Aquel domingo por la mañana, el subinspector Yu se despertó temprano y alargó el brazo en busca de su esposa Peiqin, pero ésta ya no estaba a su lado en la cama. Probablemente habría salido a comprar, supuso Yu. Solía ir al mercado a primera hora los domingos por la mañana.
A Yu le pareció oír un sonido apagado que provenía del otro lado de la puerta. El edificio era viejo y albergaba a muchas familias; algunos de sus vecinos ya estarían en pie. El subinspector no se levantó. Encendió un cigarrillo y repasó mentalmente lo que había hecho durante los últimos días.
Ahora que el Partido había lanzado la consigna de crear una «sociedad armoniosa», el Departamento de Policía se veía abocado a adoptar de improviso un nuevo plan de acción. Se asignaron varios casos a la brigada de casos especiales, temporalmente bajo el mando de Yu durante la ausencia de Chen. A Yu no le parecieron tan especiales, aunque el secretario del Partido Li los veía desde otra perspectiva. Por ejemplo, la brigada recibió órdenes de vigilar a un periodista «alborotador» que había intentado desenmascarar a los funcionarios involucrados, directa o indirectamente, en un caso de corrupción. Li soltó un sermón sobre cómo enfocar la investigación en nombre de la «estabilidad política» que era condición previa para establecer una «sociedad armoniosa». El secretario del Partido condenó las acciones del periodista, porque podrían llevar a la gente a perder su fe en el Partido. Yu era incapaz de encarar con entusiasmo este tipo de misiones. Vigilar a alguien no significaba necesariamente ver algo, o hacer algo, se dijo de nuevo, dando una larga calada a su cigarrillo.
Sus divagaciones lo llevaron a pensar en las «vacaciones» no anunciadas del inspector jefe Chen. No era la primera vez que Chen se tomaba unas vacaciones de ese tipo, pero nunca sin contárselo a Yu. Por otra parte, Chen se había puesto en contacto con el padre de Yu, el Viejo Cazador.
Según el policía jubilado, la decisión de Chen era del todo comprensible, ya que se trataba de una misión sumamente arriesgada. «Algunos conocimientos realmente pueden matar, hijo.»
Sin embargo, Yu se sentía decepcionado. Deberían haberle dicho de qué tipo de misión se trataba; había investigado muchos casos con Chen, siempre campeando el temporal en el mismo barco. Lo más frustrante era que incluso el Viejo Cazador le escatimara información y carraspeara cuando intentaba obtener su ayuda. Yu sabía que habían contado con él sólo porque tenía amistad con Hong, el policía del comité vecinal que estaba a cargo del distrito de Jiling. Probablemente el Viejo Cazador ya hubiera intentado contactar con Hong, pero sin éxito. Ahora Yu tendría que investigar los antecedentes de alguien llamado Tan, que años atrás vivió en ese distrito. Además, debía mantenerse alerta por si veía o escuchaba cualquier cosa sobre Seguridad Interna en el Departamento.
Hong, al igual que Yu, también había sido un «joven instruido» en la provincia de Yunnan, y había ingresado en la policía de Shanghai el mismo año que su amigo. Se conocían desde hacía más de veinte años. Hong cooperó sin hacer ni una sola pregunta, pero la información que le proporcionó dejó perplejo a Yu.
A mediados de la década de los setenta, Tan, hijo único de una familia capitalista, intentó huir y cruzar la frontera con Hong Kong en compañía de su novia Qian, procedente también de una «familia negra». Los atraparon en pleno intento. Tan recibió una paliza tan brutal que acabó suicidándose. Antes escribió una nota en la que asumía toda la responsabilidad, a fin de proteger a su novia de las consecuencias de su huida. No se cuestionó que fuera un suicidio, era más que comprensible: por un «delito» como el suyo, Tan se hubiera podrido en la cárcel los siguientes veinte o treinta años.
Los padres de Tan murieron poco después, mientras que Qian murió al cabo de dos años. Una historia triste, pero ¿qué relación guardaba con la misión de Chen alguien que había muerto veinte años atrás? Yu no conseguía entenderlo.
Sin embargo, no se detuvo ahí y comenzó a investigar el pasado de Peng, otro amante de Qian. La investigación inicial resultó infructuosa. En aquellos años, se consideraba delito que una pareja mantuviera relaciones sexuales sin licencia matrimonial. Peng fue condenado a cinco años de cárcel por acostarse con Qian, diez años mayor que él. Nunca se recuperó. Tras ser puesto en libertad, no consiguió ningún trabajo estable. Y desde entonces Peng se destacó por su habilidad para ir tirando.
