quería.
Quizás el amor era eso, pensé, estar cabreado.
Al cabo de un tiempo, Glenn empezó a ir al Scales: no todas las noches, pero sí las suficientes para conseguir descuentos. No lo había visto desde HelthWyzer: había estado con los cerebritos, estudiando ciencia en el Watson-Crick Institute, pero ahora era un pez gordo de Rejoov Corp. No se cortaba de fanfarronear, aunque en el caso de Glenn era más una exposición de hechos, como quien dice «Va a llover». De lo que me enteré por lo que escuché de sus conversaciones con el capitoste y sus mecenas era de que estaba a cargo de una iniciativa francamente importante llamada Proyecto Paraíso. Habían construido una cúpula especial para ese proyecto, con su propio suministro de aire y seguridad cuádruple. Glenn había reunido un grupo de los mejores cerebros disponibles, y estaban trabajando día y noche.
Glenn era vago respecto a lo que estaban trabajando. «Inmortalidad» era una de las palabras que usaba: Rejoov había estado interesado en ella durante décadas, algo sobre cambiarte las células para que no murieran nunca; la gente pagaría mucho por la inmortalidad. Cada dos meses afirmaba que habían hecho un gran avance, y cuantos más avances hacía, más dinero conseguía para el Proyecto Paraíso.
En ocasiones decía que estaba trabajando en soluciones al mayor problema de todos, que eran los seres humanos: su crueldad y sufrimiento, sus guerras y pobreza, su temor a la muerte.
– ¿Cuánto pagarías por el diseño de un ser humano perfecto? -diría.
Entonces había insinuado que el Proyecto Paraíso estaba diseñándolo y que invertirían más dinero en él.
Para los finales de estas reuniones, alquilaba la habitación con el techo de plumas y pedía bebidas, drogas y scalies, no para él mismo sino para los tipos que lo acompañaban. En ocasiones, incluso trataba con los capitostes de Corpsegur. Esos tipos eran siniestros. Yo nunca tenía relaciones con los painballers, pero sí con los de Corpsegur, y eran los clientes que menos me gustaban. Era como si tuvieran mecanismos detrás de los ojos.
De vez en cuando, Glenn contrataba a dos o tres scalies durante toda la noche, no para sexo sino para cosas muy extrañas. Una vez quiso que maulláramos como gatos para poder medir nuestras cuerdas vocales. En otra ocasión nos pidió que cantáramos como pájaros para grabarnos. Starlite se quejó a Mordis de que no le pagaban para eso, pero Mordis sólo dijo:
– Bueno, es un chiflado. Ya has visto otros antes. Pero es un chiflado rico, y es inofensivo, así que complácelo.
Yo formaba parte del trío de chicas la noche que nos sometió a una especie de cuestionario. ¿Qué nos haría feliz?, quería saber. ¿La felicidad era más parecida a la excitación o a la contención? ¿La felicidad era interior o exterior? ¿Con árboles o sin ellos? ¿Había agua corriente cerca? ¿Un exceso de felicidad aburría? Starlite y Crimson Petal trataban de adivinar lo que quería oír para poder decirle las mentiras adecuadas.
– No -dije. Sabía cómo era Glenn-. Es un geek. Quiere que digamos lo que de verdad sentimos.
Eso las confundió mucho.
Eso sí, nunca nos preguntaba por la tristeza. Quizá pensaba que ya sabía suficiente de eso.
Un buen día empezó a traer a una mujer: físicamente parecía una Asian Fusion y tenía acento extranjero. Glenn dijo que la mujer quería conocer el Scales porque Rejoov nos había elegido como uno de los principales lugares experimentales, y ella nos presentaría un nuevo producto: la píldora BlyssPluss, que resolvería todos los problemas relacionados con el sexo. Nos habían concedido el privilegio de darlo a conocer a nuestros clientes. La mujer tenía un título ejecutivo de Rejoov -vicepresidenta de Incremento de Satisfacción-, aunque su verdadero trabajo era ser la primera de Glenn.
