Alrededor de una hora después, Chen llegó a una callejuela de la Ciudad Antigua y vio a Long esperando frente al bloque de pisos. Pese a la pista que Chen le había dado por teléfono, Long quedó estupefacto al ver el cesto de cangrejos de río.
– Mi humilde morada se ilumina con su visita -dijo Long-. Me abruma con todos estos cangrejos.
– Me impresionó su historia sobre los cangrejos, Long. Y, casualmente, conozco a alguien que trabaja en un restaurante. Pude conseguirlos al precio estatal, así que decidí venir a verlo.
– No me sorprende que tenga buenos contactos, camarada inspector jefe Chen, pero lo del «precio estatal» sí.
Chen sonrió sin dar más explicación; Long estaba en lo cierto, no existía ningún «precio estatal».
Long recibió a Chen en su piso de un solo ambiente: dormitorio, salón, comedor y cocina en la misma habitación. Una mesa pintada de rojo estaba dispuesta en medio de la estancia. Cerca de la puerta había un fregadero y una cocina de briquetas de carbón. Unas pinzas de cangrejo, de color rojo escarlata, decoraban una de las paredes blancas.
– Hoy mi mujer está de canguro en casa de su hermana -explicó Long-. Podemos hablar tranquilamente mientras disfrutamos del festín de cangrejos. Deje que los prepare primero, serán sólo unos minutos.
Long metió los cangrejos en el fregadero que había bajo la ventana y empezó a lavarlos con una escobilla de bambú. Dejó el grifo abierto y, mientras los cangrejos seguían moviéndose, sacó una olla grande, la llenó de agua hasta la mitad y la colocó sobre una bombona de propano.
– Los haremos al vapor. Es la mejor manera de cocinarlos, y también la más sencilla.
– ¿Puedo ayudarlo en algo, Long?
– Corte a rodajas el jengibre para la salsa -le indicó Long, sacando un trozo de rizoma.
Long se agachó sobre el fregadero y se puso a limpiar los cangrejos con un cepillo de dientes viejo. Mientras Chen acababa de cortar en rodajas el jengibre, Long empezó a atar las pinzas de los cangrejos, uno por uno, con tiras de ropa blanca.
– Así los cangrejos no perderán las patas en la vaporera -comentó Long, metiéndolos en la olla.
Ahora Chen ya estaba convencido de que el Aiguo del relato era el propio Long. La destreza con que preparaba los cangrejos lo impresionó.
– Le diré una cosa, inspector jefe Chen. Yo también comía cangrejos cada mes a principios de los años setenta.
Eso fue durante la Revolución Cultural, pensó Chen, cuando Long era un «trabajador erudito revolucionario» que gozaba de privilegios al alcance de sólo unos pocos.
– Lo imaginaba. Su relato debe de estar basado en sus experiencias.
La salsa especial a base de vinagre, azúcar y jengibre ya estaba lista. Long metió los palillos en la salsa, la probó y se relamió. A continuación abrió una botella de vino de arroz amarillo Shaoxing, sirvió un vaso a Chen y otro para él.
– Bebamos primero un vaso.
– ¡Por los cangrejos!
– Lavémonos las manos -dijo Long-. Los cangrejos estarán listos enseguida.
Mientras Chen se sentaba a la mesa, Long destapó la vaporera y, sacó los cangrejos. Luego colocó sobre la mesa una gran bandeja con los cangrejos al vapor, que, rojos y blancos, relucían bajo la luz de la lámpara.
– Han de servirse muy calientes. No los haré todos todavía.
A continuación, Long se dispuso a comer un gran cangrejo sin más preámbulos, y Chen hizo otro tanto. Tras verter una cucharada de salsa en el caparazón, Chen mojó un trozo de cangrejo en el líquido de color ámbar. Estaba delicioso.
Long no levantó la vista hasta que se acabó las glándulas digestivas del segundo cangrejo. Después suspiró con satisfacción y asintió con la cabeza. Al volver del revés las vísceras del cangrejo, se veía algo que parecía un monje diminuto meditando sobre la palma de su mano.
