De la importancia del conocimiento instintivo. Narrado por Adán Uno
Queridos amigos, compañeros mortales, compañeros animales:
Hoy es nuestro Banquete de la Sabiduría de la Serpiente, y nuestros niños una vez más han sobresalido en su decoración. Hemos de agradecer a Amanda y Shackleton por el apasionante mural de la serpiente del este ingiriendo una rana, adecuado recordatorio de la naturaleza entrelazada de la danza de la vida. En esta fiesta es tradición que utilicemos el calabacín, una hortaliza con forma de serpiente. Damos gracias a Rebecca, nuestra Eva Once, por su innovador postre de calabacín y rábano. Ya tenemos ganas de probarlo.
Sin embargo, primero debo alertaros del hecho de que ciertos individuos están investigando de manera no oficial a Zeb, nuestro Adán Siete de talentos múltiples. En el Jardín de Nuestro Padre hay muchas especies, y hacen falta de todo tipo para formar un ecosistema, y Zeb ha elegido la opción no violenta; así que si os preguntan, recordad que «No lo sé» es siempre la mejor respuesta.
Nuestro texto de la Sabiduría de la Serpiente es de Mateo 10:16: «Sed, pues, sabios como las serpientes e inofensivos como las palomas.» A los antiguos biólogos que se encuentran entre nosotros que hayan hecho un estudio de las serpientes o de las palomas, esta cita les resultará desconcertante. Las serpientes son cazadoras expertas, que paralizan a su presa, o la estrangulan y la aplastan. Ese don para la caza les permite depredar a muchos ratones y ratas. Sin embargo, a pesar de su tecnología natural, por lo general no llamamos a las serpientes «sabias». Y las palomas, aunque inofensivas para nosotros, son extremadamente agresivas con otras palomas: un macho acechará y matará a otro macho menos dominante si se le brinda la ocasión. El Espíritu de Dios en ocasiones se representa como una paloma, lo cual simplemente nos informa de que este espíritu no siempre es pacífico: también tiene un lado feroz.
La serpiente posee una gran carga simbólica en las Palabras Humanas de Dios, aunque de muy distintas maneras. En ocasiones, se muestra como un malvado enemigo de la humanidad, quizá porque, cuando nuestros ancestros primates dormían en los árboles, las constrictor se contaban entre sus escasos depredadores nocturnos. Y para estos ancestros -descalzos como iban- pisar una víbora significa muerte segura. Sin embargo, la serpiente también se equipara con el Leviatán, esa gran bestia marina que Dios creó para humillar a la humanidad, y es mencionada a Job como ejemplo sobrecogedor de Su inventiva.
Entre los antiguos griegos, las serpientes eran sagradas para el dios de la curación. En otras religiones, la serpiente con su cola en la boca se refiere al ciclo de la vida, y al principio y el fin del tiempo. Como mudaban sus pieles, las serpientes también simbolizaban renovación: el alma desembarazándose de su viejo ser, desde el que emerge resplandeciente. Es un símbolo complicado, sin duda. Por consiguiente, ¿cómo vamos a ser «sabios como serpientes»? ¿Hemos de comernos nuestras propias colas, o tentar a la gente a hacer el mal, o enrollarnos en torno a nuestros enemigos y matarlos por asfixia? Seguramente no, porque en la misma frase se nos dice que seamos tan inofensivos como palomas.
Sabiduría de serpiente -propongo- es la sabiduría de sentir directamente, igual que la serpiente percibe las vibraciones de la tierra. La serpiente es sabia por cuanto vive en la inmediatez, sin la necesidad de los elaborados esquemas intelectuales que la humanidad está construyendo para sí misma de un modo incesante. Porque lo que en nosotros es creencia y fe, en las otras criaturas es conocimiento innato. Ningún humano puede conocer la mente completa de Dios. La razón humana es un alfiler danzando en la cabeza de un ángel, tan pequeña es en comparación con la inmensidad divina que nos envuelve.
Como se expresaba en las Palabras Humanas de Dios: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.» Ésta es la cuestión: que no se ven. No podemos conocer a Dios por razón y medida; de hecho, el exceso de razón y medida conduce a la duda. A través de ellas, sabemos que los cometas y los holocaustos nucleares están entre los mañanas posibles, por no mencionar el Diluvio Seco, que tememos que ocurra muy pronto. Este temor diluye nuestra certeza, y a través de este canal llega la pérdida de fe; y luego la tentación de actuar con malevolencia impregna nuestras almas; porque si nos aguarda la aniquilación, ¿por qué tomarnos la molestia de esforzarnos por hacer el bien?
Nosotros los humanos hemos de trabajar para creer, mientras que las demás criaturas no han de hacerlo. Saben que el amanecer llegará. Lo perciben: esa ondulación en la penumbra, el horizonte espabilándose. No sólo cada gorrión, cada mofache, sino también cada nematodo, cada molusco, cada pulpo y cada mohair y cada leonero: todos se aguantan en la palma de Su mano. A diferencia de nosotros, no necesitan la fe.
En cuanto a la serpiente, ¿quién puede decir dónde termina su cabeza y empieza su cuerpo? Experimenta a Dios en todas las partes de su ser; siente las vibraciones de la divinidad que recorren la tierra, y responde a ellas más deprisa que el pensamiento.
Ésta es pues la Sabiduría de la Serpiente que ansiamos, esa totalidad de ser. Recibamos con gozo los escasos momentos en que, por medio de la gracia y con la ayuda de nuestros retiros y vigilias y la asistencia de la botánica divina, se nos concede una comprensión de ella.
Cantemos.
Dios dio a todos los animales
Dios dio a todos los animales
un saber más allá de nosotros:
saben al nacer cómo vivir,
lo cual nos cuesta mucho trabajo.
No estudian libros las criaturas,
pues Dios les instruye mente y alma:
el sol zumba para cada abeja,
la arcilla susurra para el topo.
En Dios buscan todas su alimento
y gozan del fruto de la tierra.
Ninguna de ellas compra ni vende,
ni tampoco ensucia su morada.
La serpiente es flecha reluciente
que percibe el vibrar de la tierra;
recorre su carne acorazada
y toda su ondulante columna.
Ah, ser sabio como las serpientes…
y sentir la perfección del todo,
no sólo con la mente pensante,
sino con el alma ardiente y ágil.
Del Libro Oral de Himnos
de los Jardineros de Dios
Año 25
«Banquete de la Sabiduría de la Serpiente. Luna llena.» Toby anota la festividad del día y la fase lunar en su libreta rosa con los ojos guiñados y los labios de beso. La luna menguante es una semana propicia para la poda, decían los Jardineros. Plantas en luna creciente, cortas en menguante. Era un buen momento para usar herramientas afiladas con uno mismo, para arrancar cualquier parte superflua que pueda necesitar recorte. Tu cabeza, por ejemplo.
– Es broma -dice en voz alta. Debería evitar esos pensamientos mórbidos.
Hoy se cortará las uñas. También las uñas de los pies: no hay que dejar que se descontrolen. Puede hacerse la manicura: hay montones de aplicaciones cosméticas a mano, estantes enteros. Esmalte Voluptuoso AnooYoo. Reafirmante Piel de Ciruela AnooYoo. Fuente de Juventud Inmersión Total AnooYoo: «¡Quítate esa epidermis escamada!» Aunque ¿por qué molestarse en pulir, rellenar o cubrir? ¿Y por qué no molestarse? Cualquier elección es igualmente inútil.
«Do it for Yoo: AnooYoo», canturreaba la publicidad. Podría cambiarme por completo, piensa Toby. Otro nuevo yo completamente distinto, fresco como una serpiente. ¿Cuántos sumarían ya?
Sube con dificultad por la escalera hasta el tejado, levanta los prismáticos, inspecciona su reino visible. Hay movimiento en la maleza, en el linde del bosque: ¿serán los cerdos? Si es así, se mantienen a la expectativa. Los buitres todavía se están reuniendo en torno a un cerdo muerto. Habrá montones de nanobioformas trabajando allí: ya estará casi podrido.
Aquí hay algo diferente. Más cerca del edificio pace un grupo de ovejas. Hay cinco: tres mohair -uno verde, uno rosa y uno violeta brillante- y otras dos ovejas que parecen convencionales. El pelo largo de los mohair no está muy bien: hay marañas como coágulos, y ramitas y hojas secas. En pantalla, en los anuncios, el pelo era brillante, se veía a las ovejas sacudiéndoselo y a continuación una chica guapa sacudiendo una melena del mismo pelo. «Más mujer con Mohair.» Pero no les está yendo tan bien sin sus tratamientos de belleza.
Las ovejas se reúnen, levantan las cabezas. Toby descubre la razón: agazapados en la maleza, hay dos leoneros al acecho. Quizá las ovejas los huelen, pero el aroma debe confundir: parte león, parte cordero.
El mohair violeta es el más nervioso. No parezcas una presa, piensa Toby. Y claro está, los leoneros van a por el violeta. Lo separan del grupo y lo persiguen durante una corta distancia. El patético animal está impedido por su peinado -parece una peluca violeta asustada con patas- y los leoneros enseguida lo abaten. Les cuesta un rato encontrar la garganta bajo todo ese pelo, y el mohair se levanta varias veces antes de que los leoneros acaben con él. Luego se disponen a comer. Las otras ovejas han huido torpemente entre una confusión de balidos, pero ahora están paciendo otra vez.
Toby pretendía dedicarse un poco al huerto, recoger algunas hierbas: su reserva de conservas y comida no perecedera está menguando como la luna. Sin embargo, decide no hacerlo por los leoneros. Los extraños felinos tenderán emboscadas: uno retoza en campo abierto para distraer tu atención mientras otro se desliza silenciosamente a tu espalda.
