De la vida subterránea.
Narrado por Adán Uno
Queridos amigos, queridos compañeros mamíferos, queridos compañeros animales:
No señalo con el dedo, porque no sé adónde señalar; pero como acabamos de ver, los rumores maliciosos extienden la confusión. Un comentario despreocupado puede ser como la colilla de un cigarrillo lanzada en el vertedero, humeante hasta que estalla en llamas y envuelve un barrio entero. Vigilad vuestras palabras en el futuro.
Es inevitable que ciertas amistades susciten comentarios indebidos. Pero no somos chimpancés: nuestras hembras no muerden a sus hembras rivales; nuestros machos no saltan sobre nuestras hembras ni las golpean con ramas. Al menos, por regla general. Todas las relaciones de pareja están sometidas a estrés y tentación: pero no contribuyamos a esa tensión ni malinterpretemos esa tentación.
Echamos de menos la presencia de nuestro antiguo Adán Trece, Burt, la de su esposa, Veena, y la de la pequeña Bernice. Perdonemos lo que hay que perdonar, y pongamos luz en torno a ellos en nuestros corazones.
Avancemos. Hemos identificado un taller de reparación de automóviles abandonado que puede convertirse en hogares acogedores, una vez que llevemos a cabo un realojo de las ratas. Estoy seguro de que las ratas del taller estarán muy felices en el Buenavista en cuanto vean las oportunidades de comida que éste les ofrece.
Os complacerá saber que aunque se han perdido nuestros lechos de cultivo de setas del Buenavista, Pilar ha guardado micelios de cada una de nuestras atesoradas especies, y prepararemos lechos de hongos en una sala de bodega en la Clínica de Estética hasta que se encuentre una ubicación más húmeda.
Hoy celebramos el Día de los Topos, nuestra festividad de la vida subterránea. El Día de los Topos es una fiesta infantil, y nuestros niños han estado muy ocupados decorando el Jardín del Edén en el Tejado. Los topos, con sus pequeñas garras hechas con trozos de peines, los nematodos creados con bolsas de plástico transparente, las lombrices hechas con medias rellenas y cuerda, los escarabajos peloteros: qué gran testimonio de los poderes de creatividad que Dios nos ha concedido, por medio de los cuales incluso lo inútil y descartado puede redimirse del sinsentido.
Tendemos a pasar por alto las criaturas más pequeñas que moran entre nosotros; sin embargo, sin ellas nosotros mismos no podríamos existir; porque cada uno de nosotros es un jardín de formas de vida microscópica. ¿Dónde estaríamos sin la flora que puebla el tracto intestinal o sin las bacterias que nos defienden de invasores hostiles? Convivimos con multitudes, amigos míos, con una miríada de formas de vida que reptan bajo nuestros pies y, podría añadir, bajo nuestras uñas.
Cierto es que en ocasiones estamos infestados con nanobioformas con las que preferiríamos no convivir, como el acaro de las cejas, el ancilostoma, la ladilla, la lombriz intestinal y la garrapata, por no hablar de las bacterias y los virus hostiles. Pero pensemos en ellos como los ángeles más diminutos de Dios, que cumplen con su trabajo insondable a su propia manera, porque también estas criaturas residen en la mente eterna y brillan en la luz eterna, y forman parte de la sinfonía polifónica de la Creación.
¡Consideremos también a Sus trabajadores en la tierra! Sin los gusanos, los nematodos y las hormigas, sin su incesante labrado del suelo, éste se transformaría en una masa compacta y se extinguiría la vida. Pensemos en las propiedades antibióticas de los gusanos y de los diversos hongos, y en la miel que fabrican nuestras abejas, y también en la tela de araña, tan útil para detener la hemorragia de una herida. Para cada mal, Dios ha proporcionado un remedio en su gran botiquín de medicina natural.
Mediante el trabajo de los escarabajos carroñeros y las bacterias putrescentes, nuestra morada de carne se destruye y regresa a los elementos para enriquecer las vidas de otras criaturas. Qué equivocados estaban nuestros antepasados al preservar los cadáveres: sus embalsamamientos, sus adornos, sus féretros en mausoleos… ¡Qué horror convertir la cáscara del alma en un fetiche impuro! Y, al final, ¡qué egoísta! ¿No deberíamos devolver el don de la vida regalándonos a la vida cuando llegue el momento?
La próxima vez que tengáis en las manos un puñado de compost húmedo, rezad una silenciosa oración de agradecimiento a todas las anteriores criaturas de la tierra. Imaginaos dando a todas y cada una de ellas un achuchón cariñoso. Porque sin duda están aquí con nosotros, siempre presentes en esa matriz nutritiva.
Ahora unámonos a nuestro Coro de Capullos y Flores para cantar nuestro himno tradicional del Día de los Topos.
Alabamos los topos perfectos
Alabamos los topos perfectos,
jardineros del subsuelo;
la hormiga, el gusano y el nematodo,
dondequiera que se encuentren.
En la oscuridad viven su vida,
al ojo humano invisibles;
la tierra es aire para ellos
y su día es nuestra noche.
Revuelven el suelo y lo labran,
las plantas hacen crecer;
nuestra Tierra sería un desierto
si ellos no estuvieran vivos.
Los escarabajos carroñeros,
que en sitios extraños buscan,
nos devuelven a los elementos
y los lugares ordenan.
Por las diminutas criaturas
bajo los campos y bosques,
demos gracias hoy con alegría
porque Dios vio que eran buenas.
Del Libro Oral de Himnos
de los Jardineros de Dios
Año 25
Cuando el Diluvio desate su cólera tenéis que contar los días, decía Adán Uno. Tenéis que observar las salidas del sol y los cambios de la luna, porque hay una estación para cada cosa. En las meditaciones, no os alejéis en exceso en vuestros viajes interiores, no sea que entréis en lo eterno antes de tiempo. En vuestros estados de barbecho, no descendáis a un nivel demasiado profundo para volver a salir, o llegará la noche en que todas las horas serán iguales para vosotros, y entonces ya no habrá esperanza.
Toby ha estado contando los días en una libreta vieja del AnooYoo Spa-in-the-Park. Cada página rosa tiene en la parte superior dos ojos de largas pestañas -uno de ellos guiñado- y un beso de pintalabios. A ella le gustan esos ojos y esas bocas sonrientes: le hacen compañía. Encima de cada página nueva apunta la festividad de los Jardineros o el santo del día. Aún puede recitar la lista completa de memoria: san E. F. Schumacher, santa Jane Jacobs, santa Sigurdsdottir de Gullfoss, san Wayne Grady de los Buitres; san James Lovelock, el bendito Gauthama Buda, santa Bridget Stutchbury del Café Arábigo, san Lineo de la Nomenclatura Botánica, la Fiesta de los Cocodrilos, san Stephen Jay Gould del Esquisto Jurásico, san Gilberto Silva de los Murciélagos. Y el resto.
Bajo el nombre de cada santo, Toby escribe sus notas de agricultura: lo que se ha plantado, lo que se ha cosechado, la fase lunar, los insectos huéspedes.
«Día de los Topos -escribe hoy-. Año 25. Hacer la colada. Luna creciente.» El Día de los Topos formaba parte de la Semana de San Euell. No era un buen aniversario.
En el lado positivo, ya debería haber algunas polibayas maduras. La fuerza del gen híbrido de las polibayas es que da fruto en todas las estaciones. Quizás a última hora de la tarde irá a recogerlas.
Dos días antes -en San Orlando Garrido de los Lagartos- hizo una anotación que no estaba relacionada con la agricultura. «¿Alucinación?», había escrito. Ahora cavila sobre esa anotación. En ese momento pareció una alucinación.
Fue después de la tormenta del día. Toby se hallaba en el tejado, comprobando las conexiones entre los cubos: del único grifo que había dejado abierto abajo no salía agua. Encontró el problema -un ratón ahogado que atascaba la toma- y se estaba volviendo hacia la escalera cuando oyó un extraño sonido. Era como un canto, pero no un canto que hubiera oído antes.
