¿Cómo hacer para comunicarse con alguien como el Inquisidor, es decir, un tipo que abre un blog para colgar tres capítulos de una insólita novela inspirada en un olvidado episodio del siglo XVII, con la que trata de ilustrar no se sabe qué trauma personal? ¿Y con qué esperanza intentarlo, cuando el blog lleva semanas sin actualizarse y todo hace pensar que sólo ha sido un antojo pasajero?
Supongo que la mayoría de la gente ni siquiera se plantearía la cuestión, y que aquellos que tuvieran tanto tiempo libre como para hacerlo la descartarían ante la notoria improbabilidad de obtener algún resultado. Pero yo estaba picada, y me aburría, y en el fondo tampoco me importaba tanto si conseguía algo o no. A aquellas alturas, todavía se trataba de un pasatiempo: algo en lo que me había metido porque me llamaba la atención, sí, porque me intrigaba, también, y porque en cierto modo sentía que podía entender aquel mensaje arrojado al ciberespacio más y mejor que cualquier otro; pero ni mucho menos tenía para mí la trascendencia que tendría luego. Aunque entonces no lo sabía, me hallaba ante la línea divisoria que separaba lo trivial de lo que no lo era: si hubiera permanecido del otro lado, el Inquisidor no habría dejado huella en mí. Pero hice por cruzarla, y así me gané este desasosiego que siento ahora.
Tuve una idea. Debía hacerle ver que yo no era una lectora cualquiera. Que no deseaba hablar con él porque sí, sino porque sabía, y que entrar en contacto conmigo tendría un aliciente especial. Presumí que se trataba de un hombre, y también presumí que lo iba a atraer más si dejaba constancia de mi condición femenina. Podía parecer un recurso barato, pero por qué no emplearlo, si era eficaz. Me inclinaba a pensar que lo sería, por lo pronto, el modo en que el Inquisidor retrataba a doña Teresa en su novela. La mujer como portadora de una fuerza instintiva y espiritual inasequible al hombre. Así que redacté y envié a su blog el siguiente comentario:
teresa dice: Me ha dejado intrigada tu novela, Inquisidor. ¿Por qué no la continúas? ¿Por qué eres tan duro con Teresa? ¿Por qué eres tan duro contigo mismo? ¿Por qué no crees en el perdón? ¿O a lo mejor sí crees, pero no te ha dado tiempo a contarlo? Me gustaría saber cómo termina tu historia (la real, ya lo sé). Y me encantaría que me lo contaras sólo a mí. Anímate a hacerlo, anda. Mi dirección es el apellido de Teresa precedido y seguido del año de su absolución. Agrégame.
Di de alta la dirección «1638silva1638» en todos los proveedores de correo y mensajería. Durante un mes, no pasó nada.