Por la tarde, Toby se echa una siesta. La luna menguante atrae el pasado, decía Pilar: lo que llega de las sombras has de recibirlo como una bendición. Y el pasado la asalta: la casa de madera blanca de su infancia, los árboles comunes, el bosque en el fondo, teñido de azul como si fuera niebla. Un ciervo se recorta contra ese fondo, rígido como un seto ornamental, con las orejas levantadas. Su padre está cavando con una pala, al lado de la pila de estacas de valla; su madre es un atisbo fugaz en la ventana de la cocina. Quizás está preparando sopa. Todo está tranquilo, como si no fuera a terminar nunca. Pero ¿dónde está Toby en esta imagen? Porque es una imagen. Es plana, como una pintura en una pared. Ella no está allí.
Abre los ojos, con lágrimas en las mejillas. Yo no estaba en la imagen porque yo soy el marco, piensa. En realidad no es el pasado. Sólo soy yo, juntándolo todo. Es sólo un puñado de circuitos neuronales mortecinos, un espejismo.
Seguramente yo era una persona optimista entonces, piensa. Allí. Me despertaba silbando. Sabía que había cosas malas en el mundo, hablaban de ellas, las veía en las noticias en pantalla. Pero las cosas malas ocurrían en algún otro sitio.
En el momento en que llegó al instituto, lo malo se había acercado. Recuerda la sensación opresiva, como esperar todo el tiempo una pisada fuerte y luego la llamada a la puerta. Todo el mundo lo sabía, aunque nadie lo admitiera. Si otra gente empezaba a discutirlo, los desintonizabas, porque lo que estaban diciendo era tan obvio como inimaginable.
«Estamos consumiendo la tierra. Casi se ha agotado.» No puedes vivir con esos temores y seguir silbando. La espera crece en ti como una marea. Empiezas a desear que termine. Te descubres rogando al cielo: «Hazlo ya. Haz lo peor. Termina de una vez.» Sentía el temblor inminente en la columna, dormida o despierta. Nunca desapareció, ni siquiera entre los Jardineros. Especialmente -a medida que el tiempo fue transcurriendo- entre los Jardineros.
El domingo siguiente al Día de la Sabiduría de la Serpiente era el Día de San Jacques Cousteau. Corría el año 18, el año de la ruptura, aunque Toby todavía no lo sabía. Recuerda que estaba atravesando las calles del Sumidero de camino a la Clínica de Estética para asistir a la reunión dominical ordinaria del Consejo de Adanes y Evas. No tenía ganas de que llegara el momento: últimamente esas reuniones habían derivado en peleas.
La semana anterior se habían pasado todo el tiempo discutiendo problemas teológicos. La cuestión de la dentadura de Adán, para empezar.
– ¿La dentadura de Adán? -había soltado Toby.
Tenía que esforzarse en controlar esas expresiones de sorpresa, pues podían interpretarse como críticas.
Adán Uno había explicado que algunos de los niños estaban inquietos porque Zeb había señalado las diferencias entre los dientes para morder y desgarrar de los carnívoros y los dientes para machacar y mascar de los herbívoros. Los niños querían saber por qué -si Adán había sido creado como vegetariano, de lo cual no cabía duda- los dientes humanos tenían características tan mezcladas.
– No debería haber sacado el tema -había mascullado Stuart.
– Cambiamos en el momento de la Caída -había propuesto alegremente Nuala-. Evolucionamos. Una vez que el hombre empezó a comer carne, bueno, de un modo natural…
Eso sería poner el carro delante del caballo, dijo Adán Uno; no podían lograr su objetivo de reconciliar los hallazgos de la ciencia con su punto de vista sacramental de la vida simplemente pasando por alto las reglas de la primera. Les pidió que reflexionaran sobre este acertijo y que propusieran soluciones en una fecha posterior.
Luego volvieron al problema de la ropa de piel de animal que Dios había proporcionado a Adán y Eva al final de Génesis 3. Las problemáticas «túnicas de piel».
– Los niños están muy preocupados con eso -había dicho Nuala.
Toby entendía por qué estaban tan consternados. ¿Dios había matado a una de sus amadas criaturas para hacer una de esas túnicas de piel? Si era así, esgrimió un muy mal ejemplo para el hombre. Si no fue así, ¿de dónde habían salido esas «túnicas de piel»?
– Quizás esos animales murieron de muerte natural. -Eso lo apuntó Rebecca-. Y Dios no quiso desperdiciar. -Rebecca era inflexible con lo de aprovechar los restos.
– Tal vez eran animales muy pequeños -había apuntado Katuro-. De vidas breves.
– Es una posibilidad -había dicho Adán Uno-. Dejémoslo por el momento, hasta que se nos presente una explicación más plausible.
Al principio de su condición de Eva, Toby había preguntado si realmente era necesario hilar tan fino con semejantes cuestiones teológicas, y Adán Uno le había explicado que sí lo era.
– La verdad es que a la mayoría de la gente no le importan las demás especies cuando los tiempos se ponen difíciles -había dicho-. Lo único que les preocupa es su próxima comida, lo cual es natural: hemos de comer o morir. Pero ¿y si es Dios quien se preocupa? Hemos evolucionado para creer en dioses, así que esta desviación de creencia nuestra debe aportar una ventaja evolutiva. El punto de vista estrictamente materialista (que somos un experimento que la proteína animal ha estado haciendo por su cuenta y riesgo) es mucho más duro para la mayoría y conduce al nihilismo. Siendo ése el caso, hemos de conducir el sentimiento popular hacia una dirección respetuosa con la biosfera, señalando los peligros de molestar a Dios traicionando Su confianza en nuestra gestión.
– Lo que quieres decir es que con Dios en la historia hay un castigo -dijo Toby.
– Sí -dijo Adán Uno-. También hay un castigo sin Dios en la historia, huelga decirlo. Pero la gente es menos proclive a creerlo. Si hay un castigo, quieren un castigador. No les gusta la catástrofe sin sentido.
Toby se preguntó cuál sería el tema del día. ¿Qué fruta comió Eva del Árbol del Conocimiento? No podía haber sido una manzana considerando el estado de la horticultura en ese momento. ¿Un dátil? ¿Una bergamota? El Consejo había deliberado largo y tendido sobre esa cuestión. Toby había pensado en proponer una fresa, pero las fresas no crecían en los árboles.
Mientras caminaba, Toby era consciente, como siempre, de los que iban por la calle. Veía lo que tenía delante de ella y lo que había a los lados, a pesar del sombrero de jipijapa. Aprovechaba las pausas en los umbrales, los reflejos de las ventanas para ver a su espalda. Sin embargo, nunca lograba sacudirse la sensación de que alguien se le acercaba a hurtadillas, de que una mano la agarraría por el cuello, una mano con venas rojas y azules y un brazalete de calaveras de bebé. No habían visto a Blanco en la Alcantarilla desde hacía mucho tiempo -aún estaba en Painball, decían algunos; no, en el extranjero, trabajando de mercenario, decían otros-, pero era como la niebla: siempre había moléculas suyas en el aire.
Había alguien detrás de ella: lo notaba, como un picor entre los hombros. Se metió en un umbral, se volvió para mirar a la acera y respiró aliviada: era Zeb.
– Eh, cielo -dijo-. Menudo calor.
Caminó a su lado, cantando para sí:
A nadie le importa un bledo,
a nadie le importa un bledo,
por eso estamos en este enredo,
porque a nadie le importa un bledo
.
– Tal vez no deberías cantar -dijo Toby con voz neutra.
No era buena idea llamar la atención en la acera de una plebilla, y menos en el caso de los Jardineros.
– No puedo evitarlo -dijo Zeb con alegría-. Es culpa de Dios. Incorporó la música en el tejido de nuestro ser. Te escucha mejor cuando cantas, así que ahora mismo está escuchando esto. Espero que lo disfrute -añadió con voz piadosa, imitando a Adán Uno-, una voz que usaba mucho siempre que Adán Uno no estuviera cerca.
Insubordinación al acecho, pensó Toby. Está harto de ser el chimpancé beta.
Desde que la habían nombrado Eva, había empezado a comprender mejor el estatus de Zeb entre los Jardineros. Cada jardín en el tejado y cada célula trufa se cuidaba de sus asuntos, pero cada medio año enviaban delegados a una convención central, que por razones de seguridad nunca se celebraba dos veces en el mismo almacén abandonado. Zeb siempre era delegado: estaba bien preparado para atravesar las plebillas más complicadas y burlar los puntos de control de Corpsegur sin que lo atracaran, lo rodearan, lo mataran con un pulverizador o lo detuvieran. Quizás ésa era la razón de que le permitieran interpretar de un modo tan laxo las reglas de los Jardineros.
Adán Uno rara vez asistía a las convenciones. El viaje era peligroso, y la lectura implícita decía que Zeb era prescindible, pero Adán Uno no. En teoría, la sociedad de los Jardineros no tenía jefe, pero en la práctica su líder era Adán Uno, fundador reverenciado y gurú. El martillo suave de su palabra tenía mucho peso en las convenciones de los Jardineros, y como rara vez estaba allí para usar el martillo por sí mismo, Zeb lo blandía por él. Y eso tenía que ser una tentación: ¿y si Zeb se deshacía de los decretos de Adán Uno y los sustituía por los suyos? Con esos métodos habían cambiado regímenes y se habían derrocado emperadores.