Examinó con los prismáticos. Al principio no vio nada, pero luego en el extremo del campo, apareció una extraña procesión. Parecía formada únicamente por gente desnuda, aunque un hombre que iba delante llevaba ropa, y una especie de sombrero rojo y, ¿podía ser?, gafas de sol. Detrás de él había hombres, mujeres y niños, de todos los colores de piel conocida; al concentrarse, vio que varias de las personas desnudas tenían abdómenes azules.
Por eso había decidido que tenía que ser una alucinación: por el azul. Y por el canto cristalino sobrenatural. Había visto las figuras sólo un momento. Estaban allí, luego se desvanecieron como humo. Debían de haberse internado entre los árboles para seguir aquel sendero.
Había dado saltos de alegría: no pudo evitarlo. Había tenido ganas de bajar corriendo por la escalera, de salir corriendo del edificio, de ir tras ellos. Pero era una esperanza demasiado grande, esperar que vivieran otras personas, tantas otras personas. Otras personas que parecían muy sanas. No podía ser real. Si se dejaba cautivar por esos espejismos, si permitía que esos cantos de sirena la atrajeran al bosque de los cerdos, podría ser la primera persona en la historia en ser destruida por las proyecciones excesivamente optimistas de su propia mente.
Al enfrentarse a un vacío excesivo, decía Adán Uno, el cerebro inventa. La soledad crea compañía igual que la sed crea agua. ¿Cuántos marineros habían naufragado en busca de islas que no eran más que un resplandor?
Toby coge el lápiz y tacha el signo de interrogación. «Alucinación», dice ahora. Claro. Simple. No cabe duda.
Toby deja el lápiz, recoge el palo de la fregona, sus prismáticos y el rifle, y sube al tejado por la escalera para examinar su territorio. Todo está tranquilo esta mañana. No hay movimiento en el campo: no hay animales grandes, no hay cantantes desnudos teñidos de azul.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde ese Día de los Topos, el último antes de la muerte de Pilar? En el año 12 tuvo que ser.
Justo antes de eso se había producido el desastre de la detención de Burt. Después de que se lo llevaran los hombres de Corpsegur y después de que Veena y Bernice se marcharan del solar, Adán Uno había convocado a todos los Jardineros a una reunión de emergencia en el Jardín del Tejado. Les había contado la noticia, y los Jardineros se habían quedado de piedra al comprenderla. La revelación era demasiado dolorosa, demasiado bochornosa. ¿Cómo se las había arreglado Burt para tener una plantación en el Buenavista sin que nadie sospechara?
Gracias a la confianza, por supuesto, piensa Toby. Los Jardineros desconfiaban de todos en el mundo exfernal, pero confiaban en los suyos. Se habían unido a la larga lista de confesiones religiosas que se habían despertado una mañana para descubrir que el vicario se había largado con los fondos de la iglesia, dejando atrás un rastro de niños víctimas de abusos sexuales. Al menos, Burt no había abusado de los niños del coro, o nadie tenía noticia. Había cotilleos entre los niños -comentarios crudos de los que suelen hacer los niños-, pero no era respecto a niños. Sólo niñas, y sólo manoseos.
El único de los Jardineros al que no había sorprendido y al que no había horrorizado la plantación era a Philo el Niebla, aunque a él nunca le sorprendía ni le horrorizaba nada.
– Me gustaría probar esa hierba, a ver si es tan buena -fue todo cuanto tenía que decir.
Adán Uno había pedido voluntarios para que acogieran a las familias que se habían encontrado desplazadas tan de repente: no podían volver al Buenavista, había dicho, porque estaría plagado de hombres de Corpsegur, de manera que tenían que despedirse de sus posesiones materiales.
– Si el edificio estuviera en llamas no volveríais a entrar para rescatar unos pocos trastos y baratijas -dijo-. Es la forma que tiene Dios de poner a prueba nuestro apego al reino de la ilusión inútil.
Se suponía que a los Jardineros no tenía que importarles esta parte: cosechaban sus posesiones materiales en vertederos, de manera que siempre podían coger otras, en teoría. No obstante, hubo llantos por una copa de cristal perdida y una desconcertante disputa por una plancha para hacer gofres rota pero de gran valor sentimental.
Adán Uno pidió entonces a todos los presentes que no hablaran de Burt y el Buenavista, y menos de Corpsegur.
– Nuestros enemigos podrían estar escuchando -dijo.
Decía eso cada vez con más frecuencia. En ocasiones, Toby se preguntaba si no se estaba poniendo paranoico.
– Nuala, Toby -había dicho cuando los demás se estaban marchando-. Un momento. ¿Puedes pasarte por allí a ver qué pasa? -le dijo a Zeb-. No creo que haya nada que hacer.
– No -dijo Zeb-. Nada que valga una mierda, pero echaré un vistazo.
– Lleva tus ropas de plebilla -dijo Adán Uno.
Zeb asintió con la cabeza.
– El traje de motero solar. -Se alejó hacia la escalera de incendios.
– Nuala, querida -dijo Adán Uno-. ¿Puedes arrojar algo de luz sobre lo que ha dicho Veena sobre Burt y tú?
Nuala empezó a gimotear.
– No tengo ni idea -dijo-. ¡Es mentira! ¡Es muy irrespetuoso! ¡Es muy hiriente! ¿Cómo puede pensar una cosa así de mí y… Adán Trece?
«No cuesta tanto de imaginar -pensó Toby-, considerando la forma en que te frotas con cualquier pernera.» Nuala flirteaba con cualquier cosa de sexo masculino. Sin embargo, Veena había estado en barbecho durante el tiempo del flirteo, así pues ¿qué había levantado sus sospechas?
– Nadie de aquí lo cree, querida -dijo Adán Uno-. Veena ha debido estar escuchando algún rumor, quizás un agent provocateur enviado por nuestros enemigos para sembrar la disensión entre nosotros. Preguntaré a los porteros si Veena recibió alguna visita inusual en días recientes. Ahora, querida Nuala, deberías enjugar tus lágrimas e ir a la Sala de Costura. Los miembros desplazados de nuestra congregación necesitarán muchas prendas, como colchas, y sé que te gustará ser de utilidad.
– Gracias -dijo Nuala con sinceridad.
Puso su expresión que decía «sólo tú me entiendes» y se dirigió apresuradamente hacia la escalera de incendios.
– Toby, querida, ¿crees que podrás reunir ánimo suficiente para ocuparte de los deberes de Burt? -preguntó Adán Uno cuando Nuala se hubo marchado-. La Botánica de Jardín, las Hierbas Comestibles. Te convertiríamos en Eva, por supuesto. Hace tiempo que pensaba hacerlo, pero Pilar ha valorado mucho tu papel de ayudante, y creo que estabas contenta con ese papel. No quería privarla de ti.
Toby reflexionó.
– Sería un honor -dijo al fin-, pero no puedo aceptar. Ser una Eva hecha y derecha… sería hipócrita.
Nunca había logrado repetir el momento de iluminación que había experimentado en su primer día con los Jardineros, aunque lo había intentado con frecuencia. Había acudido a los retiros, había observado una semana de aislamiento, había hecho vigilias, se había tomado los hongos y elixires requeridos, pero no había experimentado ninguna revelación especial. Visiones, sí, pero ninguna con significado. O ninguna con un significado que supiera descifrar.
– ¿Hipócrita? -dijo Adán Uno, torciendo el gesto-. ¿En qué sentido?
Toby eligió cuidadosamente sus palabras: no quería herir sus sentimientos.
– No estoy segura de creer en todo. -Se quedó corta: creía en muy poco.
– En algunas religiones la fe precede a la acción -dijo Adán Uno-. En la nuestra, la acción precede a la fe. Has estado actuando como si creyeras, querida Toby. «Como si», estas palabras son muy importantes para nosotros. Continúa viviendo según ellas y la fe llegará con el tiempo.
– No es mucho para empezar -dijo Toby-. Seguramente una Eva debería estar…
Adán Uno suspiró.
