XCIII

Ahora sabes, Livia, por qué a veces me avergüenzo y oculto la cara en mis brazos ante ti. No quería que me llamaran Narciso o enamorado de mi mismo o me pusieran motes escarnecedores. Nadie, ni tú, debía saber de mi inclinación, que toda la vida estuve empeñado en mantener secreta más allá del cocitus. Tal vez destruya lo escrito antes de llegar a mi fin, para que sólo quede para mí. ¿Pero por qué escribir todo esto entonces? preguntas con razón. ¿Por qué maltrato mi gotoso índice que apenas puede guiar la pluma, por qué torturo mis ojos, por qué? Te lo diré.

Hay tres épocas decisivas en la vida del ser humano: el presente, el pasado y el futuro. De joven sólo conoces el futuro, sólo preguntas por el mañana, por la recompensa de aprender. Más tarde, cuando vistes la toga, cuando te llevan la cosecha a tu granero y Fortuna te sonríe de todos lados, entonces quisieras detener el tiempo, pero el presente es despiadado. Apenas llegado, ya ha desaparecido, ya es pasado, y tú te preguntas desorientado: ¿cuándo, oh, Júpiter, podré tener una visión simultánea de esas tres etapas que son el contenido de mi vida? Y Júpiter te responderá: al final de tus días. En consecuencia, miro hacia atrás. Como el cantor ciego dejo que lo pasado sea pasado y vivo, vivo una segunda vez. Las palabras escritas no pueden prolongar tu vida, sólo profundizar y ayudar a distinguir como Ulises ante Nausica, menos enamorado que consciente de su deber.

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