Me di cuenta de que había sido una de las nuestras: una chica de alquiler, de un tipo o de otro. Resultaba obvio cuando conocías las señales. Estaba actuando siempre, sin delatar nada de sí misma. Yo los observaba en la pantalla: tenía curiosidad porque Glenn era un tipo seco, aunque, claro, podía tener sexo, como cualquier ser humano. Esa chica tenía más movimientos que un pulpo, y su trabajo primario era asombroso. Glenn actuaba como si ella fuera la primera, la última y la única chica del planeta. Mordis también solía observarlos, y decía que el Scales pagaría mucho dinero por esa chica. Yo le dije que no podía costeársela: ella estaba muy por encima de su escala salarial.
Los dos tenían nombres de mascota. Ella lo llamaba Crake, y él la llamaba Oryx. A las otras chicas les resultaba extraño que los dos fueran tan acaramelados, porque no coincidía con el carácter de Glenn. A mí, en cambio, me parecía algo bonito.
– ¿Es ruso o qué? -me preguntó Crimson Petal-. ¿Oryx y Crake?
– Supongo -dije.
Eran nombres de animales extinguidos -los Jardineros teníamos que memorizar infinidad de nombres-, pero si lo decía las chicas se preguntarían cómo era que lo sabía.
La primera vez que Glenn vino al Scales lo reconocí de inmediato, pero por supuesto él no me reconoció, con mi integral de biofilm y con lentejuelas en toda la cara, y yo no le dije nada. Mordis nos decía que no forjáramos vínculos personales con los clientes, porque si querían una relación podían conseguirla en cualquier otro sitio. Decía que a los clientes del Scales no les importaba nuestra vida, sólo querían epidermis y fantasía. Querían que los llevaran a la tierra de Nunca Jamás, donde disfrutarían de experiencias pecaminosas que nunca jamás podrían tener en casa. Damas libélula envolviéndolos, mujeres serpientes deslizándose por encima de ellos. Así que era mejor que nos guardásemos nuestra charla emocional privada para gente que de verdad se preocupara por nosotras, como las otras scalies.
Una noche Glenn preparó una velada de tratamiento extraespecial, para un invitado extraespecial, dijo. Reservó la sala de plumas con la colcha verde, los martinis más potentes del Scales and Tails -kicktails los llamaban- y dos scalies, Crimson Petal y yo. Mordis nos eligió a nosotras porque Glenn dijo que este invitado extraespecial prefería las chicas más delgadas.
– ¿Quiere un rollo colegiala vestida de marinerita? -pregunté; en ocasiones esto era lo que significaba chicas delgadas-. ¿He de llevar mi cuerda de saltar a la comba?
Si era así tendría que cambiarme, porque justo entonces estaba llena de lentejuelas.
– Este tipo está tan colgado que ya no sabe lo que quiere -dijo Mordis-. Sólo dale tu recital de conejita. Queremos ver propinas de las gordas. Haz que le salgan los ceros por las orejas.
Cuando llegamos a la habitación, el tipo estaba tumbado sobre la colcha verde de satén como si la hubieran arrojado desde un avión, pero contento con ello, porque tenía una sonrisa de cuerpo entero.
Era Jimmy. Dulce, hecho polvo Jimmy. Jimmy, que había arruinado la vida.
Mi corazón dio un vuelco. Oh, mierda, pensé. No estoy preparada para esto. Voy a perder los nervios y me echaré a llorar. Sabía que no me reconocería: iba cubierta de lentejuelas, y él estaba tan colgado que era casi ciego. Así que me deslicé a la actuación habitual y empecé con los botones y el velcro. Las scalies lo llamábamos «pelar la gamba».
– ¡Qué abdominales! -susurré-. Cariño, túmbate.
¿Odiaba hacerlo o me gustaba? ¿Por qué tenía que ser una cosa o la otra? Como Vilya siempre decía de sus tetas: «Llévate dos, están baratas.»
Jimmy trató de quitarme las escamas de la cara, así que tuve que cogerle las manos y ponérselas en otro sitio.
– ¿Eres un pez? -estaba diciendo.
No parecía que lo supiera.
Oh, Jimmy, pensé. ¿Qué queda de ti?