– No deberíamos esperar demasiado de la fe -sentenció-. El conocimiento humano es falible, y vemos a través de un cristal oscuro. Cualquier religión es una sombra de Dios. Pero las sombras de Dios no son Dios.
– No me gustaría ser un ejemplo mediocre -dijo Toby-. Los niños detectan la impostura, verán que sólo estoy cumpliendo el expediente. Eso podría ser dañino para lo que estás tratando de lograr.
– Tus dudas me reafirman -insistió Adán Uno-. Muestran que eres de fiar. ¡Para cada no también hay un sí! ¿Harás una cosa por mí?
– ¿Qué? -preguntó Toby con precaución.
No quería la responsabilidad de ser una Eva, no quería reducir sus opciones. Quería sentirse libre para dejarlo si tenía que hacerlo. Sólo he estado cumpliendo condena, pensó. Aprovechándome de su buena voluntad. Menudo fraude.
– Pide orientación, nada más -dijo Adán Uno-. Haz una vigilia de una noche. Reza para tener fuerzas para afrontar tus dudas y temores. Tengo confianza en que obtendrás una respuesta positiva. Tienes dones que no deberían desperdiciarse. Todos estaríamos encantados de recibirte como una Eva entre nosotros, te lo aseguro.
– De acuerdo -dijo Toby-. Eso puedo hacerlo. -Para cada sí, pensó, también hay un no.
Pilar era la encargada de los materiales de vigilia y el resto de sustancias de viaje extracorpóreo de los Jardineros. Toby no había hablado con ella en varios días por su enfermedad: un virus estomacal, decían. Sin embargo, en su conversación con Adán Uno, éste no había mencionado nada de la enfermedad, de modo que tal vez Pilar volvía a estar bien. Esos virus nunca duraban más de una semana.
Toby buscó el pequeño cubículo de Pilar en la parte posterior del edificio. Pilar estaba tumbada, apoyada en su futón; una vela de cera de abeja temblaba en una latita en el suelo, a su lado. El aire estaba cerrado y olía a vómito. Pero el bol que había al lado de Pilar estaba vacío, y limpio.
– Querida Toby -dijo Pilar-. Ven y siéntate a mi lado.
Su carita parecía más que nunca una nuez, aunque tenía la piel pálida, o tan pálida como podía ponerse una tez morena. Gris. Turbia.
– ¿Te sientes mejor? -inquirió Toby, tomando la garra tendinosa de Pilar entre sus dos manos.
– Oh, sí. Mucho mejor -dijo Pilar, sonriendo con dulzura. Su voz no era fuerte.
– ¿Qué era?
– Comí algo que me sentó mal -dijo Pilar-. Bueno, ¿qué puedo hacer por ti?
– Quería asegurarme de que estabas bien -dijo Toby, que acababa de descubrir que eso era verdad.
Pilar tenía un aspecto macilento, consumido. Toby reconoció el temor en su interior: ¿y si Pilar -que le había parecido eterna, que seguramente siempre estaría allí, o si no siempre, al menos durante un tiempo largo, como una roca o un tocón antiguo-, y si desaparecía de repente?
– Eres muy amable -dijo Pilar. Apretó la mano de Toby.
– Y Adán Uno me ha pedido que sea una Eva.
– ¿Supongo que has dicho que no? -aventuró Pilar, sonriendo.
– Exacto -dijo Toby. Pilar normalmente podía adivinar lo que estaba pensando-. Pero quiere que haga una noche de vigilia. Para rezar en busca de orientación.
– Eso sería lo mejor -sentenció Pilar-. Ya sabes dónde guardo las cosas de la vigilia. Es el frasco marrón -dijo al tiempo que Toby levantaba la cortina de goma y cuerda que cubría los anaqueles-. El marrón de la derecha. Sólo cinco gotas, y dos del púrpura.
– ¿He hecho esta mezcla antes? -preguntó Toby.
– No exactamente. Con ésta, obtendrás algún tipo de respuesta. Nunca falla. La naturaleza jamás nos traiciona. ¿Eso lo sabes?
Toby no lo sabía. Contó las gotas en una de las tazas de té astilladas de Pilar y volvió a guardar los frascos.
– ¿Estás segura de que estás mejor? -preguntó.
– Estoy bien -dijo Pilar-, por ahora. Y el ahora es el único momento en que podemos estar bien. Bueno, querida Toby, vete y que tengas una buena vigilia. Hoy hay luna creciente. Disfrútala.
A veces, cuando repartía los viajes mentales, Pilar parecía el supervisor de una rúa infantil.
Toby eligió la sección de tomates del Jardín del Edén en el Tejado como ubicación para su vigilia. Anotó el lugar en la pizarra de Aviso de Vigilias cumpliendo con el requisito: los que estaban de vigilia en ocasiones se iban de paseo, y resultaba útil conocer su posición teórica para poder encontrarlos.
Adán Uno recientemente se había ocupado de apostar porteros en todas las plantas, al lado de los rellanos. Así que no puedo bajar del Jardín sin que alguien me vea, pensó Toby. A no ser que me caiga del tejado.
Aguardó hasta el anochecer, antes de tomarse las gotas con un té de flor de saúco y frambuesa para disimular el sabor: las pociones de vigilia de Pilar siempre tenían gusto a mantillo. Luego se sentó en posición de meditación, junto a una gran tomatera que a la luz de la luna parecía una bailarina contorsionada o un insecto grotesco.
La planta pronto empezó a brillar y a retorcer sus ramas, y los tomates empezaron a latir como corazones. Había grillos cerca, hablando en sus lenguas: quarkit, quarkit, ibbit, ibbit, arkit, arkit…
Gimnasia neuronal, pensó Toby. Cerró los ojos.
¿Por qué no puedo creer?, se preguntó en la oscuridad.
Detrás de sus párpados vio un animal. Tenía el pelaje dorado, con ojos verdes y amables, dientes caninos y una lana rizada en lugar de piel. El animal abrió la boca, pero no habló. Sólo bostezó.
La miró. Ella lo miró.
– Eres el efecto de una mezcla de toxinas vegetales cuidadosamente calibrada -le dijo, y se quedó dormida.
A la mañana siguiente, Adán Uno vino a interesarse por cómo había ido la vigilia de Toby.
– ¿Obtuviste una respuesta? -preguntó.
– Vi un animal -dijo Toby.
Adán Uno estaba encantado.
– ¡Qué fantástico resultado! ¿Qué animal? ¿Qué te dijo?
Pero antes de que Toby tuviera tiempo de responder, Adán Uno miró por encima del hombro de ella.
– Tenemos un mensajero -dijo.
En su neblinoso estado de posvigilia, Toby pensó que se refería a algún tipo de ángel de los hongos o a un espíritu botánico, pero era sólo Zeb, que respiraba con dificultad después de haber subido por la escalera de incendios. Todavía llevaba su disfraz de plebilla: chaleco negro de polipiel, tejanos sucios, botas de motero solar ajadas. Parecía resacoso.
– ¿Has pasado la noche en vela? -preguntó Toby.
– Parece que tú también -dijo Zeb-. Me va a costar una buena, a Lucerne no le gusta que trabaje de noche. -No parecía demasiado preocupado por eso-. Quieres convocar una asamblea general -le dijo a Adán Uno- o prefieres conocer primero tú solo la mala noticia.
– Primero la mala noticia -dijo Adán Uno-. A lo mejor hemos de editarla para el consumo más amplio. -Hizo un gesto hacia Toby-. Ella no tiene pánico.
– Bueno -dijo Zeb-. Ésta es la historia.
Sus fuentes de información eran extraoficiales, dijo: se había visto obligado a sacrificarse en aras de la verdad, pasando una noche observando a las chicas danzando en el Scales and Tails, donde los tipos de Corpsegur pasaban el rato cuando no estaban de servicio. No le gustaba acercarse demasiado a los tipos de Corpsegur, dijo: tenía un historial, y podrían reconocerlo a pesar de las alteraciones que se había hecho. Pero conocía a algunas de las chicas, así que les había sonsacado rumores.
– ¿Les pagaste? -dijo Adán Uno.