– ¿Tienes alguna mala noticia? -le preguntó Toby a Zeb en esa ocasión.
La canción era la pista: Zeb era optimista hasta lo irritante cuando había malas noticias.
– La cuestión -dijo Zeb- es que hemos perdido contacto con uno de nuestros infiltrados en Complejolandia, nuestro chico correo. Se ha oscurecido.
Toby había conocido la existencia del chico correo al convertirse en Eva. El joven había llevado las muestras de la biopsia de Pilar y había traído el diagnóstico fatal: las dos cosas dentro de un tarro de miel. Pero era lo único que sabía de él: la información se compartía entre los Adanes y las Evas, pero sólo en la medida de lo necesario. La muerte de Pilar se había producido años atrás: el chico correo ya no sería un chico.
– ¿Oscurecido? -dijo ella-. ¿Cómo?
Se había hecho una pigmentación. Seguro que no se trataba de eso.
– Estaba en HelthWyzer, pero ahora ha terminado el instituto y se ha trasladado al WatsonCrick, y ha desaparecido de nuestra pantalla. Aunque no es que tengamos una gran pantalla -añadió.
Toby aguardó. Con Zeb, no tenía sentido insistir ni tratar de pescar información.
– Entre nosotros, ¿vale? -dijo al cabo de un rato.
– Claro -dijo Toby.
Sólo soy una oreja, pensó. Un compañero fiel, como un perro. Un pozo de silencio. Nada más. Después de que Lucerne se hubiera largado cuatro años antes, se había preguntado si en algún momento podría haber algo más entre ella y Zeb. Pero no había surgido nada de ese anhelo. No soy su tipo, pensó. Demasiado musculosa. No cabe duda de que a él le gusta lo que tiembla como un flan.
– El Consejo no sabe nada de esto, ¿vale? -dijo Zeb-. Que haya oscurecido sólo los pondrá nerviosos.
– Olvidaré que lo he oído -dijo Toby.
– Su padre era amigo de Pilar. Ella estaba en Híbridos Botánicos en HelthWyzer. Yo los conocía a los dos allí. Pero él se enfadó cuando descubrió que estaban incubando a gente con enfermedades transmitidas con esas píldoras de complementos suyas: los usaban como animales de laboratorio en libertad, luego cobraban los tratamientos para esas mismas enfermedades. Un chanchullo ingenioso, cobrar sus buenos dólares por algo que ellos mismos habían causado. Le remordió la conciencia. Así que el padre nos pasó datos interesantes. Luego tuvo un accidente.
– ¿Accidente? -dijo Toby.
– Cayó por un paso elevado en hora punta. Estofado de sangre.
– Es muy gráfico -dijo Toby-, para un vegetariano.
– Lo siento -dijo Zeb-. Suicidio, se rumoreaba.
– Supongo que no lo fue -dijo Toby.
– Lo llamamos corpicidio. Si estás en una corporación y haces algo que a ellos no les gusta, estás muerto. Es como pegarte un tiro.
– Ya veo -dijo Toby.
– En fin, volvamos a nuestro joven. La madre trabajaba en Diagnóstico en HelthWyzer y el chico había pirateado su código de acceso al laboratorio. Podía conseguirnos material del sistema. Era un hacker genial. La madre se casó con un capitoste de la central de HelthWyzer y el chico fue con ella.
– Donde está Lucerne -dijo Toby.
Zeb no hizo caso.
– Se pasó unos firewalls, se preparó unas cuantas identidades en pantalla y volvió a contactar. Tuvimos noticias suyas durante un tiempo, luego nada.
– Quizás ha perdido interés -dijo Toby-. O puede que lo pillaran.
– Quizá -dijo Zeb-, pero es jugador de ajedrez tridimensional, le gustan los retos. Es muy ágil. Además no tiene miedo.
– ¿Cuántos como él tenemos? -preguntó Toby-. ¿En los complejos?
– Ningún hacker tan bueno -dijo Zeb-. Este tipo es único.
Llegaron a la Clínica de Estética y entraron en el Salón del Vinagre. Toby pasó por detrás de las tres enormes cubas, abrió con la llave el estante de las botellas y lo sacó para poder abrir la puerta interior. Oyó que Zeb metía tripa para poder pasar entre las cubas: no era fofo, pero era grande.
El espacio interior estaba ocupado casi por completo por una mesa hecha de tablones viejos, con una colección variopinta de sillas. En una pared había una acuarela reciente -San E. O. Wilson de los Himenópteros- pintada por Nuala en uno de sus momentos demasiado frecuentes de inspiración artística. El sol a la espalda daba un efecto de halo a la figura del santo. Éste exhibía una sonrisa de éxtasis y sostenía un tarro de recolección que contenía varios puntos negros. Toby supuso que eran abejas o tal vez hormigas. Como solía ocurrir con las pinturas de santos de Nuala, uno de los brazos era más grande que el otro.
Hubo una llamada suave, y Adán Uno se coló por la puerta. El resto lo siguió.
Adán Uno era un hombre diferente entre bastidores. No completamente diferente -no menos sincero-, pero sí más práctico. También más táctico.
– Elevemos una plegaria silenciosa por el éxito de nuestras deliberaciones -empezó.
Las sesiones siempre empezaban así. Toby tenía cierta dificultad para rezar en los confines cerrados de aquella sala oculta: era demasiado consciente de los ruidos de estómago, de los olores clandestinos, de los crujidos y movimientos de cuerpos. Aunque claro, siempre tenía cierta dificultad para rezar.
La plegaria silenciosa parecía cronometrada. Cuando todos levantaron la cabeza y abrieron los ojos, Adán Uno miró en torno a la sala.
– ¿Es un cuadro nuevo? -dijo.
Nuala sonrió.
– San E. O. -dijo-. Wilson de los Himenópteros.
– Es su viva imagen, querida -dijo Adán Uno-. Sobre todo los… Estás bendecida con un gran talento. -Tosió ligeramente-. Bueno, vamos a una cuestión práctica acuciante. Acabamos de recibir a una invitada muy especial que estuvo en la central de HelthWyzer, aunque luego ha estado, digamos, viajando. A pesar de todos los obstáculos, nos ha traído un regalo de códigos de genoma, por lo cual le debemos no sólo asilo temporal, sino también colocarla en un refugio exfernal seguro.
– La están buscando -dijo Zeb-. No debería haber vuelto a este país. Tendremos que sacarla lo más deprisa posible. ¿Por el taller y a la Calle de los Sueños como de costumbre?
– Si el camino está despejado -dijo Adán Uno-. No hemos de correr riesgos innecesarios. Siempre podemos mantenerla escondida en esta sala de reuniones, si es preciso.
La ratio de mujeres y hombres que huían de las corporaciones era aproximadamente de tres a uno. Nuala decía que era porque las mujeres tenían más ética; Zeb sostenía que se debía a que eran más remilgadas, y Philo decía que en el fondo daba lo mismo. Los fugitivos solían llevar información de contrabando. Fórmulas. Largas líneas de código. Tests secretos, mentiras corporativas. ¿Qué hacían los Jardineros con todo eso?, se preguntó Toby. Seguramente no lo vendían como material de espionaje industrial, aunque corporaciones rivales extranjeras habrían pagado mucho dinero. Por lo que ella sabía, se limitaban a conservar la información; aunque era posible que Adán Uno albergara un sueño de restaurar todas las especies perdidas mediante los códigos preservados de su ADN, una vez que un futuro más ético y técnicamente eficiente hubiera sustituido al depresivo presente. Habían clonado al mamut, así que, ¿por qué no a todas las especies? ¿Era ésa su visión definitiva del arca?
– Nuestra nueva invitada quiere enviar un mensaje a su hijo -dijo Adán Uno-. Está preocupada por haber tenido que abandonarlo en lo que podría ser un momento crucial de su vida. Jimmy se llama el muchacho. Creo que ahora está en la Martha Graham Academy.
– Una postal -dijo Zeb-. Diremos que es de la tía Mónica. Dame la dirección, la mandaré a través de Inglaterra, uno de nuestros hombres trufa ha de viajar allí la semana que viene. Corpsegur la leerá, por supuesto. Leen todas las postales.
– Quiere que digamos que soltó a su mofache mascota en Heritage Park, donde ahora vive feliz en libertad. Se llama, eh, Matón.
– Oh, Cristo en un Zepelín -dijo Zeb.
– Ese lenguaje es inapropiado -le recriminó Nuala.
– Lo siento, pero lo complican un huevo -dijo Zeb-. Es el tercer mensaje de mofache mascota de este mes. Luego serán los jerbos y los ratones.
– A mí me parece conmovedor -dijo Nuala.
– Supongo que alguna gente practica lo que predica -dijo Rebecca.
Toby fue asignada como niñera de la nueva refugiada. Su nombre en código era Pez Martillo, porque contaban que antes de irse de HelthWyzer destrozó el ordenador de su marido con una caja de herramientas para disimular el alcance de su robo de datos. La mujer era delgada y de ojos azules, y distaba mucho de dar una imagen de calma. Como todos los desertores, pensaba que era la única que había dado el paso impulsivo y herético de desafiar a una corporación; y como todos, se moría de ganas de que le dijeran lo buena persona que era.
Toby le hizo el favor. Dijo lo valiente que había sido Pez Martillo, lo cual era verdad, y lo lista que había sido al seguir un camino serpenteante e intrincado, y lo mucho que apreciaban la información que les había traído. En realidad nos les había dicho nada que no supieran ya -era el viejo material sobre trasplante de neocórtex de humano a cerdo-, pero no habría sido muy amable decirlo. Hemos de echar una red bien grande, decía Adán Uno, aunque parte de los peces puedan ser pequeños. También hemos de ser un faro de esperanza, porque si le dices a la gente que no hay nada que ellos puedan hacer, harán algo peor que nada.
