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Se había superado un escollo, pero quedaban otros por delante.

Apenas se enteró de lo convenido, el Maestro dijo:

– Empecemos mañana.

Pero Otake quería descansar el resto del día y empezar dejando otro libre.

Disconforme con la dilación, el Maestro insistió en empezar cuanto antes. El asunto le parecía algo simple. Pero los sentimientos de Otake eran complejos. Harto de los largos días de discusiones, necesitaba descansar y cambiar de humor antes de que se reanudara el juego. Los dos hombres eran de naturalezas muy diferentes. Otake sufría sobre todo de indigestión nerviosa. Y el bebé, en la posada con la señora Otake, había tomado frío y tenía una fiebre muy alta. Devoto de su familia, Otake estaba muy preocupado. Muy probablemente le sería imposible jugar al día siguiente.

Pero había sido una mala decisión hacer esperar tanto tiempo al Maestro. Los organizadores no le podían decir a él, que estaba tan dispuesto a dar batalla, que en beneficio de Otake había que esperar un día más. Su "mañana" significaba para los organizadores algo absoluto. Y como existía también una diferencia de rango a tener en cuenta, intentaron prevalecer sobre Otake. Ya en estado de gran tensión, Otake estalló. Y dijo que invalidaría el juego.

Yawata, de la Asociación, y Goi, del Nichinichi, se sentaron en una pequeña habitación en el piso superior, silenciosos y con todo el aspecto de estar exhaustos. Parecían a punto de renunciar. Ninguno era elocuente o persuasivo. Me senté con ellos después de la cena.

Una criada vino a buscarme.

– El señor Otake quiere hablar con usted, señor Uragami. Lo espera en la otra habitación.

– ¿Conmigo?

Yo estaba sorprendido. Los dos me miraron. La criada me condujo a una amplia habitación donde me esperaba Otake solo. Aunque había un brasero, hacía frío.

– Le ruego me disculpe por molestarlo. Usted ha sido una gran ayuda en todos estos meses. Pero he decidido que no hay otra alternativa más que invalidar el juego.

Su modo de hablar era brusco y apresurado.

– No puedo seguir adelante así como están las cosas.

– ¿Cómo?

– Por lo menos quería pedirle disculpas.

Yo sólo era un periodista de la batalla, no una persona a quien le debiera disculpas. Que de todos modos fuera yo el receptor de formales disculpas era evidencia de nuestra mutua estima. Mi posición había cambiado. No podía dejar que las cosas siguieran ese curso.

Había sido un observador pasivo de las disputas en Hakone y las que siguieron. No eran asunto mío, y yo no había emitido mi opinión. Aun ahora no me pedía un consejo. Sólo me informaba de su decisión. Sentado a su lado y al escuchar sus tribulaciones, sin embargo, sentí por primera vez que debía hablar, y que además podía ofrecer mis servicios como mediador. Hablé con osadía. Dije que, como desafiante en este último juego del Maestro, él peleaba por un lado en un combate individual, pero que también peleaba en una batalla más vasta. Que era el representante del nuevo día. Que estaba inmerso en las corrientes de la historia. Que el contrincante y último retador del Maestro se había determinado mediante un torneo que había durado un año. Que Kubomatsu y Maeda habían sido los ganadores de una temprana eliminatoria entre jugadores del sexto rango, y que habían sido convocados junto con Suzuki, Segoé, Kato y Otake del séptimo rango en un torneo en el cual cada jugador debía enfrentar a otro. Que Otake había vencido a cinco oponentes. A dos de sus maestros, Suzuki y Kubomatsu. Que Suzuki, según se decía, tendría amargas lamentaciones por el resto de su vida. En su apogeo él había ganado más juegos que los que había perdido como Negro contra el Blanco de su maestro, y que su Maestro había eludido el siguiente estadio, en el que Blanco y Negro jugarían alternadamente. Tal vez, en razón de los sentimientos por su viejo maestro, Otake había querido permitir que Suzuki tuviera una última oportunidad ante el Maestro. Pero había enviado a su maestro a la derrota. Y cuando enfrentó a Kubomatsu, cada uno con cuatro victorias, en el juego decisivo, nuevamente enfrentaba a un maestro. Uno diría que Otake estaba jugando por sus dos maestros en este desafío al Maestro. El joven Otake, sin duda, era mejor representante de las fuerzas activas que hombres mayores como Suzuki o Kubomatsu. Su incomparable amigo y rival, Wu del sexto rango, habría sido un representante igualmente adecuado, pero Wu cinco años antes había intentado una apertura radical contra el Maestro y había perdido. Y aunque Wu había ganado un título profesional, había llegado sólo al quinto rango, y difícilmente se lo pudiera considerar una eminencia para enfrentar al Maestro sin ventajas; y el juego había sido de un tipo diferente al de este último certamen del Maestro. Unos doce o trece años antes, y algunos años antes de este juego de Wu, el Maestro había sido desafiado por Karigané del séptimo rango. El certamen en verdad era entre la Asociación de Go y su rival Kiseisha, y, si bien Karigané estaba entre los rivales del Maestro, a lo largo de los años no se lo había considerado nunca como un favorito. El Maestro obtuvo otra victoria, y eso fue todo. Y ahora "el invencible Maestro" estaba arriesgando su título por última vez. El encuentro tenía una gran diferencia respecto de los jugados con Karigané y Wu. No era que se presentaran problemas de sucesión de ganar Otake, sino que el juego de despedida significaba el fin de una era y el puente hacia una nueva era. Habría una nueva vitalidad en el mundo del Go. Invalidar el certamen significaría interrumpir el flujo de la historia. La responsabilidad era pesada. ¿Dejaría Otake que prevalecieran sus sentimientos personales y las circunstancias? A Otake le faltaban treinta y cinco años para alcanzar la edad del Maestro. Había sido promovido por la Asociación en un momento de prosperidad, que nada tenía que ver con el mundo de las tribulaciones juveniles del Maestro. Éste sí que había cargado con el peso principal desde los inicios del moderno Go en los primeros tiempos de Meiji hasta su crecimiento y esta reciente prosperidad. ¿No era el curso apropiado para sus sucesores conducir este encuentro, el último de su larga carrera, a un final satisfactorio? En Hakone el Maestro se había comportado de un modo arbitrario a causa de su enfermedad, pero aun siendo un hombre viejo había soportado el dolor y había seguido luchando. Sin estar por completo recuperado, se había teñido el cabello para continuar con el combate aquí en Ito. No cabía duda de que estaba arriesgando su vida. Si su joven adversario impugnara, las simpatías de todos estarían con el Maestro, y Otake habría de resignarse a una mordaz crítica. Incluso si el planteo de Otake fuera bueno, no podía esperar más que afirmaciones y desmentidas sin fin, o tal vez difamaciones. No podía ilusionarse con que el mundo reconocería los hechos. Este último juego era histórico, y la impugnación también lo sería. El punto más importante era que Otake cargaba con una responsabilidad por la era venidera. Si el juego iba a terminar ahora, las conjeturas sobre el resultado final se convertirían en un asunto ruidoso y fuente de desagradables rumores. ¿Era correcto que un joven sucesor arruinara el último juego del Maestro?