– Nada es gratis -dijo Zeb-. Pero no pagué demasiado.
Era verdad que Burt tenía una plantación en el Buenavista, explicó. Con el método habitual: apartamentos desocupados, ventanas ennegrecidas, electricidad pirateada. Luces de invernadero de pleno espectro, sistemas de riego automático, todo de primera. Pero no se trataba de la marihuana habitual, ni siquiera de la supermaría de la Costa Oeste. Era un híbrido estratosférico, con algunos genes de peyote y psilocibina, e incluso un poco de ayahuasca: la parte buena de la ayahuasca, aunque no habían eliminado por completo la parte que te hace vomitar hasta la bilis. Mucha gente que la había probado mataría por volver a hacerlo, y todavía no habían fabricado mucha, lo cual disparaba el precio en el mercado.
Por supuesto, era una operación de Corpsegur. Los laboratorios HelthWyzer habían desarrollado el híbrido y los hombres de Corpsegur eran los vendedores al por mayor. Lo dirigían del modo en que dirigían todo lo que era ilegal, por medio de las mafias. Pensaron que era un chiste poner a uno de los Adanes de tapadera y plantar el cultivo en un edificio que controlaban los Jardineros. Habían pagado muy bien a Burt, pero él había tratado de engañarlos vendiendo por su cuenta. Se estaba saliendo con la suya también eso, explicó Zeb, hasta que Corpsegur recibió una llamada anónima. La llamada los condujo a un teléfono móvil arrojado en un vertedero. No encontraron ADN. Era una voz de mujer, una mujer muy cabreada.
Veena, pensó Toby. ¿De dónde sacó el teléfono? Corría la voz de que se había llevado a Bernice a la Costa Oeste con el dinero que Corpsegur le había pagado.
– ¿Dónde está ahora Adán Trece? -dijo Adán Uno-. El antiguo Adán Trece. ¿Sigue vivo?
– No puedo decírtelo -dijo Zeb-, no se sabe nada.
– Recemos -dijo Adán Uno-. Hablará de nosotros.
– Si estaba tan metido con ellos, ya lo habrá hecho -dijo Zeb.
– ¿Sabía lo de las muestras de tejido de Pilar? -preguntó Adán Uno-. ¿Y nuestro contacto en HelthWyzer? ¿Nuestro joven correo con el tarro de miel?
– No -dijo Zeb-. Eso sólo lo sabíamos tú, yo y Pilar. Nunca lo discutimos en el consejo.
– Por fortuna -dijo Adán Uno.
– Esperemos que tenga un accidente con un cuchillo de destripar -dijo Zeb-. Tú no has oído nada de esto -le dijo a Toby.
– ¡No temas! -dijo Adán Uno-. Ahora Toby es de verdad una de las nuestras. Va a ser una Eva.
– ¡No he obtenido respuesta! -protestó Toby. Un bostezo animal no era muy definitivo en lo que a visiones se refería.
Adán Uno sonrió con benignidad.
– Has tomado la decisión correcta -dijo.
Toby pasó el resto de la tarde preparando una combinación de aromas que sería irresistible para las ratas y que podía sembrarse como un camino desde el taller de coches hasta el Buenavista Condos. El objetivo era eliminar las ratas del primer lugar y realbergarlas en el segundo sin pérdida de vidas: a los Jardineros no les gustaba reubicar a especies compañeras sin ofrecerles un alojamiento de igual valor.
Usó trozos de carne del montón que Pilar guardaba para los gusanos, un poco de miel, un poco de mantequilla de cacahuete -había enviado a Amanda al supermercado a comprarla-, un poco de queso rancio; restos de cerveza como elemento líquido. Cuando estuvo preparado, envió a Shackleton y Crozier y les dio instrucciones.
– Es realmente pútrido -exclamó Shackleton, olisqueando con admiración.
– ¿Crees que puedes soportarlo? -preguntó Toby-. Porque si no puedes…
– Lo haremos -dijo Crozier, enderezando los hombros.
– ¿Puedo ir yo también? -preguntó el pequeño Oates, con intención de acompañarlos.
– No queremos a nadie que se chupe el dedo -dijo Crozier.
– Tened cuidado -les advirtió Toby-. No queremos encontraros muertos en un solar. Sin riñones.
– Sé lo que hago -dijo Shackleton, orgulloso-. Zeb nos ayudará. Llevamos ropa de las plebillas, ¿ves? Se abrió la camisa de Jardinero: debajo llevaba una camiseta negra que decía: «Muerte: ¡la mejor manera de perder peso!» Debajo del eslogan había una calavera y unas tibias cruzadas, en color plata.
– Esos tipos de las corpos son idiotas -dijo Crozier, sonriendo. Él también llevaba una camiseta: «A las strippers les encanta mi barra»-. Pasaremos por delante de sus narices.
– No me chupo el dedo -dijo Oates, dándole una patada en la espinilla a Crozier.
Crozier le arreó en la sien.
– Volamos por debajo de su radar -dijo Shackleton-. Ni siquiera nos verán.
– Comecerdos -dijo Oates.
– Oates, ya has soltado bastantes palabrotas -le reprendió Toby-. Tú puedes ayudarme a alimentar a los gusanos. Y vosotros largaos -les dijo a los otros dos-. Aquí está la botella. Que no se os caiga dentro del taller, y sobre todo que no caiga en la madera, o algún pobre desgraciado tendrá que vivir con ese olor mucho tiempo. -Y dirigiéndose a Shackleton añadió-. Dependemos de vosotros.
Era bueno dejar que los chicos de esa edad creyeran que hacían trabajo de hombres, siempre y cuando no se emocionaran demasiado.
– Adiós, mojacolchones -dijo Crozier.
– Das asco -dijo Oates.
A la mañana siguiente, Toby estaba dando una clase en la Clínica de Estética: Hierbas Afectivas, para chicos de entre doce y quince años. Botánica Maníaca, lo llamaban los chicos, que era mejor de cómo llamaban a algunas otras asignaturas: Caca de Vaca a las normas de uso del biodoro violeta, Bosta y Boñiga al Apilado de Compost.
– Sauce -dijo-. Analgésico. A-N-A-L-G-É-S-I-C-O, deletreadlo en vuestras pizarras.
Hubo chirriar de tiza, demasiados chirridos.
– Basta con eso, Crozier -dijo Toby, sin mirar.
Crozier era un chirriador crónico. ¿Había oído que susurraban «Bruja Seca»?
– He oído eso, Shackleton -dijo.
La clase estaba más inquieta que de costumbre: réplicas del terremoto causado por Veena.
– Analgésico, ¿qué significa?
– Calmante -dijo Amanda.
– Exacto, Amanda -dijo Toby.
Amanda, que siempre se comportaba sospechosamente bien en clase, se estaba portando aún mejor. Amanda se las sabía todas. Estaba demasiado versada en las artimañas del mundo exfernal. Sin embargo, Adán Uno creía que los Jardineros habían sido de gran beneficio para ella, y ¿quién iba a decir que Amanda no estaba experimentando un cambio vital?
Aun así, era desafortunado que Ren hubiera sido atraída a la órbita hiperatractiva de Amanda. Ren era muy maleable: se arriesgaba a estar siempre bajo el dominio de alguien.
– ¿Qué parte del sauce usamos para fabricar el analgésico? -continuó Toby.
– ¿Las hojas? -dijo Ren.
Demasiado ansiosa por complacer, y respuesta equivocada de todos modos, e incluso más ansiosa de lo habitual. Ren debía de estar sintiendo la pérdida de Bernice, o quizá la culpa: de qué forma tan despiadada habían dejado de lado a Bernice en cuanto apareció Amanda. Se creen que no los vemos, pensó Toby. Suponen que no sabemos lo que pretenden. Sus presuntuosidades, sus crueldades, sus tramas.
Nuala asomó la cabeza por la puerta.
– Toby, querida -dijo-, ¿puedo hablar un momento contigo?
Su tono era lúgubre. Toby salió al pasillo.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Has de ir a ver a Pilar -dijo Nuala-. Ahora mismo. Ha elegido su hora.