Toby le dio a Pez Martillo un vestido azul oscuro de Jardinera, añadiendo un cono nasal para taparle la cara. Sin embargo, la mujer estaba nerviosa e inquieta, y no paraba de preguntar si podía fumarse un cigarrillo. Toby dijo que los Jardineros no fumaban -al menos tabaco-, así que si la veían fumando traicionaría su disfraz. Además, no había cigarrillos en el Tejado.
Pez Martillo caminó de un lado a otro y se mordió las uñas hasta que Toby sintió ganas de arrearle. No te pedimos que vinieras ni nos jugamos el cuello por una cucharadita de mierda rancia, quería soltarle. Al final, le dio a la mujer una infusión de manzanilla con adormidera, sólo para desintonizarla.
Al día siguiente era el Día de San Aleksander Zawadzki de Galitzia. Era un santo menor, pero uno de los predilectos de Toby. Había vivido en tiempos turbulentos -¿cuándo hubo tiempos no turbulentos en Polonia?-, pero había seguido sus propios impulsos pacíficos y ligeramente descabellados de todos modos, catalogando las flores de Galitzia, identificando sus escarabajos. A Rebecca también le gustaba: se había puesto su delantal de mariposas bordadas y había hecho galletas en forma de escarabajo para el aperitivo de los más pequeños, adornando cada una de ellas con una A y una Z. Los niños habían compuesto una cancioncita sobre él: «Aleksander, Aleksander, te sube un escarabajo por la nariz. Échalo en tu pañuelo, no seas infeliz.»
Era media mañana. Pez Martillo seguía durmiendo bajo los efectos de la adormidera del día anterior: Toby se había pasado, pero no se sentía demasiado culpable, y así disponía de un rato para sus tareas habituales. Se había ataviado con los guantes y el sombrero con velo de apicultura y había encendido el brasero con su fuelle: como había explicado a las abejas, pretendía pasar la mañana extrayendo panales enteros. Sin embargo, antes de que empezara el ahumado, apareció Zeb.
– Malas noticias -dijo-. Tu colega de Painball ha salido otra vez.
Como todos los demás Jardineros, Zeb conocía la historia del rescate de Toby de las garras de Blanco por parte de Adán Uno y los Capullos y Flores: formaba parte de la historia oral. Zeb también percibía el temor de Toby, aunque habían hablado de ello.
Toby sintió un escalofrío. Se levantó el velo.
– ¿En serio?
– Más viejo y más peligroso -dijo Zeb-. Ese capullo retorcido debería haber sido pasto de los buitres hace mucho. Pero debe de tener amigos en las altas esferas, porque otra vez está dirigiendo el SecretBurgers de la Alcantarilla.
– Mientras se quede allí -dijo Toby. Trató de que su voz sonara más fuerte.
– Las abejas pueden esperar -dijo Zeb. La cogió del brazo-. Has de sentarte. Fisgonearé. Tal vez se haya olvidado de ti.
Se llevó a Toby a la cocina.
– Cariño, pareces hecha polvo -dijo Rebecca-. ¿Qué te pasa?
Toby se lo contó.
– Oh, mierda -dijo Rebecca-. Te prepararé un poco de Rescue Tea, tienes pinta de necesitarlo. No te preocupes, el karma de ese tío lo matará algún día.
Sin embargo, Toby pensó que «algún día» era un momento demasiado distante.
Era por la tarde. Muchos de los miembros ordinarios de los Jardineros se habían reunido en el tejado. Algunos estaban volviendo a atar las tomateras y a levantar las matas de calabacín que había tumbado la tormenta, una más violenta de lo habitual. Otros se habían sentado a la sombra, ocupados tejiendo, atando, arreglando. Los Adanes y las Evas estaban inquietos, como siempre sucedía cuando albergaban a un fugado, ¿y si habían seguido a Pez Martillo? Adán Uno había apostado centinelas; él mismo estaba al borde del tejado en pose de meditación, con una pierna apoyada en la pared, manteniendo la mirada en la calle de abajo.
Pez Martillo se había despertado, y Toby la había puesto a trabajar cogiendo caracoles de las lechugas; les había dicho a las bases de los Jardineros que era una nueva conversa, y tímida. Habían visto ir y venir a muchos nuevos conversos.
– Si tenemos una visita -dijo Toby a Pez Martillo-, cualquier cosa como una inspección, bájate el sombrero y continúa con los caracoles. Actúa como si estuvieras en segundo plano.
Ella estaba ahumando las abejas, basándose en la teoría de que era mejor seguir actuando como si tal cosa.
Entonces Shackleton, Crozier y el joven Oates llegaron haciendo ruido por la escalera de incendios, seguidos por Amanda y luego por Zeb. Fueron directos hacia Adán Uno. Éste hizo un gesto con la barbilla a Toby: ven con nosotros.
– Ha habido una escaramuza en la Alcantarilla -dijo Zeb después de que se agruparan en torno a Adán Uno.
– ¿Escaramuza? -dijo Adán Uno.
– Sólo estábamos mirando -dijo Shackleton-. Pero él nos vio.
– Nos llamó putos ladrones de carne -dijo Crozier-. Estaba borracho.
– Borracho no, colocado -dijo Amanda con autoridad-. Trató de golpearme, pero le hice un satsuma.
Toby sonrió un poco: era un error subestimar a Amanda. Se había convertido en una amazona alta y fibrosa, y había estado estudiando Limitación de Derramamiento de Sangre Urbana con Zeb. Igual que sus dos esbirros devotos. Tres si se contaba a Oates, aunque éste se hallaba simplemente en el nivel de enamoramiento imposible.
– ¿De quién estáis hablando? -preguntó Adán Uno-. ¿Dónde ha sido eso?
– En SecretBurgers -dijo Zeb-. Estábamos comprobándolo, oímos que Blanco había vuelto.
– Zeb le hizo un unagi -dijo Shackleton-. ¡Impecable!
– ¿Tenías que ir personalmente? -dijo Adán Uno, un poco de mala manera-. Tenemos otras formas de…
– Entonces lo rodearon los Asían Fusión -continuó Oates con excitación-. ¡Tenían botellas!
– Él sacó una navaja -dijo Croze-. Hirió a un par.
– Espero que no haya daño duradero -dijo Adán Uno-. Igual que deploramos la existencia de SecretBurgers y las depredaciones de este…, de este desgraciado individuo, desaprobamos la violencia.
– El puesto tumbado, carne por el suelo… Las únicas heridas que tiene son cortes y hematomas -dijo Zeb.
– Esto es desafortunado -dijo Adán Uno-. Es cierto que en ocasiones hemos de defendernos, y hemos tenido problemas con este…, hemos tenido problemas con él antes. Pero en esta ocasión, ¿me da la impresión de que hemos atacado primero? -Frunció el ceño mirando a Zeb-. ¿O hemos provocado un ataque? ¿Es correcto?
– El capullo se lo merecía -dijo Zeb-. Deberían ponernos una medalla.
– Nuestras maneras son las maneras de la paz -dijo Adán Uno, torciendo aún más el gesto.
– La paz no lleva a ninguna parte -dijo Zeb-. Hay al menos cien especies más extinguidas desde el mes pasado. ¡Se las comen! No podemos quedarnos aquí sentados viendo cómo se van apagando las luces. Había que empezar en alguna parte. Hoy SecretBurgers, mañana esa puta cadena de restaurantes gourmet. Rarity. Eso ha de terminar.
– Nuestro papel respecto a los animales es dar testimonio -dijo Adán Uno-. Y salvaguardar el recuerdo y los genomas de los difuntos. No puedes combatir a la sangre con sangre. Pensaba que estábamos de acuerdo en eso.
Hubo un silencio. Shackleton, Crozier, Oates y Amanda estaban mirando a Zeb. Zeb y Adán Uno estaban mirándose el uno al otro.
– Da igual, ahora es demasiado tarde -dijo Zeb-. Blanco está furioso.
– ¿Cruzará los límites de las plebillas? -preguntó Toby-. ¿Hará una incursión aquí, en el Sumidero?
– Con el humor que gasta ahora, no cabe duda -dijo Zeb-. Los tipos comunes de las mafias ya no le dan miedo. Es un painballer reincidente.
Zeb advirtió a los Jardineros reunidos, apostó una fila de observadores en torno al tejado, y situó a los más fuertes al pie de la escalera de incendios. Adán Uno protestó, diciendo que actuar como tus enemigos era ponerse a su altura. Zeb dijo que si Adán Uno quería organizar las cuestiones de defensa de alguna otra manera era libre de hacerlo, pero en caso contrario debería mantenerse al margen.
– Hay movimiento -dijo Rebecca, que estaba vigilando-. Me parece que vienen tres.
– Pase lo que pase -le dijo Toby a Pez Martillo-, no eches a correr. No hagas nada que llame la atención. -Se acercó al borde del tejado para mirar.
Había tres pesos pesados mostrando músculos en la acera. Llevaban bates de béisbol, pero no pulverizadores. No eran de Corpsegur, pues, sólo matones de las plebillas buscando venganza por el destrozo en SecretBurgers. Uno de los tres era Blanco: Toby podía localizarlo desde cualquier ángulo. ¿Qué iba a hacer? Machacarla allí mismo hasta matarla, o llevársela a rastras para matarla más lentamente en otro sitio.
– ¿Qué pasa, querida? -dijo Adán Uno.
