21

Y de este modo contribuí a que se cumpliera la profecía, a pesar de haber estado en mi mano la posibilidad de que no fuese así. ¿O no lo había estado? Había renunciado a poner a prueba el determinismo frío e inflexible de Carvajal. Como se decía en los juegos de mi niñez, me había dejado colar la pelota. Quinn pronunciaría su discurso de inauguración. Incluiría en él sus necias bromas acerca de Israel. La señora Goldstein refunfuñaría, el señor Rosenblum le maldeciría. El alcalde se ganaría enemigos innecesarios; el New York Times se encontraría con una sabrosa historia entre las manos; luego nosotros tendríamos que poner en marcha el proceso de reparación del daño político causado; una vez más, Carvajal demostraría haber tenido razón. Alguien puede señalar que hubiese resultado muy fácil intervenir. ¿Por qué no poner el sistema a prueba? ¿Por, qué no pensar que Carvajal era un bluff, verificar su afirmación de que, una vez atisbado, el futuro es tan inamovible como si estuviese grabado en pizarra? Pero yo no lo hice. Había tenido mi oportunidad, pero sentí miedo de aprovecharla, como si, de un modo secreto, supiese que, en caso de hacerlo, las estrellas se habrían salido de sus órbitas y chocado unas con otras. Así pues, me había rendido a la supuesta inevitabilidad sin apenas oponer resistencia. Pero ¿había cedido realmente con tanta facilidad? Había sido jamás verdaderamente libre para actuar? ¿No formaría quizá mi rendición parte del guión eterno e inamovible?

Загрузка...