Toby sintió que se le encogía el corazón. Así que Pilar le había mentido. No, no mentido; simplemente no le había contado toda la verdad. Había sido algo que había comido, pero no por accidente. Nuala apretó el brazo de Toby para mostrarle su compasión. Aparta tus manos húmedas de mí, pensó Toby. No soy un hombre.
– ¿Puedes ocuparte de mi clase? -le pidió-. Por favor. Estoy enseñando las propiedades del sauce.
– Por supuesto, Toby, querida -dijo Nuala-. Haré el sauce llorón con ellos.
Esa canción almibarada era una de las favoritas de Nuala; la había compuesto para niños pequeños. Toby se imaginaba las caras que le pondrían los chicos más mayores. Pero como Nuala no sabía mucho de botánica, hacerles cantar al menos ocuparía el tiempo.
Toby se apresuró a alejarse al oír el sonido de la voz de Nuala:
– Toby ha tenido que ir a hacer una misión caritativa, así que ¡vamos a ayudarla cantando la canción del sauce llorón!
Su voz intensa y un poco desafinada de contralto se elevó por encima de las voces carentes de lustre de los niños:
Sauce llorón, sauce llorón,
ramas que ondean como el mar,
mientras descanso en mi cama,
ven y quítame el penar…
El infierno sería una eternidad de las letras de Nuala, pensó Toby. De todos modos, no se trataba del sauce llorón sino del sauce blanco, Salix alba, con su ácido salicílico. Eso era lo que calmaba el dolor.
Pilar estaba tumbada en su cubículo, en su cama, con una vela de cera de abeja ardiendo todavía en su recipiente de lata. Estiró sus delgados dedos marrones.
– Querida, Toby -dijo-. Gracias por venir. Quería verte.
– ¡Lo has hecho tú! -dijo Toby-. ¡No me lo dijiste! -De tan triste, estaba enfadada.
– No quería hacerte perder tiempo preocupándote -dijo Pilar. Su voz había menguado a un susurro-. Quería que tuvieras una buena vigilia. Ahora ven a sentarte a mi lado y cuéntame lo que viste anoche.
– Un animal -dijo Toby-. Una especie de león, pero no un león.
– Bueno -susurró Pilar-. Es una buena señal. Tendrás la ayuda de la fortaleza cuando la necesites. Estoy contenta de que no fuera un gusano. -Se rio por lo bajo; luego su rostro se contorsionó de dolor.
– ¿Por qué? -preguntó Toby-. ¿Por qué lo has hecho?
– Recibí el diagnóstico -dijo Pilar-. Es cáncer. Muy avanzado. Así que es mejor irse ahora mientras todavía sé lo que estoy haciendo. ¿Para qué demorarlo?
– ¿Qué diagnóstico? -dijo Toby.
– Envié unas muestras de biopsia -dijo Pilar-. Katuro me la hizo, tomó las muestras de tejido. Las escondimos en un tarro de miel y las llevamos clandestinamente a los laboratorios de diagnóstico de HelthWyzer West, bajo una identidad diferente, por supuesto.
– ¿Quién las pasó? -dijo Toby-. ¿Fue Zeb?
Pilar sonrió como si disfrutara de un chiste privado.
– Un amigo -dijo-. Tenemos muchos amigos.
– Podemos llevarte a un hospital -dijo Toby-. Estoy segura de que Adán Uno lo autorizaría…
– No reincidas, mi Toby -dijo Pilar-. Conoces nuestra opinión de los hospitales. Es lo mismo que si me arrojaran a un pozo ciego. Además, no hay cura para lo que me he tomado. Ahora, por favor, pásame ese vaso, el azul.
– ¡Todavía no! -exclamó Toby. ¿Cómo posponerlo, retrasarlo? ¿Cómo mantener a Pilar con ella?
– Es sólo agua, y un poco de sauce y adormidera -susurró Pilar-. Alivia el dolor sin dejarte fuera de combate. Quiero mantenerme despierta lo máximo posible. Estaré bien durante un rato.
Toby observó a Pilar mientras ésta bebía.
– Dame otra almohada -pidió Pilar.
Toby le pasó uno de los sacos rellenos de farfolla que había a los pies de la cama.
– Has sido mi familia aquí -dijo-. Más que los demás.
Le costaba hablar, pero se resistía a llorar.
– Y tú has sido la mía -dijo Pilar con sencillez-. Acuérdate de cuidar del Ararat del Buenavista. Mantenlo renovado.
Toby no quiso contarle que habían perdido el Ararat del Buenavista por culpa de Burt. ¿Para qué disgustarla? Apoyó a Pilar en la almohada: era extrañamente pesada.
– ¿Qué has usado? -preguntó. Se le estaba cerrando la garganta.
– Te he enseñado bien -dijo Pilar. Los ojos se le arrugaron en las comisuras, como si todo fuera una broma-. A ver si lo adivinas. Síntomas: calambres y vómitos. Luego un periodo de respiro en el cual el paciente parece mejorar. Pero entretanto, el hígado se va destruyendo lentamente. No hay antídoto.
– Una de las amanitas -dijo Toby.
– Chica lista -susurró Pilar-. El Ángel de la Muerte es un amigo para cuando lo necesitas.
– Pero será muy doloroso -dijo Toby.
– No te preocupes por eso -dijo Pilar-. Siempre está la adormidera concentrada. Es la botella roja, ésa. Ya te diré el momento. Ahora, escúchame con atención. Esta es mi voluntad. Como decimos, las mortajas no tienen bolsillos. Los moribundos deben legar a los vivos todas las cosas terrenas, y eso incluye el conocimiento.
Quiero que tengas todo lo que he reunido aquí: todos mis materiales. Es una buena colección y confiere un gran poder. Guárdalo bien y úsalo bien. Confío en que lo hagas. Ya conoces algunas de estas botellas. He hecho una lista en papel del resto, has de memorizarla y destruirla. La lista está dentro del tarro verde: ése. ¿Lo prometes?
– Sí -dijo Toby-. Lo prometo.
– Las promesas en el lecho de muerte son sagradas entre nosotros -dijo Pilar-. Eso lo sabes. No llores. Mírame. No estoy triste.
Toby conocía la teoría: Pilar creía que estaba donándose a la matriz de la vida por propia voluntad, y también creía que eso debería ser cuestión de celebración.
Pero ¿qué pasa conmigo?, pensó Toby. Me están abandonando. Era como cuando había fallecido su madre, y luego su padre. ¿Cuántas veces tendría que pasar por el proceso de quedarse huérfana? No gimas, se dijo con gravedad.
– Quiero que seas Eva Seis -dijo Pilar-. En mi lugar. Nadie más posee ni el talento ni el conocimiento. ¿Puedes hacer eso por mí? ¿Me lo prometes?
Toby lo prometió. ¿Qué más podía decir?
– Bien -susurró Pilar, soltando el aire-. Ahora, creo que es el momento de la adormidera. La botella roja, ésa es. Deséame lo mejor en mi viaje.
– Gracias por todo lo que me has enseñado -dijo Toby.
No puedo soportarlo, pensó. La voy a matar. No. Voy a ayudarla a morir. Estoy cumpliendo sus deseos.
Observó mientras Pilar bebía.
– Gracias a ti por aprender -dijo Pilar-. Ahora voy a dormir. No olvides decírselo a las abejas.
Toby se sentó junto a Pilar hasta que ésta dejó de respirar. Entonces colocó la colcha por encima de su cara calmada y apagó la vela. ¿Era imaginación suya o la vela se había avivado en el momento de la muerte de Pilar como si le hubiera insuflado un soplo de aire? Espíritu, diría Adán Uno. Una energía que no puede aferrarse ni medirse. El inconmensurable espíritu de Pilar. Se había ido.
Pero si el espíritu no era material, podía influir en la llama de una vela. ¿Podía?
Me estoy volviendo tan ñoña como todos los demás, pensó Toby. Estoy podrida. Lo siguiente que haré será hablar con las plantas. O con los caracoles, como Nuala.