– Es él -dijo Toby-. Si me ve, me matará.
– No te aflijas -dijo-. No te va a hacer nada malo.
Pero, puesto que Adán Uno pensaba que incluso las peores cosas ocurrían por razones en última instancia excelentes aunque insondables, a Toby no le resultó tranquilizador.
Zeb le dijo que era mejor que escondiera a su invitada especial, por si acaso, así que se llevó a Pez Martillo a su cubículo y le dio una bebida calmante, con mucha manzanilla y un poco de adormidera. Pez Martillo se quedó dormida, y Toby se sentó a su lado con la esperanza de que no terminaran las dos arrinconadas. Se dio cuenta de que estaba buscando armas. Supongo que puedo atizarles con la botella de adormidera, pensó. Pero no es muy grande.
Volvió al tejado. Todavía llevaba su traje de apicultora. Se ajustó los pesados guantes, cogió el fuelle y se bajó el velo.
– Quedaos a mi lado -dijo a las abejas-. Sed mis mensajeras.
Como si pudieran oír.
La lucha no duró mucho. Después, Toby oyó a Shackleton, Crozier y Oates narrando la historia completa a los más pequeños, a los que se había llevado Nuala. Según ellos, había sido épico.
– Zeb estuvo brillante -dijo Shackleton-. ¡Lo tenía todo planeado! Debieron de pensar que como somos tan pacifistas y tal, podían venir y… En fin, fue como una emboscada: retrocedimos por la escalera, con ellos persiguiéndonos.
– Y entonces, y entonces -dijo Oates.
– Y entonces, arriba, Zeb dejó que el primer tipo se le echara encima, y entonces cogió el extremo del bate de béisbol del tipo y lo lanzó, y el tipo casi aplastó a Rebecca, y ella tenía esa horca de dos dientes, y bueno, el tío cayó gritando desde el borde del tejado.
– ¡Así! -dijo Oates, agitando los brazos.
– Entonces Stuart pulverizó al siguiente con el hidratante de plantas -dijo Crozier-. Dice que funciona con los gatos.
– Amanda le hizo algo, ¿no? -le dijo Shackleton con cariño-. Como algún movimiento de Limitación de Derramamiento de Sangre, un hamachi o, no sé lo que hizo, pero también se cayó por encima de la barandilla. ¿Le diste en los huevos o qué?
– Lo realojé -dijo Amanda recatadamente-. Como a un caracol.
– Luego el tercero echó a correr -dijo Oates-. El tipo más grande. Todo rodeado de abejas. Eso lo hizo Toby, fue genial. Adán Uno no nos dejó perseguirlo.
– Zeb dice que la cosa no ha terminado -dijo Amanda.
Toby tenía su propia versión, en la cual todo se había movido muy rápido y muy despacio al mismo tiempo. Ella se había situado detrás de las colmenas, y luego los tres aparecieron justo allí, emergiendo del último rellano de la escalera. Un hombre de rostro pálido con un mentón oscuro y bate de béisbol, un Redfish con cicatrices, y Blanco. Blanco la había localizado inmediatamente.
– Te he visto, culoseco -gritó-. ¡Te haré carne picada!
Su velo de apicultora no era ningún disfraz. Blanco había sacado el cuchillo; estaba riendo.
El primer hombre se había enredado con Rebecca y había pasado de algún modo por encima de la barandilla, gritando en la caída, pero el segundo todavía estaba acercándose. Entonces Amanda -que se había quedado a un lado, con aspecto etéreo e inofensivo- había levantado el brazo. Toby había visto un destello de luz, ¿era cristal? Pero Blanco casi estaba encima de ella: no había nada entre ambos salvo las colmenas.
Toby derribó las colmenas, tres. Ella llevaba el velo, pero Blanco no. Las abejas salieron zumbando con rabia y fueron a por él como flechas. Blanco huyó corriendo por la escalera de incendios, aleteando y dando palmadas, seguido por una nube de abejas.
Toby tardó un rato en volver a poner las colmenas derechas. Las abejas estaban furiosas y picaron a varios Jardineros. Toby pidió disculpas a las víctimas, y ella y Katuro las trataron con calamina y manzanilla; pero ella se disculpó más profusamente con las abejas, una vez que las hubo ahumado lo suficiente para adormilarlas: habían sacrificado a muchas de las suyas en la batalla.
Los Adanes y las Evas tuvieron una reunión tensa en la sala oculta detrás de las cubas de vinagre.
– Ese mierda no nos habría atacado sin autorización -dijo Zeb-. Corpsegur está detrás: se han enterado de que estamos ayudando a algunos tipos, así que están trabajando para catalogarnos de terroristas fanáticos, como los Lobos de Isaías.
– No. Es algo personal -dijo Rebecca-. Ese tipo es peligroso como una serpiente, sin faltar al respeto a las serpientes, y va detrás de Toby, nada más. Una vez que mete su pértiga en un agujero, cree que es suyo. -Cuando Rebecca se cabreaba tendía a recuperar su antiguo vocabulario, aunque luego lo lamentaba-. No es mi intención ofender, Toby -dijo.
– Seguramente la causa inmediata está entre nosotros -dijo Adán Uno-. Los jóvenes lo provocaron. Y Zeb. No deberíamos haber levantado la liebre.
– La liebre se lo merecía -dijo Rebecca-. Sin falta de respeto a la liebre.
– Dos cadáveres en la acera no beneficiarán mucho nuestra reputación pacífica -opinó Nuala.
– Accidentes. Se cayeron del tejado -dijo Zeb.
– Y a uno le cortaron la garganta y al otro le arrancaron un ojo en la caída -dijo Adán Uno-. Como mostrará cualquier investigación forense.
– Las paredes de ladrillo son peligrosas -manifestó Katuro-. Las cosas se pegan. Uñas. Cristal roto. Cosas afiladas.
– ¿Tal vez preferirías que hubieran muerto unos cuantos Jardineros? -inquirió Zeb.
– Si tu premisa es correcta -dijo Adán Uno- y esto es una trama de Corpsegur, ¿se te ha ocurrido que esos tres podrían haber sido enviados para provocar exactamente un incidente así? ¿Para hacernos infringir la ley y darles una excusa para las represalias?
– ¿Cuál era tu alternativa? -preguntó Zeb-. ¿Dejar que nos aplastaran como gusanos? Y no es que nosotros aplastemos a los gusanos -agregó.
– Volverá -dijo Toby-. Fuera cual fuese la razón, tanto si es cosa de Corpsegur como si no, mientras esté aquí, seré un objetivo.
– Creo -dijo Adán Uno- que será mejor para tu seguridad, querida Toby, y también para la seguridad del Jardín, que te coloquemos en una de las células trufa en el mundo exfernal. Podrías sernos muy útil allí. Pediremos a nuestros contactos en las plebillas que extiendan el rumor de que ya no estás entre nosotros. Quizás entonces tu enemigo pierda motivación y quedemos protegidos de la agresión desde ese lado, al menos por el momento. ¿Cuándo podremos moverla? -le preguntó a Zeb.
– Considéralo hecho -dijo Zeb.
Toby fue a su dormitorio y guardó sus elementos más necesarios: los extractos embotellados, las hierbas secas, los hongos. La miel de Pilar, los últimos tres tarros.
Dejó un poco de cada cosa para quien ocupara su lugar de Eva Seis.
Se acordó de cuando quería dejar el Jardín, por aburrimiento y claustrofobia, y por el deseo de tener lo que pensaba que sería una vida propia, pero en el momento en que se estaba marchando, lo sintió como una expulsión. No: más como una dislocación, como una mutilación, como si le arrancaran la piel. Se resistió a la urgencia de tomar un poco de adormidera para calmarse. Tenía que mantenerse alerta.
Otro dolor: estaba fallándole a Pilar. ¿Tendría tiempo de despedirse de las abejas, y si no, morirían en las colmenas? ¿Quién la sucedería como apicultora? ¿Quién poseía la capacidad? Se cubrió la cabeza con una bufanda y se apresuró hacia las colmenas.
– Abejas -dijo en voz alta-. Tengo noticias.
¿Las abejas hicieron una pausa en el aire? ¿Estaban escuchando? Muchas fueron a investigarla; chocaron contra su rostro, explorando sus emociones a través de las sustancias químicas de su piel. Toby esperaba que la perdonaran por tirar sus colmenas.
– Tenéis que decirle a vuestra reina que he de irme -dijo-. No tiene nada que ver con vosotras; vosotras habéis cumplido con vuestros deberes a la perfección. Mi enemigo me obliga a irme. Lo siento. Espero que cuando volvamos a vernos sea en circunstancias más felices.
Toby siempre se sorprendía utilizando un estilo formal con las abejas.
Las abejas zumbaron y burbujearon; parecía que lo estaban discutiendo. Toby deseaba poder llevárselas consigo como si fueran una enorme mascota de piel dorada.
– Os echaré de menos, abejas -dijo.
A modo de respuesta, una de ellas empezó a subirle por el orificio nasal. Toby la expulsó sacando con fuerza el aire por la nariz. «Tal vez llevamos sombreros en estas entrevistas -pensó- para que las abejas no nos entren por las orejas.»
Toby volvió a su cubículo y al cabo de una hora Adán Uno y Zeb se reunieron con ella.
– Será mejor que te lleves esto, querida Toby -dijo Adán Uno.
Tenía en la mano un peluche anuncio: un pato rosa con pies de aleta rojos y un billete de plástico amarillo sonriente.
– El cono nasal está incorporado. Es la última tela. Neobiopiel de mohair. Respira por ti, o eso asegura la etiqueta.
