ONCE

¿Podía haber algo más importante que capturar al monstruo que había destripado a todos los miembros de una familia? Pues no, desde luego, pero aún faltaba tiempo para que se hiciera de noche, y tenía otros problemas. Por ejemplo, que Tommy iría a ver a Gaynor para darle mi respuesta, y que no me parecía probable que Gaynor lo dejara correr. Necesitaba información; tenía que saber hasta dónde estaría dispuesto a llegar. Un periodista, eso: necesitaba un periodista. Había llegado el momento de recurrir a Irving Griswold.

Irving tenía uno de esos cubículos de colores claros que hacen las veces de despacho: no tenía techo ni puerta, pero sí paredes. Su metro sesenta ya es suficiente motivo para que me caiga bien: no estoy acostumbrada a ver hombres de mi estatura. Tenía una tonsura que parecía el centro de una margarita, y su pelo frito de color castaño hacía las veces de pétalos. Llevaba una camisa blanca arremangada por encima de los codos y se había aflojado la corbata. Con su cara redonda de mejillas sonrosadas, parecía un querubín alopécico. No tenía aspecto de hombre lobo, pero lo era. Ni siquiera los licántropos se libran de quedarse calvos.

Ninguno de sus compañeros del Saint Louis Post-Dispatch sabía que era un cambiaformas. Es una enfermedad, sí, y discriminar a los licántropos es ilegal, igual que a los seropositivos, pero eso tampoco garantiza nada. Puede que la dirección del periódico fuera abierta de miras, pero yo estaba con él: más vale curarse en salud.

Me asomé a la puerta de su cubículo y lo vi sentado a la mesa.

– ¿Qué hay de nuevo, vieja? -dijo a modo de saludo.

– ¿De verdad te crees gracioso, o lo haces por tocar los cojones?

– Soy graciosísimo -contestó con una amplia sonrisa-. Pregúntale a mi novia.

– En eso estaba yo pensando.

– ¿Qué te cuentas, Blake? Y por favor, no me digas que es una de esas cosas que no puedo publicar.

– ¿Te gustaría que te diera una primicia sobre la legislación que regula las actividades con zombis?

– Puede -contestó entrecerrando los ojos-. ¿Qué quieres a cambio?

– Algo que no puedes publicar, al menos por ahora.

– Me lo temía. -Me miró con cara de reproche-. Adelante.

– Necesito toda la información que puedas conseguir sobre Harold Gaynor.

– No me suena de nada. ¿Debería? -Había perdido el semblante risueño y estaba muy concentrado: olfateaba un reportaje.

– No veo por qué -dije con precaución-. ¿Puedes conseguirme algo?

– ¿A cambio de lo de los zombis?

– Te llevaré a todas las empresas que usan zombis. Puedes ir con un fotógrafo, para que saque a los cadáveres trabajando.

– Una serie de reportajes con imágenes vagamente escabrosas. -Sus ojos se iluminaron-. Y tú entre los zombis, toda maqueada: la bella y la bestia. Seguro que mi redactor jefe compra.

– Ya me imagino, pero eso de posar…

– Eh, a tu jefe le encantará. La publicidad animará el negocio.

– Y venderá periódicos.

– Desde luego.

Irving se quedó mirándome en silencio. No había mucho ruido de fondo; casi todo el mundo se había ido ya, y el cubículo de Irving era uno de los pocos que quedaban iluminados; se había quedado a esperarme. Conque la prensa no duerme nunca, ¿eh? Era media tarde, y como nos descuidásemos, nuestra única compañía sería el murmullo del aire acondicionado.

– Voy a ver si tenemos algo sobre Harold Gaynor en máquina -dijo Irving al fin.

– ¿Te has quedado con el nombre cuando sólo lo he mencionado una vez? -Sonreí-. No está mal.

– Es que soy un profesional… -Se volvió hacia el ordenador con movimientos exagerados; se puso unos guantes imaginarios y se ajustó los imaginarios faldones de un frac.

– Déjate de chorradas. -Mi sonrisa se amplió.

– No agobies al maestro. -Pulsó unas cuantas teclas, y la pantalla cobró vida-. Sí, lo tenemos. Vaya si lo tenemos; tardaría siglos en imprimir todo eso. -Se echó hacia atrás para mirarme. Mal rollo-. ¿Sabes qué? Cuando lo tenga todo, con las fotos que haya, te lo haré llegar de mil amores.

– ¿Cuál es el truco?

– ¿Truco? -Se llevó la mano abierta al pecho, todo ofendido-. Es Por puro altruismo.

– De acuerdo, envíamelo a casa.

– ¿Y por qué no quedamos en Dave el Muerto?

– Eso está en el barrio de los vampiros. ¿Cómo es que ahora vas por ahí?