Sin embargo, Toby fue a contárselo a las abejas. Se sintió como una idiota al hacerlo, pero lo había prometido. Recordó que no bastaba con pensarlo: tenías que pronunciar las palabras en voz alta. Las abejas eran las mensajeras entre este mundo y los otros mundos, le había dicho Pilar. Entre los vivos y los muertos. Llevaban la palabra hecha aire.
Toby se cubrió la cabeza -como era costumbre, decía Pilar- y se quedó de pie delante de las colmenas del tejado. Las abejas estaban volando como de costumbre, yendo y viniendo, acarreando el polen en las patas, moviéndose en sus danzas semafóricas en figuras de ocho. Desde el interior de las colmenas llegaba el zumbido de las alas al batir en el aire, enfriándolo, ventilando las celdas y los pasajes. Una abeja son todas las abejas, solía decir Pilar, así que lo que es bueno para la colmena es bueno para la abeja.
Varias abejas doradas volaron en torno a su cabeza. Tres chocaron en su cara, probándola.
– Abejas -dijo ella-. Os traigo noticias. Debéis decírselo a vuestra reina.
¿Estaban escuchando? Quizás. Estaban chupando en las comisuras de sus ojos secos. Por la sal, habría dicho un científico.
– Pilar ha muerto -dijo-. Os envía sus saludos y os da las gracias por vuestra amistad de tantos años. Cuando os llegue el momento de seguirla al lugar al que se ha ido, ella os recibirá allí. -Éstas eran las palabras que Pilar le había enseñado, y Toby se sintió estúpida diciéndolas en voz alta-. Hasta entonces, yo soy vuestra nueva Eva Seis.
Nadie estaba escuchando, aunque si lo hubieran estado haciendo no les habría parecido extraño, al menos allí en el Tejado. En cambio, más abajo, al nivel del suelo, la habrían tildado de loca que vagaba por las calles y hablaba en voz alta sin ningún interlocutor.
Pilar llevaba las noticias a las abejas todas las mañanas. ¿Se esperaba que Toby hiciera lo mismo? Sí. Era una de las funciones de la Eva Seis. Si no les contabas a las abejas lo que estaba ocurriendo, decía Pilar, se sentirían heridas en sus sentimientos, se enjambrarían y se irían a otro sitio. O morirían.
Las abejas que tenía en la cara vacilaron: quizá notaran su temblor. Sin embargo, sabían distinguir el dolor del miedo, porque no le picaron. Al cabo de un momento, alzaron el vuelo para mezclarse con las multitudes que describían círculos sobre las colmenas.
Una vez que recobró la compostura y se lavó la cara, Toby fue a contárselo a Adán Uno.
– Pilar ha muerto -dijo-, se ha ocupado ella misma.
– Sí, querida. Lo sé -dijo Adán Uno-. Lo discutimos. Usó el Ángel de la Muerte, y después, ¿adormidera?
Toby asintió.
– Pero (esto es una cuestión delicada y cuento con tu discreción) ella no creía que hubiera que decir toda la verdad a los Jardineros en general. El viaje personal final es una opción moral sólo para los experimentados y, debo decirlo, sólo para los enfermos terminales como era el caso de Pilar; pero no debemos hacerlo ampliamente accesible, sobre todo en el caso de nuestros jóvenes, que son impresionables y dados a las depresiones mórbidas y al falso heroísmo. Confío en que te has hecho cargo de esos frascos de medicamentos de Pilar. No queremos ningún accidente.
– Sí -dijo Toby. He de conseguir una caja metálica. Con candado, pensó.
– Y ahora eres Eva Seis -dijo Adán Uno, sonriendo-. ¡Estoy encantado, querida!
– Supongo que también discutiste eso con Pilar -dijo Toby.
Pensó que toda la cuestión de la vigilia había sido un entretenimiento para mantenerla controlada hasta que Pilar pudo cerrar el trato.
– Era su deseo más querido -expuso Adán Uno-. Tenía un profundo amor y respeto por ti.
– Y espero ser digna de ella -dijo Toby.
Así que entre los dos la habían atrapado. ¿Qué podía decir? Sintió que se metía en un ritual como quien se prueba un par de zapatos.
Adán Uno convocó una asamblea de Jardineros, en la cual hizo un discurso mentiroso.
– Por desgracia -empezó-, nuestra querida Pilar (Eva Seis) ha fallecido hoy trágicamente después de equivocarse en la identificación de una especie. Tenía muchos años de práctica impecable que la acreditaban, pero quizás era la forma que tiene Dios de reclamar a nuestra querida Eva Seis para Sus propósitos mayores. Dejadme que os recuerde la importancia de aprender a conocer las setas a conciencia; y limitaos a las actividades micológicas de las especies bien conocidas, tales como las colmenillas, las barbudas y los champiñones, aquellas sobre las que no puede haber confusión.
»A lo largo de su vida, Pilar expandió enormemente nuestra colección de setas y hongos, añadiendo diversos especímenes salvajes. Algunos de éstos pueden ayudaros en la meditación durante vuestros retiros, pero por favor, no los probéis sin antes informaros bien, y vigilad esas copas y anillos delatores, no queremos más incidentes desafortunados de esta naturaleza.
Toby se sintió ultrajada: ¿cómo podía Adán Uno menospreciar la experiencia micológica de Pilar? Pilar nunca habría cometido semejante fallo: los viejos Jardineros tenían que saberlo. Aunque tal vez era sólo una forma de hablar, igual que se referían al suicidio como «muerte por desventura».
– Me alegra anunciar -continuó Adán Uno- que nuestra apreciada Toby ha accedido a ocupar la posición de Eva Seis. Éste era el deseo de Pilar, y estoy seguro de que no hay nadie más adecuado que ella para esa posición. Yo mismo confío completamente en ella por… por muchas cosas. Sus virtudes no se limitan a sus amplios conocimientos, sino que también tiene buen sentido, fortaleza ante la adversidad y un corazón noble. Por eso la eligió Pilar.
Hubo algunas señales de asentimiento y sonrisas en dirección a Toby.
– Nuestra querida Pilar deseaba que la compostaran en Heritage Park -continuó Adán Uno-. Ella misma seleccionó cuidadosamente el matorral que deseaba plantar encima de su cuerpo (un fino espécimen de saúco), de manera que algún día obtengamos dividendos de recolección. Como sabéis, un compostaje no oficial comporta un riesgo y conlleva duras penas: en el mundo exfernal piensan que incluso la muerte debe someterse a disciplina y, por encima de todo, que hay que pagar por ella. Sin embargo, nos prepararemos para este acto con precaución y lo llevaremos a cabo con discreción. Entretanto, aquellos que deseen ver a Pilar por última vez, pueden hacerlo en su cubículo. Si deseáis ofrecerle un tributo floral, me atrevo a sugerir las capuchinas, que abundan esta temporada. Por favor, no cojáis ninguna de las flores de ajo, porque las estamos guardando para la propagación.
Hubo lágrimas y sollozos de los niños: Pilar era muy querida. A continuación, los Jardineros empezaron a salir. Algunos sonrieron de nuevo a Toby para mostrar que estaban complacidos con su ascenso. Toby se quedó donde estaba, porque Adán Uno la estaba sujetando del brazo.
– Perdóname, querida Toby -dijo cuando el resto se hubieron ido-. Te pido disculpas por mi excursión a la ficción. En ocasiones debo decir cosas que no son transparentemente honestas. Pero es por el bien mayor.
Eligieron a Toby y Zeb para seleccionar la localización del compostaje de Pilar y para precavar el hoyo. El tiempo era esencial, dijo Adán Uno: los Jardineros aprobaban la refrigeración y el clima era cálido, así que si no compostaban a Pilar pronto lo más probable era que ella misma iniciara el proceso demasiado pronto.
