LXXX

Lo que he dicho sobre la filosofía, también rige para las artes: ¿qué sería Roma sin la Hélade? Nombradme a un artista contemporáneo de jerarquía, oriundo del suelo itálico. ¿Guardáis silencio? Es prudente. ¿Qué pueblo es este, cuyos pintores son sordos y sus filósofos tullidos? Ciertamente, me pregunto si un pueblo sin artistas, un pueblo sin filósofos tiene futuro. Escucho decir a algunos que el Foro rebosa de arte y filósofos… Sin duda, ¿pero acaso no importamos artistas y filósofos como productos de alfarería y cereales?

El dinero ha echado a perder a las artes. Para un romano es más importante el material del que está formada una obra de arte, que su contenido. Por todas partes hay bustos de mármol con cabezas intercambiables de plata, ¡qué deplorable fenómeno! Esta es la razón por la cual sólo quedan imágenes vivas de unos pocos. Y como se carece de imágenes del espíritu, también se descuida a las imágenes del cuerpo.

Personalmente, doy más importancia a la pintura que a la escultura, porque requiere una mayor destreza. Miles de cabezas pueden haber sido esculpidas en mármol a mi imagen y semejanza, pero pocos son los artistas que me han visto cara a cara, porque unos toman la obra de otros como modelo. A veces, me dan accesos de asco que me hacen brotar el sudor cuando me enfrento a una de esas chapucerías, y las más espantosas las mando destruir. ¡Cómo le envidio a Alejandro su pintor Apeles, el único a quien le fue permitido crear retratos del gran macedonio, y yo no descansé hasta conseguir uno! Al principio, estuvo colgado en mi dormitorio, para poder mantener coloquios con Alejandro, pero al cabo de los años durante los cuales cambié de acuerdo con la ley de la naturaleza (mi espejo no admite engaños) doné la obra de arte al pueblo romano y lo exhibí públicamente en el gran vestíbulo de mi Foro. ¿Por qué, oh, dioses, no me disteis un Apeles? Lo hubiera cubierto de oro y le hubiera cedido a mi más bella compañera de lecho como lo hizo Alejandro. Ciertamente, cuando mandó a Apeles pintar a su amante Pancaspe en desnudez digna de veneración, y se percató que la bella también perturbaba los sentidos del artista, se la regaló. Se cuenta que Pancaspe sirvió de modelo para la Afrodita Anadyomene, que traducido a nuestra lengua significa "surgente", pues emerge del mar, nacida de su espuma. Compré ese cuadro que todavía no encontró su igual en el mundo, a un precio que la decencia prohíbe mencionar, y lo expuse en el templo de mi divino padre. Tengo debilidad por los artistas, cuyas obras todavía despertarán admiración cuando sus cuerpos ya estén convertidos en polvo.

Se dice de Apeles (aunque al respecto el tiempo ha generado algunos mitos) que compitió con otros pintores de su época para demostrar quién tenía la mano más diestra en la reproducción de la naturaleza. ¿Quién dictaminaría en esa competencia? ¿Acaso no sucede que a uno se le antoja mejor logrado esto, y a otro aquello, porque cada cual experimenta esto así, y aquello de otro modo? Se convino, pues, que decidirían los caballos. Cada pintor pintaría un corcel, y, una vez concluida la obra, la presentaría a los nobles brutos en el establo. Al principio, nada ocurrió, pero cuando le llegó el turno a Apeles y expuso su caballo, se escuchó un regocijado relincho. El ensayo se repitió varias veces con el mismo resultado.

Me pregunto, ¿por qué en Roma la escultura es sólo una hijastra de aquellos padres y madres que en la arcaica provincia celebran triunfos? y escucho la respuesta: los griegos tienen más imaginación, son más creativos, los domina el instinto de la imitación y el afán de crear, dones de los que carecemos los romanos. Es absurdo, la causa tiene raíces más profundas: el elevado arte de los griegos se fundamenta en la vivencia de la religión. A diferencia del romano, a quien los sacerdotes y profetas acercan a sus dioses, un griego sólo encuentra acceso a los inmortales a través de la voz del poeta, a través de la obra de un artista.

Los helenos no conocen al pontifex maximus, ni el collegium de los dieciséis sacerdotes, consideran bárbaro el derecho a castigar a las vestales cuando dejan apagar el fuego de la hornalla del Estado y un delito darles muerte cuando pecan contra su virginidad. Sin embargo, para el romano esta es una ley sagrada y los sacerdotes son los mediadores.

Entre los griegos, asumieron ese deber los artistas. Hombres como Homero, Fidias y Apeles regalaron a los griegos a Zeus, Hera, Apolo y Afrodita, y creo que con el ritmo, la palabra y el arte de hacer versos, así como por la imitación de colores y formas hicieron más por los dioses que todos los sacerdotes romanos juntos. Pues estos (y lo afirmo como pontifex maximus) son sólo auxiliares en cumplimiento de las leyes religiosas, pero aquellos son creadores de la verdadera fe. El Zeus de Olimpia, una obra de Fidias en oro y marfil, enseñó a los hombres a creer; otros, tan agobiados por el peso de la pena, la desgracia y el luto hasta el punto que el sueño ya no se abatía sobre sus párpados, olvidaron su infortunio ante esta imagen. Por eso los griegos calificaron de santo todo lo bello, y de bello todo lo sagrado. Y sus cuadros y estatuas conformaron su fe en los dioses.

¡Qué distinto es en Roma! Aquí los dioses se crean por orden expresa con oro por valor de seis mil talentos, ojos de vidrio fundido y pedestales de piedra egipcia. Y la inscripción que informa del donante reviste más importancia que la misma obra de arte. El arte, otrora algo divino, se ha convertido en prostituta y los artistas en alcahuetes de los ricos. El pasado es ese tiempo en el que los artistas callan acerca de su arte, porque el arte habla por sí mismo. Hoy se me ha ocurrido una regla: cuanto menor el arte, más se abre la boca. Fama, la errante mensajera de Júpiter, es la constante compañera de los artistas, asoma pequeña de sui escondite, pero rápidamente crece en fuerzas y tamaño, luce un aura sobre la cabeza, tiene innumerables ojos, lenguas y bocas. Así corren los artistas graznando por las calles para anunciar sus intenciones, pero no sus destrezas, pues de otro modo debieran guardar silencio. ¿O se hubiera gastado una palabra acerca del pintor Arelio, si no se le hubiera ocurrido pintar a las diosas romanas tomando como modelos a sus amantes? Y el escándalo no consistió en el hecho en sí, sino en su número.

¿Dónde quedó ese tiempo en que los artistas tenían poder sobre los que imperaban y estos se ponían a los pies de aquéllos y de su arte como los cínicos a los del sabio Antístenes? Hoy sucede todo lo contrario: los que tienen el poder en sus manos mantienen artistas para su propio provecho, cual si fueran animales domésticos, el arte ha degenerado en comercio, las imágenes han perdido relieve para ser sólo copias o ideal. En el Foro no ves sino héroes, héroes de bronce, héroes de mármol, hasta héroes de oro, y todos guardan parecido entre sí. ¡Por Júpiter, no son sino plagios, plagios pagados a un precio muy caro!

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