Antes de retirarse del tablero al final de la sesión, los jugadores debían controlar el número de jugadas y el tiempo empleado. Al Maestro le costó entender.
El 16 de julio Otake selló la última jugada, Negro 43, a las cuatro y media. Al informársele que habían tenido lugar un total de dieciséis jugadas en el curso del día, al Maestro esa declaración le resultó difícil de aceptar.
– ¿Dieciséis? ¿Pudieron hacerse tantas?
La joven le explicó otra vez que, a partir de Blanco 28 hasta la jugada sellada, se habían sucedido un total de dieciséis. Otake estuvo de acuerdo. El juego todavía estaba en sus estadios iniciales y sólo había cuarenta y dos piedras en el tablero. Una mirada habría bastado para confirmar la aseveración de la joven, pero el Maestro tenía sus dudas. Y contaba piedra por piedra con sus dedos, y no se mostraba convencido.
– Pongámoslas en fila y contemos.
Apartando las piedras que se habían jugado ese día, él y Otake las reubicaron alternándolas: una, dos, tres, hasta llegar a dieciséis.
– ¿Dieciséis? -murmuró el Maestro inexpresivamente-. Una verdadera jornada de trabajo.
– Esto sucede porque es usted muy rápido, señor -dijo Otake.
– Pero no lo soy.
El Maestro se sentó con aire ausente ante el tablero sin mostrar deseos de retirarse. Los otros no podían retirarse antes que él.
– Será mejor que nos retiremos -dijo Onoda después de un rato-. Se sentirá usted mejor.
– ¿Podemos tener una partida de shogi? -dijo el Maestro, levantando la vista como si se hubiera despertado. No había nada impostado en su aire absorto.
Unas escasas dieciséis jugadas raramente demandan un recuento, y el jugador tiene presente el tablero completo en su cabeza durante todo el tiempo, incluso cuando come o duerme. Tal vez fuera una manifestación de preocupación e interés por la precisión que el Maestro insistiera, de todos modos, en volver a colocar cada una de las piedras, y no se sintiera satisfecho hasta haberlo hecho. Quizás había algo de cautela. Uno percibía en esta curiosa puntillosidad la soledad de un viejo que no tenía una vida demasiado feliz.
Durante la quinta sesión, cinco días más tarde, el 21 de julio, se hicieron veintidós jugadas, entre Blanco 44 hasta la jugada sellada de Negro 65.
– ¿Cuánto tiempo empleé? -le preguntó el Maestro a la joven.
– Una hora y veinte minutos.
– ¿Tanto? -Se lo veía incrédulo. El tiempo total que había utilizado para sus once jugadas era de seis minutos menos que el empleado por Otake para hacer solamente su Negro 59. Y, no obstante, estaba convencido de que había jugado incluso más rápido.
– Usted no ha empleado mucho tiempo -dijo Otake-. Por el contrario, ha jugado a una velocidad impresionante.
– ¿Cuánto para el remate [17]? -preguntó el Maestro a la muchacha.
– Dieciséis minutos.
– ¿Para el jaque [18]?
– Veinte minutos.
– El juego de enlace le tomó más tiempo -agregó Otake.
– ¿Era el Blanco 58? -La muchacha revisó sus registros-. Treinta y cinco minutos.
El Maestro todavía no parecía convencido. Tomó el registro y lo examinó con atención.
Yo deseaba tomar un buen baño, y era verano; siempre que terminaba una sesión me dirigía de inmediato a la casa de baños. Ese día Otake hizo lo mismo casi tan pronto como yo.
– Ha avanzado usted mucho.
– El Maestro es rápido y no comete errores, lo cual le da una doble ventaja -dijo Otake riendo-. Su juego es algo superior.
Todavía en ese momento podía sentir la fuerza que parecía emanar de él cuando se hallaba ante el tablero. Provoca cierta turbación encontrarse con un jugador de Go, inmediatamente antes o después de una sesión.
Su inquieta potencia sugería una enorme firmeza. Grabado en su mente, seguramente, había un plan para un ataque implacable.
Onoda del sexto rango también estaba atónito ante la velocidad del Maestro.
– Le bastarían once horas incluso en el caso de un gran torneo. Pero se ha creado una situación difícil. Ese remate no es el tipo de jugada que uno haría en un arrebato.
En la cuarta sesión, el 16 de julio, Blanco había usado cuatro horas y treinta y ocho minutos, y Negro seis horas y cincuenta y dos. Al final de la quinta sesión, el 21 de julio, la diferencia fue aun mayor: cinco horas y cincuenta y siete para Blanco, diez horas y veintiocho para Negro.
Al terminar la sexta sesión, el 31 de julio, Blanco había empleado ocho horas y treinta y dos minutos, Negro doce horas y cuarenta y tres minutos; y al terminar la séptima, el 5 de agosto, Blanco había utilizado diez horas y treinta y un minutos, y Negro quince horas y cuarenta y cinco.
Para la décima sesión, el 14 de agosto, la distancia se había acortado: Blanco había empleado catorce horas y cincuenta y ocho minutos contra las diecisiete horas y cuarenta y siete de Negro. Fue ese día, tras sellar Blanco 100, que el Maestro se dirigió al Hospital San Lucas. Luchando valientemente a pesar de su enfermedad, había utilizado dos horas y siete minutos para una sola jugada, Blanco 90, el 5 de agosto.
Cuando finalmente finalizó el certamen el 4 de diciembre, había una inquietante diferencia de unas catorce o quince horas entre ambos. Shusai, el Maestro, había empleado diecinueve horas y cincuenta y siete minutos, y Otake del séptimo rango treinta y cuatro horas y diecinueve minutos.