Yo hablé titubeando y a borbotones. Sin embargo, había enumerado los que para mí eran puntos notables. Otake seguía en silencio. No estaba de acuerdo en lo de continuar con el certamen. Por supuesto que tenía sus razones, y sucesivas concesiones lo habían conducido hasta esta crisis. Había hecho otra concesión, y se le había ordenado en vista de ella jugar al día siguiente. Nadie se había preocupado en lo más mínimo por sus sentimientos. No podía jugar bien en esas circunstancias, y por eso su convicción era no jugar ya.

– ¿Y si se posterga un día, jugaría?

– Sí, podría, pero no sería nada bueno, realmente.

– Pero ¿jugaría pasado mañana?

Quería una respuesta clara de su parte. No le dije que hablaría con el Maestro. Él seguía pidiendo disculpas.

Regresé a la sala de los organizadores. Goi estaba echado con la cabeza apoyada sobre un brazo.

– Supongo que se negó a continuar.

– Eso es lo que él deseaba comunicar -dije. Yawata estaba encorvado sobre la mesa-. Pero creo que si lo posponemos un día, seguirá. ¿Puedo preguntarle al Maestro? ¿Me autorizan?

Me dirigí a la habitación del Maestro.

– Señor, tengo que pedirle un favor. Sé que no soy el más apropiado para hacerlo, y tal vez me juzgue usted impertinente; pero ¿podríamos postergar nuestra siguiente sesión hasta pasado mañana? El señor Otake dice que necesita sólo un día más. Su bebé está con una fiebre muy alta, y él está perturbado. Y, para colmo, creo que tiene problemas digestivos.

El Maestro escuchó, con expresión absorta. Pero su respuesta fue rápida:

– Todo perfectamente comprensible. Haremos lo que él solicita.

Admirado, sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas.

El problema se había resuelto tan fácilmente. Me costaba retirarme. Me quedé un rato conversando con la mujer del Maestro. Nada agregó él ni sobre la postergación ni sobre su adversario. Un día parecía una concesión sin demasiada importancia. El Maestro había esperado mucho tiempo, sin embargo, y para un jugador a mitad de camino en un certamen, y absolutamente preparado para una sesión, ver sus planes repentinamente alterados no debía de ser, por cierto, algo nimio. Y, en verdad, era un asunto de tal envergadura que los organizadores no se habían atrevido a acercarse al Maestro. Pero él no dudó en que el requerimiento merecía la solución que yo le había encontrado. Su calma y casi espontánea aceptación me impresionó profundamente.

Fui a ver a los organizadores y luego pasé por la habitación de Otake.

– El Maestro está de acuerdo en jugar pasado mañana.

Otake se mostró sorprendido.

– Ha concedido algo esta vez. ¿Tal vez si surgiera algún otro inconveniente, usted nuevamente mediaría?

La señora Otake, con el bebé a su lado, me agradeció muy gentil. La habitación se hallaba en gran desorden.

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