Yu no tenía ni idea de en qué le sería útil esta información a Chen, quien podría haberla obtenido fácilmente con sólo un par de llamadas.
Entretanto, Yu no había oído nada acerca de las actividades de Seguridad Interna, al menos no dentro del Departamento. Tanto silencio lo escamaba. La reticencia del secretario del Partido Li a hablar de los días de permiso de Chen era muy reveladora. Cuando Yu apagó el cigarrillo, se sintió aún más confundido que antes, y también más solo.
No pudo evitar dormirse antes de esconder el cenicero.
Cuando abrió los ojos, vio que Peiqin había vuelto a la habitación. Medio sentada, medio arrodillada sobre un taburete de madera, desplumaba un pollo en una palangana de plástico llena de agua caliente. Tenía al lado un termo recubierto de bambú. En el suelo había también un cesto lleno de verduras y de pasta de soja fermentada.
– Hay demasiada gente en la cocina comunitaria -explicó Peiqin, levantando la vista. Primero miró a Yu, y luego el cenicero que estaba sobre la mesita de noche.
Tal vez el sonido que había oído antes al otro lado de la puerta había sido el pollo debatiéndose en las manos de Peiqin. Ya era demasiado tarde para esconder el cenicero.
– ¿Dónde está Qinqin? -preguntó.
– Estudiando con sus compañeros. Ha salido temprano y no volverá hasta la noche.
Yu se incorporó en la cama tras apartar la manta de felpa.
– Déjame ayudarte, Peiqin.
– Llevas ofreciéndome ayuda desde nuestra época de «jóvenes instruidos» en Yunnan, pero ¿acaso me has ayudado alguna vez con un pollo?
– Sí que te ayudé en Yunnan, al menos una vez. «Adquirí» un pollo en plena noche, ¿te acuerdas? -Por suerte, su esposa no había protestado por que se hubiera puesto a fumar nada más despertarse.
– ¡Qué vergüenza que un poli diga una cosa así!
– Entonces no era poli.
Yu no pudo evitar sonreír. Durante aquella época, cuando eran pobres y pasaban mucha hambre, Yu le robó un pollo a un granjero de la etnia dai por la noche, y Peiqin lo cocinó a escondidas.
Hoy, bajo la luz matinal, sus brazos desnudos estaban salpicados con la sangre del pollo, como sucediera tantos años atrás. Yu reprimió la tentación de encender otro cigarrillo.
– Ya casi está -dijo Peiqin-. Hoy tomaremos sopa de gallina criada en casa. Tú y Qinqin habéis trabajado muchísimo.
Como norma, Peiqin no servía ningún plato especial a menos que Qinqin, el hijo de ambos, estuviera en casa. Era una regla no escrita que Yu comprendía perfectamente. No escatimaban en nada para contribuir a los esfuerzos de Qinqin por ingresar en una buena universidad, algo fundamental para labrarse un futuro en la nueva China.
– Sopa de pollo, además de filete de carpa frito con tomate y con zurrón de pastor mezclado con tofu -dijo Peiqin con una sonrisa de satisfacción-. Como es domingo, también podéis beber un vaso de vino amarillo de Shaoxing.
– No deberías criar pollos en casa, es demasiado trabajo.
– No has aprendido nada del gourmet de tu jefe. Chen te explicaría la enorme diferencia entre un pollo vivo criado en casa y uno de una granja avícola y congelado.
– ¿Cómo vas a estar equivocada, Peiqin? Incluso el inspector jefe Chen apoya tus preferencias en cuanto a pollos.
– ¿Sabes cómo puedes ayudarme? Tumbándote en la cama sin fumar. Es domingo por la mañana. Casi no hemos tenido tiempo de hablar últimamente.
– Tú también has estado muy ocupada.
– No te preocupes por mí. Qinqin irá pronto a la universidad y tendré más tiempo libre. Bueno, ¿sabes algo más sobre el permiso de Chen?
Yu imaginaba que su mujer sacaría el tema, y alargó el brazo para coger el cenicero distraídamente. Le contó lo que le había dicho el Viejo Cazador.
– Quizá Chen acudió al Viejo Cazador -dijo ella finalmente- porque tu padre ya no es policía y nadie le prestará demasiada atención.
– El Viejo Cazador también me oculta información.
– O la desconoce, o debe de tener sus razones para ocultártela. ¿En qué anda metido ahora el viejo?
– Ha estado patrullando por ahí, creo que está siguiendo a alguien. Y de no ser porque conozco a Hong, el Viejo Cazador no me hubiera dejado intervenir.