Zeb tenía un par de trajes de empleado de Heritage Park: monos verdes y camisas con el logo del parque en blanco. Los dos se los pusieron y salieron con un par de palas, rastrillos, un azadón y una horqueta que repiqueteaban en la parte de atrás de su vehículo. Para Toby era una novedad que los Jardineros tuvieran una furgoneta, pero la tenían. Era una furgoneta de aire comprimido, que guardaban en una tienda de animales domésticos de la Alcantarilla. Una tienda de animales domésticos abandonada: no había mucho interés por mimar a las mascotas en la Alcantarilla, según Zeb, porque si tenías un gato allí era probable que terminara en la freidora de algún vecino.
Los Jardineros pintaban diferentes cosas en su furgoneta, dijo Zeb, según la necesidad. En ese momento tenía un logo de Heritage Park, impecablemente falsificado.
– Hay varios ex artistas gráficos entre los Jardineros -dijo Zeb-. Por supuesto, hay varios ex de todo.
Circularon por el Sumidero, haciendo sonar el claxon para apartar de su camino a los plebiquillos y ahuyentar a cualquiera que intentara limpiarle el parabrisas.
– ¿Has hecho esto antes? -preguntó Toby.
– ¿Con «esto» te refieres a enterrar ilegalmente a damas ancianas en un parque público? No -dijo Zeb-. No había visto morir a ninguna Eva hasta ahora. Pero siempre hay una primera vez para todo.
– ¿Es muy peligroso? -inquirió Toby.
– Supongo que lo descubriremos -dijo Zeb-. Por supuesto, siempre podemos dejarla en un solar abandonado para los carroñeros, pero podría terminar en un SecretBurgers. La proteína animal se está poniendo muy cara. O podrían venderla a los tipos del basuróleo; cogen cualquier cosa. Vamos a salvarla de eso: la vieja Pilar odiaba el petróleo, iba contra su religión.
– ¿Contra la tuya no? -dijo Toby.
Zeb se rio.
– Dejo los puntos más delicados de la doctrina a Adán Uno. Yo uso lo que tengo que usar para llegar a donde necesito ir. Vamos a por un Happicuppa. -Viró en un aparcamiento de centro comercial.
– ¿Vamos a tomar Happicuppa? -dijo Toby-. Modificado genéticamente, crecido al sol, rociado con venenos. Mata aves, arruina a los campesinos, eso lo sabemos todos.
– Estamos de camuflaje -dijo Zeb-. ¡Has de meterte en el papel! -Le hizo un guiño a Toby, luego se estiró por encima de ella y abrió la puerta de la furgoneta-. Date un respiro. Apuesto a que eras un encanto hasta que te recogieron los Jardineros.
Eras, piensa Toby. Esto lo resume todo. No obstante, estaba complacida: no había oído un cumplido en relación a su género en mucho tiempo.
Happicuppa había sido un componente de la hora de comer cuando trabajaba en SecretBurgers: parecía que había pasado toda una vida desde que se había tomado uno. Pidió un Happicappuccino. Había olvidado lo delicioso que era. Lo degustó a pequeños sorbos: podían pasar años antes de que se tomara otro, si es que alguna vez volvía a tomarlo.
– Será mejor que nos vayamos -dijo Zeb antes de que ella hubiera terminado del todo-. Hemos de cavar un hoyo. Ponte la gorra, escóndete el pelo dentro, así es como lo llevan las chicas del parque.
– Eh, zorra del parque -dijo una voz detrás de ella-. ¡Muéstranos tu matorral!
Toby tenía miedo de volverse a mirar, aunque Blanco volvía a estar en Painball. Se lo había contado Adán Uno, eso se decía en la calle.
Zeb captó su miedo.
– Si alguien te molesta, le daré con el azadón -dijo.
De nuevo en la furgoneta, recorrieron las calles de la plebilla hasta que llegaron a la entrada norte de Heritage Park. Zeb mostró su pase falsificado a los vigilantes y pasaron. El parque era oficialmente peatonal, de manera que no había más vehículos que los suyos.
Zeb condujo despacio, pasando junto a familias de habitantes de las plebillas sentadas a las mesas de picnic, con sus barbacoas a plena potencia. Había grupos de plebiquillos pendencieros que bebían y molestaban. Una piedra rebotó en el camión: el personal del parque no iba armado, y los plebiquillos lo sabían. Había habido broncas e incluso víctimas, le contó Zeb. Los árboles tenían algo que hacía que la gente pensara que se podía soltar.
– Donde hay naturaleza, hay capullos -dijo con alegría.
Encontraron una buena ubicación: un trozo de suelo abierto donde el saúco recibiría suficiente luz solar, y donde seguramente ellos no encontrarían demasiadas raíces de árboles al cavar. Zeb se puso a trabajar con el azadón, esponjando el suelo; Toby usó la pala. Plantaron un cartel: «Plantación cortesía de HelthWyzer West.»
– Si alguien pregunta, tengo la autorización en el bolsillo -dijo Zeb-. Ni siquiera me ha costado mucho.
Cuando el hoyo fue lo bastante grande, recogieron, dejando el cartel en su sitio.
El compostaje de Pilar se llevó a cabo esa tarde. Pilar viajó hasta allí en furgoneta, en un saco de arpillera etiquetado «Mantillo», con el saúco y un depósito de agua de veinte litros a su lado. Nuala y Adán Uno hicieron desfilar al Coro de Flores y Capullos por el parque, junto al lugar de sepultura, de manera que cualquiera que estuviera cerca los estaría mirando a ellos en lugar de a Zeb y a Toby, y su plantación de arbustos. Estaban entonando a pleno pulmón el Himno del Día de los Topos. Cuando llegaron al verso final, Shackleton y Crozier, disfrazados con sus camisetas de plebiquillos, los abuchearon desde el camino lateral. Cuando Crozier lanzó una botella, los Flores y Capullos gritaron, rompieron filas y corrieron por el sendero. Todos los presentes observaron la persecución con interés, esperando violencia. Zeb encajó con destreza a Pilar en el hoyo, todavía en el interior del saco de arpillera, y plantó una mata de saúco encima de ella. Toby echó unas paladas de tierra y la apisonó; luego regaron.
– No tengas aspecto abatido -le dijo Zeb-. Actúa como si sólo fuera un trabajo.
Había otro mirón, un chico alto de cabello oscuro. No estaba distraído por el numerito del Coro de Flores y Capullos; se quedó de pie apoyado contra un árbol, como con indiferencia. Llevaba una camiseta negra con un eslogan que decía: «El hígado es el mal, y hay que castigarlo.»
– ¿Conoces a ese chico? -preguntó Toby. La camiseta no encajaba. A un auténtico plebiquillo le habría quedado mejor.
Zeb lo miró.
– ¿A él? ¿Por qué?
– Se está interesando en nosotros. -De Corpsegur, pensó. No, demasiado joven.
– No mires -dijo Zeb-. Conocía a Pilar. Le conté que estaríamos aquí.
Según Adán Uno, la Caída del hombre era multidimensional. Los antepasados primates cayeron de los árboles; luego cayeron del vegetarianismo a comer carne. Después cayeron del instinto a la razón, y por consiguiente a la tecnología; de las señales simples a la gramática compleja, y por lo tanto a la humanidad; de la ausencia de fuego al fuego, y por consiguiente al armamento; y del apareamiento estacional a una actividad sexual compulsiva. Luego cayeron de una vida gozosa en el momento a la contemplación ansiosa de un pasado que se fue y un futuro distante.
La Caída continuaba, pero la trayectoria era cada vez más cuesta abajo. Absorbido en el pozo de conocimiento, sólo puedes caer en picado, aprendiendo cada vez más, pero sin ser más feliz. Y eso le ocurría a Toby desde que se había convertido en una Eva. Sentía que el título de Eva Seis la impregnaba, la erosionaba, desbastando las aristas de lo que había sido. Era más que austera. ¿Cómo se había permitido ser moldeada de este modo?
Sin embargo, ahora sabía más. Como ocurre con todo conocimiento, una vez que sabes algo, no te cabe en la cabeza cómo es que no lo supiste antes. Como pasa con la magia, antes de saber algo tienes el conocimiento ante tus propios ojos, pero estás mirando a otro lado.