– En la historia de la Serpiente Blanca, un monje entrometido busca un sitio donde esconderse tras haber destruido la felicidad de una pareja joven. Finalmente se mete en el caparazón de un cangrejo. Es inútil. Fíjese, no hay escapatoria posible.
– Es una historia maravillosa. Es usted todo un experto en cangrejos, Long.
– No se burle de mi entusiasmo. Es la primera vez que consigo comer cangrejos este año. No lo puedo evitar -musitó Long sonriendo tímidamente, con una pata de cangrejo aún entre los dientes-. Usted es un hombre importante. Imagino que querrá consultarme algo, pero no era necesario que trajera cangrejos.
– Bueno, es usted un especialista en poesía de Mao. Antiguamente, los alumnos llevaban jamones a sus profesores; por eso me ha parecido muy indicado venir aquí con cangrejos. Son sólo una pequeña muestra del respeto que le tengo.
– Se lo agradezco mucho -contestó Long, extrayendo la carne de una pata con el palillo.
– He estado leyendo los poemas de Mao. Pese a lo que puedan decir de él hoy en día, sus poemas no son nada malos.
– Son unos poemas magníficos -dijo Long alzando su vaso-. No es fácil para un joven intelectual como usted admitir algo así. Usted también es poeta.
– Pero escribo en verso libre. No sé demasiado sobre métrica, así que tendrá que ponerme al día.
– En cuanto a la tradición poética, Mao escribió poemas ci, que deben seguir reglas complejas sobre el número de caracteres de cada verso, el tono y los tipos de rima. Pero no es preciso analizar la versificación para apreciar sus poemas. Como «Nieve», que está lleno de imágenes audaces y originales. ¡Qué visión tan sublime!
– Realmente sublime, qué duda cabe -repitió Chen. Quizá conviniera comenzar por un poema que no guardara una relación directa con la investigación-. ¡Qué imaginación tan portentosa!
– Es cierto -asintió Long. Después de que el vino le soltara la lengua, Long recitó el último verso del poema con ademán teatral-. «Para buscar lo realmente heroico, basta con mirar al presente.»
– He leído, sin embargo, que este poema también fue objeto de controversia. Mao hizo esta afirmación después de enumerar a emperadores célebres de la historia y de declararse mejor que ellos.
– No podemos tomarnos un poema tan literalmente. Lo «realmente heroico» puede ser singular o plural. No tiene por qué referirse sólo a Mao. Además, hay que tener en cuenta que tanto a Mao como a los miembros del Partido Comunista se les consideraba entonces «bandidos incultos», en cambio, el poema demostró la erudición de Mao y obtuvo el aplauso de los intelectuales.
– Su interpretación arroja mucha luz sobre el poema -contestó Chen, aunque no estaba en absoluto convencido de la explicación de Long-. Por eso he querido consultar a un experto como usted.
– Hay interpretaciones e interpretaciones. Tal vez algunos alberguen resentimiento contra Mao, muy posiblemente por todo lo que sufrieron durante la Revolución Cultural, pero es preciso ver a Mao desde una perspectiva histórica.
– Cierto, aunque la gente no puede evitar verlo desde su propia perspectiva.
– Pues desde la mía, esta salsa es indispensable. Sencilla y esencial a un tiempo, potencia el sabor de los cangrejos -repuso Long, cambiando de tema mientras vertía salsa en otro caparazón-. Una vez incluso mojé guijarros en la salsa, y, con los ojos cerrados, fui capaz de disfrutar del recuerdo de los cangrejos.
– Caramba, Long -dijo Chen-. Hoy estoy aprendiendo muchas cosas, y no sólo acerca de la poesía de Mao.
– A muy pocas editoriales les interesa ahora la poesía -afirmó Long, mirando a Chen a los ojos-. ¿Piensa escribir algo sobre los poemas de Mao?