– ¿Qué has descubierto?
– He investigado a dos hombres vinculados con una mujer llamada Qian, que murió hace unos veinte años en un accidente de tráfico. De los dos hombres, el mayor, Tan, murió dos años antes que ella, se suicidó. No hubo nada sospechoso en las circunstancias de su muerte. En cuanto al segundo, Peng, es un don nadie, uno de esos vagos sin trabajo que se ven por todas partes hoy en día.
– Entonces, ¿a qué se debe tanto interés? -Peiqin introdujo las pinzas de acero inoxidable en la palangana de plástico-. ¿A quién está siguiendo el Viejo Cazador?
– A una chica llamada Jiao, la hija de Qian. Posiblemente una mantenida, una pequeña concubina.
– ¿Quién la mantiene?
– Nadie lo sabe. Creo que eso es lo que el Viejo Cazador traía de descubrir, pero me ha prohibido investigar nada que guarde relación con ella.
Qué raro. Un «bolsillos llenos» exhibiría a su querida como si fuera un anillo de diamantes de cinco quilates, el símbolo de su éxito. A menos que pertenezca a otro círculo…
¿Qué quieres decir?
– En lugar de un «bolsillos llenos», podría ser un alto cargo del Partido, y por eso intenta mantener en secreto su relación. Pero no será por mucho tiempo si los polis la están investigando.
– No sólo los polis, también Seguridad Interna.
– Además del inspector jefe Chen. El asunto no pinta muy bien -observó Peiqin con preocupación-. ¿Te ha contado alguna cosa más tu padre?
– Al parecer, tuvo una larga conversación con Chen sobre los constructores de tumbas de Cao Cao, a los que asesinaron para que no revelaran lo que sabían. Pero todo eso pasó hace más de mil años.
– ¡Esto no augura nada bueno! Saber según qué cosas puede llevar a la muerte. Cuando viste al Viejo Cazador, ¿hubo algo que te llamara la atención?
– Llevaba un libro con un título extraño, una especie de boletín meteorológico de Shanghai.
– ¿Crees que el libro tiene algo que ver con la investigación de Chen? -Añadió-: El viejo no es un gran lector.
– Sí, eso mismo pienso yo.
– Un momento, Yu, ¿recuerdas el título del libro?
– Nubes y lluvia… y algo más.
– Nubes y lluvia. Ya entiendo, ahora ya lo entiendo.
– ¿Qué es lo que entiendes? -preguntó Yu fijándose en la inquietud que reflejaban los ojos de su mujer, una especie de opacidad temerosa, como si contemplara algo extraño, monstruoso.
– Nubes y lluvia…
Peiqin bajó de un salto del taburete y se limpió las manos en el delantal mientras se agachaba para sacar una caja de cartón de debajo de la cama.
– Tengo un ejemplar. Nubes y lluvia en Shanghai.
– Eso es. Es el título del libro -dijo Yu, siguiéndola con la mirada.
La estantería improvisada que habían instalado en la habitación era de Qinqin. Peiqin tenía sus propios libros, entre ellos su novela favorita, Sueño en el pabellón rojo, pero Yu no sabía dónde los guardaba. La caja de cartón estaba muy vieja; antes había contenido latas de carne en conserva de la marca Meiling, posiblemente de su restaurante.
Peiqin encontró el libro y empezó a hojearlo muy excitada.
– ¿Qué buscas?
– Sí, aquí está: Qian. Y Tan también, claro -dijo Peiqin, sosteniendo el libro en la mano-. ¿Has oído hablar de una estrella de cine llamada Shang?
– ¿Shang? No he visto ninguna de sus películas. Creo que fue popular en los años cincuenta y murió durante la Revolución Cultural.
– Se suicidó.
– ¿Sí?
– Sí -respondió Peiqin, echando otra ojeada a la página-. Qian era la hija de Shang.
– ¿Es un libro sobre Shang?
– No, sobre su hija, Qian, pero la popularidad del libro se debió a Shang, o, más bien, al hombre con el que se acostó.
– ¿De quién hablas?
– ¡De Mao! -exclamó ella bajo la cambiante luz matinal que moteaba su rostro, como en un cuadro-. Por eso Chen no quiere que te involucres. Y por eso el secretario del Partido Li mantiene la boca cerrada. Porque se trata de Mao.
– Me he perdido, Peiqin.
– ¿No sabías que Mao tuvo un lío con Shang?
– No, la verdad es que no.
– Hay un libro titulado Mao y sus mujeres. ¿No lo conoces?