Los dos esperaron a ambos lados de la cortina del cubículo mientras Toby se quitaba el vestido oscuro de Jardinera y se ponía el disfraz. De neobiopiel o no, hacía calor ahí dentro. Y estaba oscuro. Sabía que estaba mirando a través de un par de ojos blancos redondos con grandes pupilas negras, pero se sentía como si estuviera mirando a través de una cerradura.
– Bate las alas -dijo Zeb.
Toby levantó los brazos dentro de los brazos de piel y el traje de pato hizo cuac. Sonaba como un hombre mayor sonándose la nariz.
– Si quieres que se menee la cola, pisa fuerte con el pie izquierdo.
– ¿Cómo hablo? -preguntó Toby. Tuvo que decirlo otra vez, en voz más alta.
– Por el auricular derecho -dijo Adán Uno.
Oh, genial, pensó Toby. Haces cuac con el pie, hablas por el auricular. No preguntaré cómo hacer otras necesidades corporales.
Volvió a ponerse su vestido, y Zeb metió el disfraz en una mochila.
– Te llevaré en la furgoneta -dijo-. Está en la puerta.
– Muy pronto estaremos en contacto, querida -dijo Adán Uno-. Lamento… es desafortunado que… mantén la luz en torno…
– Lo intentaré -dijo Toby.
La furgoneta de aire comprimido de los Jardineros ahora tenía un logo que decía: Fiestas. Toby se sentó delante con Zeb. Pez Martillo iba en la parte de atrás, disfrazada de caja de globos: Zeb dijo que estaba matando dos pájaros de un tiro.
– Lo siento -añadió.
– ¿Por qué? -preguntó Toby. ¿Lamentaba que se fuera? Sintió una palpitación.
– Por matar dos pájaros. No está bien mencionar la muerte de los pájaros.
– Ah, vale -dijo Toby-. No importa.
– Enviaremos a Pez Martillo por los canales habituales -dijo Zeb-. Tenemos contactos entre los mozos de estación; puede ir como mercancía en el tren bala, la marcaremos como frágil. Tenemos una célula trufa en Oregón, la mantendrán escondida.
– ¿Y yo? -preguntó Toby.
– Adán Uno te quiere más cerca del Jardín -dijo Zeb-, por si Blanco termina otra vez en Painball y tú puedes volver. Tenemos un sitio exfernal para ti, pero necesitaremos unos días para prepararlo. Entretanto, espera con tu disfraz. En la Calle de los Sueños, donde trafican con genes personalizados; ese sitio está lleno de peluches anuncio, nadie se fijará en ti. Ahora será mejor que te agaches, vamos a cruzar la Alcantarilla.
Zeb entregó a Toby en el taller, donde los Jardineros que residían allí la sacaron de la furgoneta y la metieron en el antiguo hueco del ascensor hidráulico, que cubrieron con una trampilla. Allí respiró viejos humos de aceite de motor y se tomó un almuerzo frugal de bocaditos de soja y puré de nabos, acompañada de una bebida de zumaque. Durmió en un futón viejo, usando su disfraz como almohada. No había biodoro allí, sólo una lata oxidada de café Happicuppa. «Usa lo que tengas a mano» era uno de los lemas más admirados por los Jardineros.
Descubrió que no todos los miembros de la colonia de ratas del taller habían sido realojados con éxito en el Buenavista, pero los que quedaban no eran abiertamente hostiles.
A la mañana siguiente empezó con su trabajo falso: pasear por la Calle de los Sueños, dentro de un disfraz de piel falsa, graznando de cuando en cuando y meneando la cola, con una doble tabla de anuncio colgada al cuello, y entregando folletos. En la parte delantera de la tabla decía: «Los patitos feos se vuelven cisnes en AnooYoo Spa-in-the-Park. Sube tu autoestima.» En la parte de atrás: «Do it for Yoo: AnooYoo.» En los folletos, decía: «Mejoras de epidermis a bajo coste.» «¡Evita errores genéticos!» «¡Completamente reversible!» AnooYoo no vendía terapia génica (nada tan radical o permanente), sino tratamientos superficiales. Elixires de hierbas, purificación orgánica; inyecciones de nanocélulas vegetales, reafirmante de fórmula de mildiu de malla extrafina, cremas faciales potentes, bálsamos rehidratantes. Cambios de tono a base de iguanas, eliminación de manchas cutáneas, eliminación de verrugas con sanguijuelas.
Entregó muchos folletos, pero también la acosaron algunos de los dueños de establecimientos de genoestética: en la Calle de los Sueños un sueño se comía a otro sueño. Había varios peluches anuncio más trabajando en la calle: un león, una oveja mohair, dos osos y otros tres patos. Toby se preguntó cuántos de ellos serían realmente lo que afirmaban ser: si ella se estaba escondiendo a la vista de todos, otros con necesidad de invisibilidad tenían que haber descubierto la misma solución.
Si de verdad hubiera estado trabajando de peluche anuncio como había hecho años atrás, habría marcado las horas al final del día, se habría quitado el disfraz y se habría guardado el recibo de su paga electrónica. Lo que ocurrió fue que Zeb la recogió en su furgoneta. Su logo decía ahora: Publicidad selvática. Toby se arrebujó en la parte trasera, todavía dentro de su disfraz, y Zeb la trasladó a otro enclave Jardinero: un banco abandonado en la Alcantarilla. Las diversas corporaciones bancadas habían pagado a las mafias de las plebillas para que les brindaran protección, pero los Tex-Mex especialistas en robo de identidades no tardaron en entrar y salir como Pedro por su casa. Al final, los bancos renunciaron y levantaron campamento, porque ningún empleado considera un buen día de trabajo que te obliguen a tumbarte en el suelo con cinta aislante en la boca mientras un chorizo de identidades vaciaba las cuentas, después de cortarte el pulgar y acceder con tu huella dactilar.
La cámara acorazada de los bancos resultó un lugar mucho mejor para pasar la noche de lo que había sido el foso del ascensor hidráulico. Fresco, sin ratas, sin humos de gas; sólo un olor persistente del papel levemente oxidado del dinero de antaño. Pero entonces Toby empezó a preguntarse qué ocurriría si alguien de manera inadvertida cerraba con llave la puerta de la cámara acorazada y luego se olvidaba de ella, así que no durmió bien.
Al día siguiente volvió a la Calle de los Sueños. El disfraz de pato era insoportable con el calor, se le estaba soltando uno de los pies de goma y el filtro de aire de la nariz era disfuncional. ¿Y si los Jardineros la abandonaban y la dejaban dando tumbos en la tierra de los sueños, transformada en un animal-pájaro inexistente y deshidratándose hasta la muerte, para que la encontraran un día hecha un montón de hojas húmedas de un rosa falso, atascando los sumideros?
Pero finalmente Zeb la recogió. La llevó a una clínica situada en la parte de atrás del outlet de una franquicia de mohair.
– Vamos a cambiarte pelo y piel -dijo-. Vas a oscurecerte. Y las huellas dactilares y la huella de voz. Además de un poco de remodelado.
La biotecnología para cambiar el iris era arriesgada -se habían producido algunos efectos de hinchazón desagradables, dijo Zeb-, así que tendría que usar lentes de contacto. Verdes, él mismo había elegido el color.
– ¿Voz más aguda o más grave? -le preguntó Zeb.
– Más grave -dijo Toby, esperando no salir como un barítono.
– Buena elección -dijo Zeb.
El médico era chino y muy bueno. Habría anestesia y un tiempo de recuperación en la unidad de la planta superior -de lo mejor, dijo Zeb-, y cuando Toby se encontró allí, el lugar le pareció muy limpio. No hubo muchos cortes y suturas. Perdió la sensibilidad en las yemas de los dedos -la recuperaría, dijo Zeb-, le dolía la garganta por el trabajo en las cuerdas vocales y le picaba la cabeza donde le estaba creciendo el pelo de mohair. La pigmentación de la piel se veía desigual al principio, pero Zeb le dijo que estaría bien en seis semanas: hasta entonces, debía mantenerse estrictamente protegida del sol.
Pasó las seis semanas de reclusión en una célula trufa de SolarSpace. Su contacto, cuyo nombre era Muffy, recogió a Toby en la clínica con un cupé eléctrico muy caro.
– Si alguien pregunta -dijo Muffy-, tú sólo di que eres la nueva doncella. He de pedir disculpas -continuó-, pero hemos de comer carne en nuestra casa: forma parte de nuestra tapadera. Nos sentimos fatal al hacerlo, pero todo el mundo es carnívoro en SolarSpace, y les encantan las barbacoas: carne ecológica, naturalmente, y parte es cultivada, ¿sabes?, sólo se comen el tejido muscular; no hay cerebro, no hay dolor. Sería sospechoso si pasáramos, pero trataré de mantenerte alejada de los olores de la cocina.
Demasiado tarde para esa advertencia: Toby ya había olido algo que se parecía mucho al aroma del caldo de huesos que preparaba su madre. Aunque se avergonzó de sí misma, le abrió el apetito. Le dio hambre y también la entristeció. Quizá la tristeza era un tipo de hambre, pensó. Tal vez las dos iban juntas.
En su pequeña habitación de doncella, Toby leyó revistas electrónicas, practicó a colocarse las lentes de contacto y escuchó música en un Sea/H/Ear Candy. Era un interludio surrealista.
– Piensa en ti como en una crisálida -le había dicho Zeb antes de que empezara el proceso de transformación.
Claro, había entrado como Toby y había salido como Tobiatha. Menos anglosajona y más latina. Más contralto.