Por ejemplo, los Adanes y las Evas tenían un portátil. Toby se desconcertó al descubrirlo. ¿Un aparato así no contravenía los principios Jardineros? Sin embargo, Adán Uno la había tranquilizado: nunca se conectaban salvo con extrema precaución, lo usaban sobre todo para almacenamiento de datos cruciales pertenecientes al mundo exfernal, y se ocupaban de ocultar un objeto tan peligroso del conjunto de los Jardineros, sobre todo de los niños. No obstante, tenían uno.
– Es como la colección porno del Vaticano -le contó Zeb-. Está a salvo en tus manos.
Guardaban el portátil en un compartimento escondido en la pared de la salita que había detrás de las cubas de vinagre, que también era donde celebraban las reuniones quincenales de Adanes y Evas. Había una puerta que daba a esta sala, pero antes de ser una Eva, a Toby le habían dicho que sólo había un armario detrás, que usaban para almacenar botellas. Había sin duda varios estantes para botellas vacías, pero la estantería completa se abría para revelar la puerta real de la sala. Ambas puertas se mantenían cerradas: sólo los Adanes y las Evas tenían llaves. Ahora Toby también tenía llave.
Debería haberse dado cuenta de que los Adanes y las Evas se reunían de un modo u otro. Daban la sensación de moverse y pensar como uno, y no usaban teléfonos ni ordenadores, así que, ¿cómo tomaban las decisiones de grupo excepto cara a cara? Tal vez había supuesto que intercambiaban información químicamente, como los árboles. Pero no, no era nada tan vegetal: se sentaban en torno a una mesa como en cualquier otro cónclave y alisaban a martillazos sus posiciones -tanto teológicas como prácticas- con la misma falta de misericordia que los monjes medievales. Y, como les ocurría a los monjes, cada vez había más en juego. Eso preocupaba a Toby, porque las corporaciones no toleraban oposición, y la posición Jardinera contra las actividades comerciales en el sentido más amplio bien podría interpretarse como tal. De manera que Toby no estaba atrapada en ninguna cápsula sobrenatural, como había supuesto, sino que estaba caminando por el borde de un poder real y potencialmente explosivo.
Al parecer, los Jardineros ya no eran un minúsculo culto localizado. Estaban creciendo en influencia: lejos de confinarse al Jardín del Edén en el Tejado del Sumidero y a los tejados vecinos y a los otros edificios que controlaban, tenían ramificaciones en diferentes plebillas, e incluso en otras ciudades. Incluso contaban con células secretas de simpatizantes exfernales incrustados en cada nivel, hasta dentro de las mismas corporaciones. La información que proporcionaban estos simpatizantes era indispensable, según Adán Uno: por medio de ella podían monitorizar las intenciones y movimientos de sus enemigos, al menos en parte.
Se referían a las células como trufas porque estaban escondidas, y eran raras y valiosas, y porque nunca podías saber dónde aparecería la siguiente, y porque se empleaban cerdos y perros para localizarlas. No es que los Jardineros tuvieran nada contra los cerdos y los perros en sí. Adán Uno siempre insistía en que sólo estaban en contra de su esclavitud por parte de las fuerzas de las tinieblas.
Aunque habían ocultado su inquietud a la masa de los Jardineros, los Adanes y las Evas estaban preocupados por la detención de Burt. Algunos aseguraban que Corpsegur le ofrecería un trato que era viejo como el diablo: información a cambio de tu vida. Aunque Corpsegur no necesitaba hacer tratos, dijo sombríamente Zeb, porque cuando empezaban con sus procedimientos de Rendición Interna, una persona diría cualquier cosa. A saber cuántos cubos de mentiras incriminatorias le estarían extrayendo al pobre Burt junto con su sangre, su mierda y su vómito.
Así pues, los Adanes y las Evas esperaban una redada de Corpsegur en el Jardín en cualquier momento. Pusieron en marcha los planes de evacuación rápida, y alertaron a las células trufa, con las que podían contar para que los escondieran. Luego habían encontrado a Burt en un solar detrás del Scales and Tails, con quemaduras de congelación en la piel y sin sus órganos vitales.
– Quieren que parezca un crimen de la mafia -dijo Zeb en el consejo, detrás del Salón del Vinagre-. Pero no convence. La mafia haría más mutilaciones gratuitas. Por diversión.
Nuala se quejó de que era irrespetuoso por parte de Zeb usar el término «diversión» en ese contexto. Zeb dijo que estaba hablando irónicamente. Marushka la Comadrona, que rara vez decía nada, manifestó que la ironía estaba sobrevalorada. Zeb dijo que no había percibido esa sobrevaloración entre los Jardineros. Rebecca, que ya era una poderosa nueva Eva, Eva Once de Combinación de Nutrientes, dijo que todo el mundo debería contenerse un poco y morderse la lengua. Adán Uno manifestó que una casa con divisiones internas no podía sostenerse.
Entonces se organizó un animado debate sobre cómo deshacerse del cadáver de Burt. Burt había sido un Adán, dijo Rebecca: merecía ser compostado ilegalmente en Heritage Park, como cualquier otro Adán o Eva. Eso sería justo. Philo el Niebla -que era menos neblinoso dentro del consejo que fuera- opinó que resultaría demasiado peligroso. ¿Y si Corpsegur había dejado el cadáver de Burt para ver quién iba a recogerlo? Stuart el Escoplo dijo que Corpsegur ya sabía que Burt era Jardinero; por tanto ¿qué podían averiguar con eso? Zeb opinó que quizás el cadáver de Burt era un mensaje de Corpsegur a las mafias de las plebillas, para decirles que controlaran mejor sus operaciones y acabaran con los inconformistas que iban por libre.
Nuala dijo que, bueno, si no podían compostar a Burt quizá podrían salir de noche y rociar una palada de tierra por encima de él como acto simbólico: ella personalmente se sentiría mucho mejor espiritualmente si podía hacerlo. Mugi comentó que Burt era un aliento de carne comecerdos que los había traicionado y que ni siquiera sabía por qué estaban hablando de eso. Adán Uno opinó que deberían guardar un momento de silencio y echar luz en torno a Burt en sus corazones, y Zeb soltó que ya habían puesto tanta luz que probablemente el tipo estaba ardiendo como un terrorista suicida en una franquicia de pollo frito. Nuala insistió en que Zeb se estaba comportando con frivolidad. Adán Uno manifestó que deberían meditar toda la noche y quizá la solución llegaría en forma de inspiración visionaria. Philo manifestó que en ese caso daría unas caladas.
Sin embargo, el cadáver de Burt ya no estaba en el solar al día siguiente; se lo habían llevado los recogedores de basuróleo madrugadores, según informó Zeb, y sin duda estaba dando energía a la furgoneta de algún empleado de corporación. Toby preguntó cómo estaba seguro de eso, y Zeb sonrió y dijo que tenía conexiones en las bandas de las plebillas que delatarían a cualquiera siempre que les pagaran.
Adán Uno dio un discurso a los miembros de los Jardineros en general en el cual subrayó el destino de Burt, lo llamó víctima seducida por el espíritu de codicia materialista por quien deberían sentir pena más que condenarlo, y les pidió a todos que reforzaran la vigilancia e informaran de turistas excesivamente curiosos y sobre todo de cualquier actividad inusual.
Sin embargo, nadie informó de actividades inusuales. Pasaron meses, luego más meses. Las tareas diarias y las horas de enseñanza continuaron como de costumbre, y los días de santos y festividades mantenían sus rondas asignadas. Toby empezó a hacer macramé, con la esperanza de que eso la curaría de las ensoñaciones diurnas y los deseos infructuosos, e incrementaría su concentración en el presente. Las abejas se multiplicaron, y Toby les daba las noticias cada mañana. La luna emergió de la oscuridad, luego creció, luego menguó. Hubo nacimientos, y una infestación de escarabajos verdes brillantes, y algunos nuevos Jardineros convertidos. Las arenas del tiempo son arenas movedizas, decía Adán Uno. Muchas cosas podían hundirse en él sin dejar rastro. Y qué bendición cuando las cosas que se hunden son preocupaciones innecesarias.