– No, pero no puedes tomarte todos esos chismes en serio. ¿Tú lo has leído?
– No, sólo algunos fragmentos en una revista de Hong Kong que un cliente se dejó en el restaurante. El libro está prohibido aquí, por supuesto, aunque las historias son ciertas. A Mao le gustaba bailar con mujeres jóvenes y bellas. Incluso los periódicos oficiales afirmaban que Mao estaba sometido a tanto estrés que el comité central del Partido quería que se relajara bailando. Shang fue su pareja de baile bastante a menudo, bailaron juntos muchas veces.
– Nunca me habías hablado de todo esto.
– No quiero hablar sobre Mao, no en nuestra casa. ¿No nos ha traído ya bastantes desgracias a todos?
La vehemencia de su respuesta lo desconcertó. Sin embargo, dado lo mucho que había sufrido su familia durante la Revolución Cultural, la reacción de su esposa era comprensible.
– Mao vivía en Pekín, y Shang en Shanghai -dijo Yu-. ¿Cómo es posible que mantuvieran una relación?
– Bueno, Mao viajaba a Shanghai de vez en cuando. Cada vez que venía, las autoridades de la ciudad le organizaban fiestas en una mansión majestuosa que había pertenecido a un hombre de negocios judío antes de 1949. Shang solía esperarlo allí.
– Que bailara con ella no significa necesariamente que se acostaran.
– Venga, Yu. Mao podría haber bailado con cualquier otra en Pekín. ¿Por qué hacer todo el viaje hasta Shanghai?
– Mao viajaba mucho. Recuerdo que hay una canción sobre sus viajes por el bien de la nación.
– ¿Nunca habías oído estos rumores sobre Mao? No te creo, Yu. Shang no fue la única. Mao tenía montones de secretarias personales, enfermeras, asistentes… ¿Te acuerdas de Fénix de Jade, aquella secretaria tan guapa que lo cuidaba día y noche en su residencia imperial? Era joven, sólo tenía estudios primarios, y aun así trabajaba como secretaria personal de Mao. Alguien comentó en los periódicos del Partido que incluso la señora Mao tenía que lamerle el culo a Fénix de Jade. ¿Por qué? Todo el mundo lo sabe.
– Sí, Fénix de Jade apareció en un documental que vimos en Yunnan, de eso sí que me acuerdo. Una imagen fugaz de una chica despampanante que ayudaba a Mao a salir de su habitación. ¿Sabes qué? En aquel momento, yo tampoco pude evitar especular sobre su relación, y me sentí muy culpable después, como si hubiera cometido un delito imperdonable.
– No tenías por qué sentirte culpable. Fénix de Jade es ahora la honorable directora de un restaurante temático de Pekín dedicado a la figura de Mao, donde de vez en cuando se sienta a charlar con los clientes. El negocio va de maravilla, y hay que reservar con días de antelación. Los clientes van al restaurante con la esperanza de ver a Fénix de Jade.
– Todo esto pasó hace muchísimos años. ¿A qué viene ahora esta misión de Chen, tan de repente?
– Eso no lo sé -respondió Peiqin, sacudiendo la cabeza-. ¿Una lucha de poder entre los altos cargos? ¿O algún cambio?
– No, no creo que vayan a quitar el retrato de Mao de la plaza de Tiananmen. Al menos no en un futuro inmediato.
– Espero que Chen no esté colaborando en una maniobra para encubrir algún asunto relacionado con Mao.
– ¿Y yo qué puedo hacer para ayudarlo?
– Chen acudirá a ti cuando te necesite. No te preocupes por eso, pero… entiendo muy bien la preocupación del Viejo Cazador -dijo Peiqin, levantándose abruptamente-. Tengo que meter el pollo en la cazuela, vuelvo enseguida.
Peiqin regresó al cabo de un minuto, y volvió a coger el ejemplar de Nubes y lluvia en Shanghai.
– Voy a releerlo con atención. Quizás encuentre alguna pista que ayude a tu jefe.
– Tú también sientes debilidad por nuestro irresistible inspector jefe -dijo Yu fingiendo celos-. Y, encima, ahora tiene problemas personales.
– ¿Qué problemas?
– Ling, su antigua novia de Pekín, se ha casado con otro. Circulan bastantes chismorreos en el Departamento.
– Ah, eso -dijo Peiqin.
– Hará un par de días, Chen recibió una llamada de Pekín durante la reunión de estudios políticos del Departamento. Alguien oyó la conversación, o parte de ella. Chen parecía consternado después de colgar.