Se miró: la nueva piel, el nuevo cabello abundante, los pómulos más prominentes. Los ojos verdes almendrados. Tenía que acordarse de ponerse esas lentillas cada mañana.
Las alteraciones no la habían hecho arrebatadoramente hermosa, pero ése no era el objetivo. El objetivo era hacerla más invisible. La belleza es sólo epidérmica, pensó. Pero por qué siempre decían «sólo».
Aun así, su nuevo aspecto no estaba mal. El pelo era un cambio bonito, aunque los gatos de la familia se estaban interesando en él, probablemente por el tenue olor a cordero. Cuando se despertaba por la mañana, a veces se encontraba a alguno sentado en su almohada, lamiéndole el pelo y ronroneando.
Una vez que tuvo el cabello firmemente arraigado en la cabeza y el tono de su piel fue uniforme, Toby estuvo preparada para pasar a su nueva identidad. Muffy le explicó cómo sería.
– Hemos pensado en el AnooYoo Spa-in-the-Park -dijo-. Tienen mucho interés en la botánica allí, así que encajarás bien, por los hongos, las pociones y tal; me lo contó Zeb: así que puedes ponerte al día con sus productos enseguida. Tienen un huerto ecológico de café, se enorgullecen de eso, con una pila de compost y todo; y están haciendo algunas pruebas de injertos de planta que podrían resultarte interesantes. En cuanto al resto, es como organizar cualquier otra cosa: entrada de producto, valor añadido, salida de producto. Supervisar los libros y los stocks, controlar al equipo: Zeb dice que eres muy buena con la gente. Las plantillas de procedimiento ya están establecidas: sólo tendrás que seguirlas.
– ¿El producto serían los clientes? -preguntó Toby.
– Exacto -dijo Muffy.
– ¿Y el valor añadido?
– Es un intangible -dijo Muffy-. Sienten que tienen mejor aspecto después. La gente paga mucho dinero por eso.
– ¿Te importa decirme cómo me has conseguido este puesto? -preguntó Toby.
– Mi marido está en el consejo de AnooYoo -dijo Muffy-. No te preocupes, no le he mentido. Es uno de los nuestros.
Una vez instalada en el balneario AnooYoo, Toby se asentó en su papel de Tobiatha, una directora discreta y eficiente con un aire Tex-Mex. Los días eran plácidos; las noches, tranquilas. Cierto es que había una valla electrificada en torno al recinto y vigilantes apostados en las cuatro entradas, pero los controles de identidad eran laxos y los vigilantes nunca molestaron a Toby. No se trataba de un lugar de alta seguridad. El balneario no tenía grandes secretos que defender, de modo que los vigilantes se limitaban a controlar a las damas que iban entrando, aterrorizadas por las primeras arrugas y señales de decaimiento, y luego volvían a salir, hinchadas y estiradas, con la piel nueva, irradiadas y sin manchas.
Eso sí, seguían aterrorizadas, porque ¿cuándo podía volver a pasarles otra vez lo mismo, todo lo mismo? Todas las señales de la mortalidad. A nadie le gusta, pensó Toby, ser un cuerpo, una cosa. Nadie quiere estar limitado de esa manera. Sería mejor tener alas. Incluso la palabra carne tiene un sonido blando.
No sólo estamos vendiendo belleza, decía la AnooYoo Corp en sus instrucciones al personal. Estamos vendiendo esperanza.
Algunas de los clientes eran exigentes. No podían comprender por qué ni siquiera los tratamientos más avanzados de AnooYoo volverían a convertirlas en mujeres de veintiún años.
– Nuestros laboratorios están en el buen camino de la reversión de edad -les diría Toby con tono tranquilizador-, pero aún no han llegado. Dentro de unos años…
Si tanto quieres tener la misma edad por siempre jamás, salta desde el tejado, pensaba. La muerte es un método a prueba de bombas para detener el tiempo.
Toby se esforzaba en ser una encargada convincente. Dirigía el balneario con eficiencia, escuchaba con atención al personal y a los clientes, mediaba en las disputas cuando era preciso, cultivaba la eficiencia y el tacto. Haber sido Eva Seis la había ayudado: gracias a esa experiencia, había descubierto un talento interno para mirar con solemnidad, como si estuviera sumamente interesada, y no decir nada.
– Recordad -había dicho a su equipo-, cada cliente quiere sentirse como una princesa, y las princesas son egoístas y autoritarias.
No escupid en su sopa, quería aconsejarles, pero eso habría sido salirse demasiado de su personaje de Tobiatha.
En los días más fastidiosos se entretenía viendo el balneario como una revista sensacionalista: «Hallado en el césped el cadáver de una mujer de la alta sociedad, se sospecha de un tóxico facial. Amanita implicada en muerte por exfoliación. La tragedia acecha junto a la piscina.» Pero ¿por qué tomarla con las damas? Ellas sólo querían sentirse bien y ser felices, como cualquier persona del planeta. ¿Por qué debería envidiar sus obsesiones con las venas salidas y la barriguita? «Piensa en rosa», les decía a sus chicas siguiendo la plantilla de instrucciones de AnooYoo, y luego se lo decía a sí misma. ¿Por qué no? Era un color más bonito que el amarillo de la bilis. Después de una cauta pausa, empezó a guardarse unas pocas provisiones para construirse un Ararat particular. No estaba segura de si creía en el Diluvio Seco. Con el paso del tiempo las teorías de los Jardineros se le antojaban cada vez más remotas, más inverosímiles, más creativas -en una palabra, más descabelladas-, pero creía en ellas lo suficiente para tomar las precauciones rudimentarias. Estaba a cargo del inventario del balneario, así que acumular era fácil. Bastaba con que se llevara algunos contenedores vacíos de las papeleras, unos pocos cada vez -los de Sacudida Intestinal de AnooYoo resultaban especialmente útiles, porque eran grandes y tenían tapas que encajaban- y los llenaba con bocaditos de soja o algas secas o sucedáneo de leche en polvo o latas de sojadinas. Luego volvía a taparlos y los guardaba en las partes de atrás de los estantes del almacén. Un par de miembros del equipo poseían el código de la puerta, pero como Toby era conocida por ser estricta con los inventarios y dura con los rateros, no era probable que nadie se llevara sus contenedores rellenados.
Toby tenía su propia oficina, y en esa oficina había un ordenador. Conocía los peligros de usarlo para cuestiones ajenas a la empresa: algunos funcionarios de AnooYoo Corp podrían estar monitorizando sus búsquedas y mensajes y supervisando para asegurarse de que el personal no estaba viendo pelis porno en horario laboral, así que la mayoría de los días sólo examinaba noticias generales, esperando de esa forma captar alguna noticia sobre los Jardineros.
No había gran cosa. De vez en cuando, salía una noticia de acciones subversivas por parte de verdes fanáticos, pero ya había varios grupos de ese tipo. Toby atisbó algunos rostros de Jardineros entre la multitud durante la Boston Coffee Party, cuando estaban arrojando granos de Happicuppa en la bahía, pero podría estar equivocada en eso. Varias personas llevaban camisetas con la leyenda D es V (Dios es Verde), lo cual no demostraba nada: los Jardineros no habían llevado esas camisetas, al menos en los viejos tiempos.
Corpsegur podría haber acabado con los disturbios de Happicuppa. Podrían haber pulverizado al grupo, más a algunos cámaras de televisión que anduvieran cerca. Claro que no podían eliminar por completo la cobertura de tales sucesos: la gente usaba las cámaras de los móviles. Aun así, ¿por qué Corpsegur no actuaba abiertamente, cargándose a la gente a la vista de todos, e imponía un gobierno totalitario, puesto que eran los únicos que disponían de armas? Incluso dirigían el ejército ahora que éste se había privatizado.
Una vez había planteado esta pregunta a Zeb. Él le respondió que oficialmente eran una empresa de seguridad privada empleada por las corporaciones y que esas corporaciones aún querían ser vistas como honestas y confiables, agradables como amapolas, cándidas como conejos. No podían permitirse ser vistos por el consumidor promedio como mentirosos, despiadados y carniceros tiranos.
– Las corpos han de vender, pero no pueden forzar a la gente a comprar -dijo-. Todavía no. Así que la imagen limpia sigue considerándose imprescindible.
Ésa era la respuesta breve: la gente no quería el gusto de la sangre en sus Happicuppas.
Muffy, su niñera en la célula trufa, se mantenía en contacto con Toby apuntándose ella misma a tratamientos de AnooYoo. De vez en cuando, traía noticias: Adán Uno estaba bien, Nuala le enviaba saludos, los jardineros continuaban extendiendo su influencia, pero la situación era inestable. De vez en cuando traía a una fugitiva necesitada de una ocultación temporal. Ella vestía a la mujer con ropa de mujer como la suya -colores de matronas ricas de SolarSpace, azul pastel, beis crema- y la apuntaba a tratamientos.
– Tú sólo ponle barro y envuélvela en toallas y nadie notará nada -decía, y resultaba cierto.
Una de estas invitadas de emergencia era Pez Martillo. Toby la reconoció: sus manos inquietas, los ojos de mártir de un azul intenso, pero ella no reconoció a Toby. Así que al fin y al cabo Pez Martillo no había logrado una vida más tranquila en Oregón, pensó Toby: seguía en la zona, arriesgándose, huyendo siempre. Lo más probable era que la hubieran absorbido en la guerrilla urbana verde; en cuyo caso sus días estaban contados, porque se decía que Corpsegur iba a eliminar a todos esos activistas. Tenían muestras de su antigua identidad de HelthWyzer, y una vez que entrabas en su sistema no volvías a salir, salvo que aparecieras en forma de cadáver con dentadura y ADN coincidente con sus registros.