– Se rumorea que la ciudad tiene un nuevo amo, y quiero conseguir la exclusiva. -Su rostro angelical me miraba muy serio.

– Así que te dejas caer por Dave el Muerto para ver si pescas algo -dije sacudiendo la cabeza.

– En efecto.

– No soltarán prenda. Pareces humano.

– Gracias por el cumplido. Pero contigo sí que hablan, Anita. ¿Sabes quién es el nuevo amo? ¿Puedes presentármelo? ¿Y conseguirme una entrevista?

– Irving, por favor, como si no tuvieras ya bastantes problemas. ¿Ahora te vas a poner a incordiar al rey de los vampiros?

– Así que es hombre.

– Masculino genérico.

– Sabes algo, estoy seguro.

– Lo que sé es que no te conviene llamar la atención. Los vampiros son peligrosos, Irving.

– Intentan integrarse en la sociedad y quieren recibir un tratamiento positivo en los medios de comunicación. Una entrevista sobre sus planes para la comunidad vampírica, sus proyectos a largo plazo… Sería muy profesional, sin chistes sobre cadáveres ni sensacionalismo: periodismo del bueno.

– Sí, ya. Y en la portada, un titular estrictamente periodístico: «Declaraciones del amo de los vampiros de San Luis».

– Estaría muy bien.

– ¿Has vuelto a esnifar tinta?

– Te daré todo lo que tenemos sobre Gaynor. Hasta fotos.

– ¿Cómo sabes que tenéis fotos? -le dije. Me miró con su cara redonda y risueña adecuadamente inescrutable-. Así que no te sonaba el nombre, pedazo de…

– Por favor, Anita, compórtate. Consígueme una entrevista con el amo de los vampiros y te daré todo lo que quieras.

– ¿No te vale con una serie de reportajes sobre los zombis? Fotos a todo color de cadáveres putrefactos, Irving. Eso vendería muchos periódicos.

– ¿Y no puedo entrevistar al vampiro?

– Si tienes suerte, no.

– Mierda.

– ¿Piensas darme el expediente de Gaynor?

– En cuanto lo tenga -dijo asintiendo antes de mirarme-. Pero quedamos en Dave el Muerto. Igual me dicen algo si ven que voy contigo.

– Igual no te has dado cuenta de que dejarte ver con la Ejecutora no te ayudará a hacer migas con los vampiros.

– ¿Siguen llamándote así?

– Entre otras cosas.

– De acuerdo. ¿El expediente de Gaynor a cambio de que me dejes acompañarte la próxima vez que ejecutes a un vampiro?

– Más quisieras.

– Venga, Anita…

– Ni de coña.

– Vaaale -dijo con un gesto de rendición-. Pero sería un reportaje cojonudo.

– No necesito publicidad, por lo menos de esa.

– Lo que tú digas. ¿Nos vemos en Dave el Muerto dentro de un par de horas?

– Que sea una; prefiero no estar en el Distrito cuando anochezca.

– ¿Es que hay alguien de por allí que te la tenga jurada? Tampoco quiero que corras peligro. -Sonrió-. Me has conseguido unas cuantas portadas, y no me gustaría perderte.

– Me conmueves, pero no hay nadie que me la tenga tan jurada, que yo sepa.

– No pareces muy segura.

Lo miré tentada de decirle que el nuevo amo de los vampiros me había mandado una docena de rosas blancas y una invitación para ir a bailar, pero la había rechazado. Que también me había dejado un mensaje en el contestador, para invitarme a una fiesta. Y no le hice ni caso. De momento, el amo de los vampiros me cortejaba como si fuera un caballero de hace siglos, pero no podía durar. Jean-Claude no era de los que aceptaban la derrota.

Pero no se lo dije, claro. Mejor que no lo supiera.

– Nos vemos en Dave el Muerto en una hora. Tengo que pasar por casa para cambiarme.

– Ahora que lo dices, es la primera vez que te veo con vestido.

– Vengo de un entierro.

– ¿Por asuntos de trabajo o personales?

– Personales.

– En ese caso, lo siento.

Me encogí de hombros.

– Como no me largue ya, llegaré tarde. Muchas gracias, Irving.

– No te estoy haciendo ningún favor. Me las vas a pagar con lo de los zombis.

Suspiré. Ya me lo veía pidiéndome que abrazara a los pobres cadáveres. Pero había que conseguir llamar la atención sobre aquel asunto; cuanta más gente supiera qué se hacía con los zombis, más probable sería que se aprobara el proyecto de ley. En realidad, era Irving quien me hacía el favor a mí, pero no tenía por qué enterarse.

Me alejé por las oficinas en penumbra y me despedí haciendo un gesto con la mano, sin mirar atrás. Quería quitarme el vestido y ponerme algo que me permitiera llevar pistola. Si iba a Villasangre, no estaría de más.

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