– Tal vez no sea tan malo para él. Ha obtenido muchos éxitos como policía, y no se deben a Ling. De hecho, me pregunto cómo habría acabado Chen si hubieran seguido juntos. Ya sabes a qué me refiero.
Lo han ascendido a inspector jefe por méritos propios, no me cabe la menor duda -admitió Yu de buen grado-. Es algo que los demás tienen muy claro, pero él sigue sin verlo.
– Ahora podrá pasar página. Con Ling constantemente en la cabeza, le era imposible fijarse en otras. Como Nube Blanca, por ejemplo.
Éste era otro de los temas preferidos de su esposa. Peiqin parecía creer que la ruptura había supuesto un auténtico golpe para Chen, pero, en realidad, la relación del inspector jefe con su antigua novia llevaba mucho tiempo en la cuerda floja. Sin ir más lejos, el año pasado Chen desaprovechó la oportunidad de viajar a Pekín, aunque Yu decidió no mencionárselo a Peiqin en aquel momento.
– No, Nube Blanca no -respondió Yu, evitando hablar de Ling-. No me parece la persona más adecuada para él.
– ¿Sabes qué encontré el otro día en una librería? -preguntó Peiqin, sacando una revista tras rebuscar de nuevo en la caja de los libros-. Un poema que escribió Chen. Para su novia, aunque no lo diga abiertamente. Incluso entonces ya parecían interpretar las cosas de forma distinta. Se titula «La versión inglesa de Li Shangyin».
Peiqin se sacó el delantal y empezó a leer en voz alta.
La fragancia del jazmín en tu cabello
y luego en mi taza de té, aquella tarde,
cuando pensabas que yo era un borracho, mientras un molinillo
naranja giraba en la ventana de papel de arroz.
El presente, cuando piensas
en él, ya es pasado. Intento
citar un verso
de Li Shangyin para decir lo que
no puede decirse, pero la versión inglesa
no le hace justicia
(el traductor, divorciado
de su esposa estadounidense, borracho, creía que el inglés
lo golpeaba como a un caballo ciego), como tampoco se la hace a tu reflejo
la neblina micácea
que se desprende de un jade azul de Lantian.
La estrella de anoche,
el viento de anoche, el recuerdo
de cortarle el pábilo a una vela, el momento
en que un gusano de seda primaveral se envuelve a sí mismo
en un capullo, cuando la lluvia
se convierte en montaña, y la montaña
se convierte en lluvia…
Es como un cuadro de
Li Shangyin abriendo
la puerta, y de la puerta
abriéndolo a él al cuadro,
aquel pergamino manuscrito que me enseñaste
en la sección de libros raros
de la Biblioteca de Pekín, mientras
interpretabas mi éxtasis como empatía
y la lepisma se escapaba
de los ojos adormilados de los puntos y aparte,
y yo sentí un asombro violento
al ver tus pies descalzos bailando
un bolero sobre el polvo que cubría
el suelo antiguo. Incluso entonces
y allí, perdidos en nuestras mutuas
interpretaciones, estuvimos de acuerdo.
– No le veo ni pies ni cabeza -confesó Yu con una sonrisa desconcertada-. ¿Cómo estás tan segura de que se lo escribió a ella?
– Ling trabajaba en la Biblioteca de Pekín. Pero hay algo más importante. ¿Por qué Li Shangyin? Shangyin, poeta de la dinastía Tang, estaba considerado un advenedizo porque se casó con la hija de quien era entonces primer ministro. Desafortunadamente, el primer ministro perdió pronto su cargo, lo que ensombreció la carrera de Li. La frustración lo llevó a escribir sus mejores poemas líricos.
– Entonces lo sucedido fue bueno para su poesía, ¿no?
Podría decirse que sí. Chen es demasiado orgulloso para que le consideren un advenedizo.
– Si realmente quería a Ling, ¿por qué le importaba tanto su origen familiar?
– Nadie vive en una burbuja, y ni menciono las intrigas que hubiera habido en tu Departamento.
Peiqin defendía a Chen con vehemencia agitando la revista, ruborizada como una flor.
– ¡Ay, la sopa de pollo! -exclamó soltando la revista-. Voy a bajar el fuego.
Yu observó divertido cómo salía apresuradamente de la habitación. Después de todo, la sopa de pollo había resultado ser tan importante para ella como Chen. Pero entonces Yu volvió a preocuparse por su jefe. Tal y como le había advertido el Viejo Cazador, se trataba de una investigación muy peligrosa, y según qué información podría llevar a la muerte.
El subinspector Yu tenía que hacer algo, con o sin el consentimiento del inspector jefe Chen.