Toby pidió la Aromática Total para Pez Martillo, y un Exfoliante Profundo extra. Tenía aspecto de necesitarlos.
Había un riesgo grave en AnooYoo: Lucerne era cliente habitual. Venía todos los meses, con un vestuario de esposa de empleado de complejo de nivel alto. Siempre pedía Brillo Voluptuoso, el Reafirmante Piel de Ciruela y la Inmersión en la Fuente de la Juventud de AnooYoo. Daba la impresión de que tenía más estilo que con los Jardineros: no es difícil, pensó Toby, porque con un saco de plástico tendrías más estilo que un Jardinero, pero también parecía más vieja y más seca. Aquel exuberante labio inferior se había hundido, a pesar de todo el colágeno y los extractos de planta que Toby sabía que le habían inyectado, y sus párpados estaban adoptando la textura arrugada de los pétalos de amapola. A Toby estas señales de declive le resultaban gratificantes, aunque la consternaba cargar con una emoción tan mezquina y celosa. «Déjalo -se decía a sí misma-, sólo porque Lucerne se esté convirtiendo en una seta arrugada no significa que tú seas una tía cañón.» Por supuesto habría sido catastrófico que Lucerne hubiera aparecido de repente de detrás de un arbusto o una cortina de ducha y hubiera gritado el verdadero nombre de Toby. Así que Toby tomaba medidas evasivas. Revisaba las reservas para saber con exactitud cuándo iba a aparecer Lucerne. Le asignaba sus operadoras más vigorosas -Melody, con sus anchos hombros, Symphony con sus manos firmes- y se mantenía alejada de su línea de visión. Además, como Lucerne normalmente estaba tumbada y con los ojos tapados, era poco probable que localizara a Toby; e incluso si la veía, seguro que miraría directamente a través de ella. Para mujeres como Lucerne, las mujeres como Tobiatha no tenían rostro.
¿Y si me acerco a ella cuando esté en la Fuente de Inmersión de Juventud Total y le disparo los láser?, se preguntaba Toby. O acorto la onda de la lámpara de calor. Se fundiría como un malvavisco. Un snack de nematodo. La Tierra entonaría un hurra.
Querida Eva Seis, decía la voz de Adán Uno. Estas fantasías son indignas de ti. ¿Qué pensaría Pilar?
Una tarde llamaron a la puerta de la oficina de Toby.
– Pase -dijo.
Era un hombre grande con un mono verde tejano. Estaba silbando una tonada familiar.
– He venido a podar las lumirrosas -dijo.
Toby levantó la mirada, contuvo el aliento. Sabía que no debía decir nada: su oficina podía estar plagada de micrófonos.
Zeb miró por encima del hombro hacia el pasillo. Entró y cerró la puerta. Se sentó delante del ordenador de Toby, sacó un rotulador y escribió en el calendario de mesa de Toby: «Mira lo que hago.» «¿Los Jardineros? -escribió Toby-. ¿Adán Uno?»
«Cisma -escribió Zeb-. Mi propio grupo.»
– ¿Han tenido algún problema con las plantas? -dijo en voz alta.
«¿Shackleton y Crozier? -escribió Toby-. ¿Contigo?» «Más o menos -replicó Zeb-. Oates. Katuro. Rebecca. Y nuevos también.» «¿Amanda?»
«Se fue. Educación superior. Arte. Lista.» Zeb había cargado una web: «Extintaton: dirigido por el Loco Adán. Adán dio nombre a los animales vivos. El Loco Adán se lo pone a los muertos. ¿Quieres jugar?»
«¿El Loco Adán? -escribió Toby en su libreta-. ¿Tu grupo? ¿Sois varios?» Toby estaba eufórica: Zeb estaba allí, a su lado. Después de que hubiera pensado durante tanto tiempo que no volvería a verlo nunca más.
«Contengo multitudes -escribió Zeb-. Elige un nombre en clave. Forma de vida, extinta.»
«Dodo», escribió Toby.
«Últimos cincuenta años -escribió Zeb. No tenía mucho tiempo-. Equipo de poda esperando. Pregunta por los áfidos.»
– Hay áfidos en las lumirrosas -dijo Toby.
Estaba repasando mentalmente las viejas listas de los Jardineros: animales, peces, aves, flores, almejas, lagartos, recientemente extinguidos. «Rascón -escribió. Ese pájaro se había extinguido diez años atrás-. ¿Pueden entrar en este sitio?»
– Podemos ocuparnos de eso -dijo Zeb-, aunque se supone que llevan un repelente insecticida incorporado… Tomaré unas muestras. Hay más de una forma de despellejar a un gato.
«No -escribió-. Redes virtuales privadas propias. Encriptadas x 4. Perdona ref. despellejar un gato. Tu número.» Le escribió su nueva contraseña y un número de pase en la libreta. Luego Zeb escribió su propio número y código en el espacio reservado para el inicio de sesión.
«Bienvenido, Oso Kermode. ¿Quieres jugar con un internauta general o con un Gran Maestro?», se leyó en pantalla.
Zeb hizo clic en Gran Maestro. «De acuerdo. Busca un campo de juego. Ahí te encontrarás con el Loco Adán.» «Observa», escribió Zeb en el calendario. Entró en un sitio que anunciaba trasplantes de mohair, pasó por una pasarela de píxel camuflada en el ojo de una oveja de pelaje magenta, entró en el estómago azul de un anuncio de antiácido de Helthwizer, que lo condujo a la ávida boca abierta de un cliente de SecretBurger pillado a medio mordisco. Entonces se desplegó un amplio paisaje verde: árboles en la distancia, un lago en primer plano, un rinoceronte y tres leones bebiendo. Una escena del pasado.
Una línea de letras se desplegó por delante: «Bienvenido al campo de juego del Loco Adán, Oso Kermode. Tienes un mensaje.»
Zeb hizo clic en «Recibir mensaje».
«El hígado es el mal y hay que castigarlo.»
«Vale, Crake -escribió Zeb-. Todo está bien.»
Entonces cerró el navegador y se levantó.
– Llámeme si hay alguna recurrencia de áfidos -dijo-. Estaría bien que comprobara nuestro trabajo de vez en cuando y nos mantuviera informados.
Escribió en su libreta: «El pelo está genial, cielo. Me encantan los ojos rasgados.» Y se marchó.
Toby recogió todas las páginas del taco. Por suerte tenía unas cerillas para quemarlas; había estado guardando cerillas para su Ararat, almacenándolas en un contenedor etiquetado Merengue de Limón Facial.
Después de la visita de Zeb se sintió menos aislada. Se conectaba a Extintaton a intervalos irregulares y trazaba el camino al campo de juego del Gran Maestro Loco Adán. Las palabras en clave y los mensajes revoloteaban por la pantalla: «Rinoceronte Negro a Oso Kermode: novatos en camino. Pico de Marfil a Zorro del Desierto: No temas al gorgojo. Nogal Antillano y Lotis Azul: ratón modificado, un diez. Crake a Loco Adán: autopistas de malvavisco, ¡genial!» No tenía ni idea de lo que significaban la mayoría de estos mensajes, pero al menos se sentía incluida.
En ocasiones había boletines electrónicos que parecían información secreta de Corpsegur. Muchos de ellos eran sobre extrañas irrupciones de nuevas enfermedades, o infecciones peculiares: el híbrido castorespino que devoraba las correas de ventilador de los coches, el gorgojo del café que estaba diezmando las plantaciones de Happicuppa, el microbio comeasfalto que fundía las autopistas.
Luego la cadena de restaurantes Rarity quedó destrozada por una serie de bombas letales. Veía las noticias regulares, en las que se acusaba de estos sucesos a ecoterroristas no específicos; pero también había leído un análisis detallado de Loco Adán. Habían sido los Lobos de Isaías quienes habían puesto las bombas, dijeron, porque Rarity había introducido un nuevo elemento en el menú: el leonero, un animal sagrado para los Lobos de Isaías. Loco Adán había añadido una posdata: «Advertencia a todos los Jardineros de Dios: os culparán a vosotros. Desapareced.»
Poco después de eso, Muffy vino al balneario de manera inesperada. Su aspecto tenía la elegancia habitual: sus maneras no delataban nada.
– Caminemos por el parterre -dijo.
Cuando estuvieron en campo abierto y lejos de micrófonos ocultos, Muffy susurró:
– No he venido por ningún tratamiento. Sólo he de decirte que hemos de marcharnos, no puedo decirte adónde. No te preocupes. Sólo es urgente para infiltrados.
– ¿Estarás bien? -preguntó Toby.
– El tiempo lo dirá -dijo Muffy-. Buena suerte, querida Toby. Querida Tobiatha. Báñame en luz.
Ella y su marido figuraban en la lista de bajas de un accidente aéreo al cabo de una semana. Corpsegur era bueno organizando percances de clase alta para los sospechosos con estatus, le había dicho Zeb: gente que desaparecía sin dejar rastro causaba un revuelo entre los ungidos de las corporaciones.
Toby no se acercó a la sala de chat del Loco Adán durante meses después de eso. Esperaba la llamada en la puerta, el escándalo de cristales rotos, el zipzip de un pulverizador. Pero no ocurrió nada. Cuando finalmente reunió el coraje para volver a entrar en Loco Adán, había un mensaje para ella.
«A Rascón de Oso Kermode: el Jardín está destruido. Los Adanes y las Evas han oscurecido. Observa y espera.»