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En el mundo de los juegos de competencia, los espectadores no pueden evitar erigir héroes más allá de los reales poderes que tengan sus elegidos. Oponer adversarios parejos uno contra otro incrementa cierto tipo de interés, ¿pero el deseo realmente no exige alguien sin igual? La gran figura del "invencible Maestro" sobrevolaba el tablero de Go. Hubo numerosas batallas en las que el Maestro había marcado su destino, sin perder ninguna. Los resultados de las competencias anteriores a ésta podrían haberse determinado accidentalmente o por medio de recursos ingeniosos. Después de consagrarse Maestro, todos lo creían invencible, y también él tuvo que creerlo. Pero ya allí se gestaba la tragedia. Comparado con Sekiné, Maestro de shogi, que era más feliz cuando perdía, el Maestro Shusai tenía una vida más ardua. Dicen que en Go el primer jugador tiene siete oportunidades sobre diez para ganar, y así habría estado en la naturaleza de las cosas que el Maestro como Blanco le hiciera perder a Otake; pero los aficionados no estábamos al tanto de tales argucias.

¿Quizás el Maestro se había visto tentado a jugar no sólo por el poder de un diario importante y el monto del premio, sino también en gran medida por real interés en su arte? No puede negarse que estaba dominado por un deseo de batallar. Probablemente no se habría presentado de habérsele pasado por la cabeza la posibilidad de perder, y fue como si su vida terminara cuando la corona de la victoria cayó de su cabeza. Había seguido su extraordinario destino hasta el final. ¿Podría decirse que al seguirlo lo burlaba?

Como el victorioso Maestro, un absoluto, se presentaba por primera vez en cinco años, un reglamento turbiamente complicado incluso para ese tiempo se había redactado. Algo que más tarde se leería como un presagio de muerte.

Pero las reglas se violaron el día de la segunda sesión en Shiba, y nuevamente y casi de inmediato tras el traslado a Hakone.

El traslado debía verificarse el 30 de junio, el tercer día después de cumplida la segunda sesión. A causa de las inundaciones se lo pospuso para el 3 de julio y finalmente para el 8. El río Kanto estaba crecido y toda la región de Kobe inundada. Incluso el día 8 la línea de Tokaido no llegaba todavía a Osaka. Partiendo de Kamakura, trasbordé en Ofuna al tren en el que el Maestro y su comitiva habían llegado de Tokio. El de las 3.15 hacia Maibara estaba con nueve minutos de retraso.

No se detuvo en Hiratsuka, donde vivía Otake. Presto apareció éste en la estación Odawara vestido de verano, con un traje azul oscuro y un sombrero Panamá con el ala elegantemente doblada. Cargaba una valija grande, la misma que había llevado a Koyokan.

Lo primero que hizo fue preguntarnos sobre nuestra seguridad durante las inundaciones.

– Debieron emplear botes para llegar al manicomio que queda calle abajo de la mía. Al principio se valieron de balsas.

Tomamos el cablecarril desde Miyanoshita hasta Dogashima. El Hayakawa, inmediatamente bajo nosotros, corría barroso y turbio. La posada Taiseikan era como una isla en medio de sus aguas.

Después de sernos asignadas las habitaciones, Otake presentó sus formales saludos al Maestro. De buen humor esa tarde tras sus habituales copas de sake, el Maestro hablaba de esto o aquello, acentuando sus observaciones con abundantes gestos. Otake habló de su familia y su niñez. El Maestro me desafió a una partida de shogi, y al mostrarme reticente se dirigió a Otake. El juego duró unas tres horas y media. Y ganó Otake.

A la mañana siguiente el Maestro estaba afeitándose en el corredor al que daba el baño. Se acicalaba para la sesión del día siguiente. Como la silla no tenía un apoyo, su mujer estaba de pie detrás de él sosteniéndole la cabeza.

Onoda del sexto rango, que actuaba como juez, y Yawata, el secretario de la Asociación, habían llegado a la noche. El Maestro había pasado la noche haciendo desafíos de shogi y ninuki. Varias veces había perdido con Onoda en el ninuki, juego también conocido como gomoku coreano [15]. Parecía sorprendido por eso.

Onoda registró el juego de Go que yo jugué con Goi, periodista del Nichinichi. Tener a un jugador de sexto rango como controlador era un honor incluso negado al Maestro. Yo jugué con las Negras y gané por cinco puntos. Un plano del juego se publicó en El camino del Go, periódico de la Asociación.

Se había decidido que habría un día de descanso, y que el juego se reanudaría el día diez. Las mañanas que había juego, Otake era un hombre diferente. Con la boca crispada, casi hosco, con los hombros caídos, caminaba desafiante por las salas. Bajo los párpados pesados, casi hinchados, los pequeños ojos despedían una luz provocadora.

Pero entonces sobrevino una queja de parte del Maestro. A causa de la crecida de las aguas, según dijo, había pasado dos noches insomne. Desganadamente posó para unas fotos ante el tablero, en una habitación que quedaba bien lejos del río. Hizo saber que deseaba cambiar de alojamiento.

Difícilmente el insomnio podía aducirse como un motivo válido para postergar la sesión. La vía del Go, al contrario, exigía que un jugador honrara sus compromisos, incluso si su padre se encontrara agonizando, incluso si él mismo parecía estar a punto de derrumbarse. Este principio todavía es respetado. Y transmitir una queja la mañana misma del juego, aun viniendo ésta del propio Maestro, mostraba una tendencia sorprendentemente autocrítica. La competencia era importante para el Maestro, sin duda, pero lo era aún más para Otake.

Como ninguno de los organizadores en ese momento o en ocasiones anteriores, cuando el Maestro había quebrantado una promesa, estaba preparado para arbitrar y hacer cumplir una orden, Otake ha de haberse sentido bastante incómodo sobre la futura marcha del juego. Con toda calma accedió a los deseos del Maestro, pero su cara mostraba un imperceptible rictus de disgusto.

– Escogí la posada por mi cuenta, y siento mucho que el Maestro no haya podido dormir -dijo-. Supongo que encontraremos otra, y que reiniciaremos la partida mañana, una vez que haya tenido un buen descanso nocturno.

Otake se había hospedado antes en la posada, y le había parecido un buen lugar para el juego. Lamentablemente el río había crecido de tal manera con las lluvias que las rocas bajaban estrellándose, y con la posada situada como si fuera una isla, el sueño era realmente algo difícil de conciliar. Otake se sintió obligado a pedir disculpas.

Y vestido con un kimono de verano, salió con Goi en busca de un alojamiento tranquilo.

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