– No, no soy ningún erudito, no como usted. Me licencié en filología inglesa, y lo que me interesa es la traducción.
– ¿La traducción?
– Sí, en los setenta se publicó una traducción oficial de la poesía de Mao, firmada por académicos y traductores ilustres. Uno de ellos era catedrático en la Universidad de Lenguas Extranjeras de Pekín, donde estudié. Pero, en aquellos años, quizá la interpretación «políticamente correcta» hubiera ido demasiado lejos. Por ejemplo, algunos de sus poemas podían ser personales, y no sólo revolucionarios; sin embargo, los traductores de aquella época tenían que convertirlos en poemas sobre la revolución.
– Es verdad. Entonces se le daba un enfoque político a todo.
– No se puede hacer una traducción literal de un poema. También debería leerse como poema en la lengua de llegada. -Chen abrió su maletín y sacó la traducción que había hecho de los poemas de amor clásicos chinos-. Ésta es una compilación que tradujimos el profesor Yang y yo. Acaban de sacar la edición estadounidense. No ganamos demasiado con ella, pero recibimos mucha publicidad.
– En el mercado actual, sólo usted podría publicar una colección de sus poemas aquí, y también en el extranjero. Asistió a un congreso en Estados Unidos no hace mucho, aún lo recuerdo. Tiene muchos contactos allí.
– Algunos -admitió Chen. Long debía de haber oído rumores acerca de su asistencia al congreso literario al frente de la delegación china, e incluso acerca del trabajo policial que desempeñó allí-. Por eso he venido a hablar hoy con usted. Hay una editorial interesada en publicar una traducción de la poesía de Mao.
– No me sorprende. Usted es conocido como poeta, y también como traductor -respondió Long, aplastando una pinza de cangrejo con un martillito. No era un martillo especial para abrir cangrejos, sino un martillo de carpintero que resultaba igualmente efectivo-. Le agradezco que haya pensado en mí para este proyecto. Mi edición anotada se publicó hace años, pero acabo de elaborar una bibliografía con las nuevas publicaciones sobre su poesía. Puedo proporcionarle ambas, claro está.
– Tengo un ejemplar de su edición anotada en casa, pero su nueva bibliografía podría serme muy útil. La mayoría de libros sobre este tema se publicaron durante la Revolución Cultural, y las fuentes de información fueron muy limitadas. Es usted el único que ha continuado documentándose; seguro que dispondrá de mucha información reciente.
– He estado trabajando en un ensayo sobre la obra de Mao, pero aún no está acabado. En cuanto a información nueva, me temo que no hay demasiada.
– Estoy impaciente por leerlo -dijo Chen. Sin embargo, tratándose de un ensayo pensado para su publicación en China, cabía suponer que el material «nuevo» sería escaso. Y tampoco le proporcionaría los datos que buscaba-. En cuanto a la traducción de un poema, el primer paso consiste en saber interpretarlo. El poema que Mao escribió pensando en la fotografía de la señora Mao, por ejemplo, podría ser un poema personal.
– «Inscripción en una fotografía de la Cueva Celestial en las montañas Lu, tomada por el camarada Li Jin.» -Long empezó a recitar el poema de memoria, sosteniendo una pinza de cangrejo como si fuera un trozo de tiza-. «En la creciente oscuridad se alza un pino, recio, erecto, / sereno, bajo nubes desenfrenadas que avanzan rápidamente. / ¡Es una cueva encantada, nacida de la naturaleza! / La belleza inefable llega a su cima más peligrosa.»
– En los sesenta, el poema se interpretó como una toma de postura revolucionaria contra el imperialismo y el revisionismo: las nubes desenfrenadas simbolizaban las fuerzas reaccionarias, y también constituían un ejemplo de la cercanía entre Mao y la señora Mao -explicó Chen, cogiendo una pata de cangrejo y, como Long, sosteniéndola a modo de tiza-. Después de la caída de la Banda de los Cuatro, a la señora Mao se la consideró mierda de perro; entonces se dijo que el poema era simplemente la expresión del espíritu revolucionario de Mao, y que no tenía nada que ver con su esposa. Sin embargo, circula una interpretación reciente de Wang Guangmei. Long no necesitaba que le explicaran quién era Wang Guangmei. Todo el mundo había oído hablar de la esposa de Liu Shaoqi, el presidente ya fallecido de la República Popular China-. Según cuenta Wang, Mao la invitó a nadar. Después almorzaron juntos sin esperar a la señora Mao, y ésta se mosqueó. Para apaciguar a su esposa, Mao escribió un poema inspirado en su fotografía.
– Sí, he oído hablar de eso -respondió Long, asintiendo con la cabeza mientras contemplaba la carne blanquísima y el ovario rojo brillante de un cangrejo hembra que acababa de abrir-, pero no creo que la historia sea fidedigna. Mao no le habría contado nada a nadie sobre aquella ocasión. Y tampoco lo habría hecho la señora Mao. Tal vez sea una suposición de Wang, quien puede que aún le guarde rencor a Mao. Es muy comprensible. Después de todo, su marido fue perseguido hasta la muerte durante la Revolución Cultural.
– Cierto. Aun así, y pese a que la señora Mao era una bruja superficial, Mao también lo podría haber escrito como un hombre que piensa en su mujer, en un momento de pasión. No hace falta buscar siempre una interpretación política, ¿no le parece?
– Es verdad, pero ¿en qué puedo ayudarle yo, inspector jefe Chen?
– Ayúdeme a comprender el contexto de estos poemas, para hacer una interpretación fiable. En agradecimiento, mencionaré su ayuda en el proyecto, y añadiré en el prólogo que mi traducción está basada en sus estudios.
– No es necesario…
– Además, le pagaré el diez por ciento de los derechos de autor, tanto aquí como en el extranjero.
– Eso me parece excesivo, inspector jefe Chen. Sea más específico y dígame lo que necesita.
– Continuemos analizando el poema en honor de la señora Mao. Me han hablado de otra interpretación, una interpretación erótica. En la literatura clásica china, una «cueva encantada» puede ser una metáfora de…, bueno, ya sabe de qué. El viaje a la cima peligrosa está aún más cargado de significación sexual. El hecho de que fuera un poema escrito por un marido a su mujer se presta a esta interpretación, aunque la señora Mao lo utilizara después para provecho político.
– No, ésa no es la manera de interpretar un poema.
– Sin embargo, es imposible pasar por alto ciertas imágenes. El pino recio y erecto, en la oscuridad. Por si no bastara, ¿qué me dice de la imagen de las nubes que pasan a toda velocidad? Ya conoce el significado de las nubes y la lluvia en la literatura clásica china. Finalmente, se menciona una cima peligrosa al final del poema. Mao no era joven por aquel entonces. Puede que no le hubiera sido tan fácil llegar a la cima, y ya sabe a lo que me refiero.
– ¡Eso es totalmente absurdo!
– No para un poeta romántico, después de una noche de nubes y lluvia, ante la magnífica vista de las montañas Lu. ¿Tan difícil de creer es?
– El poema lo escribió en 1961. Mao y la señora Mao dormían en habitaciones separadas desde mucho antes de esa fecha. Nunca vivieron juntos en el Mar del Sur Central. ¿Por qué iba Mao a escribir un poema como éste para su esposa, así de repente?
– Bueno, tal vez tras un encuentro inesperado o una reconciliación en lo alto de las montañas… Mao sabía muy bien que no podía escribir sobre una noche así de forma explícita…
– Forma parte de nuestra tradición poética escribir sobre un cuadro, o sobre una fotografía, a modo de cumplido, o como comentario. La gente no debería buscarle significados ocultos. Creo que eso es todo lo que puedo decirle.
– Está bien, Long. Dejemos a un lado ese poema por el momento y fíjese en este otro. «Sobre la fotografía de una miliciana.» No es un poema difícil. También pertenece a la tradición poética de escribir sobre una fotografía. Durante mi época de estudiante, incluso convirtieron este poema en canción.
– Sí, aún recuerdo la melodía. -Long se levantó, ansioso por cambiar el rumbo de la conversación-. «Valiente y hermosa, lleva a hombros un rifle de metro y medio, / en la plaza de armas iluminada por los primeros rayos del sol. / Es una muchacha china de aspiraciones extraordinarias, / prefiere su atuendo militar a las prendas lujosas.»
– Lo canta muy bien -dijo Chen, blandiendo meditabundo una pata de cangrejo como si de una batuta se tratara.
– Mao dijo que todos los chinos, sin excepción, deberían ser soldados. La fotografía plasmaba este espíritu heroico. El poema fue una magnífica fuente de inspiración para el pueblo en la década de los sesenta.
– ¿Sabe algo acerca del contexto, acerca de la identidad de la miliciana del poema?
– Bueno, ciertas historias no deberían tomarse demasiado en serio.
– Por lo que sé, Long, Mao escribió el poema para complacer a aquella miliciana.
– No, eso son sólo habladurías. Muéstreme un poema, cualquier poema que elija, y yo podría afirmar que fue escrito para alguien en concreto e inventarme alguna historia rocambolesca.
– Sin embargo, el dato apareció en un periódico oficial. La identidad de la miliciana, quiero decir.
– Siento no poder ayudarlo -respondió Long sin titubear, ostensiblemente preocupado y mirando de reojo de un lado a otro-. ¡Vaya, los cangrejos se están enfriando! Pongamos algunos más en la vaporera.
– Buena idea.
Mientras Long se ocupaba de introducir más cangrejos en la vaporera, Chen evaluó la situación. Había sido demasiado brusco. Pese a haberle ofrecido los cangrejos y el proyecto literario, Long seguía reacio a revelar detalles sobre la vida privada de Mao a un policía.
Al inspector jefe Chen no le quedó más remedio que jugar su mejor baza. Tratándose del caso Mao, el fin justificaba los medios.
Cuando Long volvió a la mesa con otra bandeja de cangrejos recién hervidos, Chen se dirigió a él en un tono más serio.
– Tengo que decirle algo en nombre de la Asociación de Escritores.
– Ah, sí, usted es un miembro ejecutivo.
– Quieren modificar el sistema que rige la clasificación de los escritores profesionales. Como sabrá, debido al recorte en las subvenciones del Gobierno puede que algunos cambios sean inevitables.
Dichos cambios apenas afectarían a Chen, quien recibía un sueldo fijo del Departamento de Policía, pero serían catastróficos para bastantes escritores profesionales como Long, que no encontrarían fácilmente otro empleo en un mercado tan competitivo como el actual.
– ¿Qué ha oído sobre este asunto?
– A decir verdad -dijo Chen, desatando las patas de un cangrejo-, el sistema de escritores profesionales tiene sus ventajas. Hay que tener en cuenta las circunstancias particulares de cada escritor. Los que escriben superventas no necesitan el dinero de la asociación. Pero otros, cuyo trabajo exige mucha investigación, siguen necesitando la «paga para escritores profesionales», más todavía en la sociedad actual. Es algo que recalqué en la reunión.
– ¿Y qué dijeron los demás?
– Hicieron hincapié en la importancia de tener obras publicadas. Después de todo, un escritor puede alaban su propia obra tanto como quiera, pero es necesario evaluarla según un criterio general. Así que este asunto se votará en un comité especial.
– ¿Y usted forma parte de ese comité?
– Sí, pero veo difícil que me escuchen. -Chen hizo una pausa para romper la pinza del cangrejo con el puño, golpeándola repetidamente sobre la mesa-. Ahora bien, si se publica esta nueva traducción al inglés, y siendo usted el asesor chino del libro, sin duda puedo intervenir en su favor. Y también en el mío.
– ¿En el suyo? -interrumpió Long-. Usted ni siquiera es un escritor profesional, ¿no?
– Algunos creen que sólo me interesa la poesía moderna occidental, pero eso no es cierto. He traducido bastantes poemas clásicos chinos. En este sentido, una recopilación de poemas de Mao me beneficiaría.
Long asintió con la cabeza. La explicación de Chen le pareció convincente, puesto que había oído bastantes comentarios acerca de la polémica obra de Chen.
– Si usted publica tanto aquí como en el extranjero -siguió explicando Chen-, no creo que nadie votara en su contra.
– Inspector jefe Chen, le agradezco su apoyo y admiro su pasión por la obra de Mao -dijo Long, alzando el vaso lentamente-. Pone empeño en ofrecer una traducción fidedigna y objetiva y eso dice mucho de su integridad.
Chen esperó a que Long acabara de hablar. Obviamente, había cambiado de opinión por haber visto amenazado su estatus de «escritor profesional». Sin el apoyo de Chen, no cabía duda de que el comité votaría en su contra.
Se hizo un breve silencio, interrumpido únicamente por el ruido de los cangrejos que continuaban moviéndose en el fondo de la palangana de plástico, sin dejar de soltar burbujas.
– Volviendo a sus preguntas, inspector jefe Chen -dijo Long-, he recopilado algunos datos que no proceden de una investigación ortodoxa. Podrían considerarse habladurías, ya sabe. Pero, como traductor responsable que es, seguro que sabrá seleccionarlos y juzgarlos.
– Eso haré, desde luego -admitió Chen, consciente de que éste era un paso necesario para que Long se distanciara de la información-. Asumiré toda la responsabilidad de la traducción.
– En cuanto a la identidad de la miliciana, ¿dónde leyó el dato?
– En un periódico de Pekín. Según aquel artículo, Mao escribió el poema para una telefonista en el Mar del Sur Central. La chica se sacó una foto vestida de miliciana y se la mostró a Mao. Pero ¿cómo pudo suceder algo así? Una telefonista no habría podido acercarse a Mao.
– Exacto -dijo Long, quebrando una pata de cangrejo con fuerza-. De hecho, circulan distintas versiones de la historia en la que se basa el poema. No es ningún secreto que Mao tenía varias parejas de baile. Además de esas coristas, entre sus parejas también se contaban algunas mujeres que trabajaban para él, como las camareras del tren especial, las enfermeras y las telefonistas. Según una de las versiones, fue una enfermera, y no una telefonista, la que le enseñó la fotografía a Mao, y éste escribió el poema como agradecimiento.
¿Qué otras versiones corren?
Bueno, ¿ha oído hablar de una actriz de cine llamada Shang?
– Sí, ¿qué pasa con ella? -preguntó Chen, poniéndose en guardia.
– Ella también bailó con Mao. Se dijo que el poema estaba dedicado a esa actriz, que interpretó el papel de miliciana en una película. Yo fui a ver la película precisamente por esa razón. Al parecer, Shang recibió un premio por su interpretación. Pero ¿es cierta la historia de que el poema estaba inspirado en Shang? No lo sé. Muchas de las historias que circulan sobre Mao son bastante descabelladas. De todos modos, no existe una «opinión definitiva» sobre la identidad de la miliciana.
– ¿Podría darme más detalles? Sobre Shang, quiero decir.
– Era una actriz muy conocida, la llamaban «el fénix de la industria cinematográfica». Hay una ópera de Pekín titulada Dragón que coquetea con Fénix. ¿La ha visto?
– Sí, trata de la relación sentimental de un emperador de la dinastía Ming con la Hermana Fénix.
– En la cultura tradicional china, el dragón simboliza el emperador, y el fénix, su pareja femenina.
– Ya veo. -Chen no sabía si Mao se creía dicha interpretación, y por esa razón se enamoró de Shang, pero entendió los rodeos de Long para explicarse.
– Esto también podría guardar relación con el poema dedicado a la señora Mao -continuó diciendo Long, tras beberse de un trago el vaso de vino-. Según otra versión más rebuscada, la señora Mao conocía el origen del poema sobre la miliciana, y por ello le pidió a Mao que escribiera otro inspirándose en su fotografía. Para equilibrar el favor imperial o, como reza el antiguo proverbio, «para compartir el favor de la lluvia y el rocío divinos». Mao vino tantas veces a Shanghai… Por cierto, ¿ha leído Nubes y lluvia en Shanghai?
– Sí, lo he leído.
– Entonces ya conoce la historia. Después de documentarme a fondo, me inclino a creer que Shang era la miliciana del poema.
– ¿Por qué?
– Mao llegó a copiar poemas para Shang. Entrevisté a uno de los compañeros de trabajo de la actriz y, según él, cuando visitó a Shang en su casa antes de que estallara la Revolución Cultural, vio un pergamino manuscrito con la caligrafía de Mao en el dormitorio de Shang.
– ¿El poema sobre la miliciana?
– No, la «Oda a la flor de ciruelo».
– ¡No me diga! -Chen nunca había pensado que aquel poema guardara relación con el caso.
Sacó un poemario de Mao de su maletín y buscó la oda.
Después de que el viento y la lluvia despidan a la primavera,
las ráfagas de nieve anuncian la llegada de la primavera.
Sobre el acantilado cubierto de hielo,
la flor de ciruelo aún resplandece.
Tan bella, no quiere apropiarse de la primavera
y se contenta con ser su heraldo.
Cuando las colinas se llenan de flores silvestres,
entre ellas sonríe.
– Lo escribió en diciembre de 1961 tras inspirarse en un poema de Lu You, un poeta de la dinastía Song -explicó Long-. Como sabrá, aludir a otro poema es una convención poética. En ambos poemas, la flor del ciruelo simboliza un espíritu inquebrantable, pero cada uno de ellos ofrece una perspectiva distinta.
– Sí, creo que tiene razón. -Chen pasó una página y leyó el poema de Lu a modo de apéndice.
Frente a la posada, junto al puente roto,
una solitaria flor de ciruelo se alza abandonada,
asediada por las preocupaciones del solitario anochecer,
asediada por el viento y por la lluvia.
No ansia apropiarse de la primavera,
y soporta la envidia de las otras flores. Sus pétalos han caído, en el polvo,
[en el barro,
aunque aún conservan su fragancia.
– Al igual que otros versos de Mao, «Oda a la flor de ciruelo» solía considerarse un poema insuflado de espíritu revolucionario -afirmó Long, removiendo la salsa en el caparazón del cangrejo con un mondadientes-. Esta interpretación se da por sentada. Según un artículo que leí, alguien que había trabajado con Mao le escribió una carta en la que citaba el poema de Lu para expresarle su admiración, y Mao escribió su oda como respuesta. Pero, claro está, el poema de Lu no tiene nada que ver con la admiración. Si acaso, está lleno de quejas y de autocompasión. Lu, un poeta muy patriótico, quería servir a su país combatiendo contra el ejército Jin, pero no pudo hacerlo y tuvo que conformarse con servir como un funcionario cualquiera. Otra de las convenciones de nuestra poética tradicional consiste en comparar a una persona que ha sufrido una decepción con una belleza abandonada o con una flor olvidada, por lo que el significado del poema es inequívoco.
– Su interpretación es brillante -dijo Chen, extrayendo la carne de una pata de cangrejo con el palillo.
– Entonces, ¿quién podría haberle enviado el poema a Mao? No sería descabellado suponer que se lo envió una mujer con la que mantuvo una relación inusual. Sólo en esas circunstancias habría tenido sentido un gesto así. Esta mujer sabía que Mao iba con otras, pero era demasiado lista para echárselo en cara. Por eso, en el poema que escribió como respuesta, Mao aprobaba el carácter comprensivo de su amante. Desde su perspectiva, era completamente aceptable que un emperador tuviera trescientas sesenta concubinas imperiales. Pese a saber que otras flores también competían por la atención de la primavera, debería contentarse con haber sido la favorita tiempo atrás, y sonreír entre todas las flores que crecían en las montañas.
– ¿Por qué ocultaron los críticos oficiales la ocasión que dio lugar al poema? Creo que la respuesta es evidente -añadió Chen, incapaz de ocultar la excitación en su voz-. Sí, Shang era quizá la única amante lo bastante culta para citarle a Mao un poema como éste. Casi todas las mujeres que trabajaban para él eran jóvenes sin formación de clase trabajadora.
Long se inclinó sobre el caparazón del cangrejo y sorbió en silencio la salsa que contenía.
– En cuanto a aquel pergamino con el poema escrito a mano por Mao -añadió Chen-, ¿le contó el compañero de Shang algo más? Por ejemplo, cuando Mao le escribía un poema a alguien, solía añadir una frase breve como dedicatoria, y un sello oficial rojo como muestra de su autenticidad. ¿Vio su compañero algo así en el pergamino?
– No, apenas alcanzó a verlo. Ya sabe, Shang lo tenía en su dormitorio. Pero este actor estaba seguro de que no era una fotocopia, ya que no había fotocopiadoras en aquella época.
– Si es posible, me gustaría conocer a ese compañero de Shang. Podría ser crucial para establecer la identidad de la persona a la que Mao escribió el poema. No tenemos que incluir detalles explícitos en nuestro libro, por supuesto.
– No estoy seguro de que esté aún en la ciudad. Hace ya varios años de nuestro encuentro, pero lo intentaré.
– Sería estupendo. Brindemos por nuestra colaboración…
La puerta se abrió inesperadamente, sin que ninguno de los dos llegara a oír el ruido de la llave que giraba en la cerradura.
La esposa de Long, una mujer baja, de pelo gris y con gafas de montura negra, entró en la habitación y frunció el ceño al ver las sobras en la mesa.
– ¡Ah! Éste es el inspector jefe Chen, del Departamento de Policía de Shanghai, también miembro destacado de la Asociación de Escritores de Shanghai. -El repentino tartamudeo de Long llevó a Chen a pensar que se trataba de un marido dominado por su esposa-. Ha traído un cesto de bambú lleno de cangrejos. Te he guardado unos cuantos.
Era impensable continuar hablando sobre Mao en presencia de la mujer.
– ¡No deberías haber bebido tanto! -se quejó la esposa de Long, señalando la botella vacía de vino amarillo de Shaoxing que reposaba sobre la mesa como un signo de admiración invertido-. Tienes la tensión alta.
– El inspector jefe Chen y yo vamos a colaborar en una nueva traducción de la poesía de Mao; se publicará aquí y en el extranjero. Así no tendré que seguir preocupándome por si me consideran o no un «escritor profesional».
¡No me digas! exclamó ella con incredulidad.
– Esto hay que celebrarlo. Y ahora ya, podemos seguir comiendo cangrejos.
– Lo siento, señora Long. No sabía que su marido tuviera la tensión alta, pero sepa que me está ayudando muchísimo en mi proyecto literario -dijo Chen, levantándose-. Ahora tengo que irme. La próxima vez le prometo que sólo comeremos cangrejos. No probaremos ni una gota de alcohol.
– Usted no tiene la culpa, inspector jefe Chen. Me alegra que no se haya olvidado de él. -La mujer se volvió hacia su marido y le dijo en voz baja-: Ve a mirarte en el espejo. Tienes la cara tan roja como El libro rojo de Mao.
– Fíjese en la mesa -dijo Long con voz un poco pastosa, mientras acompañaba a Chen hasta la puerta-. Parece un campo de batalla abandonado por las tropas nacionalistas en 1949. ¿Recuerda el poema sobre la liberación de Nankín?
Más tarde, Chen pensó que, ciertamente, la mesa llena de sobras guardaba cierto parecido con un campo de batalla abandonado -patas rotas, caparazones aplastados, ovarios rojos y dorados desparramados aquí y allá-, pero no consiguió recordar la imagen de